martes, 12 de abril de 2011

LIBROS: CHE (5) marxismo siglo XXI

Lenin desde elmarxismo latinoamericano
El poeta salvadoreño se propone, nadamenos, que traducir
a Lenin a nuestra lengua política, a nuestra idiosincrasia, a
nuestra historia, insertándolo en lo más rebelde y radical de
nuestras tradiciones revolucionarias: el guevarismo. No es
aleatorio que en su reconstrucción apele a otras experiencias
de revoluciones en países del Tercer Mundo: la atrasada
Rusia, la periférica China, Vietnam, Cuba, El Salvador. El
Lenin de Roque se viste de moreno, de indígena, de campesina,
de cristiano revolucionario, de habitante de población,
villamiseria, cantegril y favela, además de obrera y obrero industrial,
moderno y urbano. La suya es una lectura ampliada
de Lenin, pensada para que sea útil ya no exclusivamente en
las grandesmetrópolis del occidente europeo-norteamericano
sino principalmente en el Tercer Mundo, única manera de
mantenerlo vivo y al alcance de la mano en las rebeliones actuales
de América latina.
Esa perspectiva permite comprender la dedicatoria del
libro que aunque está cargada de afecto y admiración, implica
también una definición política, ya que Roque lo dedica “A
Fidel Castro, primer leninista latinoamericano, en el XX aniversario
del asalto al CuartelMoncada, inicio de la actualidad
de la revolución en nuestro continente”58.
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58 Subrayado de R.D.Esa dedicatoria a Fidel retoma puntualmente la tesis central del libro de Lukács sobre
Lenin. Véase nuestro estudio preliminar a G.Lukács: Lenin, la coherencia de su pensamiento. LaHabana,
Ocean Sur, de próxima aparición.
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Algunos de los problemas prioritarios que Un libro rojo...
aborda tienen que ver con el carácter de la revolución
latinoamericana y las vías (“tránsito pacífico”, confrontación
directa, “no tomar el poder...”, etc). Pero el abanico de problemas
pretende ser más extenso.
Che Guevara, Dalton
y el leninismo latinoamericano
La obra de Roque tiene como objetivo fundamental pensar
y repensar qué significa el leninismo para y desde América
Latina. Si al comienzo de este trabajo sostuvimos que el
guevarismo constituye la expresión latinoamericana del
leninismo, entonces su reflexiónmerece ser balanceada y contrastada
con otras aproximaciones análogas realizadas en
América Latina.
En primer lugar, con el “leninismo” construido por Victorio
Codovilla y Rodolfo Ghioldi, dos de los principales exponentes
argentinos de la corriente latinoamericana prosoviética. Estos
dos dirigentes comenzaron a ser hegemónicos dentro del Partido
Comunista Argentino (PCA) a partir de 1928, cuando ya
hacía diez años que éste se había fundado. Alineados en forma
férrea con la vertiente de Stalin en el Partido Comunista de la
Unión Soviética (PCUS), Codovilla y Ghioldi pasaron a dirigir,
de hecho, la sección sudamericana de la Internacional
Comunista (IC). Desde allí combatieron a José CarlosMariátegui,
difundieron sospechas sobre Julio AntonioMella y criticaron
duramente a todo el movimiento político-cultural de
la Reforma Universitaria nacido en Córdoba. Cuarenta años
más tarde, durante los años 60, Codovilla y Ghioldi volvieron
a repetir la misma actitud de aquellos años 20, rechazando y
combatiendo la nueva herejía que emanaba entonces de las
barbas de Cuba. Fueron duros opositores y polemistas del
guevarismo (“duros” no por la agudeza de sus argumentos
sino por la voluntad y el entusiasmo que pusieron en contrarrestar
su influencia política).
Desde ese ángulo, construyeron una pretendida “ortodoxia”
leninista desde la cual persiguieron a cuanto “heterodoxo”
se cruzara por delante. Lenin, en este registro stalinista
rudimentario se convierte en un recetario de fórmulas rígidas,
propiciadoras del “frente popular”, la alianza de clases con la
llamada “burguesía nacional” y la separación de la revolución
en rígidas etapas. Además, desde los años 50 en adelante, el
“leninismo” de Codovilla y Ghioldi se fue convirtiendo en sinónimo
de “tránsito pacífico” al socialismo y oposición a toda
confrontación político-militar y toda lucha armada (a pesar
de que Ghioldi había participado en 1935 en la insurrección
fallida encabezada por Luis Carlos Prestes en Brasil).
Todo el emprendimiento de Roque Dalton en Un libro rojo
para Lenin constituye una crítica frontal y radical, punto por
punto, parte por parte, de esta versión de “leninismo” divulgada
y custodiada en nuestras tierras por Codovilla y Ghioldi.
En segundo lugar, en América Latina el líder del Partido
Comunista Uruguayo (PCU) Rodney Arismendi elaboró una
versión más refinada y meditada de “leninismo”. La suya fue
una lectura más sutil y no tan vulgar como la de Codovilla y
Ghioldi —lo que le permitió cierto diálogo con la vertiente
guevarista como el mismo Roque reconoce en su otro libro
Revolución en la revolución y la crítica de derecha—, aunque
el dirigente uruguayo compartiera en términos generales el
mismo paradigma político que los dos dirigentes de Argentina.
Arismendi pretendía dibujar una imposible solución
intermedia entre las ortodoxias de los antiguos partidos
comunistas prosoviéticos y el guevarismo. Desde esa óptica
intentó dialogar con los Tupamaros uruguayos e incluso llegó
a participar (con una línea divergente) de la conferencia de la
OLAS.
