Para QUE CONOZCAN DE LO QUE SE TRATAN LAS MINAS DE CIELO ABIERTO QUE SE ESTAN QUERIENDA INSTALAR EN NUESTRO PAIS Y TRATEN DE REENVIARLO PARA QUE LLEGUE AL MAYOR NÚMERO DE PERSONAS
"...esta tierra no es la que tu heredaste de tus ancestros....
esta tierra es la que tu le prestas a tus hijos...."
¿Conoce el proyecto de mina de hierro a cielo abierto?
¿Y el planeado puerto de gran calado en Rocha?
INFÓRMESE
Aratirí es el primer proyecto de megaminería de hierro a cielo abierto del Uruguay, que viene acompañado de un mineroducto de 230km hasta un puerto de aguas profundas en la costa oceánica. El proyecto se encuentra en la última etapa de evaluación de factibilidad y pretende concretarse en los próximos meses. Si es autorizada, extraerá 20 millones de toneladas de hierro anuales y consumirá 100 litros de agua dulce por segundo.
LA MINA
La zona de explotación abarca unas 150.000 hectáreas en los departamentos de Florida, Durazno, Treinta y Tres y Cerro Largo, próximo a las ciudades de Valentines y Cerro Chato. La zona se encuentra en el medio de la Pampa Húmeda y equivale a DOS VECES la superficie del departamento de Montevideo.
La minería de hierro a cielo abierto es una de las actividades MAS AGRESIVAS PARA EL MEDIO AMBIENTE, máxime si se hace en lugares poblados y cultivados como sería en Uruguay. Cada vez más países PROHIBEN ESTA ACTIVIDAD, como lo han decidido recientemente Costa Rica y la Unión Europea.
Utilizarán enormes cantidades de explosivos, desaparecerán cerros enteros dejando 10 cráteres de 2 kilómetros de largo por uno de ancho y 300 metros de profundidad. Son miles y miles de hectáreas de tierras dedicadas a la actividad agropecuaria con más de 400 pequeños y medianos productores que llevan varias generaciones viviendo en la zona.
Esas tierras se perderán para siempre ya que se elimina por completo el suelo y sus actuales habitantes deberán emigrar. La actividad en los alrededores será severamente afectada también, por la contaminación de las aguas, los enormes depósitos de rocas y sedimentos que no contienen los minerales buscados (un 70% del total) y el polvo que cubre los campos, además de la contaminación sonora, visual, etc, etc.
EL PUERTO
¿De qué manera se exportaría el hierro? Transportándolo mediante una cañería de 60 cm de diámetro y 230 kilómetros de largo, que atravesará los departamentos de Lavalleja y Rochahasta la playa llamada La Angostura, sobre el Km 288 de la Ruta 9, entre los balnearios de LA ESMERALDA Y PUNTA DEL DIABLO. A esta hermosa playa de 40 km de largo, que comienza en Punta del Diablo y que se extiende hasta VALIZAS y CABO POLONIO, llegará el mineroducto y deberá soportar UN PUERTO DE GRAN CALADO PARA EXPORTAR MATERIAS PRIMAS DE LA REGIÓN Y RECIBIR CARGAMENTOS DE CARBÓN, PETRÓLEO Y GAS LICUADO.
El mineroducto deberá atravesar zonas declaradas PATRIMONIO MUNDIAL DE LA BIÓSFERA como los Humedales del Este y los Palmares de Rocha, verdadero símbolo de identidad del departamento. Esta cañería deberá utilizar para transportar el hierro molido, DECENAS DE MILLONES de metros cúbicos de agua dulce al año.
El proyecto requiere el equivalente al 10% del consumo energético del Uruguay. Para solucionar esto se planteó en primera instancia la construcción de una central de carbón (obsoletas a nivel internacional), pero también existe la posibilidad de que sea una central atómica o también a gas.
Este emprendimiento traerá al país muchos más perjuicios que beneficios y, además de ser claramente anticonstitucional, atenta contra nuestra marca de identidad ante el mundo, la del URUGUAY NATURAL.
¡CUIDEMOS NUESTRA AGUA Y NUESTRO SUELO!
DEFENDAMOS A LOS PRODUCTORES Y SUS FAMILIAS QUE QUIEREN SEGUIR TRABAJANDO NUESTRA TIERRA.
NO DEJEMOS QUE SE LLEVEN NUESTRAS RIQUEZAS POR UNAS MIGAJAS Y SACRIFICAR NUESTRA TIERRA PARA SIEMPRE
PRESERVEMOS Y DESARROLLEMOS EL POTENCIAL TURÍSTICO DEL DEPARTAMENTO DE ROCHA
SIGAMOS SIENDO URUGUAY NATURAL, ¡¡¡NATURAL DE VERDAD!!!
EN LOS 200 AÑOS DE NUESTRA NACIÓN
“NO VENDERÉ EL RICO PATRIMONIO DE LOS ORIENTALES AL BAJO PRECIO DE LA NECESIDAD” José Artigas.
Movimiento POR UN URUGUAY SUSTENTABLE
Encontrará mayores informaciones en:
Observatorio Minero del Uruguay (http://www.observatorio-minero-del-uruguay.com/)
El pueblo frente a la minera Aratirí (http://aratiri.wordpress.com/)
El conflicto de dos modelos productivos: la industria extractiva y la soberanía alimentaria (http://wp.me/p15gfw-di)
Uruguay: la empresa detrás del proyecto minero (http://put.tl/3W)
La protección del medio ambiente es de interés general. Las personas deberán abstenerse de cualquier acto que cause depredación, destrucción o contaminación graves al medio ambiente. La Ley reglamentará esta disposición y podrá prever sanciones para los transgesores.
Constitución de la República Oriental del Uruguay. Artículo 47.
POR FAVOR, ¡DIFUNDIR
--
miércoles, 27 de abril de 2011
LIBRO 1. EL CAPITALK C: MARX
Libro Primero
EL PROCESO DE PRODUCCION DEL CAPITAL
Sección Primera
MERCANCIA Y DINERO
Capítulo I
LA MERCANCIA
1. Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor (sustancia y magnitud del valor)
La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece
como un "inmenso arsenal de mercancías"1 y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra
investigación arranca del análisis de la mercancía.
La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades
humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo
del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos.2 Ni interesa tampoco,
desde este punto de vista, cómo ese objeto satisface las necesidades humanas, si directamente, como
medio de vida, es decir como objeto de disfrute, o indirectamente, como medio de producción.
Todo objeto útil, el hierro, el papel, etc., puede considerarse desde dos puntos de vista: atendiendo
a su calidad o a su cantidad. Cada objeto de éstos representa un conjunto de las más diversas
propiedades y puede emplearse, por tanto, en los más diversos aspectos. El descubrimiento de estos
diversos aspectos y, por tanto, de las diferentes modalidades de uso de las cosas, constituye un hecho
histórico.3 Otro tanto acontece con la invención de las medidas sociales para expresar la cantidad de
los objetos útiles. Unas veces, la diversidad que se advierte en las medidas de las mercancías responde
a la diversa naturaleza de los objetos que se trata de medir; otras veces. es fruto de la convención.
La utilidad de un objeto lo convierte en valor de uso.4 Pero esta utilidad de los objetos no flota en el
aire. Es algo que está condicionado por las cualidades materiales de la mercancía y que no puede existir
sin ellas. Lo que constituye un valor de uso o un bien es, por tanto, la materialidad de la mercancía
misma, el hierro, el trigo, el diamante, etc. Y este carácter de la mercancía no depende de que la
apropiación de sus cualidades útiles cueste al hombre mucho o poco trabajo. Al apreciar un valor de
uso, se le supone siempre concretado en una cantidad, v. gr. una docena de relojes, una vara de lienzo,
una tonelada de hierro, etc. Los valores de uso suministran los materiales para una disciplina especial:
la del conocimiento pericial de las mercancías.5 El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo
de los objetos. Los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la
forma social de ésta. En el tipo de sociedad que nos proponemos estudiar, los valores de uso son,
además, el soporte material del valor de cambio.
A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, la proporción en que se
cambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra, 6 relación que varía constantemente con
los lugares y los tiempos. Parece, pues, como si el valor de cambio fuese algo puramente casual y
relativo, como sí, por tanto, fuese una contradictio in adjecto(5) la existencia de un valor de cambio
interno, inmanente a la mercancía (valeur intrinseque).7 Pero, observemos la cosa más de cerca.
Una determinada mercancía, un quarter de trigo por ejemplo, se cambia en las más diversas
proporciones por otras mercancías v. gr.: por x betún, por y seda, por z oro, etc. Pero, como x betún, y
seda, z oro, etc. representan el valor de cambio de un quarter de trigo, x betún, y seda, z oro, etc. tienen
que ser necesariamente valores de cambio permutables los unos por los otros o iguales entre sí. De
donde se sigue: primero, que los diversos valores de cambio de la misma mercancía expresan todos
ellos algo igual; segundo, que el valor de cambio no es ni puede ser más que la expresi6n de un
contenido diferenciable de él, su “forma de manifestarse”.
Tomemos ahora dos mercancías, por ejemplo trigo y hierro. Cualquiera que sea la proporción en
que se cambien, cabrá siempre representarla por una igualdad en que una determinada cantidad de trigo
equivalga a una cantidad cualquiera de hierro, v. gr.: 1 quarter de trigo = x quintales de hierro. ¿Qué
nos dice esta igualdad? Que en los dos objetos distintos, o sea, en 1 quarter (7) de trigo y en x quintales
de hierro, se contiene un algo común de magnitud igual. Ambas cosas son, por tanto, iguales a una
tercera, que no es de suyo ni la una ni la otra. Cada una de ellas debe, por consiguiente, en cuanto valor
de cambio, poder reducirse a este tercer término.
Un sencillo ejemplo geométrico nos aclarará esto. Para determinar y comparar las áreas de dos
polígonos hay que convertirlas previamente en triángulos. Luego, los triángulos se reducen, a su vez, a
una expresión completamente distinta de su figura visible: la mitad del producto de su base por su
altura. Exactamente lo mismo ocurre con los valores de cambio de las mercancías: hay que reducirlos
necesariamente a un algo común respecto al cual representen un más o un menos.
Este algo común no puede consistir en una propiedad geométrica, física o química, ni en ninguna
otra propiedad natural de las mercancías. Las propiedades materiales de las cosas sólo interesan cuando
las consideremos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza
visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de
sus valores de uso respectivos. Dentro de ella, un valor de uso, siempre y cuando que se presente en la
proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que otro cualquiera. Ya lo dice el viejo Barbon: "Una
clase de mercancías vale tanto como otra, siempre que su valor de cambio sea igual. Entre objetos cuyo
valor de cambio es idéntico, no existe disparidad ni posibilidad de distinguír."8 Como valores de uso,
las mercancías representan, ante todo, cualidades distintas; como valores de cambio, sólo se distinguen
por la cantidad: no encierran, por tanto, ni un átomo de valor de uso.
Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan una cualidad:
la de ser productos del trabajo.
Pero no productos de un trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos
también de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Dejarán de
ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto útil cualquiera. Todas sus propiedades
materiales se habrán evaporado. Dejarán de ser también productos del trabajo del ebanista, del
carpintero, del tejedor o de otro trabajo productivo concreto cualquiera. Con el carácter útil de los
productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán
también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de
otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto.
¿Cuál es el residuo de los productos así considerados? Es la misma materialidad espectral, un
simple coágulo de trabajo humano indistinto, es decir, de empleo de fuerza humana de trabajo, sin
atender para nada a la forma en que esta fuerza se emplee. Estos objetos sólo nos dicen que en su
producción se ha invertido fuerza humana de trabajo, se ha acumulado trabajo humano. Pues bien,
considerados como cristalización de esta sustancia social común a todos ellos, estos objetos son
valores, valores–mercancías.
Fijémonos ahora en la relación de cambio de las mercancías. Parece como sí el valor de cambio en
sí fuese algo totalmente independiente de sus valores de uso. Y en efecto, prescindiendo real y verdaderamente
del valor de uso de los productos del trabajo, obtendremos el valor tal y como acabamos de
definirlo. Aquel algo común que toma cuerpo en la relación de cambio o valor de cambio de la mercancía
es, por tanto, su valor. En el curso de nuestra investigación volveremos de nuevo al valor de
cambio, como expresión necesaria o forma obligada de manifestarse el valor, que por ahora
estudiaremos independientemente de esta forma.
Por tanto, un valor de uso, un bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o materialización
del trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la magnitud de este valor? Por la cantidad de “sustancia
creadora de valor”, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se
mide por el tiempo de su duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las
distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc.
Se dirá que si el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo invertida en su
producción, las mercancías encerrarán tanto más valor cuanto más holgazán o más torpe sea el hombre
que las produce o, lo que es lo mismo, cuanto más tiempo tarde en producirlas. Pero no; el trabajo que
forma la sustancia de los valores es trabajo humano igual, inversión de la misma fuerza humana de
trabajo. Es como si toda la fuerza de trabajo de la sociedad, materializada en la totalidad de los valores
que forman el mundo de las mercancías, representase para estos efectos una inmensa fuerza humana de
trabajo, no obstante ser la suma de un sinnúmero de fuerzas de trabajo individuales. Cada una de estas
fuerzas es una fuerza humana de trabajo equivalente a las demás, siempre y cuando que presente el
carácter de una fuerza media de trabajo social y dé, además, el rendimiento que a esa fuerza media de
trabajo social corresponde; o lo que es lo mismo, siempre y cuando que para producir una mercancía no
consuma más que el tiempo de trabajo que representa la media necesaria, o sea el tiempo de trabajo
socialmente necesario. Tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir
un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción y con el grado medio de
destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad. Así, por ejemplo, después de introducirse en
Inglaterra el telar de vapor, el volumen de trabajo necesario para convertir en tela una determinada
cantidad de hilado, seguramente quedaría reducido a la mitad. El tejedor manual inglés seguía
invirtiendo en esta operación, naturalmente, el mismo tiempo de trabajo que antes, pero ahora el
producto de su trabajo individual sólo representaba ya medía hora de trabajo social, quedando por tanto
limitado a la mitad de su valor primitivo.
Por consiguiente, lo que determina la magnitud de valor de un objeto no es más que la cantidad de
trabajo socialmente necesaria, o sea el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción 9.
Para estos efectos, cada mercancía se considera como un ejemplar medio de su especie.10 Mercancías
que encierran cantidades de trabajo iguales o que pueden ser producidas en el mismo tiempo de trabajo
representan, por tanto, la misma magnitud de valor. El valor de una mercancía es al valor de cualquiera
otra lo que el tiempo de trabajo necesario para la producción de la primera es al tiempo de trabajo
necesario para la producción de la segunda. "Consideradas como valores, las mercancías no son todas
ellas más que determinadas cantidades de tiempo de trabajo cristalizado.”11
La magnitud de valor de una mercancía permanecería, por tanto, constante, invariable, si
permaneciese también constante el tiempo de trabajo necesario para su producción. Pero éste cambia al
cambiar la capacidad productiva del trabajo. La capacidad productiva del trabajo depende de una serie
de factores, entre los cuales se cuentan el grado medio de destreza del obrero, el nivel de progreso de la
ciencia y de sus aplicaciones, la organización social del proceso de producción, el volumen y la
eficacia de los medios de producción y las condiciones naturales. Así, por ejemplo, la misma cantidad
de trabajo que en años de buena cosecha arroja 8 bushels (8) de trigo, en años de mala cosecha sólo
arroja 4. El rendimiento obtenido en la extracción de metales con la misma cantidad de trabajo variará
según que se trate de yacimientos ricos o pobres, etc. Los diamantes son raros en la corteza de la tierra;
por eso su extracción supone, por término medio, mucho tiempo de trabajo, y ésta es la razón de que
representen, en dimensiones pequeñisimas, cantidades de trabajo enormes. Jacob duda que el oro se
pague nunca por todo su valor. Lo mismo podría decirse, aunque con mayor razón aún, de los
diamantes. Según los cálculos de Eschwege, en 1823 la extracción en total de las minas de diamantes
de Brasil no alcanzaba, calculada a base de un periodo de ochenta años, el precio representado por el
producto medio de las plantaciones brasileñas de azúcar y café durante año y medio, a pesar de suponer
mucho más trabajo y, por tanto, mucho más valor. En minas más ricas, la misma cantidad de trabajo
representaría más diamantes, con lo cual estos objetos bajarían de valor. Y sí el hombre llegase a
conseguir transformar el carbón en diamante con poco trabajo, el valor de los diamantes descendería
por debajo del de los ladrillos. Dicho en términos generales: cuanto mayor sea la capacidad productiva
del trabajo, tanto más corto será el tiempo de trabajo necesario para la producción de un articulo, tanto
menor la cantidad de trabajo cristalizada en él y tanto más reducido su valor. Y por el contrario, cuanto
menor sea la capacidad productiva del trabajo, tanto mayor será el tiempo de trabajo necesario para la
producción de un artículo y tanto más grande el valor de éste. Por tanto, la magnitud del valor de una
mercancía cambia en razón directa a la cantidad y en razón inversa a la capacidad productiva del
trabajo que en ella se invierte.
Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor. Así acontece cuando la utilidad que ese objeto
encierra para el hombre no se debe al trabajo. Es el caso del aire, de la tierra virgen, de las praderas
naturales, de los bosques silvestres, etc. Y puede, asimismo, un objeto ser útil y producto del trabajo
humano sin ser mercancía.. Los productos del trabajo destinados a satisfacer las necesidades personales
de quien los crea son, indudablemente, valores de uso, pero no mercancías. Para producir
mercancías, no basta producir valores de uso, sino que es menester producir valores de uso para otros,
valores de uso sociales. (Y no sólo para otros, pura y simplemente. El labriego de la Edad Medía
producía el trigo del tributo para el señor feudal y el trigo del diezmo para el cura; y, sin embargo, a
pesar de producirlo para otros, ni el trigo del tributo ni el trigo del diezmo eran mercancías. Para ser
mercancía, el producto ha de pasar a manos de otro, del que lo consume, por medio de un acto de
cambio.)12 Finalmente, ningún objeto puede ser un valor sin ser a la vez objeto útil. Si es inútil, lo será
también el trabajo que éste encierra; no contará como trabajo ni representará, por tanto, un valor.
2. Doble carácter del trabajo representado por las mercancías
Veíamos al comenzar que la mercancía tenia dos caras: la de valor de uso y la de valor de cambio.
Más tarde, hemos vuelto a encontrarnos con que el trabajo expresado en el valor no presentaba los
mismos caracteres que el trabajo creador de valores de uso. Nadie, hasta ahora, había puesto de relieve
críticamente este doble carácter del trabajo representado por la mercancía.13 Y como este punto es el
eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política, hemos de detenernos a examinarlo con
cierto cuidado.
Tomemos dos mercancías, v. gr.: una levita y 10 varas de lienzo. Y digamos que la primera tiene el
doble de valor que la segunda; es decir, que si 10 varas de lienzo = v, 1 levita = 2 v.
La levita es un valor de uso que satisface una necesidad concreta. Para crearlo, se requiere una
determinada clase de actividad productiva. Esta actividad está determina por su fin, modo de operar,
objeto, medios y resultado. El trabajo cuya utilidad viene a materializarse así en el valor de uso de su
producto o en el hecho de que su producto sea un valor de uso, es lo que llamamos, resumiendo todo
eso, trabajo útil. Considerado desde este punto de vista, el trabajo se nos revela siempre asociado a su
utilidad.
Del mismo modo que la levita y el lienzo son valores de uso cualitativamente distintos, los trabajos
a que deben su existencia –o sea, el trabajo del sastre y el del tejedor– son también trabajos
cualitativamente distintos. Si no fuesen valores de uso cualitativamente distintos y, por tanto,
productos de trabajos útiles cualitativamente distintos también, aquellos objetos bajo ningún concepto
podrían enfrentarse el uno con el otro como mercancías. No es práctico cambiar una levita por otra,
valores de uso por otros idénticos.
Bajo el tropel de los diversos valores de uso o mercancías, desfila ante nosotros un conjunto de.
trabajos útiles no menos variados, trabajos que difieren unos de otros en género, especie, familia,
subespecie y variedad: es la división social del trabajo, condición de vida de la producción de
mercancías, aunque, ésta no lo sea, a su vez, de la división social del trabajo. Así, por ejemplo, la
comunidad de la India antigua, supone una división social del trabajo, a pesar de lo cual los productos
no se convierten allí en mercancías. 0, para poner otro ejemplo más cercano a nosotros: en toda fábrica
reina una división sistemática del trabajo, pero esta división no se basa en el hecho de que los obreros
cambien entre sí sus productos individuales. Sólo los productos de trabajos privados independientes
los unos de los otros pueden revestir en sus relaciones mutuas el carácter de mercancías.
Vemos, pues, que el valor de uso de toda mercancía representa una determinada actividad
productiva encaminada a un fin o, lo que es lo mismo, un determinado trabajo útil. Los valores de uso
no pueden enfrentarse los unos con los otros como mercancías si no encierran trabajos útiles
cualitativamente distintos. En una sociedad cuyos productos revisten en general la forma de
mercancías, es decir, en una sociedad de productores de mercancías, esta diferencia cualitativa que se
acusa entre los distintos trabajos útiles realizados independientemente los unos de los otros como
actividades privativas de otros tantos productores independientes, se va desarrollando hasta formar un
complicado sistema, hasta convertirse en una división social del trabajo.
A la levita, como tal levita, le tiene sin cuidado, por lo demás, que la vista el sastre o su cliente. En
ambos casos cumple su misión de valor de uso. La relación entre esa prenda y el trabajo que la produce
no cambia tampoco, en realidad, porque la actividad del sastre se convierta en profesión especial, en
categoría independiente dentro de la división social del trabajo. Allí donde la necesidad de vestido le
acuciaba, el hombre se pasó largos siglos cortándose prendas más o menos burdas antes de convertirse
de hombre en sastre. Sin embargo, la levita, el lienzo, todos los elementos de la riqueza material no
suministrados por la naturaleza, deben siempre su existencia a una actividad productiva específica, útil,
por medio de la cual se asimilan a determinadas necesidades humanas determinadas materias que la
naturaleza brinda al hombre. Como creador de valores de uso, es decir como trabajo útil, el trabajo es,
por tanto, condición de vida del hombre, y condición independiente de todas las formas de sociedad,
una necesidad perenne y natural sin la que no se concebiría el intercambio orgánico entre el hombre y
la naturaleza ni, por consiguiente, la vida humana.
Los valores de uso, levita, lienzo, etc., o lo que es lo mismo, las mercancías consideradas como
objetos corpóreos, son combinaciones de dos elementos: la materia, que suministra la naturaleza, y el
trabajo. Si descontamos el conjunto de trabajos útiles contenidos en la levita, en el lienzo, etc., quedará
siempre un substrato material, que es el que la naturaleza ofrece al hombre sin intervención de la mano
de éste. En su producción, el hombre sólo puede proceder como procede la misma naturaleza, es decir,
haciendo que la materia cambie de forma..14 Más aún. En este trabajo de conformación, el hombre se
apoya constantemente en las fuerzas naturales. El trabajo no es, pues, la fuente única y exclusiva de los
valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es, como ha dicho William Petty, el
padre de la riqueza, y la tierra la madre.
Pasemos ahora de la mercancía considerada como objeto útil a la mercancía considerada como
valor.
Partimos del supuesto de que la levita vale el doble que 10 varas de lienzo. Pero ésta es una
diferencia puramente cuantitativa, que, por el momento, no nos interesa. Nos limitamos, por tanto, a
recordar que si el valor de una levita es el doble que el de 10 varas de lienzo, 20 varas de lienzo
representarán la misma magnitud de valor que una levita. Considerados como valores, la levita y el
lienzo son objetos que encierran idéntica sustancia, objetos de igual naturaleza, expresiones objetivas
del mismo tipo de trabajo. Pero el trabajo del sastre y el del tejedor son trabajos cualitativamente
distintos. Hay, sin embargo, sociedades en que el mismo hombre trabaja alternativamente como sastre y
tejedor y en que, por tanto, estas dos modalidades distintas de trabajo no son más que variantes del
trabajo del mismo individuo, en que no representan todavía funciones fijas y concretas de diferentes
personas, del mismo modo que la levita que hoy corta nuestro sastre y los pantalones que cortará
mañana no representan más que modalidades del mismo trabajo individual. A simple vista se advierte,
además, que en nuestra sociedad capitalista una cantidad concreta de trabajo humano se aporta
alternativamente en forma de trabajo de sastrería o de trabajo textil, según las fluctuaciones que
experimente la demanda de trabajo. Es posible que estos cambios de forma del trabajo no se operen sin
resistencia, pero tienen que operarse, necesariamente.
Si prescindimos del carácter concreto de la actividad productiva y, por tanto, de la utilidad del
trabajo, ¿qué queda en pie de él? Queda, simplemente, el ser un gasto de fuerza humana de trabajo. El
trabajo del sastre y el del tejedor, aun representando actividades productivas cualitativamente distintas,
tienen de común el ser un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de nervios, de brazo, etc.;
por tanto, en este sentido, ambos son trabajo humano. No son más que dos formas distintas de aplicar
la fuerza de trabajo del hombre. Claro está que, para poder aplicarse bajo tal o cual forma, es necesario
que la fuerza humana de trabajo adquiera un grado mayor o menor de desarrollo. Pero, de suyo, el valor
de 1a mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano pura y simplemente. Ocurre
con el trabajo humano, en este respecto, lo que en la sociedad burguesa ocurre con el hombre, que
como tal hombre no es apenas nada, pues como se cotiza y representa un gran papel en esa sociedad es
como general o como banquero.15 El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que
todo hombre común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de
una especial educación. El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países
y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es
mas que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de
trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple. Y la experiencia demuestra
que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a
todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la
equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una
determinada cantidad de trabajo simple.16 Las diversas proporciones en que diversas clases de trabajo
se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que
obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre. En lo
sucesivo, para mayor sencillez, consideraremos siempre la fuerza de trabajo, cualquiera que ella sea,
como expresión directa de la fuerza de trabajo simple, ahorrándonos así la molestia de reducirla a la
unidad.
Del mismo modo que en los valores levita y lienzo se prescinde de la diferencia existente entre sus
valores de uso, en los trabajos que esos valores representan se hace caso omiso de la diferencia de sus
formas útiles, o sea de la actividad del sastre y de la del tejedor. Y así como los valores de uso lienzo y
levita son el fruto de la combinaci6n de una actividad útil productiva, con la tela y el hilado
respectivamente, mientras que considerados como valores la levita y el lienzo no son, por el contrario,
más que simples cristalizaciones análogas de trabajo, los trabajos encerrados en estos valores no son
lo que son por la relación productiva que guardan con la tela y el hilado, sino por ser inversiones de
fuerza humana de trabajo pura y simplemente. Los trabajos del sastre y el tejedor son elementos integrantes
de los valores de uso levita y lienzo gracias precisamente a sus diversas cualidades; en cambio,
sólo son sustancia y base de los valores lienzo y levita en cuanto en ellos se hace abstracción de sus
cualidades específicas, para reducirlos a la misma cualidad: la del trabajo humano.
Pero la levita y el lienzo no son solamente valores en general, sino valores de una determinada
magnitud, pues ya hemos dicho que, según el supuesto de que partimos, la levita vale el doble que 10
varas de lienzo. ¿Cómo se explica esta diferencia de magnitud de valor? Tiene su explicación en el
hecho de que las 10 varas de lienzo sólo encierran la mitad de trabajo que una levita; lo cual quiere
decir que, para producir ésta, la fuerza de trabajo deberá funcionar doble tiempo del que se necesita
para producir aquéllas.
Por tanto, si con relación. al valor de uso el trabajo representado por la mercancía sólo interesa
cualitativamente, con relación a la magnitud del valor interesa sólo en su aspecto cuantitativo, una vez
reducido a la unidad de trabajo humano puro y simple. En el primer caso, lo que interesa es la clase y
calidad del trabajo; en el segundo caso, su cantidad, su duración. Y como la magnitud de valor de una
mercancía sólo acusa la cantidad del trabajo encerrado en ella, en ciertas y determinadas proporciones
las mercancías representaran siempre, necesariamente, valores iguales.
Si la capacidad productiva de todos los trabajos útiles necesarios para la producción de una levita,
supongamos, permanece invariable, la magnitud de valor de las levitas aumentará en la medida en que
aumente su cantidad. Si por ejemplo una levita representa x días de trabajo, 2 levitas representarán 2 x
días de trabajo, etc. Pero supóngase que el trabajo necesario para producir una levita se duplica o bien
que se reduce a la mitad. En el primer caso, una levita tendrá el mismo valor que antes dos, y en el
segundo caso harán falta dos levitas para formar el valor que antes tenía una, a pesar de que tanto en
uno como en otro caso esta prenda sigue prestando exactamente los mismos servicios y de que el
trabajo útil que encierra sigue siendo de la misma calidad. Lo que cambia es la cantidad de trabajo
invertida en su producción.
Cuanto mayor sea la cantidad de valor de uso mayor será, de por sí, la riqueza material: dos levitas
encierran más riqueza que una. Con dos levitas pueden vestirse dos personas; con una de estas prendas
una solamente, etc. Sin embargo, puede ocurrir que a medida que crece la riqueza material, disminuya
la magnitud de valor que representa. Estas fluctuaciones contradictorias entre si se explican por el
doble carácter del trabajo. La capacidad productiva es siempre, naturalmente, capacidad productiva de
trabajo útil, concreto. Y sólo determina, como es lógico, el grado de eficacia de una actividad
productiva útil, encaminada a un fin, dentro de un período de tiempo dado. Por tanto, el trabajo útil
rendirá una cantidad más o menos grande de productos según el ritmo con que aumente o disminuya su
capacidad productiva. Por el contrario, los cambios operados en la capacidad productiva no afectan de
suyo al trabajo que el valor representa. Como la capacidad productiva es siempre función de la forma
concreta y útil del trabajo, es lógico que tan pronto como se hace caso omiso de su forma concreta, útil,
no afecte para nada a éste. El mismo trabajo rinde, por tanto, durante el mismo tiempo, idéntica
cantidad de valor, por mucho que cambie su capacidad productiva. En cambio, puede arrojar en el
mismo tiempo cantidades distintas de valores de uso, mayores o menores según que su capacidad
productiva aumente o disminuya. Como se ve, el mismo cambio operado en la capacidad productiva,
por virtud del cual aumenta el rendimiento del trabajo y, por tanto, la masa de los valores de uso
creados por éste, disminuye la magnitud de valor de esta masa total incrementada, siempre en el
supuesto de que acorte el tiempo de trabajo necesario para su producción. Y a la inversa.
Todo trabajo es, de una parte, gasto de la fuerza humana de trabajo en el sentido fisiológico y,
como tal, como trabajo humano igual o trabajo humano abstracto, forma el valor de la mercancía. Pero
todo trabajo es, de otra parte, gasto de la fuerza humana de trabajo bajo una forma especial y
encaminada a un fin y, como tal, como trabajo concreto y útil, produce los valores de uso.17
3. La forma del valor o valor de cambio
Las mercancías vienen al mundo bajo la forma de valores de uso u objetos materiales: hierro, tela,
trigo, etc. Es su forma prosaica y natural. Sin embargo, si son mercancías es por encerrar una doble
significación: la de objetos útiles y, a la par, la de materializaciones de valor. Por tanto, sólo se
presentan como mercancías, sólo revisten el carácter de mercancías, cuando poseen esta doble forma:
su forma natural y la forma del valor.
La objetivación de valor de las mercancías se distingue de Wittib Hurtig, la amiga de Falstaff, en
que no se sabe por dónde cogerla. Cabalmente al revés de lo que ocurre con la materialidad de las mercancías
corpóreas, visibles y tangibles, en su valor objetivado no entra ni un átomo de materia natural.
Ya podemos tomar una mercancía y darle todas las vueltas que queramos: como valor, nos
encontraremos con que es siempre inaprehensible. Recordemos, sin embargo, que las mercancías sólo
se materializan como valores en cuanto son expresión de la misma unidad social: trabajo humano, que,
por tanto, su materialidad como valores es puramente social, y comprenderemos sin ningún esfuerzo
que esa su materialidad como valores sólo puede revelarse en la relación social de unas mercancías con
otras. En efecto, en nuestra investigación comenzamos estudiando el valor de cambio o relación de
cambio de las mercancías, para descubrir, encerrado en esta relación, su valor. Ahora, no tenemos más
remedio que retrotraernos nuevamente a esta forma o manifestación de valor.
