viernes, 11 de marzo de 2011

Empezanso por casa (La Republica )

EMPEZANDO POR CASA

Por Emilio Cafassi |*|
 feb. 2011
Estas primeras líneas tendrán un sesgo algo reiterativo aunque conciso,
de algunas cuestiones ya sugeridas en este espacio y también expuestas
en un atractivo debate público más o menos reciente con dirigentes e
intelectuales frenteamplistas en el Paraninfo de la Universidad. El
propósito es asumir una autoconciencia crítica de algunos presupuestos
teóricos e hipótesis personales, exponiéndolos, a fin de no inducir al
lector a ambigüedades o equívocos sobre algunas conclusiones
provisionales y futuras precisiones.

Parto del postulado según el cual, ni las relaciones de fuerza entre las
clases sociales uruguayas, ni las inclinaciones programáticas e
ideológicas mayoritarias de la única fuerza política transformadora con
inserción y peso en la sociedad y las organizaciones de la sociedad
civil, permiten una ruptura en el corto o mediano plazo de las formas de
institucionalidad jurídica de la propiedad de la riqueza natural (v.g.
la tierra) o de infraestructura productiva (v.g. fábricas, talleres y
medios de producción industriales en general). En modo alguno desconozco
la existencia de una izquierda ya centrifugada, hoy extrafrentista, cuya
capacidad de lucha, perseverancia y honestidad personal de sus
integrantes me merece no sólo respeto y admiración sino además un
particular afecto ya que varios amigos sintonizan esta frecuencia
crítica (aunque lamento su carácter en ocasiones insultante). Pero la
dispersión y el sectarismo, unidos a la insignificancia de los
resultados electorales del único partido que logró presentarse por fuera
desde la izquierda, no sólo confirman la aseveración precedente, sino
que revelan la miopía política de continuar por ese rumbo dogmático y
simplista. Sería muy deseable que en algún momento pudiera volver a
entablarse un diálogo con esos compañeros y participar de acciones
puntuales en común, ya que es el trabajo de base el que permite
construir instrumentos de transformación.

El actual debate reflejado mediáticamente respecto a potenciales cambios
de la política tributaria evidentemente reafirma esta conjetura sobre el
Estado de las relaciones de fuerza. Cualquiera sea la desembocadura
práctica, se estarán cambiando sólo algunas magnitudes porcentuales de
la economía, al tiempo que se reafirma con ello la naturaleza esencial
de las relaciones sociales de producción. Uruguay es un momento más, del
giro mayoritario aunque desigualmente progresista sudamericano en curso,
con sus particularidades, fortalezas y debilidades. Sin embargo, esto no
debería desanimar o desmovilizar en absoluto a los ciudadanos más
radicales, los verdaderamente socialistas, a falta de una mejor
denominación aún con las deformaciones y contradictoria polisemia que
este significante ha sufrido. Hay un enorme potencial de alternativas
reformistas a explorar y ejecutar, incluyendo formas de propiedad social
o eventualmente mixta y un conjunto de garantías de vida y contrapesos
(como los subsidios, pensiones, servicios gratuitos, etc.) a la barbarie
capitalista y su irrefrenable avasallamiento de la dignidad humana, la
igualdad y fraternidad, para referirnos sólo a la dimensión económica.
Tal vez pueda concebirse como un "mientras tanto" transformador que
devuelva aunque sea algo de lo expropiado a los desposeídos y
desplazados, a los verdaderos productores de la riqueza, lo cual
requiere inventiva, apego programático y memoria de su trayectoria y
raíces. Pero no es éste el debate específico que quiero plantear en este
artículo.

