miércoles, 27 de abril de 2011

LIBROS:István Mészáros El DESAFIO Y LA CARGA DEL TIEMPO 2009

Tomo [1]
PReMIO
LIBERTADOR
alPeNSAMIeNTO
CRÍTICO
20o8
CARACAS, VENEZUELA
2009
PL2009_C1.indd 1 10/07/09 05:02 p.m.
El desafío y la carga del tiempo histórico: El socialismo del siglo XXI
Edición cedida por: Vadell Hermanos/CLACSO.
Valencia-Venezuela, 2008
© István Mészáros
© De la traducción: Eduardo Gasca
©Fundación Editorial El perro y la rana, 2009
Centro Simón Bolívar
Torre Norte, piso 21, El Silencio
Caracas - Venezuela.
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Depósito Legal
N° lf 40220098002544
ISBN 978-980-14-0632-7
PL2009_C1.indd 2 10/07/09 05:02 p.m.
El Premio Libertador al Pensamiento Crítico es un reconocimiento
a la labor reflexiva de autores que han desarrollado
una visión distinta a la mirada monolítica del
pensamiento único. Rinde homenaje a la capacidad de generar
ideas heterodoxas, fundando nuevas plataformas para el debate y
la discusión de la realidad contemporánea. Nos enlaza con la obligación
y el placer del pensamiento, fuerza motora de revoluciones e
historias.
El pensamiento, la capacidad de discernir y penetrar la realidad,
ha sido la constante que ha tejido las historias de las culturas y las
sociedades. Cada individuo edifica un sistema de ideas a partir de
la experiencia del mundo, de la observación, y la reflexión que esta
conlleva. Los sistemas de ideas se convierten pronto en el fundamento
de las organizaciones sociales, definiendo nuestro devenir
como culturas.
El pensamiento es móvil, elástico y perfectible, intrínsecamente
lleva la marca de lo plural y dinámico. Por ello, todo pensamiento
debe ser crítico, partir de múltiples lugares y apuntar siempre al
cuestionamiento de lo estático e inquebrantable. El pensamiento
único o hegemónico es una contradicción desde su origen, intenta
abordar la infinita complejidad del mundo y del ser humano desde
una única perspectiva, se pierde en una maraña ciclópea de artificios
construidos para justificar un fin, generalmente en beneficio de
un grupo o una élite en detrimento del resto de la humanidad.
Posturas capitalistas, neocoloniales e imperialistas defienden un
sistema de ideas unívoco, en donde la alteridad cultural se ve sometida
a iniquidades económicas y políticas. Ante este panorama
de larga data, es urgente revalorizar y fomentar la crítica incisiva
y rigurosa de los sistemas que han dominado las configuraciones
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culturales contemporáneas. El análisis minucioso y la concreción
de pensamientos en pro de un mejor mundo se explayan en un espectro
complejo en donde el sujeto es partícipe de los cambios y
generador de ideas renovadoras, cobijadas por la pluralidad de las
culturas y no ya por un único dominio discursivo.
El pensamiento crítico encuentra hoy el tiempo y los lugares para
ser emitido, demanda ser escuchado por la mayoría de los pueblos
posibles, para impulsar a hombres y mujeres a retomar su propio
destino. Por ello, el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela,
en consonancia con las voces levantadas de tantos pueblos
explotados y alertas, reconoce con este premio el trabajo teórico
de autores que han desarrollado reflexiones críticas y alternativas
comprometidas con el presente y el futuro de la humanidad.
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Veredicto
Reunidos en la ciudad de Caracas, a los veintitrés días del mes
de junio del año 2009, los jurados del Premio Libertador al Pensamiento
Crítico 2008: Judith Valencia, Theotonio Dos Santos,
Renán Vega Cantor, Bernard Duterme y J. A. Calzadilla Arreaza,
rendimos homenaje a la fallecida poeta Stefania Mosca, quien inicialmente
formaba parte del jurado. Luego de debatir sobre las 102
obras presentadas, acordamos por mayoría de votos otorgar el Premio
a István Mészáros por su obra El desafío y la carga del tiempo
histórico: El socialismo del siglo XXI (Vadell Hermanos/CLACSO.
Valencia-Venezuela, 2008).
Los jurados queremos poner de relieve la abundante participación
de obras que abordan temas cruciales de nuestra contemporaneidad
y constata la importancia de los procesos sociales vividos
por América Latina en la reflexión crítica y en la producción de un
pensamiento emancipatorio anticapitalista.
En esta reflexión, pensadores de otras latitudes, como el autor del
libro que ha merecido este premio, están generando obras de gran
nivel teórico sobre los retos planteados por las propuestas alternativas
que emergen en la región latinoamericana.
La obra premiada constituye la expresión de una corriente teórica
de notable valor para el pensamiento crítico y la praxis política
actuales. István Mészáros es uno de los principales representantes
de la Escuela de Budapest, fundada por el eminente filósofo marxista
György Lukács y desde finales de la década de 1950 viene construyendo
un corpus teórico innovador, cuya máxima elaboración ha
sido su obra Más allá del capital.
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El desafío y la carga del tiempo histórico: El socialismo del siglo
XXI, es una continuación de su esfuerzo teórico, que estudia las
transformaciones experimentadas por el capital, por los movimientos
sociales, políticos e intelectuales y la lucha por la construcción
del socialismo.
En este libro, Mészáros reconstruye con lucidez y originalidad
el análisis de los procesos de lo que él denomina el “metabolismo
social del capital”, abordando sus impactos sobre la supervivencia
de la humanidad, la destrucción de la naturaleza, las nuevas formas
de alienación, la mercantilización de la educación y la necesidad
urgente de un proyecto revolucionario socialista.
En consonancia con las anteriores apreciaciones, los jurados decidimos
otorgar menciones honoríficas a las siguientes obras por su
significativo aporte al pensamiento crítico: Domenico Losurdo, El
lenguaje del Imperio. Léxico de la ideología americana (Escolar
y Mayo Editores. Madrid, 2008); Elisabeth Roig, Magui Balbuena.
Semilla para una nueva siembra (Trompo Ediciones. Buenos
Aires, 2008); Diana Raby, Democracia y Revolución: América
Latina y el socialismo hoy (Monte Ávila Editores. Caracas, 2008);
Claudio Katz, Las disyuntivas de la izquierda en América Latina
(Ediciones Luxemburg. Buenos Aires, 2008).
Por otra parte, los miembros del jurado hemos considerado que
ciertos libros presentados merecen una amplia difusión por su contribución
pedagógica y didáctica para quienes busquen iniciarse
en el cauce del pensamiento crítico. Por esta razón, recomendamos
a los organizadores del Premio Libertador que promuevan la
divulgación de los siguientes libros: Diego Guerrero, Un resumen
completo de El Capital de Marx (Maia Ediciones. Madrid, 2008);
José Bell Lara, La integración latinoamericana. Un camino inconcluso
(Ediciones Ántropos. Bogotá, 2008); Hugo E. Biagini y
Arturo A. Roig (directores), Diccionario del pensamiento alternativo
(Red de Editoriales Universitarias Nacionales. Editorial Biblos.
Buenos Aires, 2008); Luz María Martínez Montiel, Africanos en
América. (Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2008).
De igual modo, la importancia del rescate de la memoria del
período de terrorismo de Estado en América Latina, nos permite
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destacar la relevancia del libro en tres tomos: Álvaro Rico (coordinador),
Investigación histórica sobre la dictadura y el terrorismo
de Estado en el Uruguay (1973-1985) (Universidad de la República
Oriental del Uruguay. Montevideo, 2008). Recomendamos que
este trabajo forme parte de una documentación más amplia sobre
los crímenes de Estado.
Finalmente, considerando la importancia de este premio para el
avance de las transformaciones que hemos señalado, proponemos la
realización de seminarios en torno a la obra premiada en cada edición
del Premio Libertador, con el objeto de profundizar y difundir
el pensamiento crítico de nuestro tiempo.
Judith Valencia
Theotonio Dos Santos
Renán Vega Cantor
Bernard Duterme
J. A. Calzadilla Arreaza
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A la memoria de
Antonio Gramsci (1891-1937),
Attila József (1905-1937) y
Che Guevara (1928-1967)
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Ni Dios ni la mente, sino
el carbón, el hierro y el petróleo,
la materia real nos ha creado,
echándonos hirvientes y violentos,
en los moldes de esta
sociedad terrible,
para afincarnos, por la humanidad,
en el eterno suelo.
Tras los sacerdotes, los soldados
y los burgueses
al fin nos hemos vuelto fieles
oidores de las leyes:
por eso el sentido de toda obra humana
zumba en nosotros
como el violón profundo
Attila József
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Introducción:
El desafío y la carga del tiempo histórico
1.
Este libro está dedicado a la memoria de tres grandes seres humanos
del siglo XX: Antonio Gramsci, Attila József y el Che
Guevara: a los setenta años de la trágica muerte de los dos primeros,
y a los cuarenta de la del tercero. Porque, contra viento y marea,
en indoblegable desafío de las trágicas consecuencias que habían de
padecer, afrontaron el reto constante de una época desgarrada por
una sucesión de crisis extremas, y sobrellevaron hasta los últimos
límites la carga de su tiempo histórico; el tiempo en el que se vieron
confinados por las circunstancias más desfavorables, a las que sin
embargo fueron capaces de superar gracias a su dedicación ejemplar
y al largo alcance de su visión, en dirección a la perspectiva
adoptada a conciencia del único futuro viable para la humanidad
—el socialismo— que ellos propugnaron apasionadamente.
Gramsci, József y el Che Guevara fueron grandes testigos de la
cada vez más profunda crisis del orden social del capital durante
el transcurso del siglo XX. Tuvieron plena consciencia de la intensidad
sin precedentes de esa crisis, que comenzaba a amenazar
a la supervivencia misma de la humanidad. Primero, mediante el
violento intento fascista y nazifascista por redefinir las relaciones
internacionales del poder político/militar, y más tarde, en los años
finales del Che Guevara, mediante el nuevo designio agresivo de
dominar el orden mundial sobre una base de carácter permanente,
a través del imperialismo hegemónico global de los Estados Unidos
de Norteamérica.
Los tres se dieron cuenta con absoluta claridad de que tan solo
la transformación social más radical, que instituyera un verdadero
cambio epocal, podría ofrecer una salida para la peligrosa sucesión
de crisis que caracterizaron al siglo XX en su totalidad. Dicho
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cambio epocal se hacía necesario puesto que el orden establecido
continuaba generando la destrucción a todo lo ancho del mundo, sin
que se avistara algún punto final del devastador choque de intereses.
Ni siquiera el espantoso derramamiento de sangre de las dos
guerras mundiales parecía poder establecer una mínima diferencia
para los antagonismos fundamentales.
Resultaba completamente irónico, si no algo peor, que los defensores
del orden dominante prometiesen en medio de la primera
“Gran Guerra” que los sacrificios que en ella se padecían estaban
destinados “a terminar con todas las guerras”. Pues muy pronto estuvieron
en marcha los más siniestros preparativos para una confrontación
aún más destructiva, cobrando fuerzas durante la secuela
de la “Gran Crisis Económica Mundial” de 1929-1933. Las parcialidades
rivales abordaban tales preparativos como autoengañadora
garantía contra la posibilidad de hundirse dentro de otra crisis
económica global. La lógica perversa del capital les imposibilitaba
comprender las desastrosas implicaciones a largo alcance del rumbo
de acción que tan ciegamente seguían.
Indudablemente, los preparativos para la nueva guerra dieron
sus frutos muy pronto, y reventaron en 1939 en un conflicto armado
global que duró seis años. Poco antes del estallido de la Segunda
Guerra Mundial los Estados Unidos de Norteamérica se encaminaban,
de hecho, hacia otra grave recesión, a pesar de los intentos
remediales que perseguía el New Deal de Roosevelt. Pero su activo
involucramiento industrial y militar en la guerra rápidamente invirtió
esa tendencia, y trajo consigo una expansión económica antes
inimaginable. Sin embargo, el surgimiento de los Estados Unidos
luego de la guerra como la potencia económica ostensiblemente
más poderosa no resolvió ninguna de las fatales contradicciones del
sistema del capital. Tan solo le proporcionó a los Estados Unidos la
avasallante ventaja de asumir, en su debido tiempo y de una forma u
otra, el papel de la dominación imperialista que anteriormente ejercieron
el imperio colonial inglés y el francés, relegando al olvido, al
mismo tiempo, a las potencias coloniales menores, la portuguesa y
la holandesa. Así, bajo la premisa definitivamente falsa del final del
imperialismo y el pretendido inicio de la nueva era de la democracia
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y la libertad universalmente beneficiosas y a la vez totalmente equitativas,
el país con el más enorme arsenal de destrucción militar, capaz
de exterminar fácilmente a la humanidad en cuestión de horas,
proclamó su derecho a dominar el mundo, al principio en el llamado
“siglo de Norteamérica”, el XX, y después anunció incluso su firme
determinación de regir durante toda la duración del autodecretado
“milenio de Norteamérica” que nos aguarda.
Gramsci y József murieron mucho antes de que los Estados Unidos
hubiesen asumido el papel del hegemón imperialista global.
Pero el Che Guevara ya había seguido con pasión y perspicacia el
desarrollo de la guerra de Vietnam, que apuntaba hacia esa dirección.
Porque en dicha guerra los Estados Unidos de Norteamérica
trataron de imponer su avasallante poderío militar sobre el área que
una vez dominaron los franceses, con la intención de establecer así
una cabeza de puente inexpugnable para sus futuras aventuras al
servicio de la dominación global. Formaba parte del mismo designio
imperial en el que los Estado Unidos están involucrados hoy día
en el Medio Oriente, amenazando con extender su agresión militar
en el futuro “indefinido”, como ellos dicen, también contra los países
que arbitrariamente denuncian como “el eje del mal”, siempre y
cuando ese tipo de acción pueda estar acorde con su conveniencia
“prioritaria”, amenazando en aras de ese fin también con el empleo
—autocalificado como “moralmente justificado”— de armas nucleares
en contra incluso de potencias no nucleares.
2.
El Che Guevara comprendió muy bien que la cuestión literariamente
vital no era simplemente cuál país en particular estaba tratando
de imponerle a la humanidad los sufrimientos y sacrificios más
horrendos bajo las circunstancias históricas prevalecientes. Porque
en ese respecto el papel de agresor podía ser transferido de la derrotada
Alemania nazi de Hitler al victorioso antagonista capitalista,
los Estados Unidos de Norteamérica. El punto realmente decisivo
no eran algunas contingencias históricas, intercambiables y a veces
hasta reversibles, sino las necesidades estructurales subyacentes.
En otras palabras, el factor decisivo crucial era la naturaleza
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Introducción: El desafío y la carga del tiempo histórico
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incorregible del control sociorreproductivo del capital, que no podía
hallarles ninguna solución a sus propios antagonismos sistémicos
insuperables. Por consiguiente, bajo las condiciones del desarrollo
imperialista monopólico la potencia avasalladoramente dominante
—si no esta en particular entonces cualquier otra— tenía que tratar
de imponer su poderío (de ser necesario, en la forma más violenta,
haciendo caso omiso de las consecuencias) sobre sus adversarios
reales o potenciales.
Por eso en la visión del Che Guevara la lucha contra el imperialismo
norteamericano —en la que sacrificó heroicamente su vida— resultaba
inseparable del empeño irreductible por establecer un nuevo
orden social positivamente sustentable e históricamente viable, a
una escala global. Era la única vía factible de afrontar el desafío de
nuestro tiempo histórico, aceptando la carga de la responsabilidad
que de él surgía. Porque solamente el basamento positivo del nuevo
orden social visualizado podía proporcionar la garantía necesaria
en contra del renacer de nuevos antagonismos, más destructivos incluso,
en el futuro. Así que, definitivamente, no había tiempo que
perder. La exigente tarea de echar las bases positivas para ese orden
social genuinamente cooperativo, combatiendo la proliferante difusión
de antivalores por parte del orden social establecido, tenía que
iniciarse de una vez en el presente, con plena consciencia del hecho
de que en este momento peligroso de la historia lo que está en juego
es nada menos que la supervivencia de la humanidad.
En ese espíritu, y haciendo un llamado a nuestra consciencia de
la humanidad, el Che Guevara se dirigía así al pueblo, en sus años
en Cuba:
Es necesario tener una gran devoción por la humanidad, un gran sentido
de la justicia y la verdad, para no caer en los dogmatismos extremos, en
los fríos escolasticismos, en el aislamiento de las masas. Es necesario luchar
cada día a fin de transformar ese amor activo por la humanidad en
hechos concretos, en acciones que sirvan como ejemplos movilizadores.1
1 Epígrafe escogido significativamente por el MST (Movimiento de los Sin
Tierra brasileño) para su “Agenda 2004”, en el año de su 20º aniversario.
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El Che Guevara compartió plenamente con Gramsci y József la
línea de enfoque que aseveraba la necesidad vital de mantener un
compromiso intenso con los valores perdurables de la humanidad,
bajo las circunstancias de una barbarie cada vez más abiertamente
amenazadora. En tiempos de Gramsci, los promotores de la surgente
amenaza fascista no solo denunciaron repetidas veces en público
al destacado dirigente político italiano, que elevó apasionadamente
su voz en nombre de la humanidad en contra del fascismo, sino que
lo sometieron cruelmente a prisión durante los mejores años de su
vida, hasta convertirlo en moribundo.
Para la época de su encarcelamiento, el procurador fascista italiano,
inspirado por Mussolini —antes editor del periódico socialista
y ahora renegado— escribía con brutal cinismo: “Debemos impedir
que su cerebro funcione durante unos veinte años”.2 Esperaban
destruir el espíritu de Gramsci y de esa manera imposibilitar
la difusión de sus ideas. Por el contrario, bajo las circunstancias de
increíble dureza, privaciones y hasta una fuerte enfermedad padecidas
en la cárcel de Mussolini, Gramsci produjo sus Cuadernos de
la prisión, una obra magnífica cuya influencia perdurará por muy
largo tiempo. Ciertamente, lo hará hasta que podamos decir que el
poder del capital quedó irremediablemente relegado al pasado, en el
espíritu de lo que previó Gramsci.
En el mismo período en el que Gramsci tuvo que confrontar y
soportar las bestialidades del fascismo, también el poeta húngaro
Attila József —que percibió con su visión profunda y perspicaz las
devastadoras perspectivas de la aventura militar global nazi que se
avecinaba— había colocado en el centro de varios de sus grandes
poemas su preocupación apasionada por el destino de la humanidad,
tratando de hacer sonar la alarma en contra de la barbarie en
pleno desarrollo, subrayando que
nueva infamia se levanta
2 “Per vent’anni, dobbiamo impedire a questo cervello di funzionare”.
Tomado del Memorando del Procurador fascista, de fecha 2 de junio
de 1928.
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Introducción: El desafío y la carga del tiempo histórico
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para hacer a las razas enfrentarse entre sí.
La opresión grazna en escuadrones,
aterriza sobre el corazón viviente, como sobre carroña,
y la miseria se babea a lo largo del orbe,
como la saliva en el rostro de los idiotas.3
Y en un poema dedicado a Thomas Mann, que en ese momento
leía de su propia obra en un acto público en Hungría, József escribió:
Al pobre Kosztolányi4 enterramos ayer
y, como abrió en su cuerpo el cáncer un abismo,
Estados-Monstruo roen sin tregua al humanismo.
¿Qué más vendrá, inquirimos —las almas de horror plenas—
de dónde nos azuzan nuevas ideas-hienas?
¿Hierven nuevos venenos que quieren infiltrarnos?
¿Y hasta cuándo habrá un sitio en que puedas hablarnos?5
Los apologistas del capital hacían —y continúan haciéndolo—
todo cuanto podían a fin de anular la consciencia que tiene el pueblo
de su tiempo histórico, con la intención de eternizar su sistema. Solo
aquellos que tienen un vital interés en la institución de un orden social
positivamente sustentable, y por lo tanto en asegurar la supervivencia
de la humanidad, pueden apreciar realmente la importancia
del tiempo histórico en esta coyuntura crítica del desarrollo social.
Gramsci, en el tiempo en que ya estaba gravemente enfermo en prisión,
seguía repitiendo: “El tiempo es la cosa más importante; es
3 Attila József, Ös patkány terjeszt kórt miköztünk (La rata primitiva
difunde la peste entre nosotros) 1937.
4 Dezsö Kosztolányi, importante poeta húngaro (1885-1936) muerto de
cáncer hacía poco tiempo.
5 Thomas Mann üdvözlése (Saludo a Thomas Mann), 1937. El texto citado
aparece en español en el original. Traducción de Fayad Jamís.
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un simple seudónimo de la vida”.6 Los defensores del orden dominante
jamás podrán entender el significado de sus palabras. Para
ellos el tiempo no puede tener más que una dimensión: la del eterno
presente. El pasado para ellos no es sino la proyección hacia
atrás y la justificación ciega del presente establecido, y el futuro es
tan solo la extensión eterna del “orden natural” del aquí y el ahora,
tan contradictoria en sí misma. No importa cuán destructivo, y también
autodestructivo, resulte ser ese “orden natural” que encierra la
insensata conseja reaccionaria, constantemente repetida, según la
cual “no hay alternativa”. Aviesamente, se supone que a eso se reduce
el futuro.
3.
Si el pueblo en general aceptase realmente esta concepción del
tiempo apologética del capital, inevitablemente se hundiría en el
abismo del pesimismo sin fondo. Gramsci, incluso cuando sufría
personalmente el mayor de los padecimientos, y al mismo tiempo
percibía la catástrofe nazifascista para la humanidad a la vuelta de
la esquina, se negaba terminantemente a ceder ante el pesimismo
total. A pesar de los nubarrones tan oscuros que cubrían el horizonte,
rechazó vigorosamente la idea de permitir que la voluntad
humana se viese sometida por el pesimismo, sin importar cuán
desfavorables pudiesen resultar las situaciones y las circunstancias
visibles, que sin duda lo eran en ese momento. Adoptó como una de
sus máximas las palabras de Romain Rolland, que hablaba de “El
pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad”.7
La convicción de Gramsci, que predicaba el “optimismo de la voluntad”,
representaba y representa la irreprimible determinación de
una fuerza social radical de sobreponerse a las tendencias de desarrollo
destructivas, inspirada por una visión sustentable del futuro y
6 “Il tempo é la cosa piú importante: esso é un semplice pseudonimo della
vita”. Giuseppe Fiori, Vita di Antonio Gramsci, Editori Laterza, Bari,
1966, p. 324.
7 “Il pesimismo dell’intelligentzia e l’ottimismo della volontà”. G. Fiori,
ibíd., p. 323.
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en desafío de la relación de fuerzas existente. Las “personificaciones
del capital” se sienten más que contentas de glorificar un eterno
presente “sin alternativas”, en el autoengaño de que —tan solo
porque con todos los medios a su disposición ellas constituyen la
sociedad dominante— el proceso histórico como tal ya ha finalizado.
Hasta llegan a pontificar acerca del feliz “fin de la historia”
neoliberal, en fabricaciones de propaganda seudoacadémicas vastamente
promocionadas, à la Fukuyama, predicándose ilusoriamente
a sí mismas —las personificaciones— la consumación de la historia,
para siempre libre de conflictos, a la vez que andan en procura
de guerras genocidas.
Sin embargo, el tiempo de los oprimidos y los explotados, con
su vital dimensión de futuro, no puede ser eliminado. Posee su
propia lógica de desarrollo, como el irreprimible tiempo histórico
de nuestra era de hacer o romper. Solo la destrucción total de la
humanidad podría ponerle un final. Este tiempo potencialmente
emancipador es inseparable del sujeto social capaz de afirmar, a través
de su lucha, el “optimismo de la voluntad” de Gramsci, a pesar
de toda la adversidad. Es este el tiempo histórico real del presente y
el futuro que aparece en uno de los poemas de József:
El tiempo está levantando la niebla, y podemos divisar mejor nuestra
cima.
El tiempo está levantando la niebla, lo hemos puesto de nuestra parte,
lo hemos puesto de nuestro lado en la lucha, con nuestras reservas de
miseria.8
Nada ni nadie puede someter o destruir a este tiempo que ayuda
a hacer que los explotados y los oprimidos cobren consciencia de
los perfiles de una sociedad futura radicalmente diferente. No puede
haber ilusiones en cuanto a la ardua ascensión que es necesario
emprender si queremos alcanzar la cima en cuestión porque el inhumano,
alienante y unidimensional tiempo presente del orden sociorreproductivo
del capital mantiene todavía el control de la situación.
8 Attila József, Szocialisták (Socialistas), 1931.
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Así lo describe Attila József con gran fuerza evocativa en otro de
sus poemas:
Este tiempo presente
es el de los generales y banqueros.
Frío, forjado, relumbrante
cuchillo-tiempo.
El cielo chorreante está blindado.
La helada perfora hiende el pulmón
y el pecho desnudo detrás de los harapos.
En piedra de amolar chirría el tiempo.
Detrás del tiempo ¡cuánto pan silencioso
y frío! y cajas de hojalata,
y un montón de cosas heladas.
Escaparate-vidrio-tiempo.
Y los hombres gritan: ¿Dónde está la piedra?
¿Dónde el escarchado pedazo de hierro?
¡Arrójaselo! ¡Hazlo trizas! ¡Penetra!
¡Qué tiempo! ¡Qué tiempo! ¡Qué tiempo! 9
Pero sea como sea, al “eterno presente” del capital, junto con su
“escaparate-vidrio-tiempo” helado, no les será posible barrer con la
aspiración de la humanidad de establecer un orden social históricamente
sustentable mientras todavía existen la opresión y la explotación
en el mundo. Para el momento en que los hayamos consignado
irremediablemente al pasado en nuestro mundo, como lo serán si la
humanidad ha de sobrevivir, el sistema del capital no será más que
un mal recuerdo.
4.
El capital no puede tolerar ninguna limitación a su propio
modo de reproducción metabólica social. En consecuencia, las
9 Attila József, Fagy (Helada), 1932. El texto citado aparece en español en
el original. Traducción de Fayad Jamís.
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Introducción: El desafío y la carga del tiempo histórico
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consideraciones acerca del tiempo le resultan totalmente inadmisibles
si ellas exigen alguna restricción de su incontrolable imperativo
de expansión del capital. Para ese imperativo no puede existir
ninguna exención. Ni siquiera cuando las consecuencias devastadoras
ya son flagrantemente obvias tanto en el campo de la producción
como en el terreno de la ecología. La única modalidad del tiempo
en el que el capital pudiese estar interesado es el tiempo de trabajo
explotable. Este sigue siendo el caso, incluso cuando la implacable
explotación del trabajo se torna en anacronismo histórico gracias
al desarrollo potencial de la ciencia y la tecnología al servicio de las
necesidades humanas. Sin embargo, puesto que el capital no puede
contemplar esa alternativa, porque procurarla requeriría trascender
las limitaciones estructurales fetichistas de su propio modo de operación,
el capital se convierte en el enemigo de la historia. Esa es
la única manera como el capital puede pretender zafarse de su situación
de anacronismo histórico.
Así, el capital debe negar y excluir a la historia en su visión del
mundo, de manera que no es concebible que surja siquiera la cuestión
de alguna alternativa histórica a su propio dominio, por anacrónico
y peligroso que pueda resultar su control de la reproducción
social —explotador del trabajo— que está, a pesar de todos los mitos
que se construyen desde su seno, muy lejos de ser económicamente
eficiente. Pero el problema radica en que la negación de la
historia por parte del capital no es un ejercicio mental ocioso. Constituye
un proceso práctico letal de acumulación de capital acrecentada,
con la concomitante destrucción en todos los campos, no solo
en el plano militar.
Como sabemos, en la fase ascendente de su desarrollo el sistema
del capital fue enormemente dinámico y de muchas maneras también
positivo. Solo con el transcurso del tiempo —que objetivamente
trajo consigo la intensificación de los antagonismos estructurales
del sistema del capital— se transformó en una peligrosa fuerza regresiva.
Si, no obstante, el orden reproductivo dominante carece de
sentido del tiempo histórico, como resulta ser el caso hoy, ocurre
que tampoco puede percibir siquiera la diferencia, por no hablar de
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hacer los ajustes necesarios de acuerdo con las condiciones que han
cambiado.
La negación de la historia es el único curso de acción factible,
inseparable de la ceguera del capital ante el futuro dolorosamente
tangible que hay que encarar. Es por eso que el capital no tiene
otra alternativa que atropellar al tiempo histórico. Su brutal conseja
de que “no hay alternativa” constituye tan solo una variante propagandística
de la negación general de la historia que se corresponde
con la naturaleza más recóndita del capital en la presente etapa de
nuestro desarrollo histórico. Esta determinación del capital no fue
siempre el caso, pero ha llegado a serlo, inalterablemente. Así, la
única manera que tiene el capital para relacionarse con la historia en
nuestro tiempo es atropellarla violentamente.
Tenemos aquí una obvia combinación de contingencia histórica
y necesidad estructural. Si la humanidad tuviese una “infinidad de
tiempo” a su disposición, entonces no sería posible hablar de “atropello
del tiempo por parte del capital”. La infinidad del tiempo no
podría ser atropellada por ninguna fuerza histórica dada. Bajo tales
circunstancias la “expansión del capital” sería un concepto cuantitativo
inofensivo, sin ningún final a la vista. Pero la humanidad no
posee infinidad de ninguna cosa a su disposición, como lo presumen
absurdamente las personificaciones interesadas del capital, y
mucho menos de infinidad de tiempo. Además, hablar de una infinidad
de tiempo histórico humano constituiría una incongruencia
grotesca.
Solo la más insensible de las fuerzas, desprovista de toda consideración
humana, podría ignorar las limitaciones del tiempo. Es
esto lo que presenciamos hoy día de modo característico. Resulta
ser nuestra contingencia histórica determinada lo que activa los intraspasables
—absolutos— límites estructurales del capital. Límites
estructurales absolutos del sistema del capital que se vuelven
determinaciones destructivas propensas a bloquear el futuro de la
humanidad. En esta coyuntura de la historia el capital no puede ser
en modo alguno diferente de lo que realmente es. Es así como la necesidad
estructural del capital se fusiona devastadoramente con su
contingencia histórica ignorada de manera brutal (pero totalmente
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en vano). Ello es así precisamente porque el capital no tiene, y no
puede tener, la consciencia del tiempo histórico. Solamente los sistemas
de reproducción estructuralmente ilimitados pueden tenerla.
En consecuencia, no puede haber escape de esta destructiva trampa
para la humanidad si no le arrancamos al sistema del capital mismo
su control del proceso metabólico social al que se ha aferrado por
tan largo tiempo.
En el mismo poema del que se tomó el epígrafe de este libro, Attila
József llama nuestra atención hacia la carga del tiempo histórico
y a la tremenda responsabilidad inseparable de esta. Habla de los
seres humanos que deben enfrentar el gran desafío social e histórico
de nuestra época como “fieles oidores de las leyes”, subrayando
que solo de esa manera podemos calificar como dignos depositarios
del mandato que no ha sido legado en el desarrollo histórico de la
humanidad. Está plenamente consciente, como hay que estarlo definitivamente,
tanto de la continuidad histórica sobre la cual podemos
construir nuestro futuro como de las diferencias vitales que debemos
instituir y consolidar debidamente en el proceso progresivo de
la transformación cualitativa. Estas son las palabras de József:
la materia real nos ha creado,
echándonos hirvientes y violentos,
en los moldes de esta
sociedad terrible,
para afincarnos, por la humanidad,
en el eterno suelo.
Tras los sacerdotes, los soldados
y los burgueses
al fin nos hemos vuelto fieles
oidores de las leyes:
por eso el sentido de toda obra humana
zumba en nosotros
como el violón profundo 10
10 Attila József, A város peremén (Al borde la ciudad), 1933. Traducido
por Fayad Jamís.
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El requerimiento vital de ser “fieles oidores de las leyes” en el
que hace hincapié József no se refiere simplemente a las leyes hechas
por los hombres. Representa sobre todo la ley absolutamente
fundamental de la relación de la humanidad con la propia naturaleza:
el objetivo substrato de nuestra existencia misma. Este tiene
que ser el fundamento definitivo de todo el sistema de las leyes
humanas. Sin embargo, es la relación que está siendo violada por
el capital en nuestra época de todas las maneras posibles, haciendo
caso omiso, irresponsablemente, de las consecuencias. No se necesita
ninguna visión profética para comprender que la violación implacable
del basamento natural de la existencia humana no puede
continuar indefinidamente.
5.
Sin duda, las leyes hechas por el hombre están muy involucradas
en el proceso destructivo general. El llamado de József a nuestro
sentido de la necesidad ineludible y la responsabilidad consciente
—que exigen que seamos fieles oidores de las leyes— las abarca
también. Todo es cuestión de la prioridad, y concierne a la relación
entre lo absoluto y lo relativo. Debería resultarnos perfectamente
obvio cuál de los dos deberá tener la prioridad. Podemos invertir
su relación —absolutizando lo relativo irresponsablemente, y relativizando
lo absoluto imprudentemente— solo a nuestro propio
riesgo.
Sin embargo, el capital siempre operó sobre la base de esa inversión.
Podría decirse que el capital es “daltónico” en ese respecto. A
causa de su naturaleza más profunda no podía operar de otro modo
que trastocando esa relación vital. Porque el capital siempre se autodefinió
como lo absoluto, y a cualquier otra cosa, en relación con su
autodeterminación primaria, como lo relativo dependiente y prescindible.
Ciertamente, en un sentido positivo —en la medida en que
tal cosa se pudo hacer sin consecuencias negativas— ese modo de
operación fue siempre el secreto de su dinamismo y éxito incomparables,
barriendo con cuanto pudiese atravesarse en su camino.
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Más aún, de cara a ello parece no haber ninguna razón para que
no tenga que ser así. En principio no hay nada absolutamente reprensible
en torno a la destrucción de determinadas partes o formas
de la naturaleza mediante su transformación en alguna otra
cosa, incluso si se trata de la combustión o los productos de desecho.
Está ocurriendo en la propia naturaleza, de una u otra manera,
todo el tiempo. El punto es, sin embargo, que para el momento en
que el capital, con su dinamismo irrefrenable que todo lo invade con
enorme facilidad, apareció sobre el escenario histórico, el margen
de seguridad para su impacto objetivo sobre la naturaleza —independientemente
de la magnitud de la destrucción generada por su
profusa intervención directa en el proceso del metabolismo— era
tan inmenso que las implicaciones negativas no parecían establecer
ninguna diferencia. Las cosas resultaron así simplemente porque
el “momento de la verdad” —que necesariamente nace del intercambio
entre la finitud de nuestro mundo natural y cierto tipo de
control reproductivo (inalterablemente depilfarrador)— todavía
estaba muy lejos de estar tocándonos la puerta. Fue eso lo que les
produjo a los autocomplacientes economistas liberales, incluso
en el siglo XX, la asombrosa ilusión de que su sistema calificaría
para siempre para la pomposa caracterización de la “destrucción
productiva” (Schumpeter), cuando en realidad ya se estaba viendo
cada vez más peligrosamente infestado por su irreversible tendencia
a la producción destructiva.
Como todos los valores, la productividad y la destrucción adquieren
su significado solo en el contexto humano, en la relación lo más
estrecha posible con las condiciones históricas pertinentes. Lo que
convierte a la destrucción de la naturaleza que hoy presenciamos
en un proceso irremediablemente negativo —y a la larga catastróficamente
negativo— es su impacto definitivo sobre la vida humana
en sí misma. Es por eso que, bajo las circunstancias de nuestro
tiempo, la absolutización que hace el capital de lo relativo creado
históricamente —su propia esencia— y la implacable relativización
de lo absoluto (la base natural de la vida humana como tal)
resulta mucho peor que jugar a la ruleta rusa. Porque trae consigo la
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certeza absoluta de la autodestrucción de la humanidad, en el caso
de que al proceso de reproducción metabólica del capital, en pleno
desarrollo, no se le ponga un final bien preciso en el futuro cercano,
mientras haya tiempo todavía para hacerlo. El trastrocamiento por
parte del capital de la relación objetiva entre lo absoluto y lo relativo
está conduciendo a la humanidad en la dirección opuesta, sin ni
siquiera concedernos la remota posibilidad de tirar del gatillo de la
pistola de la ruleta rusa unas cuantas veces, antes del tiro fatal estadísticamente
probable.
Una vez más podemos ver aquí la peligrosa combinación de la
contingencia histórica y la necesidad estructural. El amplísimo
margen de seguridad original ha desaparecido para siempre.
Nuestra contingencia histórica dada ha activado irreversiblemente
y con creces los límites estructurales del capital, tornándolos en
determinaciones inmensamente destructivas propensas a bloquear
el futuro. La necesidad estructural del sistema y la voraz destructividad
establecidas están ahora irresolublemente fusionadas con su
contingencia histórica que es anacrónica, pero el capital no puede
admitirlo porque continúa negando la posibilidad de ser históricamente
superable desde la altura de su ficticia autoabsolutización.
El imperativo de instituir un sistema sociorreproductivo ilimitado
en el futuro previsible surge de esas condiciones. No hace falta
decirlo: no puede existir un futuro sin seguir fielmente las leyes.
Pero para poder hacerlo habrá que establecer la adecuada prioridad
en nuestro sistema general de leyes. Las leyes del capital están basadas
siempre sobre la falsa prioridad de invertir la relación entre lo
absoluto y lo relativo, en aras de absolutizar su propio dominio aun
a costa de la destrucción de la naturaleza, del mismo modo como
el capital tenía —y tendrá siempre— que negar su determinación
histórica a fin de eternizar su propia dominación del proceso metabólico
social. La humanidad jamás necesitó poner una atención más
fiel a la observancia de las leyes que la exigida hoy en esta coyuntura
crucial de la historia. Pero las leyes en cuestión han de ser rehechas
radicalmente: poniendo en armonía totalmente sustentable
las determinaciones absolutas y relativas de nuestras condiciones
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de existencia, de acuerdo con el reto ineludible y la carga de nuestro
tiempo histórico.
6.
El siglo XX fue testigo no solo del primer intento importante de
establecer una sociedad poscapitalista, sino también del derrumbe
de ese tipo de sociedad, tanto en la Unión Soviética como en todo el
resto de la Europa del Este. Para sorpresa de nadie, los defensores a
ultranza del orden social del capital celebraron ese derrumbe como
el saludable retorno a su orden “natural” luego de una desviación
errática. Tuvieron las agallas de pretender ahora la permanencia absoluta
de las condiciones establecidas, sin importar todas las perturbadoras
señales de inestabilidad peligrosa, y haciendo caso omiso
de las crisis económica y ecológica cada vez más profundas y de la
guerra más o menos permanente que es endémica de su sistema.
Resultaría extremadamente ingenuo imaginar que el cambio de
un orden metabólico social del capital a una alternativa históricamente
viable pueda tener lugar sin contradicciones e incluso recaídas
penosas. Porque ninguna transformación social en todo el
transcurso de la historia humana requirió de un cambio cualitativo
que se le pueda comparar remotamente. Es así no solo a causa de
la escala y la magnitud casi prohibitivas de la tarea, que involucra
a una gran variedad de grupos nacionales interrelacionados —con
su larga historia y sus tradiciones hondamente arraigadas, así como
sus diversos intereses— en un escenario verdaderamente global.
Lo que resulta radicalmente diferente por sobre todas las cosas
respecto a los cambios históricamente presenciados de una formación
social a otra —es decir, el constituyente “no negociable” de la
transformación socialista requerida— es la absoluta necesidad de
vencer de manera permanente todas las formas de dominación y
subordinación estructural, y no solamente de la variedad capitalista.
En nuestro tiempo ningún “cambio de personal”, no importa
cuán bien intencionado sea en principio, puede siquiera comenzar
a dar cumplimiento a la tarea. En otras palabras, la relación adversarial/
conflictual entre los seres humanos —que ha resultado a todas
luces obvia en toda la historia conocida— es lo que debe ser
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positivamente desplazado mediante la creación y la consolidación
firmemente asegurada del nuevo orden social. Si no es así, tarde o
temprano comenzarán a aflorar y multiplicarse las contradicciones
y los antagonismos incontrolables en el basamento recién establecido,
como realmente lo hicieron en las sociedades de tipo soviético, y
al final las socavaron y las destruyeron.
Tan solo un compromiso genuinamente crítico —y autocrítico—
con el curso de la transformación histórica socialista puede producir
un resultado sustentable, al ir proporcionando los correctivos
necesarios a medida que las condiciones cambien y exijan respuestas
para sus desafíos. Marx lo dejó bien claro desde el comienzo
mismo, cuando insistía en que las revoluciones socialistas no debían
eludir el autocriticarse “con implacable escrupulosidad”, 11 a fin de
poder cumplir con los objetivos vitales de la emancipación.
El siglo XX marcó una diferencia significativa con respecto a la
advertencia de Marx. Porque a la luz de siete décadas de experiencia
práctica sumamente costosa, la advertencia original de Marx
acerca de la necesaria crítica práctica de nuestras propias acciones
—una advertencia que a mediados del siglo XIX no podía ser más
que una exhortación muy general— había adquirido una urgencia
ineludible en el movimiento socialista. Porque, por una parte, dada
la crisis estructural cada vez más profunda de nuestro orden metabólico
social establecido, urge hoy más que nunca que la alternativa
socialista se instituya sobre bases firmes, en contra del asalto de la
propaganda autocomplaciente de la ideología dominante, visible por
todas partes. Pero al mismo tiempo, por otra parte, debido a la contundente
evidencia histórica del desarrollo del tipo soviético, y los
inmensos sacrificios que hubo que soportar en sus largas décadas,
nadie puede negar hoy día la necesidad de confrontar “con implacable
escrupulosidad” los problemas que habrán de surgir. Porque
solo mediante el re-examen, a plena consciencia y autocríticamente
comprometido, de los pasos pretendidamente emancipatorios que
11 Ver Marx, ¨El 18 Brumario de Luis Bonaparte¨, en Marx y Engels. Collected
Works, vo 11, Londres 1979, p.106.
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se han dado —tanto en el pasado como en el presente— puede volverse
factible la construcción de unas bases del socialismo del siglo
XXI más seguras de lo que resultaron ser las del XX.
Los tres grandes seres humanos a quienes está dedicado este libro
han enfocado la tarea histórica de la transformación socialista
con este espíritu crítico vital. Gramsci y József aseveraron firmemente
su creencia en la incondicional integridad socialista del cambio
epocal, no solo contra la clase adversaria sino incluso cuando
tuvieron que padecer la incomprensión sectaria de su propio bando.
Y el Che Guevara no vaciló en proclamar con gran claridad su desacuerdo
principista con el curso de la acción seguido en la Unión
Soviética —indicando proféticamente que apuntaba en dirección a
la restauración capitalista— aunque ese desacuerdo en voz alta acarreó
que se le tildara de hereje y hasta de aventurero. Como lo subrayó
Fidel Castro en una entrevista:
Mi admiración y mi afinidad hacia el Che ha aumentado al ver lo que
ha pasado en el campo socialista, porque él se oponía categóricamente al
empleo de métodos capitalistas para la construcción del socialismo… [los
escritos del Che] tienen un valor enorme y deben ser estudiados, porque
yo pienso que el empleo de esos métodos y conceptos capitalistas tuvieron
una influencia alienante en esos países. Yo pienso que el Che tuvo una visión
profética cuando, ya en aquellos primeros años de los 60, previó todos
los retrocesos y consecuencias del método que se estaba empleando para
construir el socialismo en la Europa del Este.12
De esta manera, después de su muerte las advertencias del Che
Guevara pudieron ejercer una influencia esencial en el período de
rectificación de Cuba. Para citar otra vez las palabras apasionadas
de Fidel Castro:
12 Fidel Castro, “Entrevista con Tomás Borge” (1992), en Che: A Memoir
by Fidel Castro, editado por David Deutschmann, Ocean Press, Melbourne
& New Cork, 2006, pp. 215-216.
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Habíamos caído en el pantano de la burocracia, del exceso de nómina,
de normas de trabajo que ya no tenían vigencia, el pantano del engaño, de
la falsedad. Habíamos caído en una cantidad de malos hábitos que hubieran
consternado al Che. Si al Che le hubiesen dicho alguna vez que un
día, bajo la Revolución Cubana, habría empresas preparadas para robar
y aparentar que eran provechosas, el Che se hubiera consternado (…) El
Che se hubiera consternado si le hubiesen dicho que el dinero, el dinero se
estaba convirtiendo en la preocupación del pueblo, en su motivación fundamental.
Él, que tanto nos advirtió en contra de eso, se hubiera sentido
consternado.13
Los enemigos fascistas de Gramsci querían no solamente “impedir
que su cerebro funcionase durante unos veinte años”, sino
evitar que ejerciera alguna influencia en la historia. Como sabemos,
fracasaron en ambos sentidos. Al igual que en el caso del Che Guevara,
sus verdugos —para la época el régimen boliviano, cliente
del imperialismo norteamericano— intentaron condenarlo al olvido,
tratando de hacer desaparecer para siempre incluso sus restos
mortales. Hasta en eso fracasaron miserablemente. La influencia
del Che Guevara está viva hoy día no solamente en Cuba sino por
todas partes en América Latina —como lo hemos visto testificado
por uno de los movimientos sociales más importantes de nuestro
tiempo, el Movimento dos Sem Terra del Brasil— y aun más allá,
despertando aspiración y solidaridad tanto en las generaciones más
viejas como en innumerable gente joven a todo lo ancho del mundo.
Examinando las décadas más recientes de los desarrollos globales,
el cambio en la relación de fuerzas predominante parecería favorecer
indudablemente al capital. Ello se debe en gran medida no
solo a la ignominiosa capitulación de Gorbachov y sus seguidores
en la Unión Soviética, después de su seguimiento de la estrategia
totalmente infundada de “reestructurar” el socialismo mediante
la adopción del “glasnost” y la “perestroika” (que resultaron ser
la promoción activa de la restauración capitalista, seguida de un
13 Fidel Castro, “20th Anniversary of the Che’s Death” (8 de octubre de
1987), en Che: A Memoir by Fidel Castro, ibíd., pp. 194-195.
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derrumbe parecido en la Europa del Este), sino además a una transformación
entreguista similar en los partidos comunistas más grandes
de Europa Occidental, notoriamente el francés y el italiano. Así,
para tomar solamente este último caso precisamente porque alguna
vez fue el partido socialista en el que militó Gramsci, las estrategias
proclamadas en alta voz —pero de nuevo totalmente infundadas—
del “camino italiano al socialismo” y “el gran acomodamiento histórico”
prometían garantizar una futura transformación socialista
internacional, en la realidad resultaron ser la capitulación incondicional
ante las fuerzas imperialistas del capital internacional, dominadas
por los Estados Unidos, bajo la bandera partidista de los
llamados “Demócratas de Izquierda”.
Pero cuando vemos lo que ha sido logrado en la realidad, el cuadro
luce muy diferente. Y en modo alguno resulta sorprendente
porque sobre la base de la capitulación no se pueden construir
resultados perdurables. Como ampliamente lo demuestran los
anales de la historia social, política y militar, la capitulación no
puede ser nunca la base de un desarrollo histórico sustentable.
Ella solo puede proporcionar una ganancia unilateral y el correspondiente
respiro temporal hasta que la próxima ronda de antagonismos
irrumpa en el escenario histórico, en escala creciente y por
lo general imponiéndose con intensidad cada vez mayor. Alguna
vez se pudo sostener racionalmente que —como lo formuló el general
von Clausewitz— la guerra era “la continuación de la política
por otros medios”. Pero el otro lado de la misma ecuación —que
concierne a la ineluctable reciprocidad de la política y la guerra—
jamás fue captada en toda su dimensión en el pasado, porque sus
trágicas implicaciones para la destrucción total de la humanidad no
eran claramente visibles. A saber: que la política (basada en los
antagonismos) era el heraldo de la guerra necesaria porque —en
vista del carácter de no resueltos de los propios antagonismos— tenía
que terminar en la capitulación de uno de los bandos y en la
definitiva inestabilidad explosiva del respiro obtenido.
Tan solo una racionalidad sustantivamente fundamentada
—en contraste con los “acomodamientos” efímeros logrados en
nombre de cualesquiera “actos equilibradores” impuestos por la
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violencia o tácticamente racionalizados— podría mostrar una salida
de este círculo vicioso, a través de la remoción permanente de
todas las formas de adversariedad antagónica. El gran desafío
y la gran carga de nuestro tiempo histórico es que la adversariedad
antagónica debe ser remitida al pasado de manera permanente,
en aras de dejar atrás también para siempre el ineluctable —y en
nuestra época ineludiblemente fatal— círculo vicioso de la guerra
y la política que hemos conocido hasta el presente. Esto significa
refundar radicalmente la política sobre la base de una racionalidad
sustantiva e históricamente sustentable, a fin de ser capaces de
manejar conscientemente todos los asuntos humanos en la requerida
escala global. Es por eso que la institución viable del socialismo
en el disyuntivo siglo XXI apareció en la agenda histórica con
gran urgencia, imponiendo la necesidad de confrontar las fallas del
pasado “con implacable escrupulosidad” y explorar todas las vías
de cooperación positiva, sobre la única base factible de la igualdad
sustantiva.
El derrumbe del sistema de tipo soviético no ha resuelto nada de
manera perdurable, ni ciertamente tampoco lo ha hecho el colapso
de algunos de los más grandes partidos comunistas del pasado a
todo lo largo del mundo. La tentación para que el trabajo siga el camino
de menor resistencia favoreciendo el orden establecido del
capital, indudablemente ha jugado, y continúa jugando, un importante
papel en estos desarrollos. Es así porque el establecimiento del
orden reproductivo socialista, como alternativa viable al existente,
constituye una empresa histórica colosal. Pero seguir el camino más
fácil no va a asegurar el futuro del capital. Porque ese camino es incapaz
de producir algo que no sea retribuciones cada vez menores
para el trabajo, bajo las presentes circunstancias de nuestra crisis
histórica cada vez más profunda, y en última instancia no le producirá
ninguna retribución, por cuanto el orden reproductivo del
capital está destinado a salirse de control.
En lo que atañe a los presuntos éxitos del propio capital en su
fase histórica de crisis estructural, en realidad vemos a sus países
dominantes involucrados en guerras genocidas mientras predican
cínicamente la democracia y la libertad. En verdad, lo que estamos
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presenciando en el Medio Oriente y en todas partes son conflagraciones
a una escala cada vez más destructiva, en lugar de soluciones
perdurables a los graves problemas internos e internacionales del
orden de control del metablismo social del capital.
Muchos de los logros definitivamente autodestructivos del imperialismo
fueron construidos en el pasado sobre la base del genocidio
en Norteamérica y Latinoamérica. Hoy la situación es aún más grave
porque el imperialismo hegemónico global está conduciendo a la
humanidad hacia su exterminación. Tiene que haber otro camino.
Los ejemplos de firmeza revolucionaria de Gramsci, Attila József y
el Che Guevara nos muestran ese camino.
Rochester, 1º de enero de 2007.
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Presentación14
Karl Marx escribió alguna vez que “la teoría (…) se convierte en
una fuerza material en cuanto se apodera de las masas”.15 Para que
tal cosa suceda, explica Mészáros en su nuevo libro, la teoría debe
enfrentar El desafío y la carga del tiempo histórico, captando las
exigencias humanas de un momento en particular al mismo tiempo
que se aferra al “carácter radicalmente ilimitado de la historia”.
Hoy las concepciones teóricas de Mészáros se convierten cada
vez más en una fuerza material, al apoderarse de las masas por medio
de innumerables actores histórico-mundiales en el contexto de
la Revolución bolivariana de la América Latina. Así, un artículo del
The New York Times del 24 de enero de 2007 se refería a la conocida
“admiración” del presidente venezolano, Hugo Chávez, “por
István Mészáros, un estudioso marxista húngaro relativamente oscuro
que argumenta que sí existe una alternativa al capitalismo en
su libro de mil páginas, Más allá del capital”.
Sin embargo, Mészáros está lejos de ser un pensador “relativamente
oscuro”. Nacido en 1930, ingresó en la Universidad de Budapest
en 1949, donde luego se convirtió en el asistente del grandioso
filósofo marxista del siglo XX, Georg Lukács. Abandonó Hungría
tras la invasión soviética en 1956 y, finalmente, asumió una cátedra
de profesor de filosofía en la Universidad de Sussex. Escribió incontables
obras filosóficas, político-económicas y culturales, entre
las que se encuentran libros sobre Marx, Lukács y Sartre. Su La
14 ¨ Tomado de la edición en portugués: O desafío e o fardo do tempo histórico:
O socialismo no século XXI, Boitempo Editorial, Sao Paulo, 2007.
15 Karl Marx y Friedrich Engels, Collected Works, vol. 3, International
Publishers, Nueva York, 1975, p. 182.
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teoría de la alienación en Marx, de 1970, ganó el prestigioso premio
Memorial Isaac Deutscher.
Fue en su conferencia en memoria de Isaac Deutscher, titulada
“La necesidad del control social”, y en su prefacio de 1971 a la tercera
edición de La teoría de la alienación en Marx donde Mészáros
planteó por primera vez la cuestión de la “crisis estructural
global del capital”.16 Reconociendo la enormidad de los cambios
que ocurrieron tanto en el interior del capitalismo como en el sistema
poscapitalista soviético, acabó por dejar a un lado las grandes
obras filosóficas que había venido escribiendo por muchos años (en
forma de dos libros manuscritos inconclusos, La determinación
social del método y La dialéctica de la estructura y la historia)
para concentrarse en los asuntos más urgentes. El resultado fue un
conjunto de tres obras cruciales: El poder de la ideología (1989),
Más allá del capital (1995) y El desafío y la carga del tiempo
histórico.
El monumental Más allá del capital representó un viraje en el
desarrollo del pensamiento marxista, un cambio radical de la perspectiva
y un regreso a la comprensión del potencial revolucionario
del marxismo clásico. Obra de enorme alcance filosófico, político y
económico, su título refleja un triple objetivo: desarrollar una visión
que fuese más allá del sistema del capital, más allá de El capital de
Marx y más allá del proyecto marxista tal y como fue concebido
bajo las condiciones históricas de los siglos XIX y XX.
En esa obra se destacan innumerables innovaciones teóricas
importantes: (1) un énfasis en el sistema del capital, es decir
el dominio del capital arraigado en la explotación de la fuerza del
trabajo, distinto del orden institucional históricamente específico
del capitalismo asociado con la propiedad privada de los medios
16 István Mészáros, The Necessity of Social Control, Merlin, Londres,
1971. Incluido posteriormente como apéndice en Más allá del capital, Vadell
Editores, Valencia-Caracas, 2001. Ver también, de Mészáros, Marx’s
Theory of Alienation, Merlin, Londres, 1970.
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de producción;17 (2) el tratamiento del sistema del capital como un
orden de “control metabólico social” en particular, que penetra todos
los aspectos de la sociedad; (3) un análisis de la “activación de
los límites absolutos del capital”, (4) una crítica de la sociedad poscapitalista,
particularmente del sistema soviético, como un orden
que fracasó en su tentativa de erradicar el sistema del capital en su
totalidad; y (5) una consideración de las condiciones históricas para
la plena erradicación del capital, que implica un orden de control
metabólico social alternativo arraigado en la “igualdad sustantiva”.
Daniel Singer sintetiza así las implicaciones revolucionarias de la
argumentación de Mészáros: “Lo que es preciso abolir no es nada
más la sociedad capitalista clásica, sino el dominio del capital como
tal. En efecto, el ejemplo soviético demuestra que no basta con ‘expropiar
a los expropiadores’: hay que extirpar de raíz la dominación
del trabajo sobre la cual descansa el dominio del capital”.18 Utilizando
una metáfora extraída de la vida de Goethe, Mészáros argumentó
en Más allá del capital que cada piso del edificio que constituye
el hogar de la humanidad debe ser reconstruido desde los cimientos
—de modo que al final surja una estructura integralmente nueva—
mientras a pesar de ello continuará estando habitado por los seres
humanos. 19
Más allá del capital colaboró en la ampliación del alcance de
la crítica marxista al incluir sólidas nociones de la emancipación
17 Para Mészáros es esencial reconocer que Marx dirigió su crítica contra
el capital como una relación social o un sistema de control metabólico social
omniabarcante, y no simplemente contra el capitalismo como orden institucional
específico (un modo de producción). En ese sentido, en su visión,
es lamentable que en la primera traducción inglesa de El capital, bajo la
supervisión de Engels, se haya traducido el subtítulo del Volumen I como
“Un análisis crítico de la producción capitalista” en lugar de lo correcto,
“El proceso de producción del capital”. Ver István Mészáros, Más allá del
capital, op. cit., p. 1052.
18 Daniel Singer, “After Alienation”, en The Nation, 10 de junio de 1996.
19 István Mészáros, Más allá del capital, op. cit. pp. 485, 566.
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humana de índole ecológica y con base en los seres humanos, como
componentes integrantes de la superación del dominio del capital,
sin los cuales las condiciones necesarias de la igualdad sustantiva y
del genuino desarrollo sustentable no podrían ser alcanzadas. Más
que en cualquiera de sus otras obras, destacó la incontrolabilidad
y el desperdicio del capital. Todo el dominio del capital, argumenta
Mézáros, se aproxima a sus límites absolutos como resultado de
su creciente incapacidad de eliminar sus contradicciones internas,
creando así una crisis estructural global del capital.
En lugar de aceptar la consigna de Margaret Thatcher de que no
hay alternativa, Más allá del capital insistía en que la única alternativa
viable exigía una transferencia total del control de las manos
del capital a las manos de los “productores asociados”. El sueño socialdemócrata
de un sistema “híbrido” (una reconciliación del capitalismo
con el bienestar social) tiene que ser descartado por su
carácter ilusorio. Incapaz de tocar con sus reformas el metabolismo
interno del sistema del capital, en todas partes la socialdemocracia
degeneraba en neoliberalismo o craso capitalismo.
La naturaleza penetrante del análisis expuesta en Más allá del
capital se puede observar en el reconocimiento de Mészáros de que
ya en 1995, Hugo Chávez trazaba en Venezuela el camino alternativo
necesario cuando afirmaba: “El pueblo soberano debe convertirse
en el objeto y sujeto del poder. Esa opción no es negociable para
los revolucionarios”.20 Más tarde, Chávez, ya como presidente de
Venezuela, se volcaría directamente al análisis de Más allá del capital,
incorporando a su propia perspectiva la insistencia en la necesidad
del intercambio comunal de las actividades en oposición al
trueque de mercancías capitalista. Así, Chávez siguió a Mészáros al
designar al intercambio comunal como “el punto de Arquímedes”
20 Hugo Chávez, citado en István Mészáros, Más allá del capital, op. cit.,
p. 818. Ver también István Mészáros, “Bolívar and Chávez: The Spirit of
Radical Determination”, Monthly Review, julio-agosto de 2007, Vol.59,
Nº. 3, pp. 55-84.
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de la transformación social revolucionaria.21 Con el intercambio
directo entre las naciones en la Alternativa Bolivariana para las
Américas (ALBA), el surgimiento de los consejos comunales de
Venezuela, las nuevas Asambleas Constituyentes en Venezuela y en
Bolivia volcadas a la disolución de la hegemonía política del capital
trasnacional y a la propagación de las cooperativas de trabajo en la
revolución latinoamericana en proceso, la dominación casi absoluta
del trueque de mercancías capitalista va siendo debilitada.
El desafío y la carga del tiempo histórico no tiene la intención
de sustituir a Más allá del capital como la clave indispensable de
la crítica de Mészáros al capital. Antes bien, los dos libros se sobreponen
y se complementan de innumerables maneras. El desafío y
la carga del tiempo histórico tiene la ventaja de ser más corto y
accesible. En ese sentido, el nuevo libro de Mészáros debe ser leído
como una larga introducción o un extenso postscriptum a Más
allá del capital. Pero es también mucho más que eso. Si el énfasis
de Más allá del capital recae sobre la crisis estructural global del
capital y el camino que necesita atravesar la transición socialista,
El desafío y la carga del tiempo histórico enfoca el propio tiempo
histórico. Aborda las formas de temporalidad necesarias y el carácter
radicalmente ilimitado de la historia. Este último constituye un
tema central de La teoría de la alienación en Marx, en el que él
lo elige como una característica definidora de la visión de mundo
revolucionaria de Marx.
Lo que Mészáros denomina la “decapitación del tiempo” opera
en todos los planos del sistema del capital. Todos los grandes pensadores
burgueses —como Locke, Smith, Kant y Hegel— apuntaron
de diversas maneras al “fin de la historia” identificado con el
surgimiento del capitalismo. Hoy día percibimos la misma ideología
del fin de la historia en las concepciones dominantes de la
21 Michael Liebowitz, Build it Now: Socialism for the Twenty-First
Century, Monthly Review Press, Nueva York, 2006, pp. 107-108. Construyámoslo
ahora: socialismo para el siglo XXI, Centro Internacional
Miranda, Caracas, 2006, p. 105.
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globalización, en las ideas de modernismo/posmodernismo, en el
incesante mantra neoliberal de que no hay alternativa y en la afirmación
de Francis Fukuyama según la cual la caída de la Unión
Soviética confirmó la antigua visión hegeliana del fin de la historia.
Ese ilusorio punto final del futuro tiene la intención de racionalizar
como ineludible lo que Einstein criticó en su artículo de 1949,
“¿Por qué socialismo?” como “la mutilación de los individuos”, que
él consideraba “el peor mal del capitalismo” y la razón por la cual
la procura histórica del socialismo era esencial.22 El libre control
humano del tiempo disponible y minimizado bajo la contabilidad
del tiempo del sistema del capital, que procura reducir la vida a un
conjunto de decisiones instantáneas sin límite empeñadas en la
ampliación de la productividad y las ganancias en beneficio de la
red de intereses establecidos. Bajo esas condiciones, como observó
Marx “el tiempo lo es todo, [en tanto que] el hombre no es nada; él
es, cuando más, un despojo del tiempo”23. La existencia vivida de
los seres humanos individuales está subordinada a una entidad abstracta:
el acrecentamiento del valor absoluto.
Así, la “contabilidad truncada del tiempo” del capital tiene sus
raíces en el acrecentamiento a la enésima potencia de la estricta división
del trabajo, con exclusión de cualquier otra consideración. El
sistema del capital contempla las terribles pérdidas humanas, sociales
y ecológicas impuestas por su miope procura de la velocidad y la
cantidad, como meros “efectos colaterales”. Por el contrario, como
Simón Rodríguez —el gran profesor socialista utópico de Simón
Bolívar, el Libertador de América Latina— escribió en 1847: “La
división del trabajo en la producción de bienes sirve apenas para
brutalizar a la fuerza de trabajo. Si para producir tijeras de uñas que
sean excelentes y baratas, tenemos que reducir a los trabajadores a
máquinas, mucho mejor sería si cortásemos nuestras uñas con los
22 Albert Einstein, “Why Socialism?”, Monthly Review, Vol. 1, Nº. 1,
mayo de 1949, p. 14.
23 Karl Marx y Friedrich Engels, Collected Works, op.cit., Vol. 6, p.127.
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dientes”.24 Para Mészáros, un énfasis genuino en el autodesarrollo
de los seres humanos permitiría que la jornada de trabajo normal se
redujese a veinte horas por semana o menos, al mismo tiempo que
crearía las condiciones para las relaciones sociales igualitarias.
El desafío y la carga del tiempo histórico insiste en que el sistema
del capital es incapaz de elevarse por sobre la perspectiva del
“corto plazo”. Esa visión se vincula con un triple conjunto de contradicciones:
(1) su “incontrolabilidad” innata, derivada de la naturaleza
antagonística de su modo de control metabólico social; (2)
su incesante dialéctica de competencia y monopolio; (3) su incapacidad
de integrarse políticamente en el plano global, a pesar de sus
tendencias económicas globalizadoras. Por consiguiente, el sistema
del capital manifiesta una profunda aversión a la planificación.
El resultado es un máximo de despilfarro y destrucción, reforzados
por la degradación incesante del trabajo humano, una tasa de
utilización decreciente, parasitismo financiero acentuado, amenaza
creciente de aniquilación nuclear, aumento de la barbarie25 y aceleración
de la catástrofe económica planetaria. El 19 de octubre de
1999 Mészáros dictó en Atenas una conferencia pública intitulada
“Socialismo o barbarie” que más tarde fue ampliada y transformada
en un pequeño libro homónimo, publicado en Grecia y en Italia
en 2000 y traducido al inglés a comienzos de 2001 (texto que fue
24 Rodríguez citado en Richard Gott, In the Shadow of the Liberador,
Verso, Londres, 2000, p. 116.
25 De acuerdo con el pensamiento socialista inicial, la barbarie no es superada
plenamente bajo la “civilización” capitalista, sino por el contrario es
llevada adelante y mejorada, y está asociada particularmente a las formas
más extremas de explotación y privación de los derechos humanos por medio
de la esclavitud, el trabajo forzado, la brutal subordinación de la mujer,
las prisiones arbitrarias, las guerras imperiales, el “exterminio de las naciones
nativas” y la destrucción ambiental. Es a la barbarie en ese sentido la
que, según Mészáros, el sistema del capital está trayendo de vuelta en una
escala cada vez mayor. Ver John Bellamy y Brett Clark, “Empire of Barbarism”,
en Monthly Review, Vol. 56, Nº 7, diciembre de 2004, pp. 1-15.
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incluido como Capítulo 4 en este libro). Argumentaba allí, mucho
antes de los acontecimientos del 11 de setiembre de 2001, que el
mundo había entrado en “la fase potencialmente más letal del imperialismo”.
Efectivamente, los Estados Unidos están hoy en guerra
con el planeta entero, en una inútil tentativa de convertirse en el
Estado del sistema capitalista, aun a riesgo de la aniquilación de la
propia humanidad.26
El modo alternativo de control metabólico social proporcionado
por el socialismo en su forma más revolucionaria-igualitaria,
explica Mészáros en El desafío y la carga del tiempo histórico,
requiere de una contabilidad del tiempo enteramente diferente. El
desarrollo sustentable fundamentado en una “economía nacional”
resulta imposible fuera de una sociedad de igualdad sustantiva.
Es necesario un sistema en el que los “productores asociados” se
conviertan en el sujeto y el objeto de la sociedad, en sincronía con
el principio formulado con gran elocuencia por Bolívar de que la
igualdad es “la ley de las leyes”.27 Tal cosa solo se alcanza mediante
una planificación social abarcante —no prescrita por un mandato
que parte de lo alto, sino surgida de las necesidades colectivas y
de la participación democrática más generalizada.28 El objetivo sería
una contabilidad del tiempo radicalmente alterada, volcada al
desarrollo humano cualitativo que trasciende la disyuntiva actual
entre necesidad y productividad. Una revolución que se moviese en
26 Las observaciones de Mészáros acerca de ese aspecto resultan aun más
notorias si se les compara con los vacíos alegatos sobre el fin del imperialismo
que constituyen el fundamento de Empire, el tan aclamado libro de
Michael Hardt y Antonio Negri. Ver John Bellamy Foster, “Imperialism and
‘Empire’” en Monthly Review, Vol. 53, Nº 7, diciembre de 2001, pp. 1-9.
27 Simón Bolívar, “Message to the Congress of Bolivia, May 25, 1826”, en
Selected Works, The Colonial Press, Nueva York, 1951, Vol. 2, p. 603.
28 Mészáros se basa aquí en Harry Magdoff y Fred Magdoff, “Approaching
Socialism”, en Monthly Review, Vol. 57, Nº 3, julio-agosto de 2005, pp.
19-61.
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forma decisiva en esa dirección se convertiría en “históricamente
irreversible”.
No es sorprendente que Mészáros, quien cuando muy joven recibió
inspiración de la poesía de su compatriota húngaro Attila József,
lo cite con frecuencia en su obra y le dedique en parte este nuevo
libro suyo. Fue József, observa él, quien escribió:
Tras los sacerdotes, los soldados
y los burgueses
al fin nos hemos vuelto fieles
oidores de las leyes29
Es eso lo que representa el desafío y la carga del tiempo histórico:
el surgimiento de una nueva fuerza material a medida que la teoría
se apodera de las masas, que “al fin [se vuelven] fieles oidores de las
leyes”.
John Bellamy Foster
29 “On the Edge of the City”, en Attila József, The Iron-Blue Vault,
Bloodaxe Books, Newcastle upon Tyne, 1999, p. 100. Trad. al castellano de
Fayad Jamís.
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Capítulo 1:
La tiranía del imperativo del tiempo del capital
1.1. El tiempo de los individuos y el tiempo de la
humanidad
Ningún individuo, y ninguna forma concebible de sociedad en
la actualidad o en el futuro, puede evadir las determinaciones objetivas
y la correspondiente carga del tiempo histórico, junto con
la responsabilidad que obligatoriamente nace de ellas. En términos
generales, quizás la mayor denuncia en contra de nuestro orden social
establecido sea la de que degrada la inevitable carga del tiempo
histórico significativo —el tiempo de vida tanto de los individuos
como de la humanidad— a tiranía del imperativo del tiempo cosificado
del capital, sin que importen las consecuencias.
El modo de reproducción metabólica social que históricamente
es el único que puede tener el capital tiene que degradar el tiempo,
porque la determinación objetiva más fundamental de su propia
forma de intercambio humano es la tendencia irreprimible a la
autoexpansión continua, definida por las características intrínsecas
de ese modo de intercambio social como la necesaria expansión
del capital, alcanzable en la sociedad mercantil solamente a través
de la explotación del tiempo del trabajo. Así, el capital tiene que ser
ciego ante cualquier dimensión del tiempo que no sea la del plustrabajo
y el correspondiente tiempo del trabajo explotables al máximo.
Por eso, el capital tiene que borrar de sus ecuaciones todo posible
valor y significado que surjan potencialmente de las relaciones
creadas históricamente y no vinculadas de manera directa con el
imperativo sistémico de la acumulación del capital. Da igual que
el significado y los valores potenciales involucrados tengan que ver
con las relaciones personales de los individuos entre sí como individuos
por separado, o con los grupos sociales de los cuales forman
parte los individuos en particular, o ciertamente con la humanidad
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en general, siempre y cuando esa relación pueda y deba ser sometida
bajo circunstancias históricas determinadas, como sucede con
nuestro tiempo histórico actual. En este sistema de reproducción, el
significado y los valores adquieren interés legítimo solo si resultan
fácilmente reducibles a los “vínculos monetarios” (en lo que respecta
a los individuos aislados) capitalistamente idealizado, o al imperativo
de la rentabilidad en general, cuando lo que está en juego
es la relación de clases de dominación y explotación estructurales
que garantiza la acumulación en el orden social establecido.
Naturalmente, en este contexto nos interesa el tiempo histórico
humano y no algunas consideraciones “metafísicas” o “cosmológicas”
del tiempo. Para nosotros las relaciones temporales vinculadas
con la cuestión de la “contingencia cosmológica” —por ejemplo,
respecto a la posibilidad de que en sistemas solares distantes existan
otros planetas similares a la Tierra que pudiesen ser capaces
de sostener formas de vida avanzadas: una parte bien conocida de
cierta investigación astrofísica en marcha hoy día— resultan totalmente
irrelevantes. Pero centrarnos en el tiempo histórico humano
no significa que en nuestra valoración de las relaciones temporales
significativas sea aceptable cualquier forma de relativismo. Por el
contrario, la cuestión de la necesidad histórica constituye un aspecto
vital aquí, aunque haya que evaluarla de una manera cualitativamente
diferente a la de quienes que, con intención ideológica hostil,
tratan de atribuirle una burda visión determinista mecánica a la
concepción del tiempo histórico marxiana, profundamente dialéctica.
Porque el significado nuclear de la necesidad histórica humana
es precisamente que ella resulta ser tan solo histórica, lo que implica
que es en última instancia “una necesidad que desaparece”
(“eine verschwindende Notwendigkeit”, en palabras de Marx30),
y no habría que tratarla sobre el modelo de las determinaciones
naturales.
30 En la teoría socialista esto significa que uno puede describir los aspectos
negados del desarrollo social como históricos, en el sentido significativo
que prevé su supresión práctica.
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Como veremos en el capítulo 9, con la llegada de la historia humana
al orden natural hace su entrada en escena una dimensión del
tiempo radicalmente nueva. A partir de ese momento aparece en el
horizonte la cuestión del significado, si bien va a ser necesario un
desarrollo histórico muy largo para que los objetivos emancipadores
implícitos en él puedan ser convertidos en realidad y procurados
a conciencia por el pueblo como proyectos humanos articulados
históricamente. El significado en cuestión es el tiempo de vida de
los individuos, potencialmente significativo, surgido en estrecha
vinculación con el desarrollo productivo de la humanidad, que libera
progresivamente a los individuos de las brutales restricciones de
su anterior existencia “día a día”, y establece para ellos el poder de
hacer escogencias genuinas.