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En tercer lugar, y ya bajo la estrella de la Revolución Cubana,
la pedagoga chilena Marta Harnecker intentará una
nueva aproximación a Lenin desde América Latina. Lo hará
desde la óptica política y epistemológica althusseriana, ya que
Marta ha sido durante años una de las principales alumnas y
difusoras del pensamiento de Louis Althusser en idioma castellano
y en tierras latinoamericanas. Ese intento de lectura
se cristalizará en la obra La revolución social (Lenin y América
Latina), de algún modo deudora de obras previas como
Táctica y estrategia; Enemigos, aliados y frente político así
como de la más famosa de todas Los conceptos elementales
delmaterialismo histórico. La obra pedagógica deHarnecker,
mucho más apegada a Lenin que los anteriores intentos etapistas
de Codovilla, Ghioldi o Arismendi, tiene un grado de
sistematicidad mucho mayor que la de Roque Dalton. Sin
embargo, pormomentos los esquemas construidos porMarta
rinden un tributo desmedido a situaciones de hecho,
coyunturales (de todas formas sin llegar al extremo de Debray,
Dieterich, Holloway o Negri). Por eso sus libros teóricos van
de algún modo “acompañando” los procesos políticos
latinoamericanos. Así, perspectivas políticas determinadas se
convierten, por momentos, en “modelos” casi universales:
lucha guerrillera—como en Cuba—en los 60; lucha institucional
y poder local—como en Brasil y Uruguay—en los 80 y 90;
procesos de cambios radicales a través del ejército —como en
Venezuela— desde el 2000.
El libro de Roque, sin dudamenos sistemático y conmenor
cantidad de referencias y citas bibliográficas de los escritos de
Lenin que estos manuales, posee sin embargo una mayor
aproximación al núcleo fundamental del Lenin pensador de
la revolución anticapitalista. Lamenor sistematicidad es compensada
con una mayor frescura y, probablemente, con una
mayor amplitud de perspectiva de pensamiento político, realizado
desde el guevarismo latinoamericano.
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En cuarto lugar, debemos recordar la operación de desmontaje
que desde comienzos de los años 80 pretendieron
realizar los argentinos (por entonces exiliados) Juan Carlos
Portantiero, Ernesto Laclau y José Aricó, entre otros. Toda su
relectura de Gramsci en clave explícita y expresamente antileninista,
constituye un sutil intento de fundamentar su pasaje
y conversión de antiguas posiciones radicalizadas a posiciones
moderadas (esta referencia vale para Portantiero y Aricó, no
así para Laclau, quien nuncamilitó en la izquierda radical sino
en la denominada “izquierda nacional”, apoyabrazos progresista
del populismo peronista). Concretamente, el ataque a
Lenin (acusado de “blanquista”, “jacobino” y “estatalista”) y
la manipulación de Gramsci (resignificado desde el eurocomunismo
italiano y el posmodernismo francés) cumplen en
los ensayos de Portantiero, Aricó y Laclau el atajo directo para
legitimar con bombos y platillos “académicos” su ingreso alegre
a la socialdemocracia, tras la renuncia a toda perspectiva
antiimperialista y anticapitalista. No podían realizar ese tránsito
sin ajustar cuentas con la obra indomesticable de Lenin,
hueso duro de roer, incluso para los académicosmás flexibles
y más hábiles.
El libro de Roque, pensado desde el guevarismo para discutir
con el reformismo y el oportunismo de “la derecha del
movimiento comunista latinoamericano”, está repleto de argumentos
que incluso les quedan grandes a las apologías parlamentaristas
y reformistas de estos tres pensadores de la
socialdemocracia.
En quinto lugar, no podemos obviar el ya mencionado intento
de John Holloway y sus seguidores latinoamericanos
por responsabilizar a Lenin de todos losmales y vicios habidos
y por haber: sustitucionismo, verticalismo, autoritarismo, estatalismo,
etc., etc., etc. La “novedad” que inaugura el planteo
de Holloway consiste en que realiza el ataque contra las posi-
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ciones radicales que se derivan de Lenin con puntos de vista
reformistas pero, a diferencia de los antiguos stalinistas
prosoviéticos o de los socialdemócratas, él lo hace con lenguaje
pretendidamente de izquierda. La jerga pretendidamente
libertaria encubre en Holloway un reformismo poco
disimulado y una impotencia políticamal digerida o no elaborada
(extraída de un esquema académico demasiado abstracto
de la experiencia neozapatista, caprichosamente despojada de
toda perspectiva histórica o de toda referencia a las luchas
campesinas del zapatismo de principios del siglo XX, que poco
o nada interesan a Holloway, en ese sentido, bien valdría la
pena consultar la carta que Emiliano Zapata le envía en 1918
al general Genaro Amezcua donde traza un paralelo entre la
revolución zapatista mexicana y la revolución bolchevique de
la Rusia de Lenin). Toda la crítica de Roque Dalton golpea
contra este tipo de planteos académicos al estilo de Holloway
(o de sus seguidores igualmente académicos), aunque por vía
indirecta, ya que al redactar su polémico Collage, Roque pretendía
cuestionar posicionesmás ingenuas,menos sutiles y, si
se quiere, más transparentes en sus objetivos políticos.
Finalmente, a la hora de parangonar la lectura guevarista
de Roque con otras lecturas latinoamericanas sobre Lenin,
nos topamos con el reciente análisis de Atilio Borón. Este
autor acude al ¿Qué hacer?, para analizarlo, interrogarlo y reivindicarlo
desde la América Latina contemporánea.
No es casual que, como Roque Dalton, Borón llegue a una
conclusión análoga cuando señala a Fidel Castro como uno de
los grandes dirigentes políticos que han comprendido a fondo
a Lenin. Particularmente, hace referencia a la importancia
atribuida por Lenin al debate teórico y a la conciencia y lo parangona
con el lugar privilegiado que ocupa la “batalla de las
ideas” en el pensamiento de Fidel.
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129
Después de la rebelión popular argentina de diciembre de
2001, Borón analiza las tesis del ¿Qué hacer? y las emplea
para polemizar con el “espontaneísmo”, sobre todo de John
Holloway, quien de hecho clasifica a Lenin como un vulgar
estatista autoritario. También polemiza con la noción deshilachada
y difusa de “multitud” de Toni Negri, quien cree, erróneamente,
que toda organización partidaria de las clases
subalternas termina subordinando los movimientos sociales
bajo el reinado del Estado. Crítico de ambas interpretaciones
—la de Holloway y la de Negri—, Borón sostiene que gran
parte de las revueltas populares de comienzos del siglo XXI
han sido “vigorosas pero ineficaces”, ya que no lograron, como
en el caso argentino, instaurar un gobierno radicalmente distinto
a los anteriores ni construir un sujeto político, anticapitalista
y antiimperialista, perdurable en el tiempo.