Todo el mundo sabe, aunque no sepa más que eso, que las mercancías poseen una forma común de
valor que` contrasta de una manera muy ostensible con la abigarrada diversidad de formas naturales
que presentan sus valores de uso: esta forma es el dinero. Ahora bien, es menester que consigamos
nosotros lo que la economía burguesa no ha intentado siquiera: poner en claro la génesis de la forma
dinero, para lo cual tendremos que investigar, remontándonos desde esta forma fascinadora hasta sus
manifestaciones más sencillas y más humildes, el desarrollo de la expresión del valor que se encierra
en la relación de valor de las mercancías. Con ello, veremos, al mismo tiempo, cómo el enigma del
dinero se esfuma.
La relación más simple de valor es, evidentemente, la relación de valor de una mercancía con otra
concreta y distinta, cualquiera que ella sea. La relación de valor entre dos mercancías constituye, por
tanto, la expresión más simple de valor de una mercancía.
A. FORMA SIMPLE, CONCRETA 0 FORTUITA DEL VALOR
x mercancía A = y mercancía B, o bien: x mercancía A vale y mercancía B
(20 varas lienzo = 1 levita, o bien: 20 varas lienzo valen 1 levita)
1. Los dos polos de la expresión del valor: forma relativa del valor y forma equivalencial
En esta forma simple del valor reside el secreto de todas las formas del valor. Por eso es en su
análisis donde reside la verdadera dificultad del problema.
Dos mercancías distintas, A y B, en nuestro ejemplo el lienzo y la levita, desempeñan aquí dos
papeles manifiestamente distintos. El lienzo expresa su valor en la levita; la levita sirve de material
para esta expresión de valor. La primera mercancía desempeña un papel activo, la segunda un papel
pasivo. El valor de la primera mercancía aparece bajo la forma del valor relativo, o lo que es lo mismo,
reviste la forma relativa del valor. La segunda mercancía funciona como equivalente, o lo que es lo
mismo, reviste forma equivalencial.
Forma relativa del valor y forma equivalencial son dos aspectos de la misma relación, aspectos
inseparables y que se condicionan mutuamente, pero también y a la par dos extremos opuestos y antagónicos,
los dos polos de la misma expresión del valor; estos dos términos se desdoblan
constantemente entre las diversas mercancías relacionadas entre sí por la expresión del valor. Así, por
ejemplo, el valor del lienzo no puede expresarse en lienzo. La relación de 20 varas de lienzo = 20 varas
de lienzo no representaría expresión ninguna de valor. Esta igualdad sólo nos diría que 20 varas de
lienzo no son mas que 20 varas de lienzo, es decir, una determinada cantidad del objeto útil lienzo. Por
tanto, el valor del lienzo sólo puede expresarse en términos relativos, es decir recurriendo a otra
mercancía; o, lo que es lo mismo, la forma relativa del valor del lienzo supone como premisa el que
otra mercancía cualquiera desempeñe respecto al lienzo la función de forma equivalencial. Y a su vez,
esta otra mercancía que funciona como equivalente no puede desempeñar al mismo tiempo el papel de
forma relativa de valor. No es su propio valor lo que ella expresa. Se limita a suministrar el material
para la expresión de valor de otra mercancía.
Cierto es que la relación 20 varas de lienzo = 1 levita o 20 varas de lienzo valen 1 levita lleva
implícita la forma inversa: 1 levita = 20 varas de lienzo o 1 levita vale 20 varas de lienzo. Pero, en
realidad, lo que se hace aquí es invertir los términos de la igualdad para expresar el valor de la levita
de un modo relativo; al hacerlo, el lienzo cede a la levita su puesto de equivalente. Por tanto, una
misma mercancía no puede asumir al mismo tiempo ambas formas en la misma expresión de valor.
Estas formas se excluyen la una a la otra como los dos polos o los dos extremos de una línea.
El que una mercancía revista la forma relativa del valor o la forma opuesta, la de equivalente,
depende exclusivamente de la posición que esa mercancía ocupe dentro de la expresión de valor en un
momento dado, es decir, de que sea la mercancía cuyo valor se expresa o aquella en que se expresa este
valor.
2. La forma relativa del valor
a) Contenido de la forma relativa del valor
Para averiguar dónde reside, en la relación de valor entre dos mercancías, la expresión simple del
valor de una de ellas no hay más remedio que empezar prescindiendo totalmente del aspecto cuantitativo
de esta relación. Cabalmente al revés de lo que suele hacerse, pues lo frecuente es no ver en la
relación de valor más que la proporción de equivalencia entre determinadas cantidades de dos distintas
mercancías. Sin advertir que para que las magnitudes de objetos distintos puedan ser
cuantitativamente comparables entre sí, es necesario ante todo reducirlas a la misma unidad. Sólo
representándonoslas
como expresiones de la misma unidad podremos ver en ellas magnitudes de signo igual y, por tanto
conmensurables.18
Cuando decimos que 20 varas de lienzo = 1 levita, o igual 20, o igual x levitas, en cada una de estas
relaciones se sobrentiende que e! lienzo y las levitas son, como magnitudes de valor, expresiones
distintas de la misma unidad, objetos de igual naturaleza.
Lienzo = levita: he ahí la fórmula que sirve de base a la relación. Pero en esta igualdad, las dos
mercancías cualitativamente equiparadas no desempeñan el mismo papel. La igualdad sólo expresa el
valor del lienzo. ¿Cómo? Refiriéndolo a la levita como a su “equivalente” u objeto “permutable” por él.
En esta relación, la levita sólo interesa como exteriorización de valor, como valor materializado, pues
sólo en función de tal puede decirse que exista identidad entre ella y el lienzo. Por otra parte, de lo que
se trata es de hacer resaltar, de hacer que cobre expresión sustantiva la existencia de valor propia del
lienzo, ya que sólo en cuanto valor puede encontrársele a éste una relación de equivalencia o cambio
con la levita. Un ejemplo. El ácido butírico es un cuerpo distinto del formiato de propilo. Y sin
embargo, ambos están integrados por las mismas sustancias químicas: carbono (C), hidrógeno (H) y
oxígeno (0) y en idéntica proporción, o sea C4 H8 02. Pues bien, si dijésemos que el formiato de
propilo es igual al ácido butírico, diríamos dos cosas: primero, que el formiato de propilo no es más
que una modalidad de la fórmula C4 H8 02; segundo, que el ácido butírico está formado por los
mismos elementos y en igual proporción. Es decir que, equiparando el formiato de propilo al ácido
butírico, expresaríamos la sustancia química común a estos dos cuerpos de forma diferente.
Al decir que las mercancías, consideradas como valores, no son más que cristalizaciones de trabajo
humano, nuestro análisis las reduce a la abstracción del valor, pero sin darles una forma de valor
distinta a las formas naturales que revisten. La cosa cambia cuando se trata de la expresión de valor de
una mercancía. Aquí, es su propia relación con otra mercancía lo que acusa su carácter de valor.
Así por ejemplo, al equiparar la levita, como valor materializado, al lienzo, lo que hacemos es
equiparar el trabajo que aquélla encierra al trabajo contenido en éste. Ya sabemos que el trabajo del
sastre que hace la levita es un trabajo concreto, distinto del trabajo del tejedor que produce el lienzo.
Pero al equipararlo a éste, reducimos el trabajo del sastre a lo que hay de igual en ambos trabajos, a su
nota común, que es la de ser trabajo humano. Y de este modo, por medio de un rodeo, venimos a decir
al propio tiempo, que el trabajo del tejedor, al tejer valor, no encierra nada que 1o diferencie del trabajo
del sastre, siendo por tanto trabajo humano, abstracto. Es la expresión de equivalencia de diversas
mercancías la que pone de manifiesto el carácter específico del trabajo como fuente de valor, al reducir
a su nota común, la de trabajo humano puro y simple, los diversos trabajos contenidos en las diversas
mercancías.19
No basta, sin embargo, expresar el carácter específico del trabajo de que está formado el valor del
lienzo. La fuerza humana de trabajo en su estado fluido, o sea el trabajo humano, crea valor, pero no es
de por sí valor. Se convierte en valor al plasmarse, al cobrar forma corpórea. Para expresar el valor del
lienzo como cristalización de trabajo humano, tenemos necesariamente que expresarlo como un “algo
objetivo” distinto corporalmente del propio lienzo y a la par común a éste y a otra mercancía. Este
problema lo hemos resuelto ya.
Lo que en la expresión de valor de lienzo permite a la levita asumir el papel de su igual cualitativo,
de objeto de idéntica naturaleza, es el ser un valor. La levita tiene, pues, para estos efectos, la
consideración de objeto en que toma cuerpo el valor, de objeto que representa el valor en su forma
natural y tangible. Pero adviértase que la levita, la materialidad de la mercancía levita, es un simple
valor de uso. Realmente, una levita es un objeto tan poco apto para expresar valor como cualquier
pieza de lienzo. Lo cual prueba que, situada en la relación o razón de valor con el lienzo, la levita
adquiere una importancia que tiene fuera de ella, del mismo modo que ciertas personas ganan en
categoría al embutirse en una levita galoneada.
En la producción de la levita se ha invertido real y efectivamente, bajo la forma de trabajo de
sastrería, fuerza humana de trabajo. En ella se acumula, por tanto, trabajo humano. Así considerada, la
levita es “representación de valor”, aunque esta propiedad suya no se trasluzca ni aun al través de la
más delgada de las levitas. En la relación o razón de valor del lienzo, la levita sólo nos interesa en este
aspecto, es decir como valor materializado o encarnación corpórea de valor. Por mucho que se abroche
los botones, el lienzo descubre en ella el alma palpitante de valor hermana de la suya. Sin embargo,
para que la levita desempeñe respecto al lienzo el papel de valor, es imprescindible que el valor revista
ante el lienzo la forma de levita. Es lo mismo que acontece en otro orden de relaciones, donde el
individuo B no puede asumir ante el individuo A los atributos de la majestad sin que al mismo tiempo
la majestad revista a los ojos de éste la figura corpórea de B, los rasgos fisonómicos, el color del pelo y
muchas otras señas personales del soberano reinante en un momento dado.
Por tanto, en la relación o razón de valor en que la levita actúa como equivalente del lienzo, la
forma levita es considerada como forma del valor. El valor de la mercancía lienzo se expresa, por
consiguiente, en la materialidad corpórea de la mercancía levita; o lo que es lo mismo, el valor de una
mercancía se expresa en él valor de uso de otra. Considerado como valor de uso, el lienzo es un objeto
materialmente distinto de la levita, pero considerado como valor es algo "igual a la levita" y que
presenta, por tanto, la misma fisonomía de ésta. Esto hace que revista una forma de valor distinta de su
forma natural. En su identidad con la levita se revela su verdadera naturaleza como valor, del mismo
modo que el carácter carneril del cristiano se revela en su identidad con el cordero de Dios.
Por tanto, todo lo que ya nos había dicho antes el análisis de valor de la mercancía nos lo repite
ahora el propio lienzo, al trabar contacto con otra mercancía, con la mercancía levita. Lo que ocurre es
que el lienzo expresa sus ideas en su lenguaje peculiar, en el lenguaje propio de una mercancía. Para
decir que el trabajo, considerado en abstracto, como trabajo humano, crea su propio valor, nos dice que
la levita, en lo que tiene de común con él o, lo que tanto da, en lo que tiene de valor, está formada por
el mismo trabajo que el lienzo. Para decir que su sublime materialización de valor no se confunde con
su tieso cuerpo de lienzo, nos dice que el valor presenta la forma de una levita y que por tanto él, el
lienzo, considerado como objeto de valor, se parece a la levita como un huevo a otro huevo. Diremos
incidentalmente que el lenguaje de las mercancías posee también, aparte de estos giros talmúdicos,
otras muchas maneras más o menos correctas de expresarse. Así por ejemplo, la expresión alemana
Wertsein expresa con menos fuerza que el verbo latino valere, valer, valoir, como la equiparación de la
mercancía B a la mercancía A es la expresión propia de valor de ésta. Paris vaut bien une messe! (9)
Por tanto, la relación o razón de valor hace que la forma natural de la mercancía B se convierta en
la forma de valor de la mercancía A o que la materialidad corpórea de la primera sirva de espejo de
valor de la segunda.20 |Al referirse a la mercancía B como materialización corpórea de valor, como
encarnación material de trabajo humano, la mercancía A convierte el valor de uso B en material de su
propia expresión de valor. El valor de la mercancía A expresado así, es decir, expresado en el valor de
uso de la mercancía B, reviste la forma del valor relativo.
b) Determinabilidad cuantitativa de la forma relativa del valor
Cuando tratamos de expresar el valor de una mercancía, nos referimos siempre a determinada
cantidad de un objeto de uso: 15 fanegas de trigo, 100 libras de café, etc. Esta cantidad dada de una
mercancía encierra una determinada cantidad de trabajo humano. Por tanto la forma del valor no puede
limitarse a expresar valor pura y simplemente sino que ha de expresar un valor cuantitativo
determinado, una cantidad de valor. En la relación o proporción de valor de la mercancía A con la
mercancía B, del lienzo con la levita, no sólo equiparamos cualitativamente la mercancía levita al
lienzo en cuanto representación de valor en general, sino que establecemos la proporción con una
determinada cantidad de lienzo, por ejemplo entre 20 varas de lienzo y una determinada cantidad de la
representación corpórea del valor o equivalente, v. gr. una levita.
La relación “20 varas de lienzo = 1 levita o 20 varas de lienzo valen 1 levita” arranca del supuesto
de que en 1 levita se contiene la misma sustancia de valor que en 20 varas de lienzo; es decir, del
supuesto de que ambas cantidades de mercancías cuestan la misma suma de trabajo o el mismo tiempo
de trabajo. Pero como el tiempo de trabajo necesario para producir 20 varas de lienzo o 1 levita cambia
al cambiar la capacidad productiva de la industria textil o de sastrería, conviene que investiguemos más
de cerca cómo influyen estos cambios en la expresión relativa de la magnitud de valor.
I. Supongamos que varía el valor del lienzo21 sin que el valor de la levita sufra alteración. Al
duplicarse el tiempo de trabajo necesario para producir el lienzo, por efecto, supongamos, del agotamiento
progresivo del suelo en que se cultiva el lino, se duplica también su valor. En vez de 20 varas
de lienzo = levita, tendremos, por tanto: 20 varas de lienzo = 2 levitas, ya que ahora 1 levita sólo
encierra la mitad de tiempo de trabajo de 20 varas de lienzo. Y a la inversa, sí el tiempo de trabajo
necesario para producir el lienzo queda reducido a la mitad, v. gr. por los progresos conseguidos en la
fabricación de telares, el valor del lienzo quedará también reducido a la mitad. Por tanto, ahora: 20
varas de lienzo = 1/2 levita. El valor relativo de la mercancía A, o sea, su valor expresado en la
mercancía B, aumenta y disminuye, por tanto, en razón directa al aumento o disminución
experimentados por la mercancía A, siempre y cuando que el valor de la segunda permanezca
constante.
II. Supóngase que el valor del lienzo no varia y que varía, en cambio, el valor de la levita. Sí, en
estas circunstancias, el tiempo de trabajo necesario para producir la levita se duplica, v. gr., por el
menor rendimiento del esquileo, tendremos, en vez de 20 varas de lienzo = 1 levita, 20 varas de lienzo
= 1/2 levita. Por el contrario, si el valor de la levita queda reducido a la mitad, la relación será: 20
varas de lienzo = 2 levitas. Por tanto, permaneciendo inalterable el valor de la mercancía A, su valor
relativo, expresado en la mercancía B, aumenta o disminuye en razón inversa a los cambios de valor
experimentados por ésta.
Comparando los distintos casos expuestos en los dos apartados anteriores, vemos que el mismo
cambio de magnitud del valor relativo puede provenir de causas opuestas. Así, por ejemplo, la
igualdad 20 varas de lienzo = 1 levita da origen: l° a la ecuación 20 varas de lienzo = 2 levitas, bien
porque el valor del lienzo se duplique, bien porque el valor de las levitas quede reducido a la mitad, y
2° a la igualdad 20 varas de lienzo =1/2 levita, ya porque el valor del lienzo se reduzca a la mitad, o
porque el valor de la levita aumente al doble.
III. Mas puede también ocurrir que las cantidades de trabajo necesarias para producir el lienzo y la
levita varíen simultáneamente en el mismo sentido y en la misma proporción. En este caso, la igualdad,
cualesquiera que sean los cambios experimentados por sus correspondientes valores, seguirá siendo la
misma: 20 varas de lienzo = 1 levita. Para descubrir los cambios respectivos de valor de estas
mercancías, no hay más que compararlas con una tercera cuyo valor se mantiene constante. Si los
valores de todas las mercancías aumentasen o disminuyesen al mismo tiempo y en la misma
proporción, sus valores relativos permanecerían invariables. Su cambio efectivo de valor se revelaría
en el hecho de que en el mismo tiempo de trabajo se produciría, en términos generales, una cantidad
mayor o menor de mercancías que antes.
IV. Los tiempos de trabajo necesarios respectivamente para producir el lienzo y la levita, y por
tanto sus valores, pueden cambiar al mismo tiempo y en el mismo sentido, pero en grado desigual, en
sentido opuesto, etc. Para ver cómo todas estas posibles combinaciones influyen en el valor relativo de
una mercancía, no hay más que aplicar los casos I, II y III.
Como se ve, los cambios efectivos que pueden darse en la magnitud del valor, no se acusan de un
modo inequívoco ni completo en su expresión relativa o en la magnitud del valor relativo. El valor
relativo de una mercancía puede cambiar aun permaneciendo constante el valor de esta mercancía. Y
viceversa, puede ocurrir que su valor relativo permanezca constante aunque cambie su valor.
Finalmente, no es necesario que los cambios simultáneos experimentados por la magnitud de valor de
las mercancías coincidan con los que afectan a la expresión relativa de esta magnitud de valor.22
3. La forma equivalencial
Hemos visto que cuando la mercancía A (el lienzo) expresa su valor en el valor de uso de otra
mercancía, o sea, en la mercancía B (en la levita), imprime a ésta una forma peculiar de valor, la forma
de equivalente. La mercancía lienzo revela su propia esencia de valor por su ecuación con la levita, sin
necesidad de que ésta revista una forma de valor distinta de su forma corporal. Es, por tanto, donde el
lienzo expresa real y verdaderamente su esencia propia de valor en el hecho de poder cambiarse
directamente por la levita. La forma equivalencial de una mercancía es, por consiguiente, la posibilidad
de cambiarse directamente por otra mercancía.
El que una clase de mercancías, v gr. levitas, sirva de equivalente a otra clase de mercancías, v. gr.
lienzo; el que, por tanto, las levitas encierren la propiedad característica de poder cambiarse directamente
por lienzo no indica ni mucho menos la proporción en que pueden cambiarse uno y otras. Esta
proporción depende, dada la magnitud del valor del lienzo, de la magnitud de valor de las levitas. Ya se
exprese la levita como equivalente y el lienzo como valor relativo, o a la inversa, el lienzo como
equivalente y como valor relativo la levita, su magnitud de valor responde siempre al tiempo de trabajo
necesario para su producción, siendo independiente, por tanto, de la forma que su valor revista. Pero
tan pronto como la clase de mercancía levita ocupa en la expresión del valor el lugar de equivalente, su
magnitud de valor no cobra expresión como tal magnitud de valor, sino que figura en la igualdad como
una determinada cantidad de un objeto.
Por ejemplo, 40 varas de lienzo “valen”... ¿qué? 2 levitas. Como aquí la clase de mercancías
representada por las levitas desempeña el papel de equivalente, es decir como el valor de uso levita
asume respecto al lienzo la función de materializar el valor, basta una determinada cantidad de levitas
para expresar una determinada cantidad de valor del lienzo. Dos levitas pueden expresar, por tanto, la
magnitud de valor de 40 varas de lienzo, pero no pueden expresar jamás su propia magnitud de valor,
la magnitud de valor de dos levitas. La observación superficial de este hecho, del hecho de que en la
ecuación de valor el equivalente reviste siempre la forma de una cantidad simple de un objeto, de un
valor de uso, indujo a Bailey, como a muchos de sus predecesores y sucesores, a no ver en la expresión
de valor más que una relación puramente cuantitativa. Y no es así, sino que, lejos de ello, la forma
equivalencial de una mercancía no encierra ninguna determinación cuantitativa de valor.
La primera característica con que tropezamos al estudiar la forma equivalencial es ésta: en ella, el
valor de uso se convierte en forma o expresión de su antítesis, o sea, del valor.
La forma natural de la mercancía se convierte, pues, en forma de valor. Pero adviértase que este
quid pro quo (10) sólo se da respecto a una mercancía, a la mercancía B (levita, trigo, hierro. etc.),
dentro de la relación de valor que guarda con ella otra mercancía cualquiera, la mercancía A (lienzo,
etc.), única y exclusivamente en esta relación. Puesto que ninguna mercancía puede referirse a sí
misma como equivalente ni por tanto tomar su. pelleja natural propia por expresión de su propio
valor, no tiene más remedio que referirse como equivalente a otra mercancía, tomar la pelleja natural
de otra mercancía como su forma propia de valor.
El ejemplo de una medida inherente a las mercancías materiales corno tales mercancías materiales,
es decir como valores de uso, nos aclarará esto. Un pilón de azúcar, por el mero hecho de ser un
cuerpo, es pesado, tiene un peso, y sin embargo, ni la vista ni el tacto acusan en ningún pilón de azúcar
esta propiedad. Tomemos varios trozos de hierro, pesados previamente. La forma física del hierro no
es de por sí, ni mucho menos, signo o manifestación de la gravedad, como no lo es la del pilón de
azúcar. Y sin embargo, cuando queremos expresar el pilón de azúcar como peso lo relacionamos con el
peso del hierro. En esta relación, el hierro representa el papel de un cuerpo que no asume más función
que la de la gravedad. Cantidades distintas de hierro sirven, por tanto, de medida de peso del azúcar, y
no tienen, respecto a la materialidad física del azúcar, más función que la del peso, la de servir de
forma y manifestación de la gravedad. Pero el hierro sólo desempeña este papel dentro de la relación
que guarda con él el azúcar o el cuerpo, cualquiera que él sea, que se trata de pesar. Si ambos objetos
no fuesen pesados, no podría establecerse entre ellos esta relación, ni por tanto tomarse el uno como
medida para expresar el peso del otro. En efecto, si depositarnos ambos objetos en el platillo de la
balanza, vemos que, desde el punto de vista de la gravedad, ambos son lo mismo, ambos comparten en
determinada proporción la misma propiedad del peso. Pues bien, del mismo modo que la materialidad
física del hierro, considerado como medida de peso, no representa respecto al pilón de azúcar más que
gravedad, en nuestra expresión de valor la materialidad física de la levita no representa respecto al
lienzo más que valor.
Pero la analogía no pasa de ahí. En la expresión del peso del pilón de azúcar, el hierro representa
una propiedad natural común a ambos cuerpos: su gravedad; en cambio, en la expresión del valor del
lienzo, la levita asume una propiedad sobrenatural de ambos objetos, algo puramente social: su valor.
Al expresar su esencia de valor como algo perfectamente distinto de su materialidad corpórea y de
sus propiedades físicas, v. gr. como algo análogo a la levita, la forma relativa de valor de una
mercancía, del lienzo por ejemplo, da ya a entender que esta expresión encierra una relación de orden
social. Al revés de lo que ocurre con la forma equivalencial la cual consiste precisamente en que la
materialidad física de una mercancía, tal como la levita, este objeto concreto con sus propiedades
materiales, exprese valor, es decir, posea por obra de la naturaleza forma de valor. Claro está que eso
sólo ocurre cuando este cuerpo se halla situado dentro de la relación de valor en que la mercancía
lienzo se refiere a la mercancía levita como equivalente suyo.23 Pero como las propiedades de un objeto
no brotan de su relación con otros objetos, puesto que esta relación no hace más que confirmarlas,
parece como si la levita debiera su forma de equivalente, es decir, la propiedad que la hace susceptible
de ser directamente cambiada, a la naturaleza, ni más ni menos que su propiedad de ser pesada o de
guardar calor. De aquí el carácter misterioso de la forma equivalencial carácter que la mirada burguesamente
embotada del economista sólo advierte cuando esta forma se le presenta ya definitivamente
materializada en el dinero. Al encontrarse con el dinero, el economista se esfuerza por borrar el
carácter místico del oro y la plata, colocando en su puesto mercancías menos fascinadoras y
recorriendo con creciente regocijo el catálogo de toda la chusma de mercaderías a las que en otros
tiempos estuvo reservado el papel de equivalentes de valor. Sin sospechar siquiera que este misterio de
la forma equivalencial se encierra ya en la expresión más simple del valor, v. gr. en la de 20 varas de
lienzo = 1 levita.
La materialidad corpórea de la mercancía que sirve de equivalente rige siempre como encarnación
del trabajo humano abstracto y es siempre producto de un determinado trabajo concreto, útil; es decir,
que este trabajo concreto se convierte en expresión de trabajo humano abstracto. La levita, por ejemplo,
se considera como simple materialización, y el trabajo del sastre, que cobra cuerpo de realidad en esta
prenda, como simple forma de realización del trabajo humano abstracto. En la expresión del valor del
lienzo, la utilidad del trabajo del sastre no consiste en hacer trajes y por tanto hombres (11) , sino en
crear un cuerpo que nos dice con sólo verlo que es valor, y por consiguiente cristalización de trabajo
materializado en el valor del lienzo. Para poder crear semejante espejo de valor, es necesario que el
trabajo del sastre no refleje absolutamente nada más que su cualidad abstracta de trabajo humano.
Bajo la forma del trabajo del sastre, como bajo la forma del trabajo del tejedor, se despliega fuerza
humana de trabajo. Ambas actividades revisten, por tanto, la propiedad general de ser trabajo humano,
y por consiguiente, en determinados casos, como por ejemplo en la producción de valor, sólo se las
puede enfocar desde este punto de vista. Todo esto no tiene nada de misterioso. Pero al llegar a la
expresión de valor de la mercancía, la cosa se invierte. Para expresar, por ejemplo, que el tejer no crea
el valor del lienzo en su forma concreta de actividad textil, sino en su modalidad general de trabajo
humano, se le compara con el trabajo del sastre, con el trabajo concreto que produce el equivalente del
lienzo, como forma tangible de realización del trabajo humano abstracto.
Es decir, que la segunda característica de la forma equivalencial es que el trabajo concreto se
convierte aquí en forma o manifestación de su antítesis, o sea, del trabajo humano abstracto.
Pero, considerado como simple expresión del trabajo humano en general, este trabajo concreto, el
trabajo del sastre, reviste formas de igualdad con otro trabajo, con el trabajo encerrado en el lienzo, y
es por tanto, aunque trabajo privado, como cuantos producen mercancías, trabajo en forma
directamente social. He aquí por qué se traduce en un producto susceptible de ser directamente
cambiado por otra mercancía. Por tanto, la tercera característica de la forma equivalencial es que en
ella el trabajo privado reviste la forma de su antítesis, o sea, del trabajo en forma directamente social.
Estas dos últimas características de la forma equivalencial se nos presentarán todavía con mayor
claridad si nos remontamos al gran pensador que primero analizó la forma del valor, como tantas otras
formas del pensamiento, de la sociedad y de la naturaleza. Nos referimos a Aristóteles.
Ante todo, Aristóteles dice claramente que la forma–dinero de la mercancía no hace más que
desarrollar la forma simple del valor, o lo que es lo mismo, la expresión del valor de una mercancía en
otra cualquiera. He aquí sus palabras:
“5 lechos = 1 casa”
{“Khívai révre avri oixías”)
“ no se distingue” de
“5 lechos = tanto o cuánto dinero”
(“Khívai révre avri ... ooov ai révre xhívai”)
Aristóteles advierte, además, que la relación de valor en que esta expresión de valor se contiene es,
a su vez, una relación condicionada, pues la casa se equipara cualitativamente a los lechos, y si no
mediase alguna igualdad sustancial, estos objetos corporalmente distintos no podrían relacionarse
entre sí como magnitudes conmensurables. “El cambio –dice Aristóteles– no podría existir sin la
igualdad, ni ésta sin la conmensurabilidad”. Mas al llegar aquí, se detiene y renuncia a seguir
analizando la forma del valor. “Pero en rigor –añade– es imposible que objetos tan distintos sean
conmensurables”, es decir, cualitativamente iguales. Esta equiparación tiene que ser necesariamente
algo ajeno a la verdadera naturaleza de las cosas, y por tanto un simple “recurso para salir del paso ante
las necesidades de la práctica”.
El propio Aristóteles nos dice, pues, en qué tropieza al llevar adelante su análisis: tropieza en la
carencia de un concepto del valor. ¿Dónde está lo igual, la sustancia común que representa la casa respecto
a los lechos, en la expresión de valor de éstos? Semejante sustancia “no puede existir, en rigor”,
dice Aristóteles. ¿Por qué?
La casa representa respecto a los lechos un algo igual en la medida en que representa aquello que hay
realmente de igual en ambos objetos, a saber: trabajo humano.
Aristóteles no podía descifrar por si mismo, analizando la forma del valor, el hecho de que en la
forma de los valores de las mercancías todos los trabajos se expresan como trabajo humano igual, y
por tanto como equivalentes, porque la sociedad griega estaba basada en el trabajo de los esclavos y
tenía, por tanto, como base natural la desigualdad entre los hombres y sus fuerzas de trabajo. El
secreto de la expresión de valor, la igualdad y equiparación de valor de todos los trabajos, en cuanto
son y por el hecho de ser todos ellos trabajo humano en general, sólo podía ser descubierto a partir del
momento en que la idea de la igualdad humana poseyese ya la firmeza de un prejuicio popular. Y para
esto era necesario llegar a una sociedad como la actual, en que la forma–mercancía es la forma general
que revisten los productos del trabajo, en que, por tanto, la relación social preponderante es la relación
de unos hombres con otros como poseedores de mercancías. Lo que acredita precisamente el genio de
Aristóteles es el haber descubierto en la expresión de valor de las mercancías una relación de
igualdad. Fue la limitación histórica de la sociedad de su tiempo, la que le impidió desentrañar en qué
consistía. “en rigor”, esta relación de igualdad.
4. La forma simple del valor, vista en conjunto
La forma simple del valor de una mercancía va implícita en su relación de valor con una mercancía
distinta o en la relación de cambio con ésta. El valor de la mercancía A se expresa cualitativamente en
la posibilidad de cambiar directamente la mercancía B por la mercancía A. Cuantitativamente, se
expresa mediante la posibilidad de cambiar una cantidad determinada de la mercancía B por una
determinada cantidad de la mercancía A. 0, dicho en otros términos: el valor de una mercancía se
expresa independientemente al representársela como “valor de cambio”. Al comienzo de este capítulo
decíamos, siguiendo el lenguaje tradicional: la mercancía es valor de uso y valor de cambio. En rigor,
esta afirmación es falsa. La mercancía es valor de uso, objeto útil, y “valor”. A partir del momento en
que su valor reviste una forma propia de manifestarse, distinta de su forma natural, la mercancía revela
este doble aspecto suyo, pero no reviste jamás aquella forma si la contemplamos aisladamente: para
ello, hemos de situarla en una relación de valor o cambio con otra mercancía. Sabiendo esto, aquel
modo de expresarse no nos moverá a error y, aunque sea falso, puede usarse en gracia a la brevedad.
Nuestro análisis ha demostrado que la forma del valor o la expresión del valor de la mercancía
brota de la propia naturaleza del valor de ésta, y no al revés, el valor y la magnitud del valor de su
modalidad de expresión como valor de cambio. Así se les antoja, en efecto, no sólo a los mercantilistas
y a sus modernos admiradores, tales como Ferrier, Ganilh, etc.,24 sino también a sus antípodas, esos
modernos viajantes de comercio del librecambio que son Bastiat y consortes. Los mercantilistas hacen
especial hincapié en el aspecto cualitativo de la expresión del valor y, por tanto, en la forma
equivalencial de la mercancía, que tiene en el dinero su definitiva configuración; por el contrario, los
modernos buhoneros del librecambio, dispuestos a dar su mercancía a cualquier precio con tal de
deshacerse de ella, insisten en el aspecto cuantitativo de la forma relativa del valor. Es decir, que para
ellos la mercancía no tiene valor ni magnitud del valor fuera de la expresión que reviste en la relación
de cambio, o lo que es lo mismo, en los boletines diarios de cotización de los precios. El escocés
MacLeod, esforzándose por cumplir su cometido, que es sacar el mayor brillo posible de erudición a
las ideas archiconfusas de Lombardstreet, nos brinda la síntesis más perfecta de los mercantilistas
supersticiosos y los viajantes ilustrados del librecambio.