La potencialidad de una vida significativa para los individuos sociales
surge porque la humanidad en desarrollo histórico —y automediadora
gracias a su actividad productiva— resulta ser una parte
muy específica del orden natural. En consecuencia, los seres humanos
no constituyen un género como los animales, sino un cuerpo
social complejo hecho de una multiplicidad de individuos reales.
Sin duda los seres humanos, como los animales, poseen un tiempo
de vida limitado. Pero —muy a diferencia de los “individuos genéricos”
animales— son capaces también de establecerse a conciencia
objetivos específicos que procurar, tanto en ocasiones específicas,
en contextos limitados, como igualmente con cierto tipo de coherencia
interconectada/general, que cubren una parte más o menos
extensa de su tiempo de vida y le confieren significación.
Más aún, cabe destacar aquí que el cuerpo social más abarcador
al que pertenecen los individuos es la humanidad en desarrollo
histórico, con su tiempo de vida incomparablemente más extenso
que el de los individuos en particular. En ese sentido el tiempo
histórico de la humanidad sobrepasa el tiempo de los individuos
—trayendo consigo una dimensión más fundamental del tiempo—
pero en sentido dialéctico a la vez sigue siendo inseparable de este.
En consecuencia, solo a través de una relación muy estrecha entre
los individuos y la humanidad es posible establecer un sistema
de valores apropiado, y más tarde desarrollarlo —ampliándolo e
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intensificándolo— en el transcurso de la historia. Porque la humanidad
no actúa por cuenta propia, sino mediante la intervención de los
individuos en particular en el proceso histórico, inseparablemente
de los grupos sociales a los cuales pertenecen los individuos como
sujetos sociales.
Es la relación objetivamente existente entre la humanidad y los
individuos lo que hace posible que se planteen y se practiquen valores
mucho más allá del horizonte inmediato restrictivo de los
propios individuos en particular. No nada más en el sentido de que
la creciente cantidad de tiempo libre puesto a disposición de los
individuos por la humanidad en desarrollo productivo —incluso
tan solo para que perduren las sociedades clasistas de la manera
más inicua— constituye la condición necesaria para sus escogencias
alternativas (y los valores asociados) en expansión, en abierto
contraste con su existencia “día a día” en el pasado más remoto. Lo
que resulta directamente relevante aquí es que la diferencia objetiva
entre el tiempo de los individuos y el tiempo de la humanidad
constituye el basamento objetivo del valor y el contravalor. Porque
las potencialidades de la humanidad nunca son idénticas a
las de los individuos, siempre mucho más restringidos. De lo que
podemos hablar realmente en cuanto a esa relación es de un intercambio
recíprocamente enriquecedor entre la humanidad y los individuos
mediante el cual las potencialidades reales de ambos se
pueden desarrollar a plenitud sobre una base permanente. Porque
los individuos pueden adoptar como aspiraciones propias los valores
que señalan en dirección a la realización de las potencialidades
positivas de la humanidad, y gracias a ello desarrollarse también
positivamente; o, al contrario, pueden hacer escogencias actuando
en contra de las potencialidades positivas de la humanidad y los logros
alcanzados históricamente. En este caso se convierten, claro
está, en los portadores más o menos conscientes del contravalor,
si bien sus acciones resulten en realidad entendibles sobre la base
de las determinaciones clasistas retrógradas, más que motivaciones
puramente personales, como frecuentemente se las describe en la
filosofía abstracta y en el discurso moral religioso.
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Sin duda, las potencialidades positivas de la humanidad solo se
pueden desarrollar a través de las actividades de los individuos en
su inseparabilidad de los grupos sociales a los que pertenecen. Pero
la postulación del valor, basada en la relación objetiva entre las escalas
de tiempo de los individuos en particular y de la humanidad,
radicalmente distintas, constituye una parte esencial de ese proceso
de progresión histórica. En ese sentido la afirmación y negación
del valor es, y lo seguirá siendo siempre, un órgano vital del autodesarrollo
de la humanidad.
Comprensiblemente, los complejos problemas involucrados en
esas relaciones —y en primer lugar el hecho insuperable mismo de
que el tiempo histórico de la humanidad sobrepasa el tiempo de los
individuos— se ven reflejados durante largo tiempo en la conciencia
social como un trascendentalismo religioso, y asumen al mismo
tiempo la forma de prescripciones morales articuladas religiosamente.
La verdadera conciencia de que la determinación subyacente
vital es la relación objetiva entre la humanidad y los individuos en
particular aparece muy tarde en la historia.
En forma filosófica y literaria muy general surge en la segunda
mitad del siglo XVIII (por ejemplo con Kant y Goethe), y en una
variante mucho más ampliamente difundida, dirigida a la conciencia
cotidiana en forma no religiosa, tan tarde como en el siglo XX.
Ciertamente, para el momento en que la conciencia de la existencia
real de la humanidad es puesta claramente en el primer plano de la
atención en el siglo XX, se le asocia cada vez más con la conciencia
de que lo que se está describiendo con creciente preocupación no
es simplemente la situación casual de la humanidad, sino el destino
de una humanidad en grave peligro. En otras palabras, lo que
aparece en el horizonte son las amenazas cada vez más tangibles
que afectan la supervivencia misma de la humanidad, debidas a los
desarrollos sociales y económicos en marcha —y crecientemente
peligrosos— inseparables de la imposición de la forma más extremada
de contravalor. Así, el papel de la moralidad, en su capacidad
de luchar por la realización de las potencialidades positivas
de la humanidad y contra las fuerzas del contravalor atrincheradas
estructuralmente, e inherentes a la crisis estructural del capital que
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se profundiza, nunca ha sido tan grande como lo es hoy día. Solo los
tipos de filosofía (y de política asociada con ellos) más dogmáticos
pueden ignorarlo o negarlo explícitamente.
Cuando el propio Kant describió la relación entre los individuos y
la humanidad, identificó con profunda percepción un aspecto sumamente
importante del desarrollo en la significación de la actividad
productiva humana misma, subrayando que el progreso histórico
resulta estar tan determinado que todo “debería ser logrado gracias
al trabajo . (…) como si fuese el propósito de la naturaleza que el
hombre lo debiese todo a sí mismo”.31 Sin embargo, al mismo tiempo
adoptó por completo el punto de vista de la economía política
—que se corresponde con la perspectiva del capital— en su versión
propuesta por el idealizado “espíritu comercial” de Adam Smith.
En consecuencia Kant tuvo que establecer una dicotomía insalvable
entre los individuos y la especie humana e insistir en más de una
ocasión que en su manera de ver las cosas “las facultades naturales
que apuntan al empleo de la razón se verán desarrolladas a plenitud
en la especie, no en el individuo”.32
Inevitablemente, esa conclusión dicotómica le impuso nuevos dilemas.
Porque tuvo que convenir en que en la administración racional
de la sociedad civil la conciliación entre el egoísmo y la justicia
representaba un problema insoluble. Como él lo expuso: “La tarea
implicada es, por consiguiente, sumamente difícil; en verdad, resulta
imposible una solución total. No es posible imaginar que salga
algo perfectamente recto de una madera tan retorcida como la de
que está hecho el hombre”.33 En cuanto a la caracterización que hace
Kant de los seres humanos, resultaba ser muy parecida a la de todos
los principales teóricos de la “sociedad civil”, que representaban al
31 Kant, “Idea for a Universal History with Cosmopolitan Intent”, en Carl
J. Friedrich (ed.), Immanuel Kant’s Moral and Political Writings, Random
House, Nueva York, 1949, p. 119.
32 Ibid., p. 118.
33 Ibid., p. 123.
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“antagonismo de los hombres en la sociedad” surgiendo directamente
de la naturaleza humana misma, y por consiguiente igualmente
insoluble. Para citar de nuevo a Kant: “Quiero dar a entender
por antagonismo la sociabilidad asocial de los hombres, es decir
la propensión de los hombres a entrar en una sociedad, pero esa
propensividad está vinculada con una constante resistencia mutua
que amenaza con disolver dicha sociedad. Esa propensividad es
aparentemente innata del hombre”.34 Así, los elementos luminosos
en el enfoque histórico de Kant se vieron oscurecidos por el imperativo
social del capital de dominar/subordinar a la “sociedad civil”
y el Estado en la que esta encaja, para terminar en la justificación
explícita nada iluminadora de la desigualdad sustantiva.35
En las variadas concepciones de “sociedad civil” el lugar de
los individuos sociales reales —junto con sus determinaciones de
clase y su definitiva inseparabilidad de la humanidad (que los sobrepasaba
solo en su particularidad estrictamente constreñida, sin
aventurarse en los dominios del trascendentalismo religioso)— fue
ocupado por la imagen de los individuos aislados y su “naturaleza
34 Ibid., p. 120.
35 En los propios términos de Kant: “La igualdad general de los hombres
como sujetos en un Estado coexiste con la mayor de las desigualdades en
cuanto al grado de las posesiones tenidas por ellos, trátese de que las posesiones
consistan en una superioridad corpórea o espiritual o si no en posesión
material. Por tanto la igualdad general de los hombres coexiste también
con una gran desigualdad de derechos específicos, de los cuales pueden
existir varios. De aquí que la prosperidad de un hombre pudiese depender
en gran medida de la voluntad de otro hombre, al igual que los pobres dependen
de los ricos, y aquel que sea dependiente debe obedecer al otro
como el niño obedece a sus padres, o la esposa al marido, o, de nuevo, así
como un hombre ejerce mando sobre otro y como un hombre sirve y otro le
paga, etc. Sin embargo, todos los sujetos son iguales entre sí ante la ley, que,
como pronunciamiento de la voluntad general, solo puede ser una. Esta ley
concierne a la forma y no a la materia del objeto respecto al cual yo puedo
poseer un derecho”. Kant, “Theory and Practice”, en Carl J. Friedrich (ed.),
Op.cit., pp. 415-416.
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humana” que les fue fijada y estaba determinada por el género.
Este tipo de conceptualización se hacía con la finalidad de proporcionarles
a los individuos la idoneidad para el papel de eternizar y
legitimar espúreamente las relaciones antagónicas/adversariales de
“sociabilidad asocial” establecidas. La consecuencia de esa manera
de describir el orden reproductivo del capital fue que incluso en las
mayores y más comprensivas de tales concepciones de “sociedad
civil”, como por ejemplo la filosofía de Kant, la base social para la
asignación de valores real tuvo que ser representada como el misterioso
“mundo inteligible” aparte del trascendentalismo ético.
Más aún, para el momento en que llegamos al siglo XX, ya no
fue posible seguir negando la estrecha relación entre los individuos
y la sociedad —el grado de dependencia directa entre ambos
para su supervivencia misma que ya no era posible seguir negando
—y cualquier intento de aferrarse a la concepción de la individualidad
aislada, en pro de la continuada apologética del capital, se
tornó totalmente insostenible. Y, no obstante, de parte de algunas
destacadas figuras intelectuales, como Max Weber, nos llegó una
concepción individualista a ultranza de las relaciones morales y
sociales, con una consideración irracionalista sumamente deplorable
de las arbitrarias decisiones éticas de los individuos aislados,
que glorificaba a sus inexplicables “demonios privados”,36 y por
36 Se supone que los valores en sí conciernen a los individuos tan solo
como meros individuos. Es así como lo expone Weber:
“En lo que atañe al individuo, una cosa es el Diablo y otra Dios, y el individuo
tiene que decidir cuál es, para él, Dios y cuál el Diablo. Y ello es así
para los efectos de todos los órdenes de la vida. … vayamos a nuestro trabajo
y satisfagamos la “exigencia del día”, tanto en el nivel humano como en
el profesional. Esa exigencia, sin embargo, será clara y simple si cada uno
de nosotros encuentra y obedece al demonio que sostiene las riendas de su
vida”.
Weber, Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehere, Tübingen, 1922,
pp. 545 y 555. Citado en Lukács, The Destruction of Reason, Merlin Press,
Londres, 1980, pp. 616 y 618.
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consiguiente socavaba todas las pretensiones de racionalidad de la
filosofía weberiana.
Suponer que la “sociabilidad asocial” sea la base para establecer
los valores determinada por la naturaleza no puede resultar
sino contraproducente. Porque en última instancia tiene que negar
la posibilidad de escogencias alternativas reales si ellas entran
en conflicto —como harán inevitablemente— con las determinaciones
destructivas del “eterno presente” adversarial/conflictual
prevaleciente. Es la hipótesis sin fundamento del “eterno presente”
del capital la que trae consigo la permanencia circularmente pretendida
de la “sociabilidad asocial”. Sin duda, la “sociabilidad” no
solamente puede ser “asocial” sino incluso muy destructivamente
antisocial, como bien sabemos. Sin embargo, la sociabilidad que
en realidad conocemos puede ser por igual profunda y responsablemente
social, asumiendo la forma de la cooperación genuina.
Todo depende de la orientación de la asignación de valores por parte
de los individuos sociales, que pueden ponerse del lado de las potencialidades
positivas de la humanidad, o de lo contrario alinearse
con los contravalores cada vez más peligrosos del capital —según
elijan de entre las alternativas reales a la mano— al enfrentar o evadir
el desafío y la carga de su tiempo histórico.
Si realmente queremos salir del círculo vicioso de la adversarialidad
autosustentada del capital, tenemos que cuestionar las premisas
prácticas prevalecientes del sistema y sus obligadas hipótesis. Una
mirada más de cerca a la estructura conceptual de las teorías de la
“sociedad civil” revelará que sus conclusiones —que predican la
imposibilidad de crear algo que sea recto a partir de lo que por naturaleza
es torcido— coinciden con sus hipótesis. Eso lo podemos
ver en el ejemplo de la filosofía de Kant ya citado, en la forma como
es presentada la hipótesis/conclusión de la fatal afinidad entre la naturaleza
humana y el árbol (que se supone torcido por su determinación
original). Ni de casualidad formula la supuesta relación entre
ambos de un modo que no sea la perentoria afirmación contenida en
la pretendida hipótesis conclusiva misma.
Para la solución de nuestros graves problemas de cara a la urgencia
de nuestro tiempo histórico resulta vital una ruptura radical con
53
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esas concepciones. En ese respecto el tiempo realmente establecido
de la historia de los siglos XX y XXI ha alcanzado tanto a los individuos
como a la especie. Sobre todo porque algunas poderosas
tecnologías productivas y el uso potencial que se les puede dar traen
consigo la necesidad de tomar decisiones extremadamente difíciles
y quizás hasta irreversiblemente peligrosas, que tienen que ver directamente
con la cuestión del tiempo.
Para tomar un ejemplo obvio, los requerimientos energéticos
esenciales de la actividad productiva humana han puesto en agenda
la posibilidad de emplear también centrales nucleares con ese
propósito en este mismo momento, por no hablar de la muy probable
multiplicación de esos requerimientos en un futuro más distante.
Pero incluso si pasamos por alto el inmenso peligro de la
proliferación de armas nucleares fácilmente accesibles en estrecha
conexión con la tecnología misma, la propia escala de tiempo
alucinante de los procesos productivos más importantes y sus inevitables
residuos —su tiempo de radiación potencialmente letal contabilizable
en muchos miles de años, es decir cubriendo el tiempo
de vida de incontables generaciones— luce absolutamente prohibitiva.
Existen, por supuesto, personas que en aras de un lucro que no
mira más allá de sus narices no dudan ni por un instante en jugar
con la escala temporal, peligrosamente a largo plazo, del tiempo de
la radiación nuclear. Otros, en cambio, rehuyen el problema mismo
rechazando sobre alguna base apriorística la posibilidad de la producción
de fuerza nuclear, incluso si la necesidad de ella se torna
abrumadora.
Sin embargo, la cuestión real concierne a la naturaleza del sistema
productivo mismo en el que hay que tomar las decisiones,
junto con la capacidad o incapacidad del sistema en cuestión para
dar con la apropiada escala de tiempo de las operaciones involucradas.
Como nos lo enseña toda nuestra experiencia histórica, el
sistema del capital, aun en su fase histórica marcada solamente por
las crisis coyunturales recurrentes, en contraste con su grave crisis
estructural en nuestro tiempo, se caracteriza por el cortoplacismo
a ultranza, que cubre apenas unos pocos años en su ciclo de
reproducción usual, y en modo alguno muchos miles de años con
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la requerida previsión confiable. Más aún, incluso esos pocos años
bajo los acostumbrados procesos de reproducción del capital son
cubiertos solamente de manera adversarial/conflictual y post festum,
a causa del imperativo sistémico de la acumulación de capital
y su ciclo de amortización asociado con ella. ¿Hasta qué punto puede
volverse más problemática esa relación con el tiempo histórico
bajo las condiciones de crisis estructural del sistema? Porque esa
crisis no puede sino agravar el asunto. En todo caso, dentro del marco
del control del metabolismo social del capital, bajo todas las circunstancias,
resulta totalmente inconcebible planificar para miles
de años por venir. Y sin una planificación plenamente consciente
y responsable sobre la escala de tiempo más abarcadora y a mayor
plazo, basada en la comprensión apropiada de la ineludible relación
en nuestro tiempo histórico entre las escogencias asignadoras de valor
de los individuos sociales y el destino de la humanidad, no puede
haber una solución viable para todos esos problemas.
La “sociabilidad asocial” constituye el trance histórico de los seres
humanos solo bajo determinadas circunstancias sociales y económicas,
y no su absoluta predestinación ontológica. Como seres
automediadores, y no como individuos del género, ellos no solamente
son los que padecen las condiciones antagonísticas de la
sociabilidad asocial, sino al mismo tiempo quienes las construyen.
Pero lo que es creado históricamente por los seres humanos —aunque
en sus orígenes bajo las condiciones de los antagonismos sociales
incrustados estructuralmente— puede ser también alterado
históricamente y en definitiva remitido al pasado. Mas la precondición
necesaria para el éxito en ese respecto es que los individuos
sociales se involucren en la tarea de superar los antagonismos en
cuestión mediante la institución de un orden social radicalmente diferente
e históricamente viable: la única manera concebible de suprimir
los antagonismos estructurales profundamente implantados.
Naturalmente, el tiempo histórico de los individuos no puede ser
nunca idéntico al tiempo de la humanidad. Pero de su diferencia no
se deriva que los dos deban constituir una relación antagónica, que
por ende les imponga la “condición inconsciente de la humanidad”
a los individuos en forma de ciegas determinaciones materiales,
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como fue la experiencia en el pasado histórico. Ni tampoco pasa
de ser un premio de consolación bien pobre avenirse con semejante
estado de cosas —mientras seguimos estando presos dentro del
marco de los antagonismos aparentemente inconciliables del mundo
actualmente existente— bajo el halo “del otro mundo” del trascendentalismo
religioso.
En verdad el tiempo histórico de los individuos no necesita estar
siempre en conflicto con las determinaciones objetivas del tiempo
histórico de la humanidad. Es posible también ponerlo en armonía
con el tiempo de la humanidad. Esto es lograble hoy día si los individuos
sociales adoptan conscientemente las alternativas positivas
que apuntan en dirección al futuro sustentable de la humanidad. La
especificidad y la urgencia de nuestro tiempo histórico es que no
solamente pueden sino que también deben hacerlo.
1.2. Los seres humanos reducidos a “despojo del tiempo”
Naturalmente, la relación entre los individuos y la humanidad depende
siempre de la manera como la necesaria interacción entre los
seres humanos y la naturaleza sea mediada bajo las circunstancias
establecidas por un conjunto de relaciones sociales determinado
históricamente. El problema grave, y en principio insuperable, para
el sistema del capital es que él les sobrepone a las inevitables mediaciones
de primer orden entre la humanidad y la naturaleza un
conjunto de mediaciones de segundo orden alienantes, creando
por lo tanto un círculo vicioso “eternizado” —así conceptualizado
incluso por los más grandes pensadores de la burguesía— del cual
no hay escape posible si se comparte la perspectiva del capital.
Para indicar muy brevemente37 la diferencia fundamental entre
las mediaciones de primer orden, siempre inevitables, y las de
segundo orden, capitalistamente específicas, debemos tener en
mente que ninguno de los requerimientos de mediación de primer
orden entre los seres humanos y la naturaleza prescribe las obvias
37 Es imposible entrar en detalles en este punto. El lector interesado puede
encontrar un estudio de ellos en el capítulo 4 de Más allá del capital.
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relaciones de clase de dominación y subordinación que son inseparables
de las mediaciones de segundo orden del capital, al contrario
de las tergiversaciones teóricas concebidas desde la interesada
perspectiva del capital que adoptaron incluso los más grandes economistas
políticos clásicos, como Adam Smith. Las mediaciones
primarias entre la humanidad y la naturaleza requeridas por la propia
vida social se pueden resumir como sigue:
1. la necesaria, y más o menos espontánea, regulación de la actividad
reproductiva biológica y el tamaño de la población sostenible,
en conjunción con los recursos disponibles.
2. la regulación del proceso del trabajo mediante el cual el necesario
intercambio de la comunidad establecida con la naturaleza
puede producir los bienes requeridos para la gratificación humana,
así como las herramientas de trabajo apropiadas, las empresas de
producción, y el conocimiento mediante el cual el propio proceso
de reproducción puede ser mantenido y mejorado;
3. el establecimiento de relaciones de intercambio adecuadas,
bajo las cuales las necesidades de los seres humanos, históricamente
cambiantes, puedan ser vinculadas a fin de optimizar los recursos
naturales y productivos a mano, incluidos los culturalmente
productivos;
4. la organización, coordinación y control de la multiplicidad
de actividades a través de las cuales se puedan asegurar y resguardar
los requerimientos materiales y culturales del exitoso proceso
de reproducción metabólica social de las comunidades humanas
progresivamente más complejas;
5. la asignación racional de los recursos materiales y humanos
disponibles, luchando contra la tiranía de la escasez mediante la
utilización económica (en el sentido de economizar) de los modos
y medios de reproducción de la sociedad establecida;
6. la promulgación y administración de las normas y regulaciones
de la sociedad establecida en su conjunto, en conexión con
las otras funciones y determinaciones de mediación primaria.
Las tergiversaciones teóricas ideológicamente más reveladoras
de los desarrollos históricos reales operan de manera tal que
se pretende que las mediaciones de segundo orden del capital
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—características de los procesos de reproducción actualmente dominantes—
sean las ontológicamente irremplazables mediaciones
de primer orden de la interacción metabólica social en sí misma.
De ese modo se les describe como las premisas prácticas vitales,
no solo para el orden social específico creado y cambiable históricamente,
sino para toda la vida social concebible en general.
Así, se presume que las premisas prácticas tendenciosamente
supuestas del modo de reproducción social capitalista ofrecen el
basamento firme para las conclusiones requeridas —como ya lo
vimos en la sección 1.1, en el caso de las “hipótesis/conclusiones”
de las que se derivan las “hipótesis concluyentes” postuladas—
que irreparablemente cierran el círculo sistémico del capital.
Inevitablemente, entonces, si queremos superar la constricción
paralizante del círculo vicioso del capital, constituida en forma de
las mediaciones de segundo orden del sistema, se hace necesario
oponernos en su totalidad a las premisas prácticas mismas que no
pueden ser convenientemente divididas en compartimientos con
ilusorios propósitos reformistas. El estruendoso fracaso histórico
de todos los intentos que apuntaban a la reforma del sistema
del capital —tanto de los que alguna vez tuvieron esa intención
genuina como los que desde el principio fueron empleados con
el propósito de la mistificación ideológica— halla su dolorosa
explicación en la circularidad negadora entre las mismas premisas
prácticas estructuralmente prejuzgadas y el modo de operación
absolutamente necesario del orden metabólico social del capital,
que en esas premisas prácticas ya se veía venir como un conjunto de
imperativos de reproducción.
Si comparamos las mediaciones de primer orden con las bien conocidas
determinaciones jerárquicas estructurales de las mediaciones
de segundo orden del capital, encontraremos que con el ascenso
del capitalismo todo se alteró de tal manera que quedó irreconocible.
Porque la totalidad de los requerimientos mediadores primarios
hubieron de ser modificados de modo tal que pudieran ajustarse
a las necesidades autoexpansionistas de un sistema de control de la
reproducción social fetichista y alienante, que tiene que subordinar
absolutamente todo al imperativo de la acumulación del capital. Por
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eso, para poner tan solo un ejemplo, el objetivo único de reducir los
“costos de producción” tanto materiales como de trabajo viviente en
el sistema del capital, sobre la base de la aplicación implacable de
la contabilidad del tiempo del capital, y la resultante lucha contra
la escasez, mostraron formidables logros en un plano. Sin embargo,
todo eso se hizo, contradictoriamente, nada más para anular por
completo los pretendidos logros en otro plano a través de la creación
de las “apetencias artificiales” más absurdas y las asociadas escaseces
cada vez mayores, al servicio de la reproducción sumamente
despilfarradora del modo de control metabólico social establecido.
Como resultado de esos desarrollos, el valor de uso correspondiente
a la necesidad puede adquirir el derecho a la existencia solo
si se amolda a los imperativos apriorísticos del intercambio de valores
en autoexpansión. Por consiguiente resulta doblemente irónico
que una de las principales filosofías de la época del capital se
considere a sí misma paladín del “utilitarismo” en un momento en
que toda preocupación genuina por el servicio no rentable se ve
implacablemente eliminada y reemplazada por la universal conversión
en mercancías de los objetos y de las relaciones humanas por
igual. Ese proceso se desenvuelve gracias a la marcha hacia delante
aparentemente irresistible del “espíritu comercial” idealizado cuyo
triunfo la misma filosofía aprueba de todo corazón.
La racionalización ideológica de esos desarrollos, en sintonía total
con las mediaciones de segundo orden y las premisas prácticas
del capital, asume la forma de la fusión de algunas líneas de demarcación
conceptuales socialmente muy importantes. La manera de
sumergir falazmente el valor de uso en el valor de cambio, para
pretender así un logro productivo cuando lo que está claramente en
evidencia es lo diametralmente opuesto —como en el caso del despilfarro
y la destructividad en escalada, que sus ideólogos idealizan
espúreamente como “destrucción productiva”— constituye un
ejemplo notorio de ese tipo de fusión mistificadora.
Del mismo modo, significativamente, el problema clave concerniente
a la expropiación unilateral de los medios de producción
por las personificaciones voluntariosas del capital es fusionado
dentro de la vaga generalidad de los “accidentes de la distribución
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desigual de los medios de subsistencia”, y se elimina así la dimensión
de conflicto de clase. Como resultado, queda convenientemente
confuso el hecho de que la distribución en la sociedad capitalista
significa primero que nada la distribución de los seres humanos
en clases sociales antagónicas, lo que ocasiona obligatoriamente
la dominación de la producción de una manera ordenada jerárquicamente.
En ese contexto no podría resultar sorpresivo que hasta
Hegel, el gran pensador dialéctico, fusione los medios de producción
con los medios de subsistencia, al igual que el trabajo en general
con el trabajo socialmente dividido, a fin de ensalzar lo que
él llama el “capital permanente universal”. 38
Uno de los aspectos más degradantes del orden social del capital
es que este reduce a los seres humanos a una condición cosificada,
para así poder amoldarlos a los estrechos límites de la contabilidad
del tiempo del sistema: el único tipo de contabilidad —extremadamente
deshumanizadora— compatible con el orden social del
capital. Este tipo de desarrollo social sumamente depauperante en
el plano humano se ve justificado teóricamente en forma de una
abstracción ideológicamente reveladora producida por los economistas
políticos que vinculan directamente la individualidad abstracta
(los individuos aislados) con la universalidad abstracta (la
división y fragmentación capitalista del trabajo prevaleciente, que
se decreta como una regla universal atemporal creada por la propia
naturaleza). El procedimiento teórico reductor al extremo de los
economistas políticos —que se abstrae de toda cualidad humana—
está basado en el reduccionismo práctico que subyace al capital, que
Marx puso en evidencia al enfocar la relación objetiva entre el trabajo
compuesto y el simple, y la subordinación alienante de los
seres humanos al dominio de la cantidad y el tiempo bajo los imperativos
prevalecientes del capital. En palabras de Marx:
La competencia, según un economista norteamericano, determina
cuántos días de trabajo simple están contenidos en un día de trabajo
38 Hegel, Philosophy of Right, p. 130.
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compuesto. ¿No supone esta reducción de los días de trabajo compuesto
a los días de trabajo simple que el trabajo simple sea tomado él mismo
como una medida del valor? Si la mera cantidad de trabajo funciona
como una medida del valor sin tomar en cuenta la calidad, ello supone
que el trabajo simple se ha convertido en eje de la industria. Supone que
la subordinación del hombre a la máquina o la división al extremo del
trabajo han vuelto iguales los trabajos; que el hombre ha sido eclipsado
por su trabajo; que el péndulo del reloj mide ahora la actividad relativa de
dos trabajadores con la misma precisión con que mide la velocidad de dos
locomotoras. Entonces no deberíamos decir que la hora de trabajo de un
hombre vale lo mismo que la hora de trabajo de otro hombre, sino más bien
que un hombre vale durante una hora lo mismo que otro hombre durante
una hora. El tiempo lo es todo, el hombre no es nada; él es, cuando más,
un despojo del tiempo. La calidad ya no importa. La cantidad lo decide
todo por sí sola; hora por hora, día por día.39
Así, dentro del marco del sistema socioeconómico existente se
reproducen una multiplicidad de interconexiones dialécticas en forma
de dualismos, dicotomías y antinomias prácticas pervertidoras,
que reducen a los seres humanos a una condición cosificada (con
la cual son llevados a un común denominador con “locomotoras” y
otras máquinas, y se vuelven reemplazables por ellas), y al ignominioso
estatus de “despojo del tiempo”. Y puesto que la posibilidad
de declarar y realizar en la práctica el valor intrínseco y la especificidad
humana de los individuos a través de su actividad productiva
esencial está bloqueada, como resultado de ese proceso de reducción
alienante (que hace que “un hombre vale durante una hora lo
mismo que otro hombre durante una hora”), el valor como tal pasa
a ser un concepto extremadamente problemático. Porque, en interés
de la rentabilidad capitalista, no solo no puede haber espacio
para hacer realidad el valor específico de los individuos sino, peor
aún, el contravalor tiene que prevalecer sin contemplaciones por
39 Marx, The Poverty of Philosophy, en Marx/Engels, Collected Works,
vol. 6, pp. 126-7.
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sobre el valor y hacer valer su dominación absoluta como la única y
solitaria relación de valor práctica admisible.
La contabilidad socialista alternativa no puede prevalecer a
menos que logre una reorientación radical del proceso de la reproducción
social en su totalidad rompiendo la tiranía del imperativo
del tiempo deshumanizador del capital. Las categorías fundamentales
del proceso de reproducción social, intrínsecas de las vitales
mediaciones de primer orden de una interacción dialéctica sustentable
entre la humanidad y la naturaleza en una escala de tiempo
histórica indefinida, han sido subvertidas en el transcurso del desarrollo,
especialmente en los tres últimos siglos bajo los imperativos
fetichistas del control metabólico social del capital. Así, al logro de
suma importancia de la humanidad en forma de un tiempo libre
potencialmente emancipador, encarnado en el plus trabajo en producción
expansiva de la sociedad —que resulta ser tanto la precondición
como el promisorio depósito para todo futuro avance, una
vez despojado de su alienante cobertura capitalista— se le ha puesto
la camisa de fuerza definitivamente asfixiante del plus valor,
bajo el imperativo corolario de reducir al mínimo el tiempo de trabajo
necesario, para que sea administrado por la contabilidad del
tiempo del sistema, no solamente deshumanizadora sino en términos
históricos también cada vez más anacrónica.
En concordancia, todo lo que no pueda ser amoldado provechosamente
dentro de esos límites tiene que ser condenado, en el mejor
de los casos, a resultar improcedente o inexistente, o ciertamente
habrá de ser destruido si le presenta resistencia activa al paralizador
plan represivo del capital, como tiene que hacerlo cualquier intento
que apunte a la institución de una alternativa socialista genuina a
cualquier escala. Si el valor humano de los individuos es sacado
categóricamente de toda consideración, porque el contravalor asegura
mucho mejor la rentabilidad al disfrazarse de único productor
viable de eficiencia y valor económicos —y lo hace obligando
implacablemente a reducir al mínimo el tiempo de trabajo, sin que
importen las consecuencias socialmente destructivas del desempleo
crónico— ¿en ese caso cómo podría surgir de las necesidades
humanas de los individuos, determinadas cualitativamente, la
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regulación y la medida de los objetos que hay que producir, como
valores de uso que se correspondan con esas necesidades?
El contravalor rentable debe dictaminar —a toda costa— la
medida en sintonía con la contabilidad del tiempo capitalista históricamente
prevaleciente, aunado al requerimiento cada vez más
anacrónico de reducir al mínimo el tiempo de trabajo necesario,
y a la vez hacerlo inseparablemente de la alienante reducción de
los propios seres humanos a un despojo del tiempo que se pueda
ajustar a esos parámetros productivos, por una parte, y del tipo de
productos —los bienes rentablemente comercializables que adquieren
su raison d’être en virtud de su total amoldamiento a la reductora
contabilidad del tiempo del capital— por la otra. Así, no tendría
caso evaluar en relación con las necesidades de los individuos sociales
determinadas cualitativamente la cuestión de qué tipo de
objetos hay que producir, al mismo tiempo determinando conscientemente
también el tiempo dedicado a cada producto, lo cual se
justificaría no gracias a un mecanismo económico ciego sino sobre
la base de escogencias hechas libremente y surgidas de la necesidad
humana. Se supone que el determinismo económico de la reductora
contabilidad del tiempo del capital —que vino a constituir en
su propio tiempo un importante adelanto productivo, pero a partir
de cierto punto ha devenido en peligroso anacronismo histórico—
es suficiente para dictaminarlo todo, y también para justificar por
definición todo cuanto pueda dictaminar exitosamente. No fue
gratuito que Hegel expresara la fórmula definitiva del círculo completo
del capital, del cual ni siquiera cabía contemplar jamás algún
escape, diciendo en tono de anuente resignación que “lo que es racional
es real y lo que es real es racional”.40
Por eso el concepto de tiempo libre carece totalmente de sentido
para el capital. Tiene que ser subvertido —y adulterado— convirtiéndolo
en “ocio” inútil, a fin de hacerlo subsumirse explotadoramente
bajo el imperativo general de la acumulación del capital. Por
el contrario, la contabilidad socialista tiene que poner en primer
40 Hegel, Philosophy of Right, p. 10.
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plano de atención la tarea de hacer siempre el mejor uso del tiempo
libre disponible de la sociedad y además expandirlo óptimamente
en el interés de todos. Es así como se torna posible enriquecer a los
individuos sociales de una manera significativa a través del proceso
del ejercicio creativo del tiempo libre a disposición personal —el
tiempo disponible de los individuos, que la sociedad capitalista
omite totalmente por necesidad— y simultáneamente también incrementa
las potencialidades positivas de la humanidad misma
como base del desarrollo individual y social en el futuro.
La expansión productiva del plus trabajo y el tiempo libre empleado
creativamente constituyen los conceptos orientadores importantes
de la contabilidad socialista, en contraste con el estrecho
horizonte del tiempo del plus valor. La historia de las sociedades de
clases estuvo caracterizada siempre por la extracción por la fuerza
del plus trabajo, tanto en su modalidad política como económica,
o ciertamente en combinación de ambas. La extracción provechosa
del plus trabajo como plus valor, característica del orden social del
capital, no altera en lo sustantivo la vieja relación de explotación,
sino solamente su modalidad: convierte en estructuralmente dominante
a la expropiación del plus trabajo impuesta económicamente,
reduciendo a los seres humanos —al servicio de la eterna acumulación
de plus valor— a despojo del tiempo. El desafío histórico
es remitir al pasado ese círculo vicioso de la extracción impuesta,
mediante la dedicación racionalmente determinada del tiempo libre
a los propósitos escogidos conscientemente por los individuos
sociales.
1.3. La pérdida de la conciencia del tiempo histórico
Al revisar los desarrollos teóricos de los últimos ciento cincuenta
años encontramos que la concepción histórica comprensiva de
la tradición filosófica burguesa le cede su lugar a un escepticismo
y un pesimismo que se van haciendo cada vez más impregnantes
a partir de las décadas que siguieron a la muerte de Hegel hasta
llegar a nuestro tiempo. Ranke y Alexis de Tocqueville marcan el
tono, predicando la equidistancia de Dios a la que todo permanece
y la desolación de nuestra situación inescapable.
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El célebre historiador Sir Lewis Namier compendia con escepticismo
pesimista —combinado con el dogmatismo tan seguro de
sí mismo de quienes saben que su clase social tiene las riendas del
poder— la antihistórica “filosofía de la historia” que predomina en
la ideología burguesa del siglo XX. Como él lo expone, tratando de
describir los “patrones que se entrecruzan”, después de rechazar la
viabilidad de la investigación de las “contiendas emponzoñadas”
(porque “dicha investigación nos llevaría a profundidades inescrutables
o al vacío etéreo”): “no hay más sentido en la historia
humana del que existe en los cambios de las estaciones o los movimientos
de las estrellas; o si hubiese algún sentido, escaparía a
nuestra percepción”.41
Con la adopción de esos puntos de vista, todos los logros genuinos
de la tradición de la Ilustración en el campo de la teoría histórica
quedan completamente trastocados. Porque las figuras más
destacadas de la Ilustración intentaron trazar una línea de demarcación
significativa entre la naturaleza que rodea al homo sapiens
y el mundo hechura humana de la interacción social, a fin de hacer
entendibles las especificidades, regidas por leyes, del desarrollo histórico
que se origina de la prosecución de los objetivos humanos.
Pues bien, en contraste total, incluso la racionalidad y la legitimidad
de esas reflexiones son negadas con categórica firmeza. Así, se
suprime radicalmente la temporalidad histórica y el territorio de la
historia humana es sumergido en el mundo cósmico de la naturaleza,
en principio “carente de significado”.
Se nos dice que solo podemos comprender la historia en términos
de la inmediatez de la apariencia —de manera que la cuestión de
tomar el control de las determinaciones estructurales subyacentes
porque se captan las leyes socioeconómicas en acción no puede
plantearse nunca— mientras nos resignamos a la conclusión paralizante
de que “si hubiese algún sentido” no lo podríamos hallar en
las relaciones sociales históricamente producidas e históricamente
41 Sir Lewis Namier, Vanished Supremacies: Essays on European History,
1812-1918, Penguin Books, Harmondsworth, 1962, p. 203.
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cambiables, moldeadas según los propósitos humanos, sino tal vez
en la naturaleza cósmica, puesto que aquel siempre “escaparía a
nuestra percepción”.
Naturalmente, el escepticismo pesimista de las teorías de ese tipo
—que, sin embargo, no vacilan en constituirse en férreas castigadoras
de toda “concepción general” (ejemplificado también por las
andanadas “posmodernas” en contra de los “grandes relatos”)— no
necesita oponerse a la práctica social en general en nombre del “retiro
del mundo”, por otra parte estipulado como necesario. La necesidad
de ese retiro surge solo cuando está involucrado un cambio
estructural importante —con referencia a alguna concepción general
radical— en la acción promulgada.
Puesto que todo puede estar contenido dentro de los parámetros
del orden establecido, no es preciso condenar la “unidad de la teoría
y la práctica” como una de las tantas alegadas “confusiones” de
Marx. Por el contrario, bajo esas circunstancias se le puede elogiar
como un aspecto altamente positivo de la empresa intelectual. Así
lo hallamos, de hecho, en la observación de Sir Lewis Namier según
la cual “es admirable cuánto se agudiza nuestra percepción
cuando el trabajo está al servicio de un propósito práctico de interés
absorbente”, refiriéndose a su propio estudio, La caída de la
monarquía de los Habsburgo, fruto de su trabajo “en los Departamentos
de Inteligencia, primero bajo, y después dentro, del Foreign
Office”.42
Así, el escepticismo histórico, no importa cuán extremado, es
bastante selectivo en sus diagnósticos y en la definición de sus objetivos.
Porque si el aspecto en estudio implica la posibilidad de prever
transformaciones estructurales de envergadura, entonces predica la
“carencia de sentido” de nuestra situación y la ineludibilidad de la
conclusión de que “si hubiese algún sentido, escaparía a nuestra percepción”.
Por otra parte, no obstante, cuando la cuestión es cómo
sostener con todos los medios y medidas necesarios el orden establecido,
a pesar de sus antagonismos, y cómo dividir los despojos
42 Ibid., p. 7
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de (o cómo llenar el vacío creado por) el moribundo imperio de los
Habsburgo, ese “propósito práctico de interés absorbente”, al servicio
de los departamentos de inteligencia de otro imperio condenado
a morir, el británico, milagrosamente se “agudizará su percepción”
y pondrá en reposo al incómodo estorbo del escepticismo.
Lamentablemente, es así como termina la búsqueda emancipadora
de la tradición de la Ilustración en la historiografía moderna
burguesa. Los grandes representantes de la burguesía en ascenso
trataron de hallar el conocimiento histórico dilucidando el poder
para “hacer la historia” del sujeto histórico humano, si bien no pudieron
llevar consistentemente adelante su indagación hasta la conclusión
originalmente intentada. Ahora cada constituyente de su
enfoque por separado tiene que ser liquidado.
La idea misma de “hacer la historia” ha quedado descartada,
con desprecio no disimulado por todos aquellos que pudiesen estar
acariciando la idea todavía, puesto que la única historia que debería
ser contemplada es la que ya está hecha, y que se supone permanecerá
con nosotros hasta el fin del tiempo. Por consiguiente,
si bien es correcto y apropiado hacer la crónica de “La caída del
imperio de los Habsburgo”, la legitimidad intelectual de la investigación
de las tendencias y antagonismos objetivos del desarrollo
histórico que presagian la inevitable disolución de los imperios inglés
y francés —o, en la misma tónica, también de las estructuras
de posguerra políticamente/militarmente mucho más mediadas y
esparcidas del imperialismo avasalladoramente dominado por los
Estados Unidos— tiene que ser declarada completamente fuera de
consideración.
Del mismo modo, el renuente reconocimiento de las limitaciones
de los individuos para imponerle al desarrollo histórico las decisiones
de política de Estado “de interés absorbente” adoptadas, no conduce
a una captación más realista de las reciprocidades dialécticas
en acción entre los individuos y sus clases en la constitución del sujeto
histórico, ni al reconocimiento de los inescapables parámetros
colectivos de la acción históricamente pertinente. Por el contrario,
acarrea la disección escéptica y la total eliminación del sujeto histórico,
con devastadoras consecuencias para las teorías que pudiesen
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ser construidas dentro de esos horizontes. Porque una vez que el sujeto
histórico ha sido arrojado por la borda, no solamente la posibilidad
de hacer la historia sino también la de comprenderla deben
correr el mismo destino, como acertadamente lo reconocieron las
grandes figuras de la Ilustración mientras trataban de encontrarles
soluciones a los problemas que tenían delante.
Y finalmente, el resultado final irónico de todo esto para los historiadores
involucrados es que su propia empresa, también, pierde
por completo su “raison d’être”. Una condición que ellos mismos
se echaron encima en el curso de su intento por socavar las bases de
aquellos que se negaban a abandonar los conceptos, estrechamente
interconectados, de “sujeto histórico”, “hacer la historia” y “comprender
la historia”, y también al romper necesariamente con todos
los vínculos con los aspectos positivos de la tradición filosófica a la
que pertenecen.
Al final, la “salida” que les queda es la generalización e idealización
arbitrarias de una dudosa postura intelectual que, en su búsqueda
de una escéptica seguridad en sí mismos, tiene que volverse
en contra no solo de su adversario social sino incluso en contra de su
propio linaje.
Tratan de ocultar las contradicciones de las soluciones a las que
llegan tras la ideología de la “carencia de sentido” universal, aunado
a la viabilidad aparentemente manifiesta de presentar, en cambio,
“patrones” con “integridad” descriptiva: la más inescapablemente
autoderrotista de todas las aspiraciones, y justifican su evasión programática
de los temas más amplios —de los cuales no es posible
eliminar la cuestión de cómo hacer entendibles las tendencias y las
necesidades que nacen de la procura, por parte de los individuos,
de sus fines socialmente demarcados— sobre la base de que esos
temas pertenecen más bien a las “profundidades inescrutables” de
los misterios cósmicos.
Si buscamos las razones desalentadoras que están detrás de la
trayectoria de esta marcha atrás radical —desde la preocupación en
la Ilustración por el significado humano y su progresiva realización
en la historia, hasta la apoteosis del pesimismo cósmico y la carencia
de sentido universal— salta a la vista un factor específico, que
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se destaca de todos los demás por su importancia decisiva e irreversible,
que afecta directamente a la tradición filosófica en cuestión
en sus fases de desarrollo cualitativamente alteradas. Concierne a
las condiciones objetivamente dadas y las posibilidades de emancipación,
así como también a las variadas constricciones sociales
involucradas en sus concepciones bajo diferentes circunstancias
históricas.
En verdad, la búsqueda emancipadora de la gran tradición histórica
de la Ilustración padeció de las coacciones que indujeron a sus
principales representantes a abandonar la cuestión del sujeto histórico
definido (o indefinido) de manera abstracta y nebulosa. Ello se
debió en parte a las presuposiciones individualistas de los filósofos
pertenecientes a esa tradición, y en parte a la heterogeneidad potencialmente
antagonística de las fuerzas sociales a las que estuvieron
vinculados en la fase de las confrontaciones históricas dada. Así,
lo que nos encontramos aquí, incluso bajo las circunstancias más
favorables para la articulación de las concepciones históricas burguesas,
es la presencia —al principio latente, pero creciendo inexorablemente—
de antagonismos sociales insuperables que hallaron
su camino hasta el núcleo estructural de las respectivas síntesis
filosóficas.
Comprensiblemente, entonces, el cierre del período histórico en
cuestión, en la secuela de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas,
trae a la luz un logro verdaderamente ambivalente. Por
una parte, origina la mayor de las concepciones burguesas de la dinámica
de la historia, en el nivel de generalización más elevado, que
anticipa autoritativamente dentro de los confines de las categorías
abstractas de sus horizontes la lógica objetiva del desenvolvimiento
global del capital, aunado a las percepciones verdaderamente epocales
del papel primordial del trabajo en el desarrollo histórico. Por
otra parte, sin embargo, también produce la expansión antes inimaginable
del arsenal mistificador de la ideología.
Significativamente, ambas cosas se combinan en la síntesis internamente
desgarrada, y en sus propios términos extremadamente
problemática, del sistema hegeliano; con su “identidad sujeto/objeto”
y su “astucia de la razón” en lugar del sujeto histórico real; con la
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reducción del proceso histórico al “círculo de círculos” del “progreso
único del concepto” que se genera a sí mismo, en su construcción
del edificio de categorías de La ciencia de la lógica al igual que
en la pretendida “teodicea verdadera” de La filosofía de la historia;
y con la supresión de la temporalidad histórica en la coyuntura
crítica del presente, para terminar contradiciéndose a sí mismo con
la mayor mentira de todas en una teoría que aparenta ser histórica
—a saber, que “Europa es absolutamente el fin de la historia”43—
luego de definir la tarea de la Historia Universal como la demostración
de “cómo el Espíritu llega al reconocimiento y adopción de la
Verdad”.44
En ese sentido, de la mano de la consolidación del orden social
después de la Revolución Francesa vinieron algunas transformaciones
conceptuales altamente significativas. Al principio, los historiadores
burgueses reconocieron la sustancia sociohistórica y el valor
explicatorio de las “luchas de clases”, si bien trataron de insertar
ese concepto en un marco general cada vez más conservador. Más
tarde, sin embargo, todas esas categorías se vieron descartadas por
completo como “conceptos del siglo XIX”, y se las atribuyeron característicamente
a Marx (aunque el propio Marx nunca pretendió
la originalidad al respecto) a fin de poder zafarse de su propia herencia
cultural sin ruborizarse. La búsqueda de la emancipación por
parte de la Ilustración sufrió el mismo destino de verse relegada al
pasado remoto en todos sus aspectos fundamentales, a los que, cada
vez más, se hace referencia como —en el mejor de los casos— una
“noble ilusión”.
Cuando, “desde el punto de vista de la economía política” (que
representa la perspectiva del orden establecido del capital), la interrogante
es: ¿cómo prevenir que la historia sea hecha por las clases
subordinadas como adelanto de un nuevo orden social?, el pesimismo
histórico de la “creciente carencia de sentido” y el escepticismo
43 Hegel, The Philosophy of History, p. 103.
44 Ibid., p. 53.
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radical que trata de desacreditar la vieja idea de “hacer la historia”
están en perfecta sintonía con los intereses materiales e ideológicos
dominantes. Al mismo tiempo, sin embargo, las fuerzas sociales
comprometidas en la lucha por la emancipación del dominio del
capital no pueden ni abandonar el proyecto de “hacer la historia”
ni la idea de instituir un nuevo orden social. No a cuenta de alguna
inclinación malsana hacia el “holismo” mesiánico, sino simplemente
porque la realización de tan siquiera sus objetivos inmediatos
más limitados —como comida, techo, cuidados básicos de la salud
y educación, en lo que respecta a la inmensa mayoría de la humanidad—
resulta bien poco concebible si no se desafía radicalmente
el orden establecido cuya naturaleza misma las remite, por necesidad,
a su impotente posición de subordinación estructural dentro de
la sociedad.
1.4. Tiempo libre y emancipación
La emancipación humana es factible solo sobre la base de una
concepción histórica que rechace no solamente cualquier idea de
determinismo materialista mecánico, sino además el tipo de cierre
de la historia filosófico idealista que encontraremos en la monumental
visión del mundo de Hegel. Porque cuando Hegel declara
en un tono de anuente resignación que “lo que es racional es real
y lo que es real es racional” (como vimos antes), a fin de justificar
su aceptación de la necesaria reconciliación con el presente,
equiparando al mismo tiempo la pretendida “realidad racional” de
lo existente con la positividad, le pone un cierre arbitrario a la dinámica
misma de la historia en el “eterno presente” apriorísticamente
anticipado de su sistema especulativo, apartándose así también
de su búsqueda emancipadora original concebida en el espíritu de
la Ilustración.
En contraste con el determinismo mecanicista y con el idealismo
especulativo, la propugnación socialista de una emancipación real
no tendría ningún sentido si no afirmase el carácter radicalmente
ilimitado de la historia. ¿Porque cuál sería el quid de enfatizar
el potencial emancipador positivo de que la humanidad desarrolle
productivamente el tiempo libre, puesto en uso creativo por los
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individuos sociales en el transcurso del desarrollo histórico, si el
proceso general de la transformación histórica iba a ser inevitablemente
prejuzgado según los estrechos límites del determinismo
mecanicista (o “determinismo materialista”), o si no por las grandilocuentes
proyecciones a priori del “Espíritu Mundial” que vendría
a ser lo mismo?
Por eso Marx insiste, en su concepción dialéctica del carácter
radicalmente ilimitado de la historia, enfrentada a todas las formas
de cierre ideológico determinista, en que todo proceso y escenario
específico originado por determinación histórica es solamente
histórico, y por consiguiente cuando llegue el momento debe cederle
su lugar a una etapa del desarrollo más avanzada —y para los
individuos sociales también potencialmente más enriquecedora y
satisfactoria— cada vez en mayor sintonía con la emancipación de
la humanidad apuntalada en la producción. Así, al revés de lo que
afirman las tendenciosas tergiversaciones de las opiniones de Marx
—a quien se le condena falsamente a cuenta de su presunto “determinismo
económico”, que de hecho resulta ser el enfoque teórico
de los economistas políticos fuertemente criticados por Marx—
cuando él subraya el poder aplastante de la base material lo hace
con muy claras especificaciones. Porque pone de relieve que la base
material de la transformación social logra su dominación paradójica
bajo las condiciones históricamente determinadas del orden
social del capital, cuando —gracias al desarrollo productivo de la
humanidad— algunas potencialidades emancipadoras importantes
se abren al horizonte, aunque terminen por verse frustradas y socavadas
por los destructivos antagonismos internos del capital; precisamente
con la intención de poner en libertad esas potencialidades
productivas positivas, Marx les contrapone a las determinaciones
estructurales antagonísticas del capital la alternativa emancipadora
socialista, como un modo de control metabólico social cuyo objetivo
no es nada más reemplazar a conciencia el poder de la base
material históricamente específica del capital, articulada en forma
de las determinaciones universalmente cosificadoras de la sociedad
mercantil, sino que además tiene como objetivo derrocar la preponderancia
de vieja data de la base material en general. Es ese el
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significado del discurso de Marx acerca de la historia real de la
humanidad y su “reino de la libertad”, en contraposición al “reino
de la necesidad” abrumadoramente dominante en lo que él llama la
prehistoria de la humanidad.
A la tiranía del imperativo del tiempo del capital la completa
apropiadamente la escala omniabarcante del desarrollo en el arbitrario
cierre de la historia. Así, si se quiere lograr la quiebra del imperativo
del tiempo del capital es imprescindible afirmar con toda
la fuerza —no solamente en las concepciones teóricas alternativas,
sino sobre todo mediante la amplia estrategia práctica de la transformación
revolucionaria— el carácter radicalmente ilimitado de la
historia desafiando a conciencia el marco jerárquico establecido de
las relaciones sociales estructuralmente predeterminadas y afianzadas.
En ese sentido la tiranía del imperativo del tiempo del capital,
prácticamente impuesto en el proceso de reproducción social por
medio de la alienante contabilidad del tiempo del sistema, y la tiranía
del cierre histórico del capital, se mantendrán en pie o caerán
juntas.
El carácter radicalmente ilimitado de la historia creado históricamente
es inseparable en sí mismo de la singular condición de
la automediación de la humanidad con la naturaleza a través de la
historia. Es muy real en el sentido de que no puede existir manera
alguna de predeterminar sobre base permanente las formas y modalidades
de la automediación humana, precisamente porque se trata
de una auto-mediación. Las complejas condiciones dialécticas de
esa automediación a través de la actividad productiva solo pueden
ser satisfechas —puesto que constantemente están siendo creadas y
recreadas— en el transcurso de la propia automediación. Es por eso
que todos los intentos de producir sistemas de explicación de la historia
perfectamente autocontenidos y convenientemente cerrados
resultan, o bien en alguna reducción arbitraria de la complejidad de
las acciones humanas a la burda simplicidad de las determinaciones
mecánicas, o bien en la imposición idealista de uno u otro tipo
de trascendentalismo a priori sobre la inmanencia del desarrollo
humano.
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Gracias a la producción del tiempo libre de la humanidad en escala
creciente en el transcurso de la historia, se hace posible originar
la emancipación real y la igualdad sustantiva de los individuos
sociales. Así, los individuos no tienen que resignarse al premio de
consolación idealista de “la forma y no la materia del objeto respecto
al cual yo puedo poseer un derecho”,45 como estipulaba Kant
en una cita anterior: un premio de consolación noblemente concebido,
pero por naturaleza propia completamente ilusorio. Un premio
que está condenado a ser por siempre ilusorio porque ha sido vaciado
de toda significación futura por la realidad deshumanizadora del
modo de reproducción social del capital, no solo respecto a su contenido,
sino también a su forma. Y así seguirán las cosas mientras
el sistema del capital sobreviva.
En el transcurso del desarrollo de la humanidad la necesidad natural
le va cediendo progresivamente su lugar a la necesidad creada
históricamente, mientras que en su debido momento la propia
necesidad histórica se convierte en necesidad potencialmente
innecesaria gracias a la vasta expansión de la capacidad productiva
y la riqueza real de la sociedad. Por ende, al representar la
condición primordial de la emancipación realmente posible hallamos
que la necesidad histórica es en verdad “una necesidad meramente
histórica”: una necesidad obligadamente en desaparición o
“evanescente”46 que debe ser concebida como inherentemente transitoria,
en contraste con el carácter absoluto de las determinaciones
estrictamente naturales, como la gravedad. El desplazamiento
progresivo de la necesidad natural por la necesidad creada históricamente
abre la posibilidad del desarrollo universal de las fuerzas
productivas, involucrando a la “totalidad de las actividades”47
que a su vez continúan siendo siempre el eje de las relaciones de
intercambio (como el necesario intercambio de actividades), al
45 Ver la nota Nº 6 más arriba.
46 Marx, Grundrisse, p. 832.
47 Ibid., p. 528.
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contrario de la visión fetichista del intercambio de mercancías
metido de contrabando hasta en los rincones más recónditos de la
historia del pasado, y gratuitamente proyectado hacia el eterno futuro
por los hayeks apologizadores del capital de este mundo.
La “tendencia universalizadora del capital”, que transfiere las
condiciones de producción objetivas al plano de los intercambios
globales, dentro del marco de la división internacional del trabajo
y el mercado mundial, distingue el sistema del capital “de todas
las etapas de producción previas”.48 Sin embargo, puesto que las
condiciones de la producción están, como resultado, por fuera de
las empresas industriales en particular —por fuera incluso de las
corporaciones trasnacionales y los monopolios de Estado más gigantescas—
la “tendencia universalizadora” del capital resulta ser
en verdad una bendición muy variopinta. Porque si bien crea por
una parte la genuina potencialidad de la emancipación humana,
por la otra representa la mayor de las complicaciones posibles —lo
cual implica el peligro incluso de colisiones totalmente destructivas—
ya que las condiciones necesarias de la producción y el control
resultan estar por fuera, es decir, pesadillescamente en todas
partes y en ninguna. En vista de ello, la mayor de las pesadillas
sería esperar que la “mano invisible” ponga el orden en todas las
contradicciones y destructivos antagonismos caóticamente encadenados
del entretejido sistema del capital, cuando no pudo hacer lo
que se suponía que haría, a pesar de la confianza sin límites que en
ella depositaron Adam Smith, Kant, Hegel y muchos otros, en una
escala mucho más modesta en los siglos pasados.
La desengañadora verdad es que la tendencia universalizadora
del capital no puede nunca llegar a fructificar dentro de su propio
marco. Porque el capital tiene que decretar que las barreras que él no
puede traspasar —a saber, sus limitaciones estructurales más internas—
constituyen los límites insuperables de toda la producción en
general. Al mismo tiempo, lo que en verdad debería ser reconocido
y aceptado como límite inviolable y condición vital del desarrollo
48 Ibid., p. 540.
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en marcha —es decir, la naturaleza en toda su complejidad como el
basamento de la existencia misma de la humanidad— queda descartado
por completo en la sistemática subyugación, degradación y
definitiva destrucción de la naturaleza. Ello es así porque los intereses
rematadamente ciegos de la expansión del capital tienen que
denegar incluso las condiciones más elementales de la vida humana
directamente arraigadas en la naturaleza. En consecuencia, en ambos
casos, es decir tanto en lo referente a lo que el capital se niega
a reconocer: sus propios límites estructurales, como en lo que atañe
a su impacto incorregiblemente destructivo sobre la naturaleza:
el sustrato vital de la propia vida humana, lo que hay que hacer es
romper conscientemente con las determinaciones al servicio de sí
mismas del sistema del capital.
Las mismas consideraciones son válidas para el mito de la
“globalización”, promocionado con fervor de misioneros por los
ideólogos del capital como una versión de la “mano invisible” más
digerible para nuestra época. Cuando ellos proyectan los beneficios
globales supuestamente generalizados, en conjunción con el mercado
mundial, pasan por alto o deliberadamente tergiversan que lo
que realmente existe —y ha existido por muy largo tiempo— está
lejos de ser universal y equitativamente beneficioso, sino que por
el contrario es un “mercado mundial” dominado imperialistamente.
Fue establecido como un conjunto de relaciones de poder
sumamente inicuas, que operan siempre en favor del más fuerte y
de la dominación implacable —de ser necesario, incluso el sometimiento
militar directo— y la explotación del más débil. Un orden
“globalizado” constituido sobre una base así, bajo la estructura de
mando general del Estado moderno, solo puede empeorar las cosas.
Por eso, también a este respecto, sin una ruptura consciente con el
modo de control metabólico social del capital el potencial emancipador
positivo de largo alcance de los intercambios reproductivos
globales de la humanidad no puede llegar a fructificar realmente.
Tan solo el empleo creativo del tiempo libre por los individuos sociales,
en procura de los objetivos libremente escogidos por ellos,
puede ocasionar el resultado beneficioso tan necesitado.
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La producción de tiempo libre en el transcurso de la historia,
como la condición necesaria de la emancipación, constituye un gran
logro colectivo. Como tal resulta inseparable del desarrollo progresivo
de la humanidad, de la misma manera como el conocimiento
—y el conocimiento científico históricamente acumulativo, directamente
relevante para el proceso de la reproducción social— es
inconcebible también sin el sujeto colectivo de la humanidad, que
se extiende por sobre toda la historia. Pero el capital expropia para
sí el caudal de todo el conocimiento humano, y arbitrariamente le
confiere legitimidad tan solo a las partes de este que pueden ser explotadas
lucrativamente —incluso de la manera más destructiva—
mediante su propio modo de reproducción fetichista.
Naturalmente, el capital se relaciona con el tiempo libre de la humanidad
producido históricamente de la misma manera. Así, solo
la fracción de este que resulta ser directamente subsumible bajo
las determinaciones explotadoras de la “industria del ocio” puede
ser activada insertándola en el proceso de la expansión rentable
del capital. Sin embargo, el tiempo libre de la humanidad no es una
noción especulativa sino muy real y por naturaleza propia una potencialidad
inagotable. Existe como el tiempo disponible de los individuos
sociales, virtualmente ilimitado —por ser generosamente
renovable y expandible— y capaz de ser puesto en utilización creativa
por ellos como individuos que se autorrealizan, a condición de
que los propósitos significativos a cuyo servicio están sus acciones
surjan de sus propias deliberaciones autónomas. Es esa la única vía
para convertir los potenciales emancipadores de la humanidad en la
actividad liberadora de todos los días.
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Capítulo 2:
La incontrolabilidad y destructividad del capital
globalizante49
Vivimos en una época de crisis histórica sin precedentes. Su gravedad
se puede medir por el hecho de que no estamos frente a una
crisis cíclica del capitalismo más o menos extensa como las que
experimentamos en el pasado, sino a la crisis estructural cada vez
más profunda del propio sistema del capital. En sí esta crisis afecta
—por primera vez en la historia— a la totalidad de la humanidad, y
si queremos que la humanidad sobreviva exigirá cambios rotundamente
fundamentales en la manera como se controla el metabolismo
social.
2.1 La extracción del plustrabajo en el “sistema orgánico
del capital”
Los elementos constitutivos del sistema del capital (como el capital
monetario y el capital mercantil, al igual que la producción
esporádica de mercancías) se remontan a miles de años atrás en la
historia. Sin embargo, durante la mayor parte de esos milenios se
mantuvieron como partes subordinadas de los sistemas de control
metabólico social específicos que prevalecieron históricamente en
su debido momento, incluidos la propiedad de esclavos y los modos
feudales de producción y distribución. Solo durante los siglos
más recientes, bajo la forma capitalista burguesa, pudo el capital
hacerse valer con éxito en su papel como “sistema orgánico” que
todo lo abarca. Para citar a Marx:
49 Publicado por primera vez como Introducción para la edición en persa
de Más allá del capital, en otoño de 1997. La presente traducción ha actualizado
algunas fechas para la debida concordancia con el cambio de siglo.
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Hay que tener en mente que las nuevas fuerzas de producción y las
nuevas relaciones de producción no surgieron de la nada, ni cayeron del
cielo, ni nacieron de la matriz de la Idea que se postula a sí misma; si no
desde dentro y en antítesis con el desarrollo de la producción existente y
las relaciones de propiedad tradicionales heredadas. Así como en pleno
sistema burgués toda relación económica presupone que cualquier otra
relación existe bajo forma económica burguesa, y cuanto se postule constituye
también una presuposición, igual sucede con todo sistema orgánico.
Este sistema orgánico mismo, como totalidad, posee su presuposiciones, y
su desarrollo hacia la totalidad consiste precisamente en la subordinación
a la que somete a todos los elementos de la sociedad, o en la creación de los
órganos que todavía le hacen falta; es así como llega a ser históricamente
una totalidad.50
De esa manera, gracias a que zafó a sus viejos constituyentes orgánicos
de las trabas de los anteriores sistemas orgánicos y a que
demolió las barreras que impedían el desarrollo de algunos constituyentes
nuevos vitales,51 el capital como sistema orgánico que
todo lo abarca pudo hacer valer su dominio durante los tres últimos
siglos como una producción de mercancías generalizada. Al reducir
y degradar a los seres humanos al estatus de meros “costos de
producción” como “fuerza de trabajo necesaria”, el capital pudo incluso
tratar al trabajo viviente como apenas una “mercancía comercializable”
como cualquier otra, y someterlo a las determinaciones
deshumanizadoras de la compulsión económica.
Las anteriores formas de intercambio productivo de los seres humanos
entre ellos mismos y con la naturaleza estuvieron orientados
en su totalidad hacia la producción para el uso, con un alto grado
de autosuficiencia como su determinación sistémica. Ello les imprimió
una gran vulnerabilidad ante los principios reproductivos
50 Marx, Grundrisse, p. 278.
51 Sobre todo sobreponiéndose a la prohibición de la compraventa tanto de
la tierra como del trabajo, lo que aseguró el triunfo de la alienación en todos
los campos.
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fuertemente contrastantes del capital, que ya operaban, si bien al
comienzo en una escala muy pequeña, dentro de los confines de los
viejos sistemas. Porque ninguno de los elementos constitutivos del
sistema orgánico del capital en desarrollo dinámico estuvo jamás en
necesidad (ni en verdad era capaz) de confinarse a sí mismo dentro
de las constricciones estructurales de la autosuficiencia. El capital,
como sistema de control metabólico social, pudo surgir y triunfar
sobre sus antecesores históricos porque abandonó toda clase de
consideración de las necesidades humanas ligadas a las limitaciones
de los valores de uso, que no son cuantificables, y les impuso
a estos últimos —como el prerrequisito absoluto de su legitimación
para convertirse en objetivos de la producción aceptables—
los imperativos fetichistas del valor de cambio, cuantificable y en
expansión constante. Es así como nació la forma históricamente
específica del sistema del capital: su variante capitalista burguesa.
Tenía que adoptar el modo abrumadoramente económico de
extracción del plustrabajo como plusvalor estrictamente cuantificado
—en contraste con las formas de extracción de plustrabajo
tanto precapitalista como poscapitalista de tipo soviético, que fue
primordialmente política— que para la época era con mucho la vía
más dinámica de realizar el imperativo expansionista del sistema
victorioso. Más aun, gracias a la perversa circularidad del sistema
orgánico del capital consumado a plenitud —en el cual “toda relación
económica presupone la existencia de otra bajo forma económica
burguesa” y “cuanto se postule constituye también una
presuposición”— el mundo del capital pudo asentar también sus
pretensiones de ser una “jaula de hierro” eternamente inoxidable, de
la cual no sería factible ni concebible alguna escapatoria.
Sin embargo, la absoluta necesidad de satisfacer exitosamente los
requerimientos de la expansión incontenible —el secreto del avance
irresistible del capital— había traído consigo también una limitación
histórica insuperable. Lo fue no solo para la forma sociohistóricamente
específica de capitalismo burgués, sino además para la
viabilidad del sistema del capital en general. Porque ese sistema
de control del metabolsimo social o bien lograba imponerle a la sociedad
su lógica expansionista implacable y en definitiva irracional,
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Capítulo 2: La incontrolabilidad y destructividad del capital globalizante
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sin importar con cuán devastadoras consecuencias, o bien tenía que
adoptar algunas constricciones razonables que contradijeran directamente
su determinación más profunda como sistema expansionista
irrefrenable. El siglo XX presenció muchos intentos fallidos que
apuntaban a la superación de las limitaciones sistémicas del capital,
desde el keynesianismo al tipo de intervencionismo estatal soviético,
junto con las conflagraciones políticas y militares que ellos originaron.
Y no obstante, todo cuanto dichos intentos pudieron lograr
fue la “hibridación” del sistema del capital, si se le compara con
su forma económica clásica —con implicaciones extremadamente
problemáticas para el futuro— pero no soluciones estructuralmente
viables.
2.2. Irreformabilidad, incontrolabilidad y destructividad
Resulta altamente significativo en este respecto que, de hecho
—e independientemente de todo el triunfalismo que ha celebrado en
años recientes tanto las míticas virtudes de una “sociedad de mercado”
idealizada (para no mencionar la utilización propagandística
apologética que se le ha dado al concepto de un “mercado social”
totalmente ficticio) como el “fin de la historia” bajo la hegemonía
ya nunca cambiable de los principios capitalistas liberales— el sistema
del capital no puede verse consumado como sistema global
en su forma propiamente capitalista, es decir, haciendo prevalecer
universalmente el modo de extracción y apropiación de plustrabajo
y plusvalor abrumadoramente económico. En el siglo XX el capital
fue obligado a responder a crisis cada vez más extensas (que
acarrearon hasta dos guerras mundiales antes inimaginables) aceptando
la “hibridación” —en forma de una intromisión del Estado
cada vez mayor en el proceso de reproducción socioeconómica—
como salida de sus dificultades, ignorando los peligros a largo plazo
que el correctivo adoptado guardaba para la viabilidad del sistema.
De manera característica, los intentos de hacer retroceder el reloj
(incluso hasta la época tan atrás en la historia de un Adam Smith
burdamente tergiversado) son notorios entre los defensores a ultranza
del sistema del capital. Así, los representantes de la “derecha
radical” continuaron fantaseando acerca de “hacer retroceder las
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fronteras del Estado”, aunque en la realidad la tendencia claramente
observable es la contraria, debido a la incapacidad del sistema para
garantizar la expansión del capital a la escala requerida sin la administración
de dosis cada vez mayores de “ayuda externa” por parte
del Estado en una u otra forma.
Puede que el capitalismo haya ganado el control en la antigua
Unión Soviética y en la Europa del Este; pero resulta totalmente
erróneo decir que el estado presente del mundo es el dominio exitoso
del capitalismo en todas partes, si bien es cierto que está bajo el
dominio del capital. Porque en China, por ejemplo, el capitalismo
se ha instaurado con todas sus fuerzas tan solo en “enclaves” costaneros,
dejando a una enorme mayoría de la población (es decir,
bastante más de un millardo de personas) por fuera de su marco.
E incluso en esas áreas limitadas de China donde sí prevalecen los
principios capitalistas, la extracción económica del plustrabajo tiene
que ser apuntalada mediante constituyentes fuertemente políticos,
para poder mantener el costo del trabajo artificialmente bajo.
De modo parecido la India —otro país con una población inmensa—
está solo parcialmente bajo la administración exitosa del metabolismo
socioeconómico regido de manera capitalista, dejando
hasta ahora a la enorme mayoría de la población en una situación
muy diferente.52 Hasta en la antigua Unión Soviética sería por demás
inexacto hablar de la exitosa restauración del capitalismo en
52 Enormes cantidades están apenas sobreviviendo (cuando lo logran) en el
“día a día” de la “economía tradicional”, y el número de los que permanecen
completamente marginados, aunque todavía con la esperanza —mayormente
en vano— de un empleo de algún tipo en el sistema capitalista, casi reta
a la imaginación. Así, “mientras el número total de personas desempleadas
registradas con cambios de empleo llegó a 336 millones en 1993, el número
de personas empleadas en el mismo año según la Comisión de Planificación
llegó tan solo a 307.6 millones, lo que significa que el número de personas
desempleadas registradas es mayor que el número de personas empleadas.
Y la tasa de aumento porcentual del empleo es casi desestimable”. Sukomal
Sen, Working Class of India: History of Emergence and Movement
1830-1990, With and Overview up to 1995, K.P. Bagchi & Co., Calcuta,
1997, p. 554.
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todas partes, a pesar de la total dedicación de los entes políticos dominantes
a esa tarea durante por lo menos los últimos doce años.
Más aún, la fallida “modernización” del llamado “tercer mundo”,
en conformidad con las recetas propagadas durante décadas por los
países “capitalistas avanzados”, subraya el hecho de que enormes
cantidades de personas —no solamente en Asia sino también en
África y Latinoamérica— no hayan podido ser llevadas a la tierra
prometida del milenio capitalista liberal. Así, el capital no podría
conseguir adaptarse a las presiones que nacen del final de su “ascenso
histórico” si no regresa a su propia fase de desarrollo progresivo,
abandonando por completo el proyecto capitalista liberal, a
pesar de toda la mistificación ideológica al servicio de sí misma que
afirma lo contrario. Es por eso que hoy día debería resultar aun más
obvio que nunca que el blanco de la transformación socialista no
puede ser únicamente el capitalismo, si es que se quiere lograr un
éxito perdurable: tiene que ser el propio sistema del capital.
