martes, 12 de abril de 2011

LIBROS : CHE marxismo siglo XXI (4)

LA CONCEPCIÓN DE LA REVOLUCIÓN
EN EL CHE GUEVARA Y EN EL GUEVARISMO
(Aproximaciones al debate sobre
el socialismo del siglo XXI )42
Nuevos tiempos de luchas y formas aggiornadas
de dominación durante la “transición a
la democracia” en el Cono Sur
América Latina vive una nueva época histórica. La lucha de
nuestros pueblos ha impuesto un freno al neoliberalismo. El
horizonte político actual permite someter a discusión las viejas
formas represivas que dejaron como secuela miles ymiles
de asesinatos, desapariciones, secuestros, torturas y encarcelamiento
de la militancia popular.
A pesar de este nuevo clima político, las viejas clases dominantes
latinoamericanas y su socio mayor, el imperialismo
norteamericano, no se entregan ni se resignan. ¡Ninguna clase
dominante se suicida! Debemos aprenderlo de una buena vez.
Agotadas las antiguas formas políticas dictatoriales
mediante las cuales el gran capital —internacional y local—
ejerció su dominación y logró remodelar las sociedades latinoamericanas
inaugurando el neoliberalismo a escalamundial43,
nuestros países asistieron a lo que se denominó, de modo
igualmente apologético e injustificado, “transiciones a la
democracia”.
42 En este trabajo intentamos sintetizar y conjugar en una visión de conjunto sobre la concepción de la revolución
en el Che Guevara y en el guevarismo hipótesis, sugerencias, análisis y conclusiones presentes
en otros artículos, ensayos y libros donde, en forma dispersa, hemos intentado ir recuperando el aporte
específicamente político de distintos guevaristas (Robi Santucho, Miguel Enríquez, Roque Dalton, etc.).
De alguna manera este texto intenta hilar y enhebrar esos abordajes parciales dentro de un conjunto
mayor, para tratar de mostrar que existe una concepción general integrada por todos ellos (de la cual
nosotros, varias décadas después, aspiramos a formar parte, retomándola y recreándola, de acuerdo a
nuestra época).
43 Es bien conocido el análisis del historiador británico Perry Anderson (a quien nadie puede acusar de provincianismo
intelectual o de chauvinismo latinoamericanista), quien sostiene que el primer experimento
neoliberal a nivelmundial ha sido, precisamente, el de Chile. Incluso varios años antes que los deMargaret
Thatcher o Ronald Reagan. No por periféricas ni dependientes las burguesías latinoamericanas han
quedado en un segundo plano en la escena de la dominación social. Incluso en algunos momentos se han
adelantado a sus socias mayores, y han inaugurado —con el puño sangriento de Pinochet en lo político y
de lamano para nada “invisible” deMilton Friedman en lo económico—, un nuevomodelo de acumulación
de capital de alcance mundial: el neoliberalismo.
Ya llevamos casi un cuarto de siglo, aproximadamente, de
“transición”. ¿No será hora de hacer un balance crítico? ¿Podemos
hoy seguir repitiendo alegremente que las formas republicanas
y parlamentarias de ejercer la dominación social
son “transiciones a la democracia”? ¿Hasta cuando vamos a
continuar tragando sin masticar esos relatos académicos nacidos
al calor de las becas de la socialdemocracia alemana y los
inocentes subsidios de las fundaciones norteamericanas?
En nuestra opinión, y sin ánimo de catequizar ni evangelizar
a nadie, la puesta en funcionamiento de formas y rituales
parlamentarios dista largamente de parecerse aunque seamínimamente
a una democracia auténtica. Resulta casi ocioso
insistir con algo obvio: en muchos de nuestros países latinoamericanos
hoy siguen dominando los mismos sectores sociales
de antaño, los de gruesos billetes y abultadas cuentas
bancarias. Ha mutado la imagen, ha cambiado la puesta en
escena, se ha transformado el discurso, pero no se ha modificado
el sistema económico, social y político de dominación.
Incluso se ha perfeccionado43.
Estas nuevas formas de dominación política —principalmente
parlamentarias— nacieron como un producto de la
lucha de clases. En nuestra opinión no fueron un regalo gracioso
de su gran majestad, el mercado y el capital (como
sostiene cierta hipótesis que termina presuponiendo, inconscientemente,
la pasividad total del pueblo), pero lamentablemente
tampoco fueron únicamente fruto de la conquista
popular y del “avance democrático de la sociedad civil” que
lentamente se va empoderando de los mecanismos de decisión
política marchando hacia un porvenir luminoso (como
43 Recordemos que para Marx la república burguesa parlamentaria —que él nunca homologaba con “democracia”—
constituía la formamás eficaz de dominación política.Marx la consideraba superior a las dictadurasmilitares
o a lamonarquía porque en la república parlamentaria la dominación se vuelve anónima,
impersonal y termina licuando los intereses segmentarios de los diversos grupos y fracciones del capital,
instaurando un promedio de la dominación general de la clase capitalista, mientras que en la dictadura y
en la monarquía es siempre un sector burgués particular el que detenta el mando, volviendo más frágil,
visible y vulnerable el ejercicio del poder político.
90
presuponen ciertas corrientes que terminan cediendo al fetichismo
parlamentario). En realidad, los regímenes políticos
postdictadura, en Argentina, en Chile, en Brasil, en Uruguay
y en el resto del Cono Sur latinoamericano, fueron producto
de una compleja y desigual combinación de las luchas populares
y de masas —en cuya estela alcanza su cenit la pueblada
argentina de diciembre de 2001— con la respuesta táctica del
imperialismo que necesitaba sacrificar momentáneamente
algún peón militar de la época neolítica y algún político neoliberal,
furibundo e impresentable, para reacomodar los hilos
de la red de dominación, cambiando algo para que nada cambie.
Con discurso “progre” o sin él, la misión estratégica que el
capital transnacional y sus socias más estrechas, las burguesías
locales, le asignaron a los gobiernos “progresistas” de la
región —desde el Frente Amplio uruguayo y el PJ del argentino
Kirchner hasta la concertación de Bachelet en Chile y el
actual PT de Lula— consiste en lograr el retorno a la “normalidad”
del capitalismo latinoamericano. Se trata de resolver la
crisis orgánica reconstruyendo el consenso y la credibilidad
de las instituciones burguesas para garantizar EL ORDEN. Es
decir: la continuidad del capitalismo. Lo que está en juego es
la crisis de la hegemonía burguesa en la región, amenazada
por las rebeliones y puebladas —como las de Argentina o
Bolivia— y su eventual recuperación.
Desde nuestra perspectiva, y a pesar de algunas esperanzas
populares, la manipulación de las banderas sociales, el
bastardeo de los símbolos de izquierda y la resignificación de
las identidades progresistas tienen actualmente como
finalidad frenar la rebeldía y encauzar institucionalmente la
indisciplina social. Mediante este mecanismo de aggiornamiento
supuestamente “progre” las burguesías del Cono Sur
latinoamericano intentan recomponer su hegemonía política.
91
Se pretende volver a legitimar las instituciones del sistema capitalista,
fuertemente devaluadas y desprestigiadas por una
crisis de representación política que hacía años no vivía nuestro
continente. Los equipos técnicos y políticos de las clases
dominantes locales y el imperialismo se esfuerzan de este
modo, sumamente sutil e inteligente, en continuar aislando a
la Revolución Cubana (a la que se saluda, pero como algo exótico
y caribeño), conjurar el ejemplo insolente de la Venezuela
bolivariana (a la que se sonríe pero siempre desde lejos), seguir
demonizando a la insurgencia colombiana y congelar de
raíz el proceso abierto en Bolivia.
La disputa por el Che Guevara en el siglo XXI
En ese singular contexto político, donde la lucha entre la
hegemonía reciclada y aggiornada del capital y la contrahegemonía
del campo popular tensan hasta el límite la cuerda
del conflicto social, emerge, una vez más, la figura del Che
Guevara. Viejo fantasma burlón y rebelde. A pesar de haber
sido tantas veces repudiado, bastardeado y despreciado, hoy
asoma nuevamente su sonrisa irónica por entre los escudos
policiales, los carros blindados de la fuerzas antimotines y las
movilizaciones de protesta popular.