Analizando de cerca la expresión de valor de la mercancía A, tal como se contiene en su relación de
valor con la mercancía B, veíamos que, dentro de esta relación, la forma natural de la mercancía A sólo
interesaba en cuanto cristalización de valor de uso; la forma natural de la mercancía B, en cambio, sólo
en cuanto forma o cristalización de valor. Por tanto, la antítesis interna de valor de uso y valor que se
alberga en la mercancía toma cuerpo en una antítesis externa, es decir en la relación entre dos
mercancías, de las cuales la una, aquella cuyo valor trata de expresarse, sólo interesa directamente
como valor de uso, mientras que la otra, aquella en que se expresa el valor, interesa sólo directamente
como valor de cambio. La forma simple del valor de una mercancía es, por tanto, la forma simple en
que se manifiesta la antítesis de valor de uso y de valor encerrada en ella.
El producto del trabajo es objeto de uso en todos los tipos de sociedad; sólo en una época
históricamente dada de progreso, aquella que ve en el trabajo invertido para producir un objeto de uso
una propiedad “materializada” de este objeto, o sea su valor, se convierte el producto del trabajo en
mercancía. De aquí se desprende que la forma simple del valor de la mercancía es al propio tiempo la
forma simple de mercancía del producto del trabajo; que, por tanto, el desarrollo de la forma de la
mercancía coincide con el desarrollo de la forma del valor.
A primera vista, se descubre ya cuán insuficiente es la forma simple del valor, esta forma germinal,
que tiene que pasar por una serie de metamorfosis antes de llegar a convertirse en la forma precio.
Su expresión en una mercancía cualquiera, en la mercancía B, no hace más que diferenciar el valor
de la mercancía A de su propio valor de uso; no hace, por tanto, más que ponerla en una relación de
cambio con una clase cualquiera de mercancías distinta de aquélla, en vez de acusar su igualdad
cualitativa y su proporcionalidad cuantitativa con todas las demás mercancías. A la forma simple y
relativa del valor de una mercancía corresponde la forma concreta equivalencial de otra. Así por
ejemplo, en la expresión relativa del valor del lienzo, la levita sólo cobra forma de equivalente o forma
de cambiabilidad directa con relación a esta clase especial de mercancía: el lienzo.
Sin embargo, la forma simple de valor se remonta por sí misma a formas más complicadas. Por
medio de esta forma, el valor de una mercancía, de la mercancía A, sólo puede expresarse, indudablemente,
en una mercancía de otro género. Cuál sea el género de esta otra mercancía, si levitas, hierro,
trigo, etc., no hace al caso.
Por consiguiente, según que aquella mercancía se encuadre en una relación de valor con esta o la
otra clase de mercancías, tendremos distintas expresiones simples de valor de la misma mercancía.25 El
número de posibles expresiones de valor de una mercancía no tropieza con más limitación que la del
número de clases de mercancías distintas de ella que existan. Su expresión simple de valor se convierte,
por tanto, en una serie constantemente ampliable de diversas expresiones simples de valor.
B. FORMA TOTAL 0 DESARROLLADA DEL VALOR
z mercancía A = u mercancía B, o = v mercancía C,
o = w mercancía D, o = x mercancía E, etc.
(20 varas de lienzo = 1 levita, o = 10 libras de té, o = 40 libras de café, o = 1 quarter de trigo, o = 2
onzas de oro, o = 1/2 tonelada de hierro, etc.)
1. La forma relativa de valor desarrollada
El valor de una mercancía, del lienzo por ejemplo, se expresa ahora en otros elementos
innumerables del mundo de las mercancías.26 Aquí es donde se ve verdaderamente cómo este valor no
es, más que la cristalización de trabajo humano indistinto. En efecto, el trabajo creador de valor se
representa ahora explícitamente como un trabajo equiparable a todo otro trabajo humano cualquiera
que sea la forma natural que revista, ya se materialice, por tanto, en levitas o en trigo, en hierro o en
oro, etc. Como se ve, su forma de valor pone ahora al lienzo en relación, no ya con una determinada
clase de mercancías, sino con el mundo de las mercancías en general. Considerado como mercancía, el
lienzo adquiere carta de ciudadanía dentro de este mundo. Al mismo tiempo, la serie infinita de sus
expresiones indica que al valor de las mercancías le es indiferente la forma específica de valor de uso
que pueda revestir.
En la primera forma, o sea: 20 varas de lienzo = 1 levita, el que estas dos mercancías sean
susceptibles de cambiarse en una determinada proporción cuantitativa puede ser un hecho puramente
casual. En la segunda forma se vislumbra ya, por el contrario, enseguida, la existencia de un
fundamento sustancialmente distinto de la manifestación casual y que la preside y determina. El valor
del lienzo es siempre el mismo, ya se exprese en levitas, en café, en hierro, etc., es decir en
innumerables mercancías distintas, pertenecientes a los más diversos poseedores. El carácter casual de
la relación entre dos poseedores individuales de mercancías ha desaparecido. Ahora, es evidente que la
magnitud de valor de la mercancía no se regula por el cambio, sino que, al revés, éste se halla regulado
por la magnitud de valor de la mercancía.
2. La forma equivalencial concreta
Toda mercancía, levita, té, trigo, hierro, etc., desempeña, en la expresión de valor de lienzo, el
papel de equivalente, y por tanto de materialización del valor. Ahora, la forma natural concreta de
cada una de estas mercancías es una forma equivalencial dada, al lado de muchas otras. Y lo mismo
ocurre con las diversas clases de trabajo útil, concreto, determinado, que se contienen en las diversas
mercancías materiales: sólo interesan como otras tantas formas específicas de realización o
manifestación del trabajo humano en general.
3. Defectos de la forma total o desarrollada del valor
En primer lugar, la expresión relativa del valor de la mercancía es siempre incompleta, pues la serie
en que toma cuerpo no se acaba nunca. La cadena en que cada ecuación de valor se articula con las
otras puede alargarse constantemente, empalmándose a ella nuevas y nuevas clases de mercancías, que
suministran los materiales para nuevas y nuevas expresiones de valor. En segundo lugar, ante nosotros
se despliega un mosaico abigarrado de expresiones de valor dispares y distintas. Y, finalmente, si el
valor relativo de toda mercancía sé expresa, como necesariamente tiene que expresarse, en esta forma
desarrollada, la forma relativa del valor de cada mercancía se representa por una serie infinita de
expresiones de valor distintas de la forma relativa de valor de cualquier otra mercancía. Los defectos
de la forma relativa del valor desarrollada se reflejan, a su vez, en la correspondiente forma
equivalencial. Como aquí la forma natural de cada clase concreta de mercancías es una forma
equivalencial determinada al lado de otras innumerables, sólo existen formas equivalenciales
restringidas, cada una de las cuales excluye a las demás. Y lo mismo ocurre con la clase de trabajo útil,
concreto, determinado, que se contiene en cada equivalente especial de mercancías: sólo es una forma
especial, y por tanto incompleta, del trabajo humano. Claro está que éste tiene su forma total o
completa de manifestarse en el conjunto de todas aquellas formas específicas, pero no posee una forma
única y completa en que se nos revele.
Sin embargo, la forma relativa del valor desarrollada sólo consiste en una suma de expresiones o
igualdades relativas y simples de valor de la primera forma, tales como:
20 varas de lienzo = 1 levita,
20 varas de lienzo = 10 libras de té, etc.
Pero a su vez, cada una de estas ecuaciones encierra, volviéndola del revés, otra ecuación idéntica,
a saber:
1 levita =20 varas de lienzo,
10 libras de té = 20 varas de lienzo, etc.
En efecto, si una persona cambia su lienzo por muchas otras mercancías, expresando por tanto el
valor de aquélla en toda una serie de mercancías distintas, es lógico que todos los demás poseedores de
mercancías cambien éstas por lienzo y que, por tanto, expresen en la misma tercera mercancía, en
lienzo, el valor de todas las suyas, por diversas que ellas sean. Por consiguiente, si invertimos la serie:
20 varas de lienzo = 1 levita, o = 10 libras de té, etc., es decir, si expresamos la relación invertida que
se contiene ya lógicamente en esa serie, llegamos al siguiente resultado:
C. FORMA GENERAL DEL VALOR
1 levita =
10 libras té =
40 libras café =
1 quarter trigo = 20 varas lienzo.
2 onzas oro =
1/2 tonelada hierro =
x mercancía A =
etc. mercancía =
1. Nuevo carácter de la forma del valor
En primer lugar, las mercancías acusan ahora sus valores de un modo simple, ya que lo expresan en
una sola mercancía, y en segundo lugar, lo acusan de un modo único, pues lo acusan todas en la misma
mercancía. Su forma de valor es simple y común a todas; es, por tanto, general.
Las formas I y II sólo conseguían expresar el valor de una mercancía como algo distinto de su
propio valor de uso o de su materialidad corpórea de mercancía.
La primera forma traducíase en ecuaciones de valor tales como: 1 levita = 20 varas de lienzo, 10
libras de té = 1/2 tonelada de hierro, etc. En estas ecuaciones, el valor de la levita se expresa como algo
igual al lienzo, el valor del té como algo igual al hierro, etc. Pero lo igual al lienzo y lo igual al hierro,
expresiones de valor de la levita y el té, respectivamente, son cosas tan distintas entre sí como el lienzo
y el hierro mismos, Evidentemente, esta forma sólo se presentaba con un carácter práctico en tiempos
muy primitivos, cuando los productos del trabajo se transformaban en mercancías por medio de actos
de cambio eventuales y episódicos.
La segunda forma distingue más radicalmente que la primera el valor de una mercancía de su
propio valor de uso, pues el valor de la levita, por ejemplo, se enfrenta aquí con su forma natural bajo
todas las formas posibles, como algo igual al lienzo, al hierro, al té, etc., es decir, como algo igual a
todas las mercancías, con la sola excepción de la propia levita. Pero, por otra parte, esta forma excluye
directamente toda expresión común de valor de las mercancías, pues en la expresión de valor de cada
una de éstas, las demás se reducen todas a la forma de equivalentes. La forma desarrollada del valor
empieza a presentarse en la realidad a partir del momento en que un producto del trabajo, el ganado por
ejemplo, se cambia, pero no como algo extraordinario, sino habitualmente, por otras diversas
mercancías.
Esta forma nueva a que nos estamos refiriendo, expresa los valores del mundo de las mercancías en
una sola clase de mercancías destacada de entre ellas, por ejemplo el lienzo, de tal modo que los
valores de todas las mercancías se acusan por su relación con ésta. Ahora, tal valor de cada mercancía,
considerada como algo igual al lienzo, no sólo se distingue de su propio valor de uso, sino de todo
valor de uso en general, que es precisamente lo que le permite expresarse como aquello que tiene de
común con todas las mercancías. Esta forma es, pues, la que relaciona y enlaza realmente a todas las
mercancías como valores, la que hace que se manifiesten como valores de cambio las unas respecto a
las otras.
Las dos formas anteriores expresaban el valor de una determinada mercancía, la primera en una
mercancía concreta distinta de ella, la segunda en una serie de diversas mercancías. Tanto en uno como
en otro caso era, por decirlo así, incumbencia privativa de cada mercancía el darse una forma de valor,
cometido suyo, que realizaba sin la cooperación de las demás mercancías; éstas limitábanse a desempeñar
respecto a ella el papel puramente pasivo de equivalentes. No ocurre así con la forma general de
valor, que brota por obra común del mundo todo de las mercancías. Una mercancía sólo puede cobrar
expresión general de valor sí al propio tiempo las demás expresan todas su valor en el mismo
equivalente, y cada nueva clase de mercancías que aparece tiene necesariamente que seguir el mismo
camino. Esto revela que la materialización del valor de las mercancías, por ser la mera “existencia
social” de estos objetos, sólo puede expresarse mediante su relación social con todos los demás; que
por tanto su forma de valor, ha de ser, necesariamente, una forma que rija socialmente.
Bajo la forma de algo igual al lienzo, todas las mercancías se nos revelan ahora, no sólo como
factores cualitativamente iguales, como valores en general, sino también como magnitudes de valor
cuantitativamente comparables entre sí. Al reflejar sus magnitudes de valor en el mismo material, en el
lienzo, estas magnitudes de valor se reflejan también recíprocamente las unas a las otras. Así, por
ejemplo, si 10 libras de té = 20 varas de lienzo y 40 libras de café = 20 varas de lienzo, 10 libras de té =
40 libras de café. Con lo cual decimos que 1 libra de café sólo encierra 1/4 de sustancia de valor, de
trabajo, que 1 libra de té.
La forma relativa general de valor del mundo de las mercancías imprime a la mercancía destacada
por ellas como equivalente, al lienzo, el carácter de equivalente general. Su forma natural propia es la
configuración de valor común a todo este mundo de mercancías, y ello es lo que permite que el lienzo
pueda ser directamente cambiado por cualquier otra mercancía. La forma corpórea del lienzo es considerada
como encarnación visible, como el ropaje general que reviste dentro de la sociedad todo el
trabajo humano. El trabajo textil, o sea, el trabajo privado que produce el lienzo, se halla enlazado al
mismo tiempo en una forma social de carácter general, en una forma de igualdad, con todos los demás
trabajos. Las innumerables ecuaciones que integran la forma general del valor van equiparando por
turno el trabajo realizado en el lienzo a cada uno de los trabajos contenidos en las demás mercancías,
convirtiendo así el trabajo textil en forma general de manifestación del trabajo humano, cualquiera que
él sea. De este modo, el trabajo materializado en el valor de las mercancías no se representa tan sólo de
un modo negativo, como trabajo en que se hace abstracción de todas las formas concretas y cualidades
útiles de los trabajos reales, sino que con ello ponemos de relieve, además, de un modo expreso, su
propio carácter positivo. Lo que hacemos es reducir todos los trabajos reales al carácter de trabajo
humano común a todos ellos, a la inversión de fuerza humana de trabajo.
La forma general del valor, forma que presenta los productos del trabajo como simples
cristalizaciones de trabajo humano indistinto; demuestra por su propia estructura que es la expresión
social del mundo de las mercancías. Y revela al mismo tiempo que, dentro de este mundo, es el carácter
general y humano del trabajo el que forma su carácter específicamente social.
2. Relación entre el desarrollo de la forma relativa del valor y el de la forma equivalente
Al grado de desarrollo de la forma relativa del valor corresponde el grado de desarrollo de la forma
equivalencial. Pero hay que tener muy buen cuidado en advertir que el desarrollo de la forma equivalencial
no es más que la expresión y el resultado del desarrollo de la forma relativa del valor.
La forma relativa simple o aislada del valor de una mercancía convierte a otra mercancía en
equivalente individual suyo. La forma desarrollada del valor relativo, expresión del valor de una
mercancía en todas las demás, imprime a éstas la forma de diversos equivalentes concretos. Por último,
una forma especial de mercancías reviste forma de equivalente general cuando todas las demás la
convierten en material de su forma única y general de valor.
Pero en el mismo grado en que se desarrolla la forma del valor en general, se desarrolla también la
antítesis entre sus dos polos, entre la forma relativa del valor y la forma equivalencial.
Esta antítesis se contiene ya en la primera forma, en la de 20 varas de lienzo = 1 levita, pero sin
plasmar aún. Según que esta ecuación se lea hacia adelante o hacía atrás, cada una de las mercancías
que forman sus términos, el lienzo y la levita, ocupa el lugar de la forma relativa del valor o el de la
forma equivalencial. Aquí resulta difícil todavía fijar los dos polos antitéticos.
En la forma II, sólo una de las clases de mercancías puede desarrollar íntegramente su valor
relativo, sólo ella posee en sí misma la forma relativa de valor desarrollada, ya que todas las demás
revisten respecto a ella forma de equivalentes. Aquí, ya no cabe invertir los términos de la expresión de
valor –v gr. 20 varas de lienzo = 1 levita, o = 10 libras de té, o = 1 quarter de trigo, etc.– sin cambiar
todo su carácter, transformándola de forma total en forma general del valor.
Finalmente, la última forma, la forma III, imprime al mundo de las mercancías la forma relativa
general–social del valor, ya que todas las mercancías que lo componen, excepción hecha de una sola,
quedan al margen de la forma de equivalente general. Es una sola mercancía, el lienzo, la que reviste,
por tanto, la forma de objeto directamente permutable por todos los demás, la que presenta forma
directamente social, puesto que las demás se hallan todas imposibilitadas para hacerlo.27
A su vez, la mercancía que figura como equivalente general se halla excluida de la forma relativa
única y por tanto general del valor del mundo de las mercancías. Si el lienzo, es decir la mercancía que
reviste forma de equivalente general, pudiese compartir además la forma relativa general del valor,
tendría forzosamente que hacer de equivalente para consigo misma. Y así, llegaríamos a la fórmula de
20 varas de lienzo = 20 varas de lienzo, perogrullada que no expresaría ni valor ni magnitud de valor.
Para expresar el valor relativo del equivalente general, no tenemos más remedio que volver los ojos a
la forma III. El equivalente general no participa de la forma relativa del valor de las demás mercancías,
sino que su valor se expresa de un modo relativo en la serie infinita de todas las demás mercancías
materiales. Por donde la forma relativa desarrollada del valor o forma II, se presenta aquí como forma
relativa específica del valor de la mercancía que hace funciones de equivalente.
3. Tránsito de la forma general del valor a la forma dinero
La forma de equivalente general es una forma del valor en abstracto. Puede, por tanto, recaer sobre
cualquier mercancía. Por otra parte, una mercancía sólo ocupa el puesto que corresponde a la forma de
equivalente general (forma III) siempre y cuando que todas las demás mercancías la apartasen de su
seno como equivalente. Hasta el momento en que esta operación no se concreta definitivamente en una
clase determinada y específica de mercancías no adquiere firmeza objetiva ni vigencia general dentro
de la sociedad la forma única y relativa de valor del mundo de las mercancías.
Ahora bien, la clase específica de mercancías a cuya forma natural se incorpora socialmente la
forma de equivalente, es la que se convierte en mercancía –dinero o funciona como dinero. Esta
mercancía tiene como función social específica, y por tanto como monopolio social dentro del mundo
de las mercancías, el desempeñar el papel de equivalente general. Este puesto privilegiado fue
conquistado históricamente por una determinada mercancía, que figura entre aquellas que en la forma
II desfilan como equivalentes especiales del lienzo y que en la forma III expresan conjuntamente en
éste su valor relativo: el oro. Así pues, con sólo sustituir en la forma III el lienzo por oro, obtendremos
la fórmula siguiente:
D. FORMA DINERO
20 varas lienzo =
1 levita =
10 libras té =
40 libras café = 12 onzas oro.
1 quarter trigo =
1/2 tonelada hierro =
x mercancía =
El paso de la forma I a la forma II y el de ésta a la forma III, entraña cambios sustanciales. Por el
contrario, la forma IV no se distingue de la forma III sino en que aquí es el oro el que viene a sustituir
al lienzo en su papel de forma de equivalente general. En la forma IV, el oro desempeña la función de
equivalente general que, en la forma III, correspondía al lienzo. El progreso consiste pura y
simplemente en que ahora la forma de cambiabilidad directa y general, o sea la forma de equivalente
general, se adhiere definitivamente, por la fuerza de la costumbre social, a la forma natural específica
de la mercancía oro.
Sí el oro se enfrenta con las demás mercancías en función de dinero es, sencillamente, porque ya
antes se enfrentaba con ellas en función de mercancía. Al igual que todas las demás mercancías, el oro
funcionaba respecto a éstas como equivalente: unas veces como equivalente aislado, en actos sueltos
de cambio, otras veces como equivalente concreto, a la par de otras mercancías también equivalentes.
Poco a poco, el oro va adquiriendo, en proporciones más o menos extensas, la función de equivalente
general. Tan pronto como conquista el monopolio de estas funciones en la expresión de valor del
mundo de las mercancías, el oro se convierte en la mercancía dinero, y es entonces, a partir del
momento en que se ha convertido ya en mercancía dinero, cuando la forma IV se distingue de la forma
III, o lo que es lo mismo, cuando la forma general del valor se convierte en la forma dinero.
La expresión simple y relativa del valor de una mercancía, por ejemplo del lienzo, en aquella otra
mercancía que funciona ya como mercancía dinero, v. gr. en oro, es la forma precio. Por tanto, la
“forma precio” del lienzo será:
20 varas lienzo = 2 onzas oro,
o bien, suponiendo que las 2 onzas oro, traducidas al lenguaje monetario, se denominen 2 libras
esterlinas,
20 varas lienzo = 2 libras esterlinas.
La dificultad que encierra el concepto de la forma dinero se limita a comprender lo que es la forma
de equivalente general, o sea la forma general de valor pura y simple, la forma III. Esta, a su vez, se
reduce por reversión a la forma II, a la forma desarrollada de valor, cuyo elemento constitutivo es la
forma I, o sea, 20 varas lienzo = 1 levita o x mercancía A = z mercancía B. El germen de la forma
dinero se encierra ya, por tanto, en la forma simple de la mercancía.
El fetichismo de la mercancía, y su secreto
A primera vista, parece como si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero,
analizándolas, vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios
teológicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra nada de misterioso, dando lo
mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del
hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como producto del trabajo humano. Es evidente que la
actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma, para servirse de ellas. La forma
de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo
madera, sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como
mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus
patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza
de madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto la mesa
rompiese a bailar por su propio impulso.28
Como vemos, el carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso. Pero tampoco brota
del contenido de sus determinaciones de valor. En primer lugar, porque por mucho que difieran los
trabajos útiles o actividades productivas, es una verdad fisiológica incontrovertible que todas esas
actividades son funciones del organismo humano y que cada una de ellas, cualesquiera que sean su
contenido y su forma, representa un gasto esencial de cerebro humano, de nervios, músculos, sentidos,
etc. En segundo lugar, por lo que se refiere a la magnitud de valor y a lo que sirve para determinarla, o
sea, la duración en el tiempo de aquel gasto o la cantidad de trabajo invertido, es evidente que la
cantidad se distingue incluso mediante los sentidos de la calidad del trabajo. El tiempo de trabajo
necesario para producir sus medios de vida tuvo que interesar por fuerza al hombre en todas las épocas,
aunque no le interesase por igual en las diversas fases de su evolución.29 Finalmente, tan pronto como
los hombres trabajan los unos para los otros, de cualquier modo que lo hagan, su trabajo cobra una
forma social.
¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo, tan pronto
como reviste forma de mercancía? Procede, evidentemente, de esta misma forma. En las mercancías, la
igualdad de los trabajos humanos asume la forma material de una objetivación igual de valor de los
productos del trabajo, el grado en que se gaste la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su
duración, reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo, y, finalmente, las
relaciones entre unos y otros productores, relaciones en que se traduce la función social de sus trabajos,
cobran la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo.
El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que
proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de
los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la
relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación
social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores. Este quid pro quo es lo que
convierte a los productos de trabajo en mercancía, en objetos físicamente metafísicos o en objetos
sociales. Es algo así como lo que sucede con la sensación luminosa de un objeto en el nervio visual,
que parece como si no fuese una excitación subjetiva del nervio de la vista, sino la forma material de
un objeto situado fuera del ojo. Y, sin embargo, en este caso hay realmente un objeto, la cosa exterior,
que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojo. Es una relación física entre objetos físicos. En cambio,
la forma mercancía y la relación de valor de los productos del trabajo en que esa forma cobra cuerpo,
no tiene absolutamente nada que ver con su carácter físico ni con las relaciones materiales que de este
carácter se derivan. Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasmagórica de una
relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los
mismos hombres. Por eso, si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos que
remontarnos a las regiones nebulosas del mundo de la religión, donde los productos de la mente
humana semejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente, y relacionados entre sí y
con los hombres. Así acontece en el mundo de las mercancías con los productos de la mano del
hombre. A esto es a lo que yo llamo el fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan
pronto como se crean en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este modo de
producción.
Este carácter fetichista del mundo de las mercancías responde, como lo ha puesto ya de manifiesto
el análisis anterior, al carácter social genuino y peculiar del trabajo productor de mercancías.
Si los objetos útiles adoptan la forma de mercancías es, pura y simplemente, porque son productos
de trabajos privados independientes los unos de los otros. El conjunto de estos trabajos privados forma
el trabajo colectivo de la sociedad. Como los productores entran en contacto social al cambiar entre sí
los productos de su trabajo, es natural que el carácter específicamente social de sus trabajos privados
sólo resalte dentro de este intercambio. También podríamos decir que los trabajos privados sólo
funcionan como eslabones del trabajo colectivo de la sociedad por medio de las relaciones que el
cambio establece entre los productos del trabajo y, a través de ellos, entre los productores. Por eso, ante
éstos, las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos privados aparecen como lo que son;
es decir, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como
relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas.
Es en el acto de cambio donde los productos del trabajo cobran una materialidad de valor
socialmente igual e independiente de su múltiple y diversa materialidad física de objetos útiles. Este
desdoblamiento del producto del trabajo en objeto útil y materialización de valor sólo se presenta
prácticamente allí donde el cambio adquiere la extensión e importancia suficientes para que se
produzcan objetos útiles con vistas al cambio, donde, por tanto, el carácter de valor de los objetos se
acusa ya en el momento de ser producidos. A partir de este instante, los trabajos privados de los
productores asumen, de hecho, un doble carácter social. De una parte, considerados como trabajos
útiles concretos, tienen necesariamente que satisfacer una determinada necesidad social y encajar, por
tanto, dentro del trabajo colectivo de la sociedad, dentro del sistema elemental de la división social del
trabajo. Mas, por otra parte, sólo serán aptos para satisfacer las múltiples necesidades de sus propios
productores en la medida en que cada uno de esos trabajos privados y útiles concretos sea susceptible
de ser cambiado por cualquier otro trabajo privado útil, o lo que es lo mismo, en la medida en que
represente un equivalente suyo. Para encontrar la igualdad toto coelo(13) de diversos trabajos, hay que
hacer forzosamente abstracción de su desigualdad real, reducirlos al carácter común a todos ellos
como desgaste de fuerza humana de trabajo, como trabajo humano abstracto. El cerebro de los
productores privados se limita a reflejar este doble carácter social de sus trabajos privados en aquellas
formas que revela en la práctica el mercado, el cambio de productos: el carácter socialmente útil de sus
trabajos privados, bajo la forma de que el producto del trabajo ha de ser útil, y útil para otros; el
carácter social de la igualdad de los distintos trabajos, bajo la forma del carácter de valor común a
todos esos objetos materialmente diversos que son los productos del trabajo.
Por tanto, los hombres no relacionan entre sí los productos de su trabajo como valores porque estos
objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un trabajo humano igual. Es al revés. Al
equiparar unos con otros en el cambio, como valores, sus diversos productos, lo que hacen es equiparar
entre sí sus diversos trabajos, como modalidades de trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.30 Por
tanto, el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Lejos de ello, convierte a todos los productos del
trabajo en jeroglíficos sociales. Luego, vienen los hombres y se esfuerzan por descifrar el sentido de
estos jeroglíficos, por descubrir el secreto de su propio producto social, pues es evidente que el
concebir los objetos útiles como valores es obra social suya, ni más ni menos que el lenguaje. El
descubrimiento científico tardío de que los productos del trabajo, considerados como valores, no son
más que expresiones materiales del trabajo humano invertido en su producción, es un descubrimiento
que hace época en la historia del progreso humano, pero que no disipa ni mucho menos la sombra
material que acompaña al carácter social del trabajo. Y lo que sólo tiene razón de ser en esta forma
concreta de producción, en la producción de mercancías, a saber: que el carácter específicamente social
de los trabajos privados independientes los unos de los otros reside en lo que tienen de igual como
modalidades que son de trabajo humano, revistiendo la forma del carácter de valor de los productos del
trabajo, sigue siendo para los espíritus cautivos en las redes de la producción de mercancías, aun
después de hecho aquel descubrimiento, algo tan perenne y definitivo como la tesis de que la
descomposición científica del aire en sus elementos deja intangible la forma del aire como forma física
material.
Lo que ante todo interesa prácticamente a los que cambian unos productos por otros, es saber
cuántos productos ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué proporciones se cambiarán
unos productos por otros. Tan pronto como estas proporciones cobran, por la fuerza de la costumbre,
cierta fijeza, parece como si brotasen de la propia naturaleza inherente a los productos del trabajo;
como si, por ejemplo, 1 tonelada de hierro encerrase el mismo valor que 2 onzas de oro, del mismo
modo que 1 libra de oro y 1 libra de hierro encierran un peso igual, no obstante sus distintas
propiedades físicas y químicas. En realidad, el carácter de valor de los productos del trabajo sólo se
consolida al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian constantemente, sin que en ello
intervengan la voluntad, el conocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes se realiza el
cambio. Su propio movimiento social cobra a sus ojos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo
control están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y hace falta que la producción de mercancías se
desarrolle en toda su integridad, para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que
los trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros, aunque guarden entre sí
y en todos sus aspectos una relación de mutua interdependencia, como eslabones elementales que son
de la división social del trabajo, pueden reducirse constantemente a su grado de proporción social,
porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se impone
siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, al
modo como se impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa encima.31 La determinación
de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto que se esconde detrás de las
oscilaciones aparentes de los valores relativos de las mercancías. El descubrimiento de este secreto
destruye la apariencia de la determinación puramente casual de las magnitudes de valor de los
productos del trabajo, pero no destruye, ni mucho menos, su forma material.
La reflexión acerca de las formas de la vida humana, incluyendo por tanto el análisis científico de
ésta, sigue en general un camino opuesto al curso real de las cosas. Comienza post festum y arranca,
por tanto, de los resultados preestablecidos del proceso histórico. Las formas que convierten a los
productos del trabajo en mercancías y que, como es natural, presuponen la circulación de éstas, poseen
ya la firmeza de formas naturales de la vida social antes de que los hombres se esfuercen por
explicarse, no el carácter histórico de estas formas, que consideran ya algo inmutable, sino su
contenido. Así se comprende que fuese simplemente el análisis de los precios de las mercancías lo que
llevó a los hombres a investigar la determinación de la magnitud del valor, y la expresión colectiva en
dinero de las mercancías lo que les movió a fijar su carácter valorativo. Pero esta forma acabada del
mundo de las mercancías –la forma dinero –, lejos de revelar el carácter social de los trabajos privados
y, por tanto, las relaciones sociales entre los productores privados, lo que hace es encubrirlas. Si digo
que la levita, las botas, etc., se refieren al lienzo como a la materialización general de trabajo humano
abstracto, enseguida salta a la vista lo absurdo de este modo de expresarse. Y sin embargo, cuando los
productores de levitas, botas, etc., refieren estas mercancías al lienzo –o al oro y la plata, que para el
caso es lo mismo – como equivalente general, refieren sus trabajos privados al trabajo social colectivo
bajo la misma forma absurda y disparatada.
Estas formas son precisamente las que constituyen las categorías de la economía burguesa. Son
formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las condiciones de
producción de este régimen social de producción históricamente dado que es la producción de
mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que
nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como
los desplazamos a otras formas de producción.
Y ya que la economía política gusta tanto de las robinsonadas,32 observemos ante todo a Robinson
en su isla. Pese a su innata sobriedad, Robinson tiene forzosamente que satisfacer toda una serie de
necesidades que se le presentan, y esto le obliga a ejecutar diversos trabajos útiles: fabrica
herramientas, construye muebles, domestica llamas, pesca, caza etc. Y no hablamos del rezar y de otras
cosas por el estilo, pues nuestro Robinson se divierte con ello y considera esas tareas como un goce. A
pesar de toda la diversidad de sus funciones productivas, él sabe que no son más que diversas formas o
modalidades del mismo Robinson, es decir, diversas manifestaciones de trabajo humano. El mismo
agobio en que vive le obliga a distribuir minuciosamente el tiempo entre sus diversas funciones. El que
unas ocupan más sitio y otras menos, dentro de su actividad total, depende de las dificultades mayores
o menores que tiene que vencer para alcanzar el resultado útil apetecido. La experiencia se lo enseña
así, y nuestro Robinson que ha logrado salvar del naufragio reloj, libro de cuentas, tinta y pluma, se
apresura, como buen inglés, a contabilizar su vida. En su inventario figura una relación de los objetos
útiles que posee, de las diversas operaciones que reclama su producción y finalmente del tiempo de
trabajo que exige, por término medio, la elaboración de determinadas cantidades de estos diversos
productos. Tan claras y tan sencillas son las relaciones que median entre Robinson y los objetos que
forman su riqueza, riqueza salida de sus propias manos, que hasta un señor M. Wirth podría
comprenderlas sin estrujar mucho el caletre. Y, sin embargo, en esas relaciones se contienen ya todos
los factores sustanciales del valor.