En este tipo de lecturas, el leninismo de Borón mantiene
una fuerte deuda con las hipótesis históricas del dirigente comunista
uruguayo Arismendi, a quien cita explícitamente,
aunque en el caso del argentino esas conclusiones a favor de
un comunismo democrático estén completamente despojadas
de todo vínculo con el stalinismo.
De lamisma forma que el salvadoreño, en su trabajo sobre
Lenin el argentino cuestiona “las monumentales estupideces
pergeñadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores”.
Si bien Borón y Dalton se esfuerzan por delimitar
la reflexión de Lenin de aquello en lo que derivó posteriormente
en stalinismo, depositan susmiradas en aristas algo disímiles.
Por ejemplo, mientras Borón critica —siguiendo a
Marcel Liebman— la “actitud sumamente sectaria” de Lenin
durante el período 1908-1912, Roque defiende aquellos escritos
de Lenin, duros, inflexibles, propiciadores de la clandestinidad,
del “partido obrero de combate” e incluso de la
guerrilla. En ese sentido, el Lenin latinoamericano de Roque
Dalton es un guevarista avant la lettre.
Pensar el poder y a los clásicos
del marxismo desde América latina
Además del libro de Roque Dalton, pieza arquitectónica
inigualable del acervo histórico del pensamiento político guevarista
latinoamericano, existen otras producciones que bien
valdría la pena estudiar hoy en la formación política de la
joven militancia latinoamericana. Entre muchas otras, estamos
pensando en un documento político elaborado al calor
del fuego y no en la mansedumbre tibia de una maestría o un
doctorado académico.
Se trata de un trabajo colectivo, presentado en 1968 al IV
Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores
(PRT) de Argentina. Este texto tiene como autores a tres
miembros de la organización insurgente, entre los cuales se
encuentraMario Roberto Santucho, otro de los principales representantes
del guevarismo en nuestras tierras. Resultamás
que plausible que la mayoría de sus ideas principales pertenezcan
a Robi Santucho.
El primer capítulo de este folleto, titulado precisamente “El
marxismo y la cuestión del poder”, ubica en el centro de la
discusión aquella cuestión que estuvo ausente en las distintas
corrientes de la izquierda tradicional argentina, por lomenos
desde los levantamientos anarquistas —sangrientamente
reprimidos— de principios de siglo. Junto a la cuestión del
poder, allí se analiza el problema de la estrategia revolucionaria
en los clásicos del marxismo, leídos —a diferencia del
abordaje típicamente académico— desde preocupaciones
esencialmente latinoamericanas.
La reflexión se abre con una toma de posición metodológica.
En el análisis del país y su sociedad se debe partir de la
categoría dialéctica más omnicomprensiva: la situación del
capitalismo mundial y la lucha revolucionaria internacional
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para, a partir de allí, avanzar hacia el estudio de la relación de
fuerzas entre las clases sociales, tanto a nivel nacional como
internacional. Ésa era la recomendación de Marx en sus borradores
de El Capital (los Grundrisse), cuando afirma que la
categoría dialécticamás concreta (porque encierra en su seno
lamayor cantidad de determinaciones) es elmercadomundial
(Aunque en la exposición lógico dialéctica de Marx esta categoría
resulta el punto de llegada, en toda investigación sobre
el capitalismo debería constituir el punto de partida, ya que el
capitalismo conforma un sistema mundial).
No otra era la posición de Antonio Gramsci, cuando en el
N°13 de sus Cuadernos de la cárcel proponía —siguiendo
puntualmente a Lenin—estudiar el análisis de las situaciones
políticas y las relaciones de fuerzas sociales, partiendo de la situación
internacional.
Ese era el punto de vista del Che Guevara cuando en su
“Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”
parte de un análisis del capitalismo como sistemamundial
de dominación para, a partir de allí, formular una estrategia
continental y mundial de enfrentamiento con aquel.
Esemismo problemametodológico reaparecerá posteriormente,
en la Argentina, en la discusión de 1970-1971 entre dos
organizaciones que intentaban inspirarse en el Che: el
PRT-ERP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). La
posición de las FAR, defendida por Carlos Olmedo, quien seguía
al pie de la letra la teoría nacionalista de las “causas internas”
de Rodolfo Puiggrós (éste la había desarrollado en la
Introducción de 1965 a su célebre Historia crítica de los partidos
políticos argentinos), reclamaba comenzar el análisis
por la Argentina para luego remontarse hacia lo internacional.
La posición del PRT, que prolongaba el análisis del Che en su
“Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinen-
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tal”, proponía una mirada global sobre el conflicto con el imperialismo.
La lucha nacional, país por país, era para el PRT
parte de una batalla mayor, de carácter antiimperialista e internacional.
De este modo, el PRT le respondía a Olmedo —
cabe aclarar que Santucho mantenía por Olmedo un gran
aprecio personal, según le confiesa en una carta enviada desde
la cárcel a su primera compañera Ana Villarreal— que el
marxismo no es sólo un instrumentometodológico, sino también
una ideología política y una concepción del mundo. En
tanto método, ideología política y concepción del mundo,
tiene como meta la revolución mundial y, por ello, debe analizar
el capitalismo como un sistema a una escala que supere
la estrechez reduccionista del discurso nacional-populista.
Después de sentar posición metodológica, el documento
sobre elmarxismo y la cuestión del poder del IV Congreso del
PRT argentino pasa a discutir el problema de la estrategia político-
militar, núcleo de fuego de la izquierda revolucionaria.
Para hacerlo, recorre la herencia de los clásicos. Comienza
por Marx y sus escritos sobre la lucha de clases en la Europa
urbana del siglo XIX. Principalmente, sobre las barricadas de
París, tanto en 1848 como en 1871. La estrategia de Marx
apostaba a una acción insurreccional de la clase obrera, rápida
y violenta, en las grandes ciudades, teniendo comometa el derrocamiento
del Estado y la toma del poder.