El sistema, en todas sus formas capitalistas o poscapitalistas,
está (y tendrá que continuar estándolo) orientado hacia la expansión
y guiado por la acumulación.53 Naturalmente, lo que está
sobre el tapete en este respecto no es un proceso trazado para la
creciente satisfacción de la necesidad humana. En cambio, sí lo es
la expansión del capital como un fin en sí misma, al servicio de la
preservación de un sistema que no podría sobrevivir si no hace valer
constantemente su poder como un modo de reproducción expandido.
El sistema del capital es antagonístico en su fuero interno debido
a la subordinación estructural jerárquica del trabajo al capital
que usurpa —y tiene que usurpar siempre— el poder de tomar decisiones.
El antagonismo estructural prevalece en todas partes, desde
los “microcosmos” constitutivos más pequeños al “macrocosmo”
que abarca las estructuras y relaciones reproductivas más amplias.
Y precisamente porque el antagonismo es estructural, el sistema
53 La crisis de acumulación crónica como grave problema estructural ha
sido puesta de relieve en varias ocasiones por Paul Sweezy y Harry Magdoff.
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del capital es —y tendrá que serlo siempre— irreformable e incontrolable.
El fracaso histórico de la socialdemocracia reformista
proporciona un elocuente testimonio de la irreformabilidad del sistema;
y la crisis estructural que se profundiza, con sus peligros para
la supervivencia misma de la humanidad, pone muy en relieve su
incontrolabilidad. Ciertamente, resulta inconcebible introducir los
cambios fundamentales requeridos para remediar la situación sin
superar el destructivo antagonismo estructural tanto en los “microcosmos”
reproductivos como en el “macrocosmos” del sistema del
capital como modo de control metabólico social que todo lo abarca.
Y eso solo puede lograrse si se pone en su lugar una forma de reproducción
del metaboslimo social radicalmente diferente, orientada
hacia el redimensionamiento cualitativo y la creciente satisfacción
de la necesidad humana; un modo de intercambio humano controlado
no por un conjunto de determinaciones materiales fetichistas si
no por los propios productores asociados.
2.3. La triple fractura interna del sistema
El sistema del capital está caracterizado por una triple fractura
entre:
1. la producción y su control,
2. la producción y el consumo, y
3. la producción y la circulación —nacional e internacional—
de los productos.
Como resultado, es un sistema irremediablemente “centrífugo”
en el que cada una de las partes en conflicto e internamente antagónicas
tira en dirección muy diferente.
En las teorías formuladas desde el punto de vista del capital en
el pasado, los correctivos para la dimensión cohesiva faltante fueron
concebidos en su totalidad de manera ilusa. Primero, por Adam
Smith, como “la mano invisible”, que supuestamente convertiría
a las intervenciones políticas por parte del Estado y sus políticos
—condenadas explícitamente por Smith como sumamente dañinas—
en totalmente superfluas. Luego, Kant ofreció una variante
del “espíritu comercial” de Adam Smith propugnando la realización
de una “política moral”, a la espera (por demás ingenua) de que
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la acción del “espíritu comercial” trajese no solamente beneficios
económicos universalmente difundidos, sino además un reinado de
la “paz perpetua” políticamente loable, dentro del marco de una armoniosa
“Liga de las Naciones”. Y más tarde, en la culminación de
esa línea de pensamiento, Hegel introdujo la idea de la “astucia de la
razón”, atribuyéndole el desempeño de una función muy parecida a
la de “la mano invisible” de Adam Smith. Sin embargo, en total contraste
con Smith —y reflejando la situación de mucho mayor desgarramiento
en su propio tiempo— Hegel le asignó directamente el
papel totalizante/universalista de la Razón en los asuntos humanos
al Estado -nación, desdeñando la creencia de Kant en el reinado de
la “paz perpetua” por venir. Pero también insistió en que “lo Universal
ha de ser hallado en el Estado, en sus leyes, sus disposiciones
universales y racionales. El Estado es la Idea Divina existente sobre
la Tierra”,54 ya que en el mundo moderno “el Estado como imagen
y realidad de la Razón se ha vuelto objetivo”.55 Así, hasta los más
grandes pensadores que conceptualizaron esos problemas desde el
punto de vista del capital tan solo pudieron ofrecer algunas soluciones
idealizadas para las contradicciones subyacentes: es decir, para
la triple fractura definitivamente irresoluble antes mencionada. Sin
embargo, al menos han reconocido por implicación la existencia de
dichas contradicciones, al contrario de los apologistas del capital de
nuestros días —como los representantes de la “derecha radical”, por
ejemplo— que jamás admitirían la existencia de algo que necesite
correctivo sustantivo en su apreciado sistema.
2.4. El fracaso del capital en la creación de su formación
de Estado global
Dada la determinación interna centrífuga de sus partes constitutivas,
el sistema del capital solo podía hallar una dimensión
cohesiva, y sumamente problemática esta, bajo la forma de sus
54 Hegel, The Philosophy of History, p. 39.
55 Hegel, The Philosophy of Right p. 223.
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formaciones de Estados nacionales. Estos últimos representaban a
la abarcadora/ totalizadora estructura de mando política del capital,
que demostró ser apropiada para su papel a través del ascenso
histórico del sistema. Sin embargo, el hecho de que esa dimensión
cohesiva remedial estuviese articulada históricamente en forma
de Estados-naciones muy lejos de ser benevolentes y armoniosos
entre sí, con el menor deseo posible de actuar en conformidad
con el imperativo kantiano de la “paz perpetua” por venir, significó
que en la realidad el Estado estuviese en verdad “infectado de
contingencias”56 en más de una forma.
Primero, porque las fuerzas de destrucción a la disposición de
la contienda militar se han vuelto absolutamente prohibitivas, privando
así a los Estados-naciones de su opción final para resolver
los antagonismos internacionales más abarcadores en forma de una
nueva guerra mundial.
Segundo, porque el fin del ascenso histórico del capital ha puesto
en evidencia el irracional carácter despilfarrador y destructor del
sistema también en el plano de la producción,57 intensificando así la
necesidad de garantizar nuevas salidas para los bienes del capital
a través de la dominación hegemónica/imperialista, bajo condiciones
en que la manera tradicional de imponerla ya no puede ser considerada
una opción fácilmente a mano; no solamente por razones
estrictamente militares sino también a causa de las graves implicaciones
de pasos como ese para una potencial guerra comercial de
carácter global.
Y tercero, porque la contradicción, hasta hace relativamente
poco velada, entre la voluntad irrefrenablemente expansionista del
capital (que tiende a la total integración global) y las formaciones
de Estado articuladas históricamente —como Estados— naciones
56 Ibid., p. 214.
57 Schumpeter solía elogiar el capitalismo —con mucha autocomplacencia—
como un orden reproductivo de “destrucción productiva”; hoy día
sería mucho más correcto caracterizarlo como un sistema de “producción
destructiva”.
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competidores— ha saltado a la luz, afianzando no solo la destructividad
del sistema sino también su incontrolabilidad.
No es de extrañar, entonces, que el fin del ascenso histórico del
capital en el siglo XX haya traído consigo también la profunda crisis
de todas sus formaciones de Estado conocidas.
En nuestros días se nos ofrece, como una solución automática de
todos los problemas y contradicciones que enfrentamos, la varita
mágica de la “globalización”. Esa solución es presentada como una
completa novedad, como si el tema de la globalización hubiese aparecido
en el horizonte histórico hace apenas una o dos décadas, con
su promesa de benevolencia universal a la par con aquella noción
alguna vez similarmente aclamada y reverenciada de la “mano invisible”.
Y sin embargo en la realidad el sistema del capital se estuvo
desplazando inexorablemente hacia la “globalización” desde
su inicio. Porque, dada la irrefrenabilidad de sus partes constitutivas,
no era posible concebir que existiese otra forma de completarse
a sí mismo exitosamente distinta a la de un sistema global que lo
abarque todo. Por eso el capital tenía que tratar de demoler todos
los obstáculos que se interpusieran en el camino de su pleno desenvolvimiento;
y tendrá que seguir haciéndolo hasta tanto el sistema
sobreviva.
Es ahí donde se hace claramente visible una gran contradicción.
Porque si bien el capital tiende en su articulación productiva —en
nuestro tiempo fundamentalmente mediante la acción de corporaciones
nacionales/trasnacionales gigantes— hacia una integración
global (y en ese sentido real y sustantivamente dirigida hacia
la globalización), la configuración vital del “capital social total” o
“capital global” está en la actualidad totalmente vacía de su apropiada
formación de Estado. Es eso lo que contradice abiertamente
la determinación intrínseca del sistema mismo como inexorablemente
global e irrefrenable. Así, el “Estado del sistema del capital”
faltante demuestra por sí mismo la incapacidad del capital para llevar
a su conclusión definitiva la lógica objetiva de la irrefrenabilidad
del sistema. Esa es la circunstancia que tiene que poner bajo
la sombra del doloroso fracaso a las expectaciones optimistas de
la “globalización”, sin eliminar, sin embargo, al problema mismo
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—a saber, la necesidad de una integración verdaderamente global
de los intercambios reproductivos de la humanidad— para el cual
solo es posible prever una solución socialista. Porque sin esta, el antagonismo
y la confrontación hegemónica obligadamente cada vez
más letales de las principales potencias que compiten por las vías de
salida requeridas no pueden terminar sino en catastrófica amenaza
para la supervivencia de la humanidad. Por poner un solo ejemplo,
dentro de dos o tres décadas la economía de China (aun a la presente
tasa de desarrollo) está destinada a sobrepasar en mucho a la
fuerza económica de los Estados Unidos, con el potencial militar
correspondiente. Y, en la vieja y noble tradición del “pensamiento
estratégico”, ya en los Estados Unidos hay “teorías” que anticipan
la solución necesaria de ese inmenso desafío económico y político
mediante algún “golpe preventivo”.
2.5 La insuficiencia crónica de la “ayuda externa” por
parte del Estado
La crisis estructural del capital constituye la desembriagadora
manifestación del encuentro del sistema con sus propios límites intrínsecos.
La adaptabilidad de ese modo de control metabólico social
no podía ir más allá de lo que le permitiera la “ayuda externa”
compatible con sus determinaciones sistémicas. El hecho mismo de
que aflorase la necesidad de esa “ayuda externa” —y que a pesar
de toda la mitología que señalaba lo contrario continuó creciendo a
todo lo largo del siglo XX y ahora en el XXI— fue siempre un indicativo
de que había que introducir algo bien diferente a la normalidad
de la extracción y apropiación económicas del plustrabajo, si
se quería contrarrestar las graves “disfunciones” del sistema. Así, la
mayor parte del capital del siglo pasado pudo digerir las dosis de correctivos
que le fueron administradas, y en los pocos “países capitalistas
avanzados” —pero tan solo ahí —hasta fue posible celebrar
su fase de desarrollo expansionista muy obviamente exitosa durante
las décadas del intervencionismo estatal keynesiano después de la
segunda guerra mundial.
La gravedad de la crisis estructural del sistema del capital enfrenta
a los socialistas a un desafío estratégico de envergadura, pero
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a la vez les ofrece también algunas posibilidades vitales nuevas
para responder a ese desafío. Lo que se necesita destacar aquí es
que no importa cuán abundantes y variadas puedan ser las formas
de “ayuda externa” en el siglo XXI —muy distinto a las fases iniciales
del desarrollo capitalista, cuando la “ayuda externa” política
absolutista (como lo señaló Marx con referencia a Enrique VIII
y otros) era instrumental, y hasta vital, en el establecimiento de la
normalidad y el sano funcionamiento del capital como un sistema
omniabarcador —en nuestros tiempos toda esa ayuda demostró ser
insuficiente para el propósito de garantizar la estabilidad permanente
y la incambiable vitalidad del sistema. Más bien lo contrario.
Porque las intervenciones del Estado en el siglo XX no hicieron más
que intensificar la “hibridación” del capital como sistema de reproducción
social, amontonando así los problemas para el futuro. En
los años que nos aguardan, la crisis estructural del capital— que se
hace valer como la insuficiencia crónica de la “ayuda externa”
en la presente etapa de desarrollo —está destinada a hacerse más
profunda. Está destinada también a repercutir a todo lo ancho del
globo, aun en los rincones más remotos del mundo, afectando todos
los aspectos de la vida, desde las dimensiones reproductivas directamente
materiales hasta los aspectos intelectuales y culturales más
mediados.
Sin duda, el cambio históricamente viable tiene que ser auténticamente
epocal, y fijarse la tarea de ir más allá del capital como
modo de control metabólico social. Esto significa una acción de
mucho mayor magnitud que la del capital cuando derrocó al sistema
feudal. Porque resulta imposible ir más allá del capital sin superar
radicalmente la subordinación estructural jerárquica del trabajo
a cualquier fuerza controladora, todo lo contrario a simplemente
cambiar la forma histórica específica en que se perpetúa la extracción
y la apropiación del plustrabajo, como ocurrió siempre en el
pasado.
Las “personificaciones del capital” pueden asumir muchas formas
diferentes, desde la variedad capitalista privada a la teocracia
del presente, y desde los ideólogos y políticos de la “derecha radical”
a los burócratas del Estado y el partido poscapitalistas. Hasta
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se pueden presentar como travestis políticos, vestidos con el traje
del “nuevo laborismo” —como por ejemplo lo hace el gobierno inglés
hoy día— para propagar la mistificación al servicio del continuado
dominio del capital con mucha mayor facilidad. Todo esto,
sin embargo, no puede resolver la crisis estructural del sistema y la
necesidad de derrotarlo mediante la alternativa hegemónica del trabajo
al orden metabólico social del capital. Es esto lo que pone en la
agenda histórica la tarea de la rearticulación radical del movimiento
socialista como un movimiento de masas incondicionalmente firme.
Para ponerle fin a la separación trágicamente autodesarmadora
del “brazo industrial” del trabajo (los sindicatos) de su “brazo político”
(los partidos tradicionales), y lanzarse a la acción directa políticamente
consciente, en contra también de la aceptación sumisa de
las condiciones cada vez peores que las reglas seudodemocráticas
del juego parlamentario les imponen a los productores, están los objetivos
orientadores y los pasos transicionales necesarios de un movimiento
socialista revitalizado en el futuro previsible. El continuo
sometimiento al curso del desarrollo globalizante del capital —globalmente
destructivo— no constituye una verdadera opción.
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Capítulo 3:
El marxismo, el sistema del capital y la revolución
social58
3.1. La visión global del capital
Naghd: ¿En su opinión cuál de los modelos marxianos puede
explicar las crisis capitalistas de la época moderna?
. ¿El modelo de reproducción del capital social total?
. ¿El modelo de sobreproducción?
. ¿La tendencia a la caída de la tasa de ganancias?
. ¿Una combinación de todos los anteriores?
Sí, fundamentalmente es posible combinarlos. Pero lo que cobra
precedencia es después de todo una visión global del capital. Resulta
por demás irónico que la gente haya descubierto recientemente
que vivimos en un mundo de “globalización”. A Marx eso siempre
le pareció evidente, y yo lo consideré de igual forma en mi conferencia
en el Isaac Deutscher Memorial (“La necesidad del control
social”, 1971), en la que hablé en extenso sobre la “globalización”.
No empleando esa palabra, sino las cruciales categorías equivalentes
de “capital social total” y “totalidad del trabajo”. El marco
conceptual dentro del cual se le puede dar sentido al sistema del
capital no puede ser sino global. Definitivamente no hay forma de
que el capital se autorrestrinja, y tampoco podremos encontrar en
el mundo una fuerza contraria que pueda restringirlo sin suprimir
58 Entrevista concedida al Persian Quarterly NAGHD [Crítica] el 2 de
junio de 1998; publicada en su edición Nº 25, primavera de 1999. Fue reimpresa
en la Parte Cuatro de Más allá del capital. En la presente traducción
ha sido necesario hacer algunos pequeños ajustes para adecuarse al cambio
de siglo.
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radicalmente el sistema del capital como tal. Así que el capital tenía
que seguir su curso y su lógica de desarrollo: tenía que abarcar la
totalidad del planeta. Eso siempre estuvo implícito en Marx.
Las otras cosas que usted ha mencionado, como “la tasa de ganancias
en descenso”, etc., son de alguna manera colaterales a la
lógica globalmente expansionista del capital, así que se puede incorporar
todo en la visión global. El sistema del capital tiene una
multiplicidad de constituyentes específicos, llenos de contradicciones.
Hay una pluralidad de capitales que se enfrentan entre sí nacionalmente
y también en lo interno de toda comunidad nacional. De
hecho, la pluralidad de capitales dentro de las comunidades nacionales
en particular constituye la base teórica del liberalismo, que
se hace la ilusión de ser el paladín de la libertad. El capital no es
una entidad homogénea. Eso acarrea grandes complicaciones para
toda la cuestión de la “globalización”. De la manera como se la suele
presentar, la “globalización” es una total fantasía, que sugiere que
todos vamos a vivir bajo un “gobierno global” capitalista, obedeciendo
sin chistar las reglas de ese gobierno global unificado. Eso
es totalmente inconcebible. No puede haber manera de poner el sistema
del capital bajo un gran monopolio que pueda proporcionar la
base material de ese “gobierno global”. En realidad, tenemos una
multiplicidad de divisiones y contradicciones, y el “capital social
total” es la categoría abarcadora que incorpora la pluralidad de capitales,
con todas sus contradicciones.
Ahora, si uno mira hacia el otro lado, tampoco la “totalidad del
trabajo” podrá ser considerada nunca una entidad homogénea mientras
el sistema del capital sobreviva. Existen, por necesidad, tantas
contradicciones que se pueden encontrar bajo las condiciones históricas
dadas entre los sectores del trabajo, que se oponen y se pelean
entre sí, y compiten contra ellos mismos, en vez de simplemente enfrentarse
con los sectores específicos del capital. Esa es una de las
tragedias de nuestra situación hoy día. Y no basta con sencillamente
desear que no existieran. Porque, como Marx lo expuso hace mucho
tiempo: la competencia separa a un individuo de otro, no solamente
a los burgueses sino más aún a los trabajadores, a pesar del
hecho de que los reúne. Por eso cualquier poder organizado que se
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levante frente a esos individuos aislados, que viven en condiciones
que reproducen diariamente ese aislamiento, solo podrá ser derrotado
después de luchas prolongadas. Pretender lo contrario equivaldría
a pretender que la competencia no existiese en esta época
definida de la historia, o que los individuos borrasen de sus mentes
las condiciones sobre las que en su aislamiento no ejercen control.
Esas divisiones y contradicciones siguen estando con nosotros y
en definitiva todas tienen que ser explicadas por la naturaleza y el
funcionamiento del propio sistema del capital. Se trata de un sistema
insuperablemente contradictorio basado en el antagonismo social.
Es un sistema adversarial, basado en la dominación estructural
del trabajo por el capital. Por consiguiente, tiene necesidad de toda
clase de divisiones sectoriales.
Pero debemos tener en mente también que estamos hablando de
un sistema que se desenvuelve dinámicamente. La tendencia a un
desenvolvimiento dinámico del sistema del capital global lo obliga
a constituir un sistema inextricablemente entrelazado, y al mismo
tiempo contradictorio. Por eso se pueden subsumir todos los demás
modelos que usted mencionó bajo las determinaciones intrínsecas
del “capital social total”, y la correspondiente “totalidad del trabajo”,
en desenvolvimiento global. Ese marco general tiene su propia
lógica, en el sentido de un desenvolvimiento inexorablemente
acorde con sus determinaciones y limitaciones estructurales intrínsecas.
Hay algunas limitaciones absolutas —históricamente insuperables—
para ese sistema, que he tratado de explicar en el capítulo 5
de Más allá del capital, titulado “La activación de los límites absolutos
del capital”.
3.2 Los límites históricos de la teoría del valor del trabajo
¿Cuál es la validez de la crítica respecto a la teoría de Marx de
la “conversión del valor en precio” y el modelo marxiano en respuesta
a ella?
Bueno, yo pienso que podría resultar demasiado técnico entrar en
los detalles. Usted conoce la forma en que la teoría económica ha
estado cuestionando esos puntos. Pero no creo que haya que darle
mucha importancia a eso, ya que el sistema de mercado bajo el que
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estamos operando obliga a que se produzca esa conversión. Lo que
nos trae de vuelta a la cuestión de la “teoría del valor del trabajo”. El
fundamento del marco conceptual marxiano es la teoría del valor
del trabajo, que se ocupa de la manera como el “plusvalor” es generado
y apropiado bajo el dominio del capital. Porque bajo nuestras
condiciones de reproducción socioeconómica del presente, en
la mayoría de los países tenemos la estructura de mercado a la que
la “pluralidad de capitales” que mencioné antes tiene que ajustarse.
Usted nombró la “tasa de ganancias”, que también está en un proceso
de ajuste constante. Pero ese ajuste no puede darse sin la intermediación
de la conversión.
Fue eso lo que llegó a su final en la antigua Unión Soviética, pero
de ninguna manera en todas partes. Así, cuando uno piensa en el
sistema chino, allí todavía se encuentra el predominio del control
político de la extracción del plustrabajo. Aunque mucha gente habla
del “la estructura de mercado del sistema chino”, en realidad
—cuando consideramos la totalidad de la reproducción metabólica
social de China— el mercado es, en gran medida, secundario en
ella. Así, primordialmente, en el sistema chino la apropiación política
del plustrabajo sigue funcionando, y ciertamente lo hace en
escala masiva. En ese sentido, cuando miramos el problema de la
conversión desde el ángulo del “plustrabajo” y no del “plusvalor” —
que tiene que estar presente en una variedad específica del sistema
del capital— entonces uno encuentra que en la variante capitalista
(basada en el plusvalor) resulta esencial operar con el intermediario
de la conversión, cuyos detalles específicos son históricamente
eventuales. También dependen de las fases históricas de los desarrollos
capitalistas. Así, las fases monopolísticamente más avanzadas
del desarrollo capitalista tienen que efectuar obviamente de
una manera muy distinta la conversión del pusvalor en precios, si
lo comparamos con la fase muy anterior del desarrollo que Marx
conoció.
¿Bajo qué condiciones carecería de toda validez la “teoría del
valor del trabajo”? ¿Esas condiciones son tecnológicas, económicas
o están relacionadas con el factor humano?
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La “teoría del valor del trabajo” puede dejar de funcionar solo
como resultado de una transformación socialista radical. Eso es lo
primero que hay que subrayar. Si queremos abolir la teoría del valor
del trabajo debemos abolir la extracción y la distribución del plustrabajo
por parte de un ente externo de cualquier tipo, sea político
o económico. Pero para abolirlo tenemos que cambiar también
todo el sistema. En otras palabras, solamente podremos hablar de
socialismo cuando la gente tenga el control de su propia actividad
y de la distribución de sus frutos para sus propios fines. Eso significa
la autoactividad y el autocontrol de la sociedad por parte de
los “productores asociados”, como lo planteó Marx. Naturalmente,
los “productores asociados” no pueden controlar su actividad y sus
objetivos a menos que puedan controlar también la distribución del
excedente producido socialmente. Por lo tanto es inconcebible instituir
el socialismo si un ente por separado continúa con el control
de la extracción y apropiación del plustrabajo. Bajo el socialismo la
“teoría del valor del trabajo” carece por entero de validez; no hay
espacio para ella.
Marx habla acerca del “fundamento miserable” según el cual
en el sistema del capital la extracción perversa del plustrabajo tiene
que ser la reguladora del proceso de le reproducción social. Sin
duda, en cualquier sociedad se necesita una manera de manejar el
problema de cómo distribuir los recursos. ¿Porque qué significa
“economía”? Es fundamentalmente una manera racional de economizar.
No tenemos una infinidad de recursos que podamos despilfarrar
a voluntad, como ocurre —para nuestro peligro— bajo el
sistema del capital. No tenemos una infinidad de nada, trátese de
que uno piense en recursos materiales o en energía humana, en ningún
tiempo en particular. Por consiguiente necesitamos una regulación
racional del proceso de la reproducción social. Lo importante
es la viabilidad del proceso de la reproducción social sobre una base
a largo plazo, y no dentro de los confines del sistema del capital,
irresponsablemente miopes y completamente insustentables. Por
eso es necesario reorientar el intercambio social, de la tiranía del
plusvalor y la expropiación del plustrabajo de los productores por
parte de un ente por separado, a otro cualitativamente diferente. En
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este último, en el que los “productores asociados” tienen el control
tanto de la producción como de la distribución de sus productos, no
hay absolutamente ningún espacio para que el plusvalor se imponga
por sobre los individuos sociales. Es decir, ningún espacio para los
imperativos del capital y la acumulación del capital.
Porque el capital no es simplemente una entidad por separado.
Debemos pensar en el capital como una manera históricamente determinada
de controlar la reproducción metabólica social. Es ese
el significado fundamental del capital. Penetra en todas partes. Por
supuesto, el capital también es una entidad material: el oro, la banca,
los mecanismos de fijación de precios, los mecanismos del mercado,
etc. Pero mucho más allá de eso, el capital también penetra en
el mundo del arte, en el mundo de la religión y las iglesias, y dirige
las instituciones culturales de la sociedad. Uno no puede pensar en
ninguna cosa de nuestras vidas que no esté controlada por el capital
en ese sentido, bajo las circunstancias del presente. Por eso la “teoría
del valor del trabajo” es válida para el período histórico en el que
el capital lo abarca todo, cuando el proceso de regulación mismo es
fundamentalmente irracional.
Y este no es de ninguna manera el final del cuento. Se complica
aún más por el hecho de que en el difícil período histórico de la transición
del dominio del capital a un sistema muy diferente, la “teoría
del valor del trabajo” y la “ley del valor” funcionan de manera muy
imperfecta. Esta es una de las razones por las que el sistema del capital
del tipo soviético estaba condenado. Era un sistema de transición
que podía ir, o en dirección hacia una transformación socialista
de la sociedad, cosa que no hizo, o bien tenía que derrumbarse y
tarde o temprano tomar el camino de la restauración capitalista. Fue
eso lo que presenciamos, porque en determinado punto en el tiempo
el sistema soviético estuvo, por así decirlo, “sin dar pie con bola”.
No tenía forma de regular la economía mediante algún tipo de mecanismo
económico como el mercado, el sistema de precios, o cosas
así. Por lo tanto no podía tener el tipo de fuerza disciplinadora del
trabajo de la que realmente disponemos bajo el sistema de mercado
capitalista.
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En nuestra sociedad las fuerzas del mercado disponen tantas cosas;
el trabajo se ve sometido implacablemente a la condicionadora
tiranía del mercado prevaleciente. La cuestión crucial en este respecto
es, precisamente, el mercado del trabajo. Si miramos hacia
atrás hasta el tiempo en que el sistema soviético bajo Gorbachov
colapsó, veremos que la defunción del sistema coincidió con el intento
mal concebido y fútil de introducirlo en el “mercado del trabajo”.
Ese fue el final de la tan pregonada “perestroika”. Porque el
mercado del trabajo solo puede funcionar adecuadamente bajo condiciones
capitalistas. Fue allí donde prevaleció —no parcial o marginalmente,
sino en principio como algo exitosamente normal— la
“ley del valor” en la “reproducción expandida del capital”. Había
toda clase de límites más allá del mundo capitalista —a saber, el
marco global— bajo el cual tenía que operar también el sistema soviético.
Bajo las condiciones del desarrollo del siglo XX, muchas
cosas que en el pasado pudieron funcionar dentro del marco de la
extracción del plustrabajo reglamentada económicamente se habían
vuelto sumamente problemáticas. Hoy las imperfecciones del mercado
y el funcionamiento de la ley del valor, tan lleno de problemas,
quedan claramente en evidencia también en nuestro sistema en los
países capitalistamente avanzados de Occidente. El papel cada vez
más importante asumido por el Estado —sin el cual el sistema del
capital no podría sobrevivir por mucho tiempo hoy día en nuestras
sociedades— restringe con gran fuerza la ley del valor en nuestro
sistema. Estamos hablando aquí de esas limitaciones potencialmente
de largo alcance que son, por supuesto, las autocontradicciones
del sistema.
Hay que agregar también que una cosa es intentar la restauración
plena del capitalismo en la antigua Unión Soviética y otra
muy distinta tener éxito en ello. Porque quince años después de que
Gorbachov inició el proceso de restauración capitalista no podemos
hablar más que de éxitos parciales, restringidos principalmente a
los círculos comerciales conducidos por la mafia de las grandes ciudades.
La crisis endémica y crónica en Rusia, abiertamente manifiesta
también en forma de que a muchos grupos de trabajadores
—por ejemplo los mineros— ni siquiera se les pagan sus salarios
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miserables durante varios meses, a veces hasta año y medio, lo que
resultaría inconcebible dentro de un marco capitalista apropiado
en el que el regulador fundamental de la extracción del plustrabajo
sería económico y no político. Eso pone de relieve una tendencia
vital de los desarrollos del siglo XX y el presente. Constituye un
hecho de significación histórica mundial que el sistema del capital
no pudiese completarse en el siglo pasado en forma de su variante
capitalista, que se basa en la regulación económica de la extracción
del plustrabajo. Tanto así, que hoy día aproximadamente la mitad de
la población mundial —desde la India hasta China e importantes
áreas de África, Asia suroriental y Latinoamérica— no pertenece
al mundo del capitalismo propiamente dicho, sino vive bajo alguna
variante híbrida del sistema del capital, debido o a las condiciones
de subdesarrollo crónico o la participación masiva del Estado
en la regulación del metabolismo socioeconómico, o ciertamente a
una combinación de las dos. La crisis endémica en Rusia —que bien
podría terminar en desestabilización total y explosión potencial—
solo puede ser explicada dentro de ese contexto. Comprensiblemente,
la verdadera significación de tal hecho histórico mundial —es
decir, el fracaso del capitalismo en imponerse con éxito en todas
partes, a pesar de su autocomplaciente discurso acerca de la “globalización”—
está destinada a tardar algún tiempo en asentarse, dados
los mitos del pasado y el triunfalismo hoy predominante. Sin
embargo, eso no puede disminuir la importancia del hecho mismo y
de sus implicaciones de largo alcance para el futuro, que tienen que
surgir de la crisis estructural cada vez más profunda del sistema del
capital.
3.3. La proletarización progresiva y sus ilusas negativas
¿Dónde está hoy el proletariado y qué papel juega en el cambio
social? ¿Dónde podemos encontrar hoy su agencia?
Pienso que en realidad lo que usted me pregunta se refiere a la
cuestión del agente social de la transformación. Porque eso es lo
que la palabra “proletariado” resumía en tiempos de Marx, y que la
gente a menudo entiende como proletariado industrial. Las clases
trabajadoras industriales son en su conjunto trabajadores manuales,
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desde la minería hasta las varias ramas de la producción industrial.
Limitar la agencia social del cambio a los trabajadores manuales
obviamente no es la propia posición de Marx. Él estaba muy lejos
de pensar que el concepto de “trabajadores manuales” pudiese proporcionar
un marco adecuado para la explicación de lo que se requería
para un cambio social radical. Usted debe recordar que Marx
hablaba de cómo se “proletarizaba” un número cada vez mayor de
personas a través de la polarización de la sociedad. Por lo tanto, es
el proceso de proletarización —inseparable del desenvolvimiento
global del sistema del capital— lo que define y en definitiva resuelve
el punto. Es decir, la cuestión es cómo la inmensa mayoría de los
individuos cae en una condición en la que pierde el control de todas
las posibilidades de su vida, y en ese sentido se proletariza. Así, de
nuevo, todo viene a caer en la cuestión de “quién tiene el control”
del proceso de la reproducción social, cuando la inmensa mayoría
de los individuos está “proletarizadas” y degradadas a la condición
de impotencia extrema, como los miembros más desdichados de la
sociedad —los “proletarios”— lo estaban en una fase anterior del
desarrollo.
Existen grados y posibilidades de control, hasta cierto punto en
la historia del capital, lo que significa que algunos sectores de la
población ejercen más control que otros. De hecho, en algunos de
los capítulos de El capital Marx describía a la empresa capitalista
como casi una operación militar en la que se tienen oficiales y
sargentos, y los capataces, igual que los sargentos, supervisan y
regulan la fuerza laboral directa bajo la autoridad del capital. En
definitiva todos los procesos de control están bajo la autoridad del
capital, pero con ciertos mecanismos y posibilidades de autonomía
limitada asignados a los sectores supervisores específicos. Ahora
bien, cuando se habla de una “proletarización” que avanza ello implica
una igualación hacia abajo y la negación de hasta la autonomía
sumamente limitada de la que anteriormente disfrutaban algunos
grupos en el proceso del trabajo.
Piense nada más en la distinción alguna vez muy marcada entre
trabajadores “de cuello blanco” y trabajadores “de cuello azul”.
Como sabemos, a los propagandistas del sistema del capital que
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dominan los procesos culturales e intelectuales les gusta utilizar la
distinción entre los dos como otra refutación más de Marx, argumentando
que en nuestras sociedades el trabajo manual “de cuello
azul” desapareció de un todo, y que los trabajadores “de cuello blanco”,
que se supone disfrutan de una mayor seguridad de empleo (lo
cual resulta ser completamente ficticio), se ven elevados a la “clase
media” (otra ficción). Pues bien, yo les diría respecto a la presunta
desaparición del trabajo “de cuello azul”: “¡Aguarden, no tan de
prisa!” Porque si echamos un vistazo alrededor del mundo y enfocamos
la categoría crucial de la “totalidad del trabajo”, nos encontramos
con que la inmensa mayoría del trabajo todavía sigue siendo
lo que podríamos describir como “de cuello azul”. Al respecto basta
con pensar en los cientos de millones de trabajadores “de cuello
azul” en la India, por ejemplo.
¿Puedo agregar algo? ¿La distinción de Marx entre trabajo
productivo y trabajo no productivo sigue siendo válida?
Bueno, válida en el sentido de que se puede hacer esa distinción.
Cuando uno considera el proceso de reproducción general,
encuentra que ciertos elementos constituyentes de ese proceso se
van volviendo cada vez más parasitarios. Pensemos al respecto
en los costos de administración y seguros cada vez más elevados.
La forma más extremada de parasitismo en nuestro proceso de reproducción
contemporáneo es, por supuesto, el sector financiero,
constantemente involucrado en la especulación global, con repercusiones
muy severas —y potencialmente extremadamente graves—
sobre el proceso de la producción propiamente dicho. El peligroso
parasitismo del sector financiero internacional especulador —al
cual, para echarle sal a la herida, se le continúa glorificando bajo la
consigna propagandística de una “globalización” inevitable y universalmente
beneficiosa— tiene un peso importante sobre las perspectivas
de transformación social futuras. Eso nos trae de vuelta
a la cuestión vital del agente social del cambio. Lo que decide el
punto no es la relación históricamente cambiante entre trabajadores
“de cuello azul” y “de cuello blanco”, sino la confrontación fundamental
socialmente insoslayable entre el capital y el trabajo. Que no
está limitada a este o aquel sector específico del trabajo, sino que
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abarca a la totalidad del trabajo como antagonista del capital. En
otras palabras, el trabajo, como antagonista del capital —es decir,
el del “capital social total” que se hace valer globalmente, no puede
ser sino la “totalidad del trabajo” en escala global— subsume
bajo él todos los sectores y variedades del trabajo, independientemente
de su configuración socioeconómica en la presente etapa de
la historia. Hemos presenciado lo que está sucediendo en nuestras
sociedades; en las llamadas “sociedades capitalistas avanzadas” de
Occidente. Como sucedió y sigue sucediendo, un enorme número
de trabajadores “de cuello blanco” fueron, y están siendo, expulsados
implacablemente del proceso del trabajo. En verdad, cientos de
miles de ellos en todos los grandes países.
Démosle un vistazo a esa cuestión en los Estados Unidos. Hubo
una vez en que los trabajadores “de cuello blanco” tuvieron cierta
clase de seguridad de empleo, acompañada de una pequeña autonomía
relativa para su tipo de actividad. Y todo eso está desapareciendo
ahora, escapando por la ventana. Aquí la “maquinaria
avanzada” computarizada y la cuestión de la tecnología hacen su
entrada triunfal en la escena. Pero incluso en ese contexto la tecnología
siempre ocupa el lugar secundario para la cuestión del imperativo
de la acumulación del capital. Es este el que decide en definitiva
el asunto, utilizando el “inevitable progreso de la tecnología” como
su coartada para triturar vidas humanas en escala masiva. De manera
que tenemos la “proletarización” de la fuerza laboral que alguna
vez tuvo mayor seguridad. Este es un proceso progresivo. El
desempleo es endémico y generalizado; hoy día no podemos hallar
un solo país que no lo tenga en escala creciente. Mencionaba en mi
“Introducción” a la edición en persa de Más allá del capital que en
la India hay 336 millones (¡trescientos treinta y seis millones!) de
personas en los registros de desempleo; y uno se puede imaginar
cuántos millones de personas ni siquiera han sido registradas. Ése
es el trance por el que está pasando hoy la humanidad. Basta con
mirar alrededor lo que está ocurriendo en Latinoamérica, el creciente
desempleo en África, y hasta en Japón no hace muchos años
aclamado como el país del “milagro”. Ahora leo cada mes en las
publicaciones japonesas acerca de un nuevo récord de desempleo.
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De hecho, Japón tiene en este momento una tasa de desempleo considerablemente
más alta que la de los Estados Unidos. ¡Qué ironía!
Porque hasta hace poco la manera de manejar esos problemas de los
japoneses era considerada la solución ideal.
El crecimiento canceroso del desempleo afecta actualmente a todos
y cada uno de los países, incluidos los que no lo padecían en el
pasado. Tomemos como ejemplo a Hungría. Ahora tiene una tasa
de desempleo más elevada que la altísima tasa de Alemania. Aquí
podemos ver la gran diferencia entre el sistema capitalista y el poscapitalista
de tipo soviético. En el pasado, en los países de tipo soviético
no había desempleo. Existían varias formas de subempleo,
pero ningún desempleo. Ahora en Hungría el desempleo es equivalente
a algo mucho más elevado de lo que tenemos no solamente
en Alemania, sino también en Inglaterra y en Italia. Se comprende
la gravedad del desempleo. Fíjese en lo que está pasando en Rusia.
Hubo una época en la que Rusia no sufría de desempleo, y ahora
su tasa de desempleo es enorme. Y, como lo mencionamos antes,
incluso si uno tiene empleo en Rusia, como los mineros, a lo mejor
no recibe su salario durante meses. Hay que tener en mente todo
el tiempo que estamos hablando de un proceso dinámico de desenvolvimiento
y transformación. Ese proceso amenaza a la humanidad
con la devastación, y el agente social que puede hacer algo
al respecto —en verdad el único agente factible capaz de instituir
una manera alternativa de controlar el metabolismo social— es el
trabajo. No los sectores específicos del trabajo, sino la totalidad del
trabajo como el antagonista irreconciliable del capital.
3.4. La necesaria renovación de las concepciones
marxianas
Antes de comenzar a preguntarle acerca de la posibilidad objetiva,
posibilidad real del socialismo, me gustaría preguntarle
sobre Marx. ¿Qué aspectos de la teoría de Marx son vulnerables
o necesitan ser renovados? ¿Qué partes considera usted que lo
necesitan? ¿La metodología, la sociología, la teoría histórica o
la económica?
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El andamiaje marxiano necesita siempre de renovación. Marx
escribió a mediados del siglo XIX y murió en 1883. Las cosas han
cambiado inconmensurablemente desde esa época. Las tendencias
de transformación que hemos presenciado en el pasado reciente,
con sus raíces que se remontan a las primeras décadas del siglo
XX, son de tal carácter que Marx ni hubiera soñado con ellas. Sobre
todo, tiene que ver con la manera como el sistema del capital pudiese
amoldarse y renovarse, para así posponer el desenvolvimiento y
la maduración de sus contradicciones antagónicas. Marx no estaba
en una posición en la cual pudiese haber evaluado las varias modalidades
y las limitaciones últimas de la intervención estatal para
prolongar el lapso de vida del sistema del capital. Cuando se piensa
en el desarrollo económico del siglo XX, la figura clave en él es
John Maynard Keynes. El objetivo fundamental de Keynes era precisamente
cómo salvar el sistema mediante la inyección de fondos
masivos del Estado en beneficio de la empresa capitalista privada,
a fin de regular sobre una base permanente el proceso de la reproducción
general, dentro del marco de la acumulación del capital sin
perturbaciones.
Ahora bien, más recientemente tuvimos el “monetarismo” y el
“neoliberalismo”, que pusieron a un lado a Keynes y se permitieron
fantasear con el final definitivo de la intervención del Estado e
imaginar el “retroceso de las fronteras del Estado” del modo más
absurdo. Naturalmente, en la realidad nada podía corresponderse
con esas fantasías interesadas. De hecho, el papel del Estado en el
sistema capitalista contemporáneo es mayor que nunca, incluidos
el período que siguió a la segunda guerra mundial y algo más de
un par de décadas de desarrollos keynesianos en los países capitalistamente
más avanzados. Todos estos tipos de desarrollo resultan
totalmente novedosos comparados con la época de Marx.
Ocurrió igual, y hasta más aún si le añadimos las complicaciones,
en la antigua Unión Soviética y en general en todo el sistema
de tipo soviético. Una cosa es tener una revolución que quiere ser
socialista, con el objetivo de originar una transformación socialista
de la sociedad, y otra bien distinta la que vemos en el tipo de sociedad
que surgió de ella. Porque el dominio del capital —aunque
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de una manera muy distinta— continuó también en el sistema poscapitalista
de tipo soviético. Si miramos más de cerca, hallaremos
una importante conexión con Marx. Porque él habla de las “personificaciones
del capital”, que constituyen una categoría importante.
Marx utiliza esa categoría cuando habla acerca de los capitalistas
privados, ya que en su época no existía ninguna otra forma visible
de ellas. Pero percibe, con gran poder de penetración, que lo que
verdaderamente define al personal al mando del sistema del capital
es que son personificaciones del capital. Tienen que actuar bajo
los imperativos objetivos del capital en sí mismo.
A los ideólogos y propagandistas del capitalismo les gusta perpetuar
el mito del “capitalista cultivado” y el “capitalista preocupado y
benefactor”, dedicados al buen cuido de los trabajadores como regla
general, refiriéndose a aquellos que se comportan de modo diferente
al “rostro inaceptable del capitalismo”, para emplear la expresión
del antiguo primer ministro conservador inglés, Edward Heath. Esa
es una invención grotesca, incluso cuando no se proclama con total
cinismo, como negó haberlo hecho el propio Heath. Porque todos
los capitalistas tienen que someterse a los imperativos objetivos
provenientes de la inalterable lógica de la expansión del capital. De
no hacerlo así, dejarían rápidamente de ser capitalistas, y por lógica
se verían expulsados sin contemplaciones como personal de mando
viable del proceso de reproducción general. A los capitalistas les resulta
inconcebible funcionar sobre la base de ser los que satisfagan
las aspiraciones de la clase trabajadora. Eso sería contradictorio,
dada la necesaria dominación estructural del trabajo por el capital
en todas las variedades concebibles del sistema del capital.
Ahora bien, eso nos trae de vuelta a la cuestión de las “personificaciones
del capital” como vínculo con la visión de Marx. Porque
las “personificaciones del capital” deben obedecer e imponerles
a los trabajadores los imperativos objetivos que emanan de la lógica
del capital, de acuerdo con las circunstancias sociohistóricas
cambiantes. Y eso tiene gran relevancia para la comprensión de la
manera como se puede tener la variedad de diferentes “personificaciones
del capital” que presenciamos en el siglo XX. Marx conoció
una sola forma de personificación del capital: el capitalista privado
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(“único” o “combinado” en su accionar). Pero nosotros hemos visto
varios diferentes, y todavía podríamos ver en el futuro algunas permutaciones
nuevas y totalmente inesperadas, a medida que se vaya
desenvolviendo la crisis estructural del sistema del capital global.
Una de las razones principales por las que escribí Más allá del
capital fue precisamente considerar el futuro. Es el futuro lo que
debemos tener en mente con mirada crítica, a fin de ser participantes
activos en el proceso histórico, plenamente conscientes de, y
preocupados por, las fatales implicaciones del poder destructor del
capital en la presente etapa de la historia. El capital ha estado con
nosotros por un tiempo muy largo en una forma u otra; en verdad,
en algunas de sus formas limitadas, durante miles de años. Sin embargo,
solo en los últimos trescientos o cuatrocientos años bajo la
forma de un capitalismo que pudiese llevar a cabo la lógica autoexpansionista
del capital, sin importar lo devastadoras de las consecuencias
para la supervivencia misma de la humanidad. Es eso lo
que tenemos que poner en su debida perspectiva. Cuando pensamos
en el futuro, a la luz de nuestra dolorosa experiencia histórica, no
podemos imaginarnos una situación en la que el derrocamiento del
capitalismo —en términos de lo que en el pasado solíamos pensar
acerca de la revolución socialista— resuelva los graves problemas
que encaramos. Porque el capital es ubicuo, está profundamente incrustado
en cada una de las áreas de nuestra vida social. En consecuencia,
si es que vamos a tener algún éxito, el capital hay que
erradicarlo de todas partes a través de un laborioso proceso de profunda
transformación social. Las aspiraciones de un cambio socialista
sobre una base permanente deben estar relacionadas con eso,
con todas sus dificultades. Hay que tener bajo observación constante
que las personificaciones del capital potenciales no se impongan
sobre los objetivos de las revoluciones socialistas futuras. Nuestra
perspectiva debe orientarse hacia el diseño y la afirmación exitosa
de las salvaguardias necesarias contra la reaparición de las personificaciones
del capital, en cualquier forma nueva.
El andamiaje marxiano debe ser renovado constantemente en ese
sentido, para poder habérnoslas con las desconcertantes vueltas y
revueltas de “la astucia de la historia”. No existe ningún área de la
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actividad teórica —y Marx sería el primero en estar de acuerdo con
esta proposición —de hecho ya lo hizo explícitamente— que pudiese
escapar de la necesidad de autorrenovarse a fondo con cada
cambio histórico importante. Y el hecho es que desde los escritos de
Marx a nuestras condiciones presentes ha habido un cambio histórico
enorme.
Solo por mencionar una consideración importante más como
conclusión de este punto: Marx estaba consciente en cierta medida
del “problema ecológico”, es decir, los problemas de la ecología
bajo el régimen del capital y los peligros implícitos en ella para la
supervivencia humana. De hecho fue el primero en conceptualizarla.
Él habló acerca de la contaminación, e insistió en que la lógica
del capital —que tiene que procurar la ganancia, de acuerdo con
la dinámica de la autoexpansión y la acumulación del capital— no
puede guardar ninguna consideración por los valores humanos y ni
siquiera por la supervivencia humana. Podemos hallar los elementos
de ese discurso en Marx. (Sus observaciones sobre el tema están
estudiadas en la conferencia de 1971 sobre La necesidad del
control social que ya mencioné). Lo que no podremos encontrar
en Marx, por supuesto, es la suma gravedad de la situación frente a
la que estamos. Para nosotros las amenazas contra la supervivencia
humana son asunto de inmediatez. Hoy día podemos destruir fácilmente
a la humanidad. Los medios y las armas para la destrucción
total de la humanidad ya están a nuestra disposición. Nada por el
estilo existía en el horizonte cuando Marx vivía. Los imperativos
destructivos subyacentes solo pueden ser explicados en términos de
la lógica enloquecida que el capital le aplica a la cuestión de la economía.
Como ya lo señalé, el verdadero significado de economía
en la situación humana no puede ser otro que economizar sobre
la base del largo plazo. Hoy nos encontramos con exactamente lo
contrario. La manera como opera el sistema del capital se burla de
la necesidad de economizar. En verdad, en todas partes procura con
absoluta irresponsabilidad lo contrario de la economía: el despilfarro
total. Es ese despilfarro en procura de la ganancia lo que pone
directamente en peligro la supervivencia misma de la humanidad,
y nos presenta el desafío de hacer algo al respecto como asunto de
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gran urgencia. Tal cosa era impensable bajo las condiciones en que
Marx tuvo que escribir, aunque podemos proyectar las palabras
sobre la contaminación que escribió en su crítica del avalúo antihistórico
de la naturaleza que hacía Feuerbach, que no era más que
una idealización de la naturaleza tomada completamente fuera de
su contexto social e ignorando por entero el impacto sobre la naturaleza
que obligadamente ejercía el proceso del trabajo del capital.
Podemos encontrar observaciones críticas de Marx en La ideología
alemana, pero obviamente no un desarrollo completo de ese
complejo de problemas que hoy afrontamos en su inmediatez y su
urgencia.
En marzo de 1998 celebramos el 150vo aniversario del Manifiesto
comunista. La pregunta es: ¿la humanidad tiene por delante
otros 150 años? ¡Ciertamente no, si el sistema del capital sobrevive!
¡Lo que tenemos enfrente es, o bien la catástrofe total debida al
monstruoso despilfarro del sistema del capital, o bien que la humanidad
encuentre una manera radicalmente diferente de regular su
metabolismo social!
3.5. ¿La posibilidad objetiva del socialismo?
¿Cómo describe usted la posibilidad objetiva/real del
socialismo?
Por el momento es una pregunta muy difícil, a causa de lo que
ha sucedido en el pasado reciente y de alguna manera continúa sucediendo.
Lo que debemos tener en mente es que el gran desafío
histórico para las generaciones del presente y el futuro es pasar de
un tipo de orden metabólico social a otro radicalmente distinto. Hay
que seguir insistiendo siempre en lo inmensa y difícil que resulta
esa tarea histórica. Jamás tuvo que ser afrontada en el pasado con la
dramática urgencia a la que no podemos escapar hoy.
El orden social del capital que todos conocemos ha culminado en
un sistema omniabarcador y dominante en los últimos trescientos o
cuatrocientos años. En el siglo XX logró también sofocar, socavar o
corromper todos los esfuerzos políticos importantes que apuntaban
en su contra y más allá de él. Pero sería una fantasía muy grande
asumir que eso significa el fin del socialismo. Es así como en los
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años recientes la propaganda neoliberal trató de describir lo que ha
ocurrido, vociferando triunfalistamente que “hemos acabado con el
socialismo de una vez por todas”. La señora Thatcher, que fue primera
ministra de Inglaterra por más de una década, alardeaba de
que ella “se despedía del socialismo para siempre”. Estaba hablando
del movimiento de la clase trabajadora, grupos de trabajadores
y sindicalistas, especialmente los mineros. Para ese momento había
una huelga de mineros que fue derrotada gracias a los esfuerzos
combinados del Estado capitalista y la dirección del Partido Laborista
bajo Neal Kinnock. La señora Thatcher retrató a los mineros
como “el enemigo interno”. A pesar de sus pretensiones liberales
su bando no tiene miedo, ni reserva alguna, de hablar de usted y
de todos aquellos, que como usted mantienen sus aspiraciones de
establecer un orden socialista, como “el enemigo” y “el enemigo
interno”.
En el tiempo presente, si damos un vistazo alrededor del mundo
encontraremos que el capital lleva la ventaja por todas partes. ¿Pero
será capaz de resolver los graves problemas que constantemente le
crea el funcionamiento de su propio modo de reproducción metabólica
social? Muy lejos de eso. Por el contrario, dadas sus contradicciones
antagónicas insuperables, el capital es incapaz de abordar
esos problemas. En cambio continúa generándolos a escala cada vez
mayor. Es eso lo que mantiene en la agenda histórica la cuestión del
socialismo, a pesar incluso de los esfuerzos masivos y concertados
que apuntan a su aniquilación. El éxito del capital consiste nada más
en posponer el momento en que se vuelva una necesidad ineludible
afrontar los graves problemas de su sistema, que ahora se siguen
acumulando. En el pasado ha habido muchas explosiones sociales
en respuesta a las contradicciones del orden social establecido, que
se remontan notoriamente hasta 1848 y 1871, y de algún modo hasta
la Revolución Francesa de 1789 y su secuela. Pero hasta la fecha
las aspiraciones del pueblo de tener un orden social verdaderamente
equitativo se han visto frustradas, y en conjunto hasta los intentos
más heroicos han sido contrarrestados y reprimidos por el poder
del capital, de una u otra forma. Así que muchos de los problemas
enfrentados siguen quedando peligrosamente sin resolver. Lo que
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en ese sentido resulta por demás insostenible es precisamente la
modalidad de proceso de reproducción social adversarial, antagonístico,
que continúa generando nuestros graves problemas y al
mismo tiempo impide su solución. Porque las determinaciones estructurales
adversariales constituyen una necesidad absoluta para el
funcionamiento y reproducción del sistema existente, independientemente
de cuáles puedan ser las consecuencias. Esas determinaciones
son inextirpables. A pesar de todo el triunfalismo, no se van
a marchar. Las devastadoras consecuencias de una estructura como
esa volverán una y otra vez. Solo puede haber un tipo de solución:
la remoción del antagonismo estructural de nuestra reproducción
metabólica social. Y en sus términos tal cosa es concebible solo
si la transformación lo abarca todo, desde las células constitutivas
más pequeñas de nuestra sociedad hasta las corporaciones trasnacionales
monopólicas más grandes, que siguen dominando nuestras
vidas.
Así, aunque en un sentido superficial el capital es el indudable
triunfador, en un sentido mucho más fundamental está metido en el
problema más grave posible. Esto puede sonar paradójico. Pero si
reconocemos la manera en que el capital puede dominar el proceso
de la reproducción social en todas partes, también debemos reconocer
que es estructuralmente incapaz de resolver sus problemas y
contradicciones. Por dondequiera que uno vea hallará que lo que
aparenta ser —y así es anunciado a viva voz— una solución permanentemente
sólida como una roca, tarde o temprano se desmorona
como arena. Por ejemplo, nada más trate de repasar mentalmente la
efímera historia de los “milagros económicos” que hemos tenido en
las décadas que siguieron a las dos guerras mundiales. ¿Qué clase
de “milagros” fueron? Tuvimos el “milagro alemán” y el “milagro
japonés”, seguidos del “milagro” italiano, el brasileño, etc. Como
bien podemos recordar, el más reciente de ellos fue el milagro muy
tendenciosamente anunciado de las “economías de los tigres del
Asia”. ¿Y qué le pasó a ese “milagro”? Como todos los demás, se
evaporó, y le cedió su puesto a una grave crisis. Hoy día no podemos
encontrar en el mundo un solo país que no esté encarando algunos
problemas absolutamente fundamentales, incluidas las recientes
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calamidades en las bolsas de valores de Rusia y varios países de la
Europa del Este. Bueno, si usted lee ahora los periódicos burgueses,
todos están en una especie de pánico. Sus titulares son atemorizantes
y autoatemorizados ante lo que está pasando realmente. Yo
recuerdo que para la época en que el “milagro asiático” estaba en
su punto más alto, la noción de ese pretendido “milagro” también
era utilizada como un argumento disciplinario abrumador en contra
de las clases trabajadoras de los países capitalistas occidentales.
“¡Pórtense bien! ¡Acepten el estándar de vida y las prácticas laborales
que tienen los trabajadores de las economías de los tigres asiáticos,
o se verán en un problema bien serio!” Un sistema que pretende
haber solucionado todos sus problemas en los países “capitalistas
avanzados” en el Occidente “postindustrial”, y luego tiene que recurrir
para conservarse en salud a esa clase de mensaje chantajista
autoritario, no promete mucho para el futuro, incluso dentro de sus
propios términos de referencia. De nuevo, en ese respecto hay, y no
puede sino haberla, una sola solución viable y sustentable. Es el socialismo.
Socialismo en el sentido que mencioné antes; es decir, la
eliminación del marco adversarial/antagonístico hoy establecido en
el que un sector de la población —una ínfima minoría— tiene que
dominar a la inmensa mayoría a causa de la determinación estructural
insuperable. Es decir, una forma de dominación que expropia
totalmente para sí el poder de tomar decisiones. El trabajo, como
antagonista del capital, carece absolutamente de poder para tomar
decisiones, ni siquiera en el más limitado de los contextos. Esa es la
cuestión vital e ineludible para el futuro. Y en ese sentido, estoy convencido
de ello, las oportunidades para la revitalización del movimiento
socialista, tarde o temprano, son enormes y fundamentales.
3.6 Revolución social y política
¿El concepto de “revolución”, en su opinión?
Sí, el concepto de revolución sigue siendo muy importante y válido
si lo definimos como una profunda y activa transformación
revolucionaria de todas las facetas de nuestra vida social. No deberíamos
tomar el concepto de revolución en el sentido de “un gran
empujón que lo arregla todo de una sola vez”, alimentando la ilusión
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de que basta con cortar unas cuantas cabezas para ganar. Porque el
empleo que Marx hace del concepto de revolución —planteado claramente
en muchos contextos— era el de “revolución social”. Decía
que la gran diferencia entre las revoluciones del pasado y una “revolución
social” socialista era que las revoluciones del pasado fueron
esencialmente de carácter político, lo cual significaba cambiar al
personal que ejercía el dominio de la sociedad mientras se dejaba a
la inmensa mayoría del pueblo en su posición de subordinación estructural.
Ése es también el contexto en el que debemos considerar
la cuestión de las “personificaciones del capital”. Cortar un número
mayor o menor de cabezas, eso se puede hacer con relativa facilidad,
metidos en el “gran empujón” para derribar algo; y todo eso
generalmente pasa dentro de la esfera política. Ése es el sentido en
el que se ha venido definiendo el concepto de “revolución”, incluso
hasta hace poco.
Ahora bien, la amarga experiencia nos enseña que eso no funciona.
Proceder de esa manera no basta. Así, tenemos que regresar a
lo que Marx decía acerca de la “revolución social”. Debo también
enfatizar que su concepto de revolución social no fue originalmente
una idea propia de Marx. Es un concepto que surgió mucho antes
de él, de Babeuf y su movimiento durante la turbulenta secuela de
la Revolución Francesa de 1789. Babeuf fue ejecutado en esos días,
acusado, con su grupo, de “conspiración”. En realidad él insistía en
“una sociedad de iguales”. El mismo concepto reapareció en la década
de los años treinta del siglo XIX y durante las revoluciones de
1848. En esos tiempos de revueltas revolucionarias la idea de “revolución
social” estaba en el primer plano de las fuerzas más progresistas,
y muy acertadamente Marx la abrazó.
En una transformación social radical —estamos hablando de una
revolución socialista— el cambio no puede quedar restringido al
personal que ejerce el dominio, y por lo tanto la revolución tiene que
ser verdadera y abarcadoramente social. Eso significa que la transformación
y el nuevo modo de controlar el metabolismo social debe
penetrar en todos los segmentos de la sociedad. Es en ese sentido
que el concepto de revolución sigue siendo válido; ciertamente, a
la luz de nuestra experiencia histórica, más válido que nunca. Una
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Capítulo 3: El marxismo, el sistema del capital y la revolución social
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revolución que no solamente erradique, sino que también implante.
Más importante aún que lo que se erradique será lo que se coloque
en el lugar de lo erradicado. Marx dice en alguna parte que el significado
de “radical” es “tomar las cosas por sus raíces”. Es ese el significado
literal de ser radical, y conserva su validez en la revolución
social en el sentido de erradicación e implantación que acabamos de
mencionar.
Mucho de lo que hoy está firmemente arraigado ha de ser erradicado
en el futuro a través del laborioso proceso de una transformación
revolucionaria progresiva, o, si se quiere, “permanente”. Pero
el terreno sobre el que se haga esto no debemos dejarlo vacío. En el
lugar de lo que ha sido arrancado hay que poner algo que pueda ser
capaz de echar raíces profundas. Hablando acerca del orden social
del capital, Marx emplea la expresión “sistema orgánico”. En la
Introducción a la edición en persa de Más allá del capital, cité un
pasaje en el que él habla de eso. El sistema del capital bajo el cual
vivimos es un sistema orgánico. Cada parte de él apoya y refuerza
a las demás. Es ese tipo de apoyo recíproco de las partes lo que
hace que el problema de la transformación revolucionaria sea muy
complicado y dificultoso. Si queremos reemplazar el sistema orgánico
del capital tenemos que poner en su lugar otro sistema orgánico
en el que las partes le sirvan de apoyo al todo, porque también
ellas se apoyan recíprocamente. Es así como el sistema se vuelve
viable, capaz de mantenerse firme, en crecimiento y desplazándose
exitosamente en la dirección que garantice la gratificación de cada
miembro de la sociedad.
Está claro, entonces, que la “revolución” no puede ser simplemente
una cuestión de “derrocamiento”. Cualquier cosa que pueda
ser derrocada no puede constituir más que un aspecto muy parcial
de la revolución social. Las variedades de capitalismo históricamente
conocidas pueden ser derrocadas —y en algunos contextos
limitados eso ya ha ocurrido— pero el capital mismo no puede ser
“derrocado”. Tiene que ser erradicado, en el sentido que acabamos
de describir, y es preciso poner algo en su lugar. De igual modo,
el Estado capitalista puede ser derrocado. Sin embargo, aunque
derroquemos el Estado capitalista no habremos eliminado el
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problema mismo, porque el Estado en sí no puede ser derrocado.
Por eso Marx habla del “debilitamiento gradual del Estado”, que es
fundamentalmente otro concepto. Más aún, el más espinoso de los
problemas concernientes a la tarea de la transformación revolucionaria
es que el trabajo en sí no puede ser “derrocado”. ¿Cómo “derrocar”
el trabajo que es, junto con el capital y el Estado, una de las
tres columnas que sirven de soporte al sistema del capital? Porque
el trabajo es la base de la reproducción de la sociedad.
Ha habido toda clase de fantasías, especialmente en estas últimas
décadas, acerca de que la “revolución de la información” abolió
para siempre el trabajo, y estamos viviendo más felices que nunca
en la “sociedad postindustrial”. La idea de la transformación del
trabajo en un juego tiene una tradición respetable, que se remonta a
Schiller. Sin embargo, sus recientes versiones renovadas como apologética
del capital constituyen un absurdo total. Es posible abolir el
trabajo asalariado mediante algún decreto. Pero eso está muy lejos
de ser la solución del problema de la emancipación del trabajo, que
solo es concebible como la auto-emancipación de los productores
asociados. El trabajo humano como actividad productiva continúa
siendo siempre la condición absoluta del proceso de reproducción.
El sustrato natural de la existencia de los individuos es la propia
naturaleza, que debe ser controlada racional y creativamente por
la actividad productiva —lo contrario de ser irresponsable y destructivamente
dominada por los imperativos irracionales, despilfarradores
y destructivos de la expansión del capital. El metabolismo
social implica el necesario intercambio entre los individuos mismos
y entre la totalidad de los individuos y la naturaleza recalcitrante.
Incluso la idea original y no apologética del trabajo como juego en
el siglo XVIII era inseparable de la idealización de la naturaleza: la
ignorancia o negación de su obligada recalcitrancia. Pero las recientes
réplicas apologéticas del capital desafían a cualquier credulidad,
dada la abrumadora evidencia de la insensible destrucción de la naturaleza
por el capital, que los proponentes de esas teorías ignoran
cínicamente.
Usted debe haber leído libros y artículos en las últimas dos o
tres décadas acerca de la llamada “sociedad postindustrial”. ¿Qué
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Capítulo 3: El marxismo, el sistema del capital y la revolución social
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demonios significa eso? ¿”Postindustrial”? Mientras la humanidad
sobreviva, tendrá que ser industriosa/industrial. Tendrá que trabajar
para reproducirse. Tendrá que crear las condiciones bajo las cuales
la vida humana no solamente siga siendo posible, sino además se
haga más rica en satisfacción humana. Y eso es concebible únicamente
gracias a la industria, en el sentido más profundo del término.
Siempre seremos industriales, en oposición a la fantasía propagandista
interesada según la cual la “revolución de la información”
hará que todo el trabajo industrial resulte completamente superfluo.
Característicamente, al mismo tiempo que los paladines de la apologética
del capital hablaban del paraíso “postindustrial”, también
hablaban aprobatoriamente de transferir las “industrias de las chimeneas”
a la India, o a China, o a las Filipinas, o a Latinoamérica.
¡Así que había que sacar las “industrias de las chimeneas” del Occidente
“capitalista avanzado”! ¿Pero dónde iban a poner los “capitanes
de la industria” las tóxicas chimeneas de la Union Carbide?
Las transfirieron a Bhopal, en la India, con consecuencias catastróficas,
matando a quince mil personas e hiriendo y dejando ciegos a
incontables miles más. ¿Eso convierte a la sociedad en “postindustrial”?
Muy lejos de ello. Esas “transferencias de tecnología” solo
significan que el Occidente capitalista manda sus sábanas sucias a
alguna parte “subdesarrollada” del mundo, el llamado “tercer mundo”.
Al mismo tiempo, con sumo cinismo los ideólogos y los propagandistas
del sistema sostienen también que esas transferencias
significan “modernización”, sobre el modelo norteamericano, así
que como resultado de ello a su debido tiempo la gente de todas
partes será rica y feliz en una sociedad totalmente automovilizada.
La tan necesitada revolución significa un cambio fundamental
de todo eso. El derrocamiento nada más no puede solucionar nada.
Derrocar o abolir algunas instituciones en situaciones históricas específicas
constituye un necesario primer paso. Los actos políticos
radicales son necesarios a fin de eliminar un tipo de personal y hacer
posible que alguna otra cosa nazca en su lugar. Pero el objetivo
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tiene que ser un profundo proceso de transformación social progresiva.
Y en ese sentido el concepto de revolución continúa siendo absolutamente
fundamental.
3.7 La igualación hacia abajo de la tasa diferencial de
explotación
Los trabajadores occidentales, habiendo organizado sindicatos,
tratan de ajustar a su Marx a la situación laboral en el mundo
actual. Su voz y su lucha no van más allá de acciones limitadas por
la asistencia social, salarios más altos, etc. En Oriente, por otra
parte, a causa de las dictaduras, las presiones económicas retrasadas
y la falta de conocimiento teórico, los movimientos sociales
apuntan no solo a una vida mejor, sino también al derrocamiento
de su sistema del capital. La globalización y la privatización han
creado oportunidades para movimientos en contra del capitalismo.
El movimiento radical parece estarse originando desde Oriente
y no desde Occidente. ¿Qué piensa usted?
Pienso que tenemos que examinar los hechos, y entonces encontraremos
que algo de lo que usted dice es cierto, pero con consideraciones
históricas. Es decir, lo que usted describe refleja las
condiciones de, hará quizás, una o dos décadas atrás, y mucho menos
las de la actualidad. Cuando consideramos algunas demandas
cruciales del movimiento laboral en los países capitalistas occidentales,
como Francia e Italia, vemos que no pueden ser descritas
como meras demandas de mejoramiento de los salarios. Tomemos
por ejemplo la demanda de la semana de 35 horas sin rebajas en la
paga, a la que el gobierno francés ha accedido. Ahora en Francia
hay una ley —que se va a implementar a partir del 2000-200159—
según la cual la semana de trabajo será reducida a 35 horas. Esa
no es una demanda de salario. Igual cosa está ocurriendo en Italia,
donde hay una ofensiva muy importante para la realización del mismo
objetivo. Quizá pueda encontrarle una cita tomada de una de
las principales figuras del movimiento italiano por las 35 horas de
59 Se mantiene el texto original. Ver la nota anterior.
117
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trabajo, Fausto Bertinotti. Él tuvo que contestar una pregunta de una
lectora del periódico de Rifondazione. Como usted sabe, la condición
de las trabajadoras en todas las sociedades capitalistas es peor
que la de los hombres (y no es que sea muy color de rosa para sus
contrapartes masculinas). Ella preguntaba: “Si vamos a tener más
horas para nosotras”, como resultado de la semana de trabajo de 35
horas, “¿cómo las ocuparemos?” Esta fue la respuesta de Bertinotti:
Cuando decimos que no es solamente una cosa de los objetivos
sindicales, sino de la civilización, nos estamos refiriendo precisamente
al horizonte de la pregunta que usted plantea: la importante
cuestión del tiempo, y de la relación entre el tiempo de trabajo
y el tiempo de vida. Primero que todo sabemos, por Marx, que el
robo del tiempo de trabajo, en cierta etapa del desarrollo histórico,
se convierte en una base muy miserable de la producción, la riqueza
y la organización de la sociedad, además sabemos que la lucha
contra la explotación solo puede ir acompañada, entrelazada y conectada
con la lucha contra la alienación; es decir, contra ese mecanismo
profundamente inherente a la naturaleza del capitalismo,
que no solo le quita al trabajador el producto del “trabajo viviente”,
sino que induce al extrañamiento, la heterodirección y la regulación
opresora del tiempo de vida. En ese sentido, las 35 horas, más allá
de los beneficios que ellas podrán desatar desde el punto de vista del
empleo, retornan a la cuestión central del mejoramiento de nuestras
propias vidas: del autogobierno del tiempo, para ponerlo en términos
políticos no contingentes. Porque no habrá una transformación
social real sin un proyecto de autogobierno colectivo del tiempo de
trabajo y el tiempo de vida: un proyecto real, no una hipótesis elaborada
desde afuera del sujeto social y de las subjetividades individuales.
Ése también constituye un gran desafío para la política y
para nuestro partido.
Ahora bien, ahí es donde puede ver que la lucha por la semana
de 35 horas no es simplemente una “demanda sindical”. Desafía a
la totalidad del sistema de la reproducción metabólica social, y por
lo tanto resultaría muy inexacto describirla como nada más que una
“demanda sindical”.
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Usted tiene razón en que, durante mucho tiempo, las demandas
económicas constituyeron el horizonte del movimiento laboral en
los países capitalistas avanzados. Pero esa orientación estrecha ya
no se puede seguir manteniendo. Eso nos conecta con la cuestión
de las oportunidades para el socialismo. El movimiento laboral se
ve empujado ahora en dirección a que tiene que plantear la cuestión
del tiempo de trabajo y el tiempo de vida. La reducción del tiempo
de trabajo constituye una demanda salarial solamente en grado muy
limitado. Los trabajadores no quieren simplemente un mejoramiento
de los salarios. Es verdad que ellos dicen: “no queremos perder
lo que ya tenemos”, pero la lógica objetiva de la situación es que
de todos modos lo están perdiendo por otras razones. Porque una
de las pérdidas importantes de los últimos cuarenta años de desarrollo
capitalista es lo que yo llamo “la igualación hacia abajo de
la tasa de explotación diferencial” (Ver la Sección 7 de La necesidad
del control social, 1971, o “La intensificación de la tasa de
explotación”, pp. 1027-1029 en Más allá del capital). En los países
capitalistas occidentales las clases trabajadoras pudieron disfrutar
por largo tiempo los beneficios de la tasa de explotación diferencial.
Sus condiciones de existencia, sus condiciones de trabajo, eran
inconmensurablemente mejores que las que se tenían en los “países
subdesarrollados” del llamado “tercer mundo” (un concepto que
siempre he rechazado como propaganda interesada del capitalismo
occidental, porque el “tercer mundo” forma parte integral del solo y
único profundamente interconectado, mundo).
Ahora bien, encontramos por todas partes condiciones de deterioro.
La “igualación hacia abajo” queda en evidencia también en
los países capitalistas más avanzados. Ahora los trabajadores tienen
que afrontar el verse amenazados en sus condiciones básicas
de existencia, porque el desempleo —a menudo camuflado como
precariedad “flexible”— se está esparciendo por todas partes. Pelear
contra el desempleo no puede ser considerado simplemente
una negociación salarial. Ha pasado mucho tiempo desde cuando
se podía tratar el “desempleo marginal” —en el punto culminante
de la expansión keynesiana— en esos términos. Así que las clases
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trabajadoras, incluso en los países capitalistamente más avanzados,
deben encarar ese desafío.
Por supuesto que usted tiene razón en que las condiciones son
incomparablemente peores en el Oriente. Pero es importante destacar
que los países involucrados constituyen una parte integral del
sistema del “capital social total” y la “totalidad del trabajo”. Cualquier
cosa que pase en una parte tiene un impacto sobre las condiciones
en cualquier otra parte. Las condiciones del mercado del
trabajo se están deteriorando por doquier, incluidos los países capitalistas
occidentales; en Canadá tanto como en los Estados Unidos,
o en Inglaterra, Alemania, Francia e Italia. Las presiones se están
intensificando y, podría añadir, eso significa un necesario cambio
en la orientación del movimiento de la clase trabajadora occidental.