Trasladémonos ahora de la luminosa isla de Robinson a la tenebrosa Edad Media europea. Aquí, el
hombre independiente ha desaparecido; todo el mundo vive sojuzgado: siervos y señores de la gleba,
vasallos y señores feudales, seglares y eclesiásticos. La sujeción personal caracteriza, en esta época, así
las condiciones sociales de la producción material como las relaciones de vida cimentadas sobre ella.
Pero, precisamente por tratarse de una sociedad basada en los vínculos personales de sujeción, no es
necesario que los trabajos y los productos revistan en ella una forma fantástica distinta de su realidad.
Aquí, los trabajos y los productos se incorporan al engranaje social como servicios y prestaciones. Lo
que constituye la forma directamente social del trabajo es la forma natural de éste, su carácter concreto,
y no su carácter general, como en el régimen de producción de mercancías. El trabajo del vasallo se
mide por el tiempo, ni más ni menos que el trabajo productivo de mercancías, pero el siervo sabe
perfectamente que es una determinada cantidad de su fuerza personal de trabajo la que invierte al
servicio de su señor. El diezmo abonado al clérigo es harto más claro que las bendiciones de éste. Por
tanto, cualquiera que sea el juicio que nos merezcan los papeles que aquí representan unos hombres
frente a otros, el hecho es que las relaciones sociales de las personas en sus trabajos se revelan como
relaciones personales suyas, sin disfrazarse de relaciones sociales entre las cosas, entre los productos
de su trabajo.
Para estudiar el trabajo común, es decir, directamente socializado, no necesitamos remontarnos a la
forma primitiva del trabajo colectivo que se alza en los umbrales históricos de todos los pueblos
civilizados.33 La industria rural y patriarcal de una familia campesina, de esas que producen trigo,
ganado, hilados, lienzo, prendas de vestir, etc., para sus propias necesidades, nos brinda un ejemplo
mucho más al alcance de la mano. Todos esos artículos producidos por ella representan para la familia
otros tantos productos de su trabajo familiar, pero no guardan entre sí relación de mercancías. Los
diversos trabajos que engendran estos productos, la agricultura y la ganadería, el hilar, el tejer y el
cortar, etc., son, por su forma natural, funciones sociales, puesto que son funciones de una familia en
cuyo seno reina una división propia y elemental del trabajo, ni mas ni menos que en la producción de
mercancías. Las diferencias de sexo y edad y las condiciones naturales del trabajo, que cambian al
cambiar las estaciones del año, regulan la distribución de esas funciones dentro de la familia y el
tiempo que los individuos que la componen han de trabajar. Pero aquí, el gasto de las fuerzas
individuales de trabajo, graduado por su duración en el tiempo, reviste la forma lógica y natural de un
trabajo determinado socialmente, ya que en este régimen las fuerzas individuales de trabajo sólo actúan
de por sí corno órganos de la fuerza colectiva de trabajo de la familia.
Finalmente, imaginémonos, para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios
colectivos de producción y que desplieguen sus numerosas fuerzas individuales de trabajo, con plena
conciencia de lo que hacen, como una gran fuerza de trabajo social. En esta sociedad se repetirán todas
las normas que presiden el trabajo de un Robinson, pero con carácter social y no individual. Los
productos de Robinson eran todos producto personal y exclusivo suyo, y por tanto objetos directamente
destinados a su uso. El producto colectivo de la asociación a que nos referimos es un producto social.
Una parte de este producto vuelve a prestar servicio bajo la forma de medios de producción. Sigue
siendo social. Otra parte es consumida por los individuos asociados, bajo forma de medios de vida.
Debe, por tanto, ser distribuida. El carácter de esta distribución variará según el carácter especial del
propio organismo social de producción y con arreglo al nivel histórico de los productores. Partiremos,
sin embargo, aunque sólo sea a título de paralelo con el régimen de producción de mercancías, del
supuesto de que la participación asignada a cada productor en los medios de vida depende de su tiempo
de trabajo. En estas condiciones, el tiempo de trabajo representaría, como se ve, una doble función. Su
distribución con arreglo a un plan social servirá para regular la proporción adecuada entre las diversas
funciones del trabajo y las distintas necesidades. De otra parte y simultáneamente, el tiempo de trabajo
serviría para graduar la parte individual del productor en el trabajo colectivo y, por tanto, en la parte
del producto también colectivo destinada al consumo. Como se ve, aquí las relaciones sociales de los
hombres con su trabajo y los productos de su trabajo son perfectamente claras y sencillas, tanto en lo
tocante a la producción como en lo que se refiere a la distribución.
Para una sociedad de productores de mercancías, cuyo régimen social de producción consiste en
comportarse respecto a sus productos como mercancías, es decir como valores, y en relacionar sus
trabajos privados, revestidos de esta forma material, como modalidades del mismo trabajo humano, la
forma de religión más adecuada es, indudablemente, el cristianismo, con su culto del hombre abstracto,
sobre todo en su modalidad burguesa, bajo la forma de protestantismo, deísmo, etc. En los sistemas de
producción de la antigua Asia y de otros países de la Antigüedad, la transformación del producto en
mercancía, y por tanto la existencia del hombre como productor de mercancías, desempeña un papel
secundario, aunque va cobrando un relieve cada vez más acusado a medida que aquellas comunidades
se acercan a su fase de muerte. Sólo enquistados en los intersticios del mundo antiguo, como los dioses
de Epicuro o los judíos en los poros de la sociedad polaca, nos encontramos con verdaderos pueblos
comerciales. Aquellos antiguos organismos sociales de producción son extraordinariamente más
sencillos y más claros que el mundo burgués, pero se basan, bien en el carácter rudimentario del
hombre ideal, que aún no se ha desprendido del cordón umbilical de su enlace natural con otros seres
de la misma especie, bien en un régimen directo de señorío y esclavitud. Están condicionados por un
bajo nivel de progreso de las fuerzas productivas del trabajo y por la natural falta de desarrollo del
hombre dentro de su proceso material de producción de vida, y, por tanto, de unos hombres con otros y
frente a la naturaleza. Esta timidez real se refleja de un modo ideal en las religiones naturales y
populares de los antiguos. El reflejo religioso del mundo real sólo podrá desaparecer para siempre
cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones
claras y racionales entre si y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida, o lo que es
lo mismo, del proceso material de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso
sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional. Mas, para
ello, la sociedad necesitará contar con una base material o con una serie de condiciones materiales de
existencia, que son, a su vez, fruto natural de una larga y penosa evolución.
La economía política ha analizado, indudablemente, aunque de un modo imperfecto,34 el concepto
del valor y su magnitud, descubriendo el contenido que se escondía bajo estas formas. Pero no se le ha
ocurrido preguntarse siquiera por qué este contenido reviste aquella forma, es decir, por qué el trabajo
toma cuerpo en el valor y por qué la medida del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la
magnitud de valor del producto del trabajo.35 Trátase de fórmulas que llevan estampado en la frente su
estigma de fórmulas propias de un régimen de sociedad en que es el proceso de producción el que
manda sobre el hombre, y no éste sobre el proceso de producción; pero la conciencia burguesa de esa
sociedad las considera como algo necesario por naturaleza, lógico y evidente como el propio trabajo
productivo. Por eso, para ella, las formas preburguesas del organismo social de producción son algo así
como lo que para los padres de la Iglesia, v. gr., las religiones anteriores a Cristo.36
Hasta qué punto el fetichismo adherido al mundo de las mercancías, o sea la apariencia material de
las condiciones sociales del trabajo, empaña la mirada de no pocos economistas, lo prueba entre otras
cosas esa aburrida y necia discusión acerca del papel de la naturaleza en la formación del valor de
cambio. El valor de cambio no es más que una determinada manera social de expresar el trabajo
invertido en un objeto y no puede, por tanto, contener materia alguna natural, como no puede
contenerla, v. gr., la cotización cambiaria.
La forma mercancía es la forma más general y rudimentaria de la producción burguesa, razón por
la cual aparece en la escena histórica muy pronto, aunque no con el carácter predominante y peculiar
que hoy día tiene; por eso su fetichismo parece relativamente fácil de analizar. Pero al asumir formas
mas concretas, se borra hasta esta apariencia de sencillez. ¿De dónde provienen las ilusiones del
sistema monetario? El sistema monetario no veía en el oro y la plata, considerados como dinero,
manifestaciones de un régimen social de producción, sino objetos naturales dotados de virtudes
sociales maravillosas. Y los economistas modernos, que miran tan por encima del hombro al sistema
monetario ¿no caen también, ostensiblemente, en el vicio del fetichismo, tan pronto corno tratan del
capital? ¿Acaso hace tanto tiempo que se ha desvanecido la ilusión fisiocrática de que la renta del
suelo brotaba de la tierra, y no de la sociedad?
Pero no nos adelantemos y limitémonos a poner aquí un ejemplo referente a la propia forma de las
mercancías. Si éstas pudiesen hablar, dirían: es posible que nuestro valor de uso interese al hombre,
pero el valor de uso no es atributo material nuestro. Lo inherente a nosotras, como tales cosas, es
nuestro valor. Nuestras propias relaciones de mercancías lo demuestran. Nosotras sólo nos
relacionamos las unas con las otras como valores de cambio. Oigamos ahora cómo habla el economista,
leyendo en el alma de la mercancía: el valor (valor de cambio) es un atributo de las cosas, la riqueza
(valor de uso) un atributo del hombre. El valor, considerado en este sentido, implica necesariamente el
cambio; la riqueza, no.37 “La riqueza (valor de uso) es atributo del hombre; el valor, atributo de las
mercancías. Un hombre o una sociedad son ricos; una perla o un diamante son valiosos... Una perla o
un diamante encierran valor como tal perla o diamante.”38 Hasta hoy, ningún químico ha logrado
descubrir valor de cambio en el diamante o en la perla. Sin embargo, los descubridores económicos de
esta sustancia química, jactándose de su gran sagacidad crítica, entienden que el valor de uso de las
cosas es independiente de sus cualidades materiales y, en cambio, su valor inherente a ellas. Y en esta
opinión los confirma la peregrina circunstancia de que el hombre realiza el valor de uso de las cosas sin
cambio, en un plano de relaciones directas con ellas, mientras que el valor sólo se realiza mediante el
cambio, es decir, en un proceso social. Oyendo esto, se acuerda uno de aquel buen Dogberry, cuando le
decía a Seacoal, el sereno: “La traza y la figura las dan las circunstancias, pero el saber leer y escribir
es un don de la naturaleza.”39
Notas al pie del Cap. I
1 Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política. Berlín, 1859, p. 3.
2 "Apetencia implica necesidad; es el apetito del espíritu, tan natural en éste corno el hambre en el cuerpo ... La mayoría (de
las cosas) tiene un valor por el hecho de satisfacer las necesidades del espíritu" (Nicolás Barbon, A Discourse on coining
the new money lighter, ín answer to Mr. Locke Considorations, etc. Londres, 1696, pp. 2, 3. (1)
3 "Las cosas tienen una virtud interna (Vertue es, en Barbon, el término específico para designar el valor de uso), virtud que
es siempre y en todas partes la misma, al modo como la del imán de atraer el hierro." (Barbon, A Discourse on coining the
new money lighter, p. 6.) Sin embargo, la propiedad del imán de atraer el hierro no fue útil hasta que por medio de ella se
descubrió la polaridad magnética
4 "El valor natural (natural worth) de todo objeto consiste en su capacidad para satisfacer las necesidades elementales de la
vida humana o para servir a la comodidad del hombre" (John Locke, Some Considerations on the Consequences of the
lowering of interest (2). 1691, en Works, ed. Londres, 1777, vol. II, p. 28). En los escritores ingleses del siglo XVII es
corriente encontrarse todavía con dos términos distintos para designar el valor de uso y el valor de cambio, que son los de
"worth" y “value” “respectivamente, como cuadra al espíritu de una lengua que gusta de expresar la idea directa con un
término germánico y la idea refleja con un término latino.
5 En la sociedad burguesa, reina la fictio juris (3) de que todo comprador de mercancías posee conocimientos
enciclopédicos acerca de éstas.
6 "El valor consiste en la proporción en que se cambia un objeto por otro. una determinada cantidad de un producto por una
determinada cantidad de otro” (Le Trosne. De l´intéret social. Physiocrates (4), ed. Daire, París, 1846, p. 889).
7 “Nada puede encerrar un valor de cambio intrínseco” (N. Barbon, A Discourse on coining the new money lighter, p. 6. 0,
como dice Butler:
The value of a thing
Is just as much as it will bring. (6)
8 “One sort of wares are as good as another, if the value be equal. There is no difference or distinction in things of equal
value . .”Y Barbon continua: “...100 libras esterlinas de plomo o de hierro tienen exactamente el mismo valor de cambio
que 100 libras esterlinas de plata o de oro." ("One hundred pounds worth of lead or iron, is of as great a value as one
hundred pounds worth of silver and gold.") A Discourse on coining the new money lighter, pp. 53 y 7.
9 Nota a la 2° edici6n. "The value of them (the necessaries of life) when they are exchanged the one for another, is
regulated by the quantity of labour necessarily required and commonly taken in producing them" (Some Thoughts on the
Interest of Money in general. and particularly in the Public Funds, etc., Londres. p. 36). Esta notable obra anónima del
siglo pasado no lleva fecha de publicación. Sin embargo, de su contenido se deduce que debió de ver la luz bajo el reinado
de Jorge II, hacia los años 1739 ó 1740.
10 "Los productos del mismo trabajo forman un todo, en rigor, una sola masa, cuyo precio se determina de un modo general
y sin atender a las circunstancias del caso concreto." (Le Trosne, De l’Interet Social, p. 983.)
11 Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política, p. 6.
12 Nota a la 4°ed. He añadido lo que aparece entre paréntesis para evitar el error, bastante frecuente, de los que creen que
Marx considera mercancía, sin más, todo producto consumido por otro que no sea el propio productor. –F. E.
13 Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía, pp. 12, 13 y ss
14 “Los fenómenos del universo, ya los provoque la mano del hombre, ya se hallen regidos por las leyes generales de la
naturaleza, no representan nunca una verdadera creación de la nada, sino una simple transformación de la materia. Cuando
el espíritu humano analiza la idea de la reproducción, se encuentra siempre, constantemente, como únicos de uso, si bien el
autor, en esta su polémica contra los fisíócratas, no sabe él mismo a ciencia cierta a qué clase elementos. con las
operaciones de asociación y disociación; exactamente lo mismo acontece con la reproducción del valor (valore, valor de
uso, si bien el autor, en esta su polémica contra los fisiócratas, no sabe él mismo a ciencia cierta a qué clase de valor se
refiere) y de la riqueza, cuando la tierra, el aire y el agua se transforman en trigo sobre el campo o cuando, bajo la mano del
hombre, la secreción viscosa de un insecto se convierte en seda o unas cuantas piezas de metal se ensamblan para formar un
reloj de repetición" (Pietro Verri. Meditazíoni sulla Economía Política, obra impresa por vez primera en 1773, Economistas
italianos, ed. Custodi, Parte Moderna, vol. XV, p. 22.)
15 Ver Hegel, Philosophie des Rechts, Berlín, 1840, p. 250 f 190.
16 Advierta el lector que aquí no nos referimos al salario o valor abonado al obrero por un día de trabajo, supongamos, sino
al valor de las mercancías en que su jornada de trabajo se traduce. En esta primera fase de nuestro estudio, es como sí la
categoría del salario no existiese.
17 Nota a la 2° ed. Para probar "que el trabajo es la única medida definitiva y real por la que puede apreciarse y compararse
en todos los tiempos y en todos los lugares el valor de todas las mercancías", dice A. Smith: "Cantidades iguales de trabajo
poseen siempre el mismo valor para el obrero, en todos los tiempos y en todos los lugares. En su estado normal de salud,
fuerza y diligencia y supuesto en él el grado medio de destreza, el obrero tiene que sacrificar siempre la misma cantidad de
descanso, libertad y dicha." (Wealth of Nations, t. I, cap. 5 [ed. E. G.]. Wakefield. Londres, 1836. t. I, pp 104, s.). De una
parte. A. Smith confunde aquí (aunque no siempre) la determinación del valor por la cantidad de trabajo invertida en la
producción de la mercancía con la determinación de los valores de las mercancías por el valor del trabajo, pretendiendo por
tanto demostrar que a cantidades iguales de trabajo corresponde siempre un valor igual. De otra parte, presiente que el
trabajo, en cuanto materializado en el valor de las mercancías, sólo interesa como gasto de fuerza de trabajo, pero vuelve a
concebir este acto simplemente como un sacrificio del descanso, la libertad y la dicha del obrero, y no como una función
normal de vida. Claro está que, al decir esto, se refiere al obrero asalariado moderno. Mucho más acertado anda el precursor
anónimo de A. Smith citado en la p. 44 n. 9, cuando dice: “Una persona invierte una semana en producir un objeto útil ... Si
otra le da a cambio de él otro objeto, no dispondría de medida mejor para apreciar la verdadera equivalencia entre los dos
objetos que calcular cuál de los que posee le ha costado el mismo trabajo (labour) y el mismo tiempo. Lo cual quiere decir,
en realidad, que el trabajo que una persona ha empleado en su producto durante un determinado período de tiempo se
cambia por el trabajo que la otra ha invertido en otro objeto durante un período de tiempo igual." (Some Thoughts on the
Interest of money etc., p. 39.) (Nota a la 4° ed. El idioma inglés tiene la ventaja de poseer dos términos distintos para
designar estos dos aspectos distintos del trabajo. El trabajo que crea valores de uso y se determina cualitativamente recibe el
nombre de work, para distinguirlo del trabajo que crea valor y sólo se mide cuantitativamente, al que se da el nombre de
labour. Véase nota a la edición inglesa, p. 14.–F. E.)
18 Los pocos economistas que, como S. Bailey, se han ocupado de analizar la forma del valor, no han conseguido llegar a
ningún resultado positivo; en primer lugar, porque confunden la forma del valor con el valor, y en segundo lugar porque,
influidos burdamente por el criterio del burgués práctico, se limitan desde el primer momento a enfocar exclusivamente la
determinabilidad cuantitativa del valor. “La posibilidad de disponer de una cantidad... es lo que constituye el valor”
(Money and its Vicissitudes. Londres, 1837, p. 11. Autor, S. Bailey).
19 Nota a la 2° ed. Uno de los primeros economistas que comprendió, después de William Petty, la naturaleza del valor, el
famoso Franklin, dice: “Puesto que el comercio no es sino el cambio de unos trabajos por otros, como más exactamente se
determinará el valor de todos los objetos será tasándolos en trabajo”. (The Works of B. Franklin, etc., ed. Sparks, Boston,
1836, vol. II, p. 267.) Franklin no se da cuenta de que, al tasar en “trabajo” el valor de todos los objetos, hace abstracción
de la diversidad de los trabajos que se cambian, reduciéndolos a un trabajo humano igual. No se da cuenta de ello, pero lo
dice. Primero, habla de “unos trabajos”, luego de “otros” y por último de “Trabajo” en general, como sustancia del valor de
todos los objetos.
20 Al hombre le ocurre en cierto modo lo mismo que a las mercancías. Como no viene al mundo provisto de un espejo ni
proclamando filosóficamente, como Fichte: “yo soy yo”, sólo se refleja, de primera intención, en un semejante. Para
referirse a sí mismo como hombre, el hombre Pedro tiene que empezar refiriéndose al hombre Pablo como a su igual. Y al
hacerlo así, el tal Pablo es para él, con pelos y señales, en su corporeidad paulina, la forma o manifestación que reviste el
género hombre.
21 Empleamos aquí la palabra “valor”, como ya hemos hecho más arriba alguna que otra vez, en la acepción de valor
cuantitativamente determinado, o sea, como sinónimo de magnitud de valor.
22 Nota a la 2° ed. Esta incongruencia entre la magnitud del valor y su expresión relativa ha sido explotada por la economía
vulgar con la perspicacia a que nos tiene acostumbrados. Por ejemplo: “Conceded tan sólo que A disminuye al aumentar B,
objeto por el que aquél se cambia, aunque el trabajo invertido en A sea el mismo, y vuestro principio general de valor se
derrumbará... Con sólo reconocer que por el mero hecho de que el valor de A experimente un aumento relativo respecto a B
el valor de B disminuye relativamente respecto a A, se desmorona el fundamento en que Ricardo basa toda su tesis de que
el valor de una mercancía depende siempre de la cantidad de trabajo materializado en ella. Pues, si al cambiar el costo de A
no sólo cambia su propio valor en relación a B, o sea, el objeto por el que se cambia, sino que varía también relativamente
el valor de B respecto al de A, a pesar de no operarse el menor cambio en la cantidad de trabajo necesario para la
producción de B, no sólo se viene a tierra la doctrina que asegura que el valor de un artículo se regula por la cantidad de
trabajo invertida en él, sino también la doctrina de que es el costo de producción de un artículo lo que regula su valor” (J.
Broadhurst, Treatise on Political Economy, Londres, 1834. páginas 11 y 14).
El señor Broadhurst podría decir, con igual razón: Contemplemos los quebrados 10/20, 10/50, 10/100, etc. El 20 50 100
numerador 10 permanece invariable, y sin embargo, su magnitud proporcional, o sea su magnitud con relación a los
denominadores 20, 50, 100, disminuye constantemente. Esto echa por tierra el gran principio de que la magnitud de un
número entero, por ejemplo 10, se “regula” por el número de unidades que contiene.
23 Con estas determinaciones por efecto reflejo ocurre siempre una cosa curiosa. Tal hombre es, por ejemplo, rey porque
otros hombres se comportan respecto a él como súbditos. Pero ellos, a su vez creen ser súbditos porque el otro es rey.
24 Nota a la 2° ed. F.D.A. Ferrier (subinspector de aduanas). Du Gouvernement consideré dans ses rapports avec le
commerce, París, 1805, y Charles Ganilh, Des Systemes de l’économie politique, 2° ed. París, 1821.
25 Nota a la 2° ed. En Homero, por ejemplo, el valor de un objeto aparece expresado en una serie de objetos distintos.
26 Por eso se habla del valor del lienzo en levitas, cuando su valor se representa en estas prendas, de su valor en trigo,
cuando se representa en trigo, etc. Estas expresiones indican que es su valor el que toma cuerpo en los valores de uso levita,
trigo, etc.
“El valor de toda mercancía expresa su proporción en el cambio; por eso podemos referirnos a él como a su. . . valor en
trigo o en paño, según la mercancía con que lo comparemos; y por eso existen mil valores diversos, tantos como mercancías,
valores todos ellos que tienen, por consiguiente, tanto de reales como de imaginarios.” ("A Critical Dissertation on
the Nature, Measure and Causes of Value: chiefly in reference to the writings of Mr. Ricardo and his followers.” By the
Author of "Essays on the Formation etc. of Opinions”, Londres, 1825, p. 39). S. Bailey, autor de esta obra anónima, que en
su tiempo levantó una gran polvareda en Inglaterra, cree haber descubierto todas las determinaciones conceptuales del valor
con apuntar a las diversas y abigarradas expresiones relativas del valor de una misma mercancía. Por lo demás, la irritación
con que hubo de atacarle la escuela ricardiana, por ejemplo en la Westminster Review es prueba de que, pese a sus propias
limitaciones, este autor llegó a tocar algunos puntos vulnerables de la teoría ricardiana.
27 La forma de objeto general directamente permutable no presenta al exterior ningún signo en que se revele la forma
antitética de mercancía que en él se encierra, forma tan es del carácter negativo del otro polo. Cabría, por tanto, pensar que
a todas las mercancías se puede imprimir a la vez el sello de objetos directamente permutables, del mismo modo que cabría
pensar que todos los católicos pueden convertirse en papas. Para el pequeño burgués, que ve en la producción de
mercancías el non plus ultra de la libertad humana y de la independencia individual, seria muy grato, naturalmente, ver
remediados los abusos que lleva consigo esta forma, entre ellos y muy principalmente el de la imposibilidad de que, todos
los objetos sean directamente cambiables. A pintar esta utopía de filisteo se reduce el socialismo de Proudhon, que como
hube de demostrar en otro lugar no puede presumir ni siquiera de originalidad, ya que tal socialismo fue desarrollado
mucho antes de venir él, y bastante mejor, por Gray, Bray y otros. Lo cual no obsta para que esa sabiduría haga hoy
verdaderos estragos entre ciertas gentes, bajo el nombre de “ciencia”. Jamás ninguna escuela ha prodigado la palabra
“ciencia” más a troche y moche que la proudhoniana, pues sabido es que
“a falta de ideas,
se sale del paso con una palabreja”.
28 Recuérdese cómo China y las mesas rompieron a bailar cuando todo el resto del mundo parecía estar tranquilo...
pour encourager les autres. (12)
29 Nota a la 2° ed. Los antiguos germanos calculaban las dimensiones de una yugada de tierra por el trabajo de un día,
razón por la cual daban a la fanega el nombre de Tagwek (o Tagwanne) (jurnale o jurnalis, terra jurnalis, jurnalis o
diornalis, en latín), Mannwerk, Mannshraft, Mannsmahd, Mannshauet, etc. Véase Jorge Luis von Maurer, Einleitung zur
Geschichte der Mark–, Hof–, ustv, Verfassung, Munich, 1854, pp. 128 s.
30 Nota a la 2° ed. Por tanto, cuando Galiani dice que el valor es una relación entre personas (“la ricchezza é una
ragione tra due persone”), debería añadir: disfrazada bajo una envoltura material (Galiani, Della Moneta, p. 220, t. III de la
Colección “Scrittori Classic Italiani di Economía Política”, dirigida por Custodi. Parte Moderna. Milán, 1803).
31 “¿Qué pensar de una ley que sólo puede imponerse a través de revoluciones periódicas? Trátase, en efecto, de una
ley natural basada en la inconsciencia de los interesados”. (Federico Engels, “Apuntes para una crítica de la economía
política”, en Deutsch–Franzosische Jahrbücher, dirigidos por Arnold Ruge y Carlos Marx, París, 1844.)
32 Nota a la 2° ed. Tampoco en Ricardo falta la consabida estampa robinsoniana. “Al pescador y al cazador primitivos
nos los describe inmediatamente cambiando su pescado y su caza como poseedores de mercancías, con arreglo a la proporción
del tiempo de trabajo materializado en estos valores de cambio, E incurre en el anacronismo de presentar a su cazador
y pescador primitivos calculando el valor de sus instrumentos de trabajo sobre las tablas de anualidades que solían utilizarse
en 1817 en la Bolsa de Londres. Los 'paralelogramos del señor Owen' parecen ser la única forma de sociedad que este autor
conoce, fuera de la burguesa.” (Carlos Marx, Contribución a la crítica, etc., pp. 38 y 39.)
33 Nota a la 2° ed. “Es un prejuicio ridículo, extendido en estos últimos tiempos, el de que la forma de la propiedad
colectiva natural sea una forma específicamente eslava, más aún, exclusivamente rusa. Es la forma primitiva que encontramos,
como puede demostrarse, entre los romanos, los germanos y los celtas, y todavía hoy los indios nos podrían ofrecer
todo un mapa con múltiples muestras de esta forma de propiedad, aunque en estado ruinoso algunas de ellas. Un estudio
minucioso de las formas asiáticas, y especialmente de las formas indias de propiedad colectiva, demostraría cómo de las
distintas formas de la propiedad colectiva natural se derivan distintas formas de disolución de este régimen. Así por
ejemplo, los diversos tipos originales de propiedad privada romana y germánica tienen su raíz en diversas formas de la
propiedad colectiva india”. (Carlos Marx, Contribución a la crítica, etc., p. 10.)
34 Cuán insuficiente es el análisis que traza Ricardo de la magnitud del valor –y el suyo es el menos malo – lo veremos
en los libros tercero y cuarto de esta obra. Por lo que se refiere al valor en general, la economía política clásica no distingue
jamás expresamente y con clara conciencia de lo que hace el trabajo materializado en el valor y el que toma cuerpo en el
valor de uso de su producto. De hecho, traza, naturalmente, la distinción, puesto que en un caso considera el trabajo
cuantitativamente y en otro caso desde un punto de vista cualitativo. Pero no se le ocurre pensar que la simple diferencia
cuantitativa de varios trabajos presupone su unidad o igualdad cualitativa, y por tanto, su reducción a trabajo humano abstracto.
Ricardo, por ejemplo, se muestra de acuerdo con Destutt de Tracy, cuando dice: “Siendo evidente que no tenemos
más riqueza originaria que nuestras capacidades físicas y espirituales, el uso de estas capacidades, una cierta especie de trabajo,
constituye nuestro tesoro originario; este uso es el que crea todas las cosas a que damos el nombre de riquezas...
Además, es evidente que todas esas cosas no representan más que el trabajo que las ha creado, y si poseen un valor, o
incluso dos valores distintos, es gracias al del (al valor del) trabajo de que brotan.” ([Destutt de Tracy, Eléments
d'ideologie IV y V partes, París, 1826, pp. 35 y 36]. Véase Ricardo, The Principles of Political Economy, 3° ed., Londres,
1821, p. 334.) Advertimos de pasada que Ricardo atribuye a Destutt un sentido profundo que es ajeno a él. Es cierto que
Destutt dice, de una parte, que todas aquellas cosas que forman la riqueza “representan el trabajo que las ha creado”, pero
por otra parte dice que obtienen sus “dos valores distintos” (el valor de uso y el valor de cambio) del “valor del trabajo”.
Cae por tanto en la simpleza de la economía vulgar, al presuponer el valor de una mercancía (aquí, el trabajo) para luego
determinar, partiendo de él, el valor de las demás. Ricardo le interpreta en el sentido de que tanto el valor de uso como el
valor de cambio representan trabajo (trabajo y no valor de éste). Pero ni él mismo distingue el doble carácter del trabajo,
representado de ese doble modo, como lo demuestra el que en todo el capítulo titulado “El valor y la riqueza, sus
características distintivas”, no hace más que darle vueltas, fatigosamente, a las vulgaridades de un J. B. Say. Por eso, al
terminar, se muestra completamente asombrado de que Destutt esté de acuerdo con él acerca del trabajo como fuente del
valor, entendiéndose al mismo tiempo con Say al definir el concepto de éste.
35 Uno de los defectos fundamentales de la economía política clásica es el no haber conseguido jamás desentrañar del
análisis de la mercancía, y más especialmente del valor de ésta, la forma del valor que lo convierte en valor de cambio.
Precisamente en la persona de sus mejores representantes, como Adam Smith y Ricardo, estudia la forma del valor como
algo perfectamente indiferente o exterior a la propia naturaleza de la mercancía. La razón de esto no está solamente en que
el análisis de la magnitud del valor absorbe por completo su atención. La causa es más honda. La forma de valor que reviste
el producto del trabajo es la forma más abstracta y, al mismo tiempo, la más general del régimen burgués de producción,
caracterizado así corno una modalidad específica de producción social y a la par, y por ello mismo, como una modalidad
histórica. Por tanto, quien vea en ella la forma natural eterna de la producción social, pasará por alto necesariamente lo que
hay de específico en la forma del valor y, por consiguiente, en la forma mercancía, 'que, al desarrollarse, conduce a la forma
dinero, a la forma capital, etc.' He aquí por qué aun en economistas que coinciden totalmente en reconocer el tiempo de
trabajo como medida de la magnitud del valor nos encontramos con las ideas más variadas y contradictorias acerca del
dinero, es decir, acerca de la forma definitiva en que se plasma el equivalente general. Así lo revelan, por ejemplo, de un
modo palmario, los estudios acerca de los Bancos, donde no bastan esas definiciones del dinero hechas de lugares comunes.
De aquí que surgiese, por antítesis, un sistema mercantilista restaurado (Ganith, etc.), que no ve en el valor más que la
forma social, o más bien su simple apariencia, desnuda de toda sustancia. Y, para decirlo de una vez por todas, advertiré
que yo entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde W. Petty, investiga la concatenación interna del
régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe más que hurgar en las concatenaciones
aparentes, cuidándose tan sólo de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y
mascando hasta convertirlos en papilla para el uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por la economía
científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como
verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su
mundo, corno el mejor de los mundos posibles.