Luego, se analiza la Introducción de Engels de 1895 a Las
luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Introducción que
ha sido considerada, habitualmente, como “el testamento político”
de Engels. En ese texto, el compañero de Marx dejaba
sentado que la barricada urbana y la lucha de calles habían
perdido efectividad frente a los avances de la técnicamilitar y
las reformas urbanísticas (el trazado de las grandes avenidas,
por ejemplo, por donde podía desplazarse rápidamente el
ejército).
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La socialdemocracia internacional censuró ese documento
de Engels. En 1895, G.Liebknecht publicó en el periódico
Vorwärts [Adelante], órgano central del Partido Socialdemócrata
Alemán, varios fragmentos entrecortados donde Engels
aparecía, según el autor del documento le confesó a Paul
Lafargue en una carta, “como un pacífico adorador de la legalidad
a toda costa”. A pesar de la censura del partido alemán
y de la posterior queja de Engels, los principales ideólogos de
la socialdemocracia adoptaron este texto como caballito de
batalla para insistir con el parlamentarismo. Engels señalaba,
acertadamente, el problema que se abría para el movimiento
obrero. Pero no aportaba una solución. Casi inmediatamente
después de escribirlo (y de quejarse por la censura de la que
fue víctima) Engels se muere, dejando sin respuesta política
estratégica al movimiento obrero mundial.
A contramano de la socialdemocracia alemana y de todo el
reformismo que tenía a esta última como faro y luz, en Italia
Antonio Gramsci utilizó ese mismo texto de Engels para pensar
la revolución pasiva en Europa occidental. El gran cerebro
italiano, partiendo del “testamento” de Engels, intenta desentrañar
las modernizaciones “desde arriba”, desarrolladas en
Alemania por Bismarck y en Francia por Luis Bonaparte. En
estas “revoluciones desde arriba”, impulsadas por el Estado
burgués, que cambia algo para que nada cambie, neutralizando
de estemodo la rebelión popular, institucionalizando el
proceso social y apropiándose de los reclamos y reivindicaciones
“de abajo”, Gramsci visualiza un problema extremadamente
difícil de resolver. Para poder enfrentar eficazmente y
derrotar estas “revoluciones pasivas”, en sus Cuadernos de la
cárcel Gramsci propone cambiar la estrategia revolucionaria
de la clase obrera: pasar de la revolución permanente y la guerra
demaniobra a la guerra de posiciones. Esto para las sociedades
capitalistas de Europa occidental. ¿Y en las capitalistas
periféricas, que forman parte del Tercer Mundo? ¿Y en las
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capitalistas coloniales, semicoloniales y dependientes? ¿Y en
las de América Latina? Aunque en sus Cuadernos de la cárcel
realiza algunas breves observaciones sobre la estrategia política
de la guerra de guerrillas en sociedades agrarias y atrasadas
(tomando como ejemplo a los combatientes irregulares
balcánicos o los grupos irlandeses, etc.), Gramsci deja abierto
el problema e irresueltos sus interrogantes.
El guevarismo de Santucho y sus compañeros de lucha parten
de este problema central que atraviesa el núcleo político
de la teoría revolucionaria. Al igual que Gramsci, comienzan
por el desafío político que Engels les deja pendiente a los revolucionarios
del siglo XX. De igual modo que el italiano, no
se resignan a dar por sepultado el fin de las revoluciones, para
abrazar alegremente el Parlamento. Pero, como Santucho
forma parte delmarxismo latinoamericano, y el terreno social
en el que semueve la corriente guevarista es el TercerMundo,
se esfuerza por resolver la incógnita del viejo Engels desde un
ángulo distinto al predominante en Europa occidental.
Por eso Santucho y sus compañeros fijan su atención en
una serie de textos de Lenin, habitualmente desatendidos,
soslayados, u “olvidados” por las distintas corrientes de la
izquierda tradicional. El principal de todos es La guerra de
guerrillas59, un texto que el general vietnamita Giap y el
comandante Ernesto Che Guevara conocían de memoria.
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59 La guerra de guerrillas fue escrito por Lenin después de la insurrección rusa de 1905. Fue publicado
por primera vez en Proletari N°5, el 13/X/1906. En Argentina, este texto curiosamente “olvidado” por los
apresurados impugnadores del supuesto “foquismo”, vio la luz –es probable que por primera vez— en
1945. Véase la antología La lucha de guerrillas a la luz de los clásicos del marxismo-leninismo. Bs.As.,
Lautaro, septiembre de 1945. pp. 71-86. Esta edición del Partido Comunista argentino, seguramente respondía
a la euforia que vivió esta corriente ante la victoria soviética (guerrillas incluidas) sobre los nazis.
Sin embargo, a pesar de haberlo publicado, nunca se tomó como eje de lo que se consideraba oficialmente
como sinónimo de “leninismo”. Más tarde, esta misma corriente traduce del ruso y publica las Obras
Completas de Lenin. Con el tomo N°11 de estas últimas (volumen que incluye los textos sobre la guerra
de guerrillas, posteriormente analizados por Santucho) sucede algo singular. Con esosmateriales, los editores
del comunismo argentino toman la decisión de publicar, al mismo tiempo, dos libros distintos. Por
un lado, publican el mencionado tomo N°11, como parte de las Obras Completas, con el mismo formato
y la misma tapa (fondo naranja, con la fotografía de Lenin en gris) que el resto de la colección. Por otro
lado editan, al mismo tiempo, en un volumen separado: Lenin: Las enseñanzas de la insurrección y la
guerra de guerrillas. Bs.As., Ediciones Estudio, 1960 (Se trata de la reproducción exacta del tomo N°11
de las Obras Completas, impreso elmismo día y en lamisma imprenta, pero editado almismo tiempo con
otro título y otro sello editorial). Exceptuando algunos pocos trabajos económicos suyos sobre el imperialismo,
esta operación editorial no se volvió a repetir nunca en Argentina con ningún otro escrito de Lenin.