Si usted examina la historia del movimiento de la clase trabajadora
en el siglo XX, hallará que una de las grandes tragedias de esa
historia fue la división interna descrita como la separación del llamado
“brazo industrial” del movimiento (los sindicatos) del “brazo
político” (los partidos políticos). Esa separación ha significado la
severa restricción del movimiento laboral, al confinarse su acción
dentro de límites muy estrechos. Los partidos políticos están confinados
dentro de una situación en la que el pueblo, al que ellos supuestamente
representan, tiene la oportunidad de votar —poner un
pedazo de papel dentro de la urna de votación una vez cada cuatro
o cinco años— y con ello renuncia a su poder de tomar decisiones a
favor de quienquiera que esté en el parlamento.
Ahora bien, lo que resulta significativo respecto a los cambios
en marcha es que se hace necesario convertir el propio movimiento
sindical (el “brazo industrial”) en directamente político. Eso está
empezando a ocurrir en algunos países capitalistas europeos (notoriamente
en Francia e Italia), al igual que en Japón. Y confío en
que ocurrirá en el futuro, no muy lejano, también en Canadá y en
los Estados Unidos. Ese era el condicionante que yo le añadiría a su
pregunta. Las cosas han sido y son, significativamente cambiantes
bajo el impacto de la tendenciosa ley del desarrollo del, capital hacia
la igualación hacia abajo de la tasa de explotación diferencial, en
la época de la crisis estructural del sistema del capital en sí, y no
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simplemente del capitalismo. Usted sabe de lo que estoy hablando;
yo analizo ese problema con gran detalle en Más allá del capital.
Bajo esas condiciones ya no es posible retener al pueblo en su situación
de sumisión.
Puedo mencionarle a los mineros ingleses que libraron una lucha
que duró un año, y no fue por una mejora de salario. Sería inconcebible
soportar por todo un año las penurias, la miseria, la discriminación,
la hostilidad y la represión del Estado por el interés de
mejorar sus salarios en 10, 20 o hasta 50 dólares por semana, cuando
estaban perdiendo mucho más, incluso en términos financieros, en
el curso de esa lucha. Los mineros en Inglaterra fueron derrotados
eventualmente gracias a la acción concertada del Estado y, lamentablemente,
como mencioné antes, también el Partido Laborista, su
presunto “brazo político”. ¿Y qué le ocurrió a la fuerza laboral de los
mineros ingleses? Para el momento de la huelga su número rondaba
los 150.000; ¡hoy se ha reducido a menos de 10.000! Esa es la realidad
de la situación. Contra eso tuvieron que luchar los trabajadores:
la reducción numérica a niveles de exterminio, la transformación de
sus pueblos y aldeas mineras en la tierra baldía del desempleo. Así,
en la actualidad más y más grupos de trabajadores también en los
países capitalistamente avanzados se ven forzados a proceder de la
misma manera, como lo hicieron los mineros ingleses. Puedo mencionarle
también otro caso: los obreros portuarios de Liverpool que
soportaron las penurias extremas de la huelga, no durante uno sino
dos años y medio. Ese tipo de acción, ese tipo de lucha que es simultáneamente
industrial y política es inconcebible dentro del estrecho
marco de los “objetivos sindicales”.
Gracias por aceptar nuestra entrevista. ¿Quisiera añadir algo
para el lector en persa?
Solo me queda desearles y desearnos mucho éxito en nuestra empresa
y nuestras luchas en conjunto por una transformación social
radical que tanto necesitamos. Y confío en que avanzaremos por
ese camino.
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Capítulo 4:
Socialismo o barbarie:
del “siglo norteamericano” a las encrucijadas
Este estudio60 está dedicado a Harry Magdoff y Paul Sweezy,
cuya contribución en los últimos cincuenta años —en sus libros y
como editores de Monthly Review— a nuestra conciencia del imperialismo
y los desarrollos monopólicos, que ha sido de primera
magnitud.
Prefacio
Estamos a punto de dejar el siglo XX, descrito por los apologistas
más grandilocuentes del capital como el “siglo norteamericano”.
Sus opiniones fueron proferidas como si la Revolución de Octubre
de 1917, o las revoluciones de China y Cuba y las luchas de liberación
coloniales en las décadas siguientes jamás hubiesen tenido lugar,
sin olvidar la humillante derrota sufrida por los poderosísimos
Estados Unidos en Vietnam. Ciertamente, los defensores incondicionales
del orden establecido anticiparon confiadamente que no
solo el siglo venidero, sino todo el próximo milenio, está destinado
a amoldarse a las normas incambiables de la “Pax Norteamericana”.
Pero la mera verdad es que las causas profundamente arraigadas
bajo las conmociones sociales del siglo XX ya mencionadas
—a las que se podrían agregar unas cuantas, tanto positivas como
60 Los capítulos 1 y 2 de este estudio fueron presentados en Atenas, el 19
de octubre de 1999, como una conferencia organizada por la publicación
bimensual griega Utopía por E. I Bitsakis, y publicada en ella en marzo de
2000. El texto completo fue publicado por primera vez en forma de libro en
italiano por la editorial Punto Rosso, en septiembre de 2000, y la primera
edición completa en inglés apareció en junio de 2001, publicada por Monthly
Review Press, Nueva York.
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negativas, incluidas dos guerras mundiales— no han sido resueltas
por los desarrollos subsiguientes, independientemente de cuánto se
haya realineado la relación de fuerzas a favor del capital durante la
última década. Por el contrario, a cada nueva fase de la posposición
forzada, las contradicciones del sistema del capital no hacen más
que agravarse, acarreando cada vez mayor peligro para la supervivencia
misma de la humanidad.
La insolubilidad crónica de nuestros antagonismos sociales,
aunada a la incontrolabilidad del capital, bien puede continuar generando
durante algún tiempo la atmósfera de triunfalismo y las
ilusiones de permanencia desorientadoras, como lo han hecho en
el pasado reciente. Pero a su debido tiempo los problemas que se
van acumulando e intensificando en su carácter destructivo tendrán
que ser afrontados, porque si el siglo que viene va a ser realmente
el triunfalista “siglo norteamericano” del capital, entonces a los
humanos ya no nos quedarán por delante otros siglos, y ni hablar
de todo un milenio. Decir esto no tiene nada que ver con “antinorteamericanismo”.
En 1992 expresé mi convicción de que el futuro del
socialismo se decidirá en los Estados Unidos, por muy pesimista
que esto pueda sonar. Trato de insinuarlo en la última sección de
El poder de la ideología, donde estudio el problema de la universalidad.
61 O el socialismo es capaz de hacerse valer universalmente y
de manera tal que abarque todas las áreas, incluidas las áreas capitalistas
más desarrolladas del mundo, o fracasará.62
Dada la presente etapa del desarrollo, con sus problemas fuertemente
entrelazados que claman por una solución permanente, solamente
podría resultar operativo un planteamiento universalmente
61 The Power of Ideology, Harvester/Wheatsheaf, Londres, y New York
University Press, 1989, pp. 462-470.
62 “Marxism Today”, entrevista publicada en Radical Philosophy, Nº 62,
otoño de 1992; reimpresa en ¨Appendix¨, Part Tour, Beyond capital, Merlin
Press, (Londres) y Monthly Review Press, (Nueva York), 1995, pp, 978-
986; ¨Marxismo hoy día¨, Más allá del capital, Vadell Hermanos, 2001
Caracas-Valencia, 2001, pp. 1131-1140.
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viable. Pero a pesar de su “globalización” forzosa, el sistema incurablemente
inicuo del capital resulta ser estructuralmente incompatible
con la universalidad en cualquier sentido significativo del
término.
4.1. El capital: la contradicción viviente
4.1.1
Sean cuales sean las pretensiones de la “globalización” en marcha,
en el mundo no puede haber universalidad si no existe una
igualdad sustantiva. Evidentemente, entonces, el sistema del capital,
en todas sus formas históricamente conocidas o concebibles, es totalmente
hostil hasta para con sus propias proyecciones —deformes
y dañadas— de universalización globalizadora. Y es inconmensurablemente
más hostil con la única realización significativa de la
universalidad, socialmente viable, que armonizaría plenamente el
desarrollo universal de las fuerzas productivas con el desarrollo general
de las habilidades y potencialidades de los individuos sociales
libremente asociados, porque aquella estaría basada en sus aspiraciones
procuradas a conciencia. En lugar de eso, la potencialidad
de la tendencia universalizadora del capital se ha convertido en la
realidad de la alienación y la cosificación deshumanizadoras. Para
decirlo con Marx:
¿Cuando se le quita el envoltorio de la forma burguesa limitada,
qué es la riqueza si no la universalidad de las necesidades, capacidades,
placeres, fuerzas productivas, etc., humanas creadas mediante
el intercambio universal? ¿El pleno desarrollo de la dominación humana
sobre las fuerzas naturales, tanto las de la llamada naturaleza
como las de la propia naturaleza de la humanidad? ¿La obtención
absoluta de sus potencialidades creativas, sin otro supuesto que no
sea el del desarrollo histórico previo, que convierte a esta totalidad
de desarrollo, es decir el desarrollo de todos los poderes humanos
como tales, en un fin en sí mismo, y no como si estuviese medido
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sobre un patrón predeterminado? ¿Cuando no se reproduce en una
especificidad, sino que produce su totalidad? ¿Tiende a no continuar
siendo algo en lo que se ha convertido, sino que está en el movimiento
absoluto de convertirse? En la economía burguesa —y en la
época de la producción a la que ella corresponde— dicha obtención
de la satisfacción humana aparece como un vaciarse total, dicha objetivación
universal como alienación total, y el despojamiento de
todos los objetivos limitados y parcializados como el sacrificio de
la finalidad humana en sí misma ante un fin enteramente externo.63
El desarrollo de la división funcional del trabajo —en principio
aplicable universalmente— constituye la dimensión horizontal
potencialmente liberadora del proceso laboral del capital. Sin embargo,
esa dimensión resulta ser inseparable de la división vertical/
jerárquica del trabajo dentro del marco de la estructura de mando
del capital. La función de la dimensión vertical es salvaguardar los
intereses vitales del sistema asegurando la expansión continua del
plustrabajo sobre la base de la máxima explotación practicable de
la totalidad del trabajo. En consecuencia, a la fuerza estructurante
horizontal se le permite avanzar en cualquier momento dado solamente
hasta donde siga siendo firmemente controlable por parte de
la dimensión vertical en el horizonte reproductivo del capital. Eso
significa que puede seguir su propia dinámica solo hasta el punto
en que los desarrollos productivos resultantes puedan seguir siendo
contenibles dentro de los parámetros de los imperativos (y las
limitaciones correspondientes) del capital. La exigencia del control
del capital de un ordenamiento vertical constituye siempre el momento
dominante en la relación entre las dos dimensiones. Pero si
bien en la fase ascendente del desarrollo del sistema las dimensiones
vertical y horizontal se complementan entre sí a través de sus
intercambios recíprocos relativamente flexibles, una vez que la fase
ascendente es dejada atrás el anterior momento dominante de un
complejo dialéctico se convierte en una determinación unilateral
disociadora. Eso acarrea graves limitaciones para el desarrollo
63 Marx, Grundrisse, p. 488.
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productivo, junto con una importante crisis de la acumulación bien
evidente en nuestro tiempo. Por eso la universalidad en el desarrollo
de las fuerzas productivas una vez prometida tiene que ser abortada,
en interés de salvaguardar la parcialidad orientada hacia sí misma y
la insuperable jerarquía estructural del capital.
El sistema del capital está articulado como una intrincada red de
contradicciones que solo puede ser manejada más o menos exitosamente
durante algún tiempo, y nunca superada de manera definitiva.
En las raíces de todas ellas encontramos el antagonismo
inconciliable entre el capital y el trabajo, que siempre y obligatoriamente
asume la forma de la subordinación estructural/jerárquica
del trabajo al capital, independientemente de lo elaborados y
mistificadores que puedan ser los intentos que apuntan a camuflar
esa subordinación estructural. Para nombrar algunas de las principales
contradicciones nos enfrentamos a las que existen entre:
. la producción y su control;
. la producción y el consumo;
. la producción y la circulación;
. la competencia y el monopolio;
. el desarrollo y el subdesarrollo (es decir, la divisoria “norte/sur”,
tanto globalmente como dentro de cada país específico);
. la expansión preñada de las semillas de la contracción generadora
de crisis;
. la producción y la destrucción (esta última glorificada como
“destrucción productiva” o “creativa”);
. la dominación estructural del trabajo por el capital y la insuperable
dependencia del trabajo viviente por parte del capital;
. la producción de tiempo libre (plustrabajo) y su lesiva negación
mediante el imperativo de reproducir y explotar el trabajo
necesario;
. la manera totalmente autoritaria de la toma de decisiones en
las empresas productoras y la necesidad de su implementación
“consensual”;
. la expansión del empleo y la generación de desempleo;
. la tendencia a economizar con los recursos materiales y humanos
aunada al más absurdo despilfarro de los mismos;
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. el crecimiento de la expansión a toda costa y la resultante destrucción
ambiental;
. la tendencia globalizadora de las empresas trasnacionales y las
obligadas restricciones ejercidas por los estados nacionales en contra
de sus rivales;
. el control sobre las unidades reproductivas específicas y el fracaso
en el control de su escenario más amplio (de aquí el carácter
extremadamente problemático de todos los intentos de planificar en
todas las formas concebibles del sistema del capital);
. y la contradicción entre la extracción del plustrabajo regulada
económicamente y la regulada políticamente.
Resultaría por demás inconcebible superar siquiera una de esas
contradicciones por separado, y mucho menos toda la red inextricablemente
entrelazada, si no se instituye una alternativa radical
al modo de control metabólico social del capital. Una alternativa
basada en la igualdad sustantiva, cuya total ausencia es el común
denominador y el núcleo pervertidor de toda relación social bajo el
sistema existente.
Lo que es importante destacar también acá es que —dada la crisis
estructural del sistema del capital en sí, en contraste con las crisis
coyunturales periódicas del capitalismo que presenciamos en el
pasado— los problemas se han visto agravados inexorablemente en
la presente etapa del desarrollo, poniendo en la agenda histórica la
necesidad de un control general viable de los intercambios productivos
materiales y culturales de la humanidad, como cosa de gran
urgencia. Marx podía decir todavía que el desarrollo del sistema del
capital, a pesar de sus propias barreras y limitaciones, “agranda el
círculo del consumo” y “derriba todas las barreras que restringen el
desarrollo de las fuerzas de producción, la expansión de las necesidades,
el desarrollo múltiple de la producción y la explotación e
intercambio de las fuerzas naturales y mentales”.64 En ese espíritu
pudo caracterizar el pleno desenvolvimiento del sistema del capital
64 Ibid., pp. 408 y 410.
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como la “presuposición de un nuevo modo de producción”.65 Hoy
ya no es posible hablar de un “desarrollo múltiple de la producción”
vinculado con la expansión de las necesidades humanas.
Así, dada la manera como la deforme tendencia globalizadora del
capital se realizó —y se sigue reforzando—, resultaría por demás
suicida concebir la realidad destructiva del capital como la presuposición
del tan necesitado nuevo modo de reproducir las condiciones
sustentables para la existencia humana. Tal y como están las
cosas hoy día, la preocupación del capital no puede ser “el agrandamiento
del círculo del consumo” en beneficio del “individuo social
rico” del que hablaba Marx, sino tan solo su propia reproducción
ampliada a cualquier costo. Y esto último puede ser garantizado,
al menos por ahora, mediante varias modalidades de destrucción.
Porque desde la perspectiva perversa del “proceso de realización”
del capital, el consumo y la destrucción son equivalentes funcionales.
Hubo una vez en que la ampliación del círculo del consumo
podía ir de la mano del imperativo avasallador de la autorrealización
ampliada del capital. Con el final de la ascensión histórica del
capital, las condiciones de la reproducción ampliada del sistema se
han visto alteradas radical e irremisiblemente, poniendo en el primer
plano abrumadoramente las tendencias destructivas y, como su
acompañante natural, el despilfarro catastrófico. Nada ilustra mejor
esto que el “complejo militar-industrial” y su permanente expansión,
a pesar de las pretensiones del “nuevo orden mundial” y su así
llamado “dividendo de paz” después del “fin de la guerra fría” (tendremos
que regresar a este complejo en la Sección 2.7).
4.1.2
Paralelamente a esos desarrollos, la cuestión del desempleo también
se ha visto alterada para peor. Ya no está restringida al “ejército
de reserva”, a la espera de ser activado y metido dentro del marco
de la expansión productiva del capital, como solía ser el caso en la
fase ascendente del sistema, en algunos momentos, incluso en grado
65 Ibid. p. 540.
129
Capítulo 4: Socialismo o barbarie: del “siglo norteamericano” a las encrucijadas
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asombroso. Ahora la grave realidad del desempleo deshumanizador
ha a sumido un carácter crónico, reconocido hasta por los defensores
más incondicionales del capital —sin duda, a modo de autojustificación,
como si nada tuviese que ver con la naturaleza perversa
de su tan preciado sistema— como “desempleo estructural”. Como
contraste, en las décadas de posguerra de la expansión sin perturbaciones
se presumió que el problema del desempleo quedaba permanentemente
resuelto. Así, uno de los peores apologistas del capital
—Walt Rostow, prominente figura en el “Trust del Cerebro” del
presidente Kennedy— declaraba arrogantemente en un libro vacío,
pero masivamente promocionado, que:
Existe toda la razón del mundo para creer, atendiendo a la sensibilidad
del proceso político hasta para con los más pequeños bolsones
de desempleo en las sociedades democráticas modernas, que
las políticas indolentes y tímidas de los años 20 y 30 con respecto
al nivel de desempleo ya no serán toleradas en las sociedades occidentales.
Y ahora las artimañas técnicas —debido a la revolución
keynesiana— son ampliamente comprendidas. No hay que olvidar
que Keynes se planteó la tarea de derrotar el pronóstico de Marx
acerca del curso del desempleo bajo el capitalismo, y lo ha logrado
en gran medida.66
En el mismo espíritu, Rostow y todo el ejército de economistas
burgueses predijeron confiadamente que no solamente los “pequeños
bolsones de desempleo en las sociedades democráticas
occidentales” serían convertidos pronto y para siempre en oasis
de “riqueza” y prosperidad, sino que, gracias a sus recetas y “artimañas”
de “modernización” aplicables universalmente, también
el “tercer mundo” alcanzaría el mismo nivel de “desarrollo” y feliz
satisfacción de nuestras “democracias occidentales”, porque se
suponía que en la naturaleza preordenada del universo eterno el
“subdesarrollo” sería seguido del “despegue” capitalista, que a su
vez traería consigo inexorablemente una natural “tendencia a la
66 Walt Rostow, The Stages of Economic Growth, Cambridge University
Press, 1960, p. 155.
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madurez”, dado que las fuerzas políticas de las “democracias occidentales”
impedirían los actos malignos de los revolucionarios perturbadores
empeñados en interferir con ese orden natural.
La euforia produjo una industria de “estudios del desarrollo”, generosamente
financiada, que fue girando en círculos cada vez más
amplios para entrar al final en el olvido total, como gotas de lluvia
sobre la arena, a medida que —con el inicio de la crisis estructural
del capital— la marea del monetarismo neoliberal fue cubriendo
las posiciones de la orientación ideológica hasta ese momento
ocupadas por los sumos sacerdotes de la salvación keynesiana. Y
cuando al final hubo que admitir que las “artimañas” keynesianas
ya no podrían volver a generar nunca más los anteriores “milagros”
(es decir, las condiciones descritas como “milagros” por quienes en
aquello momento creían tontamente en ellos, no por sus adversarios
críticos), los antiguos propagandistas de la solución final keynesiana
de los defectos del capital simplemente se cambiaron de
uniforme y, sin el más mínimo murmullo de autocrítica, invitaron a
todos aquellos que no habían alcanzado aún su propio nivel de nueva
iluminación trascendental a despertar de su modorra, y darle un
funeral decente a su héroe de otrora.67
De esa manera la tesis de la “modernización del tercer mundo”
tenía que ser —un tanto humillantemente— abandonada. El asunto
se complicó aún más gracias al peligro creciente del desastre ecológico
y el hecho obvio de que si a través de la “tendencia del tercer
mundo a la madurez” se les permitía a los niveles catastróficos de
desperdicio y contaminación producidos por la nación modelo de
la “modernización”, los Estados Unidos, prevalecer aunque fuese
nada más en China y en la India, eso también les acarrearía consecuencias
devastadoras a las idealizadas “democracias occidentales”.
Además, la solución interesada recién propugnada por los
Estados Unidos —“comprar los derechos de contaminación” a los
67 Ver un destacado artículo editorial en el Economist de Londres titulado
“Time to bury Keynes?”, (3 de julio de 1993, pp. 21-22); pregunta que fue
respondida por los editores de The Economist con un enfático “sí”.
131
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países del “tercer mundo”— resultaría ser un concepto autodestructivo
si no asumía al mismo tiempo la permanencia del “subdesarrollo
del tercer mundo”. Por lo tanto, a partir de allí en todas partes,
incluidas las “democracias occidentales”, la tesis de la “modernización”
tuvo que ser empleada como un nuevo tipo de arma, para
así vapulear y descalificar al “viejo laborismo” por negarse a ser
“modernizado” por el “nuevo laborismo”, es decir, por no haber podido
hacerse “moderno” abandonando totalmente, como lo hizo el
“nuevo laborismo”, hasta sus principios y compromisos tímidamente
socialdemócratas. Los nuevos objetivos propagandísticos universalmente
recomendables y encomendables que había que seguir
eran “democracia y desarrollo”: democracia modelada sobre el
consenso político norteamericano entre los republicanos y los demócratas,
cuyo resultado ha sido que la clase trabajadora se vea privada
de sus derechos por completo y sin contemplaciones, incluso
en un sentido parlamentario limitado; y desarrollo nada más en el
sentido de lo que puede ser vertido con facilidad dentro de la concha
vacía de la definición de “democracia formal” más tendenciosa,
que se le impondrá a todo el mundo, desde las “democracias recién
surgidas” de la Europa del Este y la antigua Unión Soviética hasta
el Sureste Asiático y el África, al igual que a Latinoamérica. Como
prominente órgano de propaganda del llamado G7, dominado por
los Estados Unidos, el Economist de Londres lo ha puesto así con
su inimitable cinismo:
No hay alternativa para el libre mercado como la vía para organizar
la vida económica. La difusión de la economía de libre mercado
conducirá gradualmente a la democracia pluripartidista, porque
los pueblos que poseen libre escogencia económica tienden a tener
también libre escogencia política.68
Si el trabajo, como antagonista del capital, tiene empleo, “libre
escogencia económica”, solo puede equivaler a sometimiento a las
órdenes provenientes de los imperativos expansionistas del sistema;
y para el número cada vez mayor de los no tan “afortunados”
68 The Economist, 31 de diciembre de 1991, p. 12
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significa exponerse a las indignidades y la extrema penuria causadas
por el “desempleo estructural” crónico. En cuanto a la “libre
escogencia política” que pudiese ser ejercida dentro del marco de
la “democracia pluripartidista”, en la realidad queda reducida a la
aceptación amargamente resignada de las consecuencias de un consenso
político que se estrecha cada vez más, lo que ocasionó que no
menos del 77 % de los votantes ingleses —y casi el mismo porcentaje
de personas también en algunos otros países de la Comunidad
Europea— se negasen a participar en un ritual tan carente de sentido
como la reciente elección a nivel nacional, cuando se les llamó a
elegir a sus miembros en el Parlamento Europeo.
Así, de manera similar a lo que ocurrió en el terreno del empleo
productivo, como resultado de la reducción de los márgenes del capital,
hemos sido testigos de retrocesos dramáticos también en el
terreno de la representación y la dirección política. En el campo
de la producción, la fase ascendente del desarrollo del capital había
traído consigo una masiva expansión del empleo, que en nuestro
tiempo le cedió el paso a la peligrosa tendencia al desempleo
crónico. En cuanto al campo político, pudimos ver cómo se dio un
desplazamiento desde el dramático crecimiento del derecho al voto,
que alcanzó el punto del derecho al voto universal y la correspondiente
formación de partidos de masa laborales, al fuerte retroceso
de la pérdida, no formal, sino efectiva y completa de los derechos
del trabajo en su escenario político parlamentario. Baste pensar, en
este respecto, en formaciones políticas como el “nuevo laborismo”
y sus equivalentes “del otro lado”, operando la forma más peculiar
de la “toma de decisiones democrática” en minúsculas “camarillas”
(o los “sin rostro”), o imponiéndole implacablemente la conseja de
“no hay ninguna alternativa” a cualquier voz disidente, incluso si
esta viene a presentarse por alguna casualidad en los gabinetes ministeriales
que confieren la aprobación oficial.
4.1.3
La devastadora tendencia al desempleo crónico afecta hoy hasta
a los países capitalistas más avanzados. Al mismo tiempo, también
las personas que todavía tienen empleo en esos países tienen que
133
Capítulo 4: Socialismo o barbarie: del “siglo norteamericano” a las encrucijadas
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soportar el empeoramiento de sus condiciones de existencia materiales,
admitido incluso por las estadísticas oficiales, porque el fin
del ascenso histórico del capital también trajo consigo una igualación
hacia abajo de la tasa de explotación diferencial.69
El fin de la “modernización del tercer mundo” pone de relieve
un problema definitivamente fundamental en el desarrollo del sistema
del capital. Subraya la significación histórica de largo alcance
del hecho de que el capital no logró completar su sistema como
capitalismo global, es decir, como la regulación abrumadoramente
económica de la extracción del plustrabajo como plusvalor. A pesar
de todas las fantasías pasadas acerca del “despegue” y la “tendencia
a la madurez”, hoy día casi la mitad de la población mundial tiene
que reproducir sus condiciones de existencia de maneras que contrastan
abiertamente con el idealizado “mecanismo del mercado”
como el regulador, avasalladoramente dominante, del metabolismo
69 Renato Constantino, destacado historiador y pensador político filipino,
nos da un ejemplo sorprendente de la tasa de explotación diferencial en uno
de sus ensayos. Escribió: “ La Ford Pilippines, Inc., establecida recién en
1967, está ahora [cuatro años más tarde] en el lugar 37 en el listado de las
1000 corporaciones más grandes en las Filipinas. En 1971 reportó una retribución
del 121.32 %, mientras su retribución general en 133 países durante
el mismo año fue solamente del 11.8 %. Aparte de todos los incentivos
que se le extrajeron al gobierno, las altas ganancias de la Ford se debieron
principalmente a la mano de obra barata. Mientras en 1971 en los Estados
Unidos el trabajador especializado percibía por hora un salario promedio
de casi $ 7,50, el promedio para un trabajo similar en las Filipinas era apenas
de $ 0.30” (Renato Constantino, Neo-Colonial Identity and Counter-
Consciousness: Essays in Cultural Decolonization, Merlin Press,
Londres, 1978, p. 234). Los privilegios relativos que en el pasado disfrutaban
las clases trabajadoras en los países capitalistamente avanzados se han
empezado a erosionar en las últimas tres décadas, como resultado de la reducción
de los márgenes de la acumulación progresiva y de su globalización
trasnacional en marcha. Esa igualación hacia abajo de la tasa de explotación
diferencial constituye una tendencia sumamente significativa del desarrollo
de nuestro tiempo, y está destinada a hacerse valer con creciente gravedad
en las décadas venideras.
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social. En lugar de autocompletarse como un sistema global propiamente
capitalista, el capital, aparte de los países donde prevaleció su
modalidad económica de control de la apropiación del plustrabajo,
también logró crear enclaves del capitalismo, dentro de un territorio
nacional no capitalista más o menos vasto. En este respecto, la
India constituye un ejemplo obvio. Por el contrario, el de China resulta
ser mucho más complicado, ya que su Estado no puede ser calificado
de capitalista (sin embargo, este país posee también algunos
enclaves capitalistas poderosos, vinculados a un territorio nacional
no capitalista que sobrepasa el millardo de habitantes). En cierta forma
es similar a algunos imperios coloniales del pasado, por ejemplo
el inglés. Inglaterra ejercía un control general político/militar sobre
la India, y explotaba a fondo sus enclaves económicos capitalistas,
pero dejaba al mismo tiempo a la inmensa mayoría de la población a
merced de sus propios recursos de existencia “al día”, agravada antes
y durante la colonia. Tampoco es concebible, por una serie de
razones —incluida la insostenible e ingeneralizable articulación estructural
del “capitalismo avanzado”, con su tasa de utilización decreciente
catastróficamente desperdiciadora como condición central
de su expansión continua— que ese fracaso del capitalismo vaya a
tener remedio en el futuro. Así, el fracaso de la modernización capitalista
del “tercer mundo”, a pesar de todos los esfuerzos invertidos
en ella durante las décadas de expansión que siguieron a la segunda
guerra mundial, llama nuestra atención hacia un defecto estructural
fundamental del sistema en su conjunto.
Es preciso mencionar un problema más dentro de este contexto:
la “hibridación” puesta en evidencia incluso en los países capitalistamente
más avanzados. Su dimensión principal es la participación
directa e indirecta cada vez mayor del Estado en salvaguarda
de la permanente viabilidad del modo de reproducción metabólica
social del capital. A pesar de todas las protestas en sentido contrario,
aunadas a las fantasías neoliberales acerca de “hacer retroceder
las fronteras del Estado”, el sistema del capital no podría sobrevivir
durante una semana sin el respaldo masivo que recibe constantemente
del Estado. Ya he considerado ese problema en otras partes,
y por lo tanto aquí bastará con una breve mención. El punto es que
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lo que Marx llamó la “ayuda externa”, que les dio Enrique VIII
—y otros— a los primeros desarrollos capitalistas Reapareció en
el siglo XX de una manera inimaginablemente masiva, desde las
“políticas agrícolas comunes” y las garantías de exportación a los
inmensos fondos para la investigación financiados por el Estado y el
apetito insaciable del complejo militar-industrial.70 Lo que hace que
el problema empeore es que cualquiera que sea su monto resultará
insuficiente. El capital, en su presente fase del desarrollo histórico,
se ha vuelto totalmente dependiente de una provisión cada vez ma-
70 Ya Rosa Luxemburgo enfatizaba proféticamente la creciente importancia
de la producción militar, allá por 1913, señalando que “El capital mismo
controla definitivamente ese movimiento automático y rítmico de la producción
militar a través de la legislatura y una prensa cuya función es moldear
la llamada ‘opinión pública’. Es por eso que este territorio específico
de la acumulación capitalista parece en principio capaz de una expansión
infinita” (Rosa Luxemburgo, The Accumulation of capital, Routledge,
Londres, 1963, p. 466). El papel del nazifascismo en la producción militarista
en su máxima ampliación es bastante obvio, al igual que ciertamente lo
es la prodigiosa (y por demás pródiga) “ayuda externa” aportada al capital
en las “democracias occidentales” y en todas partes, por el complejo militar-
industrial después de la Segunda Guerra Mundial. Una ayuda externa
igualmente importante, si bien de un tipo un tanto diferente, se lo aportaron
al capital todas las variedades de keynesianismo durante las décadas de la
posguerra. Lo que sí es menos obvio en este respecto es la consciente dedicación
de Franklin Delano Roosevelt al mismo objetivo desde antes de
su elección a la Presidencia. Hasta llegó a anticipar una condena de lo que
más tarde se conoció como el “neoliberalismo”, insistiendo —en un discurso
pronunciado el 2 de julio de 1932— en que “deberíamos rechazar de
inmediato esas disposiciones legales que fuerzan al Gobierno Federal a ir al
mercado a comprar, a vender, a especular en productos del agro en un intento
inútil de reducir los excedentes agrícolas. Y son ellos quienes hablan de
“mantener al gobierno por fuera de los negocios” (F.D. Roosevelt, “The
New Deal Speech Before the Democratic Convention”, Chicago, Illinois, 2
de julio de 1932).
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yor de “ayuda externa”. Sin embargo, también a este respecto nos
vamos aproximando a un límite sistémico en el que nos enfrentamos
a la insuficiencia crónica de ayuda externa, en lo tocante a
qué es lo que el Estado es capaz de conceder. Ciertamente, la crisis
estructural del capital es inseparable de la insuficiencia crónica de
esa ayuda externa, bajo condiciones en que los defectos y fracasos
de ese sistema de reproducción social antagonístico exigen un aporte
ilimitado del mismo.
4.2. La fase potencialmente más letal del imperialismo
4.2.1
Una de las contradicciones y limitaciones de mayor peso del sistema
concierne a la relación entre la tendencia globalizadora del
capital trasnacional en el campo económico y la continuada dominación
de los Estados nacionales como la estructura de mando
político global del orden establecido. En otras palabras, independientemente
de todos los esfuerzos de las potencias dominantes por
hacer que su propio Estado nacional triunfe por sobre los demás y
prevalezca así como el estado del sistema del capital en sí, precipitando
a la humanidad en el transcurso de esos intentos en las vicisitudes
desangradoras de dos guerras mundiales horrorosas en el
siglo XX, el Estado nacional se mantuvo como el árbitro definitivo
de la toma de decisiones socioeconómicas y políticas abarcantes,
así como el verdadero garante de los riesgos asumidos en todas las
aventuras económicas trasnacionales importantes. Obviamente, esa
es una contradicción de tal magnitud que no es posible suponer que
dure indefinidamente, independientemente de la retórica repetida
hasta el cansancio que pretende resolver tal contradicción mediante
el discurso sobre “democracia y desarrollo” y su tentador corolario:
“pensar globalmente, actuar localmente”. Es por eso que la cuestión
del imperialismo tiene que ser puesta en el primer plano de la atención
crítica.
Muchos años antes Paul Baran había caracterizado acertadamente
el cambio radical en las relaciones internacionales de la posguerra
en el mundo capitalista y la “creciente incapacidad de las viejas
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naciones imperialistas para mantenerse firmes ante la procura norteamericana
de una influencia y un poder en expansión”, insistiendo
en que la afirmación de la supremacía de los Estados Unidos en el
“mundo libre” implica la reducción de Inglaterra y Francia (por no
hablar de Bélgica, Holanda y Portugal) al rango de socios menores
del imperialismo norteamericano.71
También citaba las palabras amargamente desengañadoras del
Economist de Londres, que argüían con su servilismo característico
que tenemos que entender que ya no somos los iguales a los
norteamericanos, y no podemos serlo. Tenemos derecho a plantear
nuestros mínimos intereses nacionales y esperar que los norteamericanos
los respeten. Pero, una vez hecho eso, tenemos que buscar
su liderazgo.72
Una solicitud similar de la aceptación del liderazgo norteamericano
—pero quizá no tan totalmente resignada a entregarle a los
Estados Unidos, de una forma u otra, el Imperio Británico— la había
formulado un cuarto de siglo antes el Observer de Londres, que
decía entusiasmadamente en relación con el presidente Roosevelt
que “Norteamérica ha hallado a un hombre. En él el mundo tiene
que encontrar un líder”.73
Y con todo, el fin del Imperio Británico —junto al de todos los
demás— ya estaba anunciado en el primer discurso inaugural de
Roosevelt, en el que dejaba absolutamente en claro que como Presidente
de los Estados Unidos él “no escatimaría esfuerzos para
restaurar el comercio mundial a través del reajuste económi-
71 Paul Baran, The Political Economy of Growth, Monthly Review Press,
Nueva York, 1957, p. vii.
72 The Economist, 17 de noviembre de 1957.
73 Comentario de The Observer al Primer Discurso Inaugural de Roosevelt,
pronunciado en Washington el 4 de marzo de 1933. Citado en la p. 13
de Nothing to Fear: The Selected Adresses of Franklin Delano Roosevelt,
1932-1945, editado por B.D. Kevin, Hodder & Stoughton, Londres,
1947.
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co internacional”.74 Y, en el mismo espíritu, unos años después
propugnaba el derecho a “comerciar en una atmósfera libre de la
competencia desleal y del dominio de los monopolios dentro y
fuera del país”.75 Así, desde el comienzo mismo de la presidencia
de Roosevelt, al Imperio Británico le apareció el mensaje escrito
sobre el muro, y la cuestión del colonialismo hizo que la relación
con Churchill resultase bastante amarga para este último. Eso quedó
revelado en una rueda de prensa parcialmente “extraoficial” que
concedió Roosevelt a su regreso de la Conferencia de Yalta con
Churchill y Stalin. En lo concerniente a la cuestión de la Indochina
Francesa, Roosevelt proponía una administración compartida transicional
antes que la solución de la independencia, a fin de educarlos
para que se autogobiernen. A nosotros nos tomó cincuenta años lograrlo
en las Filipinas. A Stalin le agradó la idea. A China [Chiang
Kai-Shek] le agradó la idea. A los británicos no. Les desbarataría
el imperio, porque si los indochinos trabajan en conjunto y eventualmente
consiguen su independencia, los birmanos le harían lo
mismo a Inglaterra.
Pregunta: ¿Es esa la idea de Churchill para todos los territorios
de afuera, los quiere de vuelta, igual a como estaban antes?
Presidente: Sí, él es medio victoriano en todas esas cosas.
Pegunta: ¿Esa idea de Churchill parece contradictoria con la política
de autodeterminación?
Presidente: Sí, eso es verdad.
Pregunta: ¿Usted recuerda el discurso que hizo el Primer Ministro
sobre el hecho de que a él no lo habían hecho Primer Ministro de
Gran Bretaña para que viera como se desmoronaba el Imperio?
74 F.D. Roosevelt, Primer Discurso Inaugural, 4 de marzo de 1933.
75 F.D. Roosevelt, Mensaje Anual al Congreso, Washington D.C., 11 de
enero de 1944.
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Presidente: Mi querido viejo Winston nunca cambiará en ese
punto. Se ha vuelto todo un especialista en él. Esto, por supuesto, es
extraoficial.76
Naturalmente, en el “reajuste económico internacional” propugnado
—una demanda que en primer lugar surgió a partir de la gran
crisis mundial de 1929-1933, y se fue volviendo cada vez más imperativa
para Norteamérica debido al comienzo de otra recesión en
el país justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial— el
Imperio Británico en su conjunto estaba sobre el tapete, porque Roosevelt
creía que a “la India habría que garantizarle el estatus de
miembro de la mancomunidad británica durante la guerra y la escogencia
de la libertad total unos cinco o diez años más tarde”. La
sugerencia más irritante, para los británicos más conservadores, fue
su propuesta en Yalta de que Hong Kong (así como Dairén) fuese
convertido en puerto libre internacional. De hecho, desde el punto
de vista británico, la totalidad de su posición se veía como ingenua
y terca. Sentían que él tergiversaba los objetivos y los resultados del
imperialismo real. Y, lo más importante, advertían que el derrumbe
del imperio degradaría a Occidente a un mundo de “política del
poder”. “Abriría peligrosas áreas de confusión y conflicto: un ‘vacío
de poder’ que podría ser ocupado por agresores potenciales (los
rojos)”.77
Con la aparición del competidor imperialista incomparablemente
más poderoso, los Estados Unidos, el destino del Imperio Británico
quedó sellado. Se hizo aún más apremiante, y en las colonias engañosamente
atractivo, porque Roosevelt pudo presentar su política
que apuntaba al logro de la supremacía internacional norteamericana
con la retórica de la libertad para todos, y ciertamente hasta con
alguna pretensión de un “destino” universalmente aceptable. No
vaciló en declarar que “una civilización mejor que cuantas haya-
76 P.C. Nº 992, 23 de febrero de 1995. Citado en Thomas H. Greer, What
Roosevelt Thought: The Social and Political Ideas of Franklin D. Roosevelt,
Angus & Robertson, Londres, 1958, p. 169.
77 Ibid.
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mos conocido antes aguarda a Norteamérica, y con nuestro ejemplo
quizá al mundo. Aquí el destino parece haber puesto su mirada”.78
El hecho de que, muy poco tiempo después de haberse burlado de
las justificaciones ideológicas transparentemente imperialistas de
los “británicos más conservadores”, los norteamericanos hayan
adoptado plenamente como suyas las consignas propagandísticas
de aquellos, justificando sus intervenciones militares en Indochina
y en todas partes, con la excusa de prevenir la generación de un
“vacío de poder” y cerrar la posibilidad del “efecto dominó” (producido
por los “rojos”), solamente podría confundir a aquellos que
siguen alimentando ilusiones acerca del “fin del imperialismo”.
4.2.2
Para comprender la gravedad de la situación actual tenemos que
ponerla en una perspectiva histórica. La penetración imperialista
moderna en varias partes del globo fue inicialmente de un tipo
comparativamente muy distinto al de la penetración muchísimo
más extensa —y también más intensa— en el resto del mundo de
algunas potencias capitalistas dominantes, en las últimas décadas
del siglo XIX. El contraste fue bien remarcado por Harry Magdoff,
que escribió:
El mismo tipo de pensamiento que enfoca el concepto de imperialismo
económico, en un sentido restringido de balance general,
por lo general limita el término al control (directo o indirecto)
que ejerce una potencia industrial sobre un país subdesarrollado.
Tal limitación ignora el rasgo esencial del nuevo imperialismo que
surge a finales del siglo XIX: la lucha competitiva entre las naciones
industriales por posiciones de dominio respecto al mercado
mundial y las fuentes de materia prima. La diferencia estructural
que distingue el nuevo imperialismo del viejo es la sustitución de
una economía en la que compiten muchas firmas por una en la que
78 F.D. Roosevelt, Discurso del 50º Aniversario de la Estatua de la Libertad.
Nueva York, 28 de octubre de 1936.
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compiten unas pocas corporaciones gigantes en cada industria.
Además, durante ese período, el avance en la tecnología del transporte
y la comunicación, y el reto que le plantearon a Inglaterra las
naciones industriales más nuevas [como Alemania], introdujeron
dos elementos adicionales en el escenario imperialista: la intensificación
de la lucha competitiva en la arena mundial y la maduración
de un sistema capitalista verdaderamente internacional. Bajo
esas circunstancias, la competencia entre los grupos de corporaciones
gigantes y sus gobiernos se desarrolla en el globo entero: en los
mercados de las naciones avanzadas al igual que en los de las naciones
semiindustrializadas y no industrializadas.79
Con la exitosa imposición de la hegemonía norteamericana en
el mundo de la posguerra —con sus raíces en el período de la primera
presidencia de Roosevelt, como ya vimos— hemos quedado
sujetos a una tercera fase del desarrollo del imperialismo, con las
implicaciones más graves posibles para el futuro; porque ahora los
peligros catastróficos que acompañarían a una conflagración mundial,
como las sufridas en el pasado, resultan obvias hasta para los
defensores del sistema más incondicionales. Al mismo tiempo, nadie
en su sano juicio podría excluir la posibilidad de la erupción de
un conflicto aniquilador, y con ello la destrucción de la humanidad.
Sin embargo, nada se ha hecho en realidad a fin de resolver las enormes
contradicciones subyacentes que apuntan hacia esa dirección
fatal. Por el contrario, la continuada intensificación de la hegemonía
económica y militar de la única superpotencia que sobrevive —los
Estados Unidos de Norteamérica— arroja una sombra cada vez más
oscura sobre el futuro.
Hemos alcanzado una nueva etapa histórica en el desarrollo trasnacional
del capital: la etapa en la que ya no es posible evitar que
encaremos una contradicción fundamental y una limitación estructural
del sistema. Es decir, su grave fracaso en constituir el Estado
del sistema del capital en sí, complementario a sus aspiraciones y
79 Harry Magdoff, The Age of Imperialism: The Economics of US Foreign
Policy, Monthly Review Press, Nueva York, 1966, p. 15.
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su articulación trasnacionales, para así poder superar los explosivos
antagonismos entre los estados nacionales, que caracterizaron el
sistema de forma cada vez más grave durante los dos últimos siglos.
La retórica capitalista, aun en el mejor de los casos, como la practicada
exitosamente por Roosevelt en una situación de emergencia,
no puede ser el sustituto en ese respecto. La retórica rooseveltiana
—recordada incluso hoy día nostálgicamente por muchos intelectuales
de la izquierda en los Estados Unidos— tuvo relativo éxito
porque respondía a una situación de emergencia.80 Aunque exageraba
en gran medida la validez universal de las acciones propugnadas,
y maquillaba en mayor grado aún —o sencillamente tergiversaba
del todo— los elementos de la construcción de un imperio norteamericano,
sin embargo, hubo cierta comunidad de intereses tanto
en el enfoque de los síntomas de la depresión económica mundial (si
bien no en sus causas, a las que se tendía a reducir a la “mala moral”
equiparada a la “mala economía” y a las acciones de los “hombres
ciegamente egoístas”81) y en la participación de los Estados Unidos
80 Roosevelt no trataba de ocultar que quería justificar sus acciones en
nombre de una emergencia similar a la guerra. Como él lo expuso: “Le pediré
al Congreso que me conceda un amplio poder ejecutivo para librar una
guerra contra la emergencia, tan grande como el poder que me sería concedido
si de verdad nos invadiera un enemigo externo”. F.D. Roosevelt, Primer
Discurso Inaugural.
81 F.D. Roosevelt, Segundo Discurso Inaugural, Washington, 20 de enero
de 1937. Roosevelt argumentaba también, en el mismo espíritu, que poco de
la ganancia generada era “dedicado a la reducción de los precios. Se olvidaba
al consumidor. Muy poco de ella iba a parar al aumento de los salarios;
se olvidaba al trabajador, y en modo alguno se retribuía en dividendos
siquiera en una proporción adecuada: se olvidaba al accionista” (F.D. Roosevelt,
Discurso del New Deal, No se hacía la pregunta del porqué eran
olvidados. Lo único que importaba era que ahora se les recordaba, y por
lo tanto todo podía ser corregido, y lo sería. Lo que falta en ese discurso es
el reconocimiento de las enormes incompatibilidades objetivas. Es eso lo
que en numerosas ocasiones convierte en irrealistamente retórico al discurso
rooseveltiano.
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en la derrota infligida a la Alemania de Hitler. Hoy, por el contrario,
en lugar de la mejor retórica de los años del “New Deal” nos
vemos bombardeados de la peor manera: un cínico camuflaje de la
realidad que presenta a los más flagrantes intereses imperialistas
de los Estados Unidos como la panacea universal de la “democracia
pluripartidista”, la propugnación tendenciosamente selectiva
de los “derechos humanos” (que puede acoger con toda felicidad,
entre muchas otras cosas, al genocidio turco contra los kurdos, o el
exterminio de medio millón de chinos en Indonesia en la época de
la llegada al poder de Suharto, y más tarde de los cientos de miles
de personas en Timor Oriental por parte del mismo régimen cliente
de los Estados Unidos), y el una vez denunciado “dominio de los
monopolios dentro y fuera del país” como el “libre mercado”.
Hoy “la competencia entre los grupos de corporaciones gigantes
y sus gobiernos” tiene un condicionante de envergadura: la potencia
avasalladora de los Estados Unidos peligrosamente resuelta a
asumir el papel del Estado del sistema del capital como tal, subsumiendo
bajo sí, por todos los medios a su disposición, a todas las
potencias rivales. El hecho de que ese objetivo no pueda ser alcanzado
exitosamente sobre una base perdurable no representa ningún
impedimento para las fuerzas que presionan implacablemente para
su realización, y el problema no es solamente alguna concepción
errónea subjetiva. Como ocurre con todas las contradicciones importantes
del sistema establecido, las condiciones objetivas obligan
a proseguir ahora con la estrategia de dominación hegemónica por
una sola superpotencia económica y militar, a cualquier costo, a fin
de superar la fractura estructural entre el capital trasnacional y los
estados nacionales. Sin embargo, la naturaleza misma de la contradicción
subyacente presagia el obligado fracaso de esa estrategia a
largo plazo. Ha habido numerosos intentos de abordar el tema de
las conflagraciones potenciales y las vías para remediarlas, desde
el sueño de Kant acerca de una Liga de las Naciones que produciría
la paz eterna hasta el establecimiento institucional de esa Liga
después de la Primera Guerra Mundial, y desde los principios solemnemente
declarados de la Carta del Atlántico, a la puesta en
marcha operacional de la Organización de las Naciones Unidas; y
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todas demostraron ser lamentablemente inadecuadas para la tarea
prevista, y no es de extrañar, porque el fracaso de la institución de
un “Gobierno Mundial” sobre la base del modo de reproducción
metabólica social establecido se origina del hecho de que aquí estamos
frente a uno de los límites absolutos e intraspasables del propio
sistema del capital. No hace falta decirlo, en este respecto el fracaso
del antagonista estructural del trabajo está muy lejos de constituir
una razón para sentirnos tranquilos.
4.2.3
Por supuesto, la dominación imperialista no es nada nuevo en la
historia norteamericana, aunque haya recibido justificaciones como
la de “cincuenta años de educar al pueblo filipino para que se autogobierne”,
en palabras del presidente Roosevelt (no olvidar los bastante
más de cincuenta años de “más educación” gracias a la acción
de acólitos de los Estados Unidos como Marcos y sus sucesores).
Como lo enfatizó Daniel B. Schirmer en su libro incisivo y meticulosamente
documentado acerca del movimiento antiimperialista en
los Estados Unidos a fines del siglo XIX, de muy breve vida:
La Guerra de Vietnam constituye solamente la última, la más
brutal y prolongada de una serie de intervenciones de los Estados
Unidos en los asuntos de otros pueblos. La invasión a Cuba patrocinada
por las autoridades de los Estados Unidos fracasó en Bahía
de Cochinos, pero en otras ocasiones la intervención ha resultado
más efectiva, como en República Dominicana, Guatemala, Guayana
Inglesa, Irán y el Congo. La lista no está completa; otros pueblos
coloniales (y también algunos europeos) han sentido los efectos de
la agresiva intrusión norteamericana en sus políticas nacionales,
en forma abiertamente violenta o no… Las políticas de contrainsurgencia
e intervención del presente tienen su origen en eventos
que ocurrieron a comienzos del siglo XX. En ese entonces los Estados
Unidos derrotaron a España en la guerra y la despojaron de
sus colonias en el Caribe y el Pacífico, tomaron descaradamente a
Puerto Rico, le concedieron la independencia nominal a Cuba y se
anexaron las Filipinas luego de haber aplastado por la fuerza una
revolución en esas islas. Lo que diferencia en particular a la política
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exterior moderna de la guerra mexicana, y la mayor parte de las
guerras con los indios, es que resulta ser el producto de otra era en
la historia norteamericana y se presenta en respuesta a presiones sociales
decisivamente diferentes. La política exterior moderna está
asociada al auge de la corporación industrial y financiera a gran escala,
como la fuerza económica dominante en el país, y que ejerce
una influencia de sumo poder sobre el gobierno de los Estados Unidos.
La guerra entre España y Norteamérica, y la que se libró para
someter a Aguinaldo y los insurgentes filipinos, fueron las primeras
guerras foráneas llevadas a cabo como consecuencia de esa influencia,
las primeras guerras de la Norteamérica corporativa moderna.82
Cuando el presidente Roosevelt proclamó la estrategia de los
“reajustes económicos internacionales” en su Primer Discurso Inaugural,
esa iniciativa indicaba la resolución de trabajar por la disolución
de todos los imperios coloniales, no solo el inglés. Como
otras iniciativas históricas de envergadura, también este enfoque
tuvo su antecedente varias décadas antes. De hecho, estaba estrechamente
conectado con la “política de puertas abiertas” declarada
82 Daniel B. Schirmer, Republic or Empire: American Resistance to the
Philippine War, Schenkman Books, Inc., Rochester, Vermont, s.d., pp. 1-3.
El autor también aclara, fiel a su contexto histórico original, porqué el movimiento
antiimperialista a finales del siglo XIX tenía que fracasar: “En 1902
George S. Boutwell, el presidente de la liga antiimperialista y anteriormente
allegado a Lincoln, llegó a la conclusión de que la conducción de una lucha
exitosa en contra del imperialismo tenía que recaer en las manos del movimiento
laboral. Dijo ante un auditorio de sindicalistas en Boston: ‘El esfuerzo
final para la salvación de la república tienen que hacerlo las clases que
trabajan y producen’. De ser ese el caso, resultaba obvio que el movimiento
laboral norteamericano, para el momento, no estaba listo para echarse esa
responsabilidad sobre los hombros, dominado como estaba por hombres
como Gompers, que estaban desarrollando una política de conciliación con
los trusts y apoyo a su política exterior. Independientemente de lo que el
futuro le tenía guardado a la creencia de Boutwell, para el momento en que
decía eso los antiimperialistas veían declinar su influencia; representaban
una ideología sin una base estable y en crecimiento”. Ibid., p. 258.
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al cierre del siglo XIX. Las así llamadas “puertas abiertas” preveían
la penetración económica (en contraste con la ocupación militar colonial
directa) en otros países a los que se les exigía permanecer
característicamente pasivos ante la avasallante dominación política
que aquella traía consigo. No es de extrañar, entonces, que mucha
gente calificara a la “política de puertas abiertas” de definitivamente
hipócrita. Cuando en 1899, en nombre de esa política, los Estados
Unidos desistieron de establecer un enclave colonial en China, al
igual que lo habían hecho en otros casos, ello no se debió a ningún
destello liberal o compasión democrática. Se desechó la oportunidad
porque los Estados Unidos —como la articulación más dinámica
del capital en ese momento— querían apoderarse de la totalidad
de China en el momento oportuno. Ese propósito ha quedado absolutamente
claro en el curso de los desarrollos históricos que se han
venido sucediendo a partir de allí hasta nuestros días.
Sin embargo, llevar a cabo la dominación del mundo a través
de la política de “puertas abiertas” —dada la relación de fuerzas
en la configuración general de las principales potencias imperialistas—
resultaba irremediablemente prematuro a finales del siglo
XIX. Fue necesario el pavoroso derramamiento de sangre de la
Primera Guerra Mundial, así como el desenvolvimiento de la grave
Crisis Económica Mundial luego del breve período de reconstrucción,
antes de que la versión rooseveltiana de la estrategia pudiese
ser anunciada “envuelta en papel de regalo”. Más aún, hizo falta
un derramamiento de sangre todavía mayor en la Segunda Guerra
Mundial, aunado al surgimiento de los Estados Unidos durante el
transcurso de esa guerra como ostensiblemente el mayor poder económico,
antes de que fuese posible implementar con todos los hierros
la estrategia rooseveltiana, hacia el final de la Segunda Guerra
Mundial y su secuela inmediata. La única complicación de peso que
quedaba —la existencia del sistema soviético (ya que el factor de
complicación adicional, China, terminó de materializarse recién en
1949)— fue considerada como estrictamente temporal. Esa visión
fue expresada con entera confianza en las numerosas declaraciones
del Secretario de Estado John Foster Dulles acerca de la política de
“hacer retroceder al comunismo”.
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Así, en el curso de los desarrollos del siglo XX se ha llegado a
un punto en que la existencia codo a codo —y la coexistencia competitiva—
de las potencias imperialistas ya no se puede tolerar, sin
importar todo el jarabe de pico que se le pueda dedicar al llamado
“mundo pluricentral”. Como acertadamente argumentaba Baran, ya
en 1957, a los orgullosos dueños de los antiguos imperios coloniales
les han reducido la estatura para que desempeñen el papel de “socios
menores del imperialismo norteamericano”. Cuando hacia el
final de la guerra se discutía el futuro de las posesiones imperiales,
las preocupaciones británicas fueron puestas a un lado como ideas
irremediablemente “medio victorianas” del “querido viejo Winston”.
Al mismo tiempo, a De Gaulle83 ni siquiera se le consultó, 24
por no mencionar a los belgas, los holandeses y los portugueses que
ni siquiera estuvieron presentes en el retrato. Todo cuanto se diga
acerca del “mundo pluricentral”, bajo el principio de alguna clase de
igualdad entre los estados, pertenece al reino de la pura fantasía, si
no al del cínico camuflaje ideológico. Por supuesto, nada hay de sorprendente
en ello, porque en el mundo del capital “pluralismo” solo
puede significar pluralidad de los capitales, que no es capaz de
conceder ninguna consideración de igualdad. Por el contrario, está
caracterizada siempre por el escalafón más inicuo de las jerarquías
estructurales y las correspondientes relaciones de poder, y favorece
siempre al más fuerte en su procura de engullirse al más débil. Así,
dada la inexorabilidad de la lógica del capital, era nada más cuestión
de tiempo antes de que el dinamismo en desenvolvimiento del sistema
llegase a la etapa, también a nivel de las relaciones interestatales,
en que una superpotencia hegemónica se sobrepusiese a todas
las menos poderosas, sin importar su tamaño, y declarase su pretensión
exclusiva —en última instancia insostenible y de sumo peligro
83 El asunto no estaba limitado a la Indochina Francesa. La actitud de Roosevelt
era igualmente de rechazo a las posibles aspiraciones francesas de
retener la posesión de sus colonias norafricanas, en especial Marruecos. Ver
al respecto su carta a Cordell Hull, de fecha 24 de enero de 1944, citada en la
p. 168 del libro de T.H. Greer al que se hace referencia en la Nota 16.
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para la humanidad en su conjunto— de ser el Estado del sistema del
capital en sí.
4.2.4
Altamente significativa en este respecto es la postura asumida en
relación con la cuestión de los intereses nacionales. Por una parte,
su legitimidad se ve rotundamente afirmada cuando los asuntos que
están sobre el tapete afectan, directa o indirectamente, a los supuestos
intereses de los Estados Unidos, que no dudan en emplear incluso
las formas más extremas de violencia militar, o la amenaza de
esa violencia, para imponerles sus decisiones arbitrarias al resto del
mundo. Por otra parte, sin embargo, los legítimos intereses nacionales
de otros países son ignorados arrogantemente como “nacionalismo”
intolerable y hasta como “pandemonio étnico”.84 Al mismo
tiempo, las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales
son tratadas como juguetes de los Estados Unidos, y se les desafía
con sumo cinismo cuando sus resoluciones no son del agrado de
los guardianes de los intereses nacionales más o menos abiertamente
declarados de los Estados Unidos. Los ejemplos son innumerables.
En torno a algunos de los más recientes, Chomsky comentaba
agudamente:
Las más altas autoridades explicaron con claridad brutal que el
Tribunal Internacional de Justicia, las Naciones Unidas y otras instancias
se han vuelto irrelevantes porque ya no siguen las órdenes
de los Estados Unidos, como lo hicieron en los primeros años de la
posguerra… Bajo Clinton el desafío al orden mundial se ha vuelto
tan extremado que ha llegado a preocupar hasta a los analistas políticos
halcones.85
84 Ver el famoso libro del senador demócrata estadounidense Daniel Patrick
Moynihan, Pandaemonium: Ethnicity in Internacional Relations,
Oxford University Press, 1993.
85 Noam Chomsky, “The Current Bombings”, Spectre, Nº 7, verano de
1999, p. 18.
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Para echarle sal a la herida, los Estados Unidos se niega a pagar
su enorme deuda atrasada como miembro de las Naciones Unidas,
a la vez que le impone sus políticas a la organización, incluidos los
recortes a los fondos para la Organización Mundial de la Salud, a
la que siempre se le asignan fondos por debajo de lo necesario. Ese
flagrante obstruccionismo fue notado incluso por figuras tan del
establishment como Jeffrey Sachs, cuya devoción a la causa de la
“economía de mercado” dominada por los Estados Unidos está fuera
de toda duda. Escribió en un articulo reciente:
La falla de los Estados Unidos en la cancelación de sus deudas
en las Naciones Unidas constituye con toda seguridad el incumplimiento
de las obligaciones internacionales más importante del
mundo… Norteamérica le ha acortado sistemáticamente el presupuesto
a los organismos de las Naciones Unidas, incluidos algunos
tan vitales como la Organización Mundial de la Salud.86
Es necesario mencionar aquí también los esfuerzos —tanto ideológicos
como organizacionales— invertidos en soslayar el marco
nacional de la toma de decisiones. La consigna superficialmente
atractiva de “pensar globalmente, actuar localmente” constituye
un caso interesante de tratar en este respecto, porque obviamente
el pueblo en general, que está privado de cualquier poder de toma
de decisiones significativo a una escala más amplia (distinta a la del
ritual electoral, que constituye más bien una abdicación), podría
considerar conveniente intervenir de alguna manera en a un nivel
estrictamente local. Más aún, nadie podría negar la importancia potencial
de una acción local apropiada. Sin embargo, lo “global” a
que se espera le prestemos atención incondicional —suscribiendo
sumisamente las tesis acerca de “la carencia de poder de los gobiernos
nacionales” y la “inevitabilidad de la globalización multinacional”,
que se equivocan tendenciosamente cuando describen a las
corporaciones trasnacionales nacionales (en su mayoría dominadas
por los Estados Unidos) como “multinacionales” y, por consiguiente,
universalmente aceptables— resulta totalmente vacío sin
86 Jeffrey Sachs, “Helping the world’s poorest”, The Ecnomist, 14 de
agosto de 1999, pp.16 y 22.
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sus complejas relaciones con las comunidades nacionales en particular.
Además, una vez que lo “global” ha sido extraído de su implantación
en su múltiple escenario nacional, desviando la atención
de las entretejidas relaciones interestatales contradictorias, también
lo “local” dentro de lo cual se espera que actuemos se convierte en
algo totalmente miope y definitivamente carente de sentido.87 Si la
“democracia” queda así restringida a esa “acción local” decapitada,
en ese caso la “toma de decisiones y acciones globales” que inevitablemente
afectan la vida de cada individuo en particular la pueden
ejercer del modo más autoritario las fuerzas políticas y económicas
más dominantes —y por supuesto que predominantemente los Estados
Unidos— de acuerdo con la posición que ellas ocupen en el
escalafón del capital. Los fondos invertidos por el Banco Mundial
y otros organismos, dominados por los Estados Unidos para tratar
de incrementar lo “local” a expensas de lo nacional, intentando asegurarse
el apoyo de los académicos y demás élites intelectuales a
través de conferencias y proyectos de investigación bien patrocinados
(en especial pero no exclusivamente en el “tercer mundo”), indican
un plan para crear un “gobierno mundial” que efectivamente
evada los procesos de toma de decisiones potencialmente más problemáticos
del nivel nacional intermediario, con su inevitable recalcitrancia,
y legitimar la dominación flagrantemente autoritaria
87 Como es su característica, The Economist, en su artículo editorial sobre
la pobreza en el “mundo subdesarrollado”, pone el acento en los asuntos
municipales (“abastecimiento de agua confiable” —que será obtenida a través
de “proveedores de agua” y no “luchando por instalar costosas tuberías
que traigan el agua a casa”— “desagües seguros” y “recolección de basura
regularizada”), para concluir que “Las respuestas principales consisten
en hacer que los gobiernos locales sean más eficientes y más auditables”.
(“Helping the poorest”, The Economist, 14 de agosto de 1999, p. 11). La
verdad es, claro está, que los gobiernos locales de los países en cuestión
están irremisiblemente en desventaja por los recursos que los gobiernos nacionales
ponen a su disposición, los cuales a su vez se ven entrampados del
modo más inicuo dentro de las jerarquías estructurales que se autoperpetúan
en el sistema del capital global.
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de la vida social por parte de un “gobierno mundial” implacablemente
impuesto desde arriba en nombre de la ficticia “democracia”,
sinónimo de la pretendida “acción local” de “recolección de basura
regularizada”.
4.2.5
Las manifestaciones del imperialismo económico de los Estados
Unidos son demasiado numerosas como para hacer un listado aquí,
y muchas de ellas son lo bastante conocidas como para necesitar de
mucho comentario. He estudiado en el pasado algunos de los rasgos
más sobresalientes, incluidos aquellos que hasta los políticos
conservadores se ven obligados a protestar en contra, como las regulaciones
de la transferencia de tecnologías, las leyes proteccionistas
norteamericanas, los controles extraterritoriales coordinados a
través del Pentágono y protegidos por el Congreso”, y también “los
fondos canalizados hacia las compañías de mayor tamaño y más
ricas de la tierra… [de proseguir el proceso en marcha] si no se le
controla irá comprando un sector tras otro de las tecnologías más
avanzadas del mundo.88
También estudiaba en el mismo artículo la “ventaja industrial del
secreto militar”, las “presiones comerciales directas aplicadas por
el poder ejecutivo y el poder legislativo de los Estados Unidos” y “el
problema real de la deuda”89 en el mundo: es decir, la deuda astronómica
de los propios Estados Unidos, que la potencia dominante
imperialista le impone al resto del mundo hasta tanto este pueda
seguirla pagando.
En cuanto a las protestas en contra del “imperialismo del dólar”,
se dicen con frecuencia, pero sin ningún efecto. El imperialismo
económico del país continuará estando seguro siempre y cuando
los Estados Unidos conserven su posición avasalladoramente
88 Declaración de dimisión ministerial de Michael Heseltine, 9 de enero
de 1986, citada en I. Mészáros, “La presente crisis” (1987), reimpresa en la
Parte Cuatro de Más allá del capital, pp. 1099-1109.
89 Ibid., p. 1099.
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dominante, no solo gracias al dólar como la moneda económica
mundial privilegiada, sino además porque rigen la totalidad de los
órganos internacionales de intercambio económico, del el FMI al
Banco Mundial, y del GATT a su sucesora, la Organización del Comercio
Mundial. En la actualidad mucha gente protesta en Francia
en contra del imperialismo económico norteamericano”, a causa de
las tarifas punitivas que les han impuesto los Estados Unidos bajo el
veredicto pretendidamente independiente de la OCM. En el pasado
al Japón varias veces le fueron impuestas las mismas medidas sin
contemplaciones, por lo general terminando con el sometimiento a
regañadientes o de buena gana de las autoridades japonesas a los
dictámenes norteamericanos. Si en la última ronda de tarifas punitivas
que le fueron impuestas a Europa Inglaterra fue tratada con
un poco de mayor indulgencia, fue así solamente como recompensa
al total servilismo del gobierno del “Nuevo Laborismo” inglés para
con todas las órdenes que vienen de Washington. Pero, aun así, las
escaramuzas de una guerra comercial internacional que ya hemos
presenciado en el pasado y que en nuestros días se producen con
harta frecuencia, revelan una tendencia muy grave, con potenciales
consecuencias de largo alcance en el futuro.
De manera similar, no se puede suponer que la prepotente intervención
de las agencias gubernamentales de los Estados Unidos en
el campo de la alta tecnología, tanto militar como civil, vaya a durar
indefinidamente. En un área crucial —la tecnología computacional,
en hardware y en software— la situación es extremadamente grave.
Para mencionar un solo caso, Microsoft disfruta de una posición
casi completamente monopólica en el mundo, gracias a que su software
ocasiona enormes implicaciones también para la adquisición
del hardware más adecuado. Pero mucho más allá de eso, hace poco
salió a la luz que un código secreto implantado en el software de
Microsoft les permite a los servicios de seguridad y militares de
los Estados Unidos espiar a todos quienes en el mundo utilizan el
“Windows” de Microsoft e Internet.
También en otra área literalmente vital: la producción de alimentos
modificados genéticamente por corporaciones trasnacionales
gigantes, como la Monsanto, el gobierno de los Estados Unidos está
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haciendo todo lo que puede tras bastidores con la finalidad de hacerle
tragar al resto del mundo los productos cuya adopción —obligando
a los agricultores de todas partes a comprar una y otra vez las
semillas no renovables de la Monsanto— garantizaría el dominio
absoluto de los Estados Unidos en el campo de la agricultura. Los
intentos de “patentar los genes” para las corporaciones norteamericanas
están al servicio de un propósito similar.
Por otra parte, los conflictos acerca de los “derechos de propiedad
intelectual”90 que los Estados Unidos tratan de imponerle al resto
del mundo mediante la agencia de la OCM —cuyo objetivo es, en-
90 Las buenas intenciones de Jeffrey Sachs quedan en claro cuando escribe
que “la reglamentación global de los derechos de propiedad intelectual
requiere de una nueva mirada. Los Estados Unidos lograron que el mundo
impusiera códigos de patente más rígidos y le pusiera restricciones a la
piratería intelectual. Pero ahora las corporaciones trasnacionales y las instituciones
de los países ricos lo están patentando todo, desde el genoma
humano a la biodiversidad de los bosques tropicales. Los pobres se verán
despojados, a menos que se introduzca algo de sentido y equidad en este
proceso desbocado” (J. Sachs, op. cit., p. 22). Sin embargo, se torna irremisiblemente
irrealista cuando describe las determinaciones tras las políticas
que critica como “asombrosamente desencaminadas”. Nada tienen de
“desencaminadas” esas políticas, y mucho menos de “asombrosamente
desencaminadas”, lo que sugeriría que podrían ser corregidas gracias
a una dosis de aclaración racional (como el “recordar” de Roosevelt de lo
que había sido “olvidado”). Por el contrario, constituyen la puesta en práctica
de decisiones fríamente deliberadas, bien calculadas e implacablemente
impuestas, que emanan de las jerarquías estructuralmente salvaguardadas
y los imperativos objetivos del capital. De nuevo, el verdadero punto no es
la ausencia de percepción racional —ahora felizmente llenada—, sino la
realidad de las abrumadoras incompatibilidades: en el caso de Sachs entre
“sentido y equidad”, porque lo que recomendaría el “sentido” tendría
que negarlo absolutamente la exclusión radical de todas las consideraciones
posibles de “equidad”. Por eso el artículo de Jeffrey Sachs —dada la actitud
reverente del autor para con la “sociedad de mercado” (que ni siquiera
puede ser llamada por su nombre verdadero: mercado capitalista) —termina
con una “solución del mercado” totalmente ficticia.
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tre otras cosas (incluidos vastos intereses económicos), garantizar
la dominación permanente del mundo del cine y la televisión por
los productos hollywoodenses de tercera, y hasta décima, categoría
con los cuales nos inundan constantemente— remarcan otro aspecto
de gran importancia, que genera gritos contra el “imperialismo
cultural norteamericano”. Al mismo tiempo, el “imperialismo del
negocio cultural”, fenomenalmente bien financiado, en forma de la
presión para la penetración del ejército de “asesores administrativos”
norteamericano de en todos los lugares del mundo, forma parte
del mismo cuadro.
Pero quizá la más grave de las tendencias en marcha de la dominación
económica y cultural sea la manera rapaz y extremadamente
desperdiciadora en que los Estados Unidos se apodera de la energía
y los recursos de materia prima del mundo: el 25 % de ellos para
apenas el 4 % de la población mundial, con inmenso peligro, que
se va acumulando inexorablemente, para las condiciones ambientales
de la supervivencia humana. Y eso no es todo, porque, en la
misma tónica, los Estados Unidos continúan su activo sabotaje de
todos los esfuerzos internacionales que apunten a la introducción de
alguna forma de control para limitar y, quizá para el 2012, reducir
en algún grado la catastrófica tendencia al daño ambiental en marcha,
que ya no puede ser negada ni siquiera por los peores apologistas
del sistema.
4.2.6
La dimensión militar de todo esto resulta grave. Por lo tanto no es
exagerado decir —también en vista del poderío, antes del todo inimaginable,
de los armamentos acumulados durante la segunda mitad
del siglo XX— que hemos entrado en la fase más peligrosa del
imperialismo en toda la historia. Lo que está en juego hoy no es el
control de una parte del planeta en particular, sin importar su tamaño,
que pone en desventaja pero todavía tolera las acciones independientes
de algunos rivales, sino el control de su totalidad por parte
de una superpotencia económica y militar hegemónica, con todos
los medios —incluidos los más extremadamente autoritarios y, de
ser necesario, militarmente violentos— a su disposición. Es eso lo
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que requiere la racionalidad última del capital globalmente desarrollado,
en su vano intento de someter a control a sus antagonismos
inconciliables. El problema estriba, no obstante, en que dicha racionalidad
—que puede ser escrita sin comillas, ya que se corresponde
genuinamente con la lógica del capital en la actual etapa histórica
del desarrollo global— constituye al mismo tiempo la forma más
extrema de irracionalidad de la historia, incluida la concepción nazi
de la dominación del mundo, en lo concerniente a las condiciones
requeridas para la supervivencia de la humanidad.
Cuando Jonas Salk se negó a patentar su descubrimiento, la vacuna
contra el polio, insistiendo en que sería algo así como querer
“patentar el sol”, no podía imaginar que llegaría el momento en que
el capital tendría que intentar hacer eso, tratar de patentar no solamente
el sol sino también el aire, aun si tal cosa tuviese que aunarse
con el descarte de cualquier preocupación por los peligros mortales
que tales aspiraciones y acciones le acarrearían a la supervivencia
humana; porque la lógica última del capital en sus procesos de toma
de decisiones solo puede pertenecer a la variedad categóricamente
autoritaria “desde abajo hasta arriba”, desde los “microcosmos” de
las pequeñas empresas económicas hasta los más altos niveles de
la toma de decisiones políticas y militares. ¿Pero cómo se podrían
hacer valer las patentes que se le saquen al sol y al aire?