36 “Los economistas tienen un modo curioso de proceder. Para ellos, no hay más que dos clases de instituciones: las
artificiales y las naturales. Las instituciones del feudalismo son instituciones artificiales; las de la burguesía, naturales. En
esto se parecen a los teólogos, que clasifican también las religiones en dos categorías. Toda religión que no sea la suya
propia, es invención humana: la suya, en cambio, revelación divina. Así, habrá podido existir una historia, pero ésta termina
al llegar a nuestros días.” (Carlos Marx, Misére de la Philosophie. Reponse á la philosophie de la Misére par M. Proudhon,
1847, p. 113). Hombre verdaderamente divertido es el señor Bastiat, quien se figura que los antiguos griegos y romanos
sólo vivían del robo. Mas, para poder vivir del robo durante tantos siglos, tiene que existir por fuerza, constantemente, algo
que pueda robarse, o reproducirse incesantemente el objeto del robo. Es de creer, pues, que los griegos y los romanos
tendrían también un proceso de producción, y, por tanto, una economía, en que residiría la base material de su mundo, ni
más ni menos que en la economía burguesa reside la base del mundo actual. ¿0 es que Bastiat piensa, acaso, que un régimen
de producción basado en el trabajo de los esclavos es un régimen de producción erigido sobre el robo como sistema? Sí lo
piensa así, se situará en un terreno peligroso. Y sí un gigante del pensamiento como Aristóteles se equivocaba al enjuiciar el
trabajo de los esclavos, ¿por qué no ha de equivocarse también al enjuiciar el trabajo asalariado un pigmeo de la economía
como Bastiat? Aprovecharé la ocasión para contestar brevemente a una objeción que se me hizo por un periódico alemán de
Norteamérica al publicarse, en 1859, mi obra Contribución a la crítica de la economía política. Este periódico decía que mi
tesis según la cual el régimen de producción vigente en una época dada y las relaciones de producción propias de este
régimen, en una palabra “la estructura económica de la sociedad, es la base real sobre la que se alza la supraestructura
jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social” y de que “el régimen de producción
de la vida material condiciona todo el proceso de la vida social, política y espiritual” era indudablemente exacta respecto al
mundo moderno, en que predominan los intereses materiales, pero no podía ser aplicada a la Edad Media, en que reinaba el
catolicismo, ni a Atenas y Roma, donde imperaba la política. En primer lugar, resulta peregrino que haya todavía quien
piense que todos esos tópicos vulgarísimos que corren por ahí acerca de la Edad Media y del mundo antiguo son ignorados
de nadie. Es indudable que ni la Edad Media pudo vivir del catolicismo ni el mundo antiguo de la política. Lejos de ello, lo
que explica por qué en una era fundamental la política y en la otra el catolicismo es precisamente el modo como una y otra
se ganaban la vida. Por lo demás, no hace falta ser muy versado en la historia de la república romana para saber que su
historia secreta la forma la historia de la propiedad territorial. Ya Don Quijote pagó caro el error de creer que la caballería
andante era una institución compatible con todas las formas económicas de la sociedad.
EL PROCESO DE PRODUCCION DEL CAPITAL
Sección Primera
MERCANCIA Y DINERO
Capítulo I
LA MERCANCIA
1. Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor (sustancia y magnitud del valor)
La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece
como un "inmenso arsenal de mercancías"1 y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra
investigación arranca del análisis de la mercancía.
La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades
humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo
del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos.2 Ni interesa tampoco,
desde este punto de vista, cómo ese objeto satisface las necesidades humanas, si directamente, como
medio de vida, es decir como objeto de disfrute, o indirectamente, como medio de producción.
Todo objeto útil, el hierro, el papel, etc., puede considerarse desde dos puntos de vista: atendiendo
a su calidad o a su cantidad. Cada objeto de éstos representa un conjunto de las más diversas
propiedades y puede emplearse, por tanto, en los más diversos aspectos. El descubrimiento de estos
diversos aspectos y, por tanto, de las diferentes modalidades de uso de las cosas, constituye un hecho
histórico.3 Otro tanto acontece con la invención de las medidas sociales para expresar la cantidad de
los objetos útiles. Unas veces, la diversidad que se advierte en las medidas de las mercancías responde
a la diversa naturaleza de los objetos que se trata de medir; otras veces. es fruto de la convención.
La utilidad de un objeto lo convierte en valor de uso.4 Pero esta utilidad de los objetos no flota en el
aire. Es algo que está condicionado por las cualidades materiales de la mercancía y que no puede existir
sin ellas. Lo que constituye un valor de uso o un bien es, por tanto, la materialidad de la mercancía
misma, el hierro, el trigo, el diamante, etc. Y este carácter de la mercancía no depende de que la
apropiación de sus cualidades útiles cueste al hombre mucho o poco trabajo. Al apreciar un valor de
uso, se le supone siempre concretado en una cantidad, v. gr. una docena de relojes, una vara de lienzo,
una tonelada de hierro, etc. Los valores de uso suministran los materiales para una disciplina especial:
la del conocimiento pericial de las mercancías.5 El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo
de los objetos. Los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la
forma social de ésta. En el tipo de sociedad que nos proponemos estudiar, los valores de uso son,
además, el soporte material del valor de cambio.
A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, la proporción en que se
cambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra, 6 relación que varía constantemente con
los lugares y los tiempos. Parece, pues, como si el valor de cambio fuese algo puramente casual y
relativo, como sí, por tanto, fuese una contradictio in adjecto(5) la existencia de un valor de cambio
interno, inmanente a la mercancía (valeur intrinseque).7 Pero, observemos la cosa más de cerca.
Una determinada mercancía, un quarter de trigo por ejemplo, se cambia en las más diversas
proporciones por otras mercancías v. gr.: por x betún, por y seda, por z oro, etc. Pero, como x betún, y
seda, z oro, etc. representan el valor de cambio de un quarter de trigo, x betún, y seda, z oro, etc. tienen
que ser necesariamente valores de cambio permutables los unos por los otros o iguales entre sí. De
donde se sigue: primero, que los diversos valores de cambio de la misma mercancía expresan todos
ellos algo igual; segundo, que el valor de cambio no es ni puede ser más que la expresi6n de un
contenido diferenciable de él, su “forma de manifestarse”.
Tomemos ahora dos mercancías, por ejemplo trigo y hierro. Cualquiera que sea la proporción en
que se cambien, cabrá siempre representarla por una igualdad en que una determinada cantidad de trigo
equivalga a una cantidad cualquiera de hierro, v. gr.: 1 quarter de trigo = x quintales de hierro. ¿Qué
nos dice esta igualdad? Que en los dos objetos distintos, o sea, en 1 quarter (7) de trigo y en x quintales
de hierro, se contiene un algo común de magnitud igual. Ambas cosas son, por tanto, iguales a una
tercera, que no es de suyo ni la una ni la otra. Cada una de ellas debe, por consiguiente, en cuanto valor
de cambio, poder reducirse a este tercer término.
Un sencillo ejemplo geométrico nos aclarará esto. Para determinar y comparar las áreas de dos
polígonos hay que convertirlas previamente en triángulos. Luego, los triángulos se reducen, a su vez, a
una expresión completamente distinta de su figura visible: la mitad del producto de su base por su
altura. Exactamente lo mismo ocurre con los valores de cambio de las mercancías: hay que reducirlos
necesariamente a un algo común respecto al cual representen un más o un menos.
Este algo común no puede consistir en una propiedad geométrica, física o química, ni en ninguna
otra propiedad natural de las mercancías. Las propiedades materiales de las cosas sólo interesan cuando
las consideremos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza
visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de
sus valores de uso respectivos. Dentro de ella, un valor de uso, siempre y cuando que se presente en la
proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que otro cualquiera. Ya lo dice el viejo Barbon: "Una
clase de mercancías vale tanto como otra, siempre que su valor de cambio sea igual. Entre objetos cuyo
valor de cambio es idéntico, no existe disparidad ni posibilidad de distinguír."8 Como valores de uso,
las mercancías representan, ante todo, cualidades distintas; como valores de cambio, sólo se distinguen
por la cantidad: no encierran, por tanto, ni un átomo de valor de uso.
Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan una cualidad:
la de ser productos del trabajo.
Pero no productos de un trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos
también de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Dejarán de
ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto útil cualquiera. Todas sus propiedades
materiales se habrán evaporado. Dejarán de ser también productos del trabajo del ebanista, del
carpintero, del tejedor o de otro trabajo productivo concreto cualquiera. Con el carácter útil de los
productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán
también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de
otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto.
¿Cuál es el residuo de los productos así considerados? Es la misma materialidad espectral, un
simple coágulo de trabajo humano indistinto, es decir, de empleo de fuerza humana de trabajo, sin
atender para nada a la forma en que esta fuerza se emplee. Estos objetos sólo nos dicen que en su
producción se ha invertido fuerza humana de trabajo, se ha acumulado trabajo humano. Pues bien,
considerados como cristalización de esta sustancia social común a todos ellos, estos objetos son
valores, valores–mercancías.
Fijémonos ahora en la relación de cambio de las mercancías. Parece como sí el valor de cambio en
sí fuese algo totalmente independiente de sus valores de uso. Y en efecto, prescindiendo real y verdaderamente
del valor de uso de los productos del trabajo, obtendremos el valor tal y como acabamos de
definirlo. Aquel algo común que toma cuerpo en la relación de cambio o valor de cambio de la mercancía
es, por tanto, su valor. En el curso de nuestra investigación volveremos de nuevo al valor de
cambio, como expresión necesaria o forma obligada de manifestarse el valor, que por ahora
estudiaremos independientemente de esta forma.
Por tanto, un valor de uso, un bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o materialización
del trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la magnitud de este valor? Por la cantidad de “sustancia
creadora de valor”, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se
mide por el tiempo de su duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las
distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc.
Se dirá que si el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo invertida en su
producción, las mercancías encerrarán tanto más valor cuanto más holgazán o más torpe sea el hombre
que las produce o, lo que es lo mismo, cuanto más tiempo tarde en producirlas. Pero no; el trabajo que
forma la sustancia de los valores es trabajo humano igual, inversión de la misma fuerza humana de
trabajo. Es como si toda la fuerza de trabajo de la sociedad, materializada en la totalidad de los valores
que forman el mundo de las mercancías, representase para estos efectos una inmensa fuerza humana de
trabajo, no obstante ser la suma de un sinnúmero de fuerzas de trabajo individuales. Cada una de estas
fuerzas es una fuerza humana de trabajo equivalente a las demás, siempre y cuando que presente el
carácter de una fuerza media de trabajo social y dé, además, el rendimiento que a esa fuerza media de
trabajo social corresponde; o lo que es lo mismo, siempre y cuando que para producir una mercancía no
consuma más que el tiempo de trabajo que representa la media necesaria, o sea el tiempo de trabajo
socialmente necesario. Tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir
un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción y con el grado medio de
destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad. Así, por ejemplo, después de introducirse en
Inglaterra el telar de vapor, el volumen de trabajo necesario para convertir en tela una determinada
cantidad de hilado, seguramente quedaría reducido a la mitad. El tejedor manual inglés seguía
invirtiendo en esta operación, naturalmente, el mismo tiempo de trabajo que antes, pero ahora el
producto de su trabajo individual sólo representaba ya medía hora de trabajo social, quedando por tanto
limitado a la mitad de su valor primitivo.
Por consiguiente, lo que determina la magnitud de valor de un objeto no es más que la cantidad de
trabajo socialmente necesaria, o sea el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción 9.
Para estos efectos, cada mercancía se considera como un ejemplar medio de su especie.10 Mercancías
que encierran cantidades de trabajo iguales o que pueden ser producidas en el mismo tiempo de trabajo
representan, por tanto, la misma magnitud de valor. El valor de una mercancía es al valor de cualquiera
otra lo que el tiempo de trabajo necesario para la producción de la primera es al tiempo de trabajo
necesario para la producción de la segunda. "Consideradas como valores, las mercancías no son todas
ellas más que determinadas cantidades de tiempo de trabajo cristalizado.”11
La magnitud de valor de una mercancía permanecería, por tanto, constante, invariable, si
permaneciese también constante el tiempo de trabajo necesario para su producción. Pero éste cambia al
cambiar la capacidad productiva del trabajo. La capacidad productiva del trabajo depende de una serie
de factores, entre los cuales se cuentan el grado medio de destreza del obrero, el nivel de progreso de la
ciencia y de sus aplicaciones, la organización social del proceso de producción, el volumen y la
eficacia de los medios de producción y las condiciones naturales. Así, por ejemplo, la misma cantidad
de trabajo que en años de buena cosecha arroja 8 bushels (8) de trigo, en años de mala cosecha sólo
arroja 4. El rendimiento obtenido en la extracción de metales con la misma cantidad de trabajo variará
según que se trate de yacimientos ricos o pobres, etc. Los diamantes son raros en la corteza de la tierra;
por eso su extracción supone, por término medio, mucho tiempo de trabajo, y ésta es la razón de que
representen, en dimensiones pequeñisimas, cantidades de trabajo enormes. Jacob duda que el oro se
pague nunca por todo su valor. Lo mismo podría decirse, aunque con mayor razón aún, de los
diamantes. Según los cálculos de Eschwege, en 1823 la extracción en total de las minas de diamantes
de Brasil no alcanzaba, calculada a base de un periodo de ochenta años, el precio representado por el
producto medio de las plantaciones brasileñas de azúcar y café durante año y medio, a pesar de suponer
mucho más trabajo y, por tanto, mucho más valor. En minas más ricas, la misma cantidad de trabajo
representaría más diamantes, con lo cual estos objetos bajarían de valor. Y sí el hombre llegase a
conseguir transformar el carbón en diamante con poco trabajo, el valor de los diamantes descendería
por debajo del de los ladrillos. Dicho en términos generales: cuanto mayor sea la capacidad productiva
del trabajo, tanto más corto será el tiempo de trabajo necesario para la producción de un articulo, tanto
menor la cantidad de trabajo cristalizada en él y tanto más reducido su valor. Y por el contrario, cuanto
menor sea la capacidad productiva del trabajo, tanto mayor será el tiempo de trabajo necesario para la
producción de un artículo y tanto más grande el valor de éste. Por tanto, la magnitud del valor de una
mercancía cambia en razón directa a la cantidad y en razón inversa a la capacidad productiva del
trabajo que en ella se invierte.
Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor. Así acontece cuando la utilidad que ese objeto
encierra para el hombre no se debe al trabajo. Es el caso del aire, de la tierra virgen, de las praderas
naturales, de los bosques silvestres, etc. Y puede, asimismo, un objeto ser útil y producto del trabajo
humano sin ser mercancía.. Los productos del trabajo destinados a satisfacer las necesidades personales
de quien los crea son, indudablemente, valores de uso, pero no mercancías. Para producir
mercancías, no basta producir valores de uso, sino que es menester producir valores de uso para otros,
valores de uso sociales. (Y no sólo para otros, pura y simplemente. El labriego de la Edad Medía
producía el trigo del tributo para el señor feudal y el trigo del diezmo para el cura; y, sin embargo, a
pesar de producirlo para otros, ni el trigo del tributo ni el trigo del diezmo eran mercancías. Para ser
mercancía, el producto ha de pasar a manos de otro, del que lo consume, por medio de un acto de
cambio.)12 Finalmente, ningún objeto puede ser un valor sin ser a la vez objeto útil. Si es inútil, lo será
también el trabajo que éste encierra; no contará como trabajo ni representará, por tanto, un valor.
2. Doble carácter del trabajo representado por las mercancías
Veíamos al comenzar que la mercancía tenia dos caras: la de valor de uso y la de valor de cambio.
Más tarde, hemos vuelto a encontrarnos con que el trabajo expresado en el valor no presentaba los
mismos caracteres que el trabajo creador de valores de uso. Nadie, hasta ahora, había puesto de relieve
críticamente este doble carácter del trabajo representado por la mercancía.13 Y como este punto es el
eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política, hemos de detenernos a examinarlo con
cierto cuidado.
Tomemos dos mercancías, v. gr.: una levita y 10 varas de lienzo. Y digamos que la primera tiene el
doble de valor que la segunda; es decir, que si 10 varas de lienzo = v, 1 levita = 2 v.
La levita es un valor de uso que satisface una necesidad concreta. Para crearlo, se requiere una
determinada clase de actividad productiva. Esta actividad está determina por su fin, modo de operar,
objeto, medios y resultado. El trabajo cuya utilidad viene a materializarse así en el valor de uso de su
producto o en el hecho de que su producto sea un valor de uso, es lo que llamamos, resumiendo todo
eso, trabajo útil. Considerado desde este punto de vista, el trabajo se nos revela siempre asociado a su
utilidad.
Del mismo modo que la levita y el lienzo son valores de uso cualitativamente distintos, los trabajos
a que deben su existencia –o sea, el trabajo del sastre y el del tejedor– son también trabajos
cualitativamente distintos. Si no fuesen valores de uso cualitativamente distintos y, por tanto,
productos de trabajos útiles cualitativamente distintos también, aquellos objetos bajo ningún concepto
podrían enfrentarse el uno con el otro como mercancías. No es práctico cambiar una levita por otra,
valores de uso por otros idénticos.
Bajo el tropel de los diversos valores de uso o mercancías, desfila ante nosotros un conjunto de.
trabajos útiles no menos variados, trabajos que difieren unos de otros en género, especie, familia,
subespecie y variedad: es la división social del trabajo, condición de vida de la producción de
mercancías, aunque, ésta no lo sea, a su vez, de la división social del trabajo. Así, por ejemplo, la
comunidad de la India antigua, supone una división social del trabajo, a pesar de lo cual los productos
no se convierten allí en mercancías. 0, para poner otro ejemplo más cercano a nosotros: en toda fábrica
reina una división sistemática del trabajo, pero esta división no se basa en el hecho de que los obreros
cambien entre sí sus productos individuales. Sólo los productos de trabajos privados independientes
los unos de los otros pueden revestir en sus relaciones mutuas el carácter de mercancías.
Vemos, pues, que el valor de uso de toda mercancía representa una determinada actividad
productiva encaminada a un fin o, lo que es lo mismo, un determinado trabajo útil. Los valores de uso
no pueden enfrentarse los unos con los otros como mercancías si no encierran trabajos útiles
cualitativamente distintos. En una sociedad cuyos productos revisten en general la forma de
mercancías, es decir, en una sociedad de productores de mercancías, esta diferencia cualitativa que se
acusa entre los distintos trabajos útiles realizados independientemente los unos de los otros como
actividades privativas de otros tantos productores independientes, se va desarrollando hasta formar un
complicado sistema, hasta convertirse en una división social del trabajo.
A la levita, como tal levita, le tiene sin cuidado, por lo demás, que la vista el sastre o su cliente. En
ambos casos cumple su misión de valor de uso. La relación entre esa prenda y el trabajo que la produce
no cambia tampoco, en realidad, porque la actividad del sastre se convierta en profesión especial, en
categoría independiente dentro de la división social del trabajo. Allí donde la necesidad de vestido le
acuciaba, el hombre se pasó largos siglos cortándose prendas más o menos burdas antes de convertirse
de hombre en sastre. Sin embargo, la levita, el lienzo, todos los elementos de la riqueza material no
suministrados por la naturaleza, deben siempre su existencia a una actividad productiva específica, útil,
por medio de la cual se asimilan a determinadas necesidades humanas determinadas materias que la
naturaleza brinda al hombre. Como creador de valores de uso, es decir como trabajo útil, el trabajo es,
por tanto, condición de vida del hombre, y condición independiente de todas las formas de sociedad,
una necesidad perenne y natural sin la que no se concebiría el intercambio orgánico entre el hombre y
la naturaleza ni, por consiguiente, la vida humana.
Los valores de uso, levita, lienzo, etc., o lo que es lo mismo, las mercancías consideradas como
objetos corpóreos, son combinaciones de dos elementos: la materia, que suministra la naturaleza, y el
trabajo. Si descontamos el conjunto de trabajos útiles contenidos en la levita, en el lienzo, etc., quedará
siempre un substrato material, que es el que la naturaleza ofrece al hombre sin intervención de la mano
de éste. En su producción, el hombre sólo puede proceder como procede la misma naturaleza, es decir,
haciendo que la materia cambie de forma..14 Más aún. En este trabajo de conformación, el hombre se
apoya constantemente en las fuerzas naturales. El trabajo no es, pues, la fuente única y exclusiva de los
valores de uso que produce, de la riqueza material. El trabajo es, como ha dicho William Petty, el
padre de la riqueza, y la tierra la madre.
Pasemos ahora de la mercancía considerada como objeto útil a la mercancía considerada como
valor.
Partimos del supuesto de que la levita vale el doble que 10 varas de lienzo. Pero ésta es una
diferencia puramente cuantitativa, que, por el momento, no nos interesa. Nos limitamos, por tanto, a
recordar que si el valor de una levita es el doble que el de 10 varas de lienzo, 20 varas de lienzo
representarán la misma magnitud de valor que una levita. Considerados como valores, la levita y el
lienzo son objetos que encierran idéntica sustancia, objetos de igual naturaleza, expresiones objetivas
del mismo tipo de trabajo. Pero el trabajo del sastre y el del tejedor son trabajos cualitativamente
distintos. Hay, sin embargo, sociedades en que el mismo hombre trabaja alternativamente como sastre y
tejedor y en que, por tanto, estas dos modalidades distintas de trabajo no son más que variantes del
trabajo del mismo individuo, en que no representan todavía funciones fijas y concretas de diferentes
personas, del mismo modo que la levita que hoy corta nuestro sastre y los pantalones que cortará
mañana no representan más que modalidades del mismo trabajo individual. A simple vista se advierte,
además, que en nuestra sociedad capitalista una cantidad concreta de trabajo humano se aporta
alternativamente en forma de trabajo de sastrería o de trabajo textil, según las fluctuaciones que
experimente la demanda de trabajo. Es posible que estos cambios de forma del trabajo no se operen sin
resistencia, pero tienen que operarse, necesariamente.
Si prescindimos del carácter concreto de la actividad productiva y, por tanto, de la utilidad del
trabajo, ¿qué queda en pie de él? Queda, simplemente, el ser un gasto de fuerza humana de trabajo. El
trabajo del sastre y el del tejedor, aun representando actividades productivas cualitativamente distintas,
tienen de común el ser un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de nervios, de brazo, etc.;
por tanto, en este sentido, ambos son trabajo humano. No son más que dos formas distintas de aplicar
la fuerza de trabajo del hombre. Claro está que, para poder aplicarse bajo tal o cual forma, es necesario
que la fuerza humana de trabajo adquiera un grado mayor o menor de desarrollo. Pero, de suyo, el valor
de 1a mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano pura y simplemente. Ocurre
con el trabajo humano, en este respecto, lo que en la sociedad burguesa ocurre con el hombre, que
como tal hombre no es apenas nada, pues como se cotiza y representa un gran papel en esa sociedad es
como general o como banquero.15 El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que
todo hombre común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de
una especial educación. El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países
y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es
mas que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de
trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple. Y la experiencia demuestra
que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a
todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la
equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una
determinada cantidad de trabajo simple.16 Las diversas proporciones en que diversas clases de trabajo
se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que
obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre. En lo
sucesivo, para mayor sencillez, consideraremos siempre la fuerza de trabajo, cualquiera que ella sea,
como expresión directa de la fuerza de trabajo simple, ahorrándonos así la molestia de reducirla a la
unidad.
Del mismo modo que en los valores levita y lienzo se prescinde de la diferencia existente entre sus
valores de uso, en los trabajos que esos valores representan se hace caso omiso de la diferencia de sus
formas útiles, o sea de la actividad del sastre y de la del tejedor. Y así como los valores de uso lienzo y
levita son el fruto de la combinaci6n de una actividad útil productiva, con la tela y el hilado
respectivamente, mientras que considerados como valores la levita y el lienzo no son, por el contrario,
más que simples cristalizaciones análogas de trabajo, los trabajos encerrados en estos valores no son
lo que son por la relación productiva que guardan con la tela y el hilado, sino por ser inversiones de
fuerza humana de trabajo pura y simplemente. Los trabajos del sastre y el tejedor son elementos integrantes
de los valores de uso levita y lienzo gracias precisamente a sus diversas cualidades; en cambio,
sólo son sustancia y base de los valores lienzo y levita en cuanto en ellos se hace abstracción de sus
cualidades específicas, para reducirlos a la misma cualidad: la del trabajo humano.
Pero la levita y el lienzo no son solamente valores en general, sino valores de una determinada
magnitud, pues ya hemos dicho que, según el supuesto de que partimos, la levita vale el doble que 10
varas de lienzo. ¿Cómo se explica esta diferencia de magnitud de valor? Tiene su explicación en el
hecho de que las 10 varas de lienzo sólo encierran la mitad de trabajo que una levita; lo cual quiere
decir que, para producir ésta, la fuerza de trabajo deberá funcionar doble tiempo del que se necesita
para producir aquéllas.
Por tanto, si con relación. al valor de uso el trabajo representado por la mercancía sólo interesa
cualitativamente, con relación a la magnitud del valor interesa sólo en su aspecto cuantitativo, una vez
reducido a la unidad de trabajo humano puro y simple. En el primer caso, lo que interesa es la clase y
calidad del trabajo; en el segundo caso, su cantidad, su duración. Y como la magnitud de valor de una
mercancía sólo acusa la cantidad del trabajo encerrado en ella, en ciertas y determinadas proporciones
las mercancías representaran siempre, necesariamente, valores iguales.
Si la capacidad productiva de todos los trabajos útiles necesarios para la producción de una levita,
supongamos, permanece invariable, la magnitud de valor de las levitas aumentará en la medida en que
aumente su cantidad. Si por ejemplo una levita representa x días de trabajo, 2 levitas representarán 2 x
días de trabajo, etc. Pero supóngase que el trabajo necesario para producir una levita se duplica o bien
que se reduce a la mitad. En el primer caso, una levita tendrá el mismo valor que antes dos, y en el
segundo caso harán falta dos levitas para formar el valor que antes tenía una, a pesar de que tanto en
uno como en otro caso esta prenda sigue prestando exactamente los mismos servicios y de que el
trabajo útil que encierra sigue siendo de la misma calidad. Lo que cambia es la cantidad de trabajo
invertida en su producción.
Cuanto mayor sea la cantidad de valor de uso mayor será, de por sí, la riqueza material: dos levitas
encierran más riqueza que una. Con dos levitas pueden vestirse dos personas; con una de estas prendas
una solamente, etc. Sin embargo, puede ocurrir que a medida que crece la riqueza material, disminuya
la magnitud de valor que representa. Estas fluctuaciones contradictorias entre si se explican por el
doble carácter del trabajo. La capacidad productiva es siempre, naturalmente, capacidad productiva de
trabajo útil, concreto. Y sólo determina, como es lógico, el grado de eficacia de una actividad
productiva útil, encaminada a un fin, dentro de un período de tiempo dado. Por tanto, el trabajo útil
rendirá una cantidad más o menos grande de productos según el ritmo con que aumente o disminuya su
capacidad productiva. Por el contrario, los cambios operados en la capacidad productiva no afectan de
suyo al trabajo que el valor representa. Como la capacidad productiva es siempre función de la forma
concreta y útil del trabajo, es lógico que tan pronto como se hace caso omiso de su forma concreta, útil,
no afecte para nada a éste. El mismo trabajo rinde, por tanto, durante el mismo tiempo, idéntica
cantidad de valor, por mucho que cambie su capacidad productiva. En cambio, puede arrojar en el
mismo tiempo cantidades distintas de valores de uso, mayores o menores según que su capacidad
productiva aumente o disminuya. Como se ve, el mismo cambio operado en la capacidad productiva,
por virtud del cual aumenta el rendimiento del trabajo y, por tanto, la masa de los valores de uso
creados por éste, disminuye la magnitud de valor de esta masa total incrementada, siempre en el
supuesto de que acorte el tiempo de trabajo necesario para su producción. Y a la inversa.
Todo trabajo es, de una parte, gasto de la fuerza humana de trabajo en el sentido fisiológico y,
como tal, como trabajo humano igual o trabajo humano abstracto, forma el valor de la mercancía. Pero
todo trabajo es, de otra parte, gasto de la fuerza humana de trabajo bajo una forma especial y
encaminada a un fin y, como tal, como trabajo concreto y útil, produce los valores de uso.17
3. La forma del valor o valor de cambio
Las mercancías vienen al mundo bajo la forma de valores de uso u objetos materiales: hierro, tela,
trigo, etc. Es su forma prosaica y natural. Sin embargo, si son mercancías es por encerrar una doble
significación: la de objetos útiles y, a la par, la de materializaciones de valor. Por tanto, sólo se
presentan como mercancías, sólo revisten el carácter de mercancías, cuando poseen esta doble forma:
su forma natural y la forma del valor.
La objetivación de valor de las mercancías se distingue de Wittib Hurtig, la amiga de Falstaff, en
que no se sabe por dónde cogerla. Cabalmente al revés de lo que ocurre con la materialidad de las mercancías
corpóreas, visibles y tangibles, en su valor objetivado no entra ni un átomo de materia natural.
Ya podemos tomar una mercancía y darle todas las vueltas que queramos: como valor, nos
encontraremos con que es siempre inaprehensible. Recordemos, sin embargo, que las mercancías sólo
se materializan como valores en cuanto son expresión de la misma unidad social: trabajo humano, que,
por tanto, su materialidad como valores es puramente social, y comprenderemos sin ningún esfuerzo
que esa su materialidad como valores sólo puede revelarse en la relación social de unas mercancías con
otras. En efecto, en nuestra investigación comenzamos estudiando el valor de cambio o relación de
cambio de las mercancías, para descubrir, encerrado en esta relación, su valor. Ahora, no tenemos más
remedio que retrotraernos nuevamente a esta forma o manifestación de valor.
Todo el mundo sabe, aunque no sepa más que eso, que las mercancías poseen una forma común de
valor que` contrasta de una manera muy ostensible con la abigarrada diversidad de formas naturales
que presentan sus valores de uso: esta forma es el dinero. Ahora bien, es menester que consigamos
nosotros lo que la economía burguesa no ha intentado siquiera: poner en claro la génesis de la forma
dinero, para lo cual tendremos que investigar, remontándonos desde esta forma fascinadora hasta sus
manifestaciones más sencillas y más humildes, el desarrollo de la expresión del valor que se encierra
en la relación de valor de las mercancías. Con ello, veremos, al mismo tiempo, cómo el enigma del
dinero se esfuma.
La relación más simple de valor es, evidentemente, la relación de valor de una mercancía con otra
concreta y distinta, cualquiera que ella sea. La relación de valor entre dos mercancías constituye, por
tanto, la expresión más simple de valor de una mercancía.
A. FORMA SIMPLE, CONCRETA 0 FORTUITA DEL VALOR
x mercancía A = y mercancía B, o bien: x mercancía A vale y mercancía B
(20 varas lienzo = 1 levita, o bien: 20 varas lienzo valen 1 levita)
1. Los dos polos de la expresión del valor: forma relativa del valor y forma equivalencial
En esta forma simple del valor reside el secreto de todas las formas del valor. Por eso es en su
análisis donde reside la verdadera dificultad del problema.
Dos mercancías distintas, A y B, en nuestro ejemplo el lienzo y la levita, desempeñan aquí dos
papeles manifiestamente distintos. El lienzo expresa su valor en la levita; la levita sirve de material
para esta expresión de valor. La primera mercancía desempeña un papel activo, la segunda un papel
pasivo. El valor de la primera mercancía aparece bajo la forma del valor relativo, o lo que es lo mismo,
reviste la forma relativa del valor. La segunda mercancía funciona como equivalente, o lo que es lo
mismo, reviste forma equivalencial.
Forma relativa del valor y forma equivalencial son dos aspectos de la misma relación, aspectos
inseparables y que se condicionan mutuamente, pero también y a la par dos extremos opuestos y antagónicos,
los dos polos de la misma expresión del valor; estos dos términos se desdoblan
constantemente entre las diversas mercancías relacionadas entre sí por la expresión del valor. Así, por
ejemplo, el valor del lienzo no puede expresarse en lienzo. La relación de 20 varas de lienzo = 20 varas
de lienzo no representaría expresión ninguna de valor. Esta igualdad sólo nos diría que 20 varas de
lienzo no son mas que 20 varas de lienzo, es decir, una determinada cantidad del objeto útil lienzo. Por
tanto, el valor del lienzo sólo puede expresarse en términos relativos, es decir recurriendo a otra
mercancía; o, lo que es lo mismo, la forma relativa del valor del lienzo supone como premisa el que
otra mercancía cualquiera desempeñe respecto al lienzo la función de forma equivalencial. Y a su vez,
esta otra mercancía que funciona como equivalente no puede desempeñar al mismo tiempo el papel de
forma relativa de valor. No es su propio valor lo que ella expresa. Se limita a suministrar el material
para la expresión de valor de otra mercancía.
