lunes, 14 de marzo de 2011

CAFASSI 14-03-11La. R.

PARIENDO EN CAMPAMENTO

EL pensamiento del Prof. Cafassi, argentino y F.Amplista, es hoy dia el ùnico que intenta generar nuevo rumbo ideològico, como comparto totalmente su enfoque es que lo publico.arqgg

Por Emilio Cafassi |*|
La crónica del campamento salteño de jóvenes del MPP que este diario ha realizado ayer, me estimula a pasar a profundizar, tal como me vengo proponiendo, algunas de las cuestiones enunciadas en notas pretéritas en la genérica y provocativa designación de "revolución política" en Uruguay. Me parece indispensable advertir que se trata sólo de una excusa a partir de la descripción de las declaraciones o debates que el periodista acreditado ha ponderado, ya que al no estar participando directamente (por no ser joven, ni del MPP, además del hecho de tener que estar escribiendo estas líneas al mismo tiempo), una variedad de precisiones y matices pueden perdérseme. No obstante, me parece oportuno destacar tres aserciones atribuidas al dirigente Marenales (por cierto, no exactamente joven por denuncia de sus canas, como irónicamente reconoce). Sostuvo puntualmente que "ahora los cambios y los planes de gobierno salen de resoluciones congresales del FA, de las cuales participamos nosotros (...) pero el de gobierno sale de un programa que se aprueba en un congreso del FA. No es que el sector que está en el gobierno hace a criterio de él las cosas, sino que sale de un programa frenteamplista". Claramente hay una noción de mandato, de imperatividad ejecutiva y de ordenamiento estratégico hacia la gestión, quizás excesivamente escueta como seguramente surge ante toda transmisión periodística por razones de espacio, que necesariamente trae consigo la de pertenencia y circunscripción militante a una instancia partidaria o, directamente, lo que llamo membresía propiamente dicha. Esos 400 jóvenes participantes no son chicos que pasaron para divertirse un rato porque estaban aburridos, sino activos participantes de la construcción colectiva del presente y garantes del futuro. Tienen por lo tanto todo el derecho a participar de las decisiones que los afectan en su organización y en la más amplia de la que ese partido forma parte. Son claramente miembros. No es objeto de esta discusión poner en cuestión ahora los niveles de representatividad de los congresales ni las proporcionalidades, aunque esto también es algo decisivo cuando se imponen mandatos.
La segunda es más polisémica aunque compartible en todas sus posibles acepciones. "La izquierda hoy tiene poco o ningún debate ideológico. La izquierda anterior al golpe de Estado era una izquierda chica, pero de raíz profunda. Ahora la izquierda es como una mancha de petróleo muy extensa, la más grande, pero que es micrométrica de espesor ideológico". Efectivamente, cualquiera sea la definición teórica del concepto de ideología, incluyendo aquí a la propia producción teórica y la estrategia organizativa e institucional, no cabe duda que estamos ante un preocupante momento de agotamiento teórico, fenómeno que no incluye sólo al progresismo en particular, sino al conjunto de las izquierdas, especialmente a las de pretensiones radicales. Pero una prueba de ello es que la crónica destaca que el temario parece girar esencialmente en torno a cuestiones de redistribución de la riqueza y a la solución del déficit habitacional a través del Plan Juntos. Nada más oportuno, ni urgente, cuya ejecución no sólo celebro sino que además quisiera poder ver acelerada y efectiva en el plazo más corto posible. Pero nada dice de una estrategia política distributiva del poder decisional salvo una genérica idea de "participación" que induce mucho más a confusión que a precisiones y a la introducción de institutos garantizadores de ella. Lo que revela efectivamente la escasez de espesor ideológico anotado.
La tercera en cuestión, proviene de la fundamentación de que el "cambio de la sociedad no debe quedar circunscripto a los partidos, porque es de toda la sociedad. La idea de pensar hacia el futuro tiene que ser no sólo que la gente viva mejor, sino que si no cambiamos el sistema depredador capitalista el ser humano corre el riesgo de desaparecer de la faz de la tierra. El tema de cambiar la civilización es un tema profundo que trasciende a los partidos políticos". Por supuesto que lo es, al menos en primer lugar en un sentido ideal, a condición de que un conjunto central de decisiones que afectan a la sociedad sean transferidas desde los poderes ejecutivo y legislativo, hacia la propia sociedad mediante mecanismos e institutos de democracia directa y mandatos y posibilidad de revocación de los mismos, para lo cual es indispensable en lo inmediato la intervención activa y enérgica de los partidos políticos. O, más ceñidamente, del progresismo que es el único hasta ahora interesado en ello. Y no sólo para instituir esas reglas sino luego para inducir a la sociedad mediante campañas, debates e interacciones (que perfectamente pueden atravesar a los partidos) a optar por algunas de las cuestiones a decidir por la ciudadanía toda.