135
En estos textos “malditos”, Lenin afirma que: “La cuestión
de las operaciones de guerrillas interesa vivamente a nuestro
Partido y a la masa obrera […] La lucha de guerrillas es una
forma inevitable de lucha en un momento en que el movimiento
de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y
en que se producen intervalos más o menos considerables
entre “grandes batallas” de la guerra civil […] Es completamente
natural e inevitable que la insurrección tome las formas
más elevadas y complejas de una guerra civil prolongada,
abarcando a todo el país, es decir, de una lucha armada entre
dos partes del pueblo”. Más adelante, agrega: “La socialdemocracia
(Lenin utiliza en esos años –1906— el término “socialdemocracia”
para referirse al partido revolucionario. Nota
de N.K.) debe, en la época en que la lucha de clases se exacerba
hasta el punto de convertirse en guerra civil, proponerse
no solamente tomar parte en esta guerra civil (subrayado
de Lenin), sino también desempeñar la función dirigente. La
socialdemocracia debe educar y preparar a sus organizaciones
de suerte que obren como una parte beligerante (subrayado
de Lenin], no dejando pasar ninguna ocasión de asestar
un golpe a las fuerzas del adversario”. En el mismo registro,
sostiene que: “El marxista se coloca en el terreno de la lucha
de clases y no en el de la paz social. En ciertas épocas de crisis
económicas y políticas agudas, la lucha de clases, al desenvolverse,
se transforma en guerra civil abierta, es decir en lucha
armada entre dos partes del pueblo. En tales períodos, el
marxista está obligado (subrayado de Lenin) a colocarse en
el terreno de la guerra civil. Toda condenación moral de ésta
es completamente inadmisible desde el punto de vista del
marxismo. En una época de guerra civil, el ideal del Partido
del proletariado es el Partido de combate (subrayado ymayúscula
de Lenin)”.
Después de recorrer estos pasajes (que constituyen apenas
una pequeña parte de su reflexión sobre este tema), a un lector
desprejuiciado le surgen los siguientes interrogantes: ¿acaso
será Lenin un ingenuo apologista del “foquismo”? ¿Quizás un
guevarista avant la lettre?
Todos estos papeles y trabajos políticos de Lenin abundan
en idénticas reflexiones. Son duros, contundentes, taxativos.
No dan pie para la ambigüedad. No utilizan elmarxismo como
un recetario decorativo, sino como un instrumento de análisis
para intervenir en la lucha de clases, desarrollar la confrontación
de fuerzas entre las clases sociales hasta el nivelmáximo,
la guerra civil, y en ella, encaminar a los sectores populares
hacia la victoria.
¿Qué conclusión extrajeron Santucho y sus compañeros
guevaristas de estos trabajos políticos de Lenin? Ellos destacaron
que es el máximo dirigente bolchevique quien le encuentra
resolución al problema abierto y planteado por el
último Engels. En la lectura e interpretación de Santucho, la
respuesta de Lenin saca al movimiento revolucionario del
callejón sin salida donde lo había puesto la socialdemocracia.
En su óptica, Lenin tiene la virtud de haber descubierto
las vías para una nueva estrategia política. Ésta permitiría
superar los obstáculos y dificultades, presentados a toda
insurrección urbana rápida, por los avances de las nuevas tecnologías
militares empleadas por las fuerzas represivas de la
burguesía y sus nuevas reformas urbanísticas. Esa nueva estrategia
política, descubierta por Lenin a partir de las enseñanzas
de la insurrección de 1905, consiste en la lucha
popular y la guerra civil prolongada, la lucha entre dos partes
del pueblo, la construcción de un partido y un ejército revolucionarios,
templados ambos en las grandes batallas y los pequeños
encuentros.
“El marxismo y la cuestión del poder” resume su atenta y
detallada lectura sobre estos materiales teóricos del máximo
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dirigente bolchevique, leído desde América Latina, del siguiente
modo: “Lenin es el descubridor y el propulsor de la
guerrilla urbana”.
A continuación, el documento base del IV Congreso hace
un balance y un beneficio de inventario de los aportes de León
Trotsky y Mao Tse-Tung a la teoría revolucionaria.
Aunque le reprochan a Trotsky “la ausencia de una clara
estrategia de poder” para los países atrasados, “agrarios, coloniales
y semicoloniales”, destacan aquellos pasajes del Programa
de transición donde Trotsky reclama y promueve “el
armamento del proletariado”.
En cuanto a Mao, resaltan su concepción de la “lucha
armada permanente dirigida por el partido, la guerra civil prolongada
y guerra de guerrillas”.
De igual manera, evalúan que “...tanto Mao como los
vietnamitas distinguen cuidadosamente, como lo hiciera
Lenin, lucha armada de insurrección general”.
En conjunto, Santucho y sus compañeros tratan de romper
la dicotomía y el enfrentamiento habitual de trotskistas y
maoístas. Por eso, advierten que “para nosotros, desde la
muerte de Lenin y posterior consolidación del stalinismo, no
hubo una sola corriente que mantuvo vivas las tradiciones
y concepciones marxistas-leninistas, sino dos. No fue sólo
Trotsky y el trotskismo quien conservó y desarrolló el
marxismo revolucionario frente a la degeneración stalinista
[…] Similar rol jugó Mao Tse-Tung y el maoísmo”.
El balance concluye planteando, heréticamente, que: “Hoy
[1968], la tarea teórica principal de losmarxistas revolucionarios,
es fusionar los aportes del trotskismo y el maoísmo en
una unidad superior que significará un retorno pleno al
leninismo”.
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En la última parte de esta recorrida histórica por los clásicos,
el documento del PRT se centra en el núcleo duro de su
identidad política latinoamericana: el castrismo-guevarismo.
En esta cuestión, Santucho aclara, presuroso, que “... No
hacemos distinción alguna entre castrismo y guevarismo, porque
la distinción es falsa”.
Santucho intenta sintetizar la estrategia de la Revolución
Cubana. Ésta no consistía en una visión empírica hecha sobre
la marcha sino en una perspectiva de alcance mundial. Para
Santucho, esa estrategia mundial está resumida en el “Mensaje
a los pueblos delmundo a través de la Tricontinental” del
Che. Lo fundamental de dicha estrategia residiría en “la revolución
socialista y antiimperialista en los territorios dependientes”.