Cada reaparición del Che se produce enmedio de una feroz
disputa.
Durante la década del 80, luego de lasmasacres capitalistas
y los genocidios militares, en la mayoría de los países capitalistas
dependientes de América Latina el Che retornó como
astilla molesta en la garganta de los relatos académicos que
por todo el continente predicaban —dólares y becas mediante—
el supuesto y nunca cumplido “tránsito a la democracia”.
En esos años, también en América Latina pero ahora
dentro de Cuba, Fidel Castro apeló al Che Guevara como ban-
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dera y antídoto frente al mercado perestroiko y a la adaptación
procapitalista que impulsaban los soviéticos. En los
discursos de Fidel, durante esos años, el Che volvía como partidario
de la planificación socialista y teóricomarxista del período
de transición al socialismo.
Más tarde, en plena década del 90, tras la caída delmuro de
Berlín y la URSS en Europa del Este, en América Latina Guevara
volvía a asomar su boina inclinada y su barba raleada.
Por entonces el Che retornaba como bandera ética y sinónimo
de rebeldía cultural. Su imagen servía para contrapesar la
antiutopía mercantil, privatizadora y represiva que se legitimaba
con el señuelo del supuesto ocaso de los “grandes relatos
ideológicos” y el pretendido agotamiento de las “grandes
narrativas de la historia”. Frente al auge triunfalista del neoliberalismomás
salvaje y la brutal absolutización delmercado,
la apelación guevarista del hombre nuevo y la ética de la solidaridad
se transformaron entonces en una muralla moral.
Hoy, ya comenzado el siglo XXI, aquella “transición a la democracia”
de los 80 y aquel neoliberalismo furioso de los 90
han entrado en crisis. Guevara, en cambio, sigue presente y
continúa atrayendo la atención de la juventud más inquieta,
noble, sincera y rebelde.
Sin embargo, en nuestra opinión, ya no resulta pertinente
apelar al Che como antídoto frente a una perestroika
actualmente inexistente (como sucedió en los 80) ni tampoco
reducir el guevarismo a una reivindicación puramente éticocultural
(como predominó en los 90). Ambas opciones, aunque
justas y necesarias en aquellas décadas, hoy nos parecen
demasiado limitadas, moderadas y tímidas.
Superado ya el impasse que provocó en el pensamiento revolucionariomundial
la caída delmuro de Berlín, hoy necesi-
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tamos volver a discutir y a rescatar el pensamiento del Che
Guevara y el guevarismo como proyecto político, al mismo
tiempo que destacamos sus otras dimensiones (ética, filosófica
y crítica de la economía política).
Se trata de recuperar el legado político que Guevara deja
pendiente a las juventudes del siglo XXI y la necesidad urgente
de reinstalarlo en la agenda de losmovimientos sociales
y las organizaciones políticas actuales. Comenzar a realizar
esa tarea implica asumir un complejo desafío que consiste en
conjurar numerosos equívocos que se han ido tejiendo en
medio de la feroz disputa por su herencia.
En nuestra opinión, si hubiera que sintetizarlo en una formulación
apretada y condensada, como proyecto político (no
sólo ético-filosófico-cultural) el guevarismo constituye la actualización
del leninismo contemporáneo descifrado desde las
particulares coordenadas de América Latina. Esto es: una lectura
revolucionaria del marxismo que recupera, en clave
antiimperialista y anticapitalista almismo tiempo, la confrontación
por el poder y la lucha radical contra todas las formas
de dominación social (las antiguas o tradicionales y también
las formas de dominación aggiornadas o recicladas).
Discutiendo algunos equívocos
Esa recuperación actual del leninismo y de las vertientes
más radicales del marxismo que el Che Guevara defendió en
su vida política y en su obra teórica, sólo podrá realizarse si
abandonamos el pesado lastre de equívocos, caricaturas y tergiversaciones
que se han ido pegoteando hasta empastar cualquier
mínimo ejercicio de pensamiento crítico en nuestras
filas.
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En primer lugar, deberemos dejar resueltamente de lado la
curiosa ymalintencionada homologación que han construido
los partidarios del posmodernismo entre marxismo revolucionario
y estatismo (¿?).
En los relatos académicos nacidos al calor de la derrota
europea del 68, que han proliferado como maleza por toda
América Latina desde la década del 80, el marxismo revolucionario
terminaría siendo una variante más de “autoritarismo”
estatista, donde bajo el manto pétreo del verticalismo
estatal (posterior a la toma revolucionaria del poder) se produciría
una asfixiante uniformidad de losmovimientos sociales
y las subjetividades populares.
¡Nadamás lejos del ambicioso proyecto político guevarista
que, siguiendo las enseñanzas de El Estado y la revolución de
Lenin, siempre ha planteado la creación de poder popular y
la continuidad ininterrumpida de la revolución socialista contra
toda cristalización burocrática del aparato estatal!
Resultan hoy demasiado conocidas las polémicas que Fidel
y el Che desarrollaron a inicios de los años 60, desde el poder
revolucionario mismo, contra diversas tendencias burocráticas
que pretendían congelar la revolución, reducirla a un solo
país y aprisionarla en los pasillos ministeriales. A tal punto
llegó aquella polémica que los viejos stalinistas (y toda la
prensa burguesa de occidente) terminó acusando a Fidel y al
Che de pretender “exportar la revolución” por todo elmundo.
Cuatro décadas después, aquel ímpetu antiburocrático (en
lo “interno”) e internacionalista militante (en lo “externo”)
que Guevara desarrolló sigue siendo una prueba irrefutable
de que el marxismo revolucionario de ningún modo implica
reducir nuestro ambicioso proyecto político a la inserción en
un triste ministerio de Estado. ¡Ni antes de tomar el poder
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(como sugieren aquellas corrientes proclives a la cooptación
estatal, hoy fascinadas con Kirchner, Lula, Tabaré Vázquez o
Bachelet) ni después de tomar el poder (como pretendieron
algunas corrientes stalinistas)!
El proyecto político guevarista no nace de una
galera, sino de una caracterización histórica
de la sociedad latinoamericana
A pesar de las caricaturas que en diversas biografías mercantiles
se han dibujado sobre Guevara—donde, por ejemplo,
el Che elige ir a combatir a Bolivia por algún deseomístico de
encontrarse con lamuerte o descree de las “burguesías nacionales”
por algún oscuro resentimiento familiar—, la perspectiva
política del guevarismo se sustenta en una determinada
línea de análisis de nuestras sociedades. Tanto las tácticas
como las estrategias, los aliados posibles como las vías privilegiadas
de lucha, derivan de un análisis político pero también
de una caracterización histórica de las formaciones sociales
latinoamericanas.
Desde los años del Che hasta hoy, la acumulación de conocimiento
social realizado en América Latina a partir del ángulo
delmarxismo revolucionario ha sido enorme. Que en las
academias oficiales rara vez se incursione en esas investigaciones
no implica que no hayan existido. Que los papers por encargo
y la literatura difundida por las ONG desprecien las
categorías pergeñadas por el arsenal marxista, no legitima
desconocer u olvidar que hace ya largos años historiadores
formados en esta corriente pusieron en entredicho la tesis del
supuesto y fantasmagórico “feudalismo” continental, base del
subdesarrollo y del atraso latinoamericanos. Tesis que intentó
fundamentar la revolución por etapas, la oposición a la revolución
socialista y fundamentalmente el rechazo del guevarismo
como opción política radical.
96
A diferencia de aquella tesis, la conquista de América, realizada
con la espada y con la cruz, fue una gigantesca y genocida
empresa capitalista que contribuyó a conformar un
sistemamundial de dominación de todo el orbe. No nos olvidemos
que Marx, en El Capital, sostenía que: “El descubrimiento
de las comarcas de oro y plata en América, el
exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la
población aborigen, la conquista y el saqueo de las Indias
Orientales, la transformación de África en un coto reservado
para la caza comercial de pieles-negras [esclavos negros], caracterizan
los albores de la era de producción capitalista”44.