Sobre ese particular se hacen presentes dos obstáculos prohibitivos,
aunque el capital —en su tendencia a demoler sus propios límites
intraspasables— tiene que negarse a reconocerlos. El primero
es que la pluralidad de los capitales no puede ser eliminada, sin
importar cuán inexorable y brutal pueda resultar la tendencia de desarrollo
monopolista manifiesta en el sistema. Y el segundo: que la
correspondiente pluralidad del trabajo social no puede ser eliminada,
a fin de convertir a la fuerza laboral total de la humanidad,
con todas sus variedades y divisiones nacionales y sectoriales, en
imbécil “servidumbre obediente” del sector del capital hegemónicamente
dominante, porque el trabajo, en su irreductible pluralidad,
jamás puede abdicar a su derecho al acceso al aire y al sol; y menos
aún puede sobrevivir para beneficio permanente del capital —una
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necesidad absoluta para ese modo de control de la reproducción metabólica
social— sin el sol y el aire.
Quienes dicen que el imperialismo de nuestros días no implica
la ocupación militar del territorio, no solamente desestiman los
peligros que encaramos, sino además aceptan las apariencias más
superficiales y engañosas como las características definitorias sustantivas
del imperialismo en nuestro tiempo, ignorando a la vez a
la historia y a las tendencias del desarrollo contemporáneas. Para
comenzar, los Estados Unidos ocupan militarmente territorio en no
menos de 69 países a través de sus bases militares: un número que
continúa aumentando con el agrandamiento de la OTAN. Esas bases
no están ahí para beneficio del pueblo —la grotesca justificación
ideológica—, sino para beneficio únicamente de la potencia ocupante,
a fin de que pueda dictar políticas a su propia conveniencia.
En todo caso, en lo que respecta a la ocupación militar directa
de territorios coloniales en el pasado, su cobertura solo podía ser
parcial. De no haber sido así, ¿cómo podría la pequeña población de
Inglaterra haber gobernado a la población y el territorio incomparablemente
mayores de su inmenso imperio, sobre todo la India? Y
no es que semejante desproporcionalidad haya sido una característica
exclusiva del Imperio Británico. Como nos lo recuerda Renato
Constantino en relación con las Filipinas:
Desde sus comienzos, la colonización española operó más a través
de la religión que a través de la fuerza, afectando así profundamente
a la conciencia. Eso le permitió a las autoridades imponer
tributos, el trabajo forzado y la conscripción, a pesar de la pequeña
fuerza militar. Sin el trabajo de los sacerdotes tal cosa hubiese resultado
imposible. Los sacerdotes se convirtieron en los pilares del establishment
colonial. Tan fue así que se convirtió en alarde clerical
el dicho “en cada cura en las Filipinas el rey tiene un capitán general
y todo un ejército”. El amoldamiento de la conciencia en el interés
del control colonial sería repetido en otro plano por los norteamericanos
que, después de una década de represión masiva, operaron
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igualmente a través de la conciencia, esta vez empleando la educación
y otras instituciones culturales.91
China, otro ejemplo de vital importancia, nunca fue ocupada militarmente,
excepto por una pequeña parte de su territorio. Ni siquiera
cuando los japoneses la invadieron con una enorme fuerza
militar. Y, no obstante, durante mucho tiempo antes el país estuvo
completamente dominado por potencias extranjeras. Tan fue así de
hecho que el joven Mao comentó sarcásticamente que “cuando el
extranjero se tira un pedo hay que saludarlo como aroma celestial”.
Lo que importaba en todas las aventuras imperialistas era siempre
la habilidad para imponerle los mandatos al país dominado sobre
una base permanente, empleando las intervenciones militares punitivas
solo cuando la manera “normal” de dominar se veía desafiada.
La famosa expresión “diplomacia de las cañoneras” encerraba
muy bien lo que era factible y practicable con los recursos militares
disponibles.
Las principales características de esa dominación imperialista
continúan acompañándonos hoy día. La multiplicación del poder
destructivo del arsenal militar a la disposición actualmente —en especial
el potencial catastrófico de las armas aéreas— ha modificado
hasta cierto punto las formas de imponerle los mandatos imperialistas
a un país que va a ser sometido, pero no su sustancia. Con toda
probabilidad, la forma definitiva de amenazar al adversario en el
futuro —la nueva “diplomacia de las cañoneras” ejercida desde el
“aire patentado”— será el chantaje nuclear. Pero su objetivo será
el mismo del pasado, ya que la modalidad prevista tan solo podrá
subrayar la absurda insostenibilidad de tratar de imponerles de esa
forma a las partes reacias del mundo la racionalidad última del capital.
También hoy resulta por demás insostenible ocupar la totalidad
de China, con sus 1.250 millones de personas, y mantenerla
91 Renato Constantino, Identity and Consciousness: The Philippine Experience,
Malaya Books, Quezón, 1974, p. 6. Los norteamericanos abandonaron
el control directo del sistema educativo filipino recién en 1935, para
cuando ya ejercían un control indirecto sobre él muy efectivo.
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ocupada aunque sea por parte de la mayor de las fuerzas militares
exteriores económicamente sustentable. Mas tampoco ese evidente
absurdo haría desistir de sus metas imperialistas a los aventureros
a ultranza que no pueden concebir ninguna otra alternativa para su
dominación del mundo; mientras los “más sensatos” —que al final
no son menos peligrosos —conciben jugadas estratégicas dirigidas
al intento de resquebrajar a China, con la ayuda de la ideología del
“libre mercado”, en fragmentos que sean controlables desde el centro
hegemónico del capitalismo global.
Es obvio que las fuerzas militares tienen que ser sostenidas
económicamente, lo que las hace restringirse siempre a empresas
limitadas tanto en el tamaño de las maquinarias militares mismas
como en la duración de sus operaciones. El registro histórico de las
aventuras imperialistas en el pasado muestra que para el momento
en que éstas se expandían ampliamente —como la francesa primero
en Indochina y luego en Argelia, y más tarde la de los Estados
Unidos en Vietnam— ya el fracaso de las aventuras en cuestión
estaba a la vista, si bien les tomó algo más de tiempo desligarse
de ellas. Respecto a las incontables operaciones imperialistas de
los Estados Unidos en el pasado, no solo tenemos que recordar la
de las Filipinas, al igual que la fracasada guerra a gran escala de
la intervención en Vietnam,92 sino también la de Guatemala, la
República Dominicana, la Guyana Inglesa, Granada, Panamá y el
Congo, así como algunas intervenciones militares en otros países,
desde el Medio Oriente y los Balcanes a varias partes del África. Una
de las vías favoritas para hacer prevalecer los intereses imperiales
norteamericanos fue siempre el derrocamiento de gobiernos no de
su agrado, y la imposición de dictadores totalmente dependientes
del nuevo amo, para dominar a través de esos dictadores bien
controlados a los países en cuestión. Estamos hablando aquí de
Marcos y Pinochet, Suharto y los generales brasileros, Somoza y
92 Acerca del desastroso involucramiento de los Estados Unidos en Vietnam,
ver el libro crucial de Gabriel Kolko, Vietnam: Anatomy of a War,
1940-1975, Allen & Unwin, Londres, 1986.
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los generales survietnamitas marionetas de los Estados Unidos, sin
olvidar a los coroneles griegos (a los que Lyndon Johnson llamaba
“hijos de puta93) y Mobotu (calificado, en una curiosa especie de
elogio, de “nuestro hijo de puta” por un funcionario de alto rango
del Departamento de Estado). El desprecio con el que las figuras
gobernantes norteamericanas imparten sus órdenes a sus sirvientes
en los países bajo su dominación militar mientras para el consumo
público los presentan como los paladines del “mundo libre” queda
bien en claro en los dos casos que acabamos de mencionar.
4.2.7
El inicio de la crisis estructural del capital en la década de los
años 70, del siglo XX, produjo cambios importantes en la postura
del imperialismo. Fue eso lo que hizo necesario adoptar una postura
cada vez más agresiva y arriesgada, a pesar de la retórica de la
conciliación, y luego hasta el absurdo concepto propagandístico del
“nuevo orden mundial”, con su promesa nunca mantenida de un “dividendo
de paz”. Al contrario de algunas aseveraciones, sería completamente
erróneo atribuirle esos cambios al derrumbe del sistema
soviético, si bien resulta absolutamente cierto que la “guerra fría” y
la presunta amenaza militar soviética fueron empleadas con gran
éxito en el pasado para justificar la expansión sin freno de lo que a
finales de su presidencia el general Eisenhower llamaba, con sentido
de advertencia, “el complejo militar-industrial”. Los desafíos
que exigen la adopción de una postura más agresiva —y en definitiva
aventurera— estaban presentes mucho antes del colapso del
sistema soviético. Yo los describí en 1983 (es decir, ocho años antes
del derrumbe soviético) de esta manera:
. el fin del régimen colonial en Mozambique y Angola;
93 Reportado en The Economist unas pocas semanas después del derrocamiento
del régimen de Mobotu. La frase entera citada por The Economist
fue “Nosotros sabemos que él es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de
puta”. [N. del T. La misma anécdota fue contada muy anteriormente, pero
con el presidente Theodore Roosevelt y el dictador nicaragüense Somoza
como protagonistas].
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. la derrota del racismo blanco y la transferencia del poder a la
ZANU en Zimbabwe;
. el desplome del régimen clientelar de los Estados Unidos dirigido
por los coroneles en Grecia y la subsiguiente victoria de las
fuerzas del PASOK de Andreas Papandreou;
. la desintegración del régimen vitalicio de Somoza, respaldado
por los Estados Unidos, en Nicaragua, y la impactante victoria del
Frente Sandinista;
. las luchas armadas de liberación en El Salvador y en todas
partes de Centroamérica, y el fin del hasta entonces fácil control
de la región por el imperialismo norteamericano; la quiebra total
—no solo en sentido figurado: también en el literal— de las
“estrategias del desarrollo” de inspiración y dominación “metropolitana”
a todo lo ancho del “tercer mundo”, y el surgimiento de
grandes contradicciones estructurales en las principales potencias
industriales en Latinoamérica: Argentina, Brasil e incluso el rico
en petróleo México;
. la dramática y total desintegración del régimen del Sha en Irán,
y con ella una grave derrota de las estrategias norteamericanas durante
largo tiempo establecidas en la región, que hicieron aparecer
estrategias sustitutivas desesperadamente peligrosas —que a
partir de entonces debieron implementarse de manera directa o
mediante representación.94
Lo que cambió después del colapso del sistema soviético fue
la necesidad de hallar justificación para la postura cada vez más
agresiva del imperialismo norteamericano en diferentes partes del
mundo, especialmente después de las decepciones sufridas en el
intento de revitalizar al capital occidental mediante la restauración
económicamente sustentable del capitalismo —al contrario de los
94 István Mészáros, “Radical Politics and Transition to Socialism: Reflections
on Marx’s Centenary”, publicado por primera vez en la publicación
brasilera Escrita Ensaio, año V, Nºs 11-12, verano de 1983, pp. 105-124.
Una versión más corta de ese artículo fue dictada como conferencia en Atenas,
en abril de 1983. El artículo fue reproducido en su totalidad en la Parte
Cuatro de Más allá del capital, pp. 1081-1098.
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éxitos relativos pero aun sustentables en la manipulación de la maquinaria
política estatal a través de la “ayuda” occidental— en la
antigua Unión Soviética. Las “estrategias sustitutivas desesperadamente
peligrosas implementadas de manera directa o mediante
representación” se hicieron notorias en los años que precedieron
y siguieron al derrumbe soviético. Pero la aparición de esas peligrosas
estrategias aventureras no le puede ser atribuida, como
piensan algunos, al fatal debilitamiento del adversario en la guerra
fría. Por el contrario, el propio colapso soviético solo es entendible
como parte integral de la crisis estructural en marcha del sistema
del capital en sí.
El Sha, como representante de Norteamérica —y como presunta
garantía contra el peligro de un nuevo Mossadeq— controló inmisericordemente
a su pueblo y le compró enormes cantidades de
armas a occidente como medios de cumplir su cometido. Una vez
que se marchó se hizo necesario encontrar otro representante, a
fin de destruir al antagonista que estaba hablando del “Satán norteamericano”.
El Irak de Saddam Hussein parecía hecho para ese
papel, armado hasta los dientes por los Estados Unidos y otros países
occidentales. Pero Irak no pudo destruir a Irán y se convirtió
en elemento desestabilizador en una de las regiones más inestables
del mundo, según la define la estrategia norteamericana. Más aún,
Saddam Hussein, el antiguo representante de los Estados Unidos,
podía ahora servir para un propósito todavía mayor: ser promovido
al estatus del mítico enemigo todopoderoso que representaba no
solo el peligro atribuido en los días de la guerra fría a la Unión Soviética,
sino mucho más que eso, el que amenazaba con armamento
químico y biológico —y también con un holocausto nuclear— a la
totalidad del mundo occidental. Dado el enemigo mítico, se esperaba
de nosotros que justificásemos no solo la Guerra del Golfo, sino
también varias intervenciones militares de importancia en Irak a
partir de entonces, al igual que el frío asesinato de un millón de sus
niños a través de las sanciones que le fueron impuestas al país como
resultado de las instrucciones dictadas por los Estados Unidos, vergonzosamente
aceptadas por nuestras “grandes democracias” que
continúan haciendo alarde de sus “políticas exteriores éticas”.
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Pero todo esto no basta para arañar siquiera la superficie de la
inestabilidad crónica en la región del Medio Oriente, por no hablar
del resto del mundo. Quienes piensan que el imperialismo del presente
no necesita de ocupación territorial deberían pensarlo de nuevo.
La ocupación militar por un período de tiempo indefinido ya
está en evidencia en parte de los Balcanes (se admite también que se
trata de una “participación indefinida”), ¿y quién podría mostrar alguna
razón por la cual en otras partes del mundo no se van a dar en
el futuro ocupaciones territoriales militares similares? Las tendencias
en marcha no presagian nada bueno y la crisis del sistema que
se profundiza día a día no puede hacer otra cosa que empeorarlas.
Hemos sido testigos en el pasado de dos desarrollos extremadamente
peligrosos en la ideología y el marco estructural del imperialismo
norteamericano. El primero tiene que ver con la OTAN. No
simplemente por su significativa expansión hacia el Este, que podría
ser considerada como una amenaza por parte de las autoridades rusas,
si no hoy mismo entonces para algún momento en el futuro.
Pero, más importante aún, las metas y los objetivos de la organización
se han visto radicalmente redefinidos, en contradicción con
el derecho internacional, para transformarla de lo que en el pasado
se declaraba que constituía una asociación militar puramente defensiva
a una alianza ofensiva potencialmente muy agresiva, que
puede hacer cuanto le place sin referencia alguna a cualquier autoridad
legítima… o, más bien, que puede hacer cuanto le plazca a
los Estados Unidos y dé la orden de hacerlo. En la reciente (mayo de
1999) cumbre de la OTAN en Washington, la Organización del Tratado
del Atlántico Norte, bajo la presión norteamericana, “adoptó
una nueva idea estratégica, gracias a la cual dijeron ellos que se puede
recurrir a la acción militar incluso fuera del área de la OTAN,
sin tomar en consideración la soberanía de los demás países e ignorando
a las Naciones Unidas”.95 Lo que resulta también altamente
significativo en este particular es que la justificación ideológica de
95 Shoji Niihara, “Struggle Against US Military Bases”, Dateline Tokio,
Nº 73, julio de 1999, p. 2
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la nueva postura, inconfundiblemente agresiva —presentada bajo la
forma de veinticuatro “factores de riesgo”— es transparentemente
frágil. Hasta se admite que “dentro de los veinticuatro factores
de riesgo solamente cinco se podría considerar que representan un
peligro militar real.96
El segundo desarrollo peligroso reciente —ignorado casi por
completo en occidente, lamentablemente incluso por la izquierda97—
concierne al nuevo Tratado de Seguridad USA / Japón, que,
como de costumbre, ha sido hecho aprobar a toda prisa por las cámaras
parlamentarias japonesas (la Dieta y la superior Cámara
del Consejo). Sobre este respecto, también, los nuevos desarrollos
desafían cínicamente al derecho internacional y además violan la
constitución japonesa. Como lo comentara un importante dirigente
político japonés, Tetsuzo Fuwa:
La naturaleza peligrosa del Tratado de Seguridad USA / Japón
ha evolucionado hasta el grado de que es posible que el Japón se
vea arrastrado a entrar en las guerras de Los Estados Unidos, en
desafío a la constitución japonesa, que renuncia a la guerra. Por detrás
de esto está la estrategia del ataque preventivo de los Estados
Unidos, extremadamente peligrosa, gracias a la cual esa nación
interferirá en los asuntos de los demás, y atacará arbitrariamente a
cualquier país que le disguste.98
96 József Ambrus, “A polgári védelem felatadai” [Las tareas de la defensa
civil], en una edición especial de Ezredforduló, dedicada a los problemas
del ingreso de Hungría en la OTAN, Strategic Enquiries of the Hungarian
Academy of Sciences [Indagaciones estratégicas de la Academia de Ciencias
de Hungría], 1999, p. 32.
97 Para una notoria excepción ver la carta de John Manning para Spectre,
Nº 6, primavera de 1999, pp. 37-38. Para un tema relacionado ver US Military
BASES in Japan: A Japan US Dialogue, reporte del Simposio de
Boston, 25 de abril de 1998, Cambridge, Mass.
98 Tetsuzo Fuwa, “Address to Japan Peace Committee in its 50th Year”,
Japan Press Weekly, 3 de julio de 1999, p. 15. Comparando al Primer Ministro
japonés Obuchi con la prominente figura de la oposición Fuwa, The
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No hace falta decirlo, la posición que se le intenta asignar al Japón
en la “estrategia de ataque preventivo”, en la que las órdenes
provienen de Washington, es que juegue el papel de “carne de cañón”,
y a la vez contribuya generosamente con los costos financieros
de las operaciones militares,99 como ya se le obligó a hacer en el
caso de la Guerra del Golfo.
Uno de los aspectos más siniestros de esos desarrollos salió a la
luz recientemente gracias a la renuncia forzada del viceministro
de la defensa japonés, Shingo Nishimura, por “arrancar en falso” y
propugnar agresivamente que el Japón se armase con armas nucleares.
Y fue todavía más lejos, al sugerir en una entrevista el empleo
de la fuerza militar, refiriéndose a la disputa sobre las islas Senkaku.
Declaró que “Si la democracia llega a fracasar en el zanjamiento de
la disputa, el Departamento de la Defensa meterá su cuchara”, como
lo señaló un artículo editorial del diario Akahata:
El problema real aquí es que se le concedió un cargo en el gabinete
a un político que argumenta abiertamente a favor de que Japón
tenga armamento nuclear, y del empleo de la fuerza militar. Es
natural que otras naciones asiáticas hayan expresado grave preocupación
por el asunto. Más aún, bajo convenio secreto con el gobierno
de los Estados Unidos, los gobiernos de la LDP han anulado los
tres principios antinucleares (no permitirle a Japón poseer, fabricar
Economist escribía a regañadientes: “Hasta el momento los acontecimientos
han tendido a mostrar al señor Obuchi como un aficionado inexperto,
especialmente cuando lo interpela un profesional consumado como Tetsuzo
Fuwa”. En “A pity about Uncle Obuchi”, The Economist, 20 de noviembre
de 1999, pp. 97-98.
99 Eso ya está ocurriendo, puesto que Japón ha sido obligado a pagar por el
enorme costo de la ocupación militar norteamericana a través de sus numerosas
bases en el país. “Los costos que el gobierno japonés tuvo que afrontar
en 1997 para el mantenimiento de las bases estadounidenses en el país montaron
a 4.9 billones de dólares, lo que lo ubicó en el primer lugar entre los
países del mundo (según el ‘Reporte de la contribución aliada a la Defensa
Común de 1999’). Son US $ 122.500 por cada soldado norteamericano estacionado
en Japón” (S. Niihara, op. cit. p. 3).
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o introducir armas nucleares). Además, la reciente “legislación de
emergencia” apunta a darle prioridad a las operaciones militares
de las fuerzas y la SDF [Fuerza de Autodefensa] estadounidenses
en caso de guerra, activando la cooperación militar bélica, el suministro
de pertrechos, la concesión de ubicaciones terrestres, edificaciones,
y también el control de embarcaciones navales y aéreas, y
del espectro radioeléctrico. Una legislación de ese tipo socavará la
Constitución.100
Naturalmente, la nueva postura agresiva del “Tratado de Seguridad
USA / Japón” es justificada en nombre de las necesidades de
defensa japonesas. En verdad, sin embargo, la “defensa común” que
se pretende en el Reporte legitimador (citado en la nota 40) nada
tiene que ver con “la defensa del Japón” contra un “agresor” ficticio,
pero sí todo que ver con la protección y el acrecentamiento de los
intereses imperialistas estadounidenses.
Los Estados Unidos usan sus bases en Japón, incluidas las de
Okinawa, para llevar a cabo la intervención militar en situaciones
políticamente inestables en los países del sudeste asiático, incluida
Indonesia. En mayo del año pasado, cuando cayó el régimen de
Suharto en Indonesia, unidades de las Fuerzas Especiales del ejército
estadounidense regresaron repentinamente a la Estación estadounidense
de Torii en la aldea Yomitan, Okinawa, vía a la base
estadounidense de Kadena, Okinawa. Ellas habían entrenado a las
fuerzas especiales de las Fuerzas Armadas indonesias (ABRI), que
reprimían las manifestaciones en el país. El repentino regreso de las
unidades de las Fuerzas Especiales del ejército estadounidense indicaba
la actividad secreta que las unidades de Boinas Verdes norteamericanas,
radicadas en Okinawa, desempeñaban en Indonesia.101
La manera como les son impuestas esas políticas y prácticas peligrosas
a los países cuyos gobiernos “democráticos” se someten su-
100 Akahata, 1º de noviembre de 1999; citado en Japan Press Weekly, 6
de noviembre de 1999, pp. 6-7.
101 S. Niihara, op. cit., p. 3.
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misamente a todas las órdenes norteamericanas habla por sí sola.
Por lo general los cambios ni siquiera se discuten en los respectivos
parlamentos, y en vez de eso se les pasa por encima mediante
tratados y protocolos secretos. Y en el mismo espíritu de la evasión
cínica, cuando por alguna razón aparecen en la agenda parlamentaria,
entonces se pasa la aplanadora, ignorando de la manera más
autoritaria a cualquier oposición. Los políticos que de esa manera
siguen “sembrando semillas de dragón” parecen olvidarse del peligro
de que a su debido tiempo en el escenario histórico aparecerán
dragones de verdad. Y tampoco parecen entender o admitir que la
devastadora llama de los dragones nucleares no está limitada a una
localidad dada —el Medio o el Lejano Oriente, por ejemplo—, sino
que puede achicharrar absolutamente todo en este planeta, incluidos
los Estados Unidos y Europa.
4.2.8
El objetivo final de la “estrategia de ataques preventivos de los
Estados Unidos” es, por supuesto, China. Comentando los ruidos e
indiscreciones agresivos de Washington contra China, en la secuela
del bombardeo de la embajada de China en Belgrado, “el contralmirante
Eugene Carroll, del Centro de Información de la Defensa, un
‘think-tank’ independiente, dijo:
Aquí está en marcha una demonización de China. No estoy seguro
de quién lo hace, pero esas indiscreciones están orquestadas para
mostrar a China como el peligro amarillo.102
102 “Washington le dice a China que dé marcha atrás o se expondrá a la
guerra fría”, The Daily Telegraph, 16 de mayo de 1999, p. 15. El mismo
artículo también nos dice que “El chorro de cuentos de espionaje parece haber
sido abierto por figuras dentro del Partido Republicano o el Pentágono
que consideran que está dentro de los intereses a largo plazo de los Estados
Unidos el tener un enemigo grande”. Obviamente Saddam Hussein no es
lo bastante grande en lo que respecta a los requerimientos ideológicos y el
creciente gasto militar correspondientes al plan a largo plazo de la agresiva
postura imperialista de los Estados Unidos.
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El bombardeo de la embajada china en Belgrado al principio fue
presentado y justificado por los voceros de la OTAN como un “accidente
inevitable, aunque deplorable”. Cuando más tarde se hizo
innegable que la embajada no fue impactada por una bomba perdida
sino por cohetes disparados desde tres direcciones distintas, y por
ende era un blanco cuidadosamente elegido, Washington ofreció
una explicación de cuento de hadas: que la CIA no había podido
conseguir un mapa de Belgrado actualizado, que está a la disposición
de quienquiera en cualquier quiosco. Pero aun así, continua
siendo un misterio total qué tendría de importante y legítimo el pretendido
objetivo prehistórico que se supone ocupaba el espacio en el
que estaba la embajada de China. Todavía estamos a la espera de algunas
respuestas creíbles, que obviamente jamás vendrán. Una explicación
racional que podría acudir a la mente es que la operación
fue planificada como globo de ensayo, en dos respectos. Primero,
para probar a ver la manera cómo el gobierno chino respondería a
actos de agresión como ese, obligándolo a tragarse la humillación
que lo acompañaba. Y segundo, quizá más importante: para probar
y ver la respuesta de la opinión pública mundial, que demostró ser
totalmente servil y sumisa.
Los problemas que afectan profundamente las relaciones entre
China y los Estados Unidos no podrían ser más graves. En un sentido
se originan del hecho inconveniente de que “El Estado-partido
no ha encontrado todavía un lugar en el mundo del libre
mercado”.103 Cuando el imperialismo hegemónico global utiliza
como su legitimación ideológica los conceptos de “democracia” y
“libre mercado”, cualquier desviación de esa ideología —respaldada
por una gran potencia económica y militar— representa un serio
desafío. Y lo que hace aún más intolerable el desafío es la perspectiva
de que se den desarrollos económicos en detrimento de los Estados
Unidos, dados los promedios de expansión comparables en el
presente, aunado al hecho de que la población de China sobrepasa
103 Jonathan Story, “Time is running out for the solution of the Chinese
puzzle”, Sunday Times, 1º de Julio de 1999, p. 5.
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asombrosamente en un millardo a la de los Estados Unidos. Como
lo expone el mismo artículo, reflejando una gran preocupación
acerca de los desarrollos en marcha: “Para el 2020 la economía
de China será tres veces la de los Estados Unidos”.104 No resulta
demasiado difícil imaginar la alarma ocasionada por esas perspectivas
en los círculos dominantes de los Estados Unidos.
Fiel a su papel apologético, The Economist trata de darle un
barniz de respetabilidad a la propugnada disposición y preparación
militar para morir por la “democracia” y el “libre mercado”. En un
artículo sobre “La nueva geopolítica” exige la aceptación de que
se amontonen los “sacos de cadáveres”. No por parte de los Estados
Unidos, por supuesto, sino de lo que The Economist llama los
“asistentes locales” de los Estados Unidos. Con una hipocresía sin
límite The Economist habla de un “compromiso moral” para la
guerra por parte de las democracias, y les pide en nombre de esa
moralidad que acepten que “la guerra es época de morir y también
de matar”.
Ser el leal “asistente local” de los Estados Unidos es el papel que
se le asigna al Japón, justificado en vista de la prevista amenaza china.
La fuerte oposición en el país al Tratado de Seguridad USA /
Japón redefinido y peligrosamente ampliado es catalogada de “nerviosismo”.
Felizmente, China hará que los japoneses vean, sientan y
fortalezcan su resolución, porque “Una China en crecimiento hará
también que un Japón nervioso esté más dispuesto a aferrarse a una
alianza con Norteamérica”. El mismo papel de leal asistente local se
le asigna a Turquía y, expresando la esperanza de The Economist,
también a la India, argumentando que “los ejércitos de los países
aliados cuyos a pueblos no les importa que sus soldados hagan el
trabajo frente a frente [es decir, que mueran] pueden acudir al rescate;
es por eso que a Turquía le interesa a la alianza, 105 y por lo que
104 Ibid. El artículo de Jonathan Story es un extracto de su libro: The Frontiers
of Fortune, publicado por Financial Times / Prentice Hall, Londres,
1999.
105 La importancia de Turquía como un “asistente local” de los Estados
Unidos ha sido dramáticamente expuesta esta primavera con la ignominiosa
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algún día podría ser buena idea pedirle ayuda a la India”. En este
esquema de cosas, Rusia también ocupará una posición activamente
pro-norteamericana, gracias a su prevista oposición inevitable a
China. “Preocupada por la vulnerabilidad de sus territorios orientales,
Rusia podría al final elegir poner algo de solidez en sus endebles
vinculaciones de Participación por la Paz con la OTAN”.
Calificar a países de “nerviosos” y “preocupados” —si no en el
día de hoy entonces en el de mañana— tiene que ver exclusivamente
con los conflictos que se espera tendrán con “el gigante que se
yergue en el este”, China. En la “nueva geopolítica” China es presentada
como el común denominador de todos los problemas, y simultáneamente
también como la solución que aglutina a todos los
“preocupados” y “nerviosos” en una “Alianza para la Democracia”
y una “Participación por la Paz”, que “hasta podría atraer a la democrática
India [una nación tradicionalmente no alineada] hacia
una nueva versión surasiática de la Participación por la Paz”106, bajo
control de los Estados Unidos. Sin embargo, no se nos dice que viviremos
felices para siempre a partir de ese momento, o que al menos
viviremos.
Naturalmente, ese tipo de “doctrina”, inspirada por Washington,
no está restringida al Economist londinense. Ha hallado sus
voceros también en el lejano oriente, donde el Primer Ministro de
Australia, John Howard, proclamó la “doctrina Howard” de cómo
cumplir el papel de leal “asistente local” de los Estados Unidos por
parte de su propio país. Para consternación de la opinión política
remisión de Ocalan, el dirigente del PKK kurdo, a Ankara, bajo fuerte presión
de los Estados Unidos, humillando a los varios “asistentes locales” europeos
involucrados en ese suceso. Ver Luigi Vinci, La social-democrazia
e la sinistra antagonista in Europa, Edizioni Punto Rosso, Milán, 1999, p.
13. Ver también Fausto Bertinotti, Per una società alternativa: Intervista
sulla política, sul partito e sulle culture critiche, entrevistado por Giorgio
Riolo. Edizioni Punto Rosso, Milán, 1999, pp. 30-31.
106 Las citas en este párrafo son de “The New Geopolitics”, The Economist,
31 de julio de 1999, pp. 15-16.
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del Sudeste Asiático declaró que “Australia actuará como ‘ayudante
del sheriff’ de los Estados Unidos en el mantenimiento de la paz
regional”.107 El líder de la oposición en Malasia, Lim Kit Siang, respondió
a esta idea diciendo que “El señor Howard ha hecho más,
que cualquier Primer Ministro australiano anterior, por dañar las
relaciones de Australia con Asia, desde que la política de la ‘Australia
blanca’ fue abolida en los años 60”.108
Sin embargo, fue Hadi Soesastro, un académico indonesio educado
en Norteamérica, quien dio en el clavo al apuntar que “Es el
ayudante del sheriff a quien matan siempre”.109 Ciertamente. Es
precisamente ese el papel de los “asistentes locales” de los Estados
Unidos: matar y ser muertos por la causa que se les hizo llegar desde
arriba.
Marx escribió en su El 18 Brumario de Luís Bonaparte que
los eventos históricos a menudo ocurren dos veces, en formas contrastantes:
primero como tragedia (Napoleón) y luego como farsa
(“Napoleon le petit”). El papel asignado a Japón en el inconstitucional
Tratado de Seguridad USA / Japón, recientemente revisado,
solo podrá producir una gran tragedia en el Sudeste Asiático y una
devastación igualmente trágica en el propio Japón. En lo tocante al
papel de “ayudante del sheriff de los Estados Unidos”, proclamado
en la “doctrina Howard”, la única forma de describirlo es como la
farsa adelantándosele afanosamente a la tragedia.
4.2.9
La historia del imperialismo muestra tres fases distintivas:
1. El imperialismo moderno constructor de imperios coloniales
de los comienzos, originado por la expansión de algunos países
107 David Watts, “Howard’s ‘Sheriff’ role angers Asians”, The Times, 27
de septiembre de 1999, p. 14.
108 Ibid.
109 Ibid.
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europeos en las regiones de penetración relativamente fácil del
mundo;
2. El imperialismo “redistribuidor”, disputado antagónicamente
por las grandes potencias a favor de sus corporaciones cuasimonopólicas,
al que Lenin llamó “la etapa superior del capitalismo”,
que involucraba a solo unos pocos contendientes reales y algunos
sobrevivientes menores del pasado colgados de sus faldones, que
llegó a su final en la secuela de la Segunda Guerra Mundial;
3. El imperialismo hegemónico global, con los Estados Unidos
como fuerza todopoderosa, presagiado por la versión de Roosevelt
de la “política de puertas abiertas”, con sus pretensiones de
equidad democrática, y —aunque se consolidó poco después de
la Segunda Guerra Mundial— se hizo mucho más pronunciado
con el inicio de la crisis estructural del capital en la década de los
años 70, y con ello el imperativo de constituir la omniabarcante
estructura de mando política del capital bajo un “gobierno global”
presidido por el país dominante en el mundo entero.
Quienes alimentaban la ilusión de que el “neocolonialismo” de
la posguerra había pasado a ser un sistema estable en el que la
dominación política/militar había sido reemplazada por una dominación
económica directa, tendían a asignarle demasiado peso al
continuado poder de los antiguos amos del imperialismo colonial
después de la disolución formal de sus imperios, menospreciando
al mismo tiempo las aspiraciones exclusivistas de la dominación
hegemónica global de los Estados Unidos, y las causas que las
sostenían. Se imaginaban que al instituir “Institutos de Estudios
del Desarrollo” —con el propósito de “educar más” a las élites
políticas y administrativas poscoloniales de sus antiguas dependencias,
induciéndolas a la adopción de las teorías y políticas de
“modernización” y “desarrollo”, de reciente promoción— los antiguos
gobernantes coloniales podrían garantizar una continuidad
sustantiva con su viejo sistema. Lo que le puso fin a esas ilusiones
fue no solamente el poder de penetración abrumadoramente mayor
de las corporaciones norteamericanas (respaldadas con toda
la fuerza por el gobierno de los Estados Unidos) sino, más aún, el
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derrumbe total de la “política de modernización” en todas partes,
como ya lo mencionamos.
Sin embargo, el hecho de que el imperialismo haya probado ser
tan exitoso, y continúe prevaleciendo, no significa que pueda ser
considerado estable, ni mucho menos permanente. El previsto “gobierno
global” bajo administración estadounidense sigue siendo
una ilusión propagandística, igual que lo fueron la “Alianza para la
Democracia” y la “Participación para la Paz”, proyectadas —en una
época de choques militares y explosiones sociales que se multiplicaban—
como la sólida base de la nueva versión del “Nuevo Orden
Mundial”. Ya hemos pasado por eso antes, cuando —luego del derrumbe
del sistema soviético— esa visión encontró apoyo en unos
Estados Unidos ansiosos de mantener en funcionamiento al dinamo
capitalista a finales de la Guerra Fría. El compromiso selectivo con
estados claves del “mercado emergente” le proporcionó una política
exterior alternativa a la difunta estrategia de contención. La política
preveía que los Estados Unidos fuesen el centro de un “Único
Mundo” encaminado a la prosperidad compartida, la democracia
y mejores condiciones de vida para todos. Las corporaciones occidentales
dotarían de tecnologías a las regiones más pobres del
mundo, cuya mano de obra era abundante, barata e ingeniosa. Los
mercados financieros globales, que ya no estaban bajo el candado
político, aportarían el capital. Dentro de un par de décadas surgiría
allí un enorme mercado trasnacional para los consumidores.110
La mayor parte del par de décadas previstas ha transcurrido ya,
y nos vemos en mucha peor condición que nunca antes, incluso en
un país capitalistamente avanzado como Inglaterra, donde —según
las últimas estadísticas— uno de cada tres niños vive por debajo
de la línea de pobreza, y en los últimos años esos números se han
multiplicado por tres. Y nadie debería hacerse ilusiones acerca de
cómo afecta la crisis estructural del capital incluso al país más rico,
los Estados Unidos, porque también ahí se han deteriorado grandemente
las condiciones en las dos últimas décadas. Según un reporte
110 Jonathan Story, op. cit., p. 33.
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reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso —y nadie podría
acusar de “desviación izquierdista” a esa oficina— el 1 % de la
población más acomodada percibe lo mismo que los cien millones
de los que están abajo (es decir, casi el 40 %). Y, significativamente,
esta cifra consternadora se ha duplicado desde 1977, cuando el ingreso
del 1 % de los que estaban en el tope equivalía al de “apenas”
cuarenta y nueve millones de los más pobres, es decir, menos del
20 % de la población.111
En cuanto al resto de las proyecciones optimistas antes citadas,
ya no se nos invita a soñar con un “inmenso mercado trasnacional”
que traería “prosperidad para todos”, incluidos los pueblos del
Oriente. El primer ministro chino, Zhu Rongji, es alabado ahora por
sus “audaces intentos de introducir la reforma en el sector estatal, lo
que hoy día significa desempleo para millones de trabajadores
chinos”.112 ¿Cuántos millones más de trabajadores —o en verdad
cientos de millones de ellos— habrá que convertir en desempleados
antes de que finalmente China califique “para un puesto en el
mundo del libre mercado”? Por lo pronto, la editorial de The Economist
no puede más que expresar su esperanza, y pronosticar su
realización, de que el sistema chino será derrocado desde adentro,113
y prevé la solución militar externa en otros artículos, como ya hemos
visto. Lo que resulta común para los dos enfoques es la completa
ausencia de cualquier sentido de la realidad. Porque aun si el
sistema chino pudiese ser derrocado hoy o mañana, eso no solucionaría
absolutamente nada en lo que tiene que ver con el fracaso total
de las expectativas optimistas que alguna vez se le atribuyeron a
los “estados de mercado emergentes”, y su proyectado impacto para
111 Ver David Cay Johnston, “Gap Between Rich and Poor Found Substantially
Wider”, New York Times, 5 de septiembre de 1999.
112 “Worried in Beijing”, The Economist, 7 de agosto de 1999, p. 14.
113 Ibid. El necesario derrocamiento de China es pronosticado vehementemente
varias veces en este breve editorial, que no llega a una página.
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“mantener en funcionamiento el dinamo capitalista a finales de la
guerra fría”.
Mientras tanto, las contradicciones y antagonismos, vinculados
con causas inextirpables, se han seguido intensificando. Bajo el dominio
del capital, que es estructuralmente incapaz de resolver sus
contradicciones —y de ahí su manera de posponer el “momento de
la verdad”, hasta que las presiones acumuladas terminen en algún
tipo de explosión—, existe la tendencia a tergiversar el tiempo histórico,
tanto en dirección al pasado como al futuro, en el interés de
eternizar el presente. La tendenciosa mala lectura del pasado surge
del imperativo ideológico de tergiversar el presente como marco estructural
necesario para todo posible cambio. Porque precisamente
a causa de que el presente establecido tiene que ser eternamente
proyectado hacia el futuro, al pasado también hay que ficcionalizarlo
—en forma de una proyección hacia atrás— como el territorio
de la presencia eterna del sistema en otra forma, a fin de eliminar
las determinaciones históricas reales y las limitaciones sometidas
al tiempo del presente.
Como resultado de los intereses perversos que están en las raíces
de la relación del capital con el tiempo, el capital no puede poseer
ni una perspectiva a largo plazo ni un sentido de la urgencia, incluso
cuando está a punto de ocurrir una explosión. Las empresas
son orientadas hacia, y su éxito está medido por, proyecciones concebidas
en la escala de tiempo más miope. Por eso a los intelectuales
que adoptan el punto de vista del capital les gusta argumentar
que lo que funcionó en el pasado —enclaustrado en el idealizado
método de hacer “poco a poco”— funcionará también en el futuro.
Eso construye una peligrosa falacia, porque el tiempo no está de
parte nuestra, dada la presión acumulativa de nuestras contradicciones.
La proyección que hace The Economist acerca del feliz alineamiento
de todos los países “nerviosos” y “preocupados” con las
estrategias de los Estados Unidos es, en el mejor de los casos, una
proyección arbitraria del presente en el futuro, si no una total tergiversación
de las realidades del presente a fin de amoldarlas al futuro
ilusoriamente anticipado, porque incluso las actuales contradicciones
entre los Estados Unidos y Japón, al igual que las de Rusia con
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los Estados Unidos, son mucho mayores de lo que permite el esquema
de cosas adoptado, por no mencionar su potencial desenvolvimiento
en el futuro. Ni habría que ignorar los conflictos de intereses
objetivos entre la India y los Estados Unidos para transfigurarlos en
una perfecta armonía a cuenta del supuesto “nerviosismo” en torno
a China.
Más aún, incluso no debe darse por descontado que la armonía
aparentemente prevaleciente de los Estados Unidos con la “Unión
Europea” en el marco de la OTAN se mantenga en el futuro, dadas
las claras señales de conflictos “interimperialistas”, tanto en el interior
de la Unión Europea como entre la Unión Europea y los Estados
Unidos. 114 A veces hasta The Economist revela su preocupación de
que no todo marcha como debería en las relaciones de poder signadas
por los conflictos en occidente, insistiendo en que a pesar de eso
nadie debería ni siquiera soñar con desafiar la dominación de los
Estados Unidos. Como lo plantea un editorial del periódico:
Hasta los motivos para una política exterior común varían. Algunos
europeos la quieren como una expresión de la voluntad política
común de Europa; otros, para rivalizar con los Estados Unidos,
o para ponerles un freno. Si se llega a convertir en nada más que
una forma de antinorteamericanismo sería un desastre. En el futuro
previsible, la OTAN, preferiblemente en sincronización con las Naciones
Unidas, será la pieza clave de la seguridad occidental. Norteamérica
todavía tiene que llevar la batuta y ocuparse de la mayor
parte de las zonas de peligro en el mundo. Pero en lugares al alcance
de la mano, como los Balcanes, Norteamérica afortunadamente
delegará funciones en Europa. Incluso en áreas como el Medio
Oriente o Rusia, Europa debería ser capaz de jugar un papel complementario
del de Norteamérica. Europa puede y debe ejercer una
114 Ver un estudio que llama a la reflexión acerca de esos problemas en el
libro de Luigi Vinci citado en la nota 49, en particular las pp. 60-66.
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influencia mayor en el mundo, pero todavía le faltan muchos años
para constituirse en superpotencia. 115
La frase vacía “Europa puede y debe ejercer una influencia mayor
en el mundo” (¿como cuál? ¿y dónde?) está metida allí como
mero “premio de consuelo”, para legitimar a los ojos de los vacilantes
la supremacía absoluta de los Estados Unidos, propagandizada
por The Economist. En verdad, sin embargo, la pregunta no es en
modo alguno ¿cuánto le llevará a Europa constituirse en una “superpotencia”
que se pueda medir con el poderío militar de los Estados
Unidos?, sino ¿en qué forma y con cuál intensidad aflorarán a la
luz los antagonismos interimperialistas, que siguen cocinándose, en
el futuro nada remoto?
De hecho, la administración estadounidense ya está bastante preocupada
por las expectativas de los desarrollos europeos.
Strobe Talbot, Secretario de Estado adjunto, dijo que la última
cosa que querría ver Washington era una identidad de defensa europea
que “comience dentro la OTAN, pero crezca por fuera de la
OTAN, y luego se aleje de la OTAN”. El riesgo, dijo en un seminario
en el Instituto Real de Asuntos Internacionales, es el de una
estructura de defensa que “primero sea una réplica de la alianza y
después compita con la alianza”. Las palabras del señor Talbot…
tocan también la ambivalencia fundamental norteamericana para
con una mayor unidad europea: que es buena mientras no amenace
el predominio global de los Estados Unidos.116
Así, el Departamento de Estado Norteamericano no pierde oportunidad
de remachar en casa la verdad desnuda acerca de su determinación
de mantener al resto del mundo servil a las exigencias de
su “predominio global”. Naturalmente, el más servil de todos los
gobiernos occidentales, el inglés, se apresuró en acatarla y manifes-
115 “Superpower Europe”, The Economist, 17 de julio de 1999, p. 14.
116 Rupert Cornwell, “Europe warned not to weaken NATO”, The Independent,
8 de octubre de 1999, p. 18.
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tar su aceptación incondicional en el mismo seminario del Instituto
Real de Asuntos Internacionales.
Tratando de apaciguar la ansiedad de los Estados Unidos, Lord
Robertson, el Secretario de Estado para la Defensa saliente que la
semana próxima recibirá de manos del señor Solana la conducción
de la OTAN, declaró que el pacto del Atlántico sigue siendo la piedra
angular de la política de defensa británica.117
Puede que así sea, porque hasta ahora el papel de su “caballo
de Troya” en Europa asignado a Inglaterra por el gobierno estadounidense
continúa sin ser cuestionado. Sin embargo, esas aceptaciones
no pasan de ser “silbidos en la oscuridad” en lo referente a
los conflictos de intereses objetivos existentes entre las potencias
occidentales, que inevitablemente se intensificarán en el futuro, sin
importar con cuánto empeño el Departamento de Estado norteamericano
le recordará a la Unión Europea quién lleva en realidad la
voz cantante, incluso cuando se niegue a pagar por ello.
4.3 Desafíos históricos que encaran al movimiento social
4.3.1
Como hemos visto antes, el movimiento antiimperialista en los
Estados Unidos, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX,
fracasó a causa de la conciliación “del movimiento laboral con los
trusts y el apoyo a su política exterior”. La conclusión del antiguo
allegado a Lincoln, George S. Boutwell, en 1902, de que “El esfuerzo
final para la salvación de la república ha de ser hecho por las clases
que trabajan y producen” suena profético también hoy. Porque
las condiciones para el éxito continúan siendo las mismas, y solo
las clases que trabajan y producen en América pueden ponerle fin a
la tendencia destructiva del imperialismo hegemónico global. Ningún
poder político/militar sobre la tierra puede lograr desde afuera
lo que tendría que hacer desde adentro un movimiento que ofrezca
una alternativa al orden existente en los Estados Unidos.
117 Ibid.
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Naturalmente, eso no significa que todos los demás puedan arrellanarse
en sus sillas y esperar a que la acción requerida se haya realizado,
porque esta nunca podrá ser completada en aislamiento. Los
problemas y contradicciones están también tan inextricablemente
entrelazados que su solución necesita igualmente de profundos
cambios en el resto del mundo. Es necesario abordar en todas partes
las causas profundamente arraigadas de las contradicciones explosivas,
a través de la participación de una empresa verdaderamente
internacional cuyos constituyentes específicos afronten su propia
cuota de red de intrincadas contradicciones del capital, en solidaridad
con “las clases que trabajan y producen” en Norteamérica y en
cualquier lugar del orbe. La “conciliación” del movimiento laboral
norteamericano “con los trusts y el apoyo a su política exterior” a
finales del siglo XX118 se debió, por una parte, a la disponibilidad de
salidas para la expansión imperialista, y de ahí el desplazamiento
postergador de las contradicciones del capital; y, del lado del movimiento
laboral, a la ausencia de las condiciones objetivas y subjetivas119
de una alternativa hegemónica viable al modo de controlar
118 Para una historia esclarecedora y actualizada del movimiento laboral
norteamericano, ver Paul Buhle, Taking Care of Business: Samuel Gompers,
George Meany, Lane Kirkland, and the Tragedy of American Labour,
Monthly Review Press, Nueva York, 1999, en particular las pp. 17-90
y 204-263. Michael D. Yates escribió un libro muy perspicaz acerca del papel
estratégico del movimiento laboral sindicalizado hoy día, Why Unions
Matter?, Monthly Review Press, Nueva York, 1998.
119 Sin duda, el reconocimiento de la existencia de circunstancias objetivas
desfavorables no puede proporcionar una justificación blindada de las contradicciones
a menudo autoimpuestas del “lado subjetivo”. Michael Yates
destaca acertadamente el impacto y la responsabilidad históricos de los individuos
que estaban en la posición de tomar decisiones como protagonistas
del movimiento laboral norteamericano. En un artículo reciente escribe que
“Gompers no debió delatar a la IWW y los cuadros socialistas militantes a la
policía, pero tampoco los dirigentes socialistas debieron aliarse con Gompers
y convertirse eventualmente en conservadores tan rabiosos como él.
Gompers y su progenie no tenían que comprometerse con el imperialismo
norteamericano y socavar los movimientos progresistas de los trabajadores
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la reproducción social que tiene el capital. Una alternativa que no es
concebible sin una solidaridad internacional orientada a la creación
de un orden de igualdad sustantiva.
No hace falta ser militante socialista para darse cuenta de los peligros
que encaramos. Resulta pertinente recordar en este contexto
que la alarma desatada en 1997 por el ganador del Premio Nobel Joseph
Rotblat, en lo tocante a las actividades investigativas con fines
de lucro que se siguen en el campo de la biotecnología y la “clonación”.
Como sabemos, bajo el dominio del capital esas actividades
—entrampadas por los imperativos expansionistas del sistema, sin
importar las consecuencias humanas y ambientales— representan
una nueva dimensión de la potencial autodestrucción de la humanidad.
Esa nueva dimensión le está siendo agregada hoy al arsenal ya
existente de armas nucleares, químicas y biológicas, cada una capaz
de infligirnos por sí sola un holocausto universal.
Del mismo modo que Joseph Rotblat, un distinguido científico
liberal que tuvo gran prominencia en el movimiento de protesta que
impidió la elección de Margaret Thatcher como rectora de la Universidad
de Oxford, planteó el problema de la incontrolabilidad y la
potencial autodestrucción humana como materia de suma urgencia,
en relación con la manera como el conocimiento científico en general
se produce y es utilizado en nuestro orden social. Escribió en un
reciente trabajo acerca de la integridad académica:
Las estructuras de la sociedad —social, política, religiosa— están
rechinando fuertemente con nuestra incapacidad para absorber
en todo el mundo, aceptando dinero de la CIA aunque esa agencia de la
muerte estaba incitando al asesinato y encarcelamiento de dirigentes sindicales
a todo lo ancho del globo. Los dirigentes de la CIO no debieron participar
en esa cacería de brujas, haciendo que la CIO se convirtiese en algo
prácticamente indiferenciable de la AFL para el momento de su fusión en
1955. Pero tampoco los comunistas debieron instar al gobierno a encerrar
a los trotskistas y seguir servilmente las directrices de Stalin. Todo esto no
es para decir que las acciones de algunos radicales y las de los Gompers y
compañía están en el mismo plano, sino que los radicales también tienen su
propia historia”.
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lo que sabemos dentro de sistemas éticos y sociales que puedan
ser ampliamente aceptados. El problema es urgente… Una salida
posible es, por supuesto, el retroceso a las varias formas de fundamentalismo,
que con certeza afectaría gravemente la integridad
académica. La alternativa es reconocer que existe la obligación por
parte de los creadores de ese cúmulo de conocimientos de resolver
el problema de cómo desmontar su capacidad de destruirnos.120
La responsabilidad social de los científicos de dar la pelea contra
esos peligros no se puede pasar por alto. Ciertamente, entre los
científicos que participaron en esa empresa en el siglo XX figuraban
algunos de los más grandes. Einstein, por ejemplo, llevó adelante
durante muchos años su lucha contra la militarización de la ciencia
y por la vital causa del desarme nuclear. En un mensaje que preparó
para un planificado —pero, significativamente, nunca llevado a
cabo en la realidad por culpa de la más vulgar interferencia— Congreso
Nacional de Científicos, Einstein escribió:
Me complace sinceramente que la gran mayoría de los científicos
estén plenamente conscientes de sus responsabilidades como
académicos y ciudadanos del mundo; y que no hayan sido víctimas
de la histeria tan difundida que amenaza a nuestro futuro y al de
nuestros hijos. Horroriza darse cuenta de que el veneno del militarismo
y el imperialismo amenaza con generar cambios indeseables
en la actitud política de los Estados Unidos… Lo que vemos actuar
aquí no es expresión de los sentimientos del pueblo norteamericano;
al contrario, refleja la voluntad de una minoría poderosa que utiliza
su poder económico para controlar los órganos de la vida política.
Si el gobierno sigue en esa trayectoria fatal, nosotros los científicos
tendremos que negarnos a someternos a sus exigencias inmorales,
aunque éstas estén respaldadas por la maquinaria legal. Existe una
ley no escrita, la de nuestra propia conciencia, que es mucho más
obligante que cualquiera de las que puedan ser ideadas en Was-
120 Denis Noble, “Academic Integrity”, en Alan Montefiore y David Vines
(editors), Integrity in the Public and Private Domains, Routledge, Londres
y Nueva York, 1999, p. 184.
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hington. Y por supuesto existen también, incluso para nosotros, las
armas de último recurso: la no cooperación y la huelga.121
La cancelación del vital encuentro planificado, que se programó
para los días del 10 al 12 de enero de 1946, demostró de una vez que
la creencia públicamente declarada de Einstein en la responsabilidad
social aceptada a conciencia de la gran mayoría de los científicos
iba a recibir un gran desengaño. No obstante, continuó su lucha
hasta que murió, desafiando las amenazas y las denuncias públicas.
Sabía muy bien que “los hombres nunca se han liberado de la servidumbre
intolerable, congelada en la ley, si no es mediante la acción
revolucionaria”,122 e insistía en que:
Lo que se necesita es hechos, no palabras; las meras palabras no
conducen a ninguna parte a los pacifistas. Tienen que iniciar la acción
y comenzar con lo que se puede lograr ya.123
Pero a pesar de su inmenso prestigio y su acceso totalmente sin
paralelo, tanto a los jefes de gobierno como a los medios, al final
Einstein se vio completamente aislado y derrotado por los apologistas
políticos del creciente complejo militar/industrial. Éstos llegaron
hasta a pedir su enjuiciamiento,124 con miras a la expulsión de
los Estados Unidos, vociferando en el Congreso que “Ese agitador
extranjero nos va a precipitar en otra guerra europea a fin de fomentar
la difusión del comunismo por todo el mundo”.125
121 Otto Nathan y Heinz Norden, editores, Einstein on Peace, Schocken
Books, Nueva York, 1960. p. 343. El mensaje de Einstein solo pudo ser publicado
póstumamente.
122 Ibid., p. 107.
123 Ibid., p. 116.
124 Ibid., p. 344.
125 Citado en Ronald W. Clark, Einstein: The Life and Times, Hodder
and Stoughton, Londres, 1973, p. 552. El congresista ya citado que denunció
violentamente a Einstein en la Cámara de Representantes era John Rankin,
político del Mississippi.
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Así, hasta la protesta del científico más socialmente preocupado
y políticamente consciente del mundo tenía que quedarse como
un “grito en el desierto”, porque no se vio amplificado por un movimiento
de masas que pudiese enfrentarse y desarmar a las destructivas
fuerzas del capital, profundamente afincadas, mediante
su visión alternativa, viable en la práctica, de cómo poner en orden
los asuntos humanos. Una alternativa prevista también por Boutwell
cuando insistió en que “el esfuerzo final para la salvación de
la república” —en contra de las grandes corporaciones aventureras
constructoras de imperios, y sus estados— “ha de ser hecho por las
clases que trabajan y producen”. Boutwell pronunció esas palabras
hace más de un siglo, y su verdad se ha venido intensificando cada
vez más desde entonces, porque los peligros han crecido inconmensurablemente
para toda la humanidad, no solo si comparamos
con 1902, cuando Boutwell habló, sino incluso en comparación con
los tiempos de Einstein. Los megatones en el arsenal nuclear, que
preocupaban a Einstein, no solo se han multiplicado desde el momento
de su muerte, sino además han proliferado, a pesar de toda la
habladuría autoengañadora acerca del “fin de la guerra fría”. Muy
recientemente se nos recordó el estado real de las cosas cuando el
presidente Yeltsin trató de justificar el derecho soberano de su país
a la guerra atroz contra Chechenia, advirtiéndole al resto del mundo
que Rusia todavía estaba en posesión de un arsenal repleto de armas
nucleares.
Hoy, como añadido a la amenaza nuclear de la MAD [“Mutually
Assured Destruction” literalmente “Destrucción Mutuamente
Asegurada”, organismo ficticio ideado para crear un juego de palabras
que se pierde en la traducción: remite a “mad”, demente. N
del T.], el conocimiento de cómo emplear el armamento químico y
biológico al servicio del exterminio en masa está a la disposición de
quienes no vacilarían en emplear esas armas si el dominio del capital
se viese amenazado. Y eso no es todo, de ninguna manera, porque
por ahora la destrucción ambiental, en beneficio de los intereses
ciegamente seguidos del capital, ha asumido proporciones tales —
como lo ilustró dramáticamente la terrible calamidad desatada en
las postrimerías del siglo XX sobre el pueblo de Venezuela, como
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Capítulo 4: Socialismo o barbarie: del “siglo norteamericano” a las encrucijadas
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resultado de la deforestación irresponsable y el “desarrollo” especulativo—
que incluso si el proceso fuese revertido mañana mismo,
tomaría décadas producir algún cambio significativo en este
respecto neutralizando la articulación perniciosa, autopropulsada
y autónoma del capital, que tiene que seguir su camino más fácil
“racional” y, en términos inmediatos, “económico”. Más aún, las
implicaciones potencialmente letales de la manipulación de la naturaleza
mediante la biotecnología empleada imprudentemente, la
“clonación”, y a través de la modificación genética incontrolada de
productos alimenticios, bajo los dictados de las corporaciones gigantes
que solo buscan ganancias y sus gobiernos, representan la
apertura de una nueva “caja de Pandora”.
Esos son los peligros claramente visibles en nuestro horizonte,
tal y como están las cosas hoy día; ¡y quién sabe qué peligros adicionales
para nuestros hijos irán a aparecer mañana gracias a la incontrolabilidad
destructiva del capital! Sin embargo, lo que resulta
absolutamente claro a la luz de nuestra experiencia histórica es que
solamente un genuino movimiento socialista de masas podría contrarrestar
y derrotar a las fuerzas que hoy están empujando a la humanidad
hacia el abismo de la autodestrucción.
4.3.2
La tan urgentemente necesitada constitución de la alternativa
radical, al modo de reproducción metabólica social del capital, no
puede ser llevada a cabo sin una revisión crítica del pasado. Es necesario
examinar el fracaso de la izquierda histórica en hacer cumplir
las expectativas formuladas optimistamente por Marx cuando
postuló, ya en 1847, la “asociación” sindical y el consiguiente desarrollo
político de la clase trabajadora, en estrecho paralelo con el desarrollo
industrial de varios países capitalistas. Como él lo expuso:
El grado de desarrollo alcanzado por la asociación en determinado
país señala claramente el rango que este ocupa en la jerarquía
del mercado mundial. Inglaterra, cuya industria ha alcanzado el
más alto grado de desarrollo, posee las asociaciones de mayor tamaño
y mejor organizadas. En Inglaterra no se han detenido en las
asociaciones parciales… han ido más allá, simultáneamente con las
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luchas políticas de los trabajadores, que actualmente constituyen un
gran partido político, llamado Cartista.126
Y Marx esperaba que ese proceso continuase de manera tal que
la clase trabajadora, en el transcurso de su desarrollo, sustituirá a la
vieja sociedad civil por una asociación que excluirá a las clases y su
antagonismo, y ya no existirá poder político propiamente dicho,
puesto que el poder político, constituye precisamente la expresión
oficial del antagonismo en la sociedad civil.127
Sin embargo, en el desarrollo histórico de la clase trabajadora,
la parcialidad y la sectorialidad no estaba limitada a las “asociaciones
parciales” y a los varios sindicatos que surgieron de ellas.
Inevitablemente, al comienzo, la parcialidad afectó a cada uno de
los aspectos del movimiento socialista, incluída la dimensión política.
Tan es así, en efecto, que siglo y medio más tarde este todavía
presenta un inmenso problema que ha de ser resuelto alguna vez en
un futuro que esperamos no resulte muy remoto.
El movimiento laboral no podía evitar ser sectorial y parcial en
sus comienzos. No se trataba simplemente de la cuestión de haber
adoptado subjetivamente la estrategia equivocada, como se pretende
a menudo, sino de un asunto de determinaciones objetivas.
Como ya lo mencionamos, la “pluralidad de capitales” ni podía ni
puede ser superada dentro del marco del orden metabólico social
del capital, a pesar de la irresistible tendencia hacia la concentración
y centralización monopólicas —así como hacia lo trasnacional,
pero precisamente ese carácter tras-nacional (y no genuinamente
multi-nacional) determina que su desarrollo resulte necesariamente
parcial— del capital globalizador. Al mismo tiempo, la “pluralidad
del trabajo” tampoco puede ser suprimida en el área de la
reproducción metabólica social del capital, independientemente
del esfuerzo que se invierta en tratar de hacer pasar al trabajo de
126 Marx, The Poverty of Philosophy, en Marx y Engels, Collected
Works, vol. 6, p. 210.
127 Ibid., p. 212.
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antagonista estructuralmente inconciliable del capital a su sirviente
uniformemente sumiso. Los intentos por lograrlo han ido desde la
propaganda mistificadora y absurda del “capitalismo del pueblo”,
que lo convertiría en accionista, a la directa extracción política del
plusvalor, que todo lo abarca, ejercida por las personificaciones poscapitalistas
del capital, que trataban de legitimarse gracias a su pretensión
espuria de ser la encarnación de los “verdaderos intereses”
de la clase trabajadora.
El carácter sectorial y parcial del movimiento laboral se combinó
con su articulación defensiva. El sindicalismo de los inicios —
del que surgieron más tarde los partidos políticos— representaba
la centralización de la sectorialidad, de tendencia autoritaria, y
condujo a la transferencia del poder de tomar decisiones de las “asociaciones”
locales a los centros sindicales, y de ellos a los partidos
políticos. Así que ya, desde un comienzo, el movimiento sindical en
su conjunto fue inevitablemente sectorial y defensivo. En verdad,
dada la lógica interna del desarrollo de ese movimiento, la centralización
de la sectorialidad trajo consigo el afianzamiento de la
defensividad, comparado con los ataques esporádicos mediante los
cuales las asociaciones locales pudieron ocasionarles daños de gravedad
a sus antagonistas capitalistas locales, (sus parientes lejanos
luddistas trataron de hacer lo mismo en una forma más generalizadamente
destructiva, y que por lo mismo terminó muy pronto por
volverse totalmente inviable). El afincamiento de la defensividad representó
así un paradójico adelanto histórico, porque a través de sus
primeros sindicatos el trabajo se convirtió también en interlocutor
del capital, sin dejar de ser objetivamente su antagonista estructural.
Desde esa nueva posición de defensividad generalizada, el trabajo
pudo, bajo condiciones favorables, obtener ciertas ventajas para
algunos de sus sectores. Tal cosa fue posible en tanto que los correspondientes
constituyentes del capital pudiesen ajustarse en escala
nacional —en sintonía con la dinámica de la potencial expansión y
acumulación del capital— a las peticiones que les hiciese el movimiento
laboral articulado defensivamente. Un movimiento que actuaba
dentro de las premisas estructurales del sistema del capital,
como su interlocutor legalmente constituido y reglamentado por el
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Estado. El desarrollo del “Estado del Bienestar” fue la manifestación
definitiva de esa lógica, practicable en un número muy limitado
de países. Era limitado tanto en lo referente a las condiciones
favorables de una expansión del capital libre de problemas en los
países involucrados, como en la precondición de la aparición del Estado
del Bienestar, y con relación a su escala de tiempo, que al final
terminó siendo demarcada en las últimas tres décadas por la presión
de la “derecha radical” para la completa liquidación del Estado del
Bienestar, como resultado de la crisis estructural del sistema del capital
en su conjunto.
Con la constitución de los partidos políticos del trabajo —bajo
la forma de la separación del “brazo industrial” del trabajo (los
sindicatos) y su “brazo político” (los partidos socialdemócratas y
vanguardistas)— la defensividad del movimiento se afincó todavía
más, porque ambos tipos de partido se apropiaron para sí el derecho
exclusivo a la toma de decisiones general, que ya se veía venir en
la sectorialidad centralizada de los propios movimientos sindicales.
Esa defensividad se hizo aún peor gracias al modo de operación
adoptado por los partidos políticos, que obtuvieron algunos éxitos
a costa de desencarrilar y desviar de sus objetivos originales al movimiento
socialista, porque en el marco parlamentario capitalista,
a cambio de la aceptación por parte del capital de la legitimidad de
los partidos políticos del trabajo, se volvió absolutamente ilegal utilizar
al “brazo industrial” para fines políticos.
Eso representaba una condición fuertemente restrictiva que los
partidos del trabajo aceptaron, condenando así a la impotencia total
al inmenso potencial combativo del trabajo, arraigado en lo material
y en potencia también muy efectivo en lo político. Actuar de
esa manera resultaba sumamente problemático, ya que el capital,
gracias a su supremacía estructuralmente garantizada, continuó
siendo la fuerza extraparlamentaria por excelencia, que podía
dominar al parlamento a su antojo desde afuera. Tampoco en los
países poscapitalistas era posible considerar que la situación estuviese
mejor, porque Stalin degradó a los sindicatos al estatus de ser
lo que él llamó “las correas de transmisión” de la propaganda oficial,
exceptuando a la misma vez a la forma política poscapitalista
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de la toma de decisiones autoritaria de cualquier posibilidad de control
por parte de la base de la clase trabajadora. Comprensiblemente,
entonces, en vista de nuestra infeliz experiencia histórica con ambos
tipos de partidos políticos, ya no cabe esperanza alguna de una
rearticulación radical del movimiento socialista si no combinamos
el “brazo industrial” del trabajo con su “brazo político”, confiriéndole
el poder significativamente político de la toma de decisiones
a los sindicatos (alentándolos así a ser directamente políticos),
por una parte, y por la otra haciendo que los propios partidos políticos
se tornen desafiantemente activos en los conflictos industriales
como los antagonistas incondicionales del capital, asumiendo la
responsabilidad por su lucha dentro y fuera del parlamento.
A lo largo de su prolongada historia, el movimiento laboral continuó
siendo sectorial y defensivo. En verdad, esas dos características
definitorias constituyeron un auténtico círculo vicioso. En su
pluralidad dividida, y muchas veces internamente destrozada, el
trabajo no pudo romper sus delimitaciones sectoriales paralizadoras,
en dependencia de la pluralidad de los capitales, porque como
movimiento general estaba articulado defensivamente; y viceversa,
no pudo superar las profundas limitaciones de su obligada defensividad
de cara al capital, porque hasta el momento presente ha
seguido siendo sectorial en su articulación industrial y política organizada.
Al mismo tiempo, para hacer aún más rígido el círculo
vicioso, el papel defensivo asumido por el trabajo le confirió una extraña
forma de legitimidad al modo de control metabólico social del
capital. Porque, por defecto, la postura defensiva del trabajo aceptó
explícita o tácitamente considerar que el orden socioeconómico y
político establecido era el marco obligado, y el prerrequisito permanente
de lo que se pudiese considerar “realistamente factible”
dentro de las demandas solicitadas, demarcando al mismo tiempo
la única vía legítima de resolver los conflictos que pudiesen surgir
de las pretensiones encontradas de los interlocutores. Eso equivalía
a una especie de autocensura, para alta complacencia de las ávidas
personificaciones del capital. Representaba una autocensura entumecedora,
que resultó en una inactividad estratégica, y que continúa
hoy día paralizando hasta a los remanentes más radicales de la
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izquierda histórica organizada, por no mencionar a los elementos
constituyentes que alguna vez fueron genuinamente reformistas,
pero ahora están totalmente domados e integrados.
Mientras la postura defensiva del “interlocutor racional” del capital
—cuya racionalidad quedaba definida a priori como una que
pudiese ajustarse a las premisas y restricciones prácticas del orden
dominante— pudo producirle ganancias relativas al trabajo, la autoproclamada
legitimidad del marco regulador político general del
capital permaneció sin verse desafiada en lo fundamental. Sin embargo,
una vez que bajo la presión de su crisis estructural, el capital
ya no pudo concederle nada significativo a su “interlocutor racional”,
sino, por el contrario, tuvo que echar atrás hasta sus concesiones
del pasado, atacando sin dar cuartel a las bases mismas del
Estado del Bienestar y también a las salvaguardas legales protectoras/
defensivas del trabajo, a través de un conjunto de leyes antisindicales
autoritarias “promulgadas democráticamente”, el orden
político establecido tenía que perder su legitimidad, poniendo al
descubierto al mismo tiempo la total insostenibilidad de la postura
defensiva del trabajo.
La “crisis de la política”, que ni los peores apologistas del sistema
pueden negar hoy —aunque por supuesto ellos tratan de limitar
a la esfera de la manipulación política y su consenso aberrante, en
el espíritu de la “tercera vía” del Nuevo Laborismo—, representa
una profunda crisis de legitimidad del modo de reproducción metabólica
social establecido y su marco general de control político.
Eso fue lo que trajo consigo la actualidad histórica de la ofensiva
socialista,128 incluso si el seguimiento de su propio “camino más
fácil” por parte del trabajo sigue favoreciendo por lo pronto el mantenimiento
del orden existente, a pesar de la incapacidad cada vez
más obvia de ese orden para “repartir los bienes” —incluso en los
128 Ver el Capítulo 18 de Más allá del capital, pp. 775-849. Una versión
anterior de ese capítulo estaba contenida en el estudio titulado “Il rinnovamento
del marxismo e l’attualità storica dell’offensiva socialista”, publicado
en Problemi del socialismo (una publicación fundada por Lelio Basso),
Año XIII, enero-abril de 1982, pp. 5-141.
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países capitalistamente más avanzados— como el basamento de su
legitimidad alguna vez aceptada de manera abrumadora. Hoy día el
“Nuevo Laborismo”, en todas sus variedades europeas, es el facilitador
del “reparto de los bienes” únicamente para los intereses del
capital atrincherados, bien sea en el campo del capital financiero
—al que cínicamente defiende el gobierno de Blair a capa y espada,
incluso en conflicto con varios de sus socios europeos— o en algunos
sectores comerciales cuasimonopólicos de aquel. Al mismo
tiempo, a fin de defender al sistema bajo las condiciones de márgenes
de viabilidad reproductiva del capital, que se van reduciendo, se
ignoran de un todo los intereses de la clase trabajadora, facilitando
también en este respecto los intereses vitales del capital al mantener
toda la legislación antilaboral autoritaria del pasado reciente,129 y
apoyar con el poder del Estado la presión para la inestabilidad de
la fuerza laboral, como una “solución” cínicamente engañosa del
problema del desempleo. Es por eso que la necesidad de una ofensiva
socialista no puede ser sacada de la agenda histórica por alguna
variedad establecida o concebible del amoldamiento defensivo del
trabajo.
No debería ser sorpresa que bajo las presentes condiciones de crisis
el canto de sirena del keynesianismo se escuche de nuevo como
remedio ilusorio, apelando al espíritu del viejo “consenso expansionista”
al servicio del “desarrollo”. Sin embargo, hoy día ese canto
solo puede sonar muy tenuemente, pues emana a través de una larga
cañería desde la honda sepultura del keynesianismo, porque el tipo
de consenso cultivado por las variedades existentes de movimiento
laboral amoldado en realidad tiene que hacer digerible la incapacidad
estructural de expansión y acumulación de los capitales,
129 En todo caso, no deberíamos olvidar que la legislación antilaboral en
Inglaterra comenzó bajo el gobierno laborista de Harold Wilson, con la
aventura legislativa que se llamó “En vez de enfrentarnos”, en la fase inicial
de la crisis estructural del capital, continuó bajo el gobierno de breve vida
de Edward Heath, y luego otra vez bajo los gobiernos laboristas de Wilson y
de Callaghan, diez años antes de recibir un sello abiertamente “neoliberal”
bajo Margaret Thatcher.
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en abierto contraste con las condiciones que alguna vez hicieron
posible que las políticas keynesianas prevalecieran por un período
histórico muy limitado. Luigi Vinci, una figura prominente del movimiento
italiano Rifondazione, remarcó acertadamente que hoy
día la autodefinición apropiada y la viabilidad organizacional autónoma
de las fuerzas socialistas radicales se ve “a menudo fuertemente
obstaculizada por un impreciso y optimista keynesianismo
de izquierda en el que la posición central la ocupa la palabra mágica
‘desarrollo’ ”.130 Una noción de desarrollo que aun en la cúspide de
la expansión keynesiana no pudo hacer acercar siquiera un centímetro
a la alternativa socialista, porque siempre dio por descontadas
las obligadas premisas prácticas del capital como el marco orientador
de su propia estrategia, firmemente bajo las restricciones interiorizadas
del “camino más fácil”.