No creo factible a corto o mediano plazo que el Uruguay pueda cambiar solo el "sistema depredador capitalista", sin que tal transformación se internacionalice y lo cuente como un protagonista más, aunque lo considero totalmente deseable. Pero ni el Plan Juntos ni los necesarios retoques redistributivos cambian nada de lo esencial ya que son simples paliativos. Me preocupa mucho más el silencio, complicidad y aquiescencia respecto a la arquitectura política burguesa, o la república representativa, tal como la conocemos, porque esta sí es transformable con relativa independencia de los cambios en las relaciones sociales de producción y no sólo lejanamente sino a corto plazo mientras el progresismo ejerza el poder sin dejar de valorar los parches que pueda aplicar entretanto para reducir los destrozos capitalistas. Lamentablemente el Frente ha mantenido una postura al menos ambigua, sino directamente conservadora. Al silencio y ratificación del régimen, agregó una negociación cuestionable que culminó en la constitución vigente (aunque hay que reconocer que finalmente no fue óbice para acceder al poder político, aunque todo hacía prever lo contrario) y hace propia una noción exclusivamente retórica y vaga de participación y democracia, tanto en sus propias filas como para el conjunto de la ciudadanía.
A propósito de la contratapa del domingo pasado me han seguido llegando a mi mail fraternales e inteligentes objeciones o matices que, independientemente de la cuestión puntual de las disposiciones constitucionales respecto a los partidos, se orientan y comparten un mismo horizonte transformador. Uno de ellos es que resulta muy raro o infrecuente que alguien que se define como partidario participe en la interna de otro partido. Aún si le suponemos sustento empírico a este aserto, el carácter abierto no sólo habilita al "partidario" sino a participar a cualquier ciudadano que casualmente (y ya que estaba) influye tal vez sin el menor conocimiento o fundamento de su opción, que no lo afectará directamente sino sólo al partido en el cuál decidió intervenir. A la vez, la improbabilidad no conlleva necesariamente la libertad de ejecución. Llevemos el razonamiento provocativamente al extremo extrapolándolo hacia la violencia. Es infrecuente que un uruguayo asesine a otro. La tasa de homicidios es baja tanto para la región como para el resto del mundo. Pero de allí no se sigue que el Código Penal deje librado a criterio del ciudadano la posibilidad de exterminar a otro con alguna periodicidad preestablecida. Si una libertad contraría la de otro o un derecho (por ejemplo a la vida en la caricaturización que me permito hacer) simplemente no hay que concederla. En el caso de mi interés, que cualquier ciudadano pueda inmiscuirse en los asuntos de una fracción de ellos que someterán luego la oferta programática y las candidaturas a la decisión de la sociedad toda, sucede lo mismo.
Un argumento de verdadero peso y solidez es el la densidad de las redes sociales y las transformaciones culturales de la interacción social tecnologizada. Puntualmente se me objeta con razón que "las nuevas generaciones se conectan desde las redes sociales o desde el e-mail. Que no tienen interés en largas reuniones a altas horas de la noche". Es cierto sin duda, y no sólo para las jóvenes generaciones, pero eso es justamente un resabio de la vieja política de manipulación aparatística y de profesionalismo contrario a la militancia independiente y amateur, que termina siendo excluyente de la participación. Las izquierdas radicales han hecho un culto de esta manipulación expulsiva con el objeto de forzar decisiones por cansancio. Pero es algo que se puede resolver con institutos reguladores y limitadores de estas deformaciones que en mi opinión nada tienen que ver con las izquierdas. Por de pronto con algo tan simple como poniendo una hora límite, acotando (e igualando los tiempos) en el uso de la palabra, ciñendo el temario y utilizando las nuevas tecnologías y las redes sociales como una suerte de foro de debate previo, informativo y al modo de un boletín interno.
El error es concebir que la tecnología va a resolver por sí misma problemas políticos o desmovilizaciones, o pensar que por esas manipulaciones autoritarias y expulsivas deben abandonarse, en vez de profundizarse, las regulaciones organizativas y los institutos socializadores del poder en todas las instancias posibles. Cierto es que las nuevas tecnologías pueden ayudar a democratizar las instituciones pero para ello hay que tener estrategias democratizadoras. Libradas a la espontaneidad y al uso exclusivamente lúdico sólo producirán, en el mejor de los casos, electores en vez de actores de la historia.
Los jóvenes no sólo tienen que continuar el legado de sus viejos líderes y referentes, sino renovarlo, aggiornarlo, radicalizarlo y pluralizarlo en sus simplismos, en suma, superarlo, del modo que los hijos deberán hacerlo con sus padres. No valen para el caso las repeticiones, sean en la circularidad nietzcheana, o en las más sofisticadas concepciones de Kierkegaard o Deleuze. La ausencia de proyectos socializadores de la política no se logran disimular con generalidades o lugares comunes sobre cambio y participación.
El envejecimiento de las dirigencias, como el de las ideas, no se resuelve con tinturas, sino con pariciones, aunque sea en campamentos.
|*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

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