En la América colonial posterior a la conquista de las diversas
culturas de los pueblos originarios y a la destrucción
de los imperios comunales-tributarios de los incas y aztecas,
se conformó un tipo de sociedad que articulaba y empalmaba
en forma desigual y combinada relaciones sociales precapitalistas
(las comunales que lograron sobrevivir a 1492, las serviles
y las esclavistas) con una inserción típicamente
capitalista en el mercado mundial. Las relaciones sociales
eran distintas entre sí, pero estaban combinadas y unas predominaban
sobre otras. El nacimiento del capitalismo como
sistema mundial siguió, pues, derroteros distintos en las diversas
regiones del planeta. A pesar de lo que se enseña en las
escuelas oficiales de nuestros países, nunca hubo un desarrollo
lineal, homogéneo y evolutivo.
En Europa occidental el nacimiento del capitalismo estuvo
precedido por el feudalismo y, antes, por la esclavitud y la comunidad
primitiva. En vastas zonas de Asia y África, ese tránsito
siguió una vía diversa: de la comunidad primitiva almodo
de producción asiático y de allí al feudalismo o también de la
comunidad primitiva almodo de producción asiático y de allí
al capitalismo. La esclavitud —típica en Grecia o Roma antiguas—
no fue universal como tampoco lo fue el feudalismo.
97
44 El Capital, Tomo I, Vol. I., capítulo 24.
En nuestra América, se pasó de las sociedades comunalestributarias
a una sociedad híbrida, inserta de manera dependiente
en el mercado mundial capitalista (subordinada a su
lógica) y basada en un desarrollo desigual y combinado de relaciones
sociales precapitalistas y capitalistas, tanto en la agricultura
y en la minería como en la manufacturas.
La característica central que se deriva de esta inserción latinoamericana
en el mercado del sistema mundial capitalista
ha sido y continúa siendo la dependencia, la superexplotación
de nuestros pueblos y el carácter lumpen, raquítico, impotente
y subordinado de las burguesías locales (mal llamadas “nacionales”
pues, aunque hablan nuestrosmismos idiomas y tienen
nuestras costumbres, carecen de una perspectiva emancipadora
para el conjunto de nuestras naciones).
De allí que las luchas por la independencia de nuestros
países asuman, necesariamente, un horizonte político que
combina al mismo tiempo —sin separarlas artificialmente
pues están íntimamente entrelazadas—tareas antiimperialistas,
o de liberación nacional, con tareas anticapitalistas y socialistas.
Ese tipo de perspectiva política no corresponde a un
delirio mesiánico de Ernesto Che Guevara ni a la marginalidad
alocada de las corrientes que se inspiran en el guevarismo.
Responde a la historia profunda de nuestro continente,
a la conformación de su estructura capitalista dependiente, al
carácter irremediablemente subordinado y lumpen de sus clases
dominantes criollas.
En los escritos y discursos de Guevara sobre esta caracterización
de las formaciones sociales latinoamericanas encontramos
una llamativa similitud con las apreciaciones de José
Carlos Mariátegui (formuladas cuatro décadas antes que el
Che). Tanto enMariátegui como en el Che aparece también la
mención a las supervivencias “feudales” de las sociedades de
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nuestra América (esmás que probable que con la categoría de
“feudales” el peruano y el argentino hicieran referencia a relaciones
de tipo presalariales o “precapitalistas”); pero en
ambos casos se subraya inmediatamente que esa supervivencia,
derivada de la conquista española y portuguesa, convive
en forma articulada —no yuxtapuesta— con la dependencia
delmercadomundial, que termina imprimiéndole al conjunto
social latinoamericano una subordinación al capitalismo
como sistema global. Por lo tanto, el corolario político que
Mariátegui y el Che Guevara infieren de ese análisis afirma
que la revolución pendiente en nuestra América no puede ser
“burguesa-antifeudal”, sino socialista.
No casualmenteMariátegui sostiene que: “La misma palabra
Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones,
se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa
e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido
estricto y cabal. La revolución latinoamericana, será nada
más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución
mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A
esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que
queráis: “antiimperialista”, “agrarista”, “nacionalista-revolucionaria”.
El socialismo los supone, los antecede, los abarca a
todos” (Editorial de la revista Amauta, 1928).
En la misma estela de pensamiento político, Guevara
afirma: “Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido
toda su capacidad de oposición al imperialismo —si alguna
vez la tuvieron— y sólo forman su furgón de cola. No haymás
cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución”
(Mensaje a los pueblos delmundo a través de la Tricontinental”,
1967).
El presupuesto que sustentaba esa conclusión política era
una caracterización sociológica, económica e histórica de la
impotencia de las “burguesías nacionales”.
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Por ejemplo, en su artículo “Táctica y estrategia de la revolución
latinoamericana” el Che argumenta que: “América es
la plaza de armas del imperialismo norteamericano, no hay
fuerzas económicas en elmundo capaces de tutelar las luchas
que las burguesías nacionales entablaron con el imperialismo
norteamericano, y por lo tanto estas fuerzas, relativamente
mucho más débiles que en otras regiones, claudican y pactan
con el imperialismo [...] Lo determinante en este
momento es que el frente imperialismo-burguesía criolla es
consistente”.
En otro de sus escritos, el prólogo al libro El partido
marxista leninista (donde se recopilaban, entre otros, escritos
de Fidel), Guevara continúa con el mismo argumento: “Y ya
en América al menos, es prácticamente imposible hablar de
movimientos de liberación dirigidos por la burguesía. La revolución
cubana ha polarizado fuerzas; frente al dilema pueblo
o imperialismo, las débiles burguesías nacionales eligen al imperialismo
y traicionan definitivamente a su país”.
No otra era la perspectiva de Fidel cuando afirmaba que :
“Hay tesis que tienen 40 años de edad; la famosa tesis acerca
del papel de las burguesías nacionales. Cuánto papel, cuánta
frase, cuánta palabrería, en espera de una burguesía liberal,
progresista, antiimperialista. [...] La esencia de la cuestión
está en si se le va a hacer creer a lasmasas que elmovimiento
revolucionario, que el socialismo, va a llegar al poder sin
lucha, pacíficamente. ¡Y eso es unamentira!”45. En la declaración
final de evento, se formulan 20 tesis en defensa de “la
lucha armada y la violencia revolucionaria, expresión más
alta de la lucha del pueblo, la posibilidadmás concreta de derrotar
al imperialismo”. Las tesis sostienen que: “...las llamadas
burguesías nacionales de América Latina tienen una
debilidad orgánica, están entrelazadas con los terratenientes
100
45 Discurso de clausura de la Organización Latinoamericana de Solidaridad-OLAS del 10/8/1967).
(con quienes forman la oligarquía) y los ejércitos profesionales,
son incapaces y tienen una impotencia absoluta para enfrentar
al imperialismo e independizar a nuestros países [...]
La insurrección armada es el verdadero camino de la segunda
guerra de independencia”46.
Cuatro décadas después de aquellos análisis, en tiempos de
violentamundialización capitalista ¿las burguesías nativas de
nuestra América han logrado un gradomayor de independencia
y autonomía? La respuesta, para quien no reciba euros o
dólares de aquellas instituciones destinadas a comprar conciencias
y cerebros, resulta más que obvia.
¿Qué sentido realista, pragmático y realizable tienen hoy,
en el siglo XXI globalizado, los proyectos de “capitalismo andino”,
“capitalismo nacional”, “capitalismo a la uruguaya”,
“capitalismo ético” y otras ensoñaciones ilusorias que pululan
por el Cono Sur latinoamericano, extraídas del ropero ideológico
de las viejas clases dominantes, recientementemaquilladas,
perfumadas, aggiornadas y recicladas?