Cabe destacar también que el keynesianismo es por naturaleza
propia coyuntural, dado que opera dentro de los parámetros estructurales
del capital, no puede evitar serlo, independientemente
de que las circunstancias prevalecientes favorezcan a una coyuntura
más prolongada o más breve. El keynesianismo, incluso en su
variante “de izquierda”, inevitablemente está situado dentro de la
lógica del “pare-siga” del capital, y restringido por ella. Aun, en el
mejor de los caso el keynesianismo no puede representar más que la
fase de “siga” de un ciclo expansionista, a la que tarde o temprano
la fase “pare” le pondrá su fin. En sus orígenes, el keynesianismo
trató de ofrecer una alternativa para la lógica del “pare-siga” manejando
ambas fases de una manera “balanceada”, pero no logró
hacerlo, y en cambio se quedó atado a la fase unilateral “siga”, debido
a la naturaleza misma de su marco regulador orientado por el
Estado capitalista. La expansión tan inusualmente prolongada de la
expansión keynesiana en la posguerra —aunque aún ahí limitada,
significativamente, a unos pocos países capitalistas avanzados—
se debió en gran medida a las condiciones favorables de la reconstrucción
posbélica y a la posición dominante asumida en ella por
130 Luigi Vinci, La socialdemocrazia e la sinistra antagonista in Europa,
Edizioni Punto Rosso, Milán 1999.
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el complejo militar/industrial abrumadoramente financiado por el
Estado. Por otra parte, el hecho de que la fase de “pare”, correctiva
y contrarrestadora, adquiriese la forma excepcionalmente severa y
cruel del “neoliberalismo” (y el “monetarismo” como su racionalización
ideológica seudo-objetiva) —ya bajo el gobierno laborista
de Harold Wilson, presidido en lo financiero/monetario por Denis
Healy, como Ministro de Hacienda— se debió al inicio de la crisis
del capital, mas no la tradicionalmente cíclica sino esta vez estructural,
que abarcaría toda una época de la historia. Es eso lo que explica
la duración excepcional de la fase de “pare” neoliberal, hasta
ahora mucho más prolongada que la fase de “siga” keynesiana de la
posguerra, todavía sin un final a la vista y perpetuada bajo la atenta
mirada de los gobiernos conservadores y laboristas por igual. En
otras palabras, el rigor antilaboral y la alarmante duración de la fase
de “pare” neoliberal, junto con el hecho de que el neoliberalismo
sea practicado por gobiernos que supuestamente están situados en
los bandos opuestos de la división política parlamentaria, en realidad
solo resultan comprensibles como manifestaciones de la crisis
estructural del capital. La circunstancia de que la brutal longevidad
de la fase neoliberal sea racionalizada ideológicamente por algunos
teóricos del laborismo como el “ciclo descendiente prolongado” del
desarrollo capitalista normal, que será seguido con certeza por otro
“ciclo de expansión prolongado”, no hace más que subrayar la completa
incapacidad del “pensamiento estratégico reformista” para
captar la naturaleza de las tendencias de desarrollo en marcha. Más
aún porque el carácter salvaje del neoliberalismo continúa su curso,
sin ningún desafío por parte del movimiento laboral amoldado, y ya
están llegando a su fin los años que predijo incluso la fantasiosa noción
del “ciclo positivo prolongado” por venir, como lo teorizaron
los apologistas del capital laboristas.
Así, dada la crisis estructural del sistema del capital, aun si un
viraje coyuntural pudiese traer de regreso por un momento el intento
de instituir alguna forma de administración financiera estatal
keynesiana, esta no podría tener sino una duración extremadamente
limitada, debido a la ausencia de condiciones materiales que pudiesen
favorecer su extensión por un período más prolongado, incluso
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en los países capitalistas dominantes. Más importante todavía, esa
resurrección coyuntural limitada no podría ofrecerle absolutamente
nada a la realización de una alternativa socialista radical, porque
resultaría del todo imposible construir una alternativa estratégica
viable al modo de control del metabolismo social, con una manera
coyuntural interna de dirigir el sistema; una manera que necesita de
la floreciente expansión y acumulación del capital como la precondición
necesaria de su propio modo de operación.
4.3.3
Como lo hemos visto en las últimas páginas, las limitaciones
sectoriales y la defensividad del trabajo no pudieron ser superadas
mediante la centralización sindical y política del movimiento. Ese
fracaso histórico se ve hoy subrayado con fuerza por la globalización
trasnacional del capital, para la cual el trabajo no parece tener
ninguna respuesta.
Debemos recordar aquí que en el transcurso del último siglo y
medio fueron fundadas nada menos que cuatro Internacionales,
en un intento por crear la requerida unidad internacional del trabajo.
No obstante, ninguna de las cuatro logró aproximarse siquiera
a los objetivos declarados, y mucho menos a su realización. Eso
no puede ser explicado simplemente en términos de las traiciones
personales que, aunque son correctos en esos términos personales,
todavía le sacan el cuerpo a la cuestión, ignorando las determinaciones
objetivas de peso que debemos tener en mente si queremos
remediar la situación en el futuro, porque seguimos sin explicar por
qué las circunstancias realmente favorecieron esas salidas del carril
y esas traiciones a lo largo de un período histórico muy prolongado.
El problema fundamental es que la pluralidad sectorial del trabajo
está vinculada estrechamente con la pluralidad conflictual de los
capitales estructurada jerárquicamente, tanto dentro de cada país
en particular como en escala global. Si no fuese por ella, resultaría
mucho más fácil concebir la exitosa constitución de la unidad
internacional del trabajo en contra del capital unificado o unificable.
Sin embargo, dada la articulación necesariamente jerárquica/
conflictual del sistema del capital, con su escalafón nacional e
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internacional incorregiblemente inicuo, la unidad global del capital
—a la cual en principio podría contraponérsele sin dificultad la correspondiente
unidad internacional del trabajo— no es factible. El
tan deplorado hecho histórico de que en los conflictos internacionales
de envergadura las clases trabajadoras de los varios países se
hayan alineado con sus explotadores nacionales, en lugar de volver
sus armas contra sus propias clases dominantes, como los invitaron
a hacer los socialistas, tiene su base material de explicación en la
relación de poder contradictoria a la que nos referimos aquí, y no
puede ser reducido a la cuestión de la “claridad ideológica”. Por la
misma razón, quienes esperen un cambio radical en este respecto
a partir de la unificación del capital globalizador y su “gobierno
global” —que sería confrontado combativamente por el trabajo
unido internacionalmente y con plena conciencia de clase— están
destinados también a verse decepcionados. El capital no va a complacerlos
haciéndole ese “favor” al trabajo, por la simple razón de
que no puede hacerlo.
La articulación jerárquica/conflictual del capital continúa siendo
el principio estructurador general del sistema, independientemente
de cuán grandes, y hasta gigantescas, puedan ser sus unidades
constitutivas. Ello se debe a la índole de los procesos de toma de
decisiones del sistema. Dado el antagonismo estructural inconciliable
entre el capital y el trabajo, este último tiene que ser excluido categóricamente
de cualquier toma de decisión importante. Ese tiene
que ser el caso no solamente en el nivel más amplio, sino incluso en
el de los “microcosmos” constituyentes, en las unidades productivas
específicas. Porque al capital, como poder de toma de decisiones
alienado, no le es posible funcionar sin tomar sus decisiones sin
ningún cuestionamiento (por parte de la fuerza laboral) en los lugares
de trabajo específicos, o por los complejos de producción rivales
en el nivel intermedio, en un país dado, o incluso en la escala más
abarcadora (por el personal de mando a cargo de otras unidades que
compiten internacionalmente). Por eso el modo de tomar decisiones
del capital —en todas las variedades del sistema del capital conocidas
y factibles— tiene que ser la manera autoritaria de administrar
de arriba a abajo las distintas empresas. Comprensiblemente,
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entonces, todo cuanto se diga acerca de que el trabajo “comparte el
poder” o “participa” en los procesos de toma de decisiones del capital
pertenece al terreno de la pura ficción, si no al cínico camuflaje
de la situación real de las cosas.
Esa incapacidad estructuralmente determinada de compartir el
poder explica por qué los desarrollos monopólicos de amplio alcance
tenían que asumir la forma de take-overs; “hostiles” o “no
hostiles”, pero invariablemente take-overs (que hoy se producen
por todas partes en una escala alucinante), con una de las partes involucradas
terminando por sobre la otra, aunque la racionalización
ideológica del proceso sea tergiversada como el “matrimonio feliz
entre iguales”.
La misma incapacidad explica, más significativamente aún para
nuestro tiempo, el importante hecho de que la globalización del capital
en marcha produjo y sigue produciendo corporaciones gigantes
trans-nacionales, pero no genuinas multi-nacionales, a pesar
de la muy necesitada conveniencia ideológica de las últimas. Sin
duda, en el futuro habrá muchos intentos de rectificar esa situación
mediante la creación y operación de compañías multinacionales
apropiadas. Sin embargo, el problema subyacente está destinado
a permanecer, incluso bajo esa circunstancia, porque los futuros
“arreglos de dormitorios compartidos” de las multinacionales genuinas
serán practicables tan solo en ausencia de conflictos de interés
importantes entre los constituyentes nacionales específicos
de las multinacionales en cuestión. Una vez que surjan esos conflictos,
los antiguos “arreglos de colaboración armoniosa” se volverán
insostenibles, y el proceso de toma de decisiones general tendrá que
revertirse a la acostumbrada variedad de arriba a abajo autoritaria,
bajo el peso todopoderoso del miembro más fuerte, porque ese
problema es inseparable de la relación de los capitales nacionales
específicos con su propia fuerza laboral, que continuará siendo
siempre estructuralmente antagónica/conflictiva. En consecuencia,
en una situación de conflicto grave ningún capital nacional puede
permitirse —y permitir— quedar en desventaja por decisiones que
favorecerían a una fuerza laboral nacional rival, y por implicación
su propio antagonista del capital nacional rival.
195
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El “gobierno mundial” ilusamente proyectado bajo el dominio
del capital solo se haría factible si se le pudiese hallar una solución
practicable a ese problema. Pero ningún gobierno, y mucho menos
un “gobierno mundial”, será factible sin una base material bien establecida
y en funcionamiento eficiente. La idea de un gobierno
mundial viable implicaría, como su necesaria base material, la eliminación
de todos los antagonismos materiales significativos de la
constitución global del sistema del capital, y a partir de allí la administración
armoniosa de la reproducción metabólica social por parte
de un único monopolio global indisputado, que abarque todas
las facetas de la reproducción social con la feliz cooperación de la
fuerza laboral global —una auténtica incongruencia— o la dominación
del mundo entero autoritaria y, cada vez que sea necesario,
violenta al extremo, por parte de un país imperialista hegemónico
sobre una base permanente: una manera igualmente absurda e insostenible
de regir el orden mundial. Solo un modo de reproducción
metabólica social genuinamente socialista puede ofrecer una alternativa
genuina a esas soluciones de pesadilla.
Otra determinación objetiva que debemos enfrentar, con todo lo
inquietante que pueda resultar, tiene que ver con la naturaleza de la
esfera política y los partidos dentro de ella, porque la centralización
de la sectorialidad del trabajo —una sectorialidad que se esperaba
que sus partidos políticos remediarían— se debió en gran parte al
obligado modo de funcionar de los partidos políticos mismos, en
su inevitable oposición a su adversario político que dentro del Estado
capitalista representa la estructura de mando política general
del capital. Así, todos los partidos políticos del trabajo, incluido el
leninista, tuvieron que apropiarse de la dimensión política global,
para así poder reflejar en su propio modo de articulación la estructura
política subyacente (el Estado capitalista burocratizado) a la
que estaban sometidos. Lo que resultaba problemático en todo esto
era que el reflejo políticamente necesario y exitoso del principio de
la estructuración política no podía traer consigo la visión practicable
de una manera alternativa de controlar al sistema. Los partidos
políticos del trabajo no pudieron construir una alternativa viable
porque estaban centrados en su función negadora exclusivamente
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de la dimensión política del adversario, y por consiguiente se mantuvieron
dependientes del objeto de su negación.
La dimensión vital faltante, que los partidos políticos como tales
no pueden aportar, era el capital no como mando político (ese aspecto
fue indudablemente abordado) sino como el regulador metabólico
social del proceso de la reproducción material, que en
última instancia determina también la dimensión política, y mucho
más aparte de eso. Esa correlación singular en el sistema del
capital entre la dimensión política y la reproductiva material es lo
que explica por qué asistimos a cambios periódicos, en tiempos de
crisis socioeconómicas y políticas importantes, de la articulación
democrática parlamentaria de la política a sus variedades autoritarias
extremas, cuando los procesos de metabolismo tumultuosos
exigen y permiten esos virajes, y en su debida oportunidad de vuelta
al marco político regulado por las reglas de adversariedad democráticas
formales, sobre el basamento metabólico social del capital
de nuevo reconstituido y consolidado.
Puesto que el capital detenta realmente el control de todos los
aspectos vitales del metabolismo social, puede permitirse definir la
esfera de la legitimación política constituida por separado como un
aspecto estrictamente formal, excluyendo así a priori la posibilidad
de verse desafiado legítimamente en su esfera sustantiva de funcionamiento
reproductivo socioeconómico. En conformidad con esas
determinaciones, el trabajo como antagonista del sistema del capital
realmente existente no puede sino condenarse a la impotencia
permanente. La experiencia histórica poscapitalista nos cuenta un
cuento admonitorio muy triste en este respecto, referido a su manera
de diagnosticar erradamente y abordar los problemas fundamentales
del orden social que se negaban.
El sistema del capital está hecho de constituyentes incorregiblemente
centrífugos (conflictivos/adversariales), complementados no
solo por el poder descaradamente negador de la “mano invisible”,
sino además por las funciones legales y políticas del Estado moderno,
como su dimensión cohesiva bajo el capitalismo. El fracaso de
las sociedades poscapitalistas estuvo en que trataron de contrarrestar
la determinación estructurante centrífuga del sistema heredado
197
Capítulo 4: Socialismo o barbarie: del “siglo norteamericano” a las encrucijadas
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superponiéndoles a sus constituyentes adversariales específicos la
estructura de mando centralizada al extremo de un Estado político
autoritario. Eso hicieron, en lugar de abordar el problema crucial
de cómo remediar —mediante una reestructuración interna y
la institución de un control democrático sustantivo— el carácter
adversarial y el concomitante modo centrífugo de funcionar de las
unidades reproductivas y distributivas específicas, por consiguiente,
la remoción de las personificaciones capitalistas privadas del
capital no pudo cumplir su papel, ni siquiera como primer paso en
el camino de la transformación socialista prometida. Porque la naturaleza
adversarial y centrífuga del sistema que se negaba quedó
retenida de hecho gracias a la imposición del control político centralizado
a expensas del trabajo. Ciertamente, el sistema metabólico
social se hizo más incontrolable que nunca, como resultado del fracaso
en reemplazar productivamente a la “mano invisible” del viejo
orden reproductivo por parte del autoritarismo voluntarista de las
nuevas personificaciones “visibles” del capital poscapitalista.
Al contrario del desarrollo del llamado “socialismo realmente
existente”, lo que se requiere como condición vital del éxito es la
progresiva readquisición de los alienados poderes de toma de decisiones
políticas —y no solamente políticas— por parte de los individuos
en su transición hacia una sociedad socialista genuina. Sin
la readquisición de esos poderes no es concebible el nuevo modo de
control político de la sociedad en su conjunto por sus individuos, ni
ciertamente tampoco la operación cotidiana, no adversarial y por
ende cohesivo/planificable, de las unidades productivas y distributivas
específicas por parte de los productores asociados autónomos.
La reconstitución de la unidad de lo reproductivo material y la
esfera política constituyen las características definitorias esencial es
del modo de control metabólico social socialista. La creación de las
mediaciones necesarias para ese fin no puede ser dejada para un
futuro en lontananza. Es aquí donde la articulación defensiva y la
centralización sectorial del movimiento socialista en el siglo XX
demuestra su auténtico anacronismo e insustentabilidad. Constreñir
a la esfera política la dimensión abarcadora de la alternativa hegemónica
radical, al modo de control metabólico social del capital,
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jamás podrá producir un resultado exitoso. Sin embargo, tal y como
están las cosas hoy día, el no saber abordar la vital dimensión metabólica
social del sistema sigue siendo la característica de los entes
políticos organizados del trabajo. Es eso lo que representa el mayor
desafío histórico para el futuro.
4.3.4
La posibilidad de afrontar ese desafío con un movimiento socialista
rearticulado radicalmente está condicionada por cuatro consideraciones
importantes.
La primera es de índole negativa. Nace de las contradicciones
constantemente agravadas del orden existente que subrayan la vacuidad
de las proyecciones apologéticas de su permanencia absoluta,
porque la destructividad puede ser llevada hasta muy lejos, como
sabemos demasiado bien por nuestras condiciones de existencia
cada vez peores, pero no para siempre. Los defensores del sistema
saludan a la globalización en marcha como la solución de sus problemas.
Sin embargo, en la realidad ella activa fuerzas que ponen
de relieve no solo el hecho de que la planificación racional no puede
controlar el sistema, sino simultáneamente el de su propia impotencia
para cumplir sus funciones de control como condición de de su
capacidad de viabilidad y sustentabilidad, y de su legitimidad.
La segunda consideración indica la posibilidad —pero solamente
la posibilidad— de un cambio en positivo de las cosas. Sin embargo,
esa posibilidad resulta ser bien real porque la relación capital/
trabajo no es simétrica. En el aspecto más importante eso significa
que mientras el capital depende del trabajo de una manera absoluta
—ya que el capital no es absolutamente nada sin el trabajo al
cual tiene que explotar permanentemente— el trabajo depende del
capital de una manera relativa, creada históricamente e históricamente
superable. En otras palabras, el trabajo no está condenado
a permanecer encerrado permanentemente en el círculo vicioso del
capital.
La tercera consideración es igualmente importante. Tiene que
ver con un cambio histórico significativo en la confrontación entre
el capital y el trabajo, que acarrea la necesidad de buscar una
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manera muy distinta de hacer valer los intereses vitales de los “productores
libremente asociados”. Esto entra en franca contradicción
con el pasado reformista que llevó al movimiento a un callejón sin
salida, liquidando al mismo tiempo, incluso, a las concesiones más
limitadas que se le arrancaron al capital en el pasado. Así, por primera
vez en la historia, se ha vuelto totalmente insostenible mantener
la brecha mistificadora entre las metas inmediatas y los
objetivos estratégicos generales, que hizo que el transitar la calle
ciega del reformismo fuese tan dominante en el movimiento laboral.
Como resultado, en la agenda histórica ha aparecido la cuestión
del control real de un orden metabólico social alternativo, sin
importar cuán desfavorables puedan ser las condiciones de su realización
por los momentos.
Finalmente, como el corolario obligado del punto anterior, ha
aflorado también la cuestión de la igualdad sustantiva, en contraste
con la igualdad formal, y la tan notoria desigualdad jerárquica
sustantiva de los procesos de toma de decisiones del
capital, así como el de la manera como se reflejaron y reprodujeron
en la fracasada experiencia histórica poscapitalista, porque el
modo alternativo socialista de controlar un orden metabólico social
no adversarial y genuinamente planificable —una necesidad
imperiosa para el futuro— no se puede concebir en absoluto sin
una igualdad sustantiva que constituya su principio estructurante
y regulador.
4.4 Conclusión
Siguiendo los pasos de Marx, Rosa Luxemburgo expresó de
manera contundente los dilemas que tenemos que encarar: “socialismo
o barbarie”. Cuando Marx formuló por primera vez su
versión inicial de esa idea, la situó dentro del horizonte histórico
final de las contradicciones en desenvolvimiento. En su manera de
ver las cosas, esas contradicciones estaban destinadas a confrontar
alguna vez en el futuro indeterminado a los individuos con el
imperativo de hacer las escogencias correctas en cuanto al orden
social que se adoptaría, y salvar así su existencia misma.
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Para la época en la que Rosa Luxemburgo habló acerca de esa
cruda alternativa, la segunda fase histórica del imperialismo estaba
en su pleno ímpetu, y causaba en una escala muy vasta el tipo
de destrucción que hubiese resultado inimaginable en una etapa
anterior del desarrollo. Pero la escala de tiempo que indicaría hasta
cuándo el sistema del capital podría continuar haciéndose valer
en forma de su “destrucción productiva” y “producción destructiva”
estaba aún por determinarse en el tiempo en que ella vivió, porque
ningún poder —ni siquiera todos los poderes juntos— podía
por sí solo destruir a la humanidad de la época con sus conflictos
devastadores.
Hoy la situación es cualitativamente distinta, y por esa razón la
frase de Rosa Luxemburgo ha adquirido una urgencia dramática.
No hay rutas de escape para evasiones conciliadoras practicables.
Pero, aunque es posible afirmar con certeza que la fase histórica del
imperialismo hegemónico global tiene que fracasar, también, porque
este es incapaz de resolver o posponer para siempre las contradicciones
explosivas del sistema, eso no puede prometer ninguna
solución para el futuro. Muchos de los problemas que tenemos que
confrontar —desde el desempleo estructural crónico hasta los graves
conflictos económicos y políticos/militares internacionales
que ya hemos señalado, así como la destrucción ecológica cada vez
más expandida que se evidencia por todas partes— exigen una acción
concertada en el futuro más inmediato. La escala de tiempo
de esa acción podría ser medida quizás en términos de unas pocas
décadas, pero ciertamente no en términos de siglos. Se nos acaba el
tiempo. Por consiguiente, tan solo una alternativa radical al modo
de controlar la reproducción metabólica social establecida puede
presentar una salida de la crisis estructural del capital.
Quienes hablan acerca de una “tercera vía” como la solución para
nuestro dilema, aseverando que ya no queda espacio para hacer revivir
un movimiento de masas radical, o bien quieren engañarnos
cínicamente llamando “tercera vía” a su aceptación servil del orden
dominante, o bien son incapaces de darse cuenta de la gravedad de
la situación, y depositan su fe en una salida positiva ilusamente no
conflictual que ha venido siendo prometida durante casi un siglo,
201
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pero a la que no nos hemos acercado ni siquiera un centímetro. La
inquietante verdad en todo esto es que si no existe futuro para un
movimiento de masas radical en nuestro tiempo, como ellos dicen,
entonces no puede haber futuro para la humanidad misma.
Si hubiese que modificar las dramáticas palabras de Rosa
Luxemburgo, con relación a los peligros que enfrentamos en la actualidad,
yo le agregaría a “socialismo o barbarie”: “barbarie… si es
que tenemos suerte” —en el sentido de que el exterminio de la humanidad
sería el resultado final del destructivo curso de desarrollo
del capital. Y el mundo de esa tercera posibilidad, más allá de las
alternativas de “socialismo o barbarie”, solamente será apto para las
cucarachas, de las cuales se dice que son capaces de soportar niveles
de radiación nuclear letalmente altos. Es ese el único significado
racional de la tercera vía del capital.
La tercera fase del imperialismo hegemónico global, hoy en funcionamiento
y potencialmente letal, que se corresponde con la profunda
crisis estructural del sistema del capital en su conjunto en el
plano político y militar, no nos deja espacio para sentirnos cómodos
ni causa para sentirnos seguros. Por el contrario, arroja las sombras
más oscuras posibles sobre el futuro, en caso de que no logremos
afrontar los desafíos históricos que encaran al movimiento socialista
en el tiempo que todavía nos resta. Por eso el siglo que tenemos
por delante está destinado a ser el siglo del “socialismo o barbarie”.
Rochester, julio-diciembre de 1999.
202
EL DESAFÍO Y LA CARGA DEL TIEMPO HISTÓRICO: El socialismo del siglo XXI
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El militarismo y las guerras por venir:
Post scriptum a Socialismo o Barbarie
1.
No es la primera vez en la historia, en nuestros días, que el militarismo
pesa sobre la conciencia de los pueblos como una pesadilla.
Entrar en detalles nos llevaría demasiado lejos. Sin embargo, bastaría
aquí retroceder en la historia nada más que hasta el siglo XIX,
cuando el militarismo como instrumento importante para hacer
política hizo valer sus derechos, con el desarrollo del imperialismo
moderno en escala global, en contraste con sus variedades anteriores,
mucho más limitadas. Para el último tercio del siglo XIX no
solo el imperio inglés y el francés dominaban ostensiblemente sobre
vastos territorios, sino igualmente los Estados Unidos marcaban
también su pesada huella al apoderarse directa o indirectamente de
las antiguas colonias del imperio español en Latinoamérica, agregando
la sangrienta represión de una gran lucha de liberación en
las Filipinas e instalándose como dominadores en esa zona, de una
manera que persiste todavía hoy en una u otra forma. Tampoco deberíamos
olvidar las calamidades causadas por las ambiciones imperialistas
del “Canciller de Hierro” Bismarck, proseguidas por sus
sucesores con mayor intensidad aún, hasta terminar en el estallido
de la Primera Guerra Mundial y su secuela profundamente antagonística,
acarreadora del revanchismo nazi de Hitler, que presagió
con mucha claridad la propia Segunda Guerra Mundial.
Los peligros y el inmenso sufrimiento causados por todos los
intentos de resolver los problemas sociales hondamente arraigados
mediante intervenciones militaristas, a cualquier escala, son
bastante obvios. No obstante, si miramos más de cerca la tendencia
histórica de las aventuras militaristas, queda aterradoramente
en claro que ellas muestran una intensificación cada vez mayor y
en creciente escala, desde las confrontaciones locales hasta las dos
203
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horrorosas guerras mundiales en el siglo XX, y, una vez llegados a
nuestro tiempo, al potencial aniquilamiento de la humanidad.
Viene muy a cuento mencionar en este contexto al notable oficial
militar prusiano, y estratega tanto teórico como práctico, Karl Marie
von Clausewitz (1780-1831), que murió el mismo año que Hegel,
ambos víctimas del cólera. Fue von Clausewitz, director de la Escuela
Militar de Berlín durante los últimos trece años de su vida,
quien en su libro de publicación póstuma —Vom Kriege (“Sobre la
guerra”, 1833)— presentó una definición clásica, que todavía hoy es
citada con frecuencia, de la relación entre la política y la guerra: “la
guerra es la continuación de la política por otros medios”.
Esta famosa definición se pudo sostener hasta muy recientemente,
pero en nuestro tiempo se ha vuelto totalmente insostenible. Suponía
una racionalidad de las acciones que conectan los dos campos
de la política y la guerra según la cual una constituye la continuación
de la otra. En ese sentido, la guerra en cuestión tiene que ser ganable,
al menos en principio, aunque a nivel instrumental se pudiese
contemplar la existencia de errores de cálculo que conduzcan a la
derrota. La derrota en sí misma no podía destruir la racionalidad de
la guerra como tal, puesto que después de la nueva —aunque desfavorable—
consolidación de la política, el bando derrotado estaba en
posibilidad de planificar otra ronda de guerra como continuación
racional de su política por otros medios. Así, la condición absoluta
que la fórmula de von Clausewitz debía satisfacer era la ganabilidad
de la guerra en principio, para recrear así el “eterno ciclo” de la
política que conduce a la guerra, y de vuelta a la política que conduce
a otra guerra, y así hasta el infinito. Los actores involucrados
en esas confrontaciones eran los estados nacionales. Sin importar
lo monstruosos que pudiesen ser los daños que les infligiesen a sus
adversarios, y hasta a sus propios pueblos (¡baste recordar a Hitler!),
la racionalidad del procedimiento militar quedaba garantizada si la
guerra podía ser considerada ganable en principio.
Hoy día la situación es cualitativamente diferente. Por dos razones
principales. La primera, que el objetivo de la guerra factible
en la presente fase del desarrollo histórico, en concordancia con
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los requerimientos objetivos del imperialismo —la dominación
del mundo por el Estado más poderoso del capital, en sintonía con
su propio designio político de una “globalización” autoritaria implacable
(disfrazada de “libre intercambio” en un mercado global
dominado por los Estados Unidos)— resulta ser definitivamente inalcanzable,
y en cambio presagia la destrucción de la humanidad.
Por más que se esfuerce la imaginación, dicho objetivo no puede ser
considerado racional, de acuerdo con el estipulado requerimiento
racional de la “continuación de la política por otros medios” conducida
por una sola nación, o por un grupo de ellas, una contra otra.
La agresiva imposición de la voluntad de un Estado nacional poderoso
sobre todos los demás, aun si por cínicas razones tácticas la
guerra propugnada es camuflada absurdamente como una “guerra
puramente limitada”, que conduce a otras “guerras limitadas pero
sin final determinado”, puede entonces ser calificada solamente de
total irracionalidad.
La segunda razón refuerza en gran medida a la primera. Porque
las armas que ya están a la disposición para librar la guerra o las
guerras del siglo XXI son capaces de exterminar no solamente al
adversario sino a la humanidad entera, por primera vez en la historia.
Y tampoco deberíamos hacernos la ilusión de que el armamento
existente señala el final definitivo del camino. Mañana o pasado
podrían aparecer otras, inclusive más instantáneamente letales.
Más aún, la amenaza con el empleo de esas armas es considerada
por ahora un recurso estratégico del Estado permisible. Así, pongamos
una al lado de la otra la primera y la segunda razón, y la conclusión
es inescapable: ver la guerra como el mecanismo del gobierno
global en el mundo actual pone en evidencia que nos encontramos
frente al precipicio de la irracionalidad absoluta, desde la cual ya no
puede haber regreso si aceptamos el curso del desarrollo en marcha.
Lo que le faltaba a la clásica definición de guerra de von Clausewitz
como la “continuación de la política por otros medios” era la investigación
de las causas subyacentes más profundas de la guerra y la
posibilidad de evitarlas. El reto a darle frente a esas causas es más
urgente hoy que nunca antes. Porque la guerra del siglo XXI que se
vislumbra en el camino no es solo “no ganable en principio”. Peor
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que eso, en principio es inganable. En consecuencia, visualizar la
prosecución de la guerra, como lo hace el documento estratégico
del gobierno norteamericano del 17 de septiembre de 2002 hace lucir
a la irracionalidad de Hitler como un modelo de racionalidad.
2.
Desde el 11 de septiembre de 2001 Washington le ha estado imponiendo
sus políticas agresivas al resto del mundo con abierto cinismo.
La justificación dada para el presunto cambio de curso de la
“tolerancia liberal” a lo que hoy es llamado “la resuelta defensa de
la libertad y la democracia” es que el 11 de septiembre de 2001 los
Estados Unidos se convirtieron en víctima del terrorismo mundial,
en respuesta a lo cual su imperativo es librar una “guerra contra el
terror” indefinida e indefinible (pero de hechoa definida de manera
que se amolde a la conveniencia de los círculos estadounidenses
más agresivos). Admitieron que la aventura militar en Afganistán
constituía apenas la primera en una serie ilimitada de “guerras
preventivas” que se emprenderían en el futuro, y ciertamente en el
futuro muy cercano con el propio Irak, hasta no hacía mucho un
aliado al que habían favorecido grandemente, a fin de adueñarse de
los vastos —y estratégicamente cruciales para controlar a los potenciales
rivales— recursos petroleros del Medio Oriente.
Sin embargo, el orden cronológico en la actual doctrina militar
norteamericana es presentado completamente a la inversa. En realidad
no cabe duda de un “cambio de curso” posterior al 11 S, del
que se dijo que había sido posible gracias a la dudosa elección de
G.W. Bush para la presidencia, en lugar de Al Gore. Pero el presidente
demócrata Clinton estuvo siguiendo el mismo tipo de políticas
que su sucesor republicano, si bien en una forma un poco más
camuflada. En cuanto al antes candidato presidencial demócrata Al
Gore, este declaró en diciembre de 2002 que apoyaba plenamente la
guerra con Irak, porque dicha guerra “no significaría un cambio de
régimen”, sino simplemente el “desarme de un régimen que posee
armas de destrucción en masa”. ¿Podría alguien superar tanto cinismo
y tanta hipocresía?
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Desde hace mucho tiempo estoy convencido de que a partir del
inicio de la crisis estructural del capital, a finales de la década de los
años 60 o inicios de la del 70, vivimos en una fase cualitativamente
nueva del imperialismo, con los Estados Unidos como su fuerza
avasalladoramente dominante. La llamé “la nueva fase histórica del
imperialismo hegemónico global” en mi libro Socialismo o barbarie:
del “siglo norteamericano” a las encrucijadas.
La crítica del imperialismo norteamericano —en contraste con
las fantasías en boga acerca del “imperialismo desterritorializado”,
que se supone no acarrearía la ocupación militar de los territorios
de otras naciones— constituye el tema central de mi libro. El largo
capítulo titulado “La fase potencialmente más letal del imperialismo”
fue escrito dos años antes del 11 S, y presentado como
conferencia en Atenas el 19 de octubre de 1999. En él yo subrayaba
con fuerza que “la forma definitiva de amenazar al adversario en el
futuro —la nueva ‘diplomacia de las cañoneras’ [del imperialismo
del pasado] ejercida desde el “aire patentado”— será el chantaje nuclear”
(p. 39). Desde la época de publicación de esas líneas, primero
en marzo de 2000 en un periódico griego, y luego el libro completo
en italiano en septiembre del mismo año, el aterrorizador viraje militar
estratégico a la amenaza nuclear definitiva —que podría iniciar
una aventura militar que precipitaría la destrucción de la humanidad—
que predije, ya dejó de ser camuflado y ahora lo reconoce
abiertamente la política oficial norteamericana. Tampoco deberíamos
imaginar que la abierta declaración de esa doctrina estratégica
es una amenaza ociosa en contra de un “eje del mal” de propaganda
retórica. Después de todo fueron precisamente los Estados Unidos
los que realmente emplearon el arma atómica de destrucción en
masa contra las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki.
Cuando consideramos esos aspectos de extrema gravedad, no
podemos darnos por satisfechos con sugerencias que apunten hacia
una coyuntura política en particular y cambiante. Por el contrario,
debemos ponerlas frente a su telón de fondo de arraigado desarrollo
estructural, obligatorio tanto económica como políticamente. Esto
es de suma importancia si queremos visualizar una estrategia viable
para contrarrestar las fuerzas responsables de nuestro peligroso
207
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estado de cosas. La nueva fase histórica de imperialismo hegemónico
mundial no constituye simplemente la expresión de las relaciones
existentes de “política de gran potencia”, con abrumadora ventaja
de los Estados Unidos, en contra de la cual pudiese hacerse valer a
plenitud una futura realineación entre los Estados más poderosos,
o acaso algunas manifestaciones públicas bien organizadas en la
arena política. Desafortunadamente, es mucho peor que eso. Porque
tales eventualidades, si es que pudiesen darse, todavía dejarían
intactas las causas subyacentes y las determinaciones estructurales.
Sin duda, la nueva fase de imperialismo hegemónico global está
preponderantemente bajo el dominio de los Estados Unidos, mientras
que las otras posibles potencias imperialistas en su conjunto
parecen aceptar el papel de andar colgadas de los faldones norteamericanos,
aunque por supuesto no por toda la eternidad. Se puede
predecir sin lugar a dudas, sobre la base de las inestabilidades ya
visibles, la explosión de fuertes antagonismos entre las grandes potencias
en el futuro. ¿Pero podría eso por sí solo presentar alguna
respuesta a las contradicciones sistémicas sobre el tapete, sin abordar
las determinaciones causales en la raíz de los desarrollos imperialistas?
Sería muy ingenuo creer que sí.
Lo único que quiero subrayar aquí es la preocupación central de
que la lógica del capital resulta absolutamente inseparable del imperativo
de la dominación del más débil por el más fuerte. Porque
cuando pensamos acerca de lo que por lo general es considerado
como el constituyente más positivo del sistema, la competencia que
se traduce en expansión y avance, su acompañante obligado es la
tendencia al monopolio y al sometimiento o el exterminio de los
competidores que se atraviesen en el camino del monopolio que
se hace valer. El imperialismo, a su vez, es el resultado obligatorio
de la inexorable tendencia del capital al monopolio. Las fases cambiantes
del imperialismo reflejan y a la vez afectan más o menos
directamente los cambios del desarrollo histórico en marcha.
En lo que respecta a la presente fase del imperialismo, hay dos
aspectos estrechamente conectados que son de capital importancia.
El primero es que la tendencia material/económica definitiva
del capital es a una integración global que, sin embargo, no puede
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garantizar en el nivel político. Eso se debe en gran medida al hecho
de que el sistema del capital global se desenvolvió en el transcurso
de la historia bajo la forma de una multiplicidad de Estados nacionales
divididos y en verdad opuestos antagónicamente. Ni siquiera
las colisiones imperialistas más violentas del pasado pudieron producir
un resultado duradero en este particular. No lograron imponerles
permanentemente a sus rivales la voluntad del más poderoso
de los Estados nacionales. El segundo aspecto de nuestro problema,
que es la otra cara de la misma moneda, es que a pesar de todos los
esfuerzos el capital no logró producir el Estado del sistema del capital
como tal. Esa sigue siendo la complicación más grave para el
futuro independientemente de todo cuanto se diga acerca de la “globalización”.
El imperialismo hegemónico global dominado por los
Estados Unidos constituye un intento definitivamente condenado a
querer imponérsele a todos los demás Estados nacionales, tarde o
temprano reacios, como el Estado (global) “internacional” del sistema
del capital como tal. También aquí estamos frente a una enorme
contradicción. Porque incluso los recientes documentos estratégicos
de los Estados Unidos, sumamente agresivos y abiertamente
amenazadores, tratan de justificar sus propugnadas políticas “universalmente
válidas” en nombre de los “intereses nacionales norteamericanos”,
mientras le niegan esas consideraciones a los demás.
3.
Aquí podemos ver la relación contradictoria entre una contingencia
histórica —que el capital norteamericano se encuentre
en posición de predominio en el tiempo presente— y la necesidad
estructural del propio sistema del capital. Esta última se puede
sintetizar como la irrefrenable tendencia natural del capital a la
integración global monopólica a toda costa, aunque eso signifique
poner directamente en peligro a la supervivencia misma de la humanidad.
Así, aun si se pudiese contrarrestar en el plano político
la fuerza de la contingencia histórica norteamericana hoy prevaleciente
—que estuvo precedida por otras configuraciones imperialistas
en el pasado y podría ser seguida de otras en el futuro (si es
que podemos sobrevivir a los peligros explosivos del presente)—,
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la necesidad estructural o sistémica que proviene de la lógica monopolística
definitivamente global del capital continúa presionando
igual que siempre. Porque sea cual sea la forma particular que pueda
asumir una futura contingencia histórica, la necesidad sistémica
subyacente está destinada a seguir siendo la tendencia a la dominación
global.
La cuestión no es, por consiguiente, simplemente las aventuras
militaristas de algunos círculos políticos. Aventuras militaristas
que podrían ser atajadas y superadas exitosamente en el nivel político/
militar. Las causas están mucho más hondamente arraigadas
y no pueden ser contrarrestadas sin introducir cambios definitivamente
fundamentales en las determinaciones sistémicas más profundas
del capital como modo de control metabólico social —de
la reproducción en general— que abarca no solamente el campo
económico y el político/militar sino también las interrelaciones culturales
e ideológicas más mediadas. Hasta la expresión “complejo
militar industrial” —introducida en sentido crítico por el presidente
Eisenhower, que algo sabía de esas cosas— indica a las claras que
lo que nos preocupa es algo mucho más firmemente afincado y resistente
que algunas determinaciones (y manipulaciones) políticas/
militares directas que en principio podrían ser revertidas en ese nivel.
La guerra, como “continuación de la política por otros medios”
siempre nos amenazará dentro del presente marco de la sociedad, y
con la aniquilación total, por ahora. Nos amenazará mientras sigamos
siendo incapaces de enfrentar las determinaciones sistémicas
en la raíz de la toma de las decisiones políticas que en el pasado
hicieron posibles la aventura de las guerras. Tales determinaciones
fueron atrapando a los varios Estados nacionales en el círculo vicioso
de la política que conduce a las guerras, y las guerras trajeron
consigo la intensificación de una política antagonística que tenía
que explotar en más guerras, cada vez mayores. Saquemos de escena,
en procura de una argumentación más optimista, la contingencia
histórica actual del capital norteamericano, y todavía nos
queda delante la necesidad sistémica del orden de la producción de
capital, cada vez más destructivo, que pone en el primer plano las
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contingencias históricas específicas cambiantes pero de carácter
crecientemente peligroso.
La producción militarista, hoy día personificada primordialmente
por el “complejo militar industrial”, no constituye una entidad
independiente, regulada por fuerzas militaristas autónomas que entonces
son responsables también por las guerras. Rosa Luxemburgo
fue la primera en poner esas relaciones en su perspectiva correcta,
ya en 1913, en su libro clásico sobre The Accumulation of capital
(“La acumulación del capital”) publicado en inglés cincuenta años
más tarde. Ella destacó proféticamente hace noventa años la creciente
importancia de la producción militarista, señalando que:
El propio capital controla en última instancia ese movimiento automático
y rítmico de la producción militarista, mediante la legislación y una
prensa cuya función es moldear la llamada “opinión pública”. Por eso esa
esfera en particular de la acumulación capitalista parece capaz de expansión
infinita.131
Nos preocupa, pues, el conjunto de interdeterminaciones que
deben ser vistas como partes de un sistema orgánico. Si queremos
hacer la guerra como un mecanismo del gobierno global, como deberíamos,
a fin de salvaguardar nuestra existencia misma, tenemos
que situar los cambios históricos que han tenido lugar en las últimas
décadas en su marco causal apropiado. La concepción de un Estado
nacional todopoderoso que controle a todos los demás, siguiendo
los imperativos que surgen de la lógica del capital, solo puede conducir
al suicidio de la humanidad. Al mismo tiempo hay que reconocer
también que la contradicción aparentemente insoluble entre
las aspiraciones nacionales —que estallan de tiempo en tempo en
antagonismos devastadores— y el internacionalismo solo se puede
resolver si se la regula sobre una base plenamente equitativa, lo cual
es totalmente inconcebible en el orden estructurado jerárquicamente
del capital.
131 Rosa Luxemburgo, The Accumulation of capital, Routledge, Londres,
1963, p. 466.
211
Capítulo 4: Socialismo o barbarie: del “siglo norteamericano” a las encrucijadas
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En conclusión, entonces, si queremos crear una respuesta históricamente
viable a los desafíos planteados por la presente fase de
imperialismo hegemónico global, debemos combatir la necesidad
sistémica que tiene el capital de someter globalmente al trabajo mediante
cualquier instancia social en particular que pueda asumir el
rol que le haya sido asignado bajo las circunstancias. Naturalmente
que eso es factible solo mediante una alternativa radicalmente diferente
a la tendencia del capital a la globalización monopólica/imperialista,
en el espíritu del proyecto socialista, personificado en un
movimiento de masas en progresivo desenvolvimiento. Porque solamente
cuando se convierta en una realidad irreversible lo de que
“la patria es la humanidad”, para decirlo con las hermosas palabras
de José Martí, y solo entonces, se podrá remitir de manera permanente
al pasado la destructiva contradicción entre el desarrollo material
y las relaciones políticas humanamente gratificadoras.
Rochester, 10 de diciembre de 2002-6 de enero de 2003.
212
EL DESAFÍO Y LA CARGA DEL TIEMPO HISTÓRICO: El socialismo del siglo XXI
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Capítulo 5:
Desempleo e “inestabilidad flexible”
5.1 La “globalización” del desempleo
Los socialistas de varios países europeos —como los de América
del Sur y del Norte— están luchando por reducir el tiempo de
trabajo a 35 horas sin que se produzca pérdida salarial. Esa importante
demanda estratégica no está libre de dificultades, ya que resalta
tanto el apremiante problema del desempleo mundial como
las contradicciones de un sistema socioeconómico que, debido a su
propia necesidad perversa, les impone a millones de personas las
privaciones y el sufrimiento que acompañan al desempleo.
Por lo tanto, para resultar exitosa la lucha por las “35 horas
de trabajo” no puede constituir una demanda sindical tradicional,
restringida al mecanismo de las negociaciones salariales
establecido desde hace mucho tiempo. Por el contrario, deberá
tener plena conciencia no nada más de la magnitud de la tarea
y de las implicaciones a largo plazo de los aspectos en juego,
sino también de la resistencia inevitablemente tenaz de un orden
socioeconómico que debe seguir sus propios imperativos
a fin de anular cualquier concesión que se pudiese hacer en la
esfera político/jurídica bajo condiciones temporalmente favorables
a los sindicatos y sus representantes políticos de la izquierda.
Es por ende comprensible que en Italia, por ejemplo,
cuando el partido de la Rifondazione formula los objetivos
de su lucha destaque simultáneamente su preocupación por el
aumento del empleo y por el mejoramiento de las condiciones
de vida (“per l’occupazione e per migliorare la vita”) a la
par de la necesidad de cambiar la sociedad (“per cambiare
la società”) a fin de asegurar el objetivo previsto de reducir
la jornada laboral sobre una base social viable. Pues el éxito
perdurable en esta materia solo será factible mediante un
213
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intercambio sustentado —una reciprocidad dialéctica— entre
la lucha por el objetivo inmediato de reducir significativamente
el tiempo de trabajo y la transformación progresiva del orden
social establecido, que no puede dejar de resistirse a todas
esas demandas y anularlas.
Quienes niegan la legitimidad de esas demandas, exaltando en su
lugar las virtudes de su bienamado sistema, continúan idealizando
el modelo norteamericano de solución del problema del desempleo
y todos los males sociales inseparablemente unidos a este. Sin embargo,
un examen superficial del estado de cosas actual revela que
esas certidumbres que idealizan los Estados Unidos pertenecen al
reino de la fantasía. Puesto que, como lo enfatiza un editorial de
The Nation:
La tasa de pobreza del año pasado, 13.7 %, fue superior a la de 1989, a
pesar de siete años de crecimiento casi ininterrumpido. Aproximadamente
50 millones de norteamericanos —19 % de la población— viven por debajo
de la línea de pobreza nacional. Uno de cada menor de 18 años, uno de
cada cinco ciudadanos de la tercera edad y tres de cada cinco hogares con
solo un progenitor viven en condiciones de pobreza. En dólares contantes,
el ingreso medio semanal de los trabajadores bajó de un máximo de 315
en 1973 a 256 en 1996, una disminución del 19 %. El año pasado, el 20
% de las familias más pobres vio disminuir sus ingresos hasta cerca de
210 dólares, mientras que el 5 % de las más ricas devengó un promedio de
6.440 (sin contar sus ganancias de capital). (…) El número de norteamericanos
sin seguro médico fue de 40.6 millones en 1995, un aumento del 41
% desde mediados de la década de los setenta. En 1995, casi un 80 % de los
no asegurados pertenecían a familias donde la cabeza del hogar tenía un
empleo.132
Es así como se muestra en la realidad el modelo color de rosa norteamericano
cuando estamos dispuestos a abrir los ojos. Le podríamos
añadir aquí una cifra altamente significativa proporcionada
132 “Underground Economy”, The Nation, enero 12/19, 1998, p. 3.
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EL DESAFÍO Y LA CARGA DEL TIEMPO HISTÓRICO: El socialismo del siglo XXI
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recientemente por la Comisión de Presupuesto del Congreso de
los Estados Unidos, inobjetable hasta para los más extremos apologistas
del capital. Nos señala que el ingreso del uno por ciento
más rico de la población es equivalente al ingreso del cuarenta por
ciento más pobre. Y, aún mas revelador, del informe se deduce que
esa cifra consternadora en verdad se ha duplicado en las últimas
dos décadas, como consecuencia de la crisis estructural del capital.
Así que, por mucho que se camuflen cínicamente las deterioradas
condiciones del trabajo, sin importar con cuánta vehemencia se
pretenda hacerlas pasar por santificada “flexibilidad”, no se podrán
ocultar las graves implicaciones de esa tendencia para el futuro de
la expansión y acumulación del capital.
Naturalmente, las estadísticas del desempleo pueden ser manipuladas,
o hasta definidas y redefinidas de forma arbitraria, no solamente
en los Estados Unidos sino también en cualquier país del
llamado “capitalismo avanzado”. En Inglaterra, por ejemplo, hasta
los apologistas profesionales del sistema del capital —los editores
de The Economist de Londres— tuvieron que admitir que el gobierno
había “revisado” 33 veces las cifras del desempleo para hacerlas
parecer menos graves. Por no mencionar el hecho de que todo
el que trabaje 16 horas a la semana en Inglaterra cuenta como si
disfrutase de un empleo a tiempo completo. Más impactante aún,
en Japón —país aclamado recientemente como caso paradigmático
de “capitalismo avanzado dinámico”— “todo aquel que trabaje por
un salario durante más de una hora en la última semana del mes
no es incluido en las estadísticas de desempleo”.133 ¿Pero a quién
se pretende engañar con esas tretas de manipulación económica y
política? Porque no importa cuán concertada y soterrada pueda resultar
la falsa representación del estado de cosas existente, ya no
es posible evadir el reto potencialmente muy grave del desempleo,
incluso en los países capitalistamente más avanzados. Por lo tanto,
independientemente de lo que puedan sugerir esas cifras estadísticas
apologéticas, resulta imposible ocultar el temor causado por el
133 Japan Press Weekly, 16 de mayo de 1998.
215
Capítulo 5: Desempleo e “inestabilidad flexible”
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constante crecimiento del índice de desempleo en Japón y la recesión
económica cada vez más profunda que lo acompaña.
En realidad, el dramático crecimiento del desempleo en los países
capitalistamente avanzados no constituye un fenómeno reciente.
Apareció en el horizonte —tras dos décadas y media de expansión
de capital relativamente libre de perturbaciones durante la posguerra—
con la irrupción de la crisis estructural del sistema del capital
como un todo. Surgió como un aspecto necesario y cada vez
peor de esa crisis estructural. Así, ya en 1971 yo argumentaba que,
conforme a las condiciones puestas de manifiesto por el desempleo,
el problema ya no se restringe a la difícil situación de los trabajadores
no calificados, sino también afecta al gran número de trabajadores
altamente calificados que hoy se disputan, sumados al anterior
grupo de desempleados, los empleos disponibles deprimentemente
escasos. Igualmente, la tendencia a la poda “racionalizadora” ya
no está limitada a las “ramas periféricas de una industria obsoleta”,
sino abarca algunos de los sectores más desarrollados y modernizados
de la producción —desde la industria naval y aeronáutica hasta
la electrónica, y desde la industria mecánica hasta la tecnología
espacial.
Así, ya no estamos ante los subproductos “normales” y voluntariamente
aceptados del “desarrollo y el crecimiento”, sino de su
movimiento en dirección a un colapso; ni ciertamente tampoco ante
los problemas periféricos de los “bolsones de subdesarrollo”; sino
ante una contradicción fundamental del modo de producción capitalista
en su conjunto, que convierte en paralizadoras cargas de
subdesarrollo crónico inclusive a los logros más recientes del “desarrollo”,
la “racionalización” y la “modernización”. Y lo más importante
de todo, la agencia humana que paga las consecuencias ya no
es la multitud socialmente impotente, apática y fragmentada de los
“desamparados” sino todas las categorías del trabajo calificado y no
calificado: es decir, objetivamente la totalidad de la fuerza laboral de
la sociedad.134
134 István Mészáros, The Necessity of Social Control, conferencia dictada
durante el Isaac Deutscher Memorial, en la London School of Economics
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Desde la época en que fueron escritas estas líneas, hemos sido
testigos de un notable aumento del desempleo en Inglaterra y otros
sitios. Tal y como están las cosas hoy en día, aun con cifras oficiales
—groseramente rebajadas— existen más de 40 millones de
desempleados en los países industrialmente más desarrollados. De
esa cifra, más de 20 millones corresponden a Europa, y Alemania
—alguna vez elogiada por haber producido el “milagro alemán”—
ya ha superado la marca de los 5 millones. Como ya he dicho en
otras oportunidades, con respecto a la India —país al que los órganos
tradicionales de la ciencia económica han aplaudido mucho
por los logros alcanzados como nación en desarrollo saludable— en
su Censo de Desempleo figuran nada menos que 336 millones de
personas,135 y muchos millones carentes de trabajo apropiado que se
deberían contabilizar pero no están registrados.
Además, en fiel cumplimiento del mandato dictado a la organización
por los Estados Unidos, la intervención del FMI en los países
“en desarrollo” empeora la situación de los desempleados mientras
aparenta mejorar las condiciones económicas de las naciones involucradas.
En los términos de otro editorial de The Nation:
and Political Science, el 26 de enero de 1971. Merlin Press, Londres, 1971,
pp. 54-55. Reimpreso en Mészáros, Beyond capital, Merlin Press, Londres
1995, y Monthly Review Press, Nueva York, 1996. La cita está tomada de
Más allá del capital, Vadell Hermanos, Valencia-Caracas, 2001, pp. 1027.
135 Cabe recordar en este contexto que: “Mientras el número total de
personas desempleadas registradas en las bolsas de empleo llegaba a 336
millones en 1993, la cantidad de personas empleadas en ese año, según la
Comisión de Planificación, solo era de 307.6 millones, lo que significa que
el número de personas registradas como desempleadas superaba al número
de personas empleadas. Y la tasa de crecimiento era casi despreciable”.
Sukomal Sen, Working Class of India: History of the Emergence and
Movement 1830-1990. With an Overview up to 1995, K. P. Bagchi & Co.,
Calcuta 1997, p. 554.
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Capítulo 5: Desempleo e “inestabilidad flexible”
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A muchos les puede parecer que la economía de México está boyante,
pero la gente está sufriendo. Con la aplicación de los ajustes del FMI, la
clase media quedó aplastada, se cerraron 25.000 pequeñas empresas y 2
millones de trabajadores perdieron sus empleos. Expresado en dólares, los
salarios sufrieron una drástica reducción del 40 %. En otras palabras, el
FMI tenía que destruir la economía nacional para salvarla.136
Al mismo tiempo, los países poscapitalistas que formaban parte
del sistema del tipo soviético, desde Rusia hasta Hungría —que en el
pasado no padecían problemas de desempleo, aunque sus economías
funcionaban con altos niveles de subempleo— hubieron de
adaptarse, a menudo bajo presión directa del FMI, a las condiciones
deshumanizadoras de un desempleo masivo. A Hungría, por
ejemplo, la felicitó el FMI137 por “estabilizar” el desempleo en
136 “Waterloo in Asia?”, The Nation, enero 12/19, 1998, p. 4. Cuando se
presenta la oportunidad, los intereses de los Estados Unidos son promovidos
e impuestos cínicamente. Así, “los dirigentes norteamericanos, que
efectivamente evitaron la creación de un Fondo Regional Asiático independiente
del FMI, y por consiguiente de Washington, declararon también
—más recientemente en el caso de Corea— que no habría ningún auxilio directo
de los Estados Unidos disponible a no ser que los países en dificultades
aceptasen las exigencias del FMI. Hasta ahora, las autoridades tailandesas
han acordado suprimir todas las limitaciones a la propiedad extranjera de
empresas financieras, y están impulsando la aprobación de una legislación
que les permita a los extranjeros poseer tierras, cosa que ha estado prohibida
desde mucho tiempo atrás. Antes incluso de solicitar la ayuda del FMI,
Yakarta abolió las restricciones a la propiedad extranjera de acciones comercializadas
en la bolsa, una medida que secundó Seúl cuando les permitió
a los inversionistas extranjeros el acceso a los 64 millardos de dólares del
mercado de acciones de 64 millardos de dólares garantizados y a largo plazo,
acceso que venían solicitando durante años”. Walden Bello, “The End of
the Asian Miracle”, The Nation, 12/19 de enero de 1998, p.19.
137 En efecto, incluso en sus propios términos de referencia las congratulaciones
del FMI significan muy poco. De manera característica, “mientras
la economía tailandesa iba derecho al desastre, el FMI seguía alabando ‘el
consistente historial de sólidas políticas administrativas macroeconómicas’
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alrededor de 500.000. En realidad, la cifra es considerablemente
mayor y continúa aumentando. Pero incluso 500.000, en términos
de la población húngara relativamente pequeña, equivalen a
unos 6.5 millones de desempleados en Inglaterra o en Italia, y en
Alemania a un número cercano no a los 5 sino a los 8 millones.
La situación en la Federación Rusa es igualmente mala y sigue
en constante deterioro, incluyendo el desafuero de no pagar los
salarios de mineros y otros trabajadores durante varios meses.
Vietnam ofrece un ejemplo particularmente trágico. Porque luego
de la heroica victoria de su pueblo en la prolongada y devastadora
guerra intervencionista del imperialismo norteamericano, la paz se
está perdiendo bajo la presión de la restauración capitalista.138 Y la
propia China no constituye una excepción a la regla general de un
desempleo en aumento, a pesar de la manera tan especial como su
economía es controlada políticamente. En un informe confidencial
elaborado por el Ministerio del Trabajo, que sin embargo se filtró
al publico, se le advierte al gobierno chino que en el lapso de unos
pocos años el desempleo del país llegará a la espantosa cifra de 268
millones de personas —y se señala al mismo tiempo el peligro de
que pueda ser seguido de grandes explosiones sociales— a menos
que se adopten medidas apropiadas (que no se especifican) para
contrarrestar la tendencia actual.139
del gobierno”. Walden Bello, “The End of the Asian Miracle”, loc. cit., p.
16. De igual modo, en los pocos meses transcurridos desde que el FMI “rescató”
la economía surcoreana en realidad la tasa de desempleo en el país se
duplicó. Ver también el penetrante artículo de János Jemnitz, “A review of
Hungarian Politics 1994-1997”, en Contemporary Politics, Vol. 3, Nº 4,
1997, pp. 401-406.
138 Ver el excelente libro de Gabriel Kolko Vietnam: Anatomy of a Peace,
Routledge, Londres y Nueva York, 1997. Ver también la réplica apasionada
de Nhu T. Le en su reseña del libro de Kolko en The Nation, “Screamig
Souls”, 3 de noviembre de 1997.
139 Anthony Kunn, “268 millones de chinos quedarán desempleados en
apenas una década”, The Sunday Times, 21 de agosto de 1994.
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De ese modo llegamos a un punto en el desarrollo histórico en el
que el desempleo se convierte en rasgo dominante del sistema del
capital como un todo. En su nueva modalidad, constituye una red
de interrelaciones e interdeterminaciones que hacen que hoy resulte
imposible hallarle remedios y soluciones parciales al problema del
desempleo en áreas restringidas, en marcado contraste con las décadas
posbélicas de desarrollo de unos pocos países privilegiados
en los cuales los políticos liberales podían hablar de pleno empleo
en una sociedad libre.140
En años recientes se ha hecho mucha propaganda acerca de las
virtudes universalmente beneficiosas de la “globalización”, pretendiendo
hacer pasar la tendencia a la expansión e integración global
del capital como un fenómeno radicalmente nuevo destinado a resolver
todos nuestros problemas. La gran ironía de la tendencia real
del desarrollo —inherente a la lógica del capital desde la constitución
inicial del sistema ocurrida siglos atrás, hasta alcanzar la madurez
en nuestra época, asociada de manera inextricable a la crisis
estructural del sistema— es que el avance productivo de este modo
antagónico de controlar el metabolismo social sume en la categoría
de trabajo superfluo a una porción de la humanidad cada vez mayor.
Ya en 1848, en el Manifiesto comunista Marx insistía en que
para oprimir a una clase, es preciso garantizarle ciertas condiciones
que le permitan llevar una existencia aunque sea esclavizada. … [Pero] la
burguesía ya no es capaz de seguir siendo la clase dominante de la sociedad
ni de imponerle a la sociedad sus condiciones de vida como ley suprema.
No puede ejercer su dominio porque ya no es capaz de garantizarle a
su esclavo la existencia, ni siquiera dentro de la esclavitud, pues se ve obligada
a dejarlo hundirse en una situación en la que tiene que alimentarlo en
lugar de ser alimentado por el.141
140 Ver el libro de Lord Beveridge con igual título [Full Employment in a
Free Society], en el que reporta su importante participación en el establecimiento
del “Estado de Bienestar Social” inglés.
141 Marx y Engels, Manifest of the Communist Party, Progress Publishers,
Moscú 1971, p. 44. Ver el penetrante artículo de Marshall Brennan en
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Irónicamente, entonces, el desarrollo del sistema productivo en
gran medida más dinámico de la historia culmina en la conversión
de un número cada vez mayor de seres humanos en superfluos para
su maquinaria de producción, aunque —muy acorde con el carácter
incorregiblemente contradictorio del sistema— estos resultan no
ser superfluos como consumidores. La novedad histórica del tipo
de desempleo en un sistema que se ha completado globalmente es
que las contradicciones en cualquier parte específica complica y
agrava el problema en las demás partes del sistema, y, por consiguiente,
en la totalidad. Porque la necesidad de poner en práctica
medidas de “reducción de personal”, u otras que son generadoras
de desempleo, surge necesariamente de los imperativos productivos
antagónicos que buscan el lucro —y la acumulación— del capital,
a los que no es concebible que este renuncie para autorrestringirse
de acuerdo con principios racionales y humanamente gratificantes.
El capital debe mantener su impulso inexorable hacia su objetivo
de autoexpansión, por devastadoras que puedan resultar las consecuencias,
o de lo contrario perderá la capacidad de controlar el
metabolismo social de la reproducción. No hay término medio ni
atención para tan siquiera un mínimo de consideraciones humanas.
Porque por primera vez en la historia surge un sistema dinámico
—y dinámicamente destructivo en sus implicaciones últimas— de
control metabólico social autoexpansionista —que, si es necesario,
elimina implacablemente del proceso del trabajo a una abrumadora
mayoría de la humanidad. Ese es el significado profundamente inquietante
que tiene hoy la “globalización”.
Cuando el capital alcanza esa etapa del desarrollo, no tiene
cómo enfrentar las causas de su crisis estructural; apenas puede
perder el tiempo con esfuerzos y manifestaciones superficiales. Por
consiguiente, una vez que el capital “ya no es capaz de garantizarle a
su esclavo la existencia”, las “personificaciones” de su sistema (para
usar la expresión de Marx) tratan de resolver el problema gracias a
torno al 150º Aniversario del Manifiesto, “Unchained Melody”, The Nation,
11 de mayo de 1998, pp. 11-16.
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la recuperación de incluso los limitados beneficios concedidos al
trabajo en la forma de “estado del bienestar” —durante el período
de la postguerra de expansión del capital sin tropiezos— atacando
y aboliendo el “estado del bienestar”. Así, en los Estados Unidos,
los desempleados se ven obligados a someterse al dictamen del
“work-fare” 142. si quieren recibir algún beneficio social. Y en
Inglaterra, típicamente, el gobierno de un partido que alguna vez fue
considerado socialista intentó realizar un cambio parecido y pasar
del “welfare” al “work-fare”. En consecuencia, cuando el titular a
ocho columnas de un periódico liberal inglés (muy amigo por cierto
del gobierno “neolaborista”) anuncia: “Mensaje a los desempleados:
Alístense en el Ejército o perderán sus beneficios”,143 está dando una
muestra de las medidas que aguardan a la juventud desempleada.
Esto, una vez más, al igual que los otros aspectos de nuestro
problema ya mencionados, subraya el hecho de que la globalización
del desempleo y la inestabilidad hoy culminada no pueden ser
erradicadas sin la supresión y reemplazo radical del propio sistema
del capital. No han pasado muchos años desde la época en que
se anticipaba confiadamente en que todos los males sociales
conocidos, incluso en las áreas más “subdesarrolladas” del mundo,
serían superados con la “modernización” universal, siguiendo el
modelo norteamericano. Entretanto, característicamente, hoy nos
enfrentamos a una realidad diametralmente opuesta al cuadro
142 . Se refiere a un programa gubernamental adoptado en los Estados
Unidos e Inglaterra, entre otros países, que les ofrece a los desempleados la
alternativa de aceptar un empleo, por lo general mal remunerado, o recibir
adiestramiento profesional. La construcción verbal registra el cambio que
va del ”beneficio” (wel-), al “trabajo” (work-). (N del T)
143 “Jobless told: join Army or lose benefit”, de Stephen Castle (redactor
de la sección “Política”), en el Independent on Sunday del 10 de mayo de
1998. En otro reporte en la misma página se informa acerca de las reacciones
a la introducción de un nivel de salario mínimo miserable, que el gobierno
laborista fijó en 3.60 libras, bajo el titular “Furia sindical ante el salario
mínimo fijado por los laboristas en 3.60 libras”.
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color de rosa proyectado. Porque las condiciones que anteriormente
se veían limitadas, en los cuentos de la “teoría desarrollista” y
la sabiduría gubernamental, a las dificultades supuestamente
temporales del “subdesarrollo”, se están volviendo claramente
visibles hasta en los países capitalistamente más avanzados.
5.2 El mito de la “flexibilidad” y la realidad de la
inestabilidad
El 19 de mayo de 1998, el parlamento francés aprobó una ley
que reducía la semana de trabajo a 35 horas; también en Italia se
instituyó una legislación semejante. Sin embargo, resultaría muy
ingenuo pensar que el cuento termina aquí. Porque en París la
medida fue inmediatamente “descrita por muchos economistas y
líderes empresariales como un suicidio económico”144 y en Italia,
inclusive antes de la promulgación de cualquier medida legislativa
sobre el particular, el dirigente de la Confederación Industrial
de Italia (Confindustria), Giorgio Fossa, dejó absolutamente
en claro que su organización tenía la intención de anular todo
tipo de legislación que se le pareciese.145 Además, el presidente
de Confindustria, Fossa (cuyo nombre que en italiano significa
“tumba”, sin duda muy apropiado para la situación) declaró, de
la manera más descarada (como si no fuese obvio para quienes
conocen a su organización) que si el parlamento llegaba a aprobar
una ley así, ellos tenían la intención de enterrarla con la ayuda de
una “gran coalición”, en la que participarían hasta seguidores de los
144 Susan Bell, “Paris pass law on 35-hour week”, The Times, 20 de mayo
de 1998.
145 “Ni resignado ni ablandado en lo que tiene que ver con el tema de las
35 horas, el presidente de los industriales está más decidido que nunca a
promover un referéndum derogatorio” (Né rassegnato, né ammorbidito sul
tema delle 35 ore, il presidente degli industriali è più deciso che mai a promuovere
un referendum abrogativo”). Vittorio Sivo, “Referendum sulle 35
ore”, La Repubblica, 22 de abril de 1998.
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partidos de la extrema derecha.146 Y, acorde con su cinismo habitual,
The Economist de Londres pontificó sobre la ley propuesta del
siguiente modo:
Veamos, ¿quién quiere realmente esa semana de trabajo de 35 horas
que propone Lionel Jospin? En verdad, no los empleadores franceses, que
más bien alegan que eso hará aumentar los costos del trabajo y reducirá su
competitividad. Tampoco los contribuyentes, que sospechan que tendrán
que pagar impuestos más elevados para financiar el plan. Y en lo que respecta
a los sindicatos, cada día aumenta el número de los que se oponen,
porque temen que la medida conducirá a una disminución de los salarios
y los derechos de los trabajadores. Ni siquiera los trabajadores mismos,
cuya mayoría piensa que continuarán trabajando lo mismo que antes, pero
en turnos inconvenientes y horarios nada cómodos. Hasta los desempleados,
los supuestos beneficiarios del plan, se preguntan cuántos nuevos empleos
creará realmente, si es que crea algunos, esa ley. …El señor Jospin
se encuentra envuelto en un plan en el que ni siquiera él mismo —según se
rumora— cree.147
Aparentemente, entonces, la ley en cuestión representaba un misterio
total. Así lo corroboraba The Economist, basado en la autoridad
de los murmuradores misteriosos y bien informados.
Naturalmente, hay serias dificultades que el movimiento laboral
deberá afrontar en su lucha por una reducción real de las horas de
trabajo semanal sin una pérdida salarial. Mas esas dificultades son
de una especie muy diferente comparadas con los cuentos aterradores
inventados por The Economist y demás voceros del orden
establecido. Los obstáculos verdaderos que se enfrentan al trabajo
en el presente y en el futuro inmediato se resumen en dos palabras:
“flexibilidad” y “desreglamentación”. Dos de los eslóganes
146 Ibid.
147 “The working week: Fewer hours, more jobs?”, The Economist, 4 de
abril de 1998, p. 50.
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favoritos de las “personificaciones del capital” del presente, tanto
en los negocios como en la política. Ambos quieren sonar muy atrayentes
y progresistas. En verdad, sin embargo, encubren las aspiraciones
y políticas antilaborales más agresivas del neoliberalismo,
que aspiran a ser tan elogiadas y aceptadas por los individuos como
la maternidad y la torta de manzana. Porque la “flexibilidad” relacionada
con las prácticas del trabajo —que deben ser facilitadas e
impuestas mediante varios tipos de “desreglamentación”— equivale
en realidad a la implacable inestabilidad de la fuerza de trabajo.
Con frecuencia se hace acompañar de una legislación antilaboral
autoritaria —desde la destitución de los controladores de tráfico aéreo
en los Estados Unidos por orden de Reagan, hasta la larga serie
de viciosas leyes antilaborales aprobadas durante el mandato de
Margaret Thatcher y cuya vigencia mantuvo, característicamente,
el gobierno “neolaborista” de Tony Blair. Y los mismos que bautizan
como “flexibilidad” universalmente beneficiosa a la difusión
de las condiciones de trabajo más precarias, tienen la cachaza de
llamar “democracia” a la práctica de una legislación antilaboral
autoritaria.
Se espera que la “flexibilidad” se haga cargo de la concesión de
las 35 horas si, en virtud de la contingencia política, ella se torna inevitable,
como parece verificarse en Francia e Italia. Así, en Francia
“algunos ministros están hablando de hacer más flexible el mercado
laboral, en especial permitiendo a los empleadores variar la
carga horaria de trabajo semanal de acuerdo con la demanda temporaria,
de forma que el número de horas trabajadas por semana
sean calculadas con base en el promedio anual.”148 Se espera que
el mismo truco funcione también en Italia. Al momento de su introducción,
el Primer Ministro Ministro italiano Prodi —más tarde
recompensado con la presidencia de la Comisión Europea— les
aseguró a sus críticos que una apropiada “flexibilidad” debería ser
capaz de contrarrestar los efectos negativos de la ley.
148 Ibid., p. 51.
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La preocupación real de las “personificaciones del capital” es
promover la “flexibilidad laboral” y luchar por todos los medios posibles
contra los “mercados laborales rígidos”. Así, un prominente
artículo en el Financial Times insiste en que “tanto en Japón
como en Europa, las empresas se están preparando para eliminar
empleos con mayor celeridad que la de los rígidos mercados laborales
para crearlos”, señalando con tono aprobatorio que la “desreglamentación
permitiría apretar el paso”, y agregando para fines de
la reafirmación propagandística que los “optimistas consideran que
la desreglamentación conducirá al final a la creación de suficientes
empleos en los nuevos mercados como para absorber una gran
parte del exceso de mano de obra. Pero para que esto ocurra, Japón
necesitará el tipo de movilidad laboral que opera en los Estados
Unidos.”149 (La historia de la adquisición del control de Nissan por
la Renault, que trajo consigo el despido de 30.000 trabajadores de
la fábrica japonesa, debe ser muy del agrado de los propugnadores
de ese tipo de soluciones, ya que muestra que Japón se está moviendo
en la “dirección correcta”). Asimismo, un documento del equipo
del FMI —analizado con entusiasmo por The Economist— asevera
que “hay estudios que sugieren que en Europa los salarios reales
resultan ser apenas la mitad de flexibles que los de Estados Unidos,
y que los trabajadores europeos están mucho menos dispuestos
a movilizarse en busca de empleo que los norteamericanos.”
Y al mismo tiempo olvidan alegremente la reclamación de John
Kenneth Galbraith, que data ya de hace muchos años, de que los
trabajadores en Estados Unidos solo pueden culparse a sí mismos
por su desempleo, pues se rehúsan a “movilizarse” en virtud de su
“instinto hogareño”, que los amarra al lugar donde nacieron y crecieron.
Nada parece haber cambiado con los años, ni el diagnóstico,
ni el saber corrector. Y para completar el invalorable razonamiento
149 Michiyo Nakamoto, Revolution coming, ready or not”, Financial Times,
24 de octubre de 1997. Ver en la misma edición del Financial Times el
artículo de John Plender, “When capital collides with labour”, escrito en la
misma tónica.