Cierto es que la relación 20 varas de lienzo = 1 levita o 20 varas de lienzo valen 1 levita lleva
implícita la forma inversa: 1 levita = 20 varas de lienzo o 1 levita vale 20 varas de lienzo. Pero, en
realidad, lo que se hace aquí es invertir los términos de la igualdad para expresar el valor de la levita
de un modo relativo; al hacerlo, el lienzo cede a la levita su puesto de equivalente. Por tanto, una
misma mercancía no puede asumir al mismo tiempo ambas formas en la misma expresión de valor.
Estas formas se excluyen la una a la otra como los dos polos o los dos extremos de una línea.
El que una mercancía revista la forma relativa del valor o la forma opuesta, la de equivalente,
depende exclusivamente de la posición que esa mercancía ocupe dentro de la expresión de valor en un
momento dado, es decir, de que sea la mercancía cuyo valor se expresa o aquella en que se expresa este
valor.
2. La forma relativa del valor
a) Contenido de la forma relativa del valor
Para averiguar dónde reside, en la relación de valor entre dos mercancías, la expresión simple del
valor de una de ellas no hay más remedio que empezar prescindiendo totalmente del aspecto cuantitativo
de esta relación. Cabalmente al revés de lo que suele hacerse, pues lo frecuente es no ver en la
relación de valor más que la proporción de equivalencia entre determinadas cantidades de dos distintas
mercancías. Sin advertir que para que las magnitudes de objetos distintos puedan ser
cuantitativamente comparables entre sí, es necesario ante todo reducirlas a la misma unidad. Sólo
representándonoslas
como expresiones de la misma unidad podremos ver en ellas magnitudes de signo igual y, por tanto
conmensurables.18
Cuando decimos que 20 varas de lienzo = 1 levita, o igual 20, o igual x levitas, en cada una de estas
relaciones se sobrentiende que e! lienzo y las levitas son, como magnitudes de valor, expresiones
distintas de la misma unidad, objetos de igual naturaleza.
Lienzo = levita: he ahí la fórmula que sirve de base a la relación. Pero en esta igualdad, las dos
mercancías cualitativamente equiparadas no desempeñan el mismo papel. La igualdad sólo expresa el
valor del lienzo. ¿Cómo? Refiriéndolo a la levita como a su “equivalente” u objeto “permutable” por él.
En esta relación, la levita sólo interesa como exteriorización de valor, como valor materializado, pues
sólo en función de tal puede decirse que exista identidad entre ella y el lienzo. Por otra parte, de lo que
se trata es de hacer resaltar, de hacer que cobre expresión sustantiva la existencia de valor propia del
lienzo, ya que sólo en cuanto valor puede encontrársele a éste una relación de equivalencia o cambio
con la levita. Un ejemplo. El ácido butírico es un cuerpo distinto del formiato de propilo. Y sin
embargo, ambos están integrados por las mismas sustancias químicas: carbono (C), hidrógeno (H) y
oxígeno (0) y en idéntica proporción, o sea C4 H8 02. Pues bien, si dijésemos que el formiato de
propilo es igual al ácido butírico, diríamos dos cosas: primero, que el formiato de propilo no es más
que una modalidad de la fórmula C4 H8 02; segundo, que el ácido butírico está formado por los
mismos elementos y en igual proporción. Es decir que, equiparando el formiato de propilo al ácido
butírico, expresaríamos la sustancia química común a estos dos cuerpos de forma diferente.
Al decir que las mercancías, consideradas como valores, no son más que cristalizaciones de trabajo
humano, nuestro análisis las reduce a la abstracción del valor, pero sin darles una forma de valor
distinta a las formas naturales que revisten. La cosa cambia cuando se trata de la expresión de valor de
una mercancía. Aquí, es su propia relación con otra mercancía lo que acusa su carácter de valor.
Así por ejemplo, al equiparar la levita, como valor materializado, al lienzo, lo que hacemos es
equiparar el trabajo que aquélla encierra al trabajo contenido en éste. Ya sabemos que el trabajo del
sastre que hace la levita es un trabajo concreto, distinto del trabajo del tejedor que produce el lienzo.
Pero al equipararlo a éste, reducimos el trabajo del sastre a lo que hay de igual en ambos trabajos, a su
nota común, que es la de ser trabajo humano. Y de este modo, por medio de un rodeo, venimos a decir
al propio tiempo, que el trabajo del tejedor, al tejer valor, no encierra nada que 1o diferencie del trabajo
del sastre, siendo por tanto trabajo humano, abstracto. Es la expresión de equivalencia de diversas
mercancías la que pone de manifiesto el carácter específico del trabajo como fuente de valor, al reducir
a su nota común, la de trabajo humano puro y simple, los diversos trabajos contenidos en las diversas
mercancías.19
No basta, sin embargo, expresar el carácter específico del trabajo de que está formado el valor del
lienzo. La fuerza humana de trabajo en su estado fluido, o sea el trabajo humano, crea valor, pero no es
de por sí valor. Se convierte en valor al plasmarse, al cobrar forma corpórea. Para expresar el valor del
lienzo como cristalización de trabajo humano, tenemos necesariamente que expresarlo como un “algo
objetivo” distinto corporalmente del propio lienzo y a la par común a éste y a otra mercancía. Este
problema lo hemos resuelto ya.
Lo que en la expresión de valor de lienzo permite a la levita asumir el papel de su igual cualitativo,
de objeto de idéntica naturaleza, es el ser un valor. La levita tiene, pues, para estos efectos, la
consideración de objeto en que toma cuerpo el valor, de objeto que representa el valor en su forma
natural y tangible. Pero adviértase que la levita, la materialidad de la mercancía levita, es un simple
valor de uso. Realmente, una levita es un objeto tan poco apto para expresar valor como cualquier
pieza de lienzo. Lo cual prueba que, situada en la relación o razón de valor con el lienzo, la levita
adquiere una importancia que tiene fuera de ella, del mismo modo que ciertas personas ganan en
categoría al embutirse en una levita galoneada.
En la producción de la levita se ha invertido real y efectivamente, bajo la forma de trabajo de
sastrería, fuerza humana de trabajo. En ella se acumula, por tanto, trabajo humano. Así considerada, la
levita es “representación de valor”, aunque esta propiedad suya no se trasluzca ni aun al través de la
más delgada de las levitas. En la relación o razón de valor del lienzo, la levita sólo nos interesa en este
aspecto, es decir como valor materializado o encarnación corpórea de valor. Por mucho que se abroche
los botones, el lienzo descubre en ella el alma palpitante de valor hermana de la suya. Sin embargo,
para que la levita desempeñe respecto al lienzo el papel de valor, es imprescindible que el valor revista
ante el lienzo la forma de levita. Es lo mismo que acontece en otro orden de relaciones, donde el
individuo B no puede asumir ante el individuo A los atributos de la majestad sin que al mismo tiempo
la majestad revista a los ojos de éste la figura corpórea de B, los rasgos fisonómicos, el color del pelo y
muchas otras señas personales del soberano reinante en un momento dado.
Por tanto, en la relación o razón de valor en que la levita actúa como equivalente del lienzo, la
forma levita es considerada como forma del valor. El valor de la mercancía lienzo se expresa, por
consiguiente, en la materialidad corpórea de la mercancía levita; o lo que es lo mismo, el valor de una
mercancía se expresa en él valor de uso de otra. Considerado como valor de uso, el lienzo es un objeto
materialmente distinto de la levita, pero considerado como valor es algo "igual a la levita" y que
presenta, por tanto, la misma fisonomía de ésta. Esto hace que revista una forma de valor distinta de su
forma natural. En su identidad con la levita se revela su verdadera naturaleza como valor, del mismo
modo que el carácter carneril del cristiano se revela en su identidad con el cordero de Dios.
Por tanto, todo lo que ya nos había dicho antes el análisis de valor de la mercancía nos lo repite
ahora el propio lienzo, al trabar contacto con otra mercancía, con la mercancía levita. Lo que ocurre es
que el lienzo expresa sus ideas en su lenguaje peculiar, en el lenguaje propio de una mercancía. Para
decir que el trabajo, considerado en abstracto, como trabajo humano, crea su propio valor, nos dice que
la levita, en lo que tiene de común con él o, lo que tanto da, en lo que tiene de valor, está formada por
el mismo trabajo que el lienzo. Para decir que su sublime materialización de valor no se confunde con
su tieso cuerpo de lienzo, nos dice que el valor presenta la forma de una levita y que por tanto él, el
lienzo, considerado como objeto de valor, se parece a la levita como un huevo a otro huevo. Diremos
incidentalmente que el lenguaje de las mercancías posee también, aparte de estos giros talmúdicos,
otras muchas maneras más o menos correctas de expresarse. Así por ejemplo, la expresión alemana
Wertsein expresa con menos fuerza que el verbo latino valere, valer, valoir, como la equiparación de la
mercancía B a la mercancía A es la expresión propia de valor de ésta. Paris vaut bien une messe! (9)
Por tanto, la relación o razón de valor hace que la forma natural de la mercancía B se convierta en
la forma de valor de la mercancía A o que la materialidad corpórea de la primera sirva de espejo de
valor de la segunda.20 |Al referirse a la mercancía B como materialización corpórea de valor, como
encarnación material de trabajo humano, la mercancía A convierte el valor de uso B en material de su
propia expresión de valor. El valor de la mercancía A expresado así, es decir, expresado en el valor de
uso de la mercancía B, reviste la forma del valor relativo.
b) Determinabilidad cuantitativa de la forma relativa del valor
Cuando tratamos de expresar el valor de una mercancía, nos referimos siempre a determinada
cantidad de un objeto de uso: 15 fanegas de trigo, 100 libras de café, etc. Esta cantidad dada de una
mercancía encierra una determinada cantidad de trabajo humano. Por tanto la forma del valor no puede
limitarse a expresar valor pura y simplemente sino que ha de expresar un valor cuantitativo
determinado, una cantidad de valor. En la relación o proporción de valor de la mercancía A con la
mercancía B, del lienzo con la levita, no sólo equiparamos cualitativamente la mercancía levita al
lienzo en cuanto representación de valor en general, sino que establecemos la proporción con una
determinada cantidad de lienzo, por ejemplo entre 20 varas de lienzo y una determinada cantidad de la
representación corpórea del valor o equivalente, v. gr. una levita.
La relación “20 varas de lienzo = 1 levita o 20 varas de lienzo valen 1 levita” arranca del supuesto
de que en 1 levita se contiene la misma sustancia de valor que en 20 varas de lienzo; es decir, del
supuesto de que ambas cantidades de mercancías cuestan la misma suma de trabajo o el mismo tiempo
de trabajo. Pero como el tiempo de trabajo necesario para producir 20 varas de lienzo o 1 levita cambia
al cambiar la capacidad productiva de la industria textil o de sastrería, conviene que investiguemos más
de cerca cómo influyen estos cambios en la expresión relativa de la magnitud de valor.
I. Supongamos que varía el valor del lienzo21 sin que el valor de la levita sufra alteración. Al
duplicarse el tiempo de trabajo necesario para producir el lienzo, por efecto, supongamos, del agotamiento
progresivo del suelo en que se cultiva el lino, se duplica también su valor. En vez de 20 varas
de lienzo = levita, tendremos, por tanto: 20 varas de lienzo = 2 levitas, ya que ahora 1 levita sólo
encierra la mitad de tiempo de trabajo de 20 varas de lienzo. Y a la inversa, sí el tiempo de trabajo
necesario para producir el lienzo queda reducido a la mitad, v. gr. por los progresos conseguidos en la
fabricación de telares, el valor del lienzo quedará también reducido a la mitad. Por tanto, ahora: 20
varas de lienzo = 1/2 levita. El valor relativo de la mercancía A, o sea, su valor expresado en la
mercancía B, aumenta y disminuye, por tanto, en razón directa al aumento o disminución
experimentados por la mercancía A, siempre y cuando que el valor de la segunda permanezca
constante.
II. Supóngase que el valor del lienzo no varia y que varía, en cambio, el valor de la levita. Sí, en
estas circunstancias, el tiempo de trabajo necesario para producir la levita se duplica, v. gr., por el
menor rendimiento del esquileo, tendremos, en vez de 20 varas de lienzo = 1 levita, 20 varas de lienzo
= 1/2 levita. Por el contrario, si el valor de la levita queda reducido a la mitad, la relación será: 20
varas de lienzo = 2 levitas. Por tanto, permaneciendo inalterable el valor de la mercancía A, su valor
relativo, expresado en la mercancía B, aumenta o disminuye en razón inversa a los cambios de valor
experimentados por ésta.
Comparando los distintos casos expuestos en los dos apartados anteriores, vemos que el mismo
cambio de magnitud del valor relativo puede provenir de causas opuestas. Así, por ejemplo, la
igualdad 20 varas de lienzo = 1 levita da origen: l° a la ecuación 20 varas de lienzo = 2 levitas, bien
porque el valor del lienzo se duplique, bien porque el valor de las levitas quede reducido a la mitad, y
2° a la igualdad 20 varas de lienzo =1/2 levita, ya porque el valor del lienzo se reduzca a la mitad, o
porque el valor de la levita aumente al doble.
III. Mas puede también ocurrir que las cantidades de trabajo necesarias para producir el lienzo y la
levita varíen simultáneamente en el mismo sentido y en la misma proporción. En este caso, la igualdad,
cualesquiera que sean los cambios experimentados por sus correspondientes valores, seguirá siendo la
misma: 20 varas de lienzo = 1 levita. Para descubrir los cambios respectivos de valor de estas
mercancías, no hay más que compararlas con una tercera cuyo valor se mantiene constante. Si los
valores de todas las mercancías aumentasen o disminuyesen al mismo tiempo y en la misma
proporción, sus valores relativos permanecerían invariables. Su cambio efectivo de valor se revelaría
en el hecho de que en el mismo tiempo de trabajo se produciría, en términos generales, una cantidad
mayor o menor de mercancías que antes.
IV. Los tiempos de trabajo necesarios respectivamente para producir el lienzo y la levita, y por
tanto sus valores, pueden cambiar al mismo tiempo y en el mismo sentido, pero en grado desigual, en
sentido opuesto, etc. Para ver cómo todas estas posibles combinaciones influyen en el valor relativo de
una mercancía, no hay más que aplicar los casos I, II y III.
Como se ve, los cambios efectivos que pueden darse en la magnitud del valor, no se acusan de un
modo inequívoco ni completo en su expresión relativa o en la magnitud del valor relativo. El valor
relativo de una mercancía puede cambiar aun permaneciendo constante el valor de esta mercancía. Y
viceversa, puede ocurrir que su valor relativo permanezca constante aunque cambie su valor.
Finalmente, no es necesario que los cambios simultáneos experimentados por la magnitud de valor de
las mercancías coincidan con los que afectan a la expresión relativa de esta magnitud de valor.22
3. La forma equivalencial
Hemos visto que cuando la mercancía A (el lienzo) expresa su valor en el valor de uso de otra
mercancía, o sea, en la mercancía B (en la levita), imprime a ésta una forma peculiar de valor, la forma
de equivalente. La mercancía lienzo revela su propia esencia de valor por su ecuación con la levita, sin
necesidad de que ésta revista una forma de valor distinta de su forma corporal. Es, por tanto, donde el
lienzo expresa real y verdaderamente su esencia propia de valor en el hecho de poder cambiarse
directamente por la levita. La forma equivalencial de una mercancía es, por consiguiente, la posibilidad
de cambiarse directamente por otra mercancía.
El que una clase de mercancías, v gr. levitas, sirva de equivalente a otra clase de mercancías, v. gr.
lienzo; el que, por tanto, las levitas encierren la propiedad característica de poder cambiarse directamente
por lienzo no indica ni mucho menos la proporción en que pueden cambiarse uno y otras. Esta
proporción depende, dada la magnitud del valor del lienzo, de la magnitud de valor de las levitas. Ya se
exprese la levita como equivalente y el lienzo como valor relativo, o a la inversa, el lienzo como
equivalente y como valor relativo la levita, su magnitud de valor responde siempre al tiempo de trabajo
necesario para su producción, siendo independiente, por tanto, de la forma que su valor revista. Pero
tan pronto como la clase de mercancía levita ocupa en la expresión del valor el lugar de equivalente, su
magnitud de valor no cobra expresión como tal magnitud de valor, sino que figura en la igualdad como
una determinada cantidad de un objeto.
Por ejemplo, 40 varas de lienzo “valen”... ¿qué? 2 levitas. Como aquí la clase de mercancías
representada por las levitas desempeña el papel de equivalente, es decir como el valor de uso levita
asume respecto al lienzo la función de materializar el valor, basta una determinada cantidad de levitas
para expresar una determinada cantidad de valor del lienzo. Dos levitas pueden expresar, por tanto, la
magnitud de valor de 40 varas de lienzo, pero no pueden expresar jamás su propia magnitud de valor,
la magnitud de valor de dos levitas. La observación superficial de este hecho, del hecho de que en la
ecuación de valor el equivalente reviste siempre la forma de una cantidad simple de un objeto, de un
valor de uso, indujo a Bailey, como a muchos de sus predecesores y sucesores, a no ver en la expresión
de valor más que una relación puramente cuantitativa. Y no es así, sino que, lejos de ello, la forma
equivalencial de una mercancía no encierra ninguna determinación cuantitativa de valor.
La primera característica con que tropezamos al estudiar la forma equivalencial es ésta: en ella, el
valor de uso se convierte en forma o expresión de su antítesis, o sea, del valor.
La forma natural de la mercancía se convierte, pues, en forma de valor. Pero adviértase que este
quid pro quo (10) sólo se da respecto a una mercancía, a la mercancía B (levita, trigo, hierro. etc.),
dentro de la relación de valor que guarda con ella otra mercancía cualquiera, la mercancía A (lienzo,
etc.), única y exclusivamente en esta relación. Puesto que ninguna mercancía puede referirse a sí
misma como equivalente ni por tanto tomar su. pelleja natural propia por expresión de su propio
valor, no tiene más remedio que referirse como equivalente a otra mercancía, tomar la pelleja natural
de otra mercancía como su forma propia de valor.
El ejemplo de una medida inherente a las mercancías materiales corno tales mercancías materiales,
es decir como valores de uso, nos aclarará esto. Un pilón de azúcar, por el mero hecho de ser un
cuerpo, es pesado, tiene un peso, y sin embargo, ni la vista ni el tacto acusan en ningún pilón de azúcar
esta propiedad. Tomemos varios trozos de hierro, pesados previamente. La forma física del hierro no
es de por sí, ni mucho menos, signo o manifestación de la gravedad, como no lo es la del pilón de
azúcar. Y sin embargo, cuando queremos expresar el pilón de azúcar como peso lo relacionamos con el
peso del hierro. En esta relación, el hierro representa el papel de un cuerpo que no asume más función
que la de la gravedad. Cantidades distintas de hierro sirven, por tanto, de medida de peso del azúcar, y
no tienen, respecto a la materialidad física del azúcar, más función que la del peso, la de servir de
forma y manifestación de la gravedad. Pero el hierro sólo desempeña este papel dentro de la relación
que guarda con él el azúcar o el cuerpo, cualquiera que él sea, que se trata de pesar. Si ambos objetos
no fuesen pesados, no podría establecerse entre ellos esta relación, ni por tanto tomarse el uno como
medida para expresar el peso del otro. En efecto, si depositarnos ambos objetos en el platillo de la
balanza, vemos que, desde el punto de vista de la gravedad, ambos son lo mismo, ambos comparten en
determinada proporción la misma propiedad del peso. Pues bien, del mismo modo que la materialidad
física del hierro, considerado como medida de peso, no representa respecto al pilón de azúcar más que
gravedad, en nuestra expresión de valor la materialidad física de la levita no representa respecto al
lienzo más que valor.
Pero la analogía no pasa de ahí. En la expresión del peso del pilón de azúcar, el hierro representa
una propiedad natural común a ambos cuerpos: su gravedad; en cambio, en la expresión del valor del
lienzo, la levita asume una propiedad sobrenatural de ambos objetos, algo puramente social: su valor.
Al expresar su esencia de valor como algo perfectamente distinto de su materialidad corpórea y de
sus propiedades físicas, v. gr. como algo análogo a la levita, la forma relativa de valor de una
mercancía, del lienzo por ejemplo, da ya a entender que esta expresión encierra una relación de orden
social. Al revés de lo que ocurre con la forma equivalencial la cual consiste precisamente en que la
materialidad física de una mercancía, tal como la levita, este objeto concreto con sus propiedades
materiales, exprese valor, es decir, posea por obra de la naturaleza forma de valor. Claro está que eso
sólo ocurre cuando este cuerpo se halla situado dentro de la relación de valor en que la mercancía
lienzo se refiere a la mercancía levita como equivalente suyo.23 Pero como las propiedades de un objeto
no brotan de su relación con otros objetos, puesto que esta relación no hace más que confirmarlas,
parece como si la levita debiera su forma de equivalente, es decir, la propiedad que la hace susceptible
de ser directamente cambiada, a la naturaleza, ni más ni menos que su propiedad de ser pesada o de
guardar calor. De aquí el carácter misterioso de la forma equivalencial carácter que la mirada burguesamente
embotada del economista sólo advierte cuando esta forma se le presenta ya definitivamente
materializada en el dinero. Al encontrarse con el dinero, el economista se esfuerza por borrar el
carácter místico del oro y la plata, colocando en su puesto mercancías menos fascinadoras y
recorriendo con creciente regocijo el catálogo de toda la chusma de mercaderías a las que en otros
tiempos estuvo reservado el papel de equivalentes de valor. Sin sospechar siquiera que este misterio de
la forma equivalencial se encierra ya en la expresión más simple del valor, v. gr. en la de 20 varas de
lienzo = 1 levita.
La materialidad corpórea de la mercancía que sirve de equivalente rige siempre como encarnación
del trabajo humano abstracto y es siempre producto de un determinado trabajo concreto, útil; es decir,
que este trabajo concreto se convierte en expresión de trabajo humano abstracto. La levita, por ejemplo,
se considera como simple materialización, y el trabajo del sastre, que cobra cuerpo de realidad en esta
prenda, como simple forma de realización del trabajo humano abstracto. En la expresión del valor del
lienzo, la utilidad del trabajo del sastre no consiste en hacer trajes y por tanto hombres (11) , sino en
crear un cuerpo que nos dice con sólo verlo que es valor, y por consiguiente cristalización de trabajo
materializado en el valor del lienzo. Para poder crear semejante espejo de valor, es necesario que el
trabajo del sastre no refleje absolutamente nada más que su cualidad abstracta de trabajo humano.
Bajo la forma del trabajo del sastre, como bajo la forma del trabajo del tejedor, se despliega fuerza
humana de trabajo. Ambas actividades revisten, por tanto, la propiedad general de ser trabajo humano,
y por consiguiente, en determinados casos, como por ejemplo en la producción de valor, sólo se las
puede enfocar desde este punto de vista. Todo esto no tiene nada de misterioso. Pero al llegar a la
expresión de valor de la mercancía, la cosa se invierte. Para expresar, por ejemplo, que el tejer no crea
el valor del lienzo en su forma concreta de actividad textil, sino en su modalidad general de trabajo
humano, se le compara con el trabajo del sastre, con el trabajo concreto que produce el equivalente del
lienzo, como forma tangible de realización del trabajo humano abstracto.
Es decir, que la segunda característica de la forma equivalencial es que el trabajo concreto se
convierte aquí en forma o manifestación de su antítesis, o sea, del trabajo humano abstracto.
Pero, considerado como simple expresión del trabajo humano en general, este trabajo concreto, el
trabajo del sastre, reviste formas de igualdad con otro trabajo, con el trabajo encerrado en el lienzo, y
es por tanto, aunque trabajo privado, como cuantos producen mercancías, trabajo en forma
directamente social. He aquí por qué se traduce en un producto susceptible de ser directamente
cambiado por otra mercancía. Por tanto, la tercera característica de la forma equivalencial es que en
ella el trabajo privado reviste la forma de su antítesis, o sea, del trabajo en forma directamente social.
Estas dos últimas características de la forma equivalencial se nos presentarán todavía con mayor
claridad si nos remontamos al gran pensador que primero analizó la forma del valor, como tantas otras
formas del pensamiento, de la sociedad y de la naturaleza. Nos referimos a Aristóteles.
Ante todo, Aristóteles dice claramente que la forma–dinero de la mercancía no hace más que
desarrollar la forma simple del valor, o lo que es lo mismo, la expresión del valor de una mercancía en
otra cualquiera. He aquí sus palabras:
“5 lechos = 1 casa”
{“Khívai révre avri oixías”)
“ no se distingue” de
“5 lechos = tanto o cuánto dinero”
(“Khívai révre avri ... ooov ai révre xhívai”)
Aristóteles advierte, además, que la relación de valor en que esta expresión de valor se contiene es,
a su vez, una relación condicionada, pues la casa se equipara cualitativamente a los lechos, y si no
mediase alguna igualdad sustancial, estos objetos corporalmente distintos no podrían relacionarse
entre sí como magnitudes conmensurables. “El cambio –dice Aristóteles– no podría existir sin la
igualdad, ni ésta sin la conmensurabilidad”. Mas al llegar aquí, se detiene y renuncia a seguir
analizando la forma del valor. “Pero en rigor –añade– es imposible que objetos tan distintos sean
conmensurables”, es decir, cualitativamente iguales. Esta equiparación tiene que ser necesariamente
algo ajeno a la verdadera naturaleza de las cosas, y por tanto un simple “recurso para salir del paso ante
las necesidades de la práctica”.
El propio Aristóteles nos dice, pues, en qué tropieza al llevar adelante su análisis: tropieza en la
carencia de un concepto del valor. ¿Dónde está lo igual, la sustancia común que representa la casa respecto
a los lechos, en la expresión de valor de éstos? Semejante sustancia “no puede existir, en rigor”,
dice Aristóteles. ¿Por qué?
La casa representa respecto a los lechos un algo igual en la medida en que representa aquello que hay
realmente de igual en ambos objetos, a saber: trabajo humano.
Aristóteles no podía descifrar por si mismo, analizando la forma del valor, el hecho de que en la
forma de los valores de las mercancías todos los trabajos se expresan como trabajo humano igual, y
por tanto como equivalentes, porque la sociedad griega estaba basada en el trabajo de los esclavos y
tenía, por tanto, como base natural la desigualdad entre los hombres y sus fuerzas de trabajo. El
secreto de la expresión de valor, la igualdad y equiparación de valor de todos los trabajos, en cuanto
son y por el hecho de ser todos ellos trabajo humano en general, sólo podía ser descubierto a partir del
momento en que la idea de la igualdad humana poseyese ya la firmeza de un prejuicio popular. Y para
esto era necesario llegar a una sociedad como la actual, en que la forma–mercancía es la forma general
que revisten los productos del trabajo, en que, por tanto, la relación social preponderante es la relación
de unos hombres con otros como poseedores de mercancías. Lo que acredita precisamente el genio de
Aristóteles es el haber descubierto en la expresión de valor de las mercancías una relación de
igualdad. Fue la limitación histórica de la sociedad de su tiempo, la que le impidió desentrañar en qué
consistía. “en rigor”, esta relación de igualdad.
4. La forma simple del valor, vista en conjunto
La forma simple del valor de una mercancía va implícita en su relación de valor con una mercancía
distinta o en la relación de cambio con ésta. El valor de la mercancía A se expresa cualitativamente en
la posibilidad de cambiar directamente la mercancía B por la mercancía A. Cuantitativamente, se
expresa mediante la posibilidad de cambiar una cantidad determinada de la mercancía B por una
determinada cantidad de la mercancía A. 0, dicho en otros términos: el valor de una mercancía se
expresa independientemente al representársela como “valor de cambio”. Al comienzo de este capítulo
decíamos, siguiendo el lenguaje tradicional: la mercancía es valor de uso y valor de cambio. En rigor,
esta afirmación es falsa. La mercancía es valor de uso, objeto útil, y “valor”. A partir del momento en
que su valor reviste una forma propia de manifestarse, distinta de su forma natural, la mercancía revela
este doble aspecto suyo, pero no reviste jamás aquella forma si la contemplamos aisladamente: para
ello, hemos de situarla en una relación de valor o cambio con otra mercancía. Sabiendo esto, aquel
modo de expresarse no nos moverá a error y, aunque sea falso, puede usarse en gracia a la brevedad.
Nuestro análisis ha demostrado que la forma del valor o la expresión del valor de la mercancía
brota de la propia naturaleza del valor de ésta, y no al revés, el valor y la magnitud del valor de su
modalidad de expresión como valor de cambio. Así se les antoja, en efecto, no sólo a los mercantilistas
y a sus modernos admiradores, tales como Ferrier, Ganilh, etc.,24 sino también a sus antípodas, esos
modernos viajantes de comercio del librecambio que son Bastiat y consortes. Los mercantilistas hacen
especial hincapié en el aspecto cualitativo de la expresión del valor y, por tanto, en la forma
equivalencial de la mercancía, que tiene en el dinero su definitiva configuración; por el contrario, los
modernos buhoneros del librecambio, dispuestos a dar su mercancía a cualquier precio con tal de
deshacerse de ella, insisten en el aspecto cuantitativo de la forma relativa del valor. Es decir, que para
ellos la mercancía no tiene valor ni magnitud del valor fuera de la expresión que reviste en la relación
de cambio, o lo que es lo mismo, en los boletines diarios de cotización de los precios. El escocés
MacLeod, esforzándose por cumplir su cometido, que es sacar el mayor brillo posible de erudición a
las ideas archiconfusas de Lombardstreet, nos brinda la síntesis más perfecta de los mercantilistas
supersticiosos y los viajantes ilustrados del librecambio.
Analizando de cerca la expresión de valor de la mercancía A, tal como se contiene en su relación de
valor con la mercancía B, veíamos que, dentro de esta relación, la forma natural de la mercancía A sólo
interesaba en cuanto cristalización de valor de uso; la forma natural de la mercancía B, en cambio, sólo
en cuanto forma o cristalización de valor. Por tanto, la antítesis interna de valor de uso y valor que se
alberga en la mercancía toma cuerpo en una antítesis externa, es decir en la relación entre dos
mercancías, de las cuales la una, aquella cuyo valor trata de expresarse, sólo interesa directamente
como valor de uso, mientras que la otra, aquella en que se expresa el valor, interesa sólo directamente
como valor de cambio. La forma simple del valor de una mercancía es, por tanto, la forma simple en
que se manifiesta la antítesis de valor de uso y de valor encerrada en ella.
El producto del trabajo es objeto de uso en todos los tipos de sociedad; sólo en una época
históricamente dada de progreso, aquella que ve en el trabajo invertido para producir un objeto de uso
una propiedad “materializada” de este objeto, o sea su valor, se convierte el producto del trabajo en
mercancía. De aquí se desprende que la forma simple del valor de la mercancía es al propio tiempo la
forma simple de mercancía del producto del trabajo; que, por tanto, el desarrollo de la forma de la
mercancía coincide con el desarrollo de la forma del valor.
A primera vista, se descubre ya cuán insuficiente es la forma simple del valor, esta forma germinal,
que tiene que pasar por una serie de metamorfosis antes de llegar a convertirse en la forma precio.
Su expresión en una mercancía cualquiera, en la mercancía B, no hace más que diferenciar el valor
de la mercancía A de su propio valor de uso; no hace, por tanto, más que ponerla en una relación de
cambio con una clase cualquiera de mercancías distinta de aquélla, en vez de acusar su igualdad
cualitativa y su proporcionalidad cuantitativa con todas las demás mercancías. A la forma simple y
relativa del valor de una mercancía corresponde la forma concreta equivalencial de otra. Así por
ejemplo, en la expresión relativa del valor del lienzo, la levita sólo cobra forma de equivalente o forma
de cambiabilidad directa con relación a esta clase especial de mercancía: el lienzo.
Sin embargo, la forma simple de valor se remonta por sí misma a formas más complicadas. Por
medio de esta forma, el valor de una mercancía, de la mercancía A, sólo puede expresarse, indudablemente,
en una mercancía de otro género. Cuál sea el género de esta otra mercancía, si levitas, hierro,
trigo, etc., no hace al caso.