Desde el proyecto político guevarista creemos que ninguna
de esas formulaciones retóricas—pues de eso se trata, de pura
retórica, de mera puesta en escena, de simples piruetas discursivas
destinadas al marketing electoral— tiene sustento
real, posible ni realista. Sirven, quizás, para ganar votos en
una elección. Pero no constituyen un proyecto serio de emancipación
nacional y continental. Guevara continúa teniendo
razón: “o revolución socialista o caricatura de revolución”.
101
46 Declaración general de la OLAS, agosto de 1967.
La revolución como proceso
prolongado e ininterrumpido
En la concepción política guevarista la revolución no constituye
un espasmo repentino ni la irrupción de un rayo en el
cielo despejado de unmediodía de verano. Tampoco un golpe
de mano ni un cuartelazo militar. La revolución, para el Che,
sólo se puede realizar como un proceso y a través de la lucha
demasas, prolongada y a largo plazo. El Che esmuy claro con
las ilusiones espontaneístas que sueñan con un motín popular,
por lo general urbano, que con palos y piedras logre, en
una sola tarde, cambiar todo el orden social de raíz. En su opinión:
“Y los combates no seránmeras luchas callejeras de piedras
contra gases lacrimógenos, ni de huelgas generales
pacíficas; ni será la lucha de un pueblo enfurecido que destruya
en dos o tres días el andamiaje represivo de las oligarquías
gobernantes; será una lucha larga, cruenta”47.
La revolución comienza antes de la toma del poder, con la
creación del poder popular y zonas liberadas, se prolonga, a
través de la destrucción del poder estatal, en el derrocamiento
de todo el andamiaje institucional de la vieja sociedad y más
tarde se extiende en la creación de nuevas formas de relaciones
sociales y nuevas instituciones que deben dar cuenta del
cambio radical ocurrido en el orden social. Del viejo orden no
se pasa al abismo sino, en los términos de la revista del joven
Gramsci, al “orden nuevo”. La revolución no se delimita entonces
al día preciso en que las autoridades políticas de la vieja
sociedad y el antiguo régimen de dominación abandonan el
país o son apresadas por las fuerzas revolucionarias. No, lejos
de esa visión de la épica hollywoodense, la revolución abarca
un proceso social y temporal de muchos años.
102
47 Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, 1967.
Concebir a la revolución como un proceso a largo plazo,
donde se combinan diversas formas de lucha—predominando
las formas extrainstitucionales por sobre las institucionales,
dado el carácter históricamente represivo de los regímenes
políticos latinoamericanos— implica desmontar al mismo
tiempo la leyenda del foquismo, simplificación atribuida al
guevarismo político que todavía hoy sigue señalándose como
espantapájaros contra el pensamiento marxista radical.
El espantapájaros del foquismo
(y la caricatura de Debray)
¿Quién es Régis Debray? Debray era un joven estudiante
francés, discípulo del filósofo Louis Althusser. Visitó América
Latina y escribió después un artículo muy largo, en la célebre
revista de Jean-Paul Sartre Les temps modernes. Lo tituló:
“El Castrismo: la larga marcha de América Latina”. Este artículo
les gustó mucho a los cubanos, quienes publicaron un
trabajo suyo en la célebre revista Casa de las Américas, a través
del cual Debray se hizo conocido en la isla caribeña. Lo invitaron
a Cuba, y ahí, Debray escribe un texto que pretende
ser algo así como la “síntesis teórica” de la Revolución Cubana.
En realidad era una versión manualizada, codificada y
simplificada hasta el extremo. Un texto que hoy en día se utiliza
para criticar a la Revolución Cubana y para denostar todo
lo que políticamente esté asociado al Che Guevara.48
El libro de Debray se titula: ¿Revolución en la Revolución?
Allí realiza una versión totalmente parcial y unilateral de la
Revolución Cubana. Sostiene, entre otras cosas, que en Cuba
no hubo casi lucha urbana, que solamente se desarrolló la
lucha rural, que la ciudad era burguesa mientras que la montaña
era proletaria y que, por lo tanto, la revolución surge de
103
48Hemos intentado desarrollar la crítica al foquismo en nuestro ensayo “¿Foquismo? A propósito deMario
Roberto Santucho y el pensamiento político de la tradición guevarista”, incluido en nuestro Ernesto Che
Guevara: El sujeto y el poder. Buenos Aires, Nuestra América, 2005.
un foco, de un pequeño núcleo aislado. Así, de estemodo, Debray
hace la canonización y la codificación de la Revolución
Cubana en una receta muy esquemática que se conoce como
“la teoría del foco”. Esta versión de Debray sobre la Revolución
Cubana suele ser utilizada en nuestros días para ridiculizar
y fustigar la teoría política del guevarismo aún cuando el
mismo Debray ya no tiene nada que ver con esta tradición,
pues pasó a las filas de la socialdemocracia —en el mejor de
los casos y siendo indulgentes con él.
No es mentira que la temática del “foco” está presente en
los escritos del Che pero de unamaneramuy diferente a la receta
simplificada que construye Debray. Nosotros creemos
que en el Che los términos “foco” y “catalizador”—con los que
el Che hace referencia a la lucha político-militar de la guerrilla—,
tienen un origenmetafórico proveniente de lamedicina
(la profesión juvenil del Che). El “foco” remite al foco
infeccioso que se expande en un cuerpo humano. El “catalizador”,
en la química, es el nombre de un cuerpo capaz demotivar
un cambio, la transformación catalítica.
Pero, más allá del origen metafórico de ambos términos,
resulta innegable para quien no tenga anteojeras ni escriba
por encargo de ONG o fundaciones norteamericanas que en el
pensamiento político de Guevara la concepción de la guerrilla
está siempre vinculada a la lucha demasas. Concretamente, el
Che sostiene que: “Es importante destacar que la lucha guerrillera
es una lucha de masas, es una lucha del pueblo [...] Su
gran fuerza radica en la masa de la población” 50. Más tarde,
el Che vuelve a insistir con este planteo cuando reitera: “La
guerra de guerrillas es una guerra del pueblo, es una lucha de
masas”51.
104
50Ernesto Che Guevara: La guerra de guerrillas, 1960.
51Ernesto Che Guevara: “La guerra de guerrillas: unmétodo”, artículo publicado en Cuba Socialista, septiembre
de 1963.
Guevara no se detiene allí. Prolongando y comentando el
libro del general Giap (célebre estratega vietnamita que
derrocó a Japón, Francia y Estados Unidos) Guerra del pueblo,
ejército del pueblo, el Che destaca una y otra vez un elemento
fundamental para la victoria del pueblo vietnamita:
“...Las grandes experiencias del partido en la dirección de la
lucha armada y la organización de las fuerzas armadas revolucionarias
[...] Nos narra también el compañer Vo Nguyen
Giap, la estrecha relación que existe entre el partido y el ejército,
cómo, en esta lucha, el ejército no es sino una parte del
partido dirigente de la lucha”.
De este modo, a diferencia de Debray, el Che le otorga un
lugar central a la lucha política, de la cual la lucha armada no
es sino su prolongación sobre otro terreno. Allí, siempre comentando
a Giap, Guevara vuelve a insistir, obsesivamente,
en que: “La lucha demasas fue utilizada durante todo el transcurso
de la guerra por el partido vietnamita. Fue utilizada, en
primer lugar, porque la guerra de guerrillas no es sino una expresión
de la lucha de masas y no se puede pensar en ella
cuando está aislada de su medio natural, que es el pueblo”.
¿De quémodo Debray pudo eludir este tipo de razonamientos
centrales y determinantes del pensamiento político del
Che? Pues construyendo un relato de la Revolución Cubana
donde desaparecen, como por arte de magia, las tradiciones
políticas previas y toda la lucha política anterior de Fidel Castro
y sus compañeros.
Si se vuelven a leer los textos “foquistas” de Debray 40
años después, el lector no encontrará, inexplicablemente, ninguna
referencia a la historia política cubana anterior ni a la
lucha política previa, que derivan en el inicio de la lucha armada
contra Batista. Pareciera que para Debray, observador
europeo proveniente del PC francés, recién llegado a América
105
106
latina —en aquella época fascinado con Cuba y las guerrillas,
luego con la socialdemocracia y hoy vaya uno a saber con
qué— la invasión del Granma y el Ejército Rebelde nacen ex
nihilo, no como fruto de la radicalización política de un sector
juvenil proveniente del nacionalismo radical y antiimperialista
latinoamericano y de la propia historia política cubana52.