El Frente Amplio no ideó nada nuevo, ni aún en su momento de mayor
radicalización programática (por ejemplo en el programa del ´71). Todos
y cada uno de sus puntos formaban parte de un vasto acervo político,
elaborado intelectualmente antes por generaciones de izquierdistas del
mundo y en muchos aspectos llevado a la práctica en algunas experiencias
históricas contadas. Pero inventó algo mucho más importante aún que un
buen programa, que constituye su verdadero legado a la experiencia
universal de construcción de herramientas políticas para las
emancipaciones humanas: la unidad en la amplia diversidad y el apego a
las normas y disposiciones propias y del Estado, que permitieron
mitigar, al menos en parte, el oportunismo pragmático, la tentación de
los atajos y el descontrol del personalismo, reforzando de ese modo los
lazos con las diversas organizaciones de base. El Frente reinventó un
modo de ser de izquierda, de trazar fronteras políticas claras entre la
transformación y la defensa del statu quo, demostró a la postre eficacia
en la disputa electoral y acumulación de poder político en el marco
institucional de la república representativa burguesa. De allí que la
segunda hipótesis fuerte es que la gran transformación del Uruguay en el
corto plazo sea fundamentalmente política, o más provocativamente aún,
que antes que una revolución social es esperable y deseable, una
revolución política. Al menos si la concebimos muy genéricamente como la
que se pergeña e impone allí donde nuevas coyunturas económicas y
sociales van transformando paulatinamente a la sociedad, pero las leyes
e instituciones políticas tienden a amortiguar las potencialidades de
los cambios de mayor envergadura.

Desde los ideólogos de la revolución francesa hasta Trotsky sostenían
que los cambios profundos en las estructuras políticas, podrían acelerar
las propias transformaciones económicas y sociales o permitir su mejor
despliegue. Además de la propia revolución francesa, de hecho las
revoluciones populares de 1830 y 1848, particularmente la última,
generaron ese efecto, a diferencia de la URSS donde no sólo la
revolución política nunca llegó sino que el Estado implosionó,
facilitando una verdadera contrarrevolución social. Así como la
revolución social pretende transferir la riqueza concentrada en pocas
manos y, sobre todo, los medios para producirla al conjunto de la
sociedad, concibo a la revolución política como el proceso de
transferencia del poder decisional de los dirigentes hacia los
dirigidos, de los representantes hacia la ciudadanía, de los líderes
hacia sus seguidores. Entre ambos tipos de revolución, existe una
compleja relación dialéctica. No son estancos.

Probablemente lo primero que el lector asocie con una revolución
política sea un cambio constitucional profundo y significativo. Es
correcta la asociación pero no pretendería ir tan lejos, al menos hoy,
ni tampoco restringir el alcance de su pertinencia al Estado. Cierto es
que en la práctica, la mayoría de los países sudamericanos progresistas,
o al menos los que mayor fuerza le imprimieron a esa inversión de
tendencia respecto al neoliberalismo, reformaron sus constituciones
(aunque en algún caso introduciendo institutos retrógrados como la
reelección, que pusieron en riesgo los propios cambios, como sucedió en
Venezuela en la última consulta popular).

Preferiré ceñirme ahora sólo a las riesgosas consecuencias que sobre la
propia fuerza política transformadora uruguaya tiene su incorporación
plena al ejercicio del poder político del Estado burgués, pero sobre
todo pluralizar los alcances casi ilimitados de este concepto para todas
las formas de organización política y social o, más precisamente, para
aquellas que se reconocen de izquierda. También he señalado cuando pude
que todas las alarmas respecto a la actual atonía militante (de base) en
el Frente Amplio ya se activaron, que es lo más importante a los efectos
de esta discusión, y como reflejo de ella ha habido una declinación
electoral en las dos últimas instancias, incluyendo las derrotas en los
plebiscitos.

Sobre esto último, discrepo raigalmente con la mayoría de la sociedad
uruguaya que le dio la espalda a sus propios conciudadanos compatriotas
residentes en el exterior para participar en las decisiones, aún las tan
pálidas y acotadas por el Estado burgués como son las elecciones de
representantes y autoridades. Y más aún discrepo con su cómplice
aquiescencia para con los asesinos y sus sádicos secuaces, que se
adueñaron de la vida y la muerte no hace tanto. No obstante, por un
lado, le reconozco el más absoluto e irreductible derecho soberano a
ejercer la potestad de adoptar decisiones que pueden parecerme desde
equivocadas hasta repugnantes. Por otro, las causas del/los resultado/s
no hay que ir a buscarlas, al menos únicamente, en el pueblo en general
sino en la debilidad militante, en el sentido persuasivo de una fracción
de él que es precisamente la fuerza política impulsora de los cambios, y
en la propia estructura institucional del Estado que hizo converger la
participación decisional en dos resoluciones de cardinal relevancia,
conjuntamente con una disputa fraccional partidaria por el poder
político (ejecutivo y legislativo).

