EMPEZANDO POR CASA Por Emilio Cafassi |*| feb. 2011 Estas primeras líneas tendrán un sesgo algo reiterativo aunque conciso, de algunas cuestiones ya sugeridas en este espacio y también expuestas en un atractivo debate público más o menos reciente con dirigentes e intelectuales frenteamplistas en el Paraninfo de la Universidad. El propósito es asumir una autoconciencia crítica de algunos presupuestos teóricos e hipótesis personales, exponiéndolos, a fin de no inducir al lector a ambigüedades o equívocos sobre algunas conclusiones provisionales y futuras precisiones. Parto del postulado según el cual, ni las relaciones de fuerza entre las clases sociales uruguayas, ni las inclinaciones programáticas e ideológicas mayoritarias de la única fuerza política transformadora con inserción y peso en la sociedad y las organizaciones de la sociedad civil, permiten una ruptura en el corto o mediano plazo de las formas de institucionalidad jurídica de la propiedad de la riqueza natural (v.g. la tierra) o de infraestructura productiva (v.g. fábricas, talleres y medios de producción industriales en general). En modo alguno desconozco la existencia de una izquierda ya centrifugada, hoy extrafrentista, cuya capacidad de lucha, perseverancia y honestidad personal de sus integrantes me merece no sólo respeto y admiración sino además un particular afecto ya que varios amigos sintonizan esta frecuencia crítica (aunque lamento su carácter en ocasiones insultante). Pero la dispersión y el sectarismo, unidos a la insignificancia de los resultados electorales del único partido que logró presentarse por fuera desde la izquierda, no sólo confirman la aseveración precedente, sino que revelan la miopía política de continuar por ese rumbo dogmático y simplista. Sería muy deseable que en algún momento pudiera volver a entablarse un diálogo con esos compañeros y participar de acciones puntuales en común, ya que es el trabajo de base el que permite construir instrumentos de transformación. El actual debate reflejado mediáticamente respecto a potenciales cambios de la política tributaria evidentemente reafirma esta conjetura sobre el Estado de las relaciones de fuerza. Cualquiera sea la desembocadura práctica, se estarán cambiando sólo algunas magnitudes porcentuales de la economía, al tiempo que se reafirma con ello la naturaleza esencial de las relaciones sociales de producción. Uruguay es un momento más, del giro mayoritario aunque desigualmente progresista sudamericano en curso, con sus particularidades, fortalezas y debilidades. Sin embargo, esto no debería desanimar o desmovilizar en absoluto a los ciudadanos más radicales, los verdaderamente socialistas, a falta de una mejor denominación aún con las deformaciones y contradictoria polisemia que este significante ha sufrido. Hay un enorme potencial de alternativas reformistas a explorar y ejecutar, incluyendo formas de propiedad social o eventualmente mixta y un conjunto de garantías de vida y contrapesos (como los subsidios, pensiones, servicios gratuitos, etc.) a la barbarie capitalista y su irrefrenable avasallamiento de la dignidad humana, la igualdad y fraternidad, para referirnos sólo a la dimensión económica. Tal vez pueda concebirse como un "mientras tanto" transformador que devuelva aunque sea algo de lo expropiado a los desposeídos y desplazados, a los verdaderos productores de la riqueza, lo cual requiere inventiva, apego programático y memoria de su trayectoria y raíces. Pero no es éste el debate específico que quiero plantear en este artículo. El Frente Amplio no ideó nada nuevo, ni aún en su momento de mayor radicalización programática (por ejemplo en el programa del ´71). Todos y cada uno de sus puntos formaban parte de un vasto acervo político, elaborado intelectualmente antes por generaciones de izquierdistas del mundo y en muchos aspectos llevado a la práctica en algunas experiencias históricas contadas. Pero inventó algo mucho más importante aún que un buen programa, que constituye su verdadero legado a la experiencia universal de construcción de herramientas políticas para las emancipaciones humanas: la unidad en la amplia diversidad y el apego a las normas y disposiciones propias y del Estado, que permitieron mitigar, al menos en parte, el oportunismo pragmático, la tentación de los atajos y el descontrol del personalismo, reforzando de ese modo los lazos con las diversas organizaciones de base. El Frente reinventó un modo de ser de izquierda, de trazar fronteras políticas claras entre la transformación y la defensa del statu quo, demostró a la postre eficacia en la disputa electoral y acumulación de poder político en el marco institucional de la república representativa burguesa. De allí que la segunda hipótesis fuerte es que la gran transformación del Uruguay en el corto plazo sea fundamentalmente política, o más provocativamente aún, que antes que una revolución social es esperable y deseable, una revolución política. Al menos si la concebimos muy genéricamente como la que se pergeña e impone allí donde nuevas coyunturas económicas y sociales van transformando paulatinamente a la sociedad, pero las leyes e