Además, cuando Debray pretende esquematizar y teorizar
la lucha revolucionaria cubana defendiendo a rajatabla la tesis
de “la inexistencia del partido” tiene enmente y está pensando
en la ausencia, dentro de la primera dirección guerrillera, del
viejo Partido Socialista Popular (el antiguo PC cubano, símil
del PC francés en el que se formó Debray). Un lector actual de
los escritos de Debray no puede dejar de preguntarse: ¿pero
acaso el Movimiento 26 de Julio —quien impulsaba y dirigía
la lucha armada en Cuba— no constituía un partido? ¿Acaso
Fidel Castro y los asaltantes del Moncada no provenían de la
lucha política previa que se nutría del antiimperialismo radical?
Para Debray las advertencias del Che sobre las luchas de
masas y la relevancia de la organización política eran sólo detalles
insignificantes. No les dio ninguna importancia. Por eso
construyó una visión caricaturesca de la lucha armada que,
lamentable y trágicamente, fue posteriormente atribuida —
post mortem— al Che y al guevarismo.
Según recuerda Pombo [Harry Villegas Tamayo], compañero
del Che en Cuba, Congo y Bolivia, al Che Guevara no le
gustó ¿Revolución en la Revolución? de Debray. Lo leyó
cuando estaba en Bolivia (pues se publicó en 1967) y le hizo
verbalmente comentarios críticos a su autor. No hay registros
de que el Che haya volcado esos comentarios críticos en sus libretas
de apuntes de Bolivia.
52Para una reconstrucción de la historia previa de la Revolución Cubana y de toda la experiencia que Fidel
y el Movimiento 26 de Julio extraen de sus maestros Guiteras, Mella, Roa y otros, véase nuestro libro
Fidel para principiantes. Buenos Aires, Longseller, 2006.
Aún cuando nunca sepamos qué le criticó puntualmente
Guevara al intelectual francés, ya en aquella época dos militantes
cubanos salieron públicamente a criticar la caricatura
“foquista” de Debray (Simón Torres y Julio Aronde53. Estos
dos compañeros cubanos le critican abiertamente a Debray—
¡no ahora, en el siglo XXI, sino en 1968!— el haber simplificado
la Revolución Cubana, el haberla convertido en una
simple teoría del “foco” y el no haber visto en ella que junto a
la guerrilla, en las ciudades luchaba la juventud, el movimiento
obrero, el movimiento estudiantil, etc. En suma, le
cuestionaban, en particular, el total desconocimiento de la
lucha urbana y, en general, la total subestimación de la lucha
política, base de sustentación de toda confrontación político
militar. Esta es la principal crítica a la teoría del “foco” realizada
en aquella época por los propios cubanos54.
La política, la lucha de clases
y la confrontación político-militar
Las posiciones políticas que asume Ernesto Che Guevara
en sus reflexiones sobre Cuba, Vietnam, las enseñanzas de
Giap y la lucha antiimperialista del Tercer Mundo se nutren
de toda la tradición previa del marxismo, que a su vez proviene
de pensadores clásicos como Clausewitz y Maquiavelo.
Recordemos que, a principios del siglo XVI, en El príncipe
y en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, el
teórico florentino Nicolás Maquiavelo sostiene que para unificar
Italia como una nación moderna, había que derrotar el
predominio de Roma –El Vaticano– y también terminar con
107
53Posiblemente dos seudónimos de colaboradores del comandante Manuel Piñeiro Losada, alias “Barbarroja”:
“Debray y la experiencia cubana”. En Monthly Review N° 55, año V, octubre de 1968. pp. 1-21.
54Para revisar la crítica que otros guevaristas le hicieron a la teoría “foquista” de Debray, puede consultarse
elmencionado ensayo “¿Foquismo? A propósito deMario Roberto Santucho y el pensamiento político de
la tradición guevarista”, así como también los documentos fundacionales del ERP en Argentina, compilados
por Daniel De Santis en varias ediciones. Esas compilaciones pueden consultarse gratuitamente en
el sitio web de la «Cátedra Che Guevara – Colectivo Amauta»: amauta.lahaine.org).
la proliferación de bandas armadas locales, los célebres condottieri
(combatientes mercenarios). Maquiavelo propone la
formación de una fuerza militar republicana completamente
subordinada al príncipe, es decir, al poder político. ¡Es la política,
según Maquiavelo, la que ejerce su dirección
sobre lomilitar y no al revés!
Más tarde, a inicios del siglo XIX, el teórico prusiano Karl
von Clausewitz vuelve a prolongar aquel pensamiento defendiendo
que “la guerra es la continuación de la política por
otros medios” (en su libro De la guerra).
Un siglo después, a comienzos del siglo XX, durante la Primera
Guerra Mundial (más precisamente entre 1915 y 1916),
mientras estudia la Ciencia de la Lógica de Hegel en su exilio
suizo, Lenin lee y anota detenidamente la obra De la guerra
de K.v.Clausewitz. En plena confrontaciónmundial (entre Estados-
naciones), luego transformada en guerra civil interna
(entre clases sociales), Lenin recalca una y otra vez las enseñanzas
de Clausewitz acerca de la guerra entendida como continuidad
de la política y el predominio de esta última sobre
aquella.
El principal líder de la Revolución Bolchevique no es el
único marxista en incursionar en esta materia. Antonio
Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, redacta en los albores
de la década de 1930 el texto Análisis de situación y relaciones
de fuerza. Allí el pensador italiano sostiene que la lucha
político-militar y la guerra constituyen unmomento superior
de las relaciones de fuerzas políticas, que enfrentan en una situación
revolucionaria a las clases y fuerzas sociales.
Exactamente lomismo podría plantearse acerca del pensamiento
de Mao Tse-Tung, León Trotsky, Ho Chi Minh, Vo
Nguyen Giap y, desde luego, Fidel y el Che.
108
Por lo tanto, en toda esta extendida tradición de pensamiento
político, que se remonta a la herencia republicana de
Maquiavelo y, pasando por el tamiz de la reflexión de
Clausewitz, es adoptada luego por los clásicos del marxismo,
la confrontación político-militar es la prolongación de la
lucha política, ¡no al revés! A pesar de las caricaturas
mercantiles que se han dibujado con intenciones de frivolización,
ese es el corazón en el que se sustenta el proyecto político
guevarista latinoamericano.
De manera análoga podría recorrerse el extenso itinerario
del pensamiento político y militar de nuestras guerras de independencia
y liberación latinoamericanas. Desde San Martín,
Bolívar y Artigas hasta José Martí, Emiliano Zapata,
Augusto César Sandino y FarabundoMartí, entremuchísimos
otros y otras.
Después de años y años de propaganda burguesa y del intento
de demonización y satanización de todo este pensamiento
político, resulta imperioso volver a insistir en esta
problemática.
Niveles de lucha en la relación
de fuerzas entre las clases sociales
En el ya mencionado pasaje de los Cuadernos de la cárcel,
Antonio Gramsci, sintetizando las elaboraciones de Lenin
acerca del significado de una “situación revolucionaria”, expone
lo que considera las características básicas de una situación
política. En el mencionado pasaje, dicho sea de paso, se
adelanta comomínimo 40 años al análisis deMichel Foucault,
a quienmuchas veces se atribuye el haber descubierto que “el
poder no es una cosa, sino relaciones”. Con cuatro décadas de
anticipación, Gramsci también plantea que la política y el
poder son relaciones, pero no relaciones en general, indeter-
109
minadas (en las cuales no importaría quien ejerce el poder
sino cómo lo ejerce), sino relaciones específicas y determinadas
de fuerza entre las clases sociales. Para Gramsci y para
el marxismo sí importa quién ejerce el poder, además de
cómo lo ejerce.