Si otra ventaja tienen los institutos del plebiscito y el referéndum,
además de transferir de manera directa el poder de decisión, es permitir
un debate específico sobre el objeto de decisión, transversalizando las
propias estructura políticas. ¿Cómo logró el Frente Amplio a ser mucho
más que dos, parafraseando el famoso poema de Benedetti, sino en la
calle codo a codo tratando, por ejemplo, de lograr el voto verde o
militando contra las privatizaciones de Lacalle (ahora sin paráfrasis
alguna porque eso no tiene nada de poético)? Evidentemente, en las bases
de los sindicatos, de los organismos de la sociedad civil, debatiendo
con partidarios de otras opciones, influyendo sobre ellos, hasta ir
incorporándolos paulatinamente desde la simpatía hasta la organicidad,
para lo cual contó con esa invención herramental a la que aludí al
comienzo que permitió acoger a antiguos adversarios sin cooptaciones
forzadas ni clientelismos y dejándose también interpenetrar por sus
tradiciones y demandas.

El debate que pretendo introducir es cómo salir de la trampa explicativa
de que la desmovilización de base, su "desenamoramiento", es
consecuencia ineluctable del acceso al poder político y cómo revertirlo,
además de qué relación tiene esto con las limitaciones de la
constitución. En la izquierda no hay tradición ni entrenamiento para
pensar teóricamente un modelo político de transición porque hasta ahora
sólo le interesó la economía.

Pero ésta revolución política, aquí, tiene que empezar por casa.

|*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires,
escritor, ex decano.  cafassi@sociales.uba.ar 
¿QUIENES SON LOS FRENTEAMPLISTAS?

Por Emilio Cafassi |*|

El rumbo de la insinuación hipotética que he venido introduciendo,
consistente en repensar la ideológicamente naturalizada secuencia desde
la revolución social (suponiendo que ella pueda darse) hasta la
revolución política, necesariamente llevará a exhibir y confrontar, por
un lado, con el propio linealismo evolucionista que este encadenamiento
conceptual (heredero forzoso del proceso de burocratización, corrupción
y descomposición en la experiencia del llamado socialismo real) trae
enquistado. Y por el otro, con las ilusiones cuasi religiosas de
permanente combatividad y creatividad de masas que inspira a la casi
totalidad del ideario revolucionario. La revolución política, cuando ha
sido formulada, fue despreciando y simplificando la política en su
dimensión institucional, negándola como momento de la totalidad de la
vida social o sometiéndola al mero rol de reflejo secundario y menguado
de la base económica. Me propongo entonces poner en cuestión el mito de
la laxitud de normas, instituciones y desarrollo de la competencia
política al momento de concebir siquiera una sociedad superadora del
capitalismo, institucionalmente hablando. La arquitectura política del
socialismo deseable, o como se le quiera llamar al poscapitalismo, no
puede en ningún caso tener una menor complejidad, precisión y
sofisticación que la burguesa, ni menos libertades, derechos y
garantías. Es directamente retrógrado prescindir de los escasos y
endebles logros concebidos y contradictoriamente implementados desde la
revolución francesa, como las libertades civiles, la separación e
independencia de poderes, la laicidad, la pluralidad
político-partidaria, entre tantos otros que el propio capitalismo ha
conculcado en varios pasajes de la historia. Aquella sociedad deberá
tener una edificación institucional más compleja, diversificada y
participativa, además de multiplicar necesariamente libertades y derechos.