instituciones políticas tienden a amortiguar las potencialidades de los cambios de mayor envergadura. Desde los ideólogos de la revolución francesa hasta Trotsky sostenían que los cambios profundos en las estructuras políticas, podrían acelerar las propias transformaciones económicas y sociales o permitir su mejor despliegue. Además de la propia revolución francesa, de hecho las revoluciones populares de 1830 y 1848, particularmente la última, generaron ese efecto, a diferencia de la URSS donde no sólo la revolución política nunca llegó sino que el Estado implosionó, facilitando una verdadera contrarrevolución social. Así como la revolución social pretende transferir la riqueza concentrada en pocas manos y, sobre todo, los medios para producirla al conjunto de la sociedad, concibo a la revolución política como el proceso de transferencia del poder decisional de los dirigentes hacia los dirigidos, de los representantes hacia la ciudadanía, de los líderes hacia sus seguidores. Entre ambos tipos de revolución, existe una compleja relación dialéctica. No son estancos. Probablemente lo primero que el lector asocie con una revolución política sea un cambio constitucional profundo y significativo. Es correcta la asociación pero no pretendería ir tan lejos, al menos hoy, ni tampoco restringir el alcance de su pertinencia al Estado. Cierto es que en la práctica, la mayoría de los países sudamericanos progresistas, o al menos los que mayor fuerza le imprimieron a esa inversión de tendencia respecto al neoliberalismo, reformaron sus constituciones (aunque en algún caso introduciendo institutos retrógrados como la reelección, que pusieron en riesgo los propios cambios, como sucedió en Venezuela en la última consulta popular). Preferiré ceñirme ahora sólo a las riesgosas consecuencias que sobre la propia fuerza política transformadora uruguaya tiene su incorporación plena al ejercicio del poder político del Estado burgués, pero sobre todo pluralizar los alcances casi ilimitados de este concepto para todas las formas de organización política y social o, más precisamente, para aquellas que se reconocen de izquierda. También he señalado cuando pude que todas las alarmas respecto a la actual atonía militante (de base) en el Frente Amplio ya se activaron, que es lo más importante a los efectos de esta discusión, y como reflejo de ella ha habido una declinación electoral en las dos últimas instancias, incluyendo las derrotas en los plebiscitos. Sobre esto último, discrepo raigalmente con la mayoría de la sociedad uruguaya que le dio la espalda a sus propios conciudadanos compatriotas residentes en el exterior para participar en las decisiones, aún las tan pálidas y acotadas por el Estado burgués como son las elecciones de representantes y autoridades. Y más aún discrepo con su cómplice aquiescencia para con los asesinos y sus sádicos secuaces, que se adueñaron de la vida y la muerte no hace tanto. No obstante, por un lado, le reconozco el más absoluto e irreductible derecho soberano a ejercer la potestad de adoptar decisiones que pueden parecerme desde equivocadas hasta repugnantes. Por otro, las causas del/los resultado/s no hay que ir a buscarlas, al menos únicamente, en el pueblo en general sino en la debilidad militante, en el sentido persuasivo de una fracción de él que es precisamente la fuerza política impulsora de los cambios, y en la propia estructura institucional del Estado que hizo converger la participación decisional en dos resoluciones de cardinal relevancia, conjuntamente con una disputa fraccional partidaria por el poder político (ejecutivo y legislativo). Si otra ventaja tienen los institutos del plebiscito y el referéndum, además de transferir de manera directa el poder de decisión, es permitir un debate específico sobre el objeto de decisión, transversalizando las propias estructura políticas. ¿Cómo logró el Frente Amplio a ser mucho más que dos, parafraseando el famoso poema de Benedetti, sino en la calle codo a codo tratando, por ejemplo, de lograr el voto verde o militando contra las privatizaciones de Lacalle (ahora sin paráfrasis alguna porque eso no tiene nada de poético)? Evidentemente, en las bases de los sindicatos, de los organismos de la sociedad civil, debatiendo con partidarios de otras opciones, influyendo sobre ellos, hasta ir incorporándolos paulatinamente desde la simpatía hasta la organicidad, para lo cual contó con esa invención herramental a la que aludí al comienzo que permitió acoger a antiguos adversarios sin cooptaciones forzadas ni clientelismos y dejándose también interpenetrar por sus tradiciones y demandas. El debate que pretendo introducir es cómo salir de la trampa explicativa de que la desmovilización de base, su "desenamoramiento", es consecuencia ineluctable del acceso al poder político y cómo revertirlo, además de qué relación tiene esto con las limitaciones de la constitución. En la izquierda no hay tradición ni entrenamiento para pensar teóricamente un modelo político de transición porque hasta ahora sólo le interesó la economía. Pero ésta revolución política, aquí, tiene que empezar por casa. |*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