Este análisis de Gramsci resulta sumamente útil para pensar
las categorías centrales del libro El Capital de Marx. Si el
valor, el dinero y el capital no son cosas, sino relaciones (de
producción), pues entonces son también relaciones de fuerza
entre las clases. Gramsci nos proporciona en ese pasaje de los
Cuadernos de la cárcel, la pista para comprender todo El Capital
de Marx en clave política, superando la vieja dicotomía
economista que dividía a la sociedad entre una esfera estructural
(donde residiría la economía) y una esfera superestructural
(donde se ubicaría la política y el poder).
¿Qué es el poder, entonces, para la tradición de pensamiento
marxista? El poder es un conjunto de relaciones sociales
de fuerza entre sujetos colectivos contradictoria y
antagónicamente enfrentados, las clases sociales. Ese conjunto
de relaciones abarca diversas esferas, desde la economía
hasta la política, la cultura y la guerra. Al interior de ese conjunto
complejo y diversificado de relaciones, algunas se cristalizan
y condensan a lo largo del tiempo en instituciones. Las
instituciones no sonmás que relaciones sociales cristalizadas,
petrificadas, condensadas a lo largo del tiempo. Todas las instituciones
que articula la sociedad capitalista están atravesadas
por relaciones de poder, pero algunas, en particular, lo
hacen en forma concentrada. No es el mismo poder el que
ejerce una maestra en una escuela que el que ejerce el Comando
Sur del ejército norteamericano. No todas las relaciones
sociales están en el mismo nivel dentro de la totalidad
social, así como tampoco todas las instituciones son intercambiables
en el ejercicio del poder. Algunas instituciones, perte-
110
necientes al aparato de Estado —policía, ejército, marina,
fuerza aérea, servicios de inteligencia, cárceles, gendarmería,
prefectura, etc.— aglutinan determinados márgenes mayores
de concentración de poder en comparación con otras instituciones.
Son aquellas que implementan el ejercicio (real o potencial)
de fuerzamaterial. Otras instituciones las acompañan
y legitiman, son las instituciones que ejercen poder en la
creación de consenso. La hegemonía burguesa constituye precisamente
la articulación de ambas dimensiones, la violencia
y el consenso.
Pues bien, dentro de ese armazón categorial de índolemarxista
acerca del poder, Antonio Gramsci diferencia tres niveles
de confrontación en la relación de fuerza entre las clases sociales.
Un primer nivel económico-corporativo, un segundo
nivel específicamente político (donde se construye la hegemonía)
y un tercer nivel político-militar. Los tres momentos,
aclara el pensador italiano, constituyen partes de un todo indivisible.
¿En cuál de los tres niveles de análisis se ubica la reflexión
política del Che Guevara y su concepción de la revolución?
En nuestra opinión, pensamos que los escritos, intervenciones
y discursos del Che abarcan los tres niveles de análisis
aunque ponen prioritariamente el énfasis en el segundo y en
el tercer nivel. Es decir, en el plano donde se construye la hegemonía
socialista (allí deberían ubicarse todos los escritos
del Che sobre la necesidad de construir el hombre nuevo y la
mujer nueva, la batalla por la creación de la pedagogía del
ejemplo y la moral comunista, etc.) y en el terreno social
donde se desarrolla la confrontación político-militar, en tanto
prolongación de la esfera política. De los tres momentos que
señala Gramsci, a la hora de pensar y analizar la revolución
como proceso, el Che teoriza sobre los dos niveles más avan-
111
zados de la lucha sin dejar de señalar las limitaciones—justas
pero limitadas al fin de cuentas— de las luchas puramente
económico-corporativas-reivindicativas.
El análisis específicamente político del guevarismo
Para estudiar la historia latinoamericana y el comportamiento
de sus clases sociales el Che Guevara plantea en
Guerra de guerrillas: unmétodo (1963) que: “Hoy por hoy, se
ve en América un estado de equilibrio inestable entre la
dictadura oligárquica y la presión popular. La denominamos
con la palabra oligárquica pretendiendo definir la alianza
reaccionaria entre las burguesías de cada país y sus clases de
terratenientes [...] Hay que violentar el equilibrio dictadura
oligárquica-presión popular”.
Cabe aclarar que cuando el Che emplea la expresión “dictadura
oligárquica”, como él mismo afirma, no está pensando
en una dictadura de los terratenientes y propietarios agrarios
tradicionales a la que habría que oponer, siguiendo un esquema
etapista, una lucha “democrática” o un “frente nacional”
modernizador, incluyendo dentro delmismo no sólo a los
obreros, campesinos, estudiantes y capas medias empobrecidas,
sino también a la denominada “burguesía nacional”. ¡De
ningún modo! El Che es bien claro. Lo que existe en América
Latina es una alianza objetiva entre los terratenientes “tradicionales”
y las burguesías “modernizadoras”. La alternativa
no pasa entonces por oponer artificialmente tradición versus
modernidad, terratenientes versus burguesía industrial, oligarquía
versus frente nacional. Su planteo es muy claro: “No
hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura
de revolución”.
En el pensamiento político del Che, la república parlamentaria,
aunque fruto arrancado a las dictadurasmilitares como
112
resultado de la lucha y la presión popular, sigue siendo una
forma de dominación burguesa, incluso cuando se recicle apelando
a retórica “progresista” o semodernicemediante gestos
destinados al marketing electoral.
El Che atribuye suma importancia al análisis del equilibrio
político inestable entre ambos polos pendulares (la dictadura
oligárquica, basada en la alianza de terratenientes y burgueses
“nacionales”, por un lado, y la presión popular, por el otro).
En ningún momento Guevara plantea como alternativa la
consigna: “democracia o dictadura” (tan difundida en el Cono
Sur latinoamericano a comienzos de los años 80). La alternativa
consiste en continuar bajo dominación burguesa en sus
diferentes formas o la revolución socialista. Por ello, en Guerra
de guerrillas: un método, el Che alertaba que: “No debemos
admitir que la palabra democracia, utilizada en forma
apologética para representar la dictadura de las clases explotadoras,
pierda su profundidad de concepto y adquiera el de
ciertas libertades más o menos óptimas dadas al ciudadano.
Luchar solamente por conseguir la restauración de cierta legalidad
burguesa sin plantearse, en cambio, el problema del
poder revolucionario, es luchar por retornar a cierto orden
dictatorial preestablecido por las clases sociales dominantes:
es, en todo caso, luchar por el establecimiento de unos grilletes
que tengan en su punta una bola menos pesada para el
presidiario”.
Hegemonía y autonomía de clase
En la historia latinoamericana, quienes sólo pusieron el esfuerzo
en la creación y consolidación de la independencia política
de clase, muchas veces quedaron aislados y encerrados
en su propia organización. Generaron grupos aguerridos y
combativos, militantes y abnegados, pero que no pocas veces
113
cayeron en el sectarismo. Una enfermedad recurrente y endémica
por estas tierras. Quienes, en cambio, privilegiaron exclusivamente
la construcción de alianzas políticas e hicieron
un fetiche de la unidad a toda costa, con cualquiera y sin contenido,
soslayando o subestimando la independencia política
de clase, terminaron convirtiéndose en furgón de cola de la
burguesía (“nacional”, “democrática” o como quiera llamársela),
cuando no fueron directamente cooptados por alguna
de sus fracciones institucionales y terminaron su vida como
funcionarios mediocres en algún ministerio.
Una de las grandes enseñanzas políticas del guevarismo
latinoamericano consiste en que hay que combinar ambas
tareas. No excluirlas sino articularlas en forma complementaria
y hacerlo, si se nos permite el término —que ha sido
bastardeado y manipulado hasta el límite—, de modo dialéctico.
Es decir, que nuestromayor desafío consiste en ser lo suficientemente
claros, intransigentes y precisos como para no
dejarnos arrastrar por los distintos proyectos burgueses en
danza —sean ultrareaccionarios o “progresistas”— pero, al
mismo tiempo, tener la suficiente elasticidad de reflejos como
para ir quebrando el bloque de poder burgués y sus alianzas,
mientras vamos construyendo nuestro propio espacio autónomo
de poder popular. Y eso no se logra sin construir alianzas
contrahegemónicas con las diversas fracciones de clases
explotadas, oprimidas y marginadas.