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autocomplaciente, los autores del documento del FMI ofrecen una
solución que, lejos de ser reflexiva, es más bien un reflejo automático
de Pavlov, en forma de proyecciones ilusorias del capital neoliberal
basadas en el “deber ser”:
Supongamos, por ejemplo, que un gobierno corte los beneficios de los
desempleados. Los trabajadores tendrán ahora un mayor incentivo para
buscar trabajo y, por lo tanto, el desempleo debería disminuir. Por otra
parte, al aumentar el número de personas en busca de trabajo también aumentaría
la presión para una disminución de los salarios y a su vez, esos
costos salariales más bajos deberían fortalecer el empleo.150
Naturalmente, como resultado de tan admirable reducción del
salario viviremos felices para siempre. Y por otra parte, si —a pesar
de los sacrificios bien reales de los trabajadores (descritos en
nuestra cita con las palabras “tendrán ahora” y “también aumentaría”)—
las expectativas ficticias que connotan los “debería” no se
materializan, eso no podría de ninguna manera invalidar la teoría
compartida por el FMI y The Economist. Apenas revelaría que
los proverbiales cochinitos del bien conocido refrán inglés [“Si los
cochinitos tuviesen alas, volarían, N.del E.] se niegan tercamente a
tener alas y lucir como abejas gigantes para volar hacia ese “optimista”
futuro del capital tan ilusamente proyectado.
Al mismo tiempo, el salvajismo real del sistema sigue haciendo
de las suyas, no solo expulsando del proceso laboral a un número
cada vez mayor de personas, sino también, en característica contradicción,
alargando el tiempo de trabajo cada vez que el capital logra
salirse con la suya. Para mencionar un ejemplo muy importante:
en Japón el gobierno introdujo en el parlamento un proyecto de ley
150 “Policy Complementation: The Case for Fundamental Labour Market
Reform”, por David Coe y Dennis Snower. IMF Staff Paper Volume 44, Nº
1, 1997. Reseñado en The Economist, 15 de noviembre de 1997, p. 118.
Reveladoramente, el título de la reseña es “All or nothing: Piecemeal labour-
market reforms will not cure Europe’s unemployment problem.
Governments need to go the whole way”. (“Todo o nada: las reformas
parciales del mercado laboral no son la cura para el problema del desempleo
en Europa. Los gobiernos deben llegar hasta el fondo”).
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“para elevar de 9 a 10 horas el límite máximo de la jornada de trabajo
y de 48 a 52 horas el de la semana laboral. Esa cláusula permitirá
que una compañía obligue a sus empleados a trabajar más horas
cuando tenga algún apremio, siempre y cuando el total de horas trabajadas
en un año no sobrepase el límite estipulado”;151 exactamente
lo mismo que los “mercaderes de la flexibilidad” han propuesto
en Francia, Italia y otros países. Más aún, el mismo proyecto de ley
pretende también alargar los llamados “horarios de trabajo arbitrarios”
que “le permiten a una empresa pagarles a sus empleados
solo 8 horas de trabajo aun cuando su jornada laboral haya sido
más prolongada”.152 Se han reportado ejemplos aterradores de los
inhumanos efectos destructivos de ese “trabajo discrecional”, desde
áreas en las que ya está siendo aplicado y ahora se va a ampliar. Por
ejemplo, según el dictamen de la Corte Distrital de Tokio, un joven
programador de computación murió como consecuencia del exceso
de trabajo. Leemos en el dictamen que “su tiempo promedio de trabajo
anual superaba las 3.000 horas. En los tres meses anteriores a
su muerte, trabajó 300 horas al mes. En esa ocasión estaba enfrascado
en el desarrollo de un sistema de software para bancos.”153 Otro
joven, que falleció de un paro cardiaco debido al brutal exceso de
trabajo, “en las dos semanas previas a su muerte trabajó un promedio
de 16 horas y 19 minutos por día”.154 En palabras de otro diario
japonés, aún hoy los empleadores les imponen cuotas estrictas a los
trabajadores, lo que significa muchas horas de trabajo, y trabajo sin
151 Japan Press Weekly, 14 de febrero de 1998, p. 25. En otra edición del
Japan Press Weekly leemos: “Los principales objetivos de la declaración
son: ampliar la aplicación de regímenes de trabajo arbitrarios, facilitar las
restricciones sobre el sistema de horas de trabajo variables (flexibles) existente,
y legalizar los contratos de empleo a corto plazo”, 18 de abril de 1998.
152 Japan Press Weekly, 14 de febrero de 1998.
153 Japan Press Weekly, 28 de marzo de 1998.
154 Japan Press Weekly, 4 de abril de 1998.
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remuneración, sobre los hombros de los trabajadores. (…) Por ejemplo,
un conductor de tren que trabaja para la East Japan Railways
Co., la mayor empresa ferroviaria de Japón, desempeñaba sus funciones
durante 14 horas y 5 minutos, pero tenía que permanecer en
el sitio de trabajo durante 24 horas y 13 minutos, y la empresa no
le pagaba por esas 10 horas y 8 minutos excedentes, aduciendo que
“no eran horas trabajadas, ni tampoco períodos de reposo”.155
Es significativo que, en la era de la crisis estructural del capital,
incluso ese nivel de explotación resulte insuficiente. Tendrá que ser
extendido hasta el límite que acepte el movimiento laboral. El proyecto
de ley que se presentó al parlamento en Japón “constituye el
mayor ataque contra los derechos de los trabajadores en el período
de la postguerra.”156 No debe sorprendernos, entonces, que
algunos sindicatos prevean desempeñar en el futuro un papel político
mucho más directo en comparación con su línea tradicional del
pasado. Para citar a Kanemichi:
Kumagai, secretario general de la Confederación Nacional de Sindicatos
del Japón: “Este año la ofensiva de la primavera no solo seguirá siendo
lo que hemos hecho en el pasado, sino además tratará de cambiar las
tendencias de la política y del movimiento laboral, incluyendo una definición
de cómo deberían ser las políticas y la economía de Japón. Por eso
consideramos de suma importancia conseguir que los trabajadores y los
sindicatos emprendan acciones destinadas a ejercer influencia sobre toda
la sociedad”.157
Japón constituye un ejemplo particularmente importante, porque
no se trata de un país del llamado “Tercer Mundo”, para el
cual se dan siempre por sobreentendidas y rutinarias hasta las más
insensibles y despiadadas prácticas de explotación laboral. Por el
155 Akira Ikunai, “Attack against worker’s rights”, Dateline Tokyo, Nº 58,
abril de 1998, p. 3.
156 Idid.
157 Ibid.
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contrario, Japón representa la segunda economía más poderosa del
mundo: un paradigma de los avances capitalistas. Y hoy, hasta en un
país como ese el desempleo está aumentando peligrosamente y se
hace necesario hacer que las condiciones laborales se tornen peores
de lo que fueron durante el prolongado período de desarrollo y expansión
del capital en la postguerra, lo cual incluye no solo una gran
intensificación de horarios de trabajo explotadores a nombre de la
“flexibilidad”, sino además el imperativo —que para muchos resulta
incomprensible— de una semana de trabajo más prolongada.
En la raíz de esa confusa, y en cierta forma contradictoria, propugnación
de la “flexibilidad”, aunada a una legislación laboral rígidamente
autoritaria, encontramos la ley tendencial, de vital importancia, de
la igualación hacia abajo de la tasa de explotación diferencial, que se
vuelve cada vez más pronunciada gracias a la globalización del capital,
progresivamente más destructiva, en el período de la crisis estructural del
sistema. Es esa la razón por la que escribí, en 1971, que las clases trabajadoras
de algunas de las sociedades “posindustriales” más desarrolladas
están degustando una muestra de la real perniciosidad del capital
“liberal”. (…) Así, la naturaleza real de las relaciones de producción capitalistas:
la implacable dominación del trabajo por el capital, que se va
evidenciando cada vez más como un fenómeno global. (…) Resulta prácticamente
imposible entender el desarrollo y la autorreproducción del
modo de producción del capital sin el concepto de capital social total. (…)
Igualmente resulta del todo imposible comprender los múltiples y agudos
problemas del trabajo nacionalmente diferenciado y socialmente estratificado,
sin tener presente todo el tiempo el necesario marco de una valoración
apropiada: a saber, el antagonismo inconciliable entre el capital
social total y la totalidad del trabajo.
Este antagonismo fundamental (…) se ve modificado inevitablemente
en función de: (1) las circunstancias socioeconómicas locales; (2) las respectivas
posiciones de cada país en el marco global de la producción del
capital; y (3) la relativa madurez del desarrollo sociohistórico global. De
hecho, en diferentes períodos el sistema como totalidad revela la acción
de un complejo conjunto de diferencias de interés objetivas en ambos lados
del antagonismo social. La realidad objetiva de las diferentes tasas de
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explotación —tanto en las del interior de un país dado como en el sistema
del capital monopolista mundial— es tan incuestionable como lo son
las diferencias objetivas en las tasas de ganancia en cualquier período en
particular (…) De todos modos, la realidad de las diferentes tasas de explotación
y ganancia no altera en nada la propia ley fundamental: es decir,
la creciente igualación de las tasas de explotación diferenciales como la
tendencia global del desarrollo del capital mundial.158 De seguro, esta ley
de igualación constituye una tendencia a largo plazo en lo que atañe al sistema
del capital. (…) Por ahora basta destacar que el “capital social total”
no debe ser confundido con el “capital nacional total”. Cuando este último
sufre los efectos de un debilitamiento relativo de su posición en el sistema
global, inevitablemente tratará de compensar sus pérdidas aumentando su
tasa específica de explotación de la fuerza laboral bajo su control directo
—o de lo contrario su posición competitiva se debilitará aún más en el
marco global del “capital social total”. (…) No puede haber otra vía de
escape (…) que no sea la intensificación de las tasas específicas de explotación,
que solo pueden conducir, en términos tanto locales como globales,
a una explosiva intensificación a largo plazo del antagonismo social
fundamental. Los que pregonaban una “integración” de la clase trabajadora—
pintando al “capitalismo organizado” como un sistema que logró
un control radical exitoso de sus contradicciones sociales —identificaron
irremediablemente mal el éxito manipulador de las tasas diferenciales de
explotación (que prevalecieron en la fase histórica relativamente “libre de
perturbaciones” de la reconstrucción y expansión posbélica) como un remedio
estructural básico.159
Como concomitante obligado de la presente globalización de las
relaciones productivas y distributivas, la igualación hacia abajo de
las tasa de explotación diferencial afecta a cada uno de los países capitalistamente
avanzados, inclusive a los más ricos. Ya no puede haber
más espacio para la manipulación paternalista de las relaciones
laborales, por más “tradicionales” y “profundamente arraigadas”
158 István Mészáros, The Necessity of Social Control, cit., p. 56-9.
159 Beyond capital, p. 890-2.
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que supuestamente sean, y tampoco pueden existir, de hecho, las
condiciones para evitar permanentemente, mediante las relativas
ventajas tecnológicas y comerciales, el severo impacto negativo de
la omnipresente crisis estructural. (Recordemos las reveladoras cifras
publicadas en The Nation ya citadas). De hecho, como lo señala
el llamado de varios distinguidos intelectuales publicado en un
periódico italiano, lo que agrava la situación es que la inestabilidad
y la inseguridad (“la precarietà e l’insicurezza”) crecen por todas
partes en el mundo del trabajo: “el trabajo sin protección y sin remuneración
se expande como las manchas de petróleo, mientras que
hasta el trabajo más estable padece de una intensificación sin precedentes
de su desempeño, y de una total disposición al sometimiento
a los horarios de trabajo más diversificados.”160
En otras palabras, debemos enfrentarnos aquí a una tendencia
muy significativa y de largo alcance: la vuelta al plusvalor absoluto,
en grado cada vez mayor, en las sociedades de “capitalismo avanzado”
durante las últimas décadas. El profesor Augusto Graziani
habló con mucha elocuencia en febrero de 1998, ante la Convención
de Rifondazione en Milán dedicada a la cuestión de la semana de
trabajo de 35 horas, sobre las condiciones de trabajo en el “Mezzogiorno”,
en general, y sobre la tenebrosa explotación de la mano de
obra femenina en Calabria, en particular. En lo concerniente a la
cuestión del “plusvalor absoluto” en un país capitalistamente avanzado,
como Italia, su intervención es muy pertinente, puesto que algunas
de las prácticas laborales sumamente explotadoras también
se dan en el norte del país, más desarrollado industrialmente. Al
160 “il lavoro sttotutelato e sottopagato si allarga a macchia d’olio, mentre
anche il lavoro più stabile subiste la pressione verso una identificazione senza
precedente della sua prestazione lavorativa e verso una piena disponibilità
alla sottomissione ai più diversificati tempi di lavoro”. En: “Trentacinque
ore Della nostra vita”, un llamado de los intelectuales firmado por Mario
Agostinelli, Pierpaolo Baretta, Heinz Birnbaum, Carla Casalini, Marcello
Cini, Giorgio Cremaschi, Pietro Ingrao, Oskar Negt, Paolo Nerozzi, Valentino
Parlato, Marco Revelli, Rossana Roznada, Claudio Sabattini y Arno
Teutsch; Il Manifesto, 13 de febrero de 1998, p. 5.
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mismo tiempo, en Inglaterra, un documental exhibido en televisión
mostraba la gran expansión del trabajo infantil aunque se trata de
una actividad obviamente en contra de la ley. Por supuesto, la ley
no se aplica en lo más mínimo. Al contrario, se promueven todo tipo
de falsos argumentos para justificar indirectamente tales prácticas
ilegales. Así, los intereses empresariales llevan a cabo una campaña
estruendosa contra el salario mínimo en general, con la excusa
de que su introducción disminuiría todavía más las posibilidades
de empleo de los más jóvenes. Otro modo de manipular el mismo
problema, por parte de la Confederación de Industrias de Inglaterra,
el Instituto de Directores y varias organizaciones empresariales de
alta asesoría [“think tank”], es presionar por “la exención de los jóvenes”
de la legislación sobre salario mínimo, o que se les conceda
nada más un salario mínimo mucho más bajo. Además, las condiciones
de trabajo cada vez peores de personas de todas las edades
en innumerables “sweatshops” —establecimientos esclavizadores
para inmigrantes legales o ilegales, pero también para una cantidad
nada despreciable de mano de obra inglesa, escocesa, galesa
e irlandesa— evidencian a las claras la reaparición de la procura
del plusvalor absoluto, como tendencia sumamente retrógrada en el
desarrollo del capital del siglo XX, en uno de los países “capitalistas
avanzados” más privilegiados. No hace falta decirlo, tanto la procura
implacable del plusvalor absoluto en general como su manifestación
particularmente aborrecible en forma de trabajo infantil
fueron siempre prominentes (y, por cierto, lo siguen siendo) en los
países del “Tercer Mundo”.
Paradójicamente, la crisis global de la acumulación del capital
en la era de la globalización avanzada crea nuevas dificultades de
envergadura, en vez de resolver las iniquidades por largo tiempo
cuestionadas del sistema, como pretenden hacernos creer los “optimistas”
portavoces de la “globalización” desprovista de problemas.
Porque los márgenes de viabilidad productiva del capital están
disminuyendo (de allí también la orientación hacia el plusvalor absoluto),
a pesar de todos los esfuerzos de los estados capitalistas —individualmente
o en conjunto, como en las reuniones del G7/
G8— para ampliar o al menos mantener estables los márgenes
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productivos del sistema. En realidad, no puede haber más que una
manera de ampliar los encogidos márgenes de acumulación de
capital: a expensas del trabajo. Esta es una estrategia promovida
activamente por el Estado —ciertamente, a causa de esa necesidad
el papel intervencionista del Estado nunca ha sido tan grande,161
a pesar de toda la mitología neoliberal en pro de lo contrario— y
en nuestro tiempo esa estrategia está objetivamente sustentada por
la tendencia a la igualación hacia abajo de la tasa de explotación
diferencial. Al final, sin embargo, la estrategia que ahora se sigue
está destinada al fracaso, si el movimiento laboral logra rearticular
radicalmente sus propias estrategias y formas de organización, que
deben ser orientadas hacia la creación de un movimiento de masas
genuino con el fin de afrontar el desafío histórico. Pues ni siquiera
los teóricos más “optimistas” del FMI, y otros organismos apologéticos
del capital generosamente financiados, han conseguido
161 El papel intervencionista del Estado queda en evidencia, tanto en el
plano político como en el económico. En el campo económico, los fondos
generosamente repartidos entre las grandes empresas capitalistas se miden
en cientos de millones de libras. Así, la British Aerospace, por ejemplo, recibió
casi 600 millones por una de sus aventuras actuales, aparte de los innumerables
millones obtenidos del Estado de forma semifraudulenta en un
pasado no muy lejano, también cuando la compañía pretendía colocar sobre
una base económica sólida a la Rover, hoy de nuevo fracasada. En lo que
se refiere a esta última, se espera que los enormes fondos necesarios para
salvarla sean una vez más aportados por el Estado —y nadie parece dispuesto
a aclamar ahora las virtudes milagrosas de la empresa privada— pero,
por supuesto, las ganancias que se obtengan irán a parar a la parte capitalista
de las llamadas “sociedades mixtas público-privadas”, tan favorecidas
por el Nuevo Laborismo. Igual, o quizá mayor, importancia tiene el papel
interventor del Estado en el plano político, a favor del capital. Porque el
sistema del capital necesita perentoriamente de una legislación antilaboral
autoritaria —introducida complacientemente por gobiernos tanto conservadores
como socialdemócratas (o, lo que dice mucho acerca de la gravedad
de la crisis estructural del sistema, hasta por algunos gobiernos presididos
por partidos antes comunistas, como en Italia)— para mantener su control
“neoliberal” sobre la sociedad en la presente etapa del desarrollo histórico.
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inventar hasta ahora, ni probablemente logren hacerlo en el futuro,
un artificio que les permita extraer de las condiciones económicas
en constante deterioro, y de los “paquetes salariales inestables” de
la fuerza laboral, el poder adquisitivo necesario y cada vez mayor y
su correspondiente acumulación de capital.
5.3 De la tiranía del “tiempo de trabajo necesario” a la
emancipación a través del “tiempo disponible”
¿Cómo puede el trabajo —el antagonista estructural del capital—
contrarrestar la tendencia al deterioro inseparable de la continua
reducción del margen de viabilidad productiva del capital?
La pregunta nos remite al tercer elemento en la campaña de Rifondazione
para conquistar la semana de trabajo de 35 horas, citado
al inicio de este capítulo: la necesidad de “cambiar la sociedad”
(“per cambiare la società”). Pues hoy —dado que el capital necesita
arrebatar162 sin contemplaciones incluso las concesiones hechas
en el pasado, en lugar de consentir alguna nueva— resulta totalmente
imposible realizar siquiera los objetivos más inmediatos y limitados
del sindicalismo tradicional, sin tomar el camino que conduce
a una transformación social fundamental. En consecuencia, la reconstitución
radical del movimiento socialista constituye una parte
vitalmente importante de este proceso.163
Algunos de los representantes más inteligentes del capital, como
Dean Witter —director y principal teórico de economía global de
Morgan Stanley— están dispuestos a admitir que las tendencias
actuales son mucho más problemáticas que lo que comúnmente
162 Como Marshall Berman afirma en su artículo citado en la nota 10, “una
crasa crueldad se llama a sí misma liberalismo (te sacamos a la fuerza a ti y a
tus hijos de la seguridad social por vuestro propio bien)” y ustedes “son retirados
o despedidos, o subcontratados, tercerizados, sacados de nómina.
(Resulta fascinante lo nuevas que son muchas de esas palabras demoledoras)”.
The Nation, 11 de mayo de 1998, p. 16.
163 Ver un impactante capítulo sobre los desafíos que el movimiento laboral
tiene ante sí: “Beyond Labour and Leisure”, en el libro de Daniel Singer,
Whose Millennium?, Monthly Review Press, Nueva York, 1999.
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describen los órganos de propaganda del neoliberalismo. En un
artículo publicado en el Sunday New York Times, titulado “El
retroceso del trabajador”, rechaza la explicación de que los acontecimientos
recientes han sido el resultado de la “desreglamentación y
la productividad en crecimiento”. Su propia explicación, más consciente
del conflicto y menos tranquilizadora, es que ha habido una
drástica redistribución de la torta económica de la nación, en la que
al capital le toca una ración mucho más grande y al trabajo una mucho
más pequeña. Digamos que ha habido una vuelta a la política de
reducir al trabajo, que ha ocurrido tan solo porque la Norteamérica
corporativa está ejerciendo una presión implacable sobre su fuerza
laboral.164
En verdad, la presión implacable la aplica no solamente la Norteamérica
corporativa sino que también lo hacen las personificaciones
del capital en todas partes. Porque las conquistas reformistas
del pasado tenían como premisa el continuo crecimiento de la torta
—que aparecía bajo condiciones económicas favorables como
concesiones del capital, aunque jamás podría haber una “redistribución
de la torta a favor del trabajo”, puesto que el capital siempre
tiene que apropiarse de la parte del león. Ahora, debido a la crisis
estructural del capital y al margen cada vez menor de la viabilidad
productiva del sistema, se hace absolutamente necesaria la “redistribución
de la torta económica de la nación” y más que nunca a
favor del capital, para asegurar una “recuperación por reducción
laboral”, gracias a la pasividad y resignación de la fuerza laboral.
¿Pero qué sucede cuando el trabajo se niega a aceptar esa redistribución
inicua de la torta económica, porque ya no puede darse el
lujo de consentirla como consecuencia de las crecientes privaciones
impuestas por las formas de “economía de reducción laboral” tradicionales
o recién inventadas? Las posibilidades de “redistribuir”
hasta una torta estacionaria, por no hablar de la que esté en proceso
de contracción, tienen sus límites nítidamente definidos. Sin olvidar
164 Dean Witter, “The Worker Backlash”, Sunday New York Times, citado
en una carta que los editores del Monthly Review enviaron a sus lectores
y subscriptores en octubre de 1997.
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el hecho de que no es posible presuponer que la inactividad resignada
y permanente del movimiento laboral sea algo necesario, natural
y eterno en cualquier país. Ni siquiera en los países capitalistamente
más avanzados. No resulta sorprendente, entonces, que hoy hasta el
economista principal de Morgan Stanley tenga que hablar del “retroceso
del trabajador” en los Estados Unidos, y exprese en voz alta
sus preocupaciones respecto a una posible “lucha abierta y frontal
entre el capital y el trabajo”, subrayando que “los días de una fuerza
laboral dócil que aceptaba resignadamente una reestructuración
corporativa drástica y arrasadora forman parte del pasado”.165
Naturalmente, desde el punto de vista del capital no existen respuestas
a la pregunta ¿qué tipo de alternativa a la “economía de
reducción laboral” debemos seguir para evitar la “lucha abierta y
cruenta entre el capital y el trabajo”? Cualesquiera sean sus temores
y preocupaciones, el economista principal de Morgan Stanley
tiene que seguir asesorando a su empresa acerca de la mejor forma
de explorar las oportunidades que brinda la especulación financiera
“globalizada”, o de lo contrario lo despacharán prontamente con
una jugosa compensación por servicios prestados. Desde el punto
de vista del capital, en verdad no puede haber “ninguna alternativa”
real a la “reducción laboral” llevada al máximo —y más aún en
situaciones de emergencia— aunque se vislumbren algunos de los
peligros implícitos en el curso socioeconómico que se está siguiendo.
Porque al final existirá siempre la tentación de las soluciones
autoritarias, no solo en el país del general Suharto, dependiente
clientelar de los Estados Unidos, sino también en las “democracias
capitalistas avanzadas” de Occidente que ayudaron en primera instancia
a poner a Suharto en el poder, y lo apuntalaron de todas las
maneras posibles a lo largo de 32 años, incluido el apoyo a su salvaje
represión militar contra el pueblo, y el intento de salvar su miserable
régimen mediante la inyección masiva de fondos del FMI hasta el
último minuto antes de su caída.
La promesa general de resolver las flagrantes iniquidades y
contradicciones del sistema fue durante mucho tiempo —y en su
165 Ibid.
237
Capítulo 5: Desempleo e “inestabilidad flexible”
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totalidad lo sigue siendo en la actualidad— que con los beneficios
del “libre comercio” siempre en aumento y globalmente integrado,
la condición de los trabajadores en todo el mundo mejoraría en gran
medida, gracias al retorno de la economía a una situación de expansión
del capital sin perturbaciones y libre de los defectos de las
décadas de la postguerra, que terminaron en inflación y estancamiento.
No obstante, los signos y los indicadores económicos actuales
apuntan en la dirección opuesta, un hecho que reconocen a
veces incluso los economistas de la “corriente dominante” que conservan
todavía su creencia en las virtudes insuperables del sistema
del capital. Así, para citar el artículo acerca de un libro reciente escrito
por uno de esos economistas:
Rodrick argumenta que el comercio en general, y no solamente las importaciones
de países que mantienen bajos los salarios, empeora la distribución
del ingreso. El aumento de la competencia internacional, escribe,
se traduce en una mayor “elasticidad” de la demanda de mano de obra local.
En términos comunes y corrientes, eso quiere decir que hoy día el trabajador
está compitiendo con una oferta de mano de obra mucho mayor.
Por consiguiente, una pequeña variación en los salarios de trabajadores
extranjeros o la demanda global de un producto o servicio puede causar
grandes variaciones en la demanda de trabajadores local. La mayor vulnerabilidad
de la mano de obra a las fluctuaciones del mercado menoscaba
sus posibilidades de negociar con el capital. Por lo tanto, concluye
Rodrick, “el efecto de primer orden del comercio parece haber sido una
redistribución del excedente de la empresa hacia los empleadores, y no el
aumento del excedente”. Las evidencias nos indican, entonces, que los críticos
del libre mercado estaban en lo cierto, el comercio no está aumentando
la riqueza sino redistribuyéndola hacia arriba.166
166 Jeff Faux, “Hedging the neoliberal bet” (reseña del libro de Dani Rodrick,
Has Globalization Gone Too Far?, Institute for International Economics,
Washington D. C., 1997), en Dissent, otoño de 1997, p. 120.
238
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Y sin embargo, en lo tocante a la cuestión de las alternativas, Rodrick
solo nos ofrece una prédica piadosa. Así, para proseguir con
la cita:
Las políticas de Rodrick resultan, en el mejor de los casos, ingenuas.
Les pide tanto a los trabajadores como al gobierno que sean más responsables,
pero no les dice nada a las empresas corporativas multinacionales.
(… ) Rodrick escribe: “Los trabajadores deberían abogar por una economía
global que tenga un rostro más humano”, mas no menciona para nada
los esfuerzos ferozmente organizados de las empresas y las finanzas multinacionales
para impedir hasta la mera consideración de la posibilidad
de que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización
Mundial del Comercio y los demás organismos que aprueban las
reglas del mercado global, humanicen las políticas. Ello sugiere un punto
de vista que, para decirlo con delicadeza, está fuera de sintonía con la realidad
de la economía política global.167
No cabe duda, la adopción del punto de vista del capital —no solo
en su forma neoliberal más ciegamente acrítica y agresiva, sino además
en sus variedades reformistas ilusamente liberales— significó,
por mucho tiempo la pérdida de la “sintonía con la realidad de la
economía política global”.
La novedad radical de nuestra época es que el sistema del capital
ya no sigue estando en posición de concederle absolutamente
nada al trabajo, en contraste con las adquisiciones reformistas del
pasado. El amoldamiento deprimente y la manifiesta capitulación
de algunos viejos partidos de la clase trabajadora ante las demandas
de los intereses de las grandes empresas —como, por ejemplo,
en Inglaterra e innumerables países europeos, aunque de ninguna
manera solamente en Europa— una capitulación que llega a los extremos
no solo de mantener una legislación antilaboral autoritaria
en estas últimas décadas, sino además de concederles cargos ministeriales
claves en el “Nuevo Laborismo”, en los gobiernos de la
“Izquierda Democrática” en Italia, y en todas partes, a prominentes
167 Ibid.
239
Capítulo 5: Desempleo e “inestabilidad flexible”
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representantes del capital corporativo, habla inequívocamente en
ese sentido (lord Simon, lord Sainsbury, Geoffrey Robinson, etc., en
Inglaterra, y figuras similares en Alemania, Francia e Italia). Es por
eso que en el presente período histórico incluso objetivos laborales
limitados y modestos —como la semana de trabajo de 35 horas—
solo se pueden alcanzar “cambiando la sociedad”, puesto que objetivamente
retan el orden político y socioeconómico establecido (en
otras palabras: todo el sistema de toma de decisiones) bajo el cual
“la torta económica del país” es producida y distribuida.
Bajo las condiciones de crisis estructural del capital, esa es la naturaleza
objetivamente inevitable de la contestación socioeconómica,
si bien por los momentos muchos representantes del trabajo no
lo conceptualizan o articulan en esos términos. Y también es esa la
razón por la que el reformismo liberal y socialdemócrata, que en el
pasado tuvo como poderoso aliado al dinamismo expansionista del
capital, está en la actualidad condenado a la futilidad de la prédica
piadosa —desde los sermones del profesor John Kenneth Galbraith
sobre “la cultura de la satisfacción” (repetidos prestamente,
sin un mínimo efecto correctivo, por los obispos y arzobispos de la
iglesia anglicana) hasta el concepto de “la economía global de rostro
humano que se inspira en el sector laboral y el gobierno” antes
mencionado. Una prédica que a las personificaciones del capital les
resulta imposible escuchar.
La demanda de una reducción significativa de la semana de trabajo
tiene una importancia estratégica fundamental. No solo porque
el problema subyacente afecta profundamente y, por consiguiente,
afecta directamente a todo trabajador, sea manual o intelectual independientemente
de su estatus laboral específico. Sino también
porque la cuestión de enfrentar ese desafío no desaparecerá. Todo
lo contrario, su importancia crece constantemente, y el imperativo
de hacer algo significativo al respecto no puede ser excluido por las
personificaciones parlamentarias del capital en los países capitalistamente
avanzados, ni tampoco, de hecho, ser reprimido abiertamente
por la fuerza en la “periferia” del orden global del capital. En
otras palabras, constituye una demanda estratégica vital para el trabajo
porque “no es negociable”, ya que no se le puede integrar a las
240
EL DESAFÍO Y LA CARGA DEL TIEMPO HISTÓRICO: El socialismo del siglo XXI
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seudoconcesiones manipuladas del orden existente. Pues concierne
directamente a la cuestión del control —un sistema alternativo de
control metabólico social— al cual se opone el capital, y lo hace
con hostilidad.
Naturalmente, la semana de trabajo de 35 horas —aunque se podría
conceder de forma genuina y no ser anulada subrepticiamente
de diversas maneras, como ya se planea y se practica cínicamente—
no estaría en capacidad de resolver el monumental, siempre
creciente y socioeconómicamente grave problema del desempleo.
Así, la interrogante que legítimamente se suscita es: ¿por qué 35 y
no 25 o 20 horas semanales, lo cual sí establecería una diferencia
significativa al respecto? Es esa la pregunta que nos lleva al quid del
problema.
Las incompatibilidades radicales entre el orden social existente
y otro en el que los seres humanos tengan el control sobre su actividad
de vida, incluido su “tiempo liberado”, que será puesto en
libertad gracias a una reducción significativa de la semana de trabajo,
fueron ilustradas gráfica y dolorosamente en Inglaterra con la
destrucción de la industria minera. En 1984, los trabajadores de las
minas de carbón de Inglaterra entablaron una lucha heroica, no por
dinero sino en defensa de sus empleos: una huelga de un año derrotada
gracias a los esfuerzos combinados del gobierno de la señora
Thatcher —para quien los mineros eran “el enemigo interno”— y el
Partido Laborista de Neil Kinnock, que los apuñaló por la espalda.
El resultado fue que la fuerza laboral de los mineros, que para aquel
momento contaba con más de 150.000 trabajadores, fue diezmada
hasta una cifra hoy día por debajo de 10.000, y las ciudades y aldeas
de muchas comunidades mineras fueron convertidas en la tierra
baldía del desempleo. Para el momento de la huelga de los mineros,
las minas de carbón todavía estaban “nacionalizadas”, lo que significa
que eran administradas —aplicando los criterios capitalistas de
“eficiencia” más implacables y un control autoritario— por el Consejo
Nacional del Carbón, pero en seguida fueron “privatizadas” y
se vieron reducidas a una fracción de su tamaño original. Muy característico
del modo como el Consejo Nacional del Carbón trató el
problema de la “mayor eficiencia”, mientras hablaba de la absoluta
241
Capítulo 5: Desempleo e “inestabilidad flexible”
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necesidad de “racionalizar” las exigencias laborales de la industria
del carbón, fue el hecho de que ese Consejo controlado por el Estado
les impuso a los mineros un régimen de trabajo de siete días
casi demencial, a la vez que reducía de una forma salvaje la fuerza
laboral bajo su control. Porque el capital es simplemente incapaz de
tener consideraciones humanas. Conoce nada más una sola manera
de administrar el tiempo de trabajo: explotar al máximo el “tiempo
de trabajo necesario” de la fuerza laboral contratada, ignorando
totalmente el “tiempo disponible” existente en la sociedad
en general, porque de él no puede extraer ganancia.
Es eso lo que le fija límites insuperables al capital en lo referente
a la forma de tratar el problema del desempleo. Hay en ello algo bastante
paradójico, y de hecho profundamente contradictorio. Porque
el sistema productivo del capital crea de facto, en la sociedad en su
conjunto, “tiempo superfluo” cada vez a mayor escala. Sin embargo,
es incapaz de reconocer la existencia de jure (es decir, la legitimidad)
de ese tiempo excedente producido socialmente como un
tiempo disponible potencialmente más creativo, que es posesión de
todos y podría ser utilizado en nuestra sociedad para la satisfacción
de muchas de las necesidades humanas hoy malsanamente repudiadas,
desde las exigencias de educación y salud hasta la eliminación
del hambre y la desnutrición en todo el mundo. Al contrario, el capital
debe asumir ante ello una postura negativa/destructiva/deshumanizadora.
En efecto, el capital debe ignorar insensiblemente
el hecho deque el concepto de “mano de obra superflua”, con su
“tiempo superfluo”, en verdad se refiere a seres humanos vivientes
y dotados de capacidades productivas socialmente útiles, aunque
desde el punto de vista capitalista se les considere innecesarias o
inaplicables.
El concepto de tiempo disponible, en su sentido positivo y liberador,
como una aspiración de los socialistas, apareció mucho antes
de Marx, en un panfleto anónimo titulado La fuente y la solución
de las dificultades nacionales, publicado en Londres en 1821, casi
50 años antes de la publicación de El capital. En algunos pasajes
del panfleto citados por Marx se observa una notable comprensión
dialéctica tanto de la naturaleza del proceso productivo capitalista
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como de las posibilidades —centrando la atención en las categorías
vitalmente importantes de “tiempo disponible”, “plustrabajo”, y
“reducción de la jornada de trabajo”— de escapar de sus contradicciones.
Para citar sus palabras:
La riqueza es tiempo disponible, y nada más (… ) Si la totalidad de la
mano de obra de un país fuese apenas suficiente para producir el sustento
de la totalidad de la población, no podría haber plustrabajo, y por consiguiente,
no existiría nada que se pudiese acumular como capital. (…) Una
nación verdaderamente rica será aquella en la cual no exista el rédito o la
jornada de trabajo dure 6 horas y no 12.168
Nos acercamos, paso a paso, a la exigencia que ya hicieron nuestros
antecesores en 1821, de la jornada de 6 horas, pero todavía andamos
muy lejos de la organización de la sociedad sobre la base
del potencial de producción de esa riqueza inconmensurablemente
que es el tiempo disponible. Sin esto último resulta absurdo querer
pensar en emancipar a los trabajadores individuales de la tiranía de
las determinaciones fetichistas y las iniquidades flagrantes. La realización
de tan siquiera nuestros objetivos limitados requerirá de la
movilización en masa169, tanto de quienes tengan empleo como de
los desempleados, orientados por la solidaridad con los problemas
que todos nos vemos obligados a compartir, si no hoy entonces, con
toda seguridad, mañana.
La perspectiva estratégica a largo plazo, que también posibilita la
realización de las demandas inmediatas, es inseparable de nuestra
168 Citado en Marx, Grundrisse, Penguin Books, Harmondsworth, 1973,
p. 397.
169 El llamado al que se hace referencia en la nota 28 trata precisamente
de la necesidad de “promover una movilización de masas a favor de las 35
horas, cuyo impacto toque tanto al mundo del trabajo como al de la política,
tanto al de la cultura como al de las asociaciones” (“promuovere una mobilizatione
di massa a favore delle 35 ore che tocchi il mundo del lavoro cosi
come quello della politica, quello de la cultura como quello delle associazioni”).
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Capítulo 5: Desempleo e “inestabilidad flexible”
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conciencia de la viabilidad y, con toda certeza, de la necesidad primordial
de adoptar el modo de controlar nuestra reproducción metabólica
social sobre la base del tiempo disponible. Si queremos
solucionar el problema del desempleo, ese ha de ser el objetivo
hacia donde debemos dedicar nuestros recursos. Solamente un
movimiento de masas socialista radical podrá adoptar la alternativa
estratégica de regular la reproducción metabólica social —un
imperativo ineludible para el futuro— sobre la base del tiempo
disponible. Pues, debido a las insuperables restricciones y contradicciones
del sistema del capital, cualquier intento de introducir el
tiempo disponible como el regulador de los intercambios sociales
y económicos —lo que significaría obligatoriamente poner a disposición
de los individuos una gran cantidad de tiempo libre, liberado
gracias a la reducción del tiempo de trabajo mucho más allá de los
límites incluso de la semana de trabajo de 20 horas— actuaría como
dinamita social, haciendo saltar por los aires al orden reproductivo
establecido. Porque el capital es totalmente incompatible con el
tiempo libre utilizado de manera autónoma y significativa por los
individuos sociales libremente asociados.
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Capítulo 6:
La teoría económica y la política: más allá del
capital170
6.1 Enfoques económicos alternativos
Quisiera comenzar con dos casos contrastantes, que ilustran
la fortuna —no tan afortunada— de algunas teorías económicas
influyentes.
El primer caso surge de una cita sacada de un editorial de The
Economist de Londres. Estas son sus palabras:
Asusta considerar todo lo que depende de la cuestión de la
productividad norteamericana. Las cotizaciones del mercado de acciones,
desequilibrado hoy según los patrones históricos; la estabilidad financiera
global; los pronósticos de los niveles de vida no solo en los Estados
Unidos, sino también en todo el mundo; las perspectivas de éxito a largo
plazo de la combinación de una tasa de inflación baja y un nivel de empleo
alto: todos esos factores y algunos más dependen de si el crecimiento de
la productividad en Estados Unidos realmente tomó una nueva vía de
crecimiento más rápida a finales de la década de los 90, como se supuso.
El año pasado quedó en evidencia que muchas de las aseveraciones de
la nueva economía eran falsas: la idea de que el ciclo económico estaba
muerto; que el gasto en tecnología de la información era inmune a la
recesión; que los métodos clásicos de cotización de las acciones habían
170 Disertación presentada en la conferencia sobre “El pensamiento económico
y su relevancia en el mundo de hoy”, organizada por el Banco Central
de Venezuela y el editor de su revista económica Asdrúbal Baptista, realizada
en Caracas entre el 10 y el 12 de septiembre de 2001. Publicado por
primera vez en la Revista BCV, Foros 7 / 2002, Caracas, con traducción de
Gladys Sanz.
245
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perdido vigencia, etc. Mientras tanto, el pilar más importante de la nueva
economía ha quedado, si no demolido, al menos severamente dañado.171
Y, como conclusión, el editorial de The Economist les dice a los
lectores que a su debido tiempo habrá un precio que pagar por todas
esas suposiciones falsas. Por consiguiente, “los fanáticos de la nueva
economía (…) podrían tener que arrepentirse de haberle apostado
tanto no a una mejoría sólida y plausible, sino a un milagro que
ahora nos damos cuenta de que nunca ocurrió”.172
Así, en este caso podemos ver claramente la fragilidad de las
suposiciones sin fundamento que ahora el propio The Economist
denuncia como indudablemente falsas. No obstante, el problema
radica en que todas esas suposiciones están en su apogeo, y se les
proclama decididamente como sólidos pilares de las estructuras
teóricas de mayor actualización. Como sabemos, alaban las virtudes
de nada menos que la nueva economía, que a su vez debería
garantizar fuertes inversiones en nuevas “burbujas de los mares
del Sur”. Como sabemos, las cantidades involucradas en el reciente
desplome de “la nueva economía” fueron tan asombrosas, que
en apenas un año las pérdidas del NASDAQ fueron dos veces y
media el total de las reducciones fiscales para toda la década venidera
anunciadas por el presidente George W. Bush (y que inmediatamente
recibieron un fuerte recorte por parte del Congreso),
pero fueron anuladas. Como resultado, las pérdidas del NASDAQ
en un año fueron treinta veces más elevadas que la correspondiente
economización en los impuestos anuales prevista. El hecho de que
la sabiduría del reciente editorial de The Economist sea la de “ser
sabio después de pasadas las cosas” no debe preocuparnos demasiado
en el contexto actual. A fin de cuentas, el arsenal teórico de
la publicación es casi el mismo que sus escritores principales ahora
critican tardíamente, elaborado siempre desde una perspectiva muy
171 “American Productivity: Measuring the New Economy”. The Economist,
11-17 de agosto de 2001, p. 12.
172 Ibid., p. 13.
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EL DESAFÍO Y LA CARGA DEL TIEMPO HISTÓRICO: El socialismo del siglo XXI
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cortoplacista. Por eso The Economist puede cambiar prestamente
de posición —por tomar como ejemplo algo cuya importancia no
puede ser ignorada— de la idealización de la economía de escala
durante largo tiempo, a lo diametralmente opuesto: denunciarla
como la deseconomía de escala cuando fracasa la panacea antes
defendida, para defender nuevamente la economía de escala cuando
esta parece resultar más conveniente.
El segundo caso señalado al comienzo de esta intervención me
toca más de cerca que el primero, pues se refiere a una concepción
de la organización del sistema productivo, bajo los principios orientadores
de la economía planificada, interesada en plantear una alternativa
viable al carácter accidental de la economía de mercado
capitalista.
El caso que quiero retomar sucedió en realidad, aunque hoy podría
parecer muy improbable que un acontecimiento así haya ocurrido
alguna vez. Pero sí ocurrió. Cuando tuve conocimiento del
hecho, en el verano de 1954 (no me enteré por los periódicos, que no
podían mencionar esas cosas, sino en un cuarto de hospital, de boca
de una persona que fue víctima del caso: mi vecino de cuarto, involucrado
directamente), expuse en público en la primera oportunidad
que se me presentó el absurdo de lo que denominé una “sátira de
la vida real”: que en un pequeño condado del suroeste de Hungría
“algunos burócratas carentes de sentido común le sumaron la fecha,
1952, multiplicada por 100 kilos, a la remesa obligatoria de carne de
cerdo que el condado tenía que enviarle al Estado”.173 Lo especialmente
absurdo en este caso no es que hubiese ocurrido, sino más
bien el hecho de que no fue posible corregir la situación —anulando
el añadido astronómico a las obligaciones de una entidad económica
relativamente pequeña— después incluso de que se descubriera
la obvia equivocación y de que las autoridades competentes hubiesen
reconocido que se había cometido un terrible error, con graves
173 I. Mészáros: Szatira és valóság (“Sátira y realidad”), Szépirodalmi
Könyvkiadó, Budapest, 1955, p. 53. Mi libro fue terminado en otoño de
1954 y publicado en enero de 1955.
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Capítulo 6: La teoría económica y la política: más allá del capital
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consecuencias para las ya precarias condiciones económicas de una
de las zonas más pobres de Hungría, el condado de Zala. Por el contrario,
las autoridades decretaron de manera arbitraria que no se podía
admitir ninguna reducción, porque ya la obligación exagerada
se había convertido en una parte del “Plan Nacional” con sanción
legal y por lo tanto tenía que cumplirse. Por esa razón, dadas las circunstancias,
argumenté que
es evidente que detrás de estos accidentes se encuentra la falta de humanidad
de la burocracia. En efecto, este sería el contenido social y la
fuerza caracterizadora del suceso, incluso si algo tan espantoso no lo
hubiese cometido un burócrata nato, sino accidentalmente algún ingenuo
subjetivamente bien intencionado, puesto que el hecho mismo tiene
su lógica interna objetiva, que apunta su dedo acusador en contra de la
burocracia.174
Como cabía esperar, el condado de Zala tuvo que entregarle al
Estado la cantidad de cerdos inflada de manera insensata. Debió
comprarlos donde mejor pudo para cumplir sus obligaciones “nacionalmente
planificadas”, pues el número total de cerdos que había
en Zala no se correspondía ni en sueños al “montante legal” que le
fue impuesto. Por consiguiente, a fin de poder cumplir con la ley, el
condado de Zala —una región montañosa en la que se empleaban
los bueyes como fuerza de tracción para la agricultura, en vez de
caballos que hubiesen resultado mucho menos adecuados para esas
funciones— se vio obligado a cambiar muchos de sus bueyes por
cerdos en los condados vecinos, y además a solicitar dinero prestado,
asumiendo así nuevas dificultades económicas para el futuro.
No es sorprendente, entonces, que la arbitrariedad del proceso de
planificación económica, del que quedaron excluidas las personas
que tendrían que sufrir las consecuencias, haya generado resentimientos
y hasta hostilidad en todos los países bajo el sistema socioeconómico
del tipo soviético. Para citar nada más un ejemplo: en
un libro publicado en 1965, un autor ruso, O. I. Antónov, describió
174 Ibid., p. 55.
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de la siguiente manera la actitud casi de negación de los trabajadores
que tenían que someterse a las “normas” impuestas arbitrariamente
y a la correspondiente disciplina de trabajo:
Dos trabajadores contratados para descargar ladrillos rápidamente
de unos camiones, lo hacían lanzándolos al piso y por ello rompían por
lo general alrededor de la tercera parte. Sabían que sus acciones iban en
contra tanto de los intereses del país como del simple sentido común, pero
su trabajo era evaluado y pagado sobre la base de un indicador de tiempo.
Por consiguiente, si se ponían a ordenar cuidadosamente los ladrillos en
el piso los penalizarían, y ya no podrían ganarse la vida. Su manera de
hacer el trabajo era lesiva para el país pero, aparentemente, buena para
la planificación. Así, actuaban en contra de su conciencia e inteligencia,
mas con un profundo resentimiento para con los planificadores. “Ustedes
no quieren que lo hagamos del modo como lo haría una buena administración,
sino que presionan para que lo hagamos cada vez más rápido. ¡Pum!
¡Pum!”. Como consecuencia, en todo el país, ciudadanos decentes y responsables,
seres perfectamente racionales, actuaban de manera arruinadora,
casi criminal.175
De esa manera, la contradicción aguda y aparentemente inconciliable
entre el proceso de planificación y las necesidades de las
personas a cuyo servicio debería estar el “plan nacional” legalmente
ejecutado tenía que terminar tarde o temprano con el derrumbe
del sistema socioeconómico del tipo soviético, en lugar de corregir,
como se había prometido, los defectos del capitalismo.
6.2 La necesidad de una planificación abarcante
Mas constituiría un craso error concluir, como muchos intelectuales
lo hicieron, tanto en el Este como en Occidente, tras el desplome
de la “perestroika” de Gorbachov, que la planificación como
tal no podía tener futuro y, por lo tanto, no podía haber alternativa
175 O. I. Antónov citado en Moshe Lewin, Stalinism and the Seeds of Soviet
Reform: the Debates of the 1960s, Londres, Pluto Press, 1991, p. 148.
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Capítulo 6: La teoría económica y la política: más allá del capital
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alguna frente a la “economía de mercado”. Durante algún tiempo
cierta gente, incluidos los ideólogos de Gorbachov,176 trataron de
postular, bajo el nombre de economía de mercado un sistema económico
que no fuese solamente compatible con el socialismo, sino
además también idealmente apropiado para este. Prometían instituir
el “socialismo de mercado” y afirmaban que su ventaja excepcional
era la capacidad de coexistir en plena armonía con la democracia;
y, todavía más, que desde su punto de vista constituía una “garantía
de socialismo y democracia”. Pero luego se hizo evidente que toda
la cháchara sobre las insuperables virtudes de la “sociedad de mercado”
en el mejor de los casos no pasaba de ser apenas una manera
tímida de propugnar la permanencia absoluta del capitalismo.177
176 Vadim Medvédev, presidente del Comité de Ideología del Partido Soviético
y miembro del Politburó de Gorbachov, fue llamado oficialmente “el
jefe ideológico”. Como tal, proclamó que: “Las sociedades de capitales no
son de ninguna manera contrarias a los principios económicos socialistas.
Consideramos que la reorganización a fondo de las relaciones de propiedad
y la diversidad e igualdad de todas sus formas constituyen una garantía
de la renovación del socialismo” (Vadim A. Medvédev: “The Ideology of
Perestroika”, en Perestroika Annual, vol. 2, editado por Abel G. Aganbegyan,
Londres, Futura Publications, Macdonald & Co. Ltd., 1990, p. 32.).
Proclamó también que el nuevo curso tomado por la economía, con sus relaciones
de propiedad reorganizadas al modo capitalista y sus sociedades de
capitales, garantizará el progreso democrático social del país (Ibid., p.
27). Naturalmente, ninguna de las ilusas proyecciones de los ideólogos de
Gorbachov pudo hacerse realidad.
177 En efecto, las teorías sin fundamento real del “socialismo de mercado”
y de “la economía de mercado social” cedieron el paso con mucha celeridad
también a la defensa de la versión más conservadora del capitalismo
neoliberal. Como comentó The Economist en tono aprobatorio: “Una economía
de mercado sin adjetivos”. Václav Klaus insiste en que eso es lo que
se necesita en Checoslovaquia, donde ocupa el cargo de ministro de Finanzas
desde comienzos de diciembre. No es para él la “economía de mercado
social”, expresión que se ha difundido en todas partes de Europa Oriental.
Este economista de 48 años, de hablar gentil y que sonríe seguro de sí
mismo, piensa que la mitad de las medidas servirán de muy poco. A fin de
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Regresaremos más adelante a la importancia de la planificación
para la humanidad en su totalidad, después de explorar algunos
aspectos relacionados importantes. Pero a estas alturas debemos
subrayar ya que la hostilidad ciega para con la planificación, que
nos es familiar a todos, omite algunos hechos históricos incómodos
pero innegables. Así, por ejemplo, ignora premeditadamente la
inevitabilidad de la planificación bajo determinadas circunstancias,
incluso para los países capitalistas más ricos y poderosos. Citemos
el informe de primera mano de Harry Magdoff, quien como funcionario
gubernamental de planificación tuvo participación destacada
en esa empresa:
La necesidad de la planificación central se hizo patente en Estados
Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las prioridades nacionales
eran evidentes (por ejemplo, aviones militares vs. automóviles
civiles, tanques vs. refrigeradores domésticos, cuarteles vs. casas para
civiles). La planificación central fue el único medio de lograr un milagro
industrial. Sin demora se proporcionaron los armamentos, las facilidades
reactivar el mercado con prontitud, Klaus y su ministerio están preparando
un gran conjunto de leyes nuevas que permitan el funcionamiento de mercados
financieros de tipo occidental (…) Klaus y sus compañeros delegados
de Checoslovaquia en Davos estaban ansiosos por distanciarse de las reformas
de 1968 [es decir, de la “Primavera de Praga”, I. M.]. Pero se sentían
felices ante la posibilidad de hacer amistad con los empresarios occidentales.
No andan en busca de ayuda, sino de capital accionario, y parece no
preocuparles si ese capital llega a través de empresas mixtas, inversiones
en maquinaria y estructuras novedosas o adquisición directa de empresas
checas. Como buen friedmanista, Klaus no muestra interés alguno en imponer
el resultado de las fuerzas del mercado: su función es mantener estables
los precios mientras el comercio va haciendo su trabajo. “Financial Reform
in Czechoslovakia: A Conversation with Václav Klaus”, The Economist,
10 de febrero de 1990. Para nadie fue sorpresa que al friedmanista Václav
Klaus lo promoviesen rápidamente a ocupar el cargo de primer ministro de
Checoslovaquia (más tarde República Checa). Ocupó esa posición clave
durante largo tiempo, para deleite de los grandes círculos empresariales de
las “sociedades de mercado” occidentales.
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de transporte, la alimentación, la vestimenta y el alojamiento para las
fuerzas militares que combatían en dos continentes. Las autoridades en
Washington dictaminaban lo que debía producirse o no producirse (no en
todo detalle, pero sí con las instrucciones suficientes para garantizar que
se satisficieran las prioridades más urgentes), qué tipo de nueva capacidad
productiva debía realizarse, y cómo distribuir el montante insuficiente
de metales, suministros industriales, maquinaria metalmecánica, etc. Uno
de los desatinos más lamentables de nuestros días surge de la equiparación
del método soviético con la planificación nacional. Las fallas de la
planificación al estilo soviético se toman entonces como prueba de que la
planificación nacional está condenada al fracaso. Mas no existe ninguna
razón para suponer que el modelo soviético es el único posible. Fue un
sistema que se desarrolló en circunstancias históricas determinadas. De
todos modos, hay que estudiar a fondo sus fallas para evitar que se repitan
los errores. (…) [ En] la Unión Soviética, la producción por el mero afán de
producir, en lugar de la producción para el uso, sustituyó a la producción
para el lucro. Si bien la lógica de la acumulación en las sociedades posrevolucionarias
fue muy distinta de la del capitalismo, la dirección de su
actividad productiva, inclusive la destrución del ambiente, se pareció en
mucho a los patrones del desarrollo capitalista.178
El tipo de imperativo que indujo a Estados Unidos a emprender la
planificación central no se restringe en lo absoluto a las circunstancias
por demás extraordinarias de una guerra mundial. Se aplica
a todas las grandes emergencias históricas como, por ejemplo, las
peligrosas condiciones ecológicas de supervivencia ya vaticinadas
como una situación de normalidad, para nuestro propio futuro.
Tal cosa ocurre por la simple razón de que el modo de funcionamiento
de un sistema integrado por una multiplicidad de capitales
—que, por definición, es siempre característico del sistema
capitalista privado, independientemente de lo subdesarrollado
o lo avanzado— no puede evitar ser centrífugo, impulsando los
178 Harry Magdoff, “Are these lessons to be learned?”, Monthly Review,
febrero de 1991, pp. 13-17.
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microcosmos que lo constituyen en diferentes direcciones, sin que
importe que dicha “centrifugalidad” produzca consecuencias positivas
o negativas. Sin embargo, es evidente que bajo las condiciones
de una gran emergencia histórica, como la potencial devastación
ecológica a la que acabamos de referirnos, la determinación interna
centrífuga del sistema, que tiende a la perturbación y a la
intensificación de los peligros, debe ser contrarrestada con alguna
forma de autoridad que induzca a la cohesión, y si hace falta sea
enérgicamente impositiva, cuyo poder de intervención debe depender
de la naturaleza y la magnitud de los problemas generados por
el modo de operación necesariamente centrífugo del sistema capitalista.
El tipo de planificación central practicado por los Estados
Unidos durante la Segunda Guerra Mundial constituyó apenas un
caso específico de la variedad de formas posibles que tienden a surgir
de los imperativos y determinaciones generales de las grandes
emergencias bajo circunstancias históricas muy diferentes. En consecuencia,
es saludable tener en mente al menos estas consideraciones
a la hora de poner en perspectiva el prejuicio ciego en contra de
la planificación abarcante que se puso de moda, en particular en la
década de los 90.
6.3.3. La estructura de mando jerárquica del capital
Hay varias buenas razones para adoptar una posición más crítica
respecto al mensaje autocomplaciente de las teorías económicas
neoliberales dominantes de las últimas décadas, a fin de tener una
visión más realista del futuro, capaz de idear una alternativa viable
a los desarrollos actuales. Pues a fin de cuentas, hasta las palabras
tranquilizadoras habituales de The Economist parecen ahora ser
puestas en segundo plano por los principales teóricos del periódico.
Nos invitan, en cambio, a contemplar el hecho nada tranquilizador
de que “la producción industrial de los Estados Unidos cayó
nuevamente en julio, por décimo mes consecutivo, el período de
declinación más prolongado desde 1983. La producción está ahora
más del 4 por ciento por debajo de su nivel máximo. Pero los
Estados Unidos no están solos en esto. La producción industrial
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Capítulo 6: La teoría económica y la política: más allá del capital
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está cayendo en todo el mundo”.179 Según The Economist, lo
que empeora este estado de cosas es que la tendencia recesiva ya
innegable en los países capitalistas avanzados —uniformemente
mala en todos ellos, por primera vez desde los 90— no puede ser
suavizada en la actualidad por una tendencia compensatoria en las
llamadas “economías emergentes”, al contrario de 1990 y el período
subsiguiente.
En 1990, el crecimiento se mantuvo relativamente activo en
las economías emergentes, y sustentaba las exportaciones provenientes
del mundo rico. Ahora, sin embargo, el mundo emergente
también está en problemas: el año pasado la producción industrial
decayó en 10 % o más en varias economías del Asia del Este. 180
Naturalmente, aun en esas circunstancias, cuando es posible
admitir públicamente la existencia de graves problemas en todo el
mundo, el punto de vista teórico de The Economist, a partir del
cual se buscan las soluciones, sigue estando cautivo de la perspectiva
incorregiblemente cortoplacista del periódico. En consecuencia,
la frase final del artículo en el que se enumeran los problemas
económicos que crecen en todas partes remata típicamente con las
siguientes palabras: “Cuando la Reserva Federal de los Estados
Unidos se reúna el 21 de agosto para fijar las tasas de interés, tendrá
muchas otras cosas de qué preocuparse, además de la debilidad de
la economía norteamericana”.181 Esta no es una línea muy convincente
que seguir, en vista del pasado reciente. Pues esperar que las
soluciones a los problemas cada vez más profundos de la tendencia
recesiva mundial vengan de la séptima intervención de la Reserva
Federal de los Estados Unidos, después del fracaso dolorosamente
179 “World Economy: Nowhere to Hide. Economies Almost Everywhere
are Looking Sick”, The Economist, 18-24 de agosto de 2001, p. 64.
180 Ibid. Las cifras más actualizadas de la recesión industrial son: en Malasia,
10 %; en Taiwan, 12 %; y en Singapur —que durante mucho tiempo
fue considerado un país ejemplar— nada menos que el 17 %.
181 Ibid.
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obvio de su intento de producir mejoras significativas en la economía
inactiva mediante seis intervenciones anteriores, nada más en
los Estados Unidos, no es cosa mucho mejor que creer en brujerías.
A fin de cuentas, la estrategia de producir una solución positiva, ilusamente
postulada, por medio de la reducción de la tasa de interés
clave no había logrado mejoría alguna en la segunda economía más
poderosa del mundo, Japón, donde el Banco Central del país estableció
la sorprendente tasa de interés cero, al tiempo que permitía
que la economía se estancase en la elevada tasa de recesión industrial
del 8 %, peligrosamente alta. Los graves problemas que experimentamos
en la actualidad surgen de un nivel de determinaciones
socioeconómicas y políticas mucho más profundo del que podría
alcanzarse con los instrumentos de los ajustes monetarios y fiscales.
La gran dificultad está en que para poder concebir una
alternativa significativamente diferente y viable al poblemático
orden actual tenemos que adoptar una perspectiva muy a largo
plazo. No basta con pensar en ajustes parciales —en el espíritu
del famoso consejo de hacer las cosas “poco a poco”— a las
condiciones socioeconómicas dadas. En efecto, tampoco resulta
suficiente pensar en términos de “derribar el capitalismo” a favor
de una sociedad que se ajuste a los parámetros estructurales del
difunto orden poscapitalista de tipo soviético. Ya eso ha sido
intentado, a costa de gran sacrificio humano, y ha fracasado
de manera concluyente, acabando sus días con un derrumbe
dramático, no solo en la antigua Unión Soviética, sino también en
toda la Europa del Este. Para de producir los cambios necesarios,
es preciso pensar en una empresa incomparablemente más difícil:
la tarea histórica de superar la lógica objetiva del capital como tal,
mediante un intento sostenido de ir más allá del propio capital.182
182 La afirmación no fue hecha a posteriori del derrumbe del sistema soviético.
Quise analizar al detalle las razones que hacen necesaria la adopción
del enfoque mucho más difícil —el de ir más allá del capital— y las
condiciones bajo las cuales puede ser llevado a cabo, en un libro con título
en inglés Beyond capital: Towards a Theory of Transitions Merlin Press,
Londres, y Monthly Review Press, Nueva York, 1995, xxvi+994 páginas.
(En español, Más allá del capital: hacia una teoría de la transición,
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Pues el derrocamiento del Estado capitalista y las personificaciones
capitalistas privadas del capital no puede crear por sí solo otra cosa
que un sistema fatalmente inestable, que si no logra ir más allá del
capital tarde o temprano deberá revertirse al orden capitalista.
El capital no es nada más un conjunto de mecanismos económicos,
como frecuentemente se conceptúa su naturaleza, sino un
modo de reproducción metabólica social multifacético y omniabarcante,
y que afecta profundamente todos y cada uno de los aspectos
de la vida, desde lo directamente material/económico hasta las relaciones
culturales más mediadas. Por consiguiente, un cambio estructural
solo resulta factible si se desafía al sistema del capital
en su totalidad como un modo de control metabólico social, y no
mediante la introducción de ajustes parciales en su estructura.
Como la experiencia histórica del siglo XX nos lo indica, ambos
bandos del movimiento del trabajo —el socialdemócrata/reformista
y el posrevolucionario estalinista— fijaron el objetivo de
la transformación socialista muy dentro de los límites estratégicos
globales del orden establecido y, como consecuencia, no lograron
poner a prueba las determinaciones sistémicas del capital y su lógica
de autorreproducción. El reformismo socialdemócrata tenía
que fracasar, porque pretendía reformar el capitalismo a la vez que
aceptaba incondicionalmente sus limitantes estructurales. Así, de
modo contradictorio en sí mismo, quería instituir una transformación
reformista del capitalismo —en principio incluso hasta el punto
de transformarlo, con el paso del tiempo, en socialismo (bajo el
lema bernsteiniano del “socialismo evolucionista”)— sin alterar
su sustancia capitalista. De igual modo, el sistema socioeconómico
posrevolucionario continuó atrapado en la red de las alienantes
limitaciones estructurales del capital como tal, si bien instituyó un
modo poscapitalista de extracción del plustrabajo por medios directamente
políticos, a una tasa impuesta, dando origen así a un nuevo
Caracas, Vadell Hermanos Editores, 2001, xlvi+1154 páginas.). El libro tardó
25 años en ser escrito, y anticipó la restauración del capitalismo en el
sistema de tipo soviético a mediados de la década de los 70.
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tipo de medio de imposición del imperativo del tiempo del capital
(en lugar del anterior, impuesto por el mercado), como conviene al
sistema del capital en todas sus formas posibles. Es también esta la
razón por la cual todas las tentativas de reforma postestalinistas hubieron
de fracasar, incluida la “perestroika” programáticamente reestructuradora
de Gorbachov. La contradicción en sí misma de esas
tentativas de reforma posrevolucionarias no era menos aguda que la
que caracterizó a sus congéneres socialdemócratas de Occidente, ya
que estos intentaban “reestructurar” el orden existente sin alterar en
lo más mínimo su estructura de mando jerárquica y explotadora.183
Así, si la crucial cuestión del poder de control metabólico social
del capital no se aborda de manera sustentada, en forma de transformaciones
estratégicas omniabarcantes y realizadas sistemáticamente
(y no con medidas reactivas más o menos aisladas), entonces
hasta la intervención política más radical en una situación de crisis
de envergadura —tan trascendental como el derrocamiento del
Estado capitalista ya experimentado históricamente en varios países—
está condenada a permanecer “unidimensionalmente” inestable
y, en última instancia, amenazada. Para poder producir la
deseada transformación socialista de la sociedad, es preciso cambiar
la estructura de mando jerárquica del capital. Tal cambio
se hace necesario porque sin él no hay reorientación exitosa de la
economía posible, en el espíritu de la producción para el uso. Sin
embargo, se trata de algo mucho más fundamental que la conquista
de los instrumentos de control de los niveles más altos del Estado
político, ya que, independientemente de su dimensión, cada componente
individual del modo de control metabólico social del capital
posee su estructura de mando propia, profundamente arraigada y en
procura de su propia ventaja, tradicionalmente orientada a asegurar
la expansión (sin preocuparse por el uso o la necesidad humana
real) y guiada por la acumulación (lo cual favorece la adopción de
183 Ver al respecto los capítulos 17 (“Las formas cambiantes del dominio
del capital”) y 20 (“La línea de menor resistencia y la alternativa socialista”)
de Más allá del capital.
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sus modalidades más fácilmente alcanzables, aunque resulte extremadamente
perjudicial desde el punto de vista ambiental u otros
factores). Este es el círculo vicioso que es necesario romper, si de
alguna forma se aspira al éxito de los objetivos socialistas proclamados.
Pero para lograrlo, hay que sustituir la estructura de mando
jerárquica heredada, incluso los microcosmos metabólicos sociales
del capital más pequeños, por una alternativa productivamente
viable.
6.4 De las predicciones basadas en “leyes económicas
que trabajan a espaldas de los individuos” a las anticipaciones
de un futuro controlable
Estamos acostumbrados a pensar en la expansión y la acumulación
como si fuesen inseparables y, por ello, a aceptar el círculo
vicioso paralizador de nuestras condiciones históricamente creadas
e históricamente alterables de la existencia socioeconómica como
una determinación natural. Pero al hacerlo, queda en evidencia que
no puede haber ninguna alternativa al sistema del capital, ya que
sería autoderrotista renunciar a la idea de adecuar la expansión de
las necesidades humanas al correspondiente potencial de producción
para su satisfacción y, de hecho, también para promover el enriquecimiento
de las necesidades humanas a través del desarrollo
productivo de la sociedad. Las concepciones utópicas del pasado
estaban condenadas a ser fácilmente descartadas, y hasta ridiculizadas,
porque cayeron en la trampa de renunciar a la idea de instituir
un sistema productivo capaz de expandirse satisfactoriamente
en plena armonía con las demandas surgidas de las necesidades
humanas en saludable expansión. Lamentablemente, lo hicieron
en lugar de cuestionar el círculo vicioso de la inseparabilidad ya
mencionado.
En verdad, no obstante, la supuesta relación de inseparabilidad
“natural” solo es pertinente en el sistema del capital, ya que bajo
el dominio del capital el imperativo de la acumulación se reduce,
con arbitrariedad e irrevocabilidad históricas, a la acumulación del
capital. Hasta la acumulación a largo plazo del conocimiento humano
tiene que convertirse, de la manera más selectiva y limitante,
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en un atributo del capital, en el sentido de que a fin de ser apropiado
y reconocido socialmente, así como utilizado productivamente,
primero debe adquirir su legitimidad como un activo del capital.
Y la relación viciada funciona también en sentido contrario, ya que
bajo el dominio del capital, el único tipo de expansión que puede ser
considerado expansión genuina (o “crecimiento” por lo general sin
apelativos) es el que trae consigo la acumulación de activos de capital.
Por eso la alternativa a nuestro problemático orden socioeconómico
que debemos concebir implica la ruptura del círculo vicioso
en cuestión yendo más allá del capital mismo, y simultáneamente
la insistencia en la necesaria separación de la expansión (adecuadamente
definida) de las limitaciones y restricciones inevitables impuestas
por la acumulación del capital.
Naturalmente, la necesaria redefinición de la teoría económica
y la política “más allá del capital” implica algunos cambios trascendentales,
en comparación con sus formas tradicionales, ya que
no es posible suponer que la base material de las determinaciones
cuasinaturales sobre las que fueron erigidas desde el momento de
su nacimiento persistirá bajo tales condiciones tan radicalmente
diferentes.
La teoría económica moderna fue concebida originalmente, de
manera bastante apropiada, como un enfoque teórico provisto de
sus propios principios orientadores adecuados. Ya en el siglo XVIII
algunos economistas clásicos, y más explícitamente Adam Smith,
expresaron una preocupación legítima por proteger a la nueva
ciencia de la economía política de la interferencia de los políticos
en particular e, incluso de entes políticos completos, y se estipuló
respecto a estos últimos que “ningún consejo o Senado” debía
tratar de intervenir en el marco objetivo del desarrollo económico
espontáneamente beneficioso.184 En esa concepción se idealizó la
184 En palabras de Adam Smith: “El estadista que trate de orientar a los
individuos privados acerca de la forma en que deberían emplear sus respectivos
capitales, no solo se estará embarcando en una empresa muy por
encima de sus fuerzas, sino además se arrogará una autoridad que no sería
prudente que la detentara una sola persona, y ni siquiera todo un Senado,
por sabio que fuese; una autoridad que no podría ser depositada en un lugar
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caótica multiplicidad de las interacciones económicas individuales,
refiriéndola a la célebre mano invisible como una orientación un
tanto misteriosa pero siempre beneficiosa para las decisiones individuales.
185 Así, Adam Smith reconoció, aunque de forma idealizada,
que el carácter centrífugo de la sociedad capitalista carecía
de correctivos vitales, para que la caótica multiplicidad de las interacciones
económicas entre los “individuos” —en su cuadro caracterizador
limitados a los individuos poseedores de capital, y
quienes, en palabras de Smith emplean “su capital para sostener la
industria doméstica”— no se hiciera pedazos como consecuencia
de que sus componentes se impulsan en direcciones muy diferentes.
En realidad, las determinaciones centrífugas del proceso de reproducción
capitalista no surgen simplemente de las intenciones
divergentes de los individuos, sino al mismo tiempo también de
los intereses irreconciliables de las clases antagónicas compuestas
por los individuos de la sociedad. Hay dos correctivos vitales a la
más peligroso que en las manos de un hombre, tan presuntuoso o autosuficiente
como para creerse capaz de ejercerla por sí solo”. A. Smith, An Inquiry
into The Nature and Causes of The Wealth of Nations, editado por
J. R. McCulloch, Adam y Charles Black, Edimburgo, 1863, p. 200.
185 “(…) así como cualquier individuo en particular se esfuerza lo más que
puede en emplear su capital para sostener la industria doméstica, y en elegir
y seguir el ramo en el que su producción ha de adquirir más valor, cada quien
se empeña también, aunque no lo intente directamente, en conseguir que la
ganancia anual de la sociedad en común sea lo más alta posible. Es cierto
que por lo general nadie se propone intencionalmente promover el interés
público, y quizá ni siquiera esté consciente de cuánto lo fomenta. Cuando
prefiere la industria doméstica a la extranjera, solo tiene en mente su propia
seguridad; al dirigir esa actividad de modo que su producción adquiera el
mayor valor posible, solo piensa en su propia ganancia; en este, como en
otros muchos casos es llevado, como por una mano invisible, a promover
un fin que nunca estuvo en su intención producir. (…) porque, al procurar
su propio interés personal no es raro que promueva el la sociedad con
más eficacia de lo que lo haría si realmente intentase piensa fomentarlo
directamente”. Ibid., pp. 199-200.
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“centrifugalidad” del sistema capitalista, sin ellos peligrosamente
destructiva. El primero es el mercado, cuya importancia es reconocida
casi universalmente. Mas no ocurre así en el caso del segundo
correctivo esencial: el papel más o menos amplio de la intervención
practicada por el Estado capitalista. En tal sentido, hasta los
defensores del “mercado” más estentóreos —y apasionadamente
exagerados— como Hayek y sus seguidores, asumen una posición
completamente irrealista, al invitar a los conservadores neoliberales
a “hacer retroceder las fronteras del Estado”, cuando en realidad
sin lo diametralmente opuesto, es decir, el papel de sostén cada vez
mayor que ejerce el Estado, el sistema capitalista no podría sobrevivir
ni siquiera por un día.
Por supuesto, el reconocimiento del antagonismo básico entre
el capital y el trabajo no podía constituir una parte integrante del
escenario de Adam Smith. En parte por esta razón, él podía aún ignorar
más o menos el fundamental papel correctivo del Estado; y
le era dable hacerlo en parte también porque el Estado capitalista
desempeñaba en su época un papel intervencionista mucho menos
pronunciado que el que tiene en nuestro tiempo. Sin embargo, en
ciertos aspectos, el papel que Smith le atribuyó a la “mano invisible”
cumple ambas funciones correctivas, aunque no tan claramente
delimitadas. En efecto, la caracterización bastante misteriosa de
la “mano invisible” fue consecuencia de la necesidad de fusionar las
dos funciones correctivas percibidas de manera no muy precisa, a
la vez que quería también proteger los procesos económicos capitalistas
espontáneos de la interferencia de la “estulticia presuntuosa”
de los políticos. El papel de generador de cohesión del mercado parecía
bastante obvio, dada la manera como la “mano invisible” supuestamente
orientaba las intenciones de los individuos y promovía
al mismo tiempo sus intereses particulares. Sin embargo la naturaleza
beneficiosa y eficaz de la “mano invisible” no se limitaba a eso,
puesto que también se afirmaba que los individuos eran orientados
para “emplear su capital en el sostenimiento la industria doméstica”,
que ciertamente constituye una de las funciones correctivas
más importantes del Estado capitalista.