Por consiguiente, según que aquella mercancía se encuadre en una relación de valor con esta o la
otra clase de mercancías, tendremos distintas expresiones simples de valor de la misma mercancía.25 El
número de posibles expresiones de valor de una mercancía no tropieza con más limitación que la del
número de clases de mercancías distintas de ella que existan. Su expresión simple de valor se convierte,
por tanto, en una serie constantemente ampliable de diversas expresiones simples de valor.
B. FORMA TOTAL 0 DESARROLLADA DEL VALOR
z mercancía A = u mercancía B, o = v mercancía C,
o = w mercancía D, o = x mercancía E, etc.
(20 varas de lienzo = 1 levita, o = 10 libras de té, o = 40 libras de café, o = 1 quarter de trigo, o = 2
onzas de oro, o = 1/2 tonelada de hierro, etc.)
1. La forma relativa de valor desarrollada
El valor de una mercancía, del lienzo por ejemplo, se expresa ahora en otros elementos
innumerables del mundo de las mercancías.26 Aquí es donde se ve verdaderamente cómo este valor no
es, más que la cristalización de trabajo humano indistinto. En efecto, el trabajo creador de valor se
representa ahora explícitamente como un trabajo equiparable a todo otro trabajo humano cualquiera
que sea la forma natural que revista, ya se materialice, por tanto, en levitas o en trigo, en hierro o en
oro, etc. Como se ve, su forma de valor pone ahora al lienzo en relación, no ya con una determinada
clase de mercancías, sino con el mundo de las mercancías en general. Considerado como mercancía, el
lienzo adquiere carta de ciudadanía dentro de este mundo. Al mismo tiempo, la serie infinita de sus
expresiones indica que al valor de las mercancías le es indiferente la forma específica de valor de uso
que pueda revestir.
En la primera forma, o sea: 20 varas de lienzo = 1 levita, el que estas dos mercancías sean
susceptibles de cambiarse en una determinada proporción cuantitativa puede ser un hecho puramente
casual. En la segunda forma se vislumbra ya, por el contrario, enseguida, la existencia de un
fundamento sustancialmente distinto de la manifestación casual y que la preside y determina. El valor
del lienzo es siempre el mismo, ya se exprese en levitas, en café, en hierro, etc., es decir en
innumerables mercancías distintas, pertenecientes a los más diversos poseedores. El carácter casual de
la relación entre dos poseedores individuales de mercancías ha desaparecido. Ahora, es evidente que la
magnitud de valor de la mercancía no se regula por el cambio, sino que, al revés, éste se halla regulado
por la magnitud de valor de la mercancía.
2. La forma equivalencial concreta
Toda mercancía, levita, té, trigo, hierro, etc., desempeña, en la expresión de valor de lienzo, el
papel de equivalente, y por tanto de materialización del valor. Ahora, la forma natural concreta de
cada una de estas mercancías es una forma equivalencial dada, al lado de muchas otras. Y lo mismo
ocurre con las diversas clases de trabajo útil, concreto, determinado, que se contienen en las diversas
mercancías materiales: sólo interesan como otras tantas formas específicas de realización o
manifestación del trabajo humano en general.
3. Defectos de la forma total o desarrollada del valor
En primer lugar, la expresión relativa del valor de la mercancía es siempre incompleta, pues la serie
en que toma cuerpo no se acaba nunca. La cadena en que cada ecuación de valor se articula con las
otras puede alargarse constantemente, empalmándose a ella nuevas y nuevas clases de mercancías, que
suministran los materiales para nuevas y nuevas expresiones de valor. En segundo lugar, ante nosotros
se despliega un mosaico abigarrado de expresiones de valor dispares y distintas. Y, finalmente, si el
valor relativo de toda mercancía sé expresa, como necesariamente tiene que expresarse, en esta forma
desarrollada, la forma relativa del valor de cada mercancía se representa por una serie infinita de
expresiones de valor distintas de la forma relativa de valor de cualquier otra mercancía. Los defectos
de la forma relativa del valor desarrollada se reflejan, a su vez, en la correspondiente forma
equivalencial. Como aquí la forma natural de cada clase concreta de mercancías es una forma
equivalencial determinada al lado de otras innumerables, sólo existen formas equivalenciales
restringidas, cada una de las cuales excluye a las demás. Y lo mismo ocurre con la clase de trabajo útil,
concreto, determinado, que se contiene en cada equivalente especial de mercancías: sólo es una forma
especial, y por tanto incompleta, del trabajo humano. Claro está que éste tiene su forma total o
completa de manifestarse en el conjunto de todas aquellas formas específicas, pero no posee una forma
única y completa en que se nos revele.
Sin embargo, la forma relativa del valor desarrollada sólo consiste en una suma de expresiones o
igualdades relativas y simples de valor de la primera forma, tales como:
20 varas de lienzo = 1 levita,
20 varas de lienzo = 10 libras de té, etc.
Pero a su vez, cada una de estas ecuaciones encierra, volviéndola del revés, otra ecuación idéntica,
a saber:
1 levita =20 varas de lienzo,
10 libras de té = 20 varas de lienzo, etc.
En efecto, si una persona cambia su lienzo por muchas otras mercancías, expresando por tanto el
valor de aquélla en toda una serie de mercancías distintas, es lógico que todos los demás poseedores de
mercancías cambien éstas por lienzo y que, por tanto, expresen en la misma tercera mercancía, en
lienzo, el valor de todas las suyas, por diversas que ellas sean. Por consiguiente, si invertimos la serie:
20 varas de lienzo = 1 levita, o = 10 libras de té, etc., es decir, si expresamos la relación invertida que
se contiene ya lógicamente en esa serie, llegamos al siguiente resultado:
C. FORMA GENERAL DEL VALOR
1 levita =
10 libras té =
40 libras café =
1 quarter trigo = 20 varas lienzo.
2 onzas oro =
1/2 tonelada hierro =
x mercancía A =
etc. mercancía =
1. Nuevo carácter de la forma del valor
En primer lugar, las mercancías acusan ahora sus valores de un modo simple, ya que lo expresan en
una sola mercancía, y en segundo lugar, lo acusan de un modo único, pues lo acusan todas en la misma
mercancía. Su forma de valor es simple y común a todas; es, por tanto, general.
Las formas I y II sólo conseguían expresar el valor de una mercancía como algo distinto de su
propio valor de uso o de su materialidad corpórea de mercancía.
La primera forma traducíase en ecuaciones de valor tales como: 1 levita = 20 varas de lienzo, 10
libras de té = 1/2 tonelada de hierro, etc. En estas ecuaciones, el valor de la levita se expresa como algo
igual al lienzo, el valor del té como algo igual al hierro, etc. Pero lo igual al lienzo y lo igual al hierro,
expresiones de valor de la levita y el té, respectivamente, son cosas tan distintas entre sí como el lienzo
y el hierro mismos, Evidentemente, esta forma sólo se presentaba con un carácter práctico en tiempos
muy primitivos, cuando los productos del trabajo se transformaban en mercancías por medio de actos
de cambio eventuales y episódicos.
La segunda forma distingue más radicalmente que la primera el valor de una mercancía de su
propio valor de uso, pues el valor de la levita, por ejemplo, se enfrenta aquí con su forma natural bajo
todas las formas posibles, como algo igual al lienzo, al hierro, al té, etc., es decir, como algo igual a
todas las mercancías, con la sola excepción de la propia levita. Pero, por otra parte, esta forma excluye
directamente toda expresión común de valor de las mercancías, pues en la expresión de valor de cada
una de éstas, las demás se reducen todas a la forma de equivalentes. La forma desarrollada del valor
empieza a presentarse en la realidad a partir del momento en que un producto del trabajo, el ganado por
ejemplo, se cambia, pero no como algo extraordinario, sino habitualmente, por otras diversas
mercancías.
Esta forma nueva a que nos estamos refiriendo, expresa los valores del mundo de las mercancías en
una sola clase de mercancías destacada de entre ellas, por ejemplo el lienzo, de tal modo que los
valores de todas las mercancías se acusan por su relación con ésta. Ahora, tal valor de cada mercancía,
considerada como algo igual al lienzo, no sólo se distingue de su propio valor de uso, sino de todo
valor de uso en general, que es precisamente lo que le permite expresarse como aquello que tiene de
común con todas las mercancías. Esta forma es, pues, la que relaciona y enlaza realmente a todas las
mercancías como valores, la que hace que se manifiesten como valores de cambio las unas respecto a
las otras.
Las dos formas anteriores expresaban el valor de una determinada mercancía, la primera en una
mercancía concreta distinta de ella, la segunda en una serie de diversas mercancías. Tanto en uno como
en otro caso era, por decirlo así, incumbencia privativa de cada mercancía el darse una forma de valor,
cometido suyo, que realizaba sin la cooperación de las demás mercancías; éstas limitábanse a desempeñar
respecto a ella el papel puramente pasivo de equivalentes. No ocurre así con la forma general de
valor, que brota por obra común del mundo todo de las mercancías. Una mercancía sólo puede cobrar
expresión general de valor sí al propio tiempo las demás expresan todas su valor en el mismo
equivalente, y cada nueva clase de mercancías que aparece tiene necesariamente que seguir el mismo
camino. Esto revela que la materialización del valor de las mercancías, por ser la mera “existencia
social” de estos objetos, sólo puede expresarse mediante su relación social con todos los demás; que
por tanto su forma de valor, ha de ser, necesariamente, una forma que rija socialmente.
Bajo la forma de algo igual al lienzo, todas las mercancías se nos revelan ahora, no sólo como
factores cualitativamente iguales, como valores en general, sino también como magnitudes de valor
cuantitativamente comparables entre sí. Al reflejar sus magnitudes de valor en el mismo material, en el
lienzo, estas magnitudes de valor se reflejan también recíprocamente las unas a las otras. Así, por
ejemplo, si 10 libras de té = 20 varas de lienzo y 40 libras de café = 20 varas de lienzo, 10 libras de té =
40 libras de café. Con lo cual decimos que 1 libra de café sólo encierra 1/4 de sustancia de valor, de
trabajo, que 1 libra de té.
La forma relativa general de valor del mundo de las mercancías imprime a la mercancía destacada
por ellas como equivalente, al lienzo, el carácter de equivalente general. Su forma natural propia es la
configuración de valor común a todo este mundo de mercancías, y ello es lo que permite que el lienzo
pueda ser directamente cambiado por cualquier otra mercancía. La forma corpórea del lienzo es considerada
como encarnación visible, como el ropaje general que reviste dentro de la sociedad todo el
trabajo humano. El trabajo textil, o sea, el trabajo privado que produce el lienzo, se halla enlazado al
mismo tiempo en una forma social de carácter general, en una forma de igualdad, con todos los demás
trabajos. Las innumerables ecuaciones que integran la forma general del valor van equiparando por
turno el trabajo realizado en el lienzo a cada uno de los trabajos contenidos en las demás mercancías,
convirtiendo así el trabajo textil en forma general de manifestación del trabajo humano, cualquiera que
él sea. De este modo, el trabajo materializado en el valor de las mercancías no se representa tan sólo de
un modo negativo, como trabajo en que se hace abstracción de todas las formas concretas y cualidades
útiles de los trabajos reales, sino que con ello ponemos de relieve, además, de un modo expreso, su
propio carácter positivo. Lo que hacemos es reducir todos los trabajos reales al carácter de trabajo
humano común a todos ellos, a la inversión de fuerza humana de trabajo.
La forma general del valor, forma que presenta los productos del trabajo como simples
cristalizaciones de trabajo humano indistinto; demuestra por su propia estructura que es la expresión
social del mundo de las mercancías. Y revela al mismo tiempo que, dentro de este mundo, es el carácter
general y humano del trabajo el que forma su carácter específicamente social.
2. Relación entre el desarrollo de la forma relativa del valor y el de la forma equivalente
Al grado de desarrollo de la forma relativa del valor corresponde el grado de desarrollo de la forma
equivalencial. Pero hay que tener muy buen cuidado en advertir que el desarrollo de la forma equivalencial
no es más que la expresión y el resultado del desarrollo de la forma relativa del valor.
La forma relativa simple o aislada del valor de una mercancía convierte a otra mercancía en
equivalente individual suyo. La forma desarrollada del valor relativo, expresión del valor de una
mercancía en todas las demás, imprime a éstas la forma de diversos equivalentes concretos. Por último,
una forma especial de mercancías reviste forma de equivalente general cuando todas las demás la
convierten en material de su forma única y general de valor.
Pero en el mismo grado en que se desarrolla la forma del valor en general, se desarrolla también la
antítesis entre sus dos polos, entre la forma relativa del valor y la forma equivalencial.
Esta antítesis se contiene ya en la primera forma, en la de 20 varas de lienzo = 1 levita, pero sin
plasmar aún. Según que esta ecuación se lea hacia adelante o hacía atrás, cada una de las mercancías
que forman sus términos, el lienzo y la levita, ocupa el lugar de la forma relativa del valor o el de la
forma equivalencial. Aquí resulta difícil todavía fijar los dos polos antitéticos.
En la forma II, sólo una de las clases de mercancías puede desarrollar íntegramente su valor
relativo, sólo ella posee en sí misma la forma relativa de valor desarrollada, ya que todas las demás
revisten respecto a ella forma de equivalentes. Aquí, ya no cabe invertir los términos de la expresión de
valor –v gr. 20 varas de lienzo = 1 levita, o = 10 libras de té, o = 1 quarter de trigo, etc.– sin cambiar
todo su carácter, transformándola de forma total en forma general del valor.
Finalmente, la última forma, la forma III, imprime al mundo de las mercancías la forma relativa
general–social del valor, ya que todas las mercancías que lo componen, excepción hecha de una sola,
quedan al margen de la forma de equivalente general. Es una sola mercancía, el lienzo, la que reviste,
por tanto, la forma de objeto directamente permutable por todos los demás, la que presenta forma
directamente social, puesto que las demás se hallan todas imposibilitadas para hacerlo.27
A su vez, la mercancía que figura como equivalente general se halla excluida de la forma relativa
única y por tanto general del valor del mundo de las mercancías. Si el lienzo, es decir la mercancía que
reviste forma de equivalente general, pudiese compartir además la forma relativa general del valor,
tendría forzosamente que hacer de equivalente para consigo misma. Y así, llegaríamos a la fórmula de
20 varas de lienzo = 20 varas de lienzo, perogrullada que no expresaría ni valor ni magnitud de valor.
Para expresar el valor relativo del equivalente general, no tenemos más remedio que volver los ojos a
la forma III. El equivalente general no participa de la forma relativa del valor de las demás mercancías,
sino que su valor se expresa de un modo relativo en la serie infinita de todas las demás mercancías
materiales. Por donde la forma relativa desarrollada del valor o forma II, se presenta aquí como forma
relativa específica del valor de la mercancía que hace funciones de equivalente.
3. Tránsito de la forma general del valor a la forma dinero
La forma de equivalente general es una forma del valor en abstracto. Puede, por tanto, recaer sobre
cualquier mercancía. Por otra parte, una mercancía sólo ocupa el puesto que corresponde a la forma de
equivalente general (forma III) siempre y cuando que todas las demás mercancías la apartasen de su
seno como equivalente. Hasta el momento en que esta operación no se concreta definitivamente en una
clase determinada y específica de mercancías no adquiere firmeza objetiva ni vigencia general dentro
de la sociedad la forma única y relativa de valor del mundo de las mercancías.
Ahora bien, la clase específica de mercancías a cuya forma natural se incorpora socialmente la
forma de equivalente, es la que se convierte en mercancía –dinero o funciona como dinero. Esta
mercancía tiene como función social específica, y por tanto como monopolio social dentro del mundo
de las mercancías, el desempeñar el papel de equivalente general. Este puesto privilegiado fue
conquistado históricamente por una determinada mercancía, que figura entre aquellas que en la forma
II desfilan como equivalentes especiales del lienzo y que en la forma III expresan conjuntamente en
éste su valor relativo: el oro. Así pues, con sólo sustituir en la forma III el lienzo por oro, obtendremos
la fórmula siguiente:
D. FORMA DINERO
20 varas lienzo =
1 levita =
10 libras té =
40 libras café = 12 onzas oro.
1 quarter trigo =
1/2 tonelada hierro =
x mercancía =
El paso de la forma I a la forma II y el de ésta a la forma III, entraña cambios sustanciales. Por el
contrario, la forma IV no se distingue de la forma III sino en que aquí es el oro el que viene a sustituir
al lienzo en su papel de forma de equivalente general. En la forma IV, el oro desempeña la función de
equivalente general que, en la forma III, correspondía al lienzo. El progreso consiste pura y
simplemente en que ahora la forma de cambiabilidad directa y general, o sea la forma de equivalente
general, se adhiere definitivamente, por la fuerza de la costumbre social, a la forma natural específica
de la mercancía oro.
Sí el oro se enfrenta con las demás mercancías en función de dinero es, sencillamente, porque ya
antes se enfrentaba con ellas en función de mercancía. Al igual que todas las demás mercancías, el oro
funcionaba respecto a éstas como equivalente: unas veces como equivalente aislado, en actos sueltos
de cambio, otras veces como equivalente concreto, a la par de otras mercancías también equivalentes.
Poco a poco, el oro va adquiriendo, en proporciones más o menos extensas, la función de equivalente
general. Tan pronto como conquista el monopolio de estas funciones en la expresión de valor del
mundo de las mercancías, el oro se convierte en la mercancía dinero, y es entonces, a partir del
momento en que se ha convertido ya en mercancía dinero, cuando la forma IV se distingue de la forma
III, o lo que es lo mismo, cuando la forma general del valor se convierte en la forma dinero.
La expresión simple y relativa del valor de una mercancía, por ejemplo del lienzo, en aquella otra
mercancía que funciona ya como mercancía dinero, v. gr. en oro, es la forma precio. Por tanto, la
“forma precio” del lienzo será:
20 varas lienzo = 2 onzas oro,
o bien, suponiendo que las 2 onzas oro, traducidas al lenguaje monetario, se denominen 2 libras
esterlinas,
20 varas lienzo = 2 libras esterlinas.
La dificultad que encierra el concepto de la forma dinero se limita a comprender lo que es la forma
de equivalente general, o sea la forma general de valor pura y simple, la forma III. Esta, a su vez, se
reduce por reversión a la forma II, a la forma desarrollada de valor, cuyo elemento constitutivo es la
forma I, o sea, 20 varas lienzo = 1 levita o x mercancía A = z mercancía B. El germen de la forma
dinero se encierra ya, por tanto, en la forma simple de la mercancía.
El fetichismo de la mercancía, y su secreto
A primera vista, parece como si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero,
analizándolas, vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios
teológicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra nada de misterioso, dando lo
mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del
hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como producto del trabajo humano. Es evidente que la
actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma, para servirse de ellas. La forma
de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo
madera, sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como
mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus
patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza
de madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto la mesa
rompiese a bailar por su propio impulso.28
Como vemos, el carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso. Pero tampoco brota
del contenido de sus determinaciones de valor. En primer lugar, porque por mucho que difieran los
trabajos útiles o actividades productivas, es una verdad fisiológica incontrovertible que todas esas
actividades son funciones del organismo humano y que cada una de ellas, cualesquiera que sean su
contenido y su forma, representa un gasto esencial de cerebro humano, de nervios, músculos, sentidos,
etc. En segundo lugar, por lo que se refiere a la magnitud de valor y a lo que sirve para determinarla, o
sea, la duración en el tiempo de aquel gasto o la cantidad de trabajo invertido, es evidente que la
cantidad se distingue incluso mediante los sentidos de la calidad del trabajo. El tiempo de trabajo
necesario para producir sus medios de vida tuvo que interesar por fuerza al hombre en todas las épocas,
aunque no le interesase por igual en las diversas fases de su evolución.29 Finalmente, tan pronto como
los hombres trabajan los unos para los otros, de cualquier modo que lo hagan, su trabajo cobra una
forma social.
¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo, tan pronto
como reviste forma de mercancía? Procede, evidentemente, de esta misma forma. En las mercancías, la
igualdad de los trabajos humanos asume la forma material de una objetivación igual de valor de los
productos del trabajo, el grado en que se gaste la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su
duración, reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo, y, finalmente, las
relaciones entre unos y otros productores, relaciones en que se traduce la función social de sus trabajos,
cobran la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo.
El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que
proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de
los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la
relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación
social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores. Este quid pro quo es lo que
convierte a los productos de trabajo en mercancía, en objetos físicamente metafísicos o en objetos
sociales. Es algo así como lo que sucede con la sensación luminosa de un objeto en el nervio visual,
que parece como si no fuese una excitación subjetiva del nervio de la vista, sino la forma material de
un objeto situado fuera del ojo. Y, sin embargo, en este caso hay realmente un objeto, la cosa exterior,
que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojo. Es una relación física entre objetos físicos. En cambio,
la forma mercancía y la relación de valor de los productos del trabajo en que esa forma cobra cuerpo,
no tiene absolutamente nada que ver con su carácter físico ni con las relaciones materiales que de este
carácter se derivan. Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasmagórica de una
relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los
mismos hombres. Por eso, si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos que
remontarnos a las regiones nebulosas del mundo de la religión, donde los productos de la mente
humana semejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente, y relacionados entre sí y
con los hombres. Así acontece en el mundo de las mercancías con los productos de la mano del
hombre. A esto es a lo que yo llamo el fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan
pronto como se crean en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este modo de
producción.
Este carácter fetichista del mundo de las mercancías responde, como lo ha puesto ya de manifiesto
el análisis anterior, al carácter social genuino y peculiar del trabajo productor de mercancías.
Si los objetos útiles adoptan la forma de mercancías es, pura y simplemente, porque son productos
de trabajos privados independientes los unos de los otros. El conjunto de estos trabajos privados forma
el trabajo colectivo de la sociedad. Como los productores entran en contacto social al cambiar entre sí
los productos de su trabajo, es natural que el carácter específicamente social de sus trabajos privados
sólo resalte dentro de este intercambio. También podríamos decir que los trabajos privados sólo
funcionan como eslabones del trabajo colectivo de la sociedad por medio de las relaciones que el
cambio establece entre los productos del trabajo y, a través de ellos, entre los productores. Por eso, ante
éstos, las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos privados aparecen como lo que son;
es decir, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como
relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas.
Es en el acto de cambio donde los productos del trabajo cobran una materialidad de valor
socialmente igual e independiente de su múltiple y diversa materialidad física de objetos útiles. Este
desdoblamiento del producto del trabajo en objeto útil y materialización de valor sólo se presenta
prácticamente allí donde el cambio adquiere la extensión e importancia suficientes para que se
produzcan objetos útiles con vistas al cambio, donde, por tanto, el carácter de valor de los objetos se
acusa ya en el momento de ser producidos. A partir de este instante, los trabajos privados de los
productores asumen, de hecho, un doble carácter social. De una parte, considerados como trabajos
útiles concretos, tienen necesariamente que satisfacer una determinada necesidad social y encajar, por
tanto, dentro del trabajo colectivo de la sociedad, dentro del sistema elemental de la división social del
trabajo. Mas, por otra parte, sólo serán aptos para satisfacer las múltiples necesidades de sus propios
productores en la medida en que cada uno de esos trabajos privados y útiles concretos sea susceptible
de ser cambiado por cualquier otro trabajo privado útil, o lo que es lo mismo, en la medida en que
represente un equivalente suyo. Para encontrar la igualdad toto coelo(13) de diversos trabajos, hay que
hacer forzosamente abstracción de su desigualdad real, reducirlos al carácter común a todos ellos
como desgaste de fuerza humana de trabajo, como trabajo humano abstracto. El cerebro de los
productores privados se limita a reflejar este doble carácter social de sus trabajos privados en aquellas
formas que revela en la práctica el mercado, el cambio de productos: el carácter socialmente útil de sus
trabajos privados, bajo la forma de que el producto del trabajo ha de ser útil, y útil para otros; el
carácter social de la igualdad de los distintos trabajos, bajo la forma del carácter de valor común a
todos esos objetos materialmente diversos que son los productos del trabajo.
Por tanto, los hombres no relacionan entre sí los productos de su trabajo como valores porque estos
objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un trabajo humano igual. Es al revés. Al
equiparar unos con otros en el cambio, como valores, sus diversos productos, lo que hacen es equiparar
entre sí sus diversos trabajos, como modalidades de trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.30 Por
tanto, el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Lejos de ello, convierte a todos los productos del
trabajo en jeroglíficos sociales. Luego, vienen los hombres y se esfuerzan por descifrar el sentido de
estos jeroglíficos, por descubrir el secreto de su propio producto social, pues es evidente que el
concebir los objetos útiles como valores es obra social suya, ni más ni menos que el lenguaje. El
descubrimiento científico tardío de que los productos del trabajo, considerados como valores, no son
más que expresiones materiales del trabajo humano invertido en su producción, es un descubrimiento
que hace época en la historia del progreso humano, pero que no disipa ni mucho menos la sombra
material que acompaña al carácter social del trabajo. Y lo que sólo tiene razón de ser en esta forma
concreta de producción, en la producción de mercancías, a saber: que el carácter específicamente social
de los trabajos privados independientes los unos de los otros reside en lo que tienen de igual como
modalidades que son de trabajo humano, revistiendo la forma del carácter de valor de los productos del
trabajo, sigue siendo para los espíritus cautivos en las redes de la producción de mercancías, aun
después de hecho aquel descubrimiento, algo tan perenne y definitivo como la tesis de que la
descomposición científica del aire en sus elementos deja intangible la forma del aire como forma física
material.
Lo que ante todo interesa prácticamente a los que cambian unos productos por otros, es saber
cuántos productos ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué proporciones se cambiarán
unos productos por otros. Tan pronto como estas proporciones cobran, por la fuerza de la costumbre,
cierta fijeza, parece como si brotasen de la propia naturaleza inherente a los productos del trabajo;
como si, por ejemplo, 1 tonelada de hierro encerrase el mismo valor que 2 onzas de oro, del mismo
modo que 1 libra de oro y 1 libra de hierro encierran un peso igual, no obstante sus distintas
propiedades físicas y químicas. En realidad, el carácter de valor de los productos del trabajo sólo se
consolida al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian constantemente, sin que en ello
intervengan la voluntad, el conocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes se realiza el
cambio. Su propio movimiento social cobra a sus ojos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo
control están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y hace falta que la producción de mercancías se
desarrolle en toda su integridad, para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que
los trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros, aunque guarden entre sí
y en todos sus aspectos una relación de mutua interdependencia, como eslabones elementales que son
de la división social del trabajo, pueden reducirse constantemente a su grado de proporción social,
porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se impone
siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, al
modo como se impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa encima.31 La determinación
de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto que se esconde detrás de las
oscilaciones aparentes de los valores relativos de las mercancías. El descubrimiento de este secreto
destruye la apariencia de la determinación puramente casual de las magnitudes de valor de los
productos del trabajo, pero no destruye, ni mucho menos, su forma material.
La reflexión acerca de las formas de la vida humana, incluyendo por tanto el análisis científico de
ésta, sigue en general un camino opuesto al curso real de las cosas. Comienza post festum y arranca,
por tanto, de los resultados preestablecidos del proceso histórico. Las formas que convierten a los
productos del trabajo en mercancías y que, como es natural, presuponen la circulación de éstas, poseen
ya la firmeza de formas naturales de la vida social antes de que los hombres se esfuercen por
explicarse, no el carácter histórico de estas formas, que consideran ya algo inmutable, sino su
contenido. Así se comprende que fuese simplemente el análisis de los precios de las mercancías lo que
llevó a los hombres a investigar la determinación de la magnitud del valor, y la expresión colectiva en
dinero de las mercancías lo que les movió a fijar su carácter valorativo. Pero esta forma acabada del
mundo de las mercancías –la forma dinero –, lejos de revelar el carácter social de los trabajos privados
y, por tanto, las relaciones sociales entre los productores privados, lo que hace es encubrirlas. Si digo
que la levita, las botas, etc., se refieren al lienzo como a la materialización general de trabajo humano
abstracto, enseguida salta a la vista lo absurdo de este modo de expresarse. Y sin embargo, cuando los
productores de levitas, botas, etc., refieren estas mercancías al lienzo –o al oro y la plata, que para el
caso es lo mismo – como equivalente general, refieren sus trabajos privados al trabajo social colectivo
bajo la misma forma absurda y disparatada.
Estas formas son precisamente las que constituyen las categorías de la economía burguesa. Son
formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las condiciones de
producción de este régimen social de producción históricamente dado que es la producción de
mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que
nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como
los desplazamos a otras formas de producción.
Y ya que la economía política gusta tanto de las robinsonadas,32 observemos ante todo a Robinson
en su isla. Pese a su innata sobriedad, Robinson tiene forzosamente que satisfacer toda una serie de
necesidades que se le presentan, y esto le obliga a ejecutar diversos trabajos útiles: fabrica
herramientas, construye muebles, domestica llamas, pesca, caza etc. Y no hablamos del rezar y de otras
cosas por el estilo, pues nuestro Robinson se divierte con ello y considera esas tareas como un goce. A
pesar de toda la diversidad de sus funciones productivas, él sabe que no son más que diversas formas o
modalidades del mismo Robinson, es decir, diversas manifestaciones de trabajo humano. El mismo
agobio en que vive le obliga a distribuir minuciosamente el tiempo entre sus diversas funciones. El que
unas ocupan más sitio y otras menos, dentro de su actividad total, depende de las dificultades mayores
o menores que tiene que vencer para alcanzar el resultado útil apetecido. La experiencia se lo enseña
así, y nuestro Robinson que ha logrado salvar del naufragio reloj, libro de cuentas, tinta y pluma, se
apresura, como buen inglés, a contabilizar su vida. En su inventario figura una relación de los objetos
útiles que posee, de las diversas operaciones que reclama su producción y finalmente del tiempo de
trabajo que exige, por término medio, la elaboración de determinadas cantidades de estos diversos
productos. Tan claras y tan sencillas son las relaciones que median entre Robinson y los objetos que
forman su riqueza, riqueza salida de sus propias manos, que hasta un señor M. Wirth podría
comprenderlas sin estrujar mucho el caletre. Y, sin embargo, en esas relaciones se contienen ya todos
los factores sustanciales del valor.
Trasladémonos ahora de la luminosa isla de Robinson a la tenebrosa Edad Media europea. Aquí, el
hombre independiente ha desaparecido; todo el mundo vive sojuzgado: siervos y señores de la gleba,
vasallos y señores feudales, seglares y eclesiásticos. La sujeción personal caracteriza, en esta época, así
las condiciones sociales de la producción material como las relaciones de vida cimentadas sobre ella.
Pero, precisamente por tratarse de una sociedad basada en los vínculos personales de sujeción, no es
necesario que los trabajos y los productos revistan en ella una forma fantástica distinta de su realidad.
Aquí, los trabajos y los productos se incorporan al engranaje social como servicios y prestaciones. Lo
que constituye la forma directamente social del trabajo es la forma natural de éste, su carácter concreto,
y no su carácter general, como en el régimen de producción de mercancías. El trabajo del vasallo se
mide por el tiempo, ni más ni menos que el trabajo productivo de mercancías, pero el siervo sabe
perfectamente que es una determinada cantidad de su fuerza personal de trabajo la que invierte al
servicio de su señor. El diezmo abonado al clérigo es harto más claro que las bendiciones de éste. Por
tanto, cualquiera que sea el juicio que nos merezcan los papeles que aquí representan unos hombres
frente a otros, el hecho es que las relaciones sociales de las personas en sus trabajos se revelan como
relaciones personales suyas, sin disfrazarse de relaciones sociales entre las cosas, entre los productos
de su trabajo.
Para estudiar el trabajo común, es decir, directamente socializado, no necesitamos remontarnos a la
forma primitiva del trabajo colectivo que se alza en los umbrales históricos de todos los pueblos
civilizados.33 La industria rural y patriarcal de una familia campesina, de esas que producen trigo,
ganado, hilados, lienzo, prendas de vestir, etc., para sus propias necesidades, nos brinda un ejemplo
mucho más al alcance de la mano. Todos esos artículos producidos por ella representan para la familia
otros tantos productos de su trabajo familiar, pero no guardan entre sí relación de mercancías. Los
diversos trabajos que engendran estos productos, la agricultura y la ganadería, el hilar, el tejer y el
cortar, etc., son, por su forma natural, funciones sociales, puesto que son funciones de una familia en
cuyo seno reina una división propia y elemental del trabajo, ni mas ni menos que en la producción de
mercancías. Las diferencias de sexo y edad y las condiciones naturales del trabajo, que cambian al
cambiar las estaciones del año, regulan la distribución de esas funciones dentro de la familia y el
tiempo que los individuos que la componen han de trabajar. Pero aquí, el gasto de las fuerzas
individuales de trabajo, graduado por su duración en el tiempo, reviste la forma lógica y natural de un
trabajo determinado socialmente, ya que en este régimen las fuerzas individuales de trabajo sólo actúan
de por sí corno órganos de la fuerza colectiva de trabajo de la familia.