Una perspectiva que, en aquellos años, emanaba de
la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad, reunida
en La Habana en 1967). Santucho aprovecha esta elucidación
para recalcar que “el castrismo otorga mayor
importancia que elmaoísmo a la lucha urbana”. A eso se agregaría—
siempre desde su interpretación del castrismo—la necesidad
de desarrollar una revolución continental a partir de
revoluciones nacionales y regionales, mediante la estrategia
de confrontación político-militar prolongada. Finalmente,
destaca que allí donde no existan fuertes partidos revolucionarios
habrá que crearlos como fuerzas militares desde el comienzo,
ligando todo el tiempo la lucha política y la lucha
político-militar.
Después de haber comenzado con el punto de vista metodológico
y de haber ido analizando las experiencias del pasado,
desmenuzando el itinerario de la estrategia de poder en
Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Mao, Ho Chi Minh, Fidel y el
Che Guevara, Santucho y sus compañeros del PRT se abocan
al debate específico sobre la estrategia de poder en la Argentina.
Ésa era, centralmente, la finalidad de este largo recorrido:
el análisis concreto de la realidad concreta.
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Su estrategia política de poder caracteriza a nuestro país
como una sociedad capitalista semicolonial y dependiente. A
partir de este diagnóstico sociológico y económico, infiere que
la revolución pendiente debe ser socialista y antiimperialista,
al mismo tiempo, entendiendo ambas como tareas y fases de
un proceso permanente e ininterrumpido. El documento concluye
analizando las bases sociales en los que se apoyaba la
estrategia de guerra revolucionaria prolongada: primero civil,
al estar determinada por el enfrentamiento entre dos partes
del propio pueblo argentino, y luego nacional-antiimperialista,
ante la previsible invasión norteamericana.
Guevara y la transición al
socialismo en clave política
Las reflexiones del guevarismo latinoamericano no se agotan
en las vías, tácticas y estrategias de lucha por el poder.
Guevara también aporta una meditada y detallada reflexión
para después de la toma del poder, ya que la revolución entendida
como proceso ininterrumpido, permanente, prolongado
y a largo plazo no sólo no culmina con la toma del poder
(como imaginan los posmodernos que acusan de “estatismo”
a los leninistas de la corriente del Che) sino que se prolonga y
se multiplica tras la toma del poder. La batalla por la nueva
sociedad, la nueva cultura y la nueva subjetividad comienza
durante la confrontación con el mundo burgués y sus instituciones
pero no se agota ni se extingue en esa lucha, sino que
prosigue —si es que la revolución no se congela y no se detiene—
después de la toma del poder.
Son bastante conocidos los estudios del Che sobre los debatesmarxistas
acerca de la transición al socialismo, el papel del
valor, el mercado, el plan, la banca, el crédito, los estímulos,
la gestión de las nuevas empresas, etc., etc. Pueden consultarse
tanto sus intervenciones en “el gran debate” con Charles
Bettelheim, ErnestMandel y Carlos Rafael Rodríguez durante
139
1963-1964, sus intervenciones periódicas en el Ministerio de
Industrias así como también sus extensísimas anotaciones críticas
al manual de economía política de la Academia de Ciencias
de la URSS60.
Muchas de esas facetas de su pensamiento hoy son conocidas,
aunque durante demasiado tiempo no se le dieron la importancia
que semerecían. Durante la década de los 80, Fidel
Castro volvió a apelar a ellas para cuestionar a los partidarios
perestroikos del mercado como panacea universal de la transición.
Por entonces, en un célebre discurso de homenaje, en
el XX aniversario de la caída del Che, Fidel defendió públicamente
el libro de Carlos Tablada Perez61.
Ahora bien, más allá del debate específicamente “económico”
sobre la transición al socialismo, ¿cuál es el aporte político
de estos análisis del Che?
En primer lugar, creemos que el Che aporta una lectura de
lamarcha política al socialismo no etapista. Enmuchos de sus
escritos, Guevara insiste en que se debe forzar lamarcha dentro
de lo que objetivamente es posible, pero quienes aspiran a
crear unmundo nuevo nunca deben permanecer cruzados de
brazos esperando que el funcionamiento automático de las
leyes económicas —principalmente de la ley del valor— nos
conduzca mágicamente al reino del comunismo.
En segundo lugar, Che Guevara otorga un lugar principal a
la subjetividad y la batalla política por la cultura en la creación
de hombres ymujeres nuevos. El socialismo no constituye, en
su óptica, un problema de reparto económico (ni un problema
140
60 Véase Che Guevara y otros: El gran debate. La Habana,, Ocean Press, 2003; Apuntes críticos a la economía
política. La Habana, Ocean Press, 2006 y El Che en la revolución cubana. La Habana, Ministerio
del Azúcar, 1966. Tomo VI.
61Véase la última edición de Carlos Tablada Perez: El pensamiento económico del Che. La Habana, Ruth
casa editorial, 2006 [primera edición de 1987]. Nosotros hemos tenido la suerte de prologar las dos últimas
ediciones de este excelente libro.
de “cuchillo y tenedor”, según le manifestó alguna vez Rosa
Luxemburg en una carta a Franz Mehring). El comunismo
debe ser, no sólo la socialización de losmedios de producción
sino también la creación de una nueva cultura y una nueva
moral que regule la convivencia entre las personas.
En tercer lugar, el tránsito al socialismo debe privilegiar la
planificación socialista y los estímulos morales, como métodos
principales dirigidos a debilitar y finalmente aniquilar la
ley del valor y los intereses materiales individuales. La planificación
constituye un instrumento político de regulación económica.
Ninguna revolución radical que se precie de tal puede
abandonar al libre juego de la oferta y la demanda, el equilibrio
entre la oferta global de bienes y servicios y la demanda
global. Los equilibrios globales entre las distintas ramas de la
producción y el consumo deben respetarse pero violentando
la perversa ley del valor, interviniendo políticamente desde el
poder revolucionario sobre el pretendido funcionamiento “automático”
del mercado.