Rebeldíasmúltiples, colores diversos,
hegemonía socialista
En el debate latinoamericano, uno de los temas de la
agenda política contemporánea más debatidos es, sin duda,
el del sujeto de la revolución.
114
El capitalismo dependiente, como sistema de dominación
continental, somete, oprime, explota y margina a múltiples
sujetos sociales. Las evidencias están a la vista para quien no
quiera distraerse.
Ahora bien, de ese amplio, diverso y colorido abanicomulticolor,
¿existe algún sujeto social con capacidad de convocar
y coordinar al conjunto delmovimiento popular, aglutinando
todas las rebeldías particulares y llevar la lucha de todos hasta
las últimas consecuencias?
El Che Guevara consideraba que ese sujeto es la clase trabajadora.
En el caso particular de Cuba, consideraba que la
fuerza social, en términos cuantitativos,más numerosa era el
campesinado pobre (base social del Ejército Rebelde que hace
triunfar la revolución). Ahora bien, ese campesinado, si se hubiera
limitado a la simple lucha por su terruño, hubiera conducido
a la revolución a un callejón sin salida para el conjunto
de la sociedad. Eludiendo este falso atajo “campesinista”, el
Che Guevara considera que la Revolución Cubana —como la
de Vietnam, en situación análoga en términos de clases sociales—
pudo triunfar porque su dirección política tenía una
ideología propia de la clase trabajadora. Esa fue, por ejemplo,
una notable diferencia entre la Revolución Cubana de 1959 y
la Revolución Mexicana de 1910, que también derrocó heroicamente
al ejército burgués pero no logró, a pesar del
liderazgo insurgente de Villa y Zapata, construir un proyecto
aglutinador para el conjunto de la nación oprimida. El límite
del programa campesino constituye una limitación para reorganizar
el conjunto de la sociedad sobre nuevas bases, superadoras
del capitalismo dependiente. Las grandes masas
campesinas pobres de América Latina han jugado y pueden
jugar en el futuro un papel sumamente revolucionario, a condición
de converger en sus rebeldías y construir una alianza
con las clases trabajadoras urbanas.
115
Esa singular combinación que se dio en Cuba y en Vietnam
(ausente en los escritos de Marx o Engels), donde una fuerza
social demayoría campesina es conducida a la toma del poder
por un destacamento revolucionario de ideología proletaria,
constituye una de las elaboraciones de Guevara que bien valdría
la pena repensar en el mundo contemporáneo.
Porque hoy en día, en el siglo XXI, en el campo popular latinoamericano
también contamos con numerosos y diversos
sujetos sociales que padecen opresiones y dominaciones. Pero
no todos esos sujetos sociales tienen la misma capacidad de
convocar, aglutinar y coordinar, en una lucha común, una
confrontación contra el conjunto del sistema de dominación,
excediendo el límite “corporativo-reivindicativo” de su lucha
parcial.
Desde el ángulo guevarista, las luchas contra la dominación
del capital son numerosas, variadas y en América Latina asumen
tonalidades con un espectro de amplia gama. Pero cada
una por separado, permanece fragmentada y encerrada en su
propio “juego de lenguaje” (como le gusta decir al posmodernismo).
Sin articulación, sin coordinación global, sin generar
espacios comunes ni un proyecto socialista que aglutine a
todos y todas no habrá posibilidad de salir de los lugares tímidos
y limitados en los cuales el sistema de dominación nos recluye.
Para salir de ese lugar prefijado de antemano —donde
toda oposición y toda disidencia terminan siendo fagocitadas,
neutralizadas, institucionalizadas o directamente cooptadas—
necesitamos construir hegemonía socialista.
Como creía Mariátegui, como pensaba el Che, como propone
el guevarismo contemporáneo, la revolución socialista
constituye el gran proyecto que puede aglutinarnos a quienes
nos proponemos romper radicalmente con las diversas dominaciones
(nacionales, étnicas, de clase, de género, ecológicas,
116
etc). La clase trabajadora, entendida en sentido amplio, debe
jugar un papel central en esa convocatoria y en la construcción
de ese proyecto socialista plural que aglutine en la creación
del poder popular lasmás variadas y disímiles rebeldías antisistema.
¿Cambiar elmundo sin tomar el poder?
A lo largo de su corta e intensa vida política Ernesto Guevara
siempre destacó en primer plano la cuestión prioritaria
del poder para una transformación radical de la sociedad.
En su trabajo “Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana”
el Che no deja lugar a la ambigüedad: “El estudio
certero de la importancia relativa de cada elemento, es el que
permite la plena utilización por las fuerzas revolucionarias de
todos los hechos y circunstancias encaminadas al gran y definitivo
objetivo estratégico, la toma del poder [subrayado de
Guevara]. El poder es el objetivo estratégico sine qua non de
las fuerzas revolucionarias y todo debe estar supeditado a esta
gran consigna”. Pero esa afirmación no queda restringida a
escala nacional. Por eso el Che aclara inmediatamente: “La
toma del poder es un objetivo mundial de las fuerzas revolucionarias”.
Ese es el primer problema de toda revolución. En tiempos
del Che y en nuestra época.
¡Cuánta vigencia y pertinencia tienen hoy sus reflexiones!
Sobre todo cuando en algunas corrientes del movimiento de
resistenciamundial contra la globalización capitalista han calado
las erróneas ideas —difundidas hasta el hartazgo por las
ONG, fundaciones y diversas instituciones rentadas, encargadas
de aceitar la hegemonía del sistema—de que “no debemos
plantearnos la toma del poder”. Equívocas formulaciones y
seductores cantos de sirena que vuelven a instalar, con otro
117
118
lenguaje, con otra vestimenta, con otras citas prestigiosas de
referencia, la añeja y desgastada estrategia de la “vía pacífica
al socialismo” que tanto dolor y tragedia le costó, entre otros,
al hermano pueblo de Chile. En primer lugar, al entrañable
compañero Salvador Allende, honesto y leal propiciador de
aquella estrategia.
Porque al reflexionar y debatir sobre estos planteos —mayormente
nacidos en la academia parisina luego de la derrota
delmayo francés (véase nuestro ensayo “Desafíos de la teoría
crítica frente al posmodernismo” en amauta.lahaine.org)—
jamás debemos olvidar o soslayar el estudio de la propia historia
latinoamericana.
Grave equivocación la de aquellos intelectuales de origen
europeo que llegan a América Latina, se fascinan con una experiencia
política determinada, la simplifican, la recortan, la
absolutizan, la descontextualizan, la separan de la historia
latinoamericana, la convierten en receta universal y luego recorren
diversos países predicando el nuevo evangelio, violentando
las otras realidades para que todas entren, a como dé
lugar y sin importar las especificidades, en el lecho de Procusto
de sus esquemas de pizarrón.
Esemétodo de pensamiento político, ha sido recurrente en
diversos exponentes de la intelectualidad europea afín a América
Latina—algunos de ellos bienintencionados—o almenos
interesada en el acaecer político de nuestros pueblos. Desde
Régis Debray hasta Heinz Dieterich, pasando por John
Holloway hasta llegar a Toni Negri (elmás eurocéntrico de los
cuatro).
Si Debray se fascinó con la Cuba de los 60, la simplificó al
extremo y luego la transformó en la receta caricaturesca del
119
“foco” militar sin lucha política, Dieterich55 hizo exactamente
lo mismo con la Venezuela bolivariana de Chávez, de donde
extrajo la disparatada doctrina que propone, en cualquier país
y en donde sea, hacer la unidad con los militares de las Fuerzas
Armadas institucionales. A su turno Holloway siguió
idéntico derrotero metodológico con el neozapatismo, para
terminar proponiendo a los cuatro vientos que pretender
hacer una revolución para cambiar el mundo y tomar, en el
camino, el poder como medio de derrumbar la vieja sociedad
capitalista e ir construyendo una radicalmente nueva constituye
un absurdo y una ridiculez. Negri coincide con este último
análisis, aunque, quizás por su europeísmo galopante,
directamente ni se tomó el trabajo de los otros tres. Vino directamente
a América Latina a predicar sus recetas (extraídas
de la derrota delmovimiento extraparlamentario italiano y de
la filosofía universitaria francesa que él adoptó en su exilio
parisino), sin siquiera conocer de primera mano alguna de
nuestras sociedades.