Finalmente, imaginémonos, para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios
colectivos de producción y que desplieguen sus numerosas fuerzas individuales de trabajo, con plena
conciencia de lo que hacen, como una gran fuerza de trabajo social. En esta sociedad se repetirán todas
las normas que presiden el trabajo de un Robinson, pero con carácter social y no individual. Los
productos de Robinson eran todos producto personal y exclusivo suyo, y por tanto objetos directamente
destinados a su uso. El producto colectivo de la asociación a que nos referimos es un producto social.
Una parte de este producto vuelve a prestar servicio bajo la forma de medios de producción. Sigue
siendo social. Otra parte es consumida por los individuos asociados, bajo forma de medios de vida.
Debe, por tanto, ser distribuida. El carácter de esta distribución variará según el carácter especial del
propio organismo social de producción y con arreglo al nivel histórico de los productores. Partiremos,
sin embargo, aunque sólo sea a título de paralelo con el régimen de producción de mercancías, del
supuesto de que la participación asignada a cada productor en los medios de vida depende de su tiempo
de trabajo. En estas condiciones, el tiempo de trabajo representaría, como se ve, una doble función. Su
distribución con arreglo a un plan social servirá para regular la proporción adecuada entre las diversas
funciones del trabajo y las distintas necesidades. De otra parte y simultáneamente, el tiempo de trabajo
serviría para graduar la parte individual del productor en el trabajo colectivo y, por tanto, en la parte
del producto también colectivo destinada al consumo. Como se ve, aquí las relaciones sociales de los
hombres con su trabajo y los productos de su trabajo son perfectamente claras y sencillas, tanto en lo
tocante a la producción como en lo que se refiere a la distribución.
Para una sociedad de productores de mercancías, cuyo régimen social de producción consiste en
comportarse respecto a sus productos como mercancías, es decir como valores, y en relacionar sus
trabajos privados, revestidos de esta forma material, como modalidades del mismo trabajo humano, la
forma de religión más adecuada es, indudablemente, el cristianismo, con su culto del hombre abstracto,
sobre todo en su modalidad burguesa, bajo la forma de protestantismo, deísmo, etc. En los sistemas de
producción de la antigua Asia y de otros países de la Antigüedad, la transformación del producto en
mercancía, y por tanto la existencia del hombre como productor de mercancías, desempeña un papel
secundario, aunque va cobrando un relieve cada vez más acusado a medida que aquellas comunidades
se acercan a su fase de muerte. Sólo enquistados en los intersticios del mundo antiguo, como los dioses
de Epicuro o los judíos en los poros de la sociedad polaca, nos encontramos con verdaderos pueblos
comerciales. Aquellos antiguos organismos sociales de producción son extraordinariamente más
sencillos y más claros que el mundo burgués, pero se basan, bien en el carácter rudimentario del
hombre ideal, que aún no se ha desprendido del cordón umbilical de su enlace natural con otros seres
de la misma especie, bien en un régimen directo de señorío y esclavitud. Están condicionados por un
bajo nivel de progreso de las fuerzas productivas del trabajo y por la natural falta de desarrollo del
hombre dentro de su proceso material de producción de vida, y, por tanto, de unos hombres con otros y
frente a la naturaleza. Esta timidez real se refleja de un modo ideal en las religiones naturales y
populares de los antiguos. El reflejo religioso del mundo real sólo podrá desaparecer para siempre
cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones
claras y racionales entre si y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida, o lo que es
lo mismo, del proceso material de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso
sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional. Mas, para
ello, la sociedad necesitará contar con una base material o con una serie de condiciones materiales de
existencia, que son, a su vez, fruto natural de una larga y penosa evolución.
La economía política ha analizado, indudablemente, aunque de un modo imperfecto,34 el concepto
del valor y su magnitud, descubriendo el contenido que se escondía bajo estas formas. Pero no se le ha
ocurrido preguntarse siquiera por qué este contenido reviste aquella forma, es decir, por qué el trabajo
toma cuerpo en el valor y por qué la medida del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la
magnitud de valor del producto del trabajo.35 Trátase de fórmulas que llevan estampado en la frente su
estigma de fórmulas propias de un régimen de sociedad en que es el proceso de producción el que
manda sobre el hombre, y no éste sobre el proceso de producción; pero la conciencia burguesa de esa
sociedad las considera como algo necesario por naturaleza, lógico y evidente como el propio trabajo
productivo. Por eso, para ella, las formas preburguesas del organismo social de producción son algo así
como lo que para los padres de la Iglesia, v. gr., las religiones anteriores a Cristo.36
Hasta qué punto el fetichismo adherido al mundo de las mercancías, o sea la apariencia material de
las condiciones sociales del trabajo, empaña la mirada de no pocos economistas, lo prueba entre otras
cosas esa aburrida y necia discusión acerca del papel de la naturaleza en la formación del valor de
cambio. El valor de cambio no es más que una determinada manera social de expresar el trabajo
invertido en un objeto y no puede, por tanto, contener materia alguna natural, como no puede
contenerla, v. gr., la cotización cambiaria.
La forma mercancía es la forma más general y rudimentaria de la producción burguesa, razón por
la cual aparece en la escena histórica muy pronto, aunque no con el carácter predominante y peculiar
que hoy día tiene; por eso su fetichismo parece relativamente fácil de analizar. Pero al asumir formas
mas concretas, se borra hasta esta apariencia de sencillez. ¿De dónde provienen las ilusiones del
sistema monetario? El sistema monetario no veía en el oro y la plata, considerados como dinero,
manifestaciones de un régimen social de producción, sino objetos naturales dotados de virtudes
sociales maravillosas. Y los economistas modernos, que miran tan por encima del hombro al sistema
monetario ¿no caen también, ostensiblemente, en el vicio del fetichismo, tan pronto corno tratan del
capital? ¿Acaso hace tanto tiempo que se ha desvanecido la ilusión fisiocrática de que la renta del
suelo brotaba de la tierra, y no de la sociedad?
Pero no nos adelantemos y limitémonos a poner aquí un ejemplo referente a la propia forma de las
mercancías. Si éstas pudiesen hablar, dirían: es posible que nuestro valor de uso interese al hombre,
pero el valor de uso no es atributo material nuestro. Lo inherente a nosotras, como tales cosas, es
nuestro valor. Nuestras propias relaciones de mercancías lo demuestran. Nosotras sólo nos
relacionamos las unas con las otras como valores de cambio. Oigamos ahora cómo habla el economista,
leyendo en el alma de la mercancía: el valor (valor de cambio) es un atributo de las cosas, la riqueza
(valor de uso) un atributo del hombre. El valor, considerado en este sentido, implica necesariamente el
cambio; la riqueza, no.37 “La riqueza (valor de uso) es atributo del hombre; el valor, atributo de las
mercancías. Un hombre o una sociedad son ricos; una perla o un diamante son valiosos... Una perla o
un diamante encierran valor como tal perla o diamante.”38 Hasta hoy, ningún químico ha logrado
descubrir valor de cambio en el diamante o en la perla. Sin embargo, los descubridores económicos de
esta sustancia química, jactándose de su gran sagacidad crítica, entienden que el valor de uso de las
cosas es independiente de sus cualidades materiales y, en cambio, su valor inherente a ellas. Y en esta
opinión los confirma la peregrina circunstancia de que el hombre realiza el valor de uso de las cosas sin
cambio, en un plano de relaciones directas con ellas, mientras que el valor sólo se realiza mediante el
cambio, es decir, en un proceso social. Oyendo esto, se acuerda uno de aquel buen Dogberry, cuando le
decía a Seacoal, el sereno: “La traza y la figura las dan las circunstancias, pero el saber leer y escribir
es un don de la naturaleza.”39
Notas al pie del Cap. I
1 Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política. Berlín, 1859, p. 3.
2 "Apetencia implica necesidad; es el apetito del espíritu, tan natural en éste corno el hambre en el cuerpo ... La mayoría (de
las cosas) tiene un valor por el hecho de satisfacer las necesidades del espíritu" (Nicolás Barbon, A Discourse on coining
the new money lighter, ín answer to Mr. Locke Considorations, etc. Londres, 1696, pp. 2, 3. (1)
3 "Las cosas tienen una virtud interna (Vertue es, en Barbon, el término específico para designar el valor de uso), virtud que
es siempre y en todas partes la misma, al modo como la del imán de atraer el hierro." (Barbon, A Discourse on coining the
new money lighter, p. 6.) Sin embargo, la propiedad del imán de atraer el hierro no fue útil hasta que por medio de ella se
descubrió la polaridad magnética
4 "El valor natural (natural worth) de todo objeto consiste en su capacidad para satisfacer las necesidades elementales de la
vida humana o para servir a la comodidad del hombre" (John Locke, Some Considerations on the Consequences of the
lowering of interest (2). 1691, en Works, ed. Londres, 1777, vol. II, p. 28). En los escritores ingleses del siglo XVII es
corriente encontrarse todavía con dos términos distintos para designar el valor de uso y el valor de cambio, que son los de
"worth" y “value” “respectivamente, como cuadra al espíritu de una lengua que gusta de expresar la idea directa con un
término germánico y la idea refleja con un término latino.
5 En la sociedad burguesa, reina la fictio juris (3) de que todo comprador de mercancías posee conocimientos
enciclopédicos acerca de éstas.
6 "El valor consiste en la proporción en que se cambia un objeto por otro. una determinada cantidad de un producto por una
determinada cantidad de otro” (Le Trosne. De l´intéret social. Physiocrates (4), ed. Daire, París, 1846, p. 889).
7 “Nada puede encerrar un valor de cambio intrínseco” (N. Barbon, A Discourse on coining the new money lighter, p. 6. 0,
como dice Butler:
The value of a thing
Is just as much as it will bring. (6)
8 “One sort of wares are as good as another, if the value be equal. There is no difference or distinction in things of equal
value . .”Y Barbon continua: “...100 libras esterlinas de plomo o de hierro tienen exactamente el mismo valor de cambio
que 100 libras esterlinas de plata o de oro." ("One hundred pounds worth of lead or iron, is of as great a value as one
hundred pounds worth of silver and gold.") A Discourse on coining the new money lighter, pp. 53 y 7.
9 Nota a la 2° edici6n. "The value of them (the necessaries of life) when they are exchanged the one for another, is
regulated by the quantity of labour necessarily required and commonly taken in producing them" (Some Thoughts on the
Interest of Money in general. and particularly in the Public Funds, etc., Londres. p. 36). Esta notable obra anónima del
siglo pasado no lleva fecha de publicación. Sin embargo, de su contenido se deduce que debió de ver la luz bajo el reinado
de Jorge II, hacia los años 1739 ó 1740.
10 "Los productos del mismo trabajo forman un todo, en rigor, una sola masa, cuyo precio se determina de un modo general
y sin atender a las circunstancias del caso concreto." (Le Trosne, De l’Interet Social, p. 983.)
11 Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política, p. 6.
12 Nota a la 4°ed. He añadido lo que aparece entre paréntesis para evitar el error, bastante frecuente, de los que creen que
Marx considera mercancía, sin más, todo producto consumido por otro que no sea el propio productor. –F. E.
13 Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía, pp. 12, 13 y ss
14 “Los fenómenos del universo, ya los provoque la mano del hombre, ya se hallen regidos por las leyes generales de la
naturaleza, no representan nunca una verdadera creación de la nada, sino una simple transformación de la materia. Cuando
el espíritu humano analiza la idea de la reproducción, se encuentra siempre, constantemente, como únicos de uso, si bien el
autor, en esta su polémica contra los fisíócratas, no sabe él mismo a ciencia cierta a qué clase elementos. con las
operaciones de asociación y disociación; exactamente lo mismo acontece con la reproducción del valor (valore, valor de
uso, si bien el autor, en esta su polémica contra los fisiócratas, no sabe él mismo a ciencia cierta a qué clase de valor se
refiere) y de la riqueza, cuando la tierra, el aire y el agua se transforman en trigo sobre el campo o cuando, bajo la mano del
hombre, la secreción viscosa de un insecto se convierte en seda o unas cuantas piezas de metal se ensamblan para formar un
reloj de repetición" (Pietro Verri. Meditazíoni sulla Economía Política, obra impresa por vez primera en 1773, Economistas
italianos, ed. Custodi, Parte Moderna, vol. XV, p. 22.)
15 Ver Hegel, Philosophie des Rechts, Berlín, 1840, p. 250 f 190.
16 Advierta el lector que aquí no nos referimos al salario o valor abonado al obrero por un día de trabajo, supongamos, sino
al valor de las mercancías en que su jornada de trabajo se traduce. En esta primera fase de nuestro estudio, es como sí la
categoría del salario no existiese.
17 Nota a la 2° ed. Para probar "que el trabajo es la única medida definitiva y real por la que puede apreciarse y compararse
en todos los tiempos y en todos los lugares el valor de todas las mercancías", dice A. Smith: "Cantidades iguales de trabajo
poseen siempre el mismo valor para el obrero, en todos los tiempos y en todos los lugares. En su estado normal de salud,
fuerza y diligencia y supuesto en él el grado medio de destreza, el obrero tiene que sacrificar siempre la misma cantidad de
descanso, libertad y dicha." (Wealth of Nations, t. I, cap. 5 [ed. E. G.]. Wakefield. Londres, 1836. t. I, pp 104, s.). De una
parte. A. Smith confunde aquí (aunque no siempre) la determinación del valor por la cantidad de trabajo invertida en la
producción de la mercancía con la determinación de los valores de las mercancías por el valor del trabajo, pretendiendo por
tanto demostrar que a cantidades iguales de trabajo corresponde siempre un valor igual. De otra parte, presiente que el
trabajo, en cuanto materializado en el valor de las mercancías, sólo interesa como gasto de fuerza de trabajo, pero vuelve a
concebir este acto simplemente como un sacrificio del descanso, la libertad y la dicha del obrero, y no como una función
normal de vida. Claro está que, al decir esto, se refiere al obrero asalariado moderno. Mucho más acertado anda el precursor
anónimo de A. Smith citado en la p. 44 n. 9, cuando dice: “Una persona invierte una semana en producir un objeto útil ... Si
otra le da a cambio de él otro objeto, no dispondría de medida mejor para apreciar la verdadera equivalencia entre los dos
objetos que calcular cuál de los que posee le ha costado el mismo trabajo (labour) y el mismo tiempo. Lo cual quiere decir,
en realidad, que el trabajo que una persona ha empleado en su producto durante un determinado período de tiempo se
cambia por el trabajo que la otra ha invertido en otro objeto durante un período de tiempo igual." (Some Thoughts on the
Interest of money etc., p. 39.) (Nota a la 4° ed. El idioma inglés tiene la ventaja de poseer dos términos distintos para
designar estos dos aspectos distintos del trabajo. El trabajo que crea valores de uso y se determina cualitativamente recibe el
nombre de work, para distinguirlo del trabajo que crea valor y sólo se mide cuantitativamente, al que se da el nombre de
labour. Véase nota a la edición inglesa, p. 14.–F. E.)
18 Los pocos economistas que, como S. Bailey, se han ocupado de analizar la forma del valor, no han conseguido llegar a
ningún resultado positivo; en primer lugar, porque confunden la forma del valor con el valor, y en segundo lugar porque,
influidos burdamente por el criterio del burgués práctico, se limitan desde el primer momento a enfocar exclusivamente la
determinabilidad cuantitativa del valor. “La posibilidad de disponer de una cantidad... es lo que constituye el valor”
(Money and its Vicissitudes. Londres, 1837, p. 11. Autor, S. Bailey).
19 Nota a la 2° ed. Uno de los primeros economistas que comprendió, después de William Petty, la naturaleza del valor, el
famoso Franklin, dice: “Puesto que el comercio no es sino el cambio de unos trabajos por otros, como más exactamente se
determinará el valor de todos los objetos será tasándolos en trabajo”. (The Works of B. Franklin, etc., ed. Sparks, Boston,
1836, vol. II, p. 267.) Franklin no se da cuenta de que, al tasar en “trabajo” el valor de todos los objetos, hace abstracción
de la diversidad de los trabajos que se cambian, reduciéndolos a un trabajo humano igual. No se da cuenta de ello, pero lo
dice. Primero, habla de “unos trabajos”, luego de “otros” y por último de “Trabajo” en general, como sustancia del valor de
todos los objetos.
20 Al hombre le ocurre en cierto modo lo mismo que a las mercancías. Como no viene al mundo provisto de un espejo ni
proclamando filosóficamente, como Fichte: “yo soy yo”, sólo se refleja, de primera intención, en un semejante. Para
referirse a sí mismo como hombre, el hombre Pedro tiene que empezar refiriéndose al hombre Pablo como a su igual. Y al
hacerlo así, el tal Pablo es para él, con pelos y señales, en su corporeidad paulina, la forma o manifestación que reviste el
género hombre.
21 Empleamos aquí la palabra “valor”, como ya hemos hecho más arriba alguna que otra vez, en la acepción de valor
cuantitativamente determinado, o sea, como sinónimo de magnitud de valor.
22 Nota a la 2° ed. Esta incongruencia entre la magnitud del valor y su expresión relativa ha sido explotada por la economía
vulgar con la perspicacia a que nos tiene acostumbrados. Por ejemplo: “Conceded tan sólo que A disminuye al aumentar B,
objeto por el que aquél se cambia, aunque el trabajo invertido en A sea el mismo, y vuestro principio general de valor se
derrumbará... Con sólo reconocer que por el mero hecho de que el valor de A experimente un aumento relativo respecto a B
el valor de B disminuye relativamente respecto a A, se desmorona el fundamento en que Ricardo basa toda su tesis de que
el valor de una mercancía depende siempre de la cantidad de trabajo materializado en ella. Pues, si al cambiar el costo de A
no sólo cambia su propio valor en relación a B, o sea, el objeto por el que se cambia, sino que varía también relativamente
el valor de B respecto al de A, a pesar de no operarse el menor cambio en la cantidad de trabajo necesario para la
producción de B, no sólo se viene a tierra la doctrina que asegura que el valor de un artículo se regula por la cantidad de
trabajo invertida en él, sino también la doctrina de que es el costo de producción de un artículo lo que regula su valor” (J.
Broadhurst, Treatise on Political Economy, Londres, 1834. páginas 11 y 14).
El señor Broadhurst podría decir, con igual razón: Contemplemos los quebrados 10/20, 10/50, 10/100, etc. El 20 50 100
numerador 10 permanece invariable, y sin embargo, su magnitud proporcional, o sea su magnitud con relación a los
denominadores 20, 50, 100, disminuye constantemente. Esto echa por tierra el gran principio de que la magnitud de un
número entero, por ejemplo 10, se “regula” por el número de unidades que contiene.
23 Con estas determinaciones por efecto reflejo ocurre siempre una cosa curiosa. Tal hombre es, por ejemplo, rey porque
otros hombres se comportan respecto a él como súbditos. Pero ellos, a su vez creen ser súbditos porque el otro es rey.
24 Nota a la 2° ed. F.D.A. Ferrier (subinspector de aduanas). Du Gouvernement consideré dans ses rapports avec le
commerce, París, 1805, y Charles Ganilh, Des Systemes de l’économie politique, 2° ed. París, 1821.
25 Nota a la 2° ed. En Homero, por ejemplo, el valor de un objeto aparece expresado en una serie de objetos distintos.
26 Por eso se habla del valor del lienzo en levitas, cuando su valor se representa en estas prendas, de su valor en trigo,
cuando se representa en trigo, etc. Estas expresiones indican que es su valor el que toma cuerpo en los valores de uso levita,
trigo, etc.
“El valor de toda mercancía expresa su proporción en el cambio; por eso podemos referirnos a él como a su. . . valor en
trigo o en paño, según la mercancía con que lo comparemos; y por eso existen mil valores diversos, tantos como mercancías,
valores todos ellos que tienen, por consiguiente, tanto de reales como de imaginarios.” ("A Critical Dissertation on
the Nature, Measure and Causes of Value: chiefly in reference to the writings of Mr. Ricardo and his followers.” By the
Author of "Essays on the Formation etc. of Opinions”, Londres, 1825, p. 39). S. Bailey, autor de esta obra anónima, que en
su tiempo levantó una gran polvareda en Inglaterra, cree haber descubierto todas las determinaciones conceptuales del valor
con apuntar a las diversas y abigarradas expresiones relativas del valor de una misma mercancía. Por lo demás, la irritación
con que hubo de atacarle la escuela ricardiana, por ejemplo en la Westminster Review es prueba de que, pese a sus propias
limitaciones, este autor llegó a tocar algunos puntos vulnerables de la teoría ricardiana.
27 La forma de objeto general directamente permutable no presenta al exterior ningún signo en que se revele la forma
antitética de mercancía que en él se encierra, forma tan es del carácter negativo del otro polo. Cabría, por tanto, pensar que
a todas las mercancías se puede imprimir a la vez el sello de objetos directamente permutables, del mismo modo que cabría
pensar que todos los católicos pueden convertirse en papas. Para el pequeño burgués, que ve en la producción de
mercancías el non plus ultra de la libertad humana y de la independencia individual, seria muy grato, naturalmente, ver
remediados los abusos que lleva consigo esta forma, entre ellos y muy principalmente el de la imposibilidad de que, todos
los objetos sean directamente cambiables. A pintar esta utopía de filisteo se reduce el socialismo de Proudhon, que como
hube de demostrar en otro lugar no puede presumir ni siquiera de originalidad, ya que tal socialismo fue desarrollado
mucho antes de venir él, y bastante mejor, por Gray, Bray y otros. Lo cual no obsta para que esa sabiduría haga hoy
verdaderos estragos entre ciertas gentes, bajo el nombre de “ciencia”. Jamás ninguna escuela ha prodigado la palabra
“ciencia” más a troche y moche que la proudhoniana, pues sabido es que
“a falta de ideas,
se sale del paso con una palabreja”.
28 Recuérdese cómo China y las mesas rompieron a bailar cuando todo el resto del mundo parecía estar tranquilo...
pour encourager les autres. (12)
29 Nota a la 2° ed. Los antiguos germanos calculaban las dimensiones de una yugada de tierra por el trabajo de un día,
razón por la cual daban a la fanega el nombre de Tagwek (o Tagwanne) (jurnale o jurnalis, terra jurnalis, jurnalis o
diornalis, en latín), Mannwerk, Mannshraft, Mannsmahd, Mannshauet, etc. Véase Jorge Luis von Maurer, Einleitung zur
Geschichte der Mark–, Hof–, ustv, Verfassung, Munich, 1854, pp. 128 s.
30 Nota a la 2° ed. Por tanto, cuando Galiani dice que el valor es una relación entre personas (“la ricchezza é una
ragione tra due persone”), debería añadir: disfrazada bajo una envoltura material (Galiani, Della Moneta, p. 220, t. III de la
Colección “Scrittori Classic Italiani di Economía Política”, dirigida por Custodi. Parte Moderna. Milán, 1803).
31 “¿Qué pensar de una ley que sólo puede imponerse a través de revoluciones periódicas? Trátase, en efecto, de una
ley natural basada en la inconsciencia de los interesados”. (Federico Engels, “Apuntes para una crítica de la economía
política”, en Deutsch–Franzosische Jahrbücher, dirigidos por Arnold Ruge y Carlos Marx, París, 1844.)
32 Nota a la 2° ed. Tampoco en Ricardo falta la consabida estampa robinsoniana. “Al pescador y al cazador primitivos
nos los describe inmediatamente cambiando su pescado y su caza como poseedores de mercancías, con arreglo a la proporción
del tiempo de trabajo materializado en estos valores de cambio, E incurre en el anacronismo de presentar a su cazador
y pescador primitivos calculando el valor de sus instrumentos de trabajo sobre las tablas de anualidades que solían utilizarse
en 1817 en la Bolsa de Londres. Los 'paralelogramos del señor Owen' parecen ser la única forma de sociedad que este autor
conoce, fuera de la burguesa.” (Carlos Marx, Contribución a la crítica, etc., pp. 38 y 39.)
33 Nota a la 2° ed. “Es un prejuicio ridículo, extendido en estos últimos tiempos, el de que la forma de la propiedad
colectiva natural sea una forma específicamente eslava, más aún, exclusivamente rusa. Es la forma primitiva que encontramos,
como puede demostrarse, entre los romanos, los germanos y los celtas, y todavía hoy los indios nos podrían ofrecer
todo un mapa con múltiples muestras de esta forma de propiedad, aunque en estado ruinoso algunas de ellas. Un estudio
minucioso de las formas asiáticas, y especialmente de las formas indias de propiedad colectiva, demostraría cómo de las
distintas formas de la propiedad colectiva natural se derivan distintas formas de disolución de este régimen. Así por
ejemplo, los diversos tipos originales de propiedad privada romana y germánica tienen su raíz en diversas formas de la
propiedad colectiva india”. (Carlos Marx, Contribución a la crítica, etc., p. 10.)
34 Cuán insuficiente es el análisis que traza Ricardo de la magnitud del valor –y el suyo es el menos malo – lo veremos
en los libros tercero y cuarto de esta obra. Por lo que se refiere al valor en general, la economía política clásica no distingue
jamás expresamente y con clara conciencia de lo que hace el trabajo materializado en el valor y el que toma cuerpo en el
valor de uso de su producto. De hecho, traza, naturalmente, la distinción, puesto que en un caso considera el trabajo
cuantitativamente y en otro caso desde un punto de vista cualitativo. Pero no se le ocurre pensar que la simple diferencia
cuantitativa de varios trabajos presupone su unidad o igualdad cualitativa, y por tanto, su reducción a trabajo humano abstracto.
Ricardo, por ejemplo, se muestra de acuerdo con Destutt de Tracy, cuando dice: “Siendo evidente que no tenemos
más riqueza originaria que nuestras capacidades físicas y espirituales, el uso de estas capacidades, una cierta especie de trabajo,
constituye nuestro tesoro originario; este uso es el que crea todas las cosas a que damos el nombre de riquezas...
Además, es evidente que todas esas cosas no representan más que el trabajo que las ha creado, y si poseen un valor, o
incluso dos valores distintos, es gracias al del (al valor del) trabajo de que brotan.” ([Destutt de Tracy, Eléments
d'ideologie IV y V partes, París, 1826, pp. 35 y 36]. Véase Ricardo, The Principles of Political Economy, 3° ed., Londres,
1821, p. 334.) Advertimos de pasada que Ricardo atribuye a Destutt un sentido profundo que es ajeno a él. Es cierto que
Destutt dice, de una parte, que todas aquellas cosas que forman la riqueza “representan el trabajo que las ha creado”, pero
por otra parte dice que obtienen sus “dos valores distintos” (el valor de uso y el valor de cambio) del “valor del trabajo”.
Cae por tanto en la simpleza de la economía vulgar, al presuponer el valor de una mercancía (aquí, el trabajo) para luego
determinar, partiendo de él, el valor de las demás. Ricardo le interpreta en el sentido de que tanto el valor de uso como el
valor de cambio representan trabajo (trabajo y no valor de éste). Pero ni él mismo distingue el doble carácter del trabajo,
representado de ese doble modo, como lo demuestra el que en todo el capítulo titulado “El valor y la riqueza, sus
características distintivas”, no hace más que darle vueltas, fatigosamente, a las vulgaridades de un J. B. Say. Por eso, al
terminar, se muestra completamente asombrado de que Destutt esté de acuerdo con él acerca del trabajo como fuente del
valor, entendiéndose al mismo tiempo con Say al definir el concepto de éste.
35 Uno de los defectos fundamentales de la economía política clásica es el no haber conseguido jamás desentrañar del
análisis de la mercancía, y más especialmente del valor de ésta, la forma del valor que lo convierte en valor de cambio.
Precisamente en la persona de sus mejores representantes, como Adam Smith y Ricardo, estudia la forma del valor como
algo perfectamente indiferente o exterior a la propia naturaleza de la mercancía. La razón de esto no está solamente en que
el análisis de la magnitud del valor absorbe por completo su atención. La causa es más honda. La forma de valor que reviste
el producto del trabajo es la forma más abstracta y, al mismo tiempo, la más general del régimen burgués de producción,
caracterizado así corno una modalidad específica de producción social y a la par, y por ello mismo, como una modalidad
histórica. Por tanto, quien vea en ella la forma natural eterna de la producción social, pasará por alto necesariamente lo que
hay de específico en la forma del valor y, por consiguiente, en la forma mercancía, 'que, al desarrollarse, conduce a la forma
dinero, a la forma capital, etc.' He aquí por qué aun en economistas que coinciden totalmente en reconocer el tiempo de
trabajo como medida de la magnitud del valor nos encontramos con las ideas más variadas y contradictorias acerca del
dinero, es decir, acerca de la forma definitiva en que se plasma el equivalente general. Así lo revelan, por ejemplo, de un
modo palmario, los estudios acerca de los Bancos, donde no bastan esas definiciones del dinero hechas de lugares comunes.
De aquí que surgiese, por antítesis, un sistema mercantilista restaurado (Ganith, etc.), que no ve en el valor más que la
forma social, o más bien su simple apariencia, desnuda de toda sustancia. Y, para decirlo de una vez por todas, advertiré
que yo entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde W. Petty, investiga la concatenación interna del
régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe más que hurgar en las concatenaciones
aparentes, cuidándose tan sólo de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y
mascando hasta convertirlos en papilla para el uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por la economía
científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como
verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su
mundo, corno el mejor de los mundos posibles.
36 “Los economistas tienen un modo curioso de proceder. Para ellos, no hay más que dos clases de instituciones: las
artificiales y las naturales. Las instituciones del feudalismo son instituciones artificiales; las de la burguesía, naturales. En
esto se parecen a los teólogos, que clasifican también las religiones en dos categorías. Toda religión que no sea la suya
propia, es invención humana: la suya, en cambio, revelación divina. Así, habrá podido existir una historia, pero ésta termina
al llegar a nuestros días.” (Carlos Marx, Misére de la Philosophie. Reponse á la philosophie de la Misére par M. Proudhon,
1847, p. 113). Hombre verdaderamente divertido es el señor Bastiat, quien se figura que los antiguos griegos y romanos
sólo vivían del robo. Mas, para poder vivir del robo durante tantos siglos, tiene que existir por fuerza, constantemente, algo
que pueda robarse, o reproducirse incesantemente el objeto del robo. Es de creer, pues, que los griegos y los romanos
tendrían también un proceso de producción, y, por tanto, una economía, en que residiría la base material de su mundo, ni
más ni menos que en la economía burguesa reside la base del mundo actual. ¿0 es que Bastiat piensa, acaso, que un régimen
de producción basado en el trabajo de los esclavos es un régimen de producción erigido sobre el robo como sistema? Sí lo
piensa así, se situará en un terreno peligroso. Y sí un gigante del pensamiento como Aristóteles se equivocaba al enjuiciar el
trabajo de los esclavos, ¿por qué no ha de equivocarse también al enjuiciar el trabajo asalariado un pigmeo de la economía
como Bastiat? Aprovecharé la ocasión para contestar brevemente a una objeción que se me hizo por un periódico alemán de
Norteamérica al publicarse, en 1859, mi obra Contribución a la crítica de la economía política. Este periódico decía que mi
tesis según la cual el régimen de producción vigente en una época dada y las relaciones de producción propias de este
régimen, en una palabra “la estructura económica de la sociedad, es la base real sobre la que se alza la supraestructura
jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social” y de que “el régimen de producción
de la vida material condiciona todo el proceso de la vida social, política y espiritual” era indudablemente exacta respecto al
mundo moderno, en que predominan los intereses materiales, pero no podía ser aplicada a la Edad Media, en que reinaba el
catolicismo, ni a Atenas y Roma, donde imperaba la política. En primer lugar, resulta peregrino que haya todavía quien
piense que todos esos tópicos vulgarísimos que corren por ahí acerca de la Edad Media y del mundo antiguo son ignorados
de nadie. Es indudable que ni la Edad Media pudo vivir del catolicismo ni el mundo antiguo de la política. Lejos de ello, lo
que explica por qué en una era fundamental la política y en la otra el catolicismo es precisamente el modo como una y otra
se ganaban la vida. Por lo demás, no hace falta ser muy versado en la historia de la república romana para saber que su
historia secreta la forma la historia de la propiedad territorial. Ya Don Quijote pagó caro el error de creer que la caballería
andante era una institución compatible con todas las formas económicas de la sociedad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)