Políticamente todo este programa de intervención en el
transcurso de la transición al socialismo se asienta en el poder
fuerte de la clase trabajadora—lo que en los libros clásicos del
marxismo solía denominarse como “dictadura del proletariado”—,
es decir, en el poder democrático de la mayoría social
de las clases subalternas por sobre la minoría elitista y
explotadora.
Poder superar la fase de “capitalismo de Estado” e iniciar
propiamente la transición al socialismo presupone, necesariamente,
romper los límites de la legalidad burguesa y todo
el armazón institucional que garantiza la reproducción del capitalismo,
día a día, mes a mes, año a año.
141
Sin este poder fuerte, sin este poder democrático y absoluto
de la mayoría popular sobre la minoría explotadora, es
completamente inviable cualquier cambio social radical que
vaya más allá de experiencias populistas y de experimentos
de “capitalismo de Estado”, por más progresistas o redistribucionistas
que éstos sean frente al neoliberalismo salvaje. La
historia profunda de América Latina está plagada de ejemplos
que lo corroboran (desde la Guatemala de Árbenz hasta el
Chile de Pinochet, pasando por innumerables experiencias
progresistas análogas finalmente frustradas y reprimidas a
sangre, tortura y fuego). Esa es la gran conclusión política que
extrae el guevarismo de la historia de nuestra América. Conclusión
que hoy puede servirnos para los debates sobre el
socialismo del siglo XXI en Venezuela y quizás en futuras revoluciones
latinoamericanas.
Razón de Estado o revolución continental
Si existe un punto en común en los diversos aportes al pensamiento
revolucionario realizado por el guevarismo latinoamericano
(Che Guevara, Miguel Enríquez, Robi Santucho,
Roque Dalton, etc.), éste consiste en el énfasis otorgado a la
revolución continental por sobre cualquier apelación, supuestamente
pragmática o realista, a la “razón de Estado”. No pueden
confundirse los compromisos coyunturales, diplomáticos
o comerciales de un Estado particular con las necesidades políticas
del movimiento popular latinoamericano en su conjunto.
Los revolucionarios de cada país pueden muy bien solidarizarse
activamente con otros Estados —donde los trabajadores
hayan triunfado o tengan políticas progresistas—sin tener
que seguir al pie de la letra sus agendas ni subordinar la
dinámica que asume la lucha de clases interna y la batalla antiimperialista
en la propia sociedad a los intereses circunstanciales
o a las necesidades inmediatas que puedan tener esos
Estados.
142
143
Este punto en común resulta sumamente pertinente para
pensar los desafíos actuales de los movimientos sociales y de
todo el campo popular latinoamericano, profundamente solidario
con Cuba y con Venezuela y al mismo tiempo impulsor
de la resistencia antiimperialista y anticapitalista a nivel continental.
La mejor ayuda para la Revolución Cubana no consiste
en subordinar la lucha en cada país a los “contactos”
diplomáticos de los Estados amigos sino en impulsar y promover
nuevas revoluciones en América Latina.
Esta elucidación resulta impostergable hoy en día, cuando
más de uno pretende encubrir su completa subordinación política
a diversos gobiernos burgueses seudo progresistas y proyectos
económicos dependientes, apenas reciclados, apelando
—para legitimarse—al nombre de Cuba o,más recientemente,
al de Venezuela. La mejor manera de defender a Cuba y su
hermosa revolución del imperialismo es luchando contra el
imperialismo y por la revolución en cada país y en todo el
mundo.
Preguntas abiertas, respuestas posibles
¿Cómo pensar en América Latina los cambios radicales
más allá de la institucionalidad sin abandonar, al mismo
tiempo, la necesidad de construir la hegemonía socialista que
nos agrupe a todos y todas?
¿Cómo hacer política sin caer en las tramposas redes de la
institucionalidad y el progresismo, pero sin terminar recluidos
en la marginalidad política?
¿Cómo volver a colocar en el centro de las discusiones, los
proyectos y las estrategias revolucionarias latinoamericanas
del siglo XXI el problema del poder, abandonado, eludido o
incluso negado durante un cuarto de siglo de hegemonía
neoliberal o posmoderna?
Para resolver estas preguntas no sólo debemos inspirarnos
en la historia. En la actual fase de la correlación de clases —
signada por la acumulación de fuerzas—necesitamos generalizar
la formación política de lamilitancia de base. No sólo de
los cuadros dirigentes sino de toda la militancia popular. Se
torna imperioso combatir el clientelismo y la práctica de los
“punteros” (negociantes de la políticamediante las prebendas
del poder), solidificando y sedimentando una fuerte cultura
política en la base militante, que apunte a la hegemonía socialista
sobre todo elmovimiento popular. No habrá transformación
social radical al margen del movimiento de masas.
Nos parecen ilusorias y fantasmagóricas las ensoñaciones
posmodernas y posestructuralistas que nos invitan irresponsablemente
a “cambiar el mundo sin tomar el poder”. No se
pueden lograr cambios de fondo sin confrontar con las instituciones
centrales del aparato de Estado. Debemos apuntar a
conformar, estratégicamente y a largo plazo —estamos pensando
en términos de varios años y no de dosmeses—organizaciones
guevaristas de combate.
¿Por qué organizaciones? Porque el culto ciego a la espontaneidad
de lasmasas constituye un espejismomuy simpático
pero ineficaz. Todo el movimiento popular que en Argentina
sucedió a la explosión del 19 y 20 de diciembre de 2001 diluyó
su energía y terminó siendo fagocitado por la ausencia de organización
y de continuidad en el tiempo (organización popular
no equivale a sumatoria de sellos partidarios que tienen
comometamáxima la participación en cada contienda electoral).