El método implícito y presupuesto por estos cuatro exponentes
intelectuales de ese estilo de reflexión política resulta
fácilmente impugnable56. De sus distintas teorías, aquí nos detendremos
brevemente en la doctrina posmoderna de la “no
toma del poder”.
Existe un hilo —no rojo, sino más bien amarillo— de notable
continuidad entre: (a) la impugnación política al marxismo
revolucionario y el cuestionamiento filosófico de la
tradición dialéctica realizada por el pensador socialdemócrata
55 Como coherente partidario de la unidad con los militares latinoamericanos, Dieterich no se ahorra la
oportunidad de marcar sus enormes distancias con el marxismo del Che Guevara, a quien se refiere críticamente
del siguiente modo: “Para transformar la sociedad hay tres caminos posibles: a) manipular genéticamente
al ser humano, b) tratar de crear al “hombre nuevo” y c) cambiar las instituciones que
guían su actuación [...] La opción b) ha sido aplicada por todas las religiones del mundo, seculares y
metafísicas, con resultados desastrosos” (véaseHeinz Dieterich: Bases del nuevo socialismo. Buenos
Aires, Editorial 21, 2001. p. 74).
56En otros escritos hemos intentado cuestionarlo con mayor detenimiento: véase por ejemplo el prólogo
a la edición cubana de nuestro Marx en su (Tercer) mundo. La Habana, Centro Juan Marinello, 2003 o
también nuestro libro Toni Negri y los equívocos de «Imperio», publicado en Madrid [España], Campo
de ideas, 2002 y en Bolsena [Italia], Massari ed., 2005).
Eduard Bernstein, quien a fines del siglo XIX se oponía a la
toma del poder y sugería expurgar del socialismo toda huella
deHegel (argumentando, exactamente igual que Toni Negri—
quien evidentemente adoptó muchos de sus argumentos—,
que la dialéctica es “estatista”, “conservadora”, “apologista del
statu quo”, etc.); (b) la doctrina soviética promocionada en la
era Kruschev desde Moscú, a partir de 1956, que promovía la
“transición pacífica al socialismo” y el cambio de sociedad sin
guerra civil ni toma del poder (doctrina nacida en paralelo con
la doctrina de la “coexistencia pacífica” con el imperialismo);
(c) la estrategia del “camino pacífico—sin tomar el poder—al
socialismo” experimentada en Chile a partir de 1970; (d) la
doctrina eurocomunista—impulsada por el PCI a partir de su
acuerdo con la Democracia Cristiana— del “compromiso histórico”
con el Estado burgués y sus instituciones, motivada
por la recepción europeo occidental del fracaso chileno y el
temor a un golpe de estado en Italia (doctrina que luego se extiende
a Francia y a la España de la “transición” tras lamuerte
de Francisco Franco); y finalmente (e) la actual renuncia posmoderna
a toda estrategia de poder.
A pesar de los diferentes contextos históricos y la diversidad
de polémicas y debates en los que cada propuesta se inscribe,
entre (a), (b), (c), (d) y (e) hay denominadores comunes.
Las raíces políticas son convergentes y las conclusiones muy
similares. Para quien no tenga anteojeras ni malas intenciones,
resulta sumamente difícil desconocer que la doctrina de
“no toma del poder” ni es nueva, ni acaba de surgir por la
globalización ni responde a los cambios que introdujo Internet.
Todas esas formas de promocionarla son, en realidad,
subterfugios propagandísticos para presentar en bandeja
nueva una comida ácida, recalentada y ya rancia.
Aunque en el siglo XXI esa añeja doctrina semuestra y pretende
venderse desde una vidriera teóricamente más atractiva,
de modo mucho más pulido y seductor que los antiguos
120
esquemas socialdemócratas o stalinistas (ahora aparece cargada
incluso de términos libertarios o apelando a la indeterminación
de una genérica “sociedad civil”), el fondo político
sigue enmarañado dentromismo de las pegajosas redes institucionales
del capital. La conclusión es inequívoca. No se
puede saltar elmuro capitalista. No haymanera de confrontar
con las instituciones centralizadas del poder, abrir de una vez
por todas la puerta y pasar a una sociedad radicalmente distinta.
Por esomismo, volver a rescatar, continuar y recrear la reflexión
política del guevarismo sobre el problema del poder,
realizada no desde un Estado burocrático envejecido ni desde
un cómodo sillón académico universitario, sino desde una
práctica política vivida cotidianamente como apuesta vital por
la revolución socialista latinoamericana, constituye un elemento
de aprendizaje insustituible e imprescindible para las
nuevas generaciones de militantes.
Lenin y la formación política (¡sí, Lenin!)
La tradición del pensamiento político guevarista se inspira,
obviamente, en Guevara pero no se reduce ni se detiene allí.
El Che es el máximo exponente, pero no el único miembro de
esta tradición. En diversos trabajos hemos intentado rastrear
esta concepción analizando la obra teórica y práctica de diversos
exponentes del guevarismo latinoamericano57.
De todos esos aportes focalizaremos la mirada, brevemente,
en uno de los principales integrantes de la familia guevarista
latinoamericana: el revolucionario y poeta salvadoreño
Roque Dalton. ¿Por qué Dalton? Pues porque Roque subraya
un eje fundamental y determinante en la polémica contemporánea,
sumamente útil para poder comprender el proyecto político
guevarista y su concepción de la revolución: el nexo
Guevara-Lenin.
121
57 Véase la primera nota al pie de este ensayo.
¡Sí, Lenin! El más despreciado, vilipendiado, insultado.
Uno de los pensadores marxistas más indomesticables y reacio
a cualquier cooptación.
En su inigualable y hermoso ensayo-collage Un libro rojo
para Lenin, Roque Dalton nos ofrece nuevamente la fruta
prohibida, la piedra filosofal sin la cual no se puede comprender
al guevarismo.
Pensando en la formación política de las juventudes guevaristas
latinoamericanas, Roque nos sugiere: “Es conveniente
leer a Lenin, actividad tan poco común en extensos
sectores de revolucionarios contemporáneos”.
Pero su consejo para las nuevas generaciones demilitantes
no queda congelado allí. Burlón, incisivo, irónico y mordaz,
Dalton pone el dedo en la llaga. Luego de los relatos posmodernos
y de aquellas tristes ilusiones que pretendían “cambiar
el mundo sin tomar el poder”, Roque nos provoca: “Cuando
usted tenga el ejemplo de la primera revolución socialista
hecha por la “vía pacífica”, le ruego queme llame por teléfono.
Si no me encuentra en casa, me deja un recado urgente con
mi hijo menor, que para entonces ya sabrá mucho de problemas
políticos”.
A contramano de modas académicas y mercantiles, cruzando
las fronteras tanto de la vieja izquierda eurocéntrica
como de los equívocos seudolibertarios y falsamente horizontalistas
de las ONG, la propuesta guevarista de Roque Dalton
acude presurosa a llenar un vacío. Su relectura de Lenin nos
permite responder los interrogantes que a nuestro paso nos
presenta la esfinge. Roque focaliza lamirada crítica y la reflexión
teórica en el problema fundamental del poder, desafío
aun irresuelto por los procesos políticos contemporáneos de
nuestra América. Tras varias décadas de eludir, ocultar o si-
122
lenciar ese nudo problemático de todo pensamiento radical,
recuperar la perspectiva guevarista, antiimperialista y anticapitalista,
de Roque puede ser de gran ayuda para someter a
crítica las mistificaciones y atajos reformistas del posmodernismo,
disfrazados con jerga aparentemente —sólo aparentemente—
libertaria.
Lenin desde elmarxismo latinoamericano
El poeta salvadoreño se propone, nadamenos, que traducir

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