Intento aquí pensar la política autónomamente, no porque lo sea en la
realidad, como no lo es el cambio simple en el mercantilismo aunque
resulta indispensable como categoría analítica para explicar
posteriormente la compleja totalidad del intercambio desarrollado, sino
porque es epistemológicamente ineludible hacer abstracción de las
múltiples determinaciones que condicionan y complejizan el objeto de
análisis para poder profundizar en su sustancia. La imposibilidad de
concebir con relativa independencia las diferentes esferas de la vida
social y las demandas y luchas de los actores, ha llevado inclusive a
frenar o aislar conflictos, también emancipatorios, en nombre de una
futura conquista de la plena igualdad social, indiscutiblemente negada
por el capital. Así, a riesgo de caricaturizar este dogmatismo
esterilizante, las mujeres, las minorías étnicas, sexuales, las víctimas
de los abusos, entre tantos otros, debían esperar a que el proletariado
los liberara junto al conjunto de la sociedad. Afortunadamente, los
oprimidos, los discriminados, los disidentes, las mujeres, entre tantos
otros, se fueron organizando como pudieron para combatir por sus
demandas. En varios casos, aunque no en todos, han ido logrando
conquistas importantes, nunca definitivas y siempre pasibles de amenaza
o retroceso, pero sin necesidad de subordinarse a clases sociales
elegidas o partidos, o esperar acciones ajenas, como por ejemplo hoy lo
intenta buena parte del pueblo árabe por libertades elementales y hasta
por una reducción de la corrupción. Cierto que no ponen en riesgo la
pervivencia del capitalismo sino que le arrancan reconocimiento y
derechos, leyes y resguardos, que el capitalismo, a pesar de su
pretendido liberalismo, siempre olvidó incluir y hasta resistió
conceder. Por eso también intenté subrayar en otras ocasiones que la
idea de emancipación debía abandonar el singular para asumirse en
plural, como "emancipaciones", que serán siempre parciales y llamarán a
la persecución de nuevos horizontes.

Pero también deberá pluralizarse la propia noción de revolución
política, como conjeturé el domingo pasado: además de sus cuestiones
cualitativas (su naturaleza y los cambios radicales que contenga en el
plano institucional, la profundidad y sofisticación de los mecanismos
jurídicos que implemente) su alcance cuantitativo excede holgadamente
los estrechos confines del Estado. En efecto, es inagotable y pasible de
reflexión e implementación en casi todas las instituciones: los partidos
y las agregaciones de intereses de toda laya, los movimientos sociales
en el más amplio sentido, las instituciones públicas y hasta algunas
privadas, sobre todo si los sindicatos la incorporan a su lucha general
por el mejoramiento de las condiciones laborales.

Si hubiera que identificar un único responsable de esta peligrosa
omisión o pobreza teórica de las izquierdas y sus consecuencias
político-programáticas, centraría las sospechas sobre la nefasta
metáfora de la base y la superestructura, que tanta difusión ha tenido
en la vulgata marxista y que ha producido una enorme despolitización,
desmovilización y desconfianza en las formas organizativas hasta
desembocar mayoritariamente en el individualismo posmoderno. Mientras,
por un lado, psicologizó los vínculos políticos entre los sujetos
sociales, por otro produjo una desconfianza eruptiva hacia toda
regulación organizativa. El "aparato" de los partidos no se concibe como
una institución necesaria que requiere contrapesos y controles que
actúen sobre la propensión burocratizante y morigeren su tendencia
sustitutiva, sino como entidades fantasmales y demoníacas. En términos
más coloquiales, la gente se va a su casa o sólo lucha por la inmediatez
de la mitigación de sus penurias cotidianas. Así, la política se
esteriliza en un presunto autocontrol individual, nunca riguroso ni
efectivo o, como máximo, en la confianza recíproca del amiguismo.
Infunde la ilusión de que la actividad político-social puede conseguir
sus objetivos sustentada en la libre espontaneidad individual. También
la versión revolucionaria cree lo mismo sólo que con diferencias
cuantitativas. Cree ver inminencias de la toma del palacio de invierno
en cada escaramuza en la que intervienen muchos y le atribuye un
instinto revolucionario innato y genéticamente determinado a las clases
desposeídas. Lo común es el desentendimiento de toda reflexión y
experimentación en el plano institucional. Aquellos principios
formulados de "confianza-control", necesitan normas y contrapesos para
que produzcan efectos de implicancia y participación de los interesados
en el cambio, no simples declaraciones fraternales o promesas de buena
voluntad. Por ejemplo, formulaciones agudas como la de revolución
permanente en Trotsky, sin embargo nunca pasaron de la mera expresión de
deseos, justamente por desinterés en la política como construcción
institucional. Tampoco esto se resuelve con el asambleísmo cuya crítica
dejaré para mejor oportunidad, con sólo señalar que el asambleísmo puro,
por ejemplo, puede terminar siendo un mecanismo de maniobra del sector
de activistas incansables y de los más manipuladores y corruptos aparatos.

Pero mi interés en esbozar estos problemas teóricos, que se internan en
un terreno yermo e inhóspito, no es formular una abstracción que sirva
para cualquier circunstancia histórica y lugar, o al menos no es lo que
me inspira a esta reflexión. Por el contrario, se trata de enfocar la
mirada en la actual coyuntura uruguaya. Uruguay es el país que, dentro
del conjunto sudamericano que viene realizando un giro progresista, está
en mejores condiciones para transformar radicalmente la política por al
menos dos grandes razones. Por un lado, por la cultura de apego y
respeto a las normas, aunque en ocasiones esto mismo le haya impreso un
carácter conservador y aletargado a la dinámica política. Por otro,
porque tiene cuatro años más de gobierno con mayoría parlamentaria
propia, lo que le otorga un margen de acción legislativo que no se da en
todas las experiencias mencionadas.

Pero si se me acompaña en la intención de pensar en revoluciones
políticas, ¿por dónde empezar el debate y las transformaciones? ¿Por la
Constitución, por las instituciones intermedias del Estado y su reforma
como prioriza el gobierno? ¿Por los entes autónomos o la estructura
educativa frente al incremento de la inversión y los bajos resultados?
Me permito sugerir que por el propio Frente Amplio. Las razones son
varias. Por un lado, porque es la única fuerza política interesada en
revolucionar la política uruguaya, cosa que hizo con gran eficacia
cuando era oposición pero que tiende a desgranarse por abajo una vez
accedido al gobierno. Por otro, porque esa misma transformación puede
revitalizarlo si se cuestiona y propone revertir el vaciamiento de las
bases permitiendo otros modos de inclusión. Por último, porque los
signos de malestar son ostensibles y un próximo plenario se acerca. El
Frente es, hasta en un sentido groseramente gestáltico, mucho más que la
suma de sus partes constitutivas, pero no puede sobrevivir si no define
claramente sus fronteras de pertenencia y encuentra mecanismos
institucionales de distribución del poder entre sus miembros, para lo
cual es indispensable previamente definirlos.

Se suele apelar discursivamente al "pueblo frenteamplista", pero ¿quién
lo integra? ¿Los electores? ¿El Frente es un partido o movimiento de
electores como la socialdemocracia europea? Si así fuera, no extrañaría
que todos sus militantes se vayan a sus casas a la espera de optar cada
cinco años frente a una urna. Cierto que el Frente está preso de una
fantochada constitucional como son las primarias comunes o internas
abiertas a la sociedad. Pero eso no le impide tener una dinámica interna
propia que posibilite adoptar sus decisiones políticas con frecuencia y
con el máximo nivel de debate e involucramiento de sus integrantes.

Un conjunto de problemas se abren a partir de aquí que habrá que abordar
cuando se pueda, pero considero que el primero de todos es la
delimitación de la membresía, o la respuesta a la pregunta de quiénes
son los frenteamplistas.

|*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires,
escritor, ex decano.  feb. 2011

cafassi@sociales.uba.ar
 

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