¿Por qué guevaristas? Porque en nuestra historia latinoamericana
el guevarismo constituye la expresión del pensamiento
político más radical de Marx y Lenin y de todo el
acervo revolucionariomundial, descifrado a partir de nuestra
144
propia realidad y nuestros propios pueblos. El guevarismo se
apropia de lomejor que produjeron los bolcheviques, los chinos,
los vietnamitas, las luchas anticolonialistas del África, la
juventud estudiantil y trabajadora europea, el movimiento
negro norteamericano y todas las rebeldías palpitadas en varios
continentes. El guevarismo no es calco ni es copia, constituye
una apropiación de la propia historia del marxismo
latinoamericano, cuyo fundador es, sin ninguna duda, José
Carlos Mariátegui. Guevara no es una remera. Su búsqueda
política, teórica, filosófica constituye una permanente invitación
a repensar elmarxismo radical desde América Latina y el
Tercer Mundo. No se lo puede reducir a tres consignas y dos
frases hechas. Aun tenemos pendiente un estudio colectivo
serio y una apropiación crítica del pensamiento marxista del
Che entre nuestra militancia62.
¿Por qué de combate? Porque tarde o temprano nos toparemos
con la fuerza bestial del aparato de Estado y su ejercicio
permanente de fuerzamaterial. Así nos lo enseña toda nuestra
historia. Insistimos: ¡hay que tomarse en serio la historia!
Ninguna clase dominante se suicida. Pretender eludir esa confrontación
puede resultarmuy simpático para ganar una beca
o seducir al público lector en un gran monopolio de la (in)comunicación.
Pero la historia de nuestra América nos demuestra,
con una carga de dramatismo tremenda, que no habrá
revoluciones de verdad sin el combate antiimperialista y anticapitalista.
Debemos prepararnos a largo plazo para esa confrontación.
No es una tarea de dos días sino de varios años.
Debemos dar la batalla ideológica para legitimar en el seno de
nuestro pueblo la violencia plebeya, popular, obrera y anticapitalista;
la justa violencia de abajo frente a la injusta violencia
de arriba.
145
62 Apuntando en esa dirección y hacia esa tradición política, hemos querido contribuir con un pequeñísimo
granito de arena a través de nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder y con diversas experiencias
de formación política en varias cátedras Che Guevara, dentro y fuera de la universidad, tanto enmovimientos
de derechos humanos, en elmovimiento estudiantil como en escuelas delmovimiento piquetero. Pueden
consultarse algunos de esos trabajos en la página web de la «Cátedra Che Guevara –Colectivo
Amauta»: amauta.lahaine.org
146
Pero al identificar el combate como un camino estratégico
debemos aprender de los errores del pasado, eludiendo la tentación
militarista. Las nuevas organizaciones guevaristas
deberán estar estrechamente vinculadas a los movimientos
sociales. No se puede hablar “desde afuera” almovimiento de
masas. Las organizaciones que encabecen la lucha ymarquen
un camino estratégico, más allá del día a día, deberán ser al
mismo tiempo “causa y efecto” de losmovimientos demasas.
No sólo hablar y enseñar sino también escuchar y aprender.
¡Y escuchar atentamente y con el oído bien abierto! La verdad
de la revolución socialista no es propiedad de ningún sello, se
construirá en el diálogo colectivo entre las organizaciones radicales
y losmovimientos sociales. Las vanguardias—perdón
por utilizar este término tan desprestigiado en los centros académicos
del sistema— que deberemos construir serán vanguardias
de masas, no de élite.
Si durante la lucha ideológica de los 90 —en los tiempos
del auge neoliberal— nos vimos obligados a batallar en la defensa
deMarx, remando contra la corriente hegemónica, en la
década que se abre en el 2000,Marx solo ya no alcanza. Ahora
debemos ir por más, dar un paso más e instalar en la agenda
de nuestra juventud a Lenin y al Che (y a todas y todos sus
continuadores). Reinstalar al Che entre nuestramilitancia implica
recuperar la mística revolucionaria de lucha extrainstitucional
que nutrió a la generación latinoamericana de los 60
y los 70.
Tenemos pendiente pensar y ejercer la política más allá de
las instituciones, sin ceder al falso “horizontalismo” —cuyos
partidarios gritan “¡que no dirija nadie!” porque en realidad
quieren dirigir ellos— ni quedar entrampados en el reformismo
y el chantaje institucional. En América Latina, la gran
tarea política de las ciencias sociales actuales consiste en cuestionar
la dominación aggiornada del capital y en legitimar,
al mismo tiempo, la respuesta popular frente a esa dominación,
cada día más dura y cruel. Esto es, frente a la creciente
violencia de arriba, fundamentar la legitimidad de la violencia
de abajo, popular, plebeya, obrera, campesina, anticapitalista
y antiimperialista.
Nada mejor entonces que combinar el espíritu de ofensiva
de Guevara con la inteligencia y lucidez de Gramsci para comprender
y enfrentar el gatopardismo. Saber salir de la política
de secta, asumir la ofensiva ideológica y al mismo tiempo ser
lo suficientemente lúcidos como para enfrentar el transformismo
político de las clases dominantes que enarbolan banderas
“progresistas” para dominarnos mejor.
Como San Martín, Artigas, Bolívar, Sucre, Manuel Rodríguez,
Juana Azurduy y JoséMartí, como Guevara, Fidel, Santucho,
Sendic, Miguel Enríquez, Inti Peredo, Carlos Fonseca,
Haydeé Santamaría y Marighella, debemos unir nuestros
esfuerzos y voluntades colectivas a largo plazo en una perspectiva
internacionalista y continental. En la época de la globalización
imperialista no es viable ni posible ni realista ni
deseable un “capitalismo nacional”.
No podemos seguir permitiendo que la militancia abnegada—
presente en diversas experiencias reformistas del Cono
Sur—se transforme en “base demaniobra” o elemento de presión
y negociación para el aggiornamiento de las burguesías
latinoamericanas. Los sueños, las esperanzas, los sufrimientos,
los sacrificios y toda la energía rebelde de nuestros pueblos
latinoamericanos no pueden seguir siendo expropiados.
Nos merecemos mucho más que un miserable “capitalismo
con rostro humano” y unamugrientamodernización de la dominación.
El guevarismo latinoamericano tiene mucho que
aportar en esa dirección y en esos debates.
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