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En el siglo XX ya no se pudo mantener la definición imprecisa
del papel correctivo y protector del Estado. Los economistas tuvieron
que asumir una posición a favor o en contra. El intento de Hayek
de idealizar de manera ahistórica la “mano invisible” de Adam
Smith y a la vez satanizar la intervención estatal como el camino a
la servidumbre —como lo plantea el título de su famoso libro de
cruzada The Road to Serfdom— estaba al servicio de un propósito
eminentemente conservador. Mas ni siquiera esa hostilidad pudo
negar el carácter objetivo de la propia tendencia condenada. Por
el contrario, Keynes asumió una actitud absolutamente positiva al
respecto. Contrariamente a sus detractores neoliberales, quienes lo
acusan de tener una intención antiliberal —aunque de hecho solo
se pronunció en contra de la persistencia de las fantasías del laissezfaire—
Keynes adoptó una visión positiva en relación con la participación
del Estado en la gestión económica, incondicionalmente a
favor de la supervivencia del capitalismo privado, aunque algunos
de sus seguidores trataron de utilizar su enfoque con propósitos reformistas
orientados más hacia la izquierda (en general con no mayor
éxito que algunos ministros conservadores de la posguerra en
Gran Bretaña). Sin embargo, a Keynes le quedó claro que los cambios
en las determinaciones y condiciones objetivas del desarrollo
económico y político del siglo XX hacían necesario un ajuste correspondiente
de la política económica general, como contraste con
los tiempos pasados del capitalismo de laissez-faire.186 Esta posición
fue elocuentemente expresada en un pasaje importante de su
Teoría general:
Por ello, si bien a la ampliación de las funciones de gobierno, que supone
la tarea de ajustar la propensión a consumir al incentivo para invertir,
a un publicista del siglo XIX o a un financiero norteamericano contemporáneo
le paracería una espantosa limitación del individualismo, yo, por
186 Ver p. 320 de The General Theory of Employment, Interest and
Money de John Maynard Keynes, Londres, MacMillan & Co., 1957 (primera
edición 1934).
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el contrario, la defiendo, tanto por constituir el único medio disponible
de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes, como
por ser condición del ejercicio exitoso de la iniciativa individual. (…) Los
regímenes autoritarios de la actualidad parecen resolver el problema del
desempleo a costa de la eficiencia y la libertad. Es verdad que el mundo no
tolerará por mucho tiempo más el desempleo que, aparte de breves intervalos
de excitación, va unido —en mi opinión inevitablemente— al capitalismo
individualista de nuestro tiempo; pero puede ser posible curar la
enfermedad mediante un análisis adecuado del problema, conservando al
mismo tiempo la eficiencia y la libertad.187
Así, los principales teóricos que adoptaron el punto de vista de
la economía capitalista formularon sus concepciones sobre la base
de las determinaciones objetivas —de hecho casi naturales— del
sistema que favorecían. Si al final se comprobó la absoluta ingenuidad
de Keynes en su pronóstico de que “el mundo no tolerará por
mucho tiempo más el desempleo inevitablemente unido al capitalismo
individualista de nuestro tiempo” (idea que repitieron luego
sin demasiada convicción Walt Rostow y otros), no fue simplemente
culpa suya como pensador. La esperanzada proyección keynesiana
quería genuinamente contrarrestar un defecto estructural objetivo
del sistema, un defecto que se evidenció con creces —con la derrota,
brutal al extremo, del tipo de intervención correctiva compatible
con la defensa explícita de las “formas económicas existentes” por
parte del propio Keynes— en una etapa posterior del desarrollo y
que se autoafirmó de manera irreprimible con el inicio de la crisis
estructural del sistema del capital en general.
Las determinaciones cuasinaturales que se manifiestan bajo el
dominio del capital son cuasinaturales precisamente porque “trabajan
a espaldas de los individuos”, incluidos entre ellos los responsables
de la toma de decisiones económicas y políticas. Ello es
aplicable también a la manera como pueden introducirse los correctivos
antes mencionados, independientemente de lo “conscientes”
187 Ibid., pp. 380-381.
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que puedan ser las intenciones de los encargados de la toma de decisiones.
La ceguera proveniente de las determinaciones que trabajan
a espaldas de los individuos no afecta solamente a los responsables
de la toma de decisiones involucrados directamente —con sus previsiones,
muchas veces frustradas, en el ámbito del mercado— sino
también a los administradores de las varias modalidades de intervención
estatal. No cabe duda, esa circunstancia no disminuye el
carácter objetivo de los procesos en marcha. Al contrario, tiende a
intensificarlos en el sentido de que les confiere a las determinaciones
que los individuos deben enfrentar con su conciencia la objetividad
más problemática de la cosificación. Por eso los grandes pensadores
que describen el mundo desde el punto de vista del capital, como
Hegel, sueñan con la “identidad sujeto/objeto”, que en principio superaría
los obstáculos que se alzan frente a la conciencia.
Paradójicamente, las teorías económicas concebidas dentro del
marco de esa objetividad, que se impone “a espaldas de los individuos”,
son ayudadas en grado considerable por las determinaciones
cuasinaturales del funcionamiento del sistema. Aunque pensemos
que en esa objetividad resulta relativamente útil tan solo como
“muletas”, ella es sin embargo importante para posibilitar que los
pensadores involucrados identifiquen —aunque con frecuencia bastante
unilateralmente— algunas tendencias objetivas importantes y
fundamenten en ellas las políticas propugnadas, como base para la
toma de decisiones. Sin embargo, una vez que percibimos las condiciones
que surgen más allá del capital, para el tipo de teorización
económica que conocemos las muletas antes disponibles desaparecen
de vista. Es decir, algo cualitativamente diferente debe tomar el
lugar de las determinaciones cuasinaturales como marco orientador
de la teoría económica y de los procesos prácticos correspondientes
al ejercicio de políticas autónomas.
La diferencia se hace clara cuando consideramos la cuestión de
la previsibilidad. Bajo las condiciones del capitalismo, las determinaciones
objetivas del desarrollo se manifiestan como tendencias
económicas identificables —y en ese sentido específico como
“leyes económicas” (razón por la cual se hace necesario introducir
el condicionamiento que resalte el carácter cuasinatural de esas
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determinaciones), en contraste con las leyes mucho más firmes de
las ciencias naturales, con su forma incomparablemente más precisa
y confiable de previsibilidad— que podrían constituir la base
de las anticipaciones probabilísticas de consecuencias futuras.
Esa cualidad, que es a la vez también una limitante, circunscribe
también, para bien o para mal las posibilidades predictivas de
las teorías críticas y no solo de las producidas por los creyentes a
ciegas en las virtudes del sistema establecido. De hecho, las conclusiones
y recomendaciones políticas de las teorías críticas y no
críticas pueden ser muy diferentes. Pero ambas deben fundamentar
sus evaluaciones en las determinaciones cuasinaturales de los acontecimientos
en curso. Es así como pueden preverse las tendencias
expansionistas o las recesiones, a fin de adoptar las medidas que se
juzguen apropiadas para afrontarlas.
Todo esto luce muy distinto cuando pensamos en las teorías
económicas factibles más allá del capital. Una vez que se superan
exitosamente las limitaciones surgidas de las determinaciones cuasinaturales
que se imponen “a espaldas de los individuos”, se van
con ellas las consecuencias deterministas que generaron y constituyen
el marco de las anticipaciones probabilísticas anteriores. Por
consiguiente, en las nuevas teorías las anticipaciones del futuro no
pueden considerarse predicciones en el sentido anterior. Se convierten
en estipulaciones con respecto al futuro, que se originan de
las decisiones políticas tomadas en un contexto determinado, con
base en determinados objetivos establecidos conscientemente por
los individuos involucrados, en relación con los recursos materiales
y humanos disponibles. En otras palabras, ese tipo de “predicción”
es análogo a cuando una organización deportiva como, por ejemplo,
la Asociación de Fútbol, estipula y anticipa que un juego en particular
deberá comenzar, y comenzará, el sábado a las 3 de la tarde:
algo que en principio debe estar dentro de las posibilidades de los
participantes.
Así, el hecho de que en la sociedad más allá del capital el “determinismo
económico” sea dejado atrás trae consigo la consecuencia
obligada de que bajo las nuevas circunstancias la teoría
económica tiene que hallar una manera muy distinta de relacionar
265
Capítulo 6: La teoría económica y la política: más allá del capital
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el futuro con el presente. La concepción de la inercia del pasado
como una fuerza condicionante del presente y del futuro ya no
puede seguir desempeñando su papel tradicional. En consecuencia,
la redefinición práctica de las relaciones temporales de la interacción
social significa que la toma consciente de decisiones con respecto
al futuro, incorporado de manera tangible en los objetivos que
los individuos se fijan a sí mismos, se convertirá en la fuerza orientadora
controlable del presente, en contraposición con el mismo
papel desempeñado antes de manera incontrolable por la inercia del
pasado.
6.5 Precondiciones objetivas para la creación de una
teoría económica no determinista
Naturalmente, no hay forma de articular un nuevo tipo de teoría
económica —no determinista— sin que se den algunas precondiciones
objetivas, junto con su correspondiente marco de toma de
decisiones políticas consciente.
La raíz del problema reside en el hecho de que la teoría económica
no determinista, como orientadora de la toma de decisiones
consciente, solo resulta concebible cuando las condiciones a las que
se refiere, como fundamento de la evaluación de los objetivos perseguidos,
son transparentes. Las teorías que prevén una solución
gracias a la “mano invisible” intentan eliminar el problema en sí
decretando una imposibilidad de transparencia a priori. Esas
teorías pueden adoptar formas extremadamente conservadoras,
que buscan transformar en virtud moral el papel que limita a los
individuos a una subordinación sin condiciones a los imperativos
del sistema del capital. El celo cruzadista de Hayek constituye un
ejemplo notable de esa manera de evaluar las cosas. Hayek escribe
en un artículo programáticamente titulado “El imperativo moral del
mercado”:
Para posibilitarles a las personas adaptarse a una estructura que no
conocen (y cuyos determinantes también desconocen), debemos permitir
que el mecanismo espontáneo del mercado les diga lo que deben hacer.
(…) Nuestro conocimiento moderno nos indica que los precios son señales
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que les informan a las personas lo que deben hacer para ajustarse al resto
del sistema.188 (…) Las personas deben estar dispuestas a someterse a la
disciplina constituida por la moral comercial.189
Así, Hayek quiere hacernos creer que al conferirle el estatus de
“moralidad” ficticia al imperativo capitalista de subordinar a los individuos
a las determinaciones estructurales de un sistema que, en
sus palabras, ellos desconocen y que en principio no pueden conocer,
y al emplear engañosamente la expresión deben hacer (como
obligación moral), en lugar de tienen que hacer, su mensaje autoritario
(según el cual los individuos reacios190 deben “ajustarse al
resto del sistema”) se convierte en sinónimo de defensa de la libertad.
Y Hayek prosigue en esa línea de razonamiento y asevera la
imposibilidad de transparencia a priori en nombre del “mecanismo
espontáneo del mercado” (que, bajo las condiciones favorables a las
tendencias monopólicas y las inicuas relaciones de poder correspondientes,
no constituye un simple mecanismo ni es espontáneo),
aunque se ve obligado a admitir que los principios por él defendidos
nunca han sido justificados racionalmente.191 Al mismo tiempo,
sin la menor preocupación por la ausencia de justificación racional,
Hayek nos advierte que la adopción sin reservas de su “moral
comercial” (que descarta tajantemente la idea de la justicia social
188 Hayek, “The Moral Imperative of the Market”, en Martin J. Anderson,
ed., The UnfinishedAgenda: Essays on the Political Economy of
Government Policy in Honour of Arthur Seldon, Londres, The Institute
of Economic Affairs, 1986, p. 147.
189 Ibid., p. 149.
190 En el mismo artículo, Hayek se lamenta de “la incapacidad de gran número
de personas de aceptar los principios morales que forman la base del
sistema capitalista (…) la gran mayoría de la gente (y no estoy exagerando)
ya no cree en el mercado”.
191 Ibid., p. 148.
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Capítulo 6: La teoría económica y la política: más allá del capital
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como un espejismo 192 y convierte por decreto en un deber moral
“aprender la rígida disciplina del mercado”) es un “asunto crucial
para la futura preservación de la civilización, que debe afrontarse
antes de que los argumentos del socialismo nos traigan de vuelta a
una moralidad primitiva”.193
En realidad, la razón fundamental de la falta de transparencia en
nuestro tiempo no radica en el hecho inalterable de que la sociedad
esté conformada por individuos, sino en la condición radicalmente
alterable de que éstos están sometidos a fuerzas estructuradas jerárquica
y antagónicamente. Las dificultades básicas que enfrentan
la teoría económica y la toma de decisiones políticas no provienen
de las intenciones divergentes de los individuos particulares —razón
por la que deben ser invocados los buenos servicios de la “mano
invisible”, mientras nada se dice de la ostensible “mano visible” del
Estado, o se la distorsiona tendenciosamente— sino de la naturaleza
antagónica de las relaciones sociales prevalecientes. El poder de
los individuos como individuos particulares —y no como personificaciones
de fuerzas sociales que actúan de acuerdo con los imperativos
de su “posición social”— es exagerado enormemente, a
fin de prejuzgar las cosas a favor de la “mano invisible”. Pero, la
razón principal del carácter incorregiblemente viciado de la toma
de decisiones, a causa de la opacidad de las determinaciones sociales,
puede ubicarse precisamente en su carácter adversarial. Así,
si queremos sustituir la opacidad de la objetividad cosificada por
la transparencia de las relaciones sociales controlables, tenemos
que vencer la inercia fatídica de la naturaleza adversarial.
La viabilidad de la toma consciente de decisiones políticas y
económicas “más allá del capital” solo es factible sobre esa base.
El sometimiento a una disciplina externa —bien en nombre de
la moralidad ficticia que defiende la rígida disciplina del mercado
o de la imposición de la extracción forzada políticamente del
192 Ibid., p. 146.
193 Ibid., p. 148.
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plustrabajo— está, en ese respecto, condenada al fracaso. La única
disciplina compatible con la concepción que estamos tratando (es
decir, un nuevo tipo de teoría económica —no determinista— desarrollada
en conjunción con un marco correspondiente de toma de
decisiones políticas consciente) es la disciplina interna adoptada
por los individuos con base en los objetivos compartidos que ellos
mismos han de establecer de una manera no adversarial, sin la presión
de determinaciones conflictivas inconciliables. De lo contrario,
la conciencia de los individuos se distorsionará incorregiblemente
y se transformará en variedades de falsa conciencia, pues se verán
inducidos a racionalizar y justificar las decisiones que les hayan
sido impuestas como si fueran sus propias decisiones autónomas,
correctas y elogiables.
Una teoría económica no determinista presupone una relación
cualitativamente diferente entre la economía y la política en
dos sentidos. El primero atañe a la conexión directa entre los
dos campos, que podríamos llamar su relación interna. Tal cosa
se desprende del hecho de que una vez haya sido dejada atrás la
preponderancia de las determinaciones y los imperativos materiales
y económicos, los procesos tradicionales de toma de decisiones
políticas pueden ser redefinidos significativamente de una forma
mucho menos unilateral. El segundo sentido, estrechamente
relacionado con el primero, tiene que ver con el problema de la
superación de la alienación, tanto en la economía como en la
política. Puesto que la manera como funcionan los dos campos
bajo el gobierno del capital solo puede ser caracterizado como la
alienación del poder de tomar decisiones de los individuos —de
todos los individuos, que tienen que adaptarse al papel alienado
que les ha sido asignado como personificaciones del capital o
personificaciones del trabajo. Por eso la noción concerniente
a los “individuos soberanos que hacen valer sus intenciones y se
esfuerzan por lograr sus intereses particulares en la sociedad de
mercado, la única sociedad sustentable”—en plena armonía con el
interés de la sociedad como totalidad, gracias a la “mano invisible”
benevolente— resulta tan indefectiblemente incapaz de describir
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Capítulo 6: La teoría económica y la política: más allá del capital
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el estado de cosas real.194 La toma de decisiones, tanto en política
como en el campo de la economía está en realidad brutalmente
limitada y distorsionada, en correspondencia con los imperativos
alienantes de la acumulación del capital y de la expansión a los
que ambas deben someterse. Al mismo tiempo, a los individuos
como tales se les niega el poder de tomar decisiones, en el sentido
de que sus “decisiones” se las predetermina el “poder de las
cosas”, en concordancia con la alienación y la cosificación. Así,
el cambio cualitativo en la relación entre la economía y la política
en el segundo sentido significa la restitución a los individuos del
poder de tomar decisiones como individuos sociales que actúan
conscientemente. Es este el único modo posible de reconstituir la
unidad de la política y la economía, junto con la armonización del
individuo y la toma de decisiones sociales en el sentido significativo
del término.
Todo ello tiene implicaciones de gran alcance para el tiempo
productivamente utilizable de la sociedad, no solo en el sentido ya
mencionado de que la redefinición práctica de la interacción social
en relación con el futuro se convierte en la fuerza orientadora del
presente, en contraste con el papel alguna vez desempeñado al respecto
por la inercia del pasado. Igual importancia tiene el cambio
que ocurre respecto al tiempo directamente controlable por los individuos
como individuos sociales. Como sabemos, bajo el dominio
del capital el tiempo necesario requerido para expandir la producción
y la acumulación del capital les es impuesto a los individuos
externamente —mediante la “rígida disciplina del mercado” o a
través de las modalidades poscapitalistas de extracción del plustrabajo—
en conformidad con el imperativo temporal inmutable
del sistema. Sin embargo, mientras más avanzado sea el potencial
194 “El fundamento esencial del desarrollo de la civilización moderna es
permitirle a la gente que logre sus propios fines sobre la base de su propio
conocimiento, y no se vea limitada por las metas de los demás”. Hayek:
Ibid., p. 146. Alguien que hable en estos términos con toda seriedad únicamente
puede demostrar que no solo no vive en la “civilización moderna”
de la “sociedad moderna”, sino ni siquiera vive en el mismo planeta que el
resto de nosotros.
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productivo de una sociedad, más despilfarrador resultará manejar
así sus relaciones productivas. Pues mucho más allá de la extracción
y apropiación del plustrabajo estrictamente regulado y externamente
controlado (bajo el capitalismo, equivalente exclusivamente al
plusvalor), en una sociedad productivamente avanzada hallamos
también la enorme potencialidad positiva del tiempo disponible de
los individuos, que no puede ser utilizado de inmediato por el modo
de control metabólico social del capital con “eficiencia económica”
manejable desde afuera.
Naturalmente, no puede existir ninguna razón para que los individuos
tengan que sentirse internamente/positivamente motivados
—condición vital para activar esa dimensión de la riqueza— a
depositar su tiempo disponible en el fondo común de sus prácticas
productivas y distributivas, si no se encuentran en pleno control de
su actividad de vida como individuos sociales. Por eso bajo las condiciones
de adversariedad y su necesaria ausencia de transparencia,
la riqueza potencialmente inmensa —si bien por naturaleza propia,
y para disgusto del capital, definible solo cualitativamente— del
tiempo utilizable de los individuos tiene que ser despilfarrada en
nuestras sociedades, en las que la necesidad de utilizarlo de manera
creativa crece lamentablemente día a día. Infelizmente, incluso
cuando consideramos la prodigalidad insostenible de nuestro orden
metabólico social, tendemos a enfocarnos en el tema de la energía y
los recursos materiales primordiales mal utilizados, y a olvidar por
completo esta dimensión vital del problema. En contraste, la teoría
económica no determinista y el marco correspondiente de toma de
decisiones políticas, basados en la activa participación de todos, no
resultan posibles si no se desarrolla la gran potencialidad positiva
del tiempo disponible de los individuos.
6. 6 Contabilidad socialista y política emancipadora
Volviendo al tema de la planificación como conclusión de este
capítulo, cabe resaltar antes que nada la importancia y la gran dificultad
de instituir una planificación abarcante.
Ya hemos visto que durante la Segunda Guerra Mundial incluso
el gobierno del país capitalistamente más poderoso, los Estados
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Unidos, tuvo que adoptar la planificación central, a fin de garantizar
las condiciones materiales necesarias para vencer a Hitler. Por
supuesto, eso aconteció en las condiciones extremas de un estado
de emergencia. De no ser así, las determinaciones económicas y
sociales del sistema capitalista hacen más problemáticos todos los
intentos de establecer la planificación abarcante. Sin embargo, los
promotores de la idolatría del mercado distorsionan la cuestión,
como si la oposición entre “planificación central” y “escogencia individual”
fuese una oposición metafísica atemporal. No obstante,
la “escogencia individual” —y la idea asociada de la “autonomía
local”— no significa absolutamente nada si las escogencias “autónomas”
hechas por los individuos, o los grupos de individuos, a nivel
local se ven anuladas por los imperativos materiales del sistema
económico y las directrices autoritarias de su estructura de mando
general. Si no se introducen los condicionamientos históricos apropiados,
la tan preciada oposición entre “planificación y escogencia
individual” —así como la oposición entre “crecimiento versus no
crecimiento”— solo puede ser una oposición falsa en beneficio de
sí misma.
Bajo circunstancias normales, en la variedad capitalista de
nuestro orden reproductivo social no puede haber planificación
abarcante. Lo que se ratifica cuando las corporaciones
semimonopólicas gigantes adoptan una forma de planificación
problemática, necesariamente truncada. Su tipo de planificación
tiene que ser truncada, porque ellas mismas solo pueden ser cuasi
monopólicas por gigantescas que sean, ya que nunca pueden
acaparar el mercado mundial ni siquiera en su propio ramo de
actividad productiva relativamente restringido, y mucho menos
en la totalidad. Por supuesto, a nadie sorpende el hecho de que
la planificación corporativa incorregiblemente truncada sea
idealizada a veces como una planificación plenamente viable en
todo sentido, como lo hace John Kenneth Galbraith.195 Mas esa
195 Ver su libro: The New Industrial State, edición revisada y actualizada,
Nueva York, 1971.
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evaluación del problema no equivale a nada más que una mera
ilusión. En efecto, en el caso de Galbraith, la noción crasamente
exagerada de la planificación de las grandes corporaciones estaba
vinculada incluso con la idea de que —a causa del proceso de
planificación supuestamente compartido por la economía soviética
en su conjunto y las corporaciones gigantes norteamericanas—
bajo las circunstancias dadas los dos sistemas ya estaban en efecto
convergiendo hacia algo cualitativamente diferente tanto del
capitalismo como del socialismo. No hace falta decir que nada
podría estar más alejado de la realidad que la ilusa proyección de
la “convergencia” de las dos sociedades, como lo ha demostrado
claramente el dramático derrumbe del sistema soviético y la
subsiguiente restauración del capitalismo en toda la Europa del
Este.
El obligado fracaso de la planificación bajo el capitalismo196
empezó a evidenciarse en Inglaterra durante el gobierno de Harold
Wilson, que se formó después de la victoria electoral del Partido
Laborista en 1964. En aquel momento Wilson hablaba todavía de
“conquistar los puestos de mando de la economía” y hasta inventó
un nuevo ministerio económico para lord George Brown, el segundo
de a bordo del Partido Laborista. Se suponía que este ministerio
introduciría algunos cambios importantes en la administración de
la economía inglesa, en sintonía con el proceso de planificación
defendido. Sin embargo, sucedió que el intento resultó un completo
fracaso, y la aventura tuvo que llegar a un final infeliz. En lugar del
gobierno “conquistar los puestos de mando de la economía”, ocurrió
196 Solo sería factible un cambio importante en ese sentido en circunstancias
en las que —a causa de algunas crisis económicas y políticas de envergadura
—la presión de las masas populares, junto con la buena disposición
de las fuerzas más progresistas del cuerpo judicial estatal, pudieran contrarrestar
con contundencia y por el tiempo necesario la obvia hostilidad de
los círculos comerciales dominantes para con la intervención reguladora
abarcante. Pero, evidentemente, una situación tal se parecería al estado de
emergencia experimentado durante la Segunda Guerra Mundial, aunque en
menor escala.
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lo diametralmente opuesto: los “puestos de mando” de las grandes
empresas conquistaron al gobierno y lo obligaron a abandonar
completamente las antiguas ideas de reforma socialdemócrata. Con
ello se anunciaba la transformación del Partido Laborista en “amigo
del comercio”, según las orgullosas palabras de su líder actual.
En el transcurso del desarrollo histórico del capital, y en especial
en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, el significado
original de economía como economizar ha sido borrado
por completo por el imperativo del proceso de autorreproducción
siempre en expansión del sistema. Como ya se dijo, la expansión
bajo el dominio del capital siempre estuvo subordinada al imperativo
de la acumulación del capital para el cual —desde el punto de
vista del sistema— no pueden existir límites. El fracaso en lograr el
“crecimiento” en ese sentido atrofiado, como una “expansión de los
activos del capital siempre expandibles”, es considerado con absoluta
aflicción como una violación de la lógica interna del sistema.
La idea de introducir conscientemente restricciones reguladoras
a la acumulación del capital, en pro del desarrollo sustentable, fue
—y lo será siempre— descartada como algo absolutamente destinado
al fracaso. Las determinaciones sistémicas casi naturales del
capital no lo tolerarían. Así la “economía” se convierte en sinónimo
de “todo cuanto sea propicio para la expansión o acumulación
continuas”, independientemente de las consecuencias humanas y
ambientales, lo que excluye el economizar como un concepto inútil
y hasta hostil. Por eso hay que rechazar categóricamente la planificación
abarcante como correctivo necesario, incluso si ese rechazo
apriorístico es embellecido ideológicamente —desde Ludwig von
Mises197 hasta Frederick von Hayek y sus seguidores— como “sentido
común” irrebatible.
197 Ver su libro sobre socialismo: Socialism, New Haven, Yale University
Press, 1951,
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Sin embargo, está claro que las consecuencias destructivas del
proceso de reproducción del capital198 no pueden ser corregidas sin
el redescubrimiento del significado original de la economía como el
necesario economizar de la buena administración en un mundo de
recursos finitos, y sin su única aplicación consciente y factible mediante
la planificación abarcante. El despilfarro extremo de nuestro
modo de control metabólico social existente —con respecto tanto
a la utilización de recursos materiales no renovables como al peligroso
impacto de los procesos de producción de capital y de sus
productos irresponsablemente subutilizados en el medio ambiente
global— empeora con el transcurso del tiempo, sin que exista ninguna
evidencia de que se aborden las determinaciones subyacentes
en la escala necesaria. Hasta los intentos más limitados de planificar
alguna mejoría en un solo campo, como por ejemplo la reducción de
las emisiones nocivas hacia la atmósfera mediante las “buenas intenciones”
del protocolo de Kyoto, son rechazados sin miramientos
por el país capitalista más poderoso.
El problema está en que abordar la necesidad de una planificación
abarcante no constituye simplemente una cuestión de escala
(parcial en su aplicación a ciertas ramas de la industria por parte
de algunas corporaciones, por ejemplo, en contraposición a su aplicación
en todo el territorio nacional), y ni siquiera de duración del
proceso (necesariamente temporal bajo el capitalismo, en el sentido
de que debe restringirse a los estados de emergencia, por graves
que sean). Más importante aún es que el compromiso con la planificación
abarcante pone inevitablemente en agenda el desafío de
concebir un modo de reproducción metabólico-social alterno, al
menos por implicación. Ya que, dadas las condiciones bajo las cuales
puede surgir el problema en sí, incluso las medidas parciales positivas
de la intervención reguladora —que antes que nada tienden a
ser predominantemente contramedidas a las determinaciones casi
naturales del capital— permanecen en peligro constante, bajo la
198 Idealizado por muchos, incluido Schumpeter, como “destrucción productiva”,
cuando en realidad la “producción destructiva” se va haciendo
cada vez más dominante.
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amenaza de una reversión total e incluso de la restauración capitalista
a plena escala, a menos que se amplíen exitosamente de manera
que terminen siendo los ladrillos del edificio de un modo radicalmente
diferente de manejar el intercambio de los individuos entre
sí y con la naturaleza. El derrumbe del sistema de tipo soviético, con
su proceso de planificación autoritario, enfrentado con métodos relativamente
poco ortodoxos por los productores, ofrece una prueba
elocuente de la veracidad de esta proposición.
Naturalmente, no puede haber economía en el sentido significativo
de economizar sin una forma de contabilidad prácticamente
viable. Contrariamente a la “contabilidad económica” estrictamente
cuantificadora del capital —y que pretende ser la única “económicamente
aceptable”, y de hecho la “distribuidora de los recursos
escasos” ideal, cuando en realidad favorece por igual la forma más
extrema de despilfarro, en conformidad con los imperativos de la
acumulación del capital— la contabilidad socialista de la planificación
abarcante debe operar basándose en la restauración en la
práctica social de la dialéctica de la cantidad y la calidad, que
fue destruida gracias al despliegue universal de la vendibilidad, la
alienación y la cosificación. En tal sentido, la contabilidad socialista
debe estar orientada hacia la calidad, aun cuando tenga que evaluar
las cantidades disponibles para la distribución entre actividades
alternativas y propósitos legítimamente diferentes.
No disponemos de suficiente tiempo para explorar de manera
adecuada la gran variedad de aspectos complicados, y a menudo
distorsionados por razones ideológicas,199 de la necesaria orientación
hacia la calidad de la contabilidad socialista. Sin embargo, se
impone al menos una breve mención de algunos de ellos.
El primero tiene que ver con el aspecto de la producción para
cubrir las necesidades, en nítido contraste con la sumisión hoy predominante
y el rechazo ampliamente difundido de incluso las necesidades
más elementales de la inmensa mayoría de la humanidad,
199 El lector interesado puede encontrar una exploración de estos asuntos,
passim, en los capítulos 14 al 20 (pp. 522-870) de mi libro Beyond capital.
(En español, pp. 605-1003 de Más allá del capital.)
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al servicio de los dictados interesados de la producción “económicamente
viable”. Es decir, la determinación del proceso de distribución
y consumo se está dando en la dirección errónea. En vez de
partir de la demanda real basada en las necesidades para llegar a la
determinación de las metas productivas, los objetivos fijados capitalistamente
atan a las aspiraciones humanas frustradas a su lecho de
Procusto: las aspiraciones humanas frustradas. La gente tiene que
conformarse con lo que pueda obtener, si es que logra obtener algo.
Y para empeorar aún más las cosas, todo se hace en conjunción con
la ideología risible de la “soberanía del consumidor”.
Otro aspecto de nuestro problema puede definirse como la producción
de valores de uso en contraposición al predominio de los
valores de cambio que pueden ser trasladados con facilidad a la
cuantificación mecánica y la contabilidad basada en las ganancias.
En este caso también deben prevalecer los canales del sistema de
producción preestablecidos, sin importar lo despilfarrador que pueda
resultar un manejo así de la administración de los recursos humanos
y materiales. Más aún, en las décadas recientes en efecto la
situación ha venido empeorando en ese respecto, con el desenvolvimiento
de la crisis estructural del capital. Por eso estamos ante una
tasa decreciente de utilización de productos, servicios y maquinaria
productiva, aunque no es posible negar la necesidad de justamente
todo lo contrario, es decir, tasas crecientes de utilización,
a fin de satisfacer la demanda proveniente de incontables millones
que tienen que sobrevivir con menos de un dólar diario.
Cabe mencionar también en ese contexto el problema quizás más
inmediato y urgente, que amenaza en todas partes con la desestabilización
social y hasta posiblemente la explosión social: el cáncer
del desempleo creciente. Un enfoque estrictamente cuantitativo del
capital no sería siquiera capaz de percibir la naturaleza real del problema,
ni mucho menos de resolverlo. En el mejor de los casos podría
transformar parte del desempleo en variedades de subempleo,
lo cual sería imposible que funcionase a largo plazo. Por eso todas
las soluciones proyectadas terminaron siendo ilusorias e insustentables,
como por ejemplo el programa de “Pleno empleo en una
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Capítulo 6: La teoría económica y la política: más allá del capital
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sociedad libre” 200 propuesto por el “Padre del Estado del Bienestar”,
lord Beveridge, y concebido en el espíritu keynesiano. En un
mundo en el que el trabajo tiene que ser considerado un “costo de
producción” cuantificable, los correctivos solo pueden ser temporales/
coyunturales, sujetos a los imperativos de la acumulación del
capital —al menos relativamente intacta— como sucedió durante
las dos décadas y media de expansión de la posguerra. El intento
reciente de resolver el problema del desempleo mediante la inestabilidad
—que verdaderamente resulta ser el modo más cruel de
inestabilizar al ser humano— solo puede camuflar un fracaso cuyo
impacto está destinado a hacerse cada vez peor en el futuro cercano.
Evidentemente, en todos estos aspectos no es posible lograr nada
acorde con la importancia de los problemas mismos sin reorientar
drásticamente la contabilidad social hacia la calidad, en el interior
del marco de la planificación abarcante de los objetivos acordados
y administrados conscientemente, funcionando en armonía con el
personal —los “productores libremente asociados”— involucrado
más activamente en el manejo de sus propias actividades. Hay
que tomar en consideración también en este caso el famoso
principio marxiano de la distribución, que sostiene que en una
sociedad socialista avanzada los individuos trabajarán según sus
capacidades y recibirán del producto social general según
sus necesidades,201 puesto que ese principio muchas veces es
interpretado con unilateralidad burocrática, ignorando el énfasis
que Marx puso en la autodeterminación de los individuos, sin la
cual “trabajar según sus capacidades” significa muy poco, si es que
acaso significa algo. Así, los dos términos claves de la definición
marxiana —es decir, la capacidad y la necesidad individuales—
solo pueden adquirir su verdadero significado en el marco de una
contabilidad cualitativa. Es eso lo que establece los parámetros de
200 Full Employment in a Free Society, título de un influyente libro de
lord William Beveridge.
201 Ver Marx, Crítica del Programa de Gotha.
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un proceso de planificación abarcante viable en la práctica y factible
tan solo en una perspectiva de largo plazo.
Naturalmente, subrayar la importancia de una perspectiva a largo
plazo no significa que podamos ignorar “el aquí y el ahora”. Por
el contrario, si queremos concebir realistamente una transición202
hacia un orden social diferente a partir de las determinaciones
del presente, tenemos que ocuparnos de un horizonte mucho más
amplio que el acostumbrado. La perspectiva a largo plazo se hace
necesaria, porque la meta real de la transformación solo puede establecerse
dentro de ese horizonte. Además, si no se identifica la
meta apropiada el viaje carecería de norte, y por consiguiente los
involucrados podrían desviarse fácilmente de sus objetivos vitales.
Por otra parte, la comprensión de las determinaciones objetivas y
subjetivas de “el aquí y el ahora” resulta igualmente importante,
pues la tarea de instituir los cambios necesarios se define ya en el
presente, en el sentido de que a menos que comience a realizarse
“justo aquí y ahora”, aun cuando momentáneamente fuese de manera
modesta —con plena conciencia de las limitaciones existentes,
así como de las dificultades para sustentar el viaje en su horizonte
del tiempo más distante— no llegaremos a ninguna parte. Aunque
no deberíamos alentar irresponsablemente una acción precipitada y
prematura, no podemos excluir el riesgo de la prematuridad, pues se
estaría emprendiendo esa empresa tan fundamental y difícil que es
instituir un cambio estructural trascendental, aunque los individuos
interesados actúen de la manera más responsable posible. La verdad
es que si nos quedamos esperando las condiciones favorables y el
momento adecuado no lograremos nada.
Quienes abogan por un cambio estructural trascendental deben
estar siempre conscientes de las restricciones que habrán de enfrentar.
Al mismo tiempo, tienen que estar alertas para no permitir que
esas restricciones se congelen y se conviertan en la fuerza paralizante
de alguna “ley objetiva” ficticia que pueda desviarlas de sus
objetivos declarados. El proceso de planificación factible en “el aquí
202 El subtítulo de mi libro, “Más allá del capital”, es con buena razón
“Hacia una teoría de la transición”.
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y el ahora” constituye un notable ejemplo. Como acertadamente lo
subrayó Harry Magdoff, tanto en lo tocante a las dificultades objetivas
inevitables como a su transfiguración fetichista:
Obviamente, el tamaño y las capacidades de la fuerza laboral,
la cantidad y la calidad de la tierra cultivable, la potencial oferta de
materias primas, las herramientas y demás equipos disponibles, los
medios de transporte y comunicación, todos esos elementos establecen
fuertes limitantes en cuanto a lo que podría lograrse en determinado
momento. Cada paso de la planificación, a nivel nacional
y a nivel local, debe tomar en consideración las limitantes prácticas.
Una fábrica de aluminio que carezca de una fuente adecuada
de energía eléctrica sería inútil. Una industria química requiere por
lo general de mucha agua. Una acería debe tener a su disposición
fuentes de carbón combustible y mineral de hierro. En los niveles
más elevados de la planificación, hay que tener constantemente en
cuenta distintos balances y proporciones, como, por ejemplo, entre
la industria y la agricultura, los bienes de producción y los de consumo,
las industrias de extracción y las de producción, las necesidades
de transporte y la distribución, el ingreso de los consumidores y
la oferta de bienes de consumo. ¿Pero qué tienen que ver los límites
objetivos con las “leyes económicas objetivas” del socialismo? Aquí
llegamos al quid de la cuestión. El efecto de confundir las limitantes
y restricciones con las leyes obscurece, y hasta se podría decir
oculta, los problemas básicos y los aspectos políticos de una transición
socialista.203
Por supuesto, las limitantes y dificultades asociadas al intento
histórico de llevar una sociedad en buena medida subdesarrollada
de 1.300 millones de personas (es decir, 55 Venezuelas) al nivel
de producción alcanzado por los países industrialmente más
avanzados tienen que resultar enormes desde cualquier punto
de vista. Es comprensible, entonces, que los registros históricos
muestren avances interrumpidos por graves reveses y frustraciones.
203 Harry Magdoff, “China: New Theories for Old”, Monthly Review,
mayo de 1979, pp. 5-6.
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Hay que intentar muchas cosas, bajo circunstancias de fuertes
limitantes y en medio de la hostilidad externa, que probablemente
se harán mayores en el futuro. Vistos desde lejos, esos probemas
parecerán a veces muy difíciles de resolver. Vale la pena recordar
en este contexto un antiguo refrán, citado con tono aprobatorio por
el fallecido dirigente chino Deng Hsiao Ping, según el cual “el color
del gato” no importa —o sea que no debe preocuparnos el hecho
de que sea capitalista o socialista— “con tal de que cace ratones”.
A primera vista, eso puede considerarse bastante razonable. Pero
también, podríamos caer en la tentación de preguntar: ¿y qué
ocurriría si las políticas adoptadas terminan en una plaga de ratas
gigantes, en forma de desempleo estructural masivo, en vez de
la feliz captura de los ratones? Llamar a las innegables limitantes
y peligros existentes “las leyes objetivas del socialismo”, como
se hizo en el artículo criticado por Magdoff, no sirve de ningún
consuelo en ese respecto.204 Se necesita la lógica tan peculiar de
The Economist para admitir, por una parte, que la migración rural
hacia las ciudades en China causaría “una crisis de desempleo
con consecuencias sociales y políticas de largo alcance”, y por
la otra, defender en el mismo párrafo la adopción de esa política
potencialmente explosiva, insistiendo en que “China necesita
mantener bajos sus costos laborales permitiéndole a su población
rural trabajar libremente en las áreas urbanas”.205
Para nosotros, la procura del objetivo estratégico socialista de la
planificación abarcante, como manera de superar los peligros ecológicos,
entre otros que debe afrontar la humanidad —no en un futuro
lejanísimo, sino hoy mismo— continúa siendo más válida que
204 El economista chino Han Deqiang, en una conferencia dictada en el
taller del Grupo de los Verdes del Parlamento Europeo acerca de “La entrada
de China a la OMC”, llevado a cabo en julio de 2001, pinta un cuadro
deprimente del impacto negativo del capital occidental en los desarrollos
económicos de China. Ver “The Advantages and Disadvantages of China’s
Accession to the WTO”, disponible en Internet.
205 “China’s Economy: Persuading the Reluctant Spenders”, The Economist,
25-31 de agosto de 2001, p. 54.
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nunca. Nadie negará que los cambios que se requieren para la tan
necesaria transición hacia una sociedad más allá del capital son de
tal dificultad que su realización casi raya en lo imposible. La teoría
económica, que respeta el peso de las limitantes objetivas pero
se niega a someterse a sus determinaciones fetichistas, y por consiguiente
trabaja de la mano con la política emancipadora, puede
contribuir de manera vital al éxito de esa empresa.
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Capítulo 7: El desafío del desarrollo sustentable
y la cultura de la igualdad sustantiva206
A la memoria de Daniel Singer, con quien a menudo conversé
acerca de la insostenibilidad de nuestro orden de desigualdad
estructural.
7.1 Adiós a la “libertad-fraternidad-igualdad”
Hay dos proposiciones estrechamente conectadas que son centrales
en esta intervención. La primera es que si el desarrollo en el
futuro no es un desarrollo sustentable no habrá entonces ningún desarrollo
significativo, sin que importe lo mucho que lo necesitemos;
sino tan solo se darán intentos frustrados de tratar de cuadrar el círculo,
como ha venido ocurriendo en las décadas recientes marcadas
por teorías y prácticas “modernizadoras” cada vez más elusivas,
que los voceros de las antiguas potencias coloniales le recetan condescendientemente
al llamado “Tercer Mundo”. Y la segunda proposición,
corolario de la anterior, es que la condición inseparable de
la procura de un desarrollo sustentable es la realización progresiva
de la igualdad sustantiva. En este contexto cabría subrayar también
que los obstáculos que hay que vencer podrían resultar mucho más
fuertes. Porque hasta el día de hoy la cultura de la desigualdad sustantiva
sigue dominando, a pesar de los esfuerzos, en general bastante
débiles, por contrarrestar el dañino impacto de la desigualdad
social implementando en la esfera política algún mecanismo de
igualdad estrictamente formal.
Bien podríamos preguntarnos: ¿qué pasó en el transcurso
del desarrollo histórico subsiguiente con las nobles ideas de
206 Conferencia dictada en el Foro Cultural de los Parlamentos de América
Latina “Cumbre sobre la deuda social y la integración latinoamericana”
efectuada en Caracas, Venezuela, del 10 al 13 de julio de 2001.
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libertad-fraternidad-igualdad proclamadas en la época de la
Revolución Francesa y en las que tantos siguieron creyendo genuinamente
durante largo tiempo después? ¿Por qué había que descartar
a la vez la fraternidad y la igualdad, a menudo con ostensible
desdén, y reducir la libertad al frágil esqueleto del “derecho democrático
al voto”, ejercido por un número de personas que disminuye
escépticamente en los países que gustan de autodescribirse como
“modelos de democracia”?207 Y no son estas, ni remotamente, las
únicas malas noticias. Porque, como lo demuestra ampliamente la
historia del siglo XX, hasta las escasas medidas de igualdad formal
son consideradas muchas veces un lujo insostenible, y son anuladas
descaradamente mediante prácticas políticas corruptas y autoritarias,
o ciertamente por intervenciones dictatoriales procuradas de
manera abierta.
Después de más de todo un siglo de promesas de eliminar —o
por lo menos de reducir apreciablemente— la desigualdad, mediante
la “tributación progresiva” y otras medidas legislativas estatales,
asegurando así las condiciones del desarrollo socialmente viable a
todo lo ancho del mundo, lo que vino a caracterizar la realidad fue
la desigualdad cada vez mayor no solamente entre el “norte desarrollado”
y el “sur subdesarrollado”, sino incluso dentro de los países
capitalistamente más avanzados. Un reporte reciente del Congreso
de los Estados Unidos (que no podría ser acusado de “inclinación
207 Baste con pensar en dos ejemplos recientes: (1) la privación en la práctica
de los derechos de incalculables millones de personas, debido a la apatía
o a la manipulación, y la farsa electoral que presenciamos luego de la
elección presidencial en los Estados Unidos, y (2) la participación más baja
que nunca de votantes en las elecciones generales de junio de 2001 en Inglaterra,
que produjo una mayoría parlamentaria grotescamente inflada de 169
representantes para el partido de gobierno con los votos de menos del 25 %
del electorado. Los voceros del partido vencedor alardearon, negándose a
escuchar el claro mensaje de advertencia del electorado, de que el “ Nuevo
Laborismo” había conseguido una “victoria arrasadora”. Shirley Williams
comentó sagazmente, haciendo un juego de palabras con la expresión en
inglés para “arrasadora” (land-slide, literalmente “alud de tierra”) que la
votación había sido más bien un mud-slide (“alud de lodo”).
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izquierdista”) admitía que el ingreso del 1 % de la capa más alta de
la población americana excede hoy día al del 40 % de la más baja;208
una cifra que en las dos últimas décadas duplicó al “solamente” 20
% anterior, con todo y lo escandalosa que ya era esa cifra más baja.
Esos desarrollos regresivos marchaban de la mano con el planteamiento
inicial de una falsa oposición entre “igualdad de resultados”
e “igualdad de oportunidades”, para entonces abandonar incluso las
alabanzas hipócritas alguna vez rendidas a la idea (nunca realizada)
de la “igualdad de oportunidades”. Y no se trata de que ese tipo de
resultados finales se pueda considerar sorprendente. Porque una vez
que el “resultado” socialmente desafiante es sacado arbitrariamente
del cuadro para oponerlo a la “oportunidad”, esta última queda vaciada
de todo contenido y, a cuenta del término “igualdad”, carente
de objeto y totalmente vacío (y para peor: negador del resultado),
se ve convertida en la justificación ideológica de la negación efectiva
en la práctica de toda oportunidad real para quienes la necesitan.
Hubo una vez en que los pensadores progresistas de la burguesía
creciente predicaban optimistamente, como lo hizo una gran figura
de la escuela histórica de la Ilustración escocesa, Henry Home, que
la dominación de un ser social por otro sería recordada en el futuro
como un mal sueño, porque “la Razón, recobrando su autoridad
soberana, proscribirá de un todo el hostigamiento, y dentro de un
siglo ya se considerará extraño que el hostigamiento haya prevalecido
alguna vez entre los seres sociales. Quizá hasta se ponga en duda
que haya sido puesto en práctica seriamente”.209 Irónicamente, sin
embargo, a la luz de la manera como han venido resultando realmente
las cosas, lo que hoy nos parece bien difícil de creer es que
los representantes intelectuales de la burguesía en ascenso pudieran
haber razonado alguna vez en semejantes términos. Porque un gigante
de la Ilustración francesa del siglo XVIII, Denis Diderot, no
208 Ver David Cay Johnston, “Gap Between Rich and Poor Found Substantially
Wider”, New York Times, 5 de septiembre de 1999.
209 Henry Home (lord Kames), Loose Hints upon Education, chiefly
concerning the Culture of the Heart, Edimburgo y Londres, 1781, p. 284.
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vaciló en aseverar con gran radicalismo social que “si el jornalero
está en la miseria la nación misma es miserable”.210 Igualmente
Rousseau, con extremo radicalismo y mordiente sarcasmo, describía
al orden de dominación y subordinación social prevaleciente de
esta manera:
Los términos del pacto social entre esos dos estados de los hombres
se pueden resumir en pocas palabras: “Tú me necesitas, porque
yo soy rico y tú eres pobre. Por lo tanto llegaremos a un acuerdo. Yo
te permitiré tener el honor de servirme, con la condición de que tú
me concedas lo poco que te queda, en retribución del esfuerzo que
me costará el mandarte.211
En el mismo espíritu, el gran filósofo italiano Giambattista
Vico insistía en que la culminación del desarrollo histórico será “la
era de la humanidad en la cual todos los hombres se reconozcan
como iguales en la naturaleza humana”.212 Y con mucha
anterioridad Thomas Münzer, el líder anabaptista de la revolución
campesina alemana, precisó en su panfleto contra Lutero la causa
fundamental del avance del mal social en términos muy tangibles,
diagnosticándolo como el culto a la vendibilidad y la alienación
universales, para concluir su discurso diciendo lo intolerable que
era “que toda criatura haya de ser transformada en propiedad: los
peces del agua, las aves del aire, las plantas de la tierra”.213 Era esa
una identificación visionaria de lo que iba a desenvolverse con una
210 Artículo de Diderot sobre Journalier en la Encyclopédie.
211 Rousseau, A Discourse on Political Economy, Everyman edition,
Londres, s.d., p. 264. Rousseau también afirmó categóricamente que “la libertad
no puede existir sin la igualdad”, The Social Contract, Everyman
edition, p. 42.
212 Vico, The New Science, traducido de la 3ª edición (1774), Doubleday
& Co., Nueva York, 1961, p. 3.
213 Thomas Münzer, Hochverursachte Schutzrede und Antwort wider
das geistlose, sanftlebende Fleisch zu Wittenberg, welches mit verkehrter
Weise durch den Diebstahl der heiligen Schrift die erbärmliche
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fuerza voraz en el transcurso de los tres siglos siguientes. En cuanto
a los paradójicos logros de las expectativas utópicas prematuras,
ella presentaba, desde la perspectiva de las estructuras mucho
menos firmes de los primeros desarrollos capitalistas, una visión
mucho más clara de los peligros por venir de la que pudieron tener
los participantes directamente involucrados en las vicisitudes de
las fases más avanzadas. Porque una vez que triunfó la tendencia
de la vendibilidad universal, en sintonía con los requerimientos
internos de la formación social del capital, lo que a Münzer ya le
parecía una crasa violación del orden natural (y que, como sabemos,
con el correr del tiempo terminó poniendo en peligro la existencia
misma de la humanidad), a los pensadores que se identificaban
incondicionalmente con las restricciones creadas históricamente (y
en principio igualmente eliminables) del orden social plenamente
desarrollado del capital les parece obviamente natural, inalterable
y aceptable. Así, los cambios en la perspectiva histórica hacen que
muchas cosas se vuelvan opacas y borrosas. Hasta el crucial término
“libertad” se ve reducido a su esencia alienada, y se le saluda como
la conquista del “poder de venderse libremente” a través de los
presuntos “contratos entre iguales”, en oposición a las restricciones
políticas del orden feudal, pero ignorando, e incluso idealizando,
las fuertes restricciones materiales y sociales del nuevo orden. En
consecuencia, el significado original de “libertad” e “igualdad” es
cambiado a determinaciones abstractas que se autosostienen de
manera circular,214 y convierten así a la idea de “fraternidad” —el
tercer miembro de las nobles aspiraciones alguna vez solemnemente
proclamadas— en algo de hecho totalmente redundante.
Christenheit also ganz jämmerlich besudelt hat (1524), citado por Marx en
su ensayo acerca de La cuestión judía.
214 En otras palabras, terminamos en una doble circularidad, producida por
el desarrollo histórico real más inicuo: la “libertad” queda definida como
“igualdad contractual” (postulada así en abstracto, pero en su sustancia real
definitivamente ficticia), y la “igualdad” es vaciada hasta el impreciso desiderátum
de una “libertad” de aspirar a que le sea concedida nada más que la
“igualdad de oportunidades”, proclamada formalmente, pero socialmente
anulada.
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7.2 El fracaso de “la modernización y el desarrollo”
Es este el tipo de espíritu que tenemos que enfrentar en la actualidad,
a menos que estemos dispuestos a resignarnos a aceptar
el estatus quo, y con él la expectativa de continuar con la parálisis
social y la definitiva autodestrucción humana. Porque quienes resultan
ser los beneficiarios del sistema de flagrante desigualdad hoy
prevaleciente entre las zonas “desarrolladas” y “subdesarrolladas”
del mundo, no vacilan en imponer, con sumo cinismo, el impacto de
su irresponsabilidad interesada —como lo han hecho muy recientemente
en el arbitrario abandono de los protocolos de Kyoto y otros
imperativos ambientales— insistiendo en que los países “del Sur”
deberían permanecer estancados en su nivel de desarrollo presente,
o de lo contrario estarían autoasignándose un tratamiento “injustamente
preferencial”. ¡Y tienen el brío de hablar en nombre de la
igualdad! Al mismo tiempo se niegan también a ver que la “línea
divisoria entre el Norte y el Sur” constituye un grave defecto estructural
del sistema en su conjunto, que afecta a cada país en particular,
incluido el propio, aunque por los momentos lo haga en mucho
menor grado que con respecto al llamado “Tercer Mundo”. Sin embargo,
la tendencia en cuestión está lejos de resultar tranquilizadora
ni siquiera para los países capitalistamente más avanzados. Como
ilustración podríamos agregarles aquí a las cifras según las cuales
en los Estados Unidos el ingreso del 1 % de la población sobrepasa
el del 40 % de la restante, las que hablan del alarmante aumento de
la pobreza infantil en Inglaterra: en las dos últimas décadas, según
las estadísticas más recientes, el número de niños que viven por debajo
de la línea de la pobreza se ha multiplicado por tres en el Reino
Unido, y continúa creciendo cada año.
La dificultad para nosotros es que el ver esos aspectos desde una
perspectiva a corto plazo, cómo los órganos culturales y políticos
dominantes necesariamente los retratan, trae consigo la tentación
de seguir “el camino más fácil”, que no conduce a ningún cambio
significativo. El argumento asociado con esta manera de evaluar lo
que está en juego es que “los problemas se resolvieron por sí solos
en el pasado; harán lo mismo también en el futuro”. No podría
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existir mayor falacia que la de esa línea de razonamiento, aunque
les convenga muchísimo a los beneficiarios del estatus quo que no
pueden hacerles frente a las explosivas contradicciones de nuestra
difícil situación en el largo plazo. Pero, como nos lo siguen recordando
los preocupados científicos del movimiento ecológico: “el
largo plazo” ya no es, de ninguna manera, tan largo ahora, pues las
nubes de una catástrofe ambiental se van oscureciendo en nuestro
horizonte. Cerrar los ojos no ofrece ninguna solución. Ni tampoco
deberíamos dejarnos engañar por la ilusión de que el peligro de las
colisiones militares devastadoras ya le pertenece irremisiblemente
al pasado, gracias a los buenos oficios del “nuevo orden mundial”.
Los peligros en este respecto son tan grandes como siempre, si no
mayores, puesto que el derrumbe del sistema soviético no ha resuelto
ni una sola de las contradicciones y antagonismos subyacentes.
El reciente anuncio del abandono de hasta los frágiles y limitados
acuerdos sobre el armamento del pasado, y la prosecución aventurera
del proyecto de pesadilla de “el hijo de la guerra de las galaxias”,
con la más precaria de las explicaciones posibles para instalar ese
armamento “contra los estados malvados”, representan una firme
advertencia al respecto.
Durante mucho tiempo se esperaba que creyésemos que todos
nuestros problemas se solucionarían felizmente mediante el “desarrollo”
y la “modernización” socialmente neutrales. Se suponía que
la tecnología superaría por sí sola todos los obstáculos y dificultades
concebibles. En el mejor de los casos se trataba de una ilusión
impuesta sobre todos aquellos que, a falta de alguna salida para su
propio papel activo en la toma de decisiones, procedieron a la esperanza
de que se van a dar importantes mejoras en sus condiciones
de existencia, tal y como se les prometió. Tuvieron que descubrir,
gracias a la amarga experiencia, que la panacea tecnológica no era
sino una interesada evasión de las contradicciones por parte de
quienes llevaban las riendas del control social. Se suponía que la
“revolución verde” en la agricultura resolvería de una vez por todas
el problema mundial de la hambruna y la desnutrición. En cambio,
creó corporaciones monstruo, como “Monsanto”, que afincaron su
poder a todo lo largo del mundo de manera tal que ahora haría falta
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una acción radical de envergadura para erradicarlas. Pero hasta el
presente se le sigue haciendo propaganda a la ideología de los correctivos
estrictamente tecnológicos, a pesar de todos los fracasos.
Recientemente algunos jefes de gobierno, incluido el inglés, comenzaron
a predicar sermones acerca de la “revolución industrial verde”
a punto de llegar, vaya usted a saber con qué significado. Lo
que sí está claro, sin embargo, es que esa novedosa panacea tecnológica
trata de constituir, otra vez, una vía de escape de la inextirpable
dimensión social y política de los peligros ambientales cada vez
mayores.
Así que no es exageración decir que en nuestro tiempo los intereses
de los que no pueden ni siquiera imaginar una alternativa para
la perspectiva a corto plazo del orden establecido, y a la proyección
fantasiosa de correctivos estrictamente tecnológicos compatibles
con él, chocan directamente con el interés de la propia supervivencia
humana. En el pasado el término mágico para juzgar la salud de
nuestro sistema social era “crecimiento”, y todavía este sigue siendo
el marco dentro del cual hay que prever las soluciones. Lo que el
elogio incondicional del “crecimiento” elude son precisamente las
preguntas ¿qué tipo de crecimiento? y ¿con cuál fin? Especialmente
porque la realidad del crecimiento incondicional bajo nuestras
condiciones de reproducción metabólica social resulta ser la de
un despilfarro al extremo y el amontonamiento de los problemas
para que los encaren las generaciones futuras, que algún día tendrán
que vérselas con las consecuencias del poder nuclear —tanto pacífico
como militar— por ejemplo.
Pariente cercano del “crecimiento”, el concepto de “desarrollo”
debe ser sometido al mismo tipo de examen crítico. Hubo una
vez en que virtualmente todo el mundo lo abrazaba sin vacilar, y
se movilizaban grandes recursos institucionales a fin de difundir la
buena nueva de “la modernización y el desarrollo” del tipo norteamericano
en el llamado “mundo subdesarrollado”. Nos tomó algo
de tiempo poder darnos cuenta de que en el modelo recomendado
había algo fatalmente defectuoso. Porque si el modelo norteamericano
—en el que el 4 % de la población mundial despilfarra el 25
% de la energía y los recursos materiales estratégicos del mundo, y
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lo contamina en un igual 25 %— es seguido en todas partes, en un
abrir y cerrar de ojos pronto todos estaremos asfixiados. Es por eso
que se nos hizo necesario ponerle a todo desarrollo futuro la condición
de ser sustentable, a fin de llenar el concepto de contenido
realmente factible y socialmente deseable.
7.3. La dominación estructural y la cultura de la desigualdad
sustantiva
El gran desafío del desarrollo sustentable que debemos encarar
ahora no puede ser abordado sin eliminar las restricciones paralizadoras
del carácter adversarial de nuestro proceso de reproducción
social. Por eso la cuestión de la igualdad sustantiva no puede
ser eludida en nuestro tiempo, en contraste con el pasado. Porque
sustentabilidad significa estar realmente en control de los vitales
procesos sociales, económicos y culturales mediante los cuales
los seres humanos no meramente sobreviven, sino pueden también
encontrar la satisfacción, en concordancia con los planes que ellos
mismos establecen, en lugar de verse a merced de fuerzas naturales
impredecibles y determinaciones socioeconómicas seminaturales.
Nuestro orden social existente está edificado sobre el antagonismo
estructural entre el capital y el trabajo, y por consiguiente necesita
ejercer un control externo sobre todas las fuerzas reacias. La
adversariedad es la consecuencia obligada de un sistema de esa
naturaleza, sin importar cuánto despilfarro de recursos humanos y
económicos se ocasione en pago de su sostenimiento.
Sin embargo, el imperativo de eliminar el despilfarro ya se asoma
claramente en el horizonte, como una fuerte exigencia de desarrollo
sustentable. Porque a la larga la “economía” tiene que ir
de la mano con la economización racional y humanamente significativa,
como lo dicta la esencia de su concepto. Pero la manera
significativamente economizadora de regular nuestro proceso de
reproducción metabólico-social, sobre la base de un control interno/
autodirigido, al contrario del control externo/de arriba abajo
hoy prevaleciente, resulta ser radicalmente incompatible con la
desigualdad y adversariedad estructurales. El sistema de tipo
soviético poseía su propia forma de adversariedad, que finalmente
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terminó derrumbándolo. Pero nadie debe alimentar la ilusión de
que nuestro tipo de sistema del capital es inmune a esas contradicciones,
solo porque hasta los momentos ha podido manejar el despilfarro
y la desigualdad de un modo más efectivo.
En nuestras sociedades las determinaciones estructuralmente
atrincheradas y salvaguardadas de la desigualdad material se ven
reforzadas en gran medida por la cultura de la desigualdad dominante,
ya mencionada, a través de la cual los individuos interiorizan
su “posición en la sociedad”, resignándose más o menos de
buen grado a su situación de subordinación ante quienes toman las
decisiones sobre su actividad vital. Esa cultura fue constituida en
paralelo con la formación de las nuevas estructuras de desigualdad
del capital, sobre los basamentos inicuos heredados del pasado. Se
dio una interacción recíproca entre las estructuras reproductivas
materiales y la dimensión cultural, que creó un círculo vicioso que
confinó a la inmensa mayoría de los individuos dentro de su esfera
de acción estrictamente restringida. Si hoy prevemos un cambio
cualitativo para el futuro, como debemos, no podemos negar el papel
vital de los procesos culturales. Porque no podrá haber ruptura
del círculo vicioso si no logramos poner en marcha el mismo tipo de
interacción —pero esta vez en una dirección emancipadora positiva—
que caracterizó al desarrollo social en el pasado. No se puede
prever un viraje instantáneo del presente modo de reproducción social,
a la larga absolutamente insostenible, a un modo de reproducción
social que ya no esté cargado de las tendencias destructivas
de las confrontaciones adversariales de nuestro tiempo. El éxito dependerá
de la constitución de una cultura de la igualdad sustantiva,
con la participación activa de todos, y del estar conscientes de
nuestra propia cuota de responsabilidad implícita en el funcionamiento
de ese modo —no adversarial— de tomar decisiones.
Es comprensible, entonces, que en la creación de la cultura de
la desigualdad sustantiva por tan largo tiempo establecida, se viesen
involucrados hasta los más grandes e ilustres pensadores de la
burguesía en ascenso, como hijos de su tiempo y de su posición social.
Permítaseme ilustrar este punto con la lucha de toda la vida
de Goethe con el significado de la leyenda de Fausto, que quería
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representar la búsqueda de la realización de su destino de la humanidad.
Como sabemos, de acuerdo con el pacto del conturbado
Fausto con el demonio, él está condenado a perder su apuesta (y su
alma) en el momento en que halle la realización y la satisfacción de
su vida. Y es así como Fausto acoge el fatídico momento:
Quisiera ver esas masas laboriosas
estar sobre tierra libre como pueblo libre.
Y al momento entonces yo diré:
¡que así permanezcan, tan hermosos!
Ni el paso de los siglos borraría
esa visión de un día de mi vida;
ya lo veo venir, y me llena de dicha
vivir en regocijo mi mejor momento.215
Sin embargo, con suprema ironía Goethe muestra que la gran excitación
de Fausto está fuera de lugar. Porque lo que él saluda (cegado
por Sorge) como la magna obra para conquistar la tierra de los
pantanos, en cumplimiento de su propio plan, es en realidad el ruido
que hacen los lemures que excavan su sepultura. Y solo la intervención
celestial puede, al final, salvar a Fausto, rescatando su alma de
las garras del diablo. La grandeza de Goethe queda en evidencia en
la manera como indica también por qué la búsqueda de Fausto debe
terminar en ironía y en insoluble ambigüedad, aunque Goethe no
puede distanciarse de la visión del mundo de su héroe, atrapado por
la concepción de la “desigualdad ilustrada”. He aquí la consumación
de la visión faustiana:
Solo la voz del amo hará real la acción
y que se cumpla lo que tengo en mente.
215 Tomado de la Segunda Parte, Acto V, del Fausto de Goethe. El autor
cita de la traducción al inglés por Philip Wayne, Penguin Class, Harmondsworth,
Middlesex, 1959, pp. 267-270. [N. del T. Nuestra traducción
al español es una versión utilitaria, que elimina la rima y la métrica, y solo
pretende conservar el sentido].
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¡Pueblo mío, sal de tu descanso,
que el mundo vea el fruto del audaz mandato!
Toma las herramientas, la azada y la pala, es tu deber,
hay que llevar a cabo el trabajo que se pide.
Con presta diligencia y firme disciplina
ganaremos las cumbres más altas.
Para acabar la magna obra que se planifica
hacen falta mil manos y una sola mente.
Claramente, destinar a la inmensa mayoría de la humanidad al
papel de “manos” a las que se les pide “tomar las herramientas”
al servicio de “una sola mente” y obedecer “la voz del amo” con
“presta diligencia” y “firme disciplina”, no resultará nada sostenible
a la larga, independientemente de cuánto pueda parecerse al
estado de cosas actualmente dominante. ¿Cómo podríamos considerar
que los seres humanos confinados a ese papel están “sobre
tierra libre como pueblo libre”? Las instrucciones que le da Fausto
al Supervisor acerca del modo de controlar a los trabajadores, si
bien fielmente realistas hasta para nuestra situación actual, reflejan
el mismo espíritu insostenible:
Emplea todos los medios, y procura
poner a más trabajadores, turno a turno,
estimúlalos con suavidad y buen control.
Págales, halágalos, ponlos en patrullas,
y pásame un reporte cada día, que me muestre
cómo avanzan mis esclusas y mis diques.
¿Y qué significado podemos darle al “gran plan en pro de la humanidad”
de Fausto, cuando el orden social del capital es radicalmente
incompatible con la planificación global sin la cual no es
posible asegurar la supervivencia misma de la humanidad? Como el
Mefistófeles de Goethe describe las expectativas que nos aguardan
con gran realismo:
¿Y de qué vale tanto afán por crear
si al final todo concluye en el olvido?
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“Mil manos” al servicio de “una sola mente” obviamente no
nos pueden ofrecer ninguna solución. Ni tampoco puede el místico
Coro de Ángeles de la última escena del Fausto de Goethe contrarrestar
la amenaza del olvido que aguarda al final del camino.
En una época algo más desgarrada por los conflictos, Balzac, en
una de sus grandes novelas, Melmoth reconciliado, retoma el tema
de Fausto, pero rescata de una manera muy diferente a Melmoth/
Fausto, quien, gracias a su pacto con el diablo, disfruta de ilimitada
riqueza a lo largo de su vida. No hay necesidad de intervención
divina en este caso. Por el contrario, la solución es presentada con
ironía y sarcasmo extremos. Porque Melmoth salva ingeniosamente
su propia alma —cuando siente que la muerte se aproxima y quiere
salirse de su pacto con el diablo— haciendo un trato con otro hombre,
Castanier, en problemas por un desfalco, con el que intercambia
su alma en peligro, y que no vacila en participar en un trato que le
confiere ilimitada riqueza. Y las palabras de Castanier, cuando le
toca su turno y a su vez da con la idea de cómo salir del problema
final consiguiendo otra alma a cambio de la suya empeñada al diablo,
condensan de manera impactante el sarcasmo de Balzac, que
actualiza el profético diagnóstico de Thomas Münzer acerca de la
alienación que todo lo invade. Castanier va a la bolsa de valores,
absolutamente convencido de que logrará encontrar a alguien cuya
alma poder obtener a cambio de la suya, diciendo que en la bolsa de
valores “hasta el Espíritu Santo tiene su cotización” (Il Banco di
Santo Spiritu del Vaticano) en la lista de los grandes bancos.216
216 La inspiración directa para la novela de Balzac fue un cuento largo de
un sacerdote anglicano irlandés, descendiente de un padre hugonote francés
que huyó de Francia luego de la revocación del Edicto de Nantes. Esa obra,
escrita por Charles Robert Maturin, cura de la iglesia de St. Peter en Dublín,
y titulada Melmoth the Wanderer (“Melmoth el errante”) fue publicada
por primera vez en Dublín, en 1820, e inmediatamente traducida al francés.
(Hay una edición reciente por The Folio Society, Londres, 1993, pp. xvii
+ 506, con introducción de Virendra P. Varma). La gran diferencia está en
que mientras el errante Melmoth de Maturin no puede al final escapar del
infierno, la manera muy distinta que tiene Balzac de enfocar la leyenda de
Fausto, con ironía y sarcasmo devastadores, traslada la historia a un plano
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Capítulo 7: El desafío del desarrollo sustentable y la cultura de la igualdad sustantiva
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Sin embargo, bastaría con seguir aunque fuese por unos pocos
días las amenazadoras perturbaciones de nuestras bolsas de valores
para darnos cuenta de que la solución de Melmoth no es más realista
hoy día que la intervención celestial de Goethe. Nuestro desafío
histórico de garantizar las condiciones de un desarrollo sustentable
tiene que ser resuelto de una manera muy distinta.
Desembarazarnos de la cultura de la desigualdad sustantiva, y
reemplazarla progresivamente por una alternativa viable es el camino
que necesitamos tomar.
radicalmente diferente, y pone de relieve una determinación vital de nuestro
orden social.
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Índice
Veredicto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Introducción:
El desafío y la carga del tiempo histórico . . . . . . . . . . . . 13
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Capitulo 1:
La tiranía del imperativodel tiempo del capital . . . . . . . . 45
1.1. El tiempo de los individuos
y el tiempo de la humanidad . . . . . . . . . . . . 45
1.2. Los seres humanos reducidos
a “despojo del tiempo” . . . . . . . . . . . . . . . 56
1.3. La pérdida de la conciencia del tiempo histórico . . . . 64
1.4. Tiempo libre y emancipación . . . . . . . . . . . 71
Capítulo 2:
La incontrolabilidad
y destructividad del capital globalizante . . . . . . . . . . . . . 79
2.1 La extracción del plustrabajo
en el “sistema orgánico del capital” . . . . . . . . . 79
2.2. Irreformabilidad,
incontrolabilidad y destructividad . . . . . . . . . . 82
2.3. La triple fractura interna del sistema . . . . . . . . . 85
2.4. El fracaso del capital en la creación
de su formación de Estado global . . . . . . . . . . 86
2.5 La insuficiencia crónica de la
“ayuda externa” por parte del Estado . . . . . . . . . 89
Capítulo 3:
El marxismo, el sistema del capital y la revolución social . . . . 93
3.1 La visión global del capital . . . . . . . . . . . . . 93
3.2 Los límites históricos
de la teoría del valor del trabajo . . . . . . . . . . . 95
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3.3 La proletarización progresiva
y sus ilusas negativas . . . . . . . . . . . . . . 100
3.4 La necesaria renovaciónde las concepciones marxianas . 104
3.5 ¿La posibilidad objetiva del socialismo? . . . . . . . 109
3.6 Revolución social y política . . . . . . . . . . . . 112
3.7 La igualación hacia abajo de la tasa diferencial de
explotación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
Capítulo 4: Socialismo o barbarie:
del “siglo norteamericano” a las encrucijadas . . . . . . . . . 123
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
4.1. El capital: la contradicción viviente . . . . . . . . 125
4.2. La fase potencialmente más letal del imperialismo . . . 137
4.3. Desafíos históricos
que encaran al movimiento social . . . . . . . . . 178
4.4. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200
El militarismo y las guerras por venir:
Post scriptum a Socialismo o Barbarie . . . . . . . . . . . . . 203
Capítulo 5:
Desempleo e “inestabilidad flexible” . . . . . . . . . . . . . 213
5.1 La “globalización” del desempleo . . . . . . . . . 213
5.2 El mito de la “flexibilidad”
y la realidad de la inestabilidad . . . . . . . . . . 223
5.3 De la tiranía del “tiempo de trabajo necesario” a la
emancipación a través del “tiempo disponible” . . . . 235
Capítulo 6:
La teoría económica y la política: más allá del capital . . . . . 245
6.1 Enfoques económicos alternativos . . . . . . . . . 245
6.2 La necesidad de una planificación abarcante . . . . . 249
6.3 La estructura de mando jerárquica del capital . . . . . 253
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6.4 De las predicciones basadas en
“leyes económicas que trabajan a espaldas
de los individuos” a las anticipaciones
de un futuro controlable . . . . . . . . . . . . . 258
6.5 Precondiciones objetivas para
la creación de una teoría económica no determinista . . 266
Capítulo 7: El desafío del desarrollo sustentable
y la cultura de la igualdad sustantiva . . . . . . . . . . . . . 283
7.1 Adiós a la “libertad-fraternidad-igualdad” . . . . . . 283
7.2 El fracaso de “la modernización y el desarrollo” . . . . 288
7.3. La dominación estructural
y la cultura de la desigualdad sustantiva . . . . . . . 291
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Se terminó de imprimir en julio de 2009
en la Fundación Imprenta de la Cultura
Caracas, Venezuela.
La edición consta de 3.000 ejemplares
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