¿QUIENES SON LOS FRENTEAMPLISTAS? Por Emilio Cafassi |*| El rumbo de la insinuación hipotética que he venido introduciendo, consistente en repensar la ideológicamente naturalizada secuencia desde la revolución social (suponiendo que ella pueda darse) hasta la revolución política, necesariamente llevará a exhibir y confrontar, por un lado, con el propio linealismo evolucionista que este encadenamiento conceptual (heredero forzoso del proceso de burocratización, corrupción y descomposición en la experiencia del llamado socialismo real) trae enquistado. Y por el otro, con las ilusiones cuasi religiosas de permanente combatividad y creatividad de masas que inspira a la casi totalidad del ideario revolucionario. La revolución política, cuando ha sido formulada, fue despreciando y simplificando la política en su dimensión institucional, negándola como momento de la totalidad de la vida social o sometiéndola al mero rol de reflejo secundario y menguado de la base económica. Me propongo entonces poner en cuestión el mito de la laxitud de normas, instituciones y desarrollo de la competencia política al momento de concebir siquiera una sociedad superadora del capitalismo, institucionalmente hablando. La arquitectura política del socialismo deseable, o como se le quiera llamar al poscapitalismo, no puede en ningún caso tener una menor complejidad, precisión y sofisticación que la burguesa, ni menos libertades, derechos y garantías. Es directamente retrógrado prescindir de los escasos y endebles logros concebidos y contradictoriamente implementados desde la revolución francesa, como las libertades civiles, la separación e independencia de poderes, la laicidad, la pluralidad político-partidaria, entre tantos otros que el propio capitalismo ha conculcado en varios pasajes de la historia. Aquella sociedad deberá tener una edificación institucional más compleja, diversificada y participativa, además de multiplicar necesariamente libertades y derechos. Intento aquí pensar la política autónomamente, no porque lo sea en la realidad, como no lo es el cambio simple en el mercantilismo aunque resulta indispensable como categoría analítica para explicar posteriormente la compleja totalidad del intercambio desarrollado, sino porque es epistemológicamente ineludible hacer abstracción de las múltiples determinaciones que condicionan y complejizan el objeto de análisis para poder profundizar en su sustancia. La imposibilidad de concebir con relativa independencia las diferentes esferas de la vida social y las demandas y luchas de los actores, ha llevado inclusive a frenar o aislar conflictos, también emancipatorios, en nombre de una futura conquista de la plena igualdad social, indiscutiblemente negada por el capital. Así, a riesgo de caricaturizar este dogmatismo esterilizante, las mujeres, las minorías étnicas, sexuales, las víctimas de los abusos, entre tantos otros, debían esperar a que el proletariado los liberara junto al conjunto de la sociedad. Afortunadamente, los oprimidos, los discriminados, los disidentes, las mujeres, entre tantos otros, se fueron organizando como pudieron para combatir por sus demandas. En varios casos, aunque no en todos, han ido logrando conquistas importantes, nunca definitivas y siempre pasibles de amenaza o retroceso, pero sin necesidad de subordinarse a clases sociales elegidas o partidos, o esperar acciones ajenas, como por ejemplo hoy lo intenta buena parte del pueblo árabe por libertades elementales y hasta por una reducción de la corrupción. Cierto que no ponen en riesgo la pervivencia del capitalismo sino que le arrancan reconocimiento y derechos, leyes y resguardos, que el capitalismo, a pesar de su pretendido liberalismo, siempre olvidó incluir y hasta resistió conceder. Por eso también intenté subrayar en otras ocasiones que la idea de emancipación debía abandonar el singular para asumirse en plural, como "emancipaciones", que serán siempre parciales y llamarán a la persecución de nuevos horizontes. Pero también deberá pluralizarse la propia noción de revolución política, como conjeturé el domingo pasado: además de sus cuestiones cualitativas (su naturaleza y los cambios radicales que contenga en el plano institucional, la profundidad y sofisticación de los mecanismos jurídicos que implemente) su alcance cuantitativo excede holgadamente los estrechos confines del Estado. En efecto, es inagotable y pasible de reflexión e implementación en casi todas las instituciones: los partidos y las agregaciones de intereses de toda laya, los movimientos sociales en el más amplio sentido, las instituciones públicas y hasta algunas privadas, sobre todo si los sindicatos la incorporan a su lucha general por el mejoramiento de las condiciones laborales. Si hubiera que identificar un único responsable de esta peligrosa omisión o pobreza teórica de las izquierdas y sus consecuencias político-programáticas, centraría las sospechas sobre la nefasta metáfora de la base y la superestructura, que tanta difusión ha tenido en la vulgata marxista y que ha producido una enorme despolitización, desmovilización y desconfianza en las formas organizativas hasta desembocar mayoritariamente en el individualismo posmoderno. Mientras, por un lado, psicologizó los vínculos políticos entre los sujetos sociales, por otro produjo una desconfianza eruptiva hacia toda regulación organizativa. El "aparato" de los partidos no se concibe como una institución necesaria que requiere contrapesos y controles que actúen sobre la propensión burocratizante y morigeren su tendencia sustitutiva, sino como entidades fantasmales y demoníacas. En términos más coloquiales, la gente se va a su casa o sólo lucha por la inmediatez de la mitigación de sus penurias cotidianas. Así, la política se esteriliza en un presunto autocontrol individual, nunca riguroso ni efectivo o, como máximo, en la confianza recíproca del amiguismo. Infunde la ilusión de que la actividad político-social puede conseguir sus objetivos sustentada en la libre espontaneidad individual. También la versión revolucionaria cree lo mismo sólo que con diferencias cuantitativas. Cree ver inminencias de la toma del palacio de invierno en cada escaramuza en la que intervienen muchos y le atribuye un instinto revolucionario innato y genéticamente determinado a las clases desposeídas. Lo común es el desentendimiento de toda reflexión y experimentación en el plano institucional. Aquellos principios formulados de "confianza-control", necesitan normas y contrapesos para que produzcan efectos de implicancia y participación de los interesados en el cambio, no simples declaraciones fraternales o promesas de buena voluntad. Por ejemplo, formulaciones agudas como la de revolución permanente en Trotsky, sin embargo nunca pasaron de la mera expresión de deseos, justamente por desinterés en la política como construcción institucional. Tampoco esto se resuelve con el asambleísmo cuya crítica dejaré para mejor oportunidad, con sólo señalar que el asambleísmo puro, por ejemplo, puede terminar siendo un mecanismo de maniobra del sector de activistas incansables y de los más manipuladores y corruptos aparatos. Pero mi interés en esbozar estos problemas teóricos, que se internan en un terreno yermo e inhóspito, no es formular una abstracción que sirva para cualquier circunstancia histórica y lugar, o al menos no es lo que me inspira a esta reflexión. Por el contrario, se trata de enfocar la mirada en la actual coyuntura uruguaya. Uruguay es el país que, dentro del conjunto sudamericano que viene realizando un giro progresista, está en mejores condiciones para transformar radicalmente la política por al menos dos grandes razones. Por un lado, por la cultura de apego y respeto a las normas, aunque en ocasiones esto mismo le haya impreso un carácter conservador y aletargado a la dinámica política. Por otro, porque tiene cuatro años más de gobierno con mayoría parlamentaria propia, lo que le otorga un margen de acción legislativo que no se da en todas las experiencias mencionadas. Pero si se me acompaña en la intención de pensar en revoluciones políticas, ¿por dónde empezar el debate y las transformaciones? ¿Por la Constitución, por las instituciones intermedias del Estado y su reforma como prioriza el gobierno? ¿Por los entes autónomos o la estructura educativa frente al incremento de la inversión y los bajos resultados? Me permito sugerir que por el propio Frente Amplio. Las razones son varias. Por un lado, porque es la única fuerza política interesada en revolucionar la política uruguaya, cosa que hizo con gran eficacia cuando era oposición pero que tiende a desgranarse por abajo una vez accedido al gobierno. Por otro, porque esa misma transformación puede revitalizarlo si se cuestiona y propone revertir el vaciamiento de las bases permitiendo otros modos de inclusión. Por último, porque los signos de malestar son ostensibles y un próximo plenario se acerca. El Frente es, hasta en un sentido groseramente gestáltico, mucho más que la suma de sus partes constitutivas, pero no puede sobrevivir si no define claramente sus fronteras de pertenencia y encuentra mecanismos institucionales de distribución del poder entre sus miembros, para lo cual es indispensable previamente definirlos. Se suele apelar discursivamente al "pueblo frenteamplista", pero ¿quién lo integra? ¿Los electores? ¿El Frente es un partido o movimiento de electores como la socialdemocracia europea? Si así fuera, no extrañaría que todos sus militantes se vayan a sus casas a la espera de optar cada cinco años frente a una urna. Cierto que el Frente está preso de una fantochada constitucional como son las primarias comunes o internas abiertas a la sociedad. Pero eso no le impide tener una dinámica interna propia que posibilite adoptar sus decisiones políticas con frecuencia y con el máximo nivel de debate e involucramiento de sus integrantes. Un conjunto de problemas se abren a partir de aquí que habrá que abordar cuando se pueda, pero considero que el primero de todos es la delimitación de la membresía, o la respuesta a la pregunta de quiénes son los frenteamplistas. |*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. feb. 2011 cafassi@sociales.uba.ar
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