La seducción de las formas.
Por Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
No es mi propósito absolutizar el problema de las formas olvidando los contenidos, los medios sobre los fines, la ética y los principios por sobre la pragmática y los resultados. Inversamente, me propongo contribuir a un debate que sitúe estos polos a una distancia conmensurable, donde puedan reconocerse como opuestos pero ubicándolos en tensión dialéctica, intentando suturar, al menos parcialmente, la brecha entre ética y eficacia, deseo y realidad, ideales y posibilidades, entre procedimientos, participación y sus efectos concretos en la fijación del rumbo en su ámbito de aplicabilidad. Más filosóficamente aún, interpenetrarse como momentos inescindibles de una totalidad concreta, superarse mutuamente en una unidad que permita contenerlos a ambos. Más coloquialmente podrá resumirse como aquella práctica en la que los participantes de un ámbito específico puedan sentirse efectivamente timoneles del barco al que voluntariamente están subidos, teniendo acceso para ello a la brújula y a las cartas de navegación. En suma, que su relación dialéctica permita la delimitación y gestión de la propia vida y consecuentemente de la propia historia, en la escala y circunscripción de la que se trate. Ya sea nacional, local, partidaria, de instituciones civiles o estatales, y hasta de instancias privadas como las empresas o las familias, al menos mientras estas últimas pervivan, ya que toda institución es históricamente mutante y también necesariamente finita.
Se trata efectivamente de cambiar el mundo circundante, hasta donde las fuerzas y el alcance lo permitan. De construirlo según las propias necesidades y posibilidades, pero también de precisar cómo hacerlo legítimamente, de cómo incluir a la mayor cantidad de afectados por esos cambios en las decisiones que los conciernen y definir su implementación. De dotarlos para ello de los insumos informativos para poder adoptar esas decisiones y, fundamentalmente, de no tener que agradecer a la fortuna o a algún “salvador” por los resultados alcanzados, sino sólo a los propios protagonistas colectivos y sus métodos, a los que aludo aquí con la denominación genérica de “formas”, sin que deba hacerse de ello una lectura kantiana. Lo avizoro como un modo de replantearse también la cuestión de la eficacia y los resultados, pero desde un nivel superador. La discusión entonces no es sólo hacia dónde se va, sino cómo y quiénes definen la orientación, además de la periodicidad con la que se corrige el derrotero, si se juzga necesario, y sobre quiénes recae este juicio y los procedimientos para efectivizarlo.
Surge de lo antedicho que tal propósito tampoco consiste en ceñir con exclusividad estas intenciones críticas e interrogativas a la dinámica interna del Frente Amplio, a su funcionamiento e influencia, sino que me pareció útil y pertinente aprovechar las vísperas de un plenario nacional para introducir algo de estas preocupaciones en entregas anteriores. Porque en la propia agenda y en los medios de comunicación, las reglas de juego están sometidas a discusión, cuya formalización es el estatuto, pero que lo exceden largamente y en su elaboración se proyectan estrategias, sobre todo si previamente se exponen sus miras y objetivos con claridad. También porque un partido es, políticamente, un estado en miniatura, un ejercicio del poder entre sus miembros que expresa y exhibe a la sociedad, en sus prácticas cotidianas y en el modo de implementar sus decisiones, sus concepciones sobre él. Hay razones de oportunidad pero también de sinergia para el inicio del debate por el Frente Amplio. Por ser la fuerza que gobierna, por la influencia y participación que alcanza en las organizaciones civiles de masas y los movimientos sociales y por haber inscripto una trayectoria de pretensiones emancipatorias y participativas que, lejos de languidecer, debe poder multiplicarse con la experiencia gubernamental para extenderse hacia el conjunto de la ciudadanía. El Frente Amplio tiene la obligación de darse para sí, mecanismos de funcionamiento más rigurosos y radicales inclusive que los que se propone para toda la sociedad. En un sentido, no es sino un modo de retomar el ideal moderno de que sea la humanidad (y no los hombres, debido a la ambigüedad y sexismo del significante) la que hace la historia, su propia historia, la humana, y no sólo un puñado de elegidos y poderosos a los que se les confiere voluntaria y conscientemente o no, un poder prácticamente omnímodo sobre la vida de sus semejantes.
Si bien creo que estos propósitos son aplicables a un conjunto ilimitado de instituciones, desde la familia nuclear hasta la ciudadanía de los estados-nación y sus normativas constitucionales, no pueden reducirse a un racimo de institutos y regulaciones preestablecidos, aplicables en cualquier circunstancia y lugar, con independencia de las escalas de magnitud, de la historia de las instituciones, del realismo indispensable para su implementación, de los medios de comunicación con los que se cuenta y de la infraestructura, entre muchas cuestiones prácticas a debatir a la hora de redactar disposiciones organizativas y distribuir facultades decisionales colectivas. Afortunadamente, el Frente Amplio ha dado algunos pasos para ello con una primera instancia de descentralización, cuyos propósitos, sin embargo, no supo comunicar o transmitir, produciendo un efecto de indiferencia y hasta indisciplina, a pesar de que cuanto más acotadas, locales y descentralizadas sean las instancias de pertenencia (nunca excluyentes, como la pertenencia simultánea a un barrio, un estamento universitario, un sindicato, un movimiento social y la propia ciudadanía nacional) más factible y precisa resulta la distribución del poder de manera directa y sin mayores intermediaciones o delegaciones. Pero esto no depende sólo de articulados, que son indispensables aunque insuficientes para lograrlo, sino de la puesta en práctica de ellos y del estímulo a la participación. No debería pasarse por alto que institutos de democracia directa en los estatutos frenteamplistas jamás fueron implementados o el carácter acotado y desflecado del presupuesto participativo que parece haberse incorporado más por obligación especular con la experiencia petista que por convicción, a pesar de la vasta experiencia y los logros de la gestión de Raúl Pont y Tarso Genro en Porto Alegre y Río Grande do Sul en los años 80. La primera conclusión es que someter a decisión o implementar medidas organizativas progresistas sin comunicar clara y adecuadamente sus propósitos y fundamentos es amplificar la confusión y estimular las diferencias. El Frente Amplio creció y se sostiene porque sus propósitos unitarios en la diversidad están claros para todos y son compartidos. La segunda, es que no se puede pensar en avanzar decisivamente en la profundización de la herramienta política y los cambios sociales sin nuevas herramientas de comunicación, o en otros términos dejando intactos los medios de comunicación como hasta ahora y sin innovar y expandir la comunicación interna.
Pero a riesgo de generalizar y simplificar excesivamente, creo que se puede establecer un formato general de normativa institucional con propósitos integradores y socializadores para ser pensado y producido en cada ámbito en que se pretenda involucrar a los integrantes en la adopción de decisiones. Pero a la vez, que permita tanto alivianar el fárrago jurídico y el tedio de la letra fría de toda normativa facilitando la redacción, tanto como la realización de correcciones en función de los resultados. Parto de la base de que cuanto más explícitos o, inversamente, menos tácitos sean sus propósitos u objetivos, más sencillo será buscar las regulaciones, libertades y derechos que los faciliten y realizar futuras correcciones según indique la experiencia en la concreción de tales propósitos. Esquematizándolo más aún, creo que toda institución debería tener propósitos y objetivos generales, además de una precisa membrecía, que estén delimitados por su misión y principios y que no requieran estar sometidos a articulado alguno, salvo para su revisión periódica por las mayorías que se convenga para tal fin y además pueda ser interrogados en su apego práctico y cumplimiento. Pero también propósitos y objetivos específicos, artículo por artículo de cada estatuto, ya que si se logra consenso sobre ellos será mucho más fácil evaluar su pertinencia y efectivización.
En lo que a los estatutos del Frente Amplio se refiere, encontraremos, en este nivel de generalización, las delimitaciones entre propósitos generales y específicos algo mezcladas en el articulado, aunque los primeros están referenciados en la Declaración Constitutiva del 5 de febrero de 1971, en las bases programáticas y en el acuerdo político, dándoles efectiva encarnadura, aunque es indispensable interrogarse por su cumplimiento cabal. Pero los fundamentos de cada uno de los dispositivos político-institucionales y la membrecía en particular son sumamente tácitos y en ocasiones difusos en sus propósitos.
Excedería cualquier posibilidad exponerlo en sus 116 artículos y disposiciones transitorias. Pero tal vez resultaría una gran contribución de la comisión encargada de su revisión para someterlos a consideración del plenario nacional, establecer acuerdos de objetivos específicos a fin de facilitar las decisiones que, sobre la toma de decisiones del conjunto, deberán hacer los delegados a esa máxima instancia de dirección. También poder difundirlos, aún en estado de borrador, por los innumerables canales que las nuevas tecnologías ofrecen. No se le puede pedir a las redes sociales que organicen el frentismo, porque las tecnologías no resuelven problemas políticos, sino que contribuyan a transversalizar y fluidificar la comunicación desde el máximo dirigente hasta el último simpatizante.
La responsabilidad de estos compañeros supera el mero compromiso formal de retocar y aggiornar disposiciones y normas organizativas, para constituirse en potenciales motores de cambio y reencantamiento movilizador. En ello confiamos, ya que la propia eficacia política y los contenidos, se lanzan a seducir